domingo, 13 de enero de 2013

El Rey del Temple y Revistero de Aleas

Jesús Solórzano
El Rey del Temple

El pasado jueves, 10 de enero, se cumplieron ciento cinco años del natalicio, en Morelia, Michoacán, de Jesús Solórzano Dávalos, uno de los toreros mexicanos que integraron lo que con justeza puede ser considerada la Edad de Oro del Toreo en esta vertiente del Atlántico. Jesús Solórzano recibió la alternativa en El Toreo de la Ciudad de México el 15 de diciembre de 1929, de manos de Félix Rodríguez, que le cedió al toro Cubano, de Piedras Negras, en presencia de Heriberto García. Viaja a España el año siguiente y renuncia a ese doctorado, presentándose en Madrid como novillero el 20 de julio de 1930, dejando una muy buena impresión, lo que le lleva a recibir una segunda y definitiva alternativa en Sevilla, el 28 de septiembre de ese calendario llevando como padrino a Marcial Lalanda y de testigo a Cayetano Ordóñez Niño de la Palma, siendo el toro de la ceremonia Niquelado, de Pallarés Hermanos.

Jesús Solórzano fue un torero que desde sus inicios – su quinta novilleril se integró con toreros como Carmelo Pérez, Esteban García y Carnicerito de México – se distinguió por la naturalidad con la que realizaba el toreo y por la forma en la que templaba a los toros, razón por la cual, pronto fue apodado El Rey del Temple, apelativo que le seguiría durante toda su trayectoria en los ruedos y en la vida.

Confirmó su alternativa sevillana el 6 de abril de 1931, con el toro Espartero de Bernardo Escudero, previa la cesión de trastos que le hiciera Nicanor Villalta ante el testimonio de Joaquín Rodríguez Cagancho y Francisco Vega de los Reyes Gitanillo de Triana y en ese mismo calendario, el domingo 7 de junio, tendría una de las más grandes actuaciones que diestro mexicano alguno haya firmado en Madrid, cuando alternando con Valencia II y José Amorós, enfrentó una corrida de la ganadería colmenareña de don Manuel García, antes Aleas. Es la tarde en la que le corta las dos orejas al toro Revistero, tercero de los corridos ese día.

La versión de Federico M. Alcázar

En el semanario Crónica, Madrid, junio 1931
El primer testimonio al que recurro para recordar el suceso, es el de Federico M. Alcázar, publicado en el diario madrileño El Imparcial, del martes 9 de junio. La crónica de Alcázar es lo que los escritores de hogaño llamarían una crónica de concepto. No abunda en los detalles de la faena del Rey del Temple, sino que, intentando transmitir a sus lectores la sorpresa que le produjo la magnitud de la obra que presenció en el ruedo de la Carretera de Aragón, más bien pretende expresarles la impresión que aún lleva, considerando que por la Ley del Descanso Dominical vigente, tuvo más tiempo para escribir y no lo hizo a matacaballo inmediatamente después de la corrida. Lo más destacado de la crónica de Alcázar es lo siguiente:

Ha terminado la corrida y todavía no hemos salido de nuestra sorpresa, mejor dicho, de nuestro asombro. La faena de Solórzano al tercer toro ha sido un deslumbramiento. Mucho esperábamos del torero mejicano, pero la realidad ha superado nuestras esperanzas. Creíamos en su valentía, en su magnífico estilo de torero, en sus excelentes condiciones de matador y esperábamos el momento, no de la revelación, porque ya se reveló como novillero, sino de la faena de su consagración. Para nosotros era una cosa prevista, prevista y descontada. Era cuestión de fecha. Lo que no creíamos, debemos confesarlo lealmente, lo que no esperábamos, lo que no habían previsto nuestros cálculos, es que una tarde se remontara a las cumbres más altas de la inspiración torera y realizara una de las faenas más acabadas y perfectas de la historia en estos últimos quince años. Dice un poeta que las montañas sólo se unen por la parte más baja; lo más alto se eleva solitario al infinito. Así ocurre con las faenas que marcan una fecha y quedan como punto de referencia... ¿Cómo ha sido?, preguntará el lector impaciente. Ya he dicho en otra ocasión que los momentos de más sublime y gozosa emoción, son por su misma naturaleza inefable, intraducibles en palabras, inexpresables en imágenes. Hasta la hipérbole, tan socorrida otras veces, no nos sirve, porque la grandeza de la faena excede los términos de la ponderación. Ha sido algo tan asombroso, tan definitivo, que su recuerdo parece un sueño más que una realidad. Está tan viciado el toreo, tan mixtificado el estilo, tan corrompido el gusto, tan falseada la fiesta, que cuando nos encontramos con una faena como ésta, sentimos la misma alegría gozosa que el pueblo israelita al pisar la tierra de promisión... Para describirla tenemos que prescindir de toda esa visión amanerada y violenta, ramplona y cursi, del toreo de oralina y encajarla en las definiciones clásicas del arte del toreo. Clásica por su factura, por su porte, por su rumbo, la faena de Solórzano es un modelo de bien torear. Por las circunstancias, por el momento, por la época, es un punto de referencia, una cima ideal de suprema belleza clásica. Eso es el toreo; así se torea, esa es la verdadera escuela del arte. Cuando algún curioso nos pregunte cómo se ha de dar el pase natural, le remitiremos a esta faena memorable de Solórzano en la Plaza de Madrid... Cuando termina la corrida, un significado belmontista comenta la faena diciendo: «Ese toro va a ser el mejor toreado que se arrastre esta temporada»... «¿Esta temporada nada más?», preguntamos... Un gesto de duda, que es más expresivo que las palabras, corta el diálogo...

Como vemos, Alcázar llega incluso al riesgo de calificar la faena de Solórzano a Revistero, como la mejor de la temporada – que apenas mediaba – y quizás la de muchas más.

Cómo fue que vio la corrida Corinto y Oro

Una segunda versión de lo sucedido el 7 de junio de 1931 es la de Maximiliano Clavo Corinto y Oro, publicada en La Voz, menos abundante en impresiones, algo más concentrada en los detalles y que repara – importante detalle – en la presencia y comportamiento del toro y dejando ver además, que conoce en alguna medida la importancia de Solórzano en el medio taurino mexicano. Extraigo de la crónica de Corinto y Oro esto:

La tarde en que el año pasado debutó Jesús Solórzano en la plaza «grande» tuvo una actuación tan brillante, que mereció este título en la crítica del revistero que suscribe: «Solórzano; la estatua que torea». La estatua volvió ayer a manifestársenos en toda su original pureza de arrogancia, quietud, sabor y gesto estético... Los acontecimientos han surgido, traídos de la mano por la lógica. Solórzano arma recientemente un alboroto en Barcelona, repite en Granada, en el Corpus, y ayer, en Madrid, en la renovación del abono, acaba de consagrarse... Entra el tercero en escena. Es un «mozo» y es colorao retinto, más «Colmenar» que el arrastrado. Se acerca el momento cumbre de la corrida. ¡Ya está! Solórzano busca al retinto, le ofrece el capote con firmeza y se le escapa. Otra tentativa, ya sin dejarlo escapar. Tres lances maravillosos y una preciosa serpentina entre los mismos pitones arrancan una ovación e inician el alboroto. Otros tres lances con los pies clavados y juntos y media verónica formidable. ¡Qué bien torea este «Chuchito»! El bicho, voluntario, tardea; pero tiene buen estilo. Ahora viene un tercio de quites que se recordará toda la temporada... El público, frenético de entusiasmo, obliga a los tres matadores a salir a los medios montera en mano. (¡Viva la fiesta española!) Solórzano coge los palos y se banderillea al colmenareño con tres pares por la cara, el segundo, gramaticalmente monumental. El alboroto sigue sin interrupción, para verse inmediatamente coronado por una faena que es un asombro de valor y arte... La ovación y los olés puede que se oyeran hasta Chapultepec. Dos pinchazos superiorísimos, en los que el diestro se va tras la espada; un estoconazo y el toro rueda. Ovación inenarrable, la oreja y vuelta al ruedo entre merecidas aclamaciones. También al colmenareño se le da la vuelta al redondel. Esta decisión – ¿de quién ha sido esta decisión? – es un poco arbitraria, porque el toro, aunque muy dócil, ha embestido realmente obligado por el torero. El toro no ha sido de bandera ni mucho menos; el que ha sido de bandera es el nuevo embajador de la tauromaquia mejicana, al que sin reservas lo ha proclamado el público figura del toreo…

El recuento de Federico Morena

Así lo vio Roberto Domingo
(La Libertad, Madrid, 9/06/1931)
Dejo al final la primera crónica que apareció, la del Heraldo de Madrid, firmada por Federico Morena y salida a los quioscos la noche del 8 de junio. Es esta la que más abunda en detalles – desde proporcionar el nombre del toro – y también en establecer una comparación que los demás no hacen, en el sentido de establecer que la tauromaquia de Jesús Solórzano es similar a la de Antonio Márquez. No obstante, coincide con las dos anteriores, en la grandeza de la obra del moreliano y difiere con la de Corinto y Oro en dos aspectos, primero, en el número de apéndices otorgados y después, en el hecho de la concesión de la vuelta al ruedo al toro, que según Morena no se otorgó y según Maximiliano Clavo sí, pero de manera indebida.


La relación que hace Morena repara además en un hecho que parece que se repite a través de los tiempos. La selección del ganado según la conspicuidad del diestro que enfrentará y por lo visto, en ese verano madrileño Valencia II, José Amorós y Jesús Solórzano tenían que mucho que justificar tanto a la cátedra como al resto de la afición española. De esta última crónica extraigo esto:

En la Academia de Tauromaquia - vulgo Universidad taurina de la carretera de Aragón - hubo ayer, en la tarde, sesión solemne. El ilustre doctor mejicano D. Jesús Solórzano ha ocupado, con el ceremonial de costumbre, el sillón que en la docta casa – casa sin tejado, pero con tejadillo – dejó vacante, por renuncia, el insigne D. Antonio Márquez… El recipiendario explicó prácticamente una magistral conferencia de tema de tanta monta en tauromaquia como «El valor, el temple y la naturalidad». El nuevo académico recibió muchas y muy enardecidas felicitaciones… Quiere decir esto, bien traducido, que Solórzano ha triunfado plenamente en la primera plaza de la República. Y como yo creo que la función del crítico es hacer justicia y dar a cada uno lo que es suyo, sin detenerse a averiguar en qué tierra, próxima o apartada, indígena o exótica, rodó la cuna del torero, digo y proclamo a los cuatro vientos de la celebridad que Jesús Solórzano, el flamantísimo matador de toros mejicano, se colocó ayer en las avanzadas de la torería por méritos indiscutibles y generalmente reconocidos que contrajo en la lidia y muerte del toro «Revistero», colorao, número 96, de la ganadería colmenareña de D. Manuel García, antigua y famosa vacada de D. Manuel Aleas… «Revistero» fue un toro. Un toro con la edad y el peso reglamentarios. No fue uno de esos toretes al uso del campo de Salamanca – y a veces también del campo andaluz –, criados expresa y deliberadamente para que los conspicuos de la tauromaquia se enriquezcan con el menor riesgo posible. ¡Un toro! Siquiera no mereciese los honores de la vuelta al ruedo. Salió con muchos pies, y un peón excelente, conocedor como pocos de su arte, el gran «Rerre», lo prendió en la punta de su capotillo y tiró de él en zig – zag portentoso, matemático, desde los medios hasta el tercio. Y allí pasó «Revistero», sin brusquedades, en una solución de continuidad perfecta, del capote de «Rerre» al capote de Solórzano. Y al grito entusiasta y justiciero que decía «¡Así se torea a punta de capote!», hubo de suceder otra voz fervorosa e igualmente justa: «¡Así se torea a la verónica!»... lances largos, templadísimos; bien cargada la suerte; las manos bajas – que no es vicioso el procedimiento, aunque yo prefiera, en esta como en todas las suertes, la naturalidad –; el pecho fuera, sobre el balconcillo del capote y el mentón clavado en el pecho para ver pasar «todo» el toro... Una media verónica finísima, elegante, majestuosa, de la escuela de Antonio Márquez – llevaba el sello característico, inconfundible –, y al rojo vivo los entusiasmos populares... Solórzano cogió las banderillas. Había que redondear la lidia tan admirable tan admirablemente comenzada... Jesús colocó tres pares al cuarteo citando sobre corto y casi sin salida. Valor y dominio de la suerte... Así llegamos al gran momento. El toro, en el tercio del 2. El espada avanzó despaciosamente a su encuentro, la muleta en la diestra mano. «Revistero» escarba en la arena y retrocede. Inquietud en el público. ¿Tendremos toro? El espada citó de nuevo. Se arrancó el toro suave y la muleta peinó los lomos de la res y salió por la penca del rabo. Se revolvió el toro y Solórzano se lo echó por delante en un gran pase cambiado por arriba que arrancó las primeras exclamaciones de asombro. Otro pase por alto, con colada. Y la muleta a la zurda. El toro tardo en la embestida. El torero adelantó la muleta bravamente para provocar la arrancada. Y se llevó prendido a «Revistero» en un buen pase al natural, que ligó con el de pecho, magnífico. (Ovación)... Una serie de tres naturales... la mano del torero deslizóse suavemente, templadamente y la figura del torero no perdió un solo instante la naturalidad, cosa esencialísima y en la que el público, el gran público, apenas para mientes... la muleta, vencedora, triunfante, volvió a la derecha para dibujar unos pases muy toreros. Y en un instante en que el toro se arrancó brusca e inopinadamente, se libró el espada del embroque jugando con soberana habilidad la mano zurda para ganar la acción a «Revistero» y echárselo otra vez por delante en un pase de pecho que levantó en el graderío murmullos de admiración... Tres veces entró a matar. Las tres sobre corto y sin separarse un milímetro de la línea recta. Dos pinchazos magníficos y una estocada corta superior. Toda la faena fue coreada por el público, y cuando el toro dobló, millares de pañuelos se agitaron en el aire. Y no volvieron a los bolsillos hasta que el espada cortó las dos orejas del noble animal... Entonces estalló una verdadera tempestad de aplausos... ¡Salud, Solórzano ilustre!...

En el semanario Mundo Gráfico, Madrid, junio 1931
(Foto: Alfonso)
Es así como fue contada a la afición de Madrid y de España una de las páginas brillantes de la historia del toreo.

Concluyendo

El paso en los ruedos de Jesús Solórzano no solamente está señalado por la tarde de Revistero. También la gloria le llegó con los nombres de Granatillo, Redactor, Cuatro Letras, Batanero, Brillante, Príncipe Azul, Pies de Plata, Tortolito, Picoso o Pimiento y que lograron construir la historia y la leyenda de El Rey del Temple.

Jesús Solórzano se despidió de los ruedos el 10 de abril de 1949 en la Plaza México, en una corrida de toros en la que alternó con Luis Procuna y Rafael Rodríguez en la lidia de un encierro de Matancillas. El último toro que mató vestido de luces fue Campasolo y llevaba en el anca el hierro de La Punta – ganadería hermana de la anunciada – también propiedad de sus cuñados Francisco y José C. Madrazo, al que le cortó una oreja. Falleció en la Ciudad de México el 21 de septiembre de 1978.

Aclaración necesaria: Los resaltados en los textos de Corinto y Oro y Federico Morena no obran en sus respectivos originales, son imputables exclusivamente a este amanuense.

domingo, 6 de enero de 2013

De fiesta a espectáculo. El sostén del edificio de la Fiesta

Una verdad incontrovertible

Durante los días que me vi compelido a estar fuera del éter, medio me enteraba de lo que por aquí sucedía. Me daba cuenta de que seguían adelante los lamentos – debates acerca de los intereses crematísticos de aquellos que afirman cargar sobre sus hombros el peso de esta Fiesta, invocando que el esfuerzo que hacen por los menos favorecidos merece ser recompensado en sus alforjas. Y también me enteré que un conspicuo criador de reses de lidia afirmó que el eje de esta Fiesta es el toreo. Y hoy me entero, haciendo hilo con esta última afirmación, que el autor de lo que quizás resulta ser la última hazaña épica en la historia de la plaza de Las Ventas, el colombiano César Rincón, ahora aboga por las corridas incruentas, porque al fin y al cabo, lo importante es torear. Como diría uno que fue mi profesor de Derecho Agrario: ¡habráse visto!

Nadie puede negar que la Fiesta de los Toros, tal como la conocemos, es una especie de edificio que descansa sobre cuatro columnas que por su orden son El Toro, las plazas, la afición y los toreros. Afirmo que siguen ese orden, porque aunque existieran toreros, la ausencia de toros, plazas o afición, o de cualquier combinación de estas tres últimas, haría imposible el juego de vida y de muerte que es la tauromaquia.

En el último año se han levantado algunas voces – varias rayanas en la obcecación – que demandan un respeto para los toreros y como el criador de reses de lidia al que he aludido, señalan que la tauromaquia de estos tiempos se debe únicamente a ellos. La finalidad de esas afirmaciones, es la de fundamentar una especie de star system para justificar el pago de los llamados derechos de imagen y que de manera gángsteril, un grupo de las llamadas figuras del toreo pretendieron obtener de las principales empresas europeas la pasada temporada.

Hago aquí un paréntesis para reiterar que efectivamente, lo que esos toreros reclamaban para sí – y que en solidaridad profesional, debieron pedir para los demás – era su derecho, pero también reitero que en la vida pública – la de los toreros lo es –, la forma es también fondo y en este caso, al no observar las formas debidas a la hora de pedir, su movimiento nació hueco, sin posibilidad de permear a los demás estamentos de la fiesta y de permanecer. El tiempo – implacable juez – se encargó de dejar en claro que el llamado G – 10 no es más que el recuerdo de una amarga pesadilla… para algunos de los que lo formaron.

Pero me he desviado. El objeto de que esté yo aquí es otro. Decía que nadie puede negar que la Fiesta, tal y como la conocemos está construida en torno al toro. Por eso es la Fiesta de los Toros. Por eso, dígase lo que se diga y dígalo quien lo diga, el toro es y será – mientras esta Fiesta sea como es –, el eje y razón de ser de la misma. Y el toro al que hago alusión, como afirmó en su día Ortega y Gasset, no es cualquier macho bovino – adulto, agrego yo – sino aquél que tiene casta, poder y pies. Es decir, el toro debe ser bravo, fuerte y lo más importante, transmitir a los tendidos una sensación de peligro que le de al toreo que se le realice a ese toro, un ingrediente indispensable para que sea atractivo: emoción.

Esa sensación de peligro deriva de la bravura del toro, que se observa en el primer tercio, que se corrobora en el segundo y que culmina en el último. No me refiero al toro que pasa, sino al toro que embiste, al toro que busca prender al que – por decirlo de alguna forma – le hostiga y pelea con él. En esa clasificación del toro bravo pues, para mí, están excluidos los llamados toro artista y toro colaborador, porque no embisten, pasan y le quitan a la lidia la emoción que le es consustancial.

Sin toro pues, no hay Fiesta posible y en estos tiempos que corren, estamos viendo la realidad de tal afirmación. Lo podemos apreciar por la alarmante escasez de bravura en la mayoría de las reses que se lidian en las plazas y también por la falta de presencia y quizás de edad que muchas de ellas exhiben también. El que la afición pida el toro, no implica que se le presenten moles de carne y de abundante cornamenta. El toro ajustado al tipo zootécnico de su encaste, con su edad adulta, debe ser suficiente. Y en lo que a la bravura refiere, debe ser una cuestión de principio de los criadores, el intentar retornar a una situación en la que el toro al menos cumpla con los caballos, galope en las banderillas y pelee en el último tercio.

Las faenas no han de ser centenarias. La calidad no debe ser objeto de mensura, así como tampoco han de ser necesariamente siempre obras de arte. El toreo no es necesariamente estilismo. Cada toro tiene su lidia y a veces, ésta tendrá que ser meramente utilitaria y con la finalidad de terminar con la vida del toro. Desgraciadamente, esa tendencia al estilismo y a la primacía de la faena de muleta, han hecho casi obligatorio el que la cantidad prime sobre la calidad y que las faenas tengan casi necesariamente ser “de lucimiento”, sin importar las condiciones del toro ante el cual se está.

El segundo elemento en el orden que he planteado, son las plazas de toros. Cuando las fiestas populares con toros se comenzaron a regular a partir del Siglo XII de nuestra era, comenzaron a perder la espontaneidad que les resultaba natural y en cierta medida, el carácter de fiesta popular y cuando se recluyeron en recintos cerrados, se transformaron en espectáculo. Esos recintos cerrados, edificados en principio ex – profeso para ese fin, son propiedad de personas y corporaciones públicas y privadas que invierten en la organización de los festejos, mismos que se organizarán en la medida en que las instalaciones – plazas de toros – existan y en la medida en que esas personas o corporaciones estén interesadas en invertir a cambio de obtener el retorno de su inversión y una utilidad razonable a cambio.

Después tenemos a la afición, que es la que genera el interés por la Fiesta. Es el principal proveedor de la economía de la Fiesta y es, en una medida importante, la que decide, a partir del juicio que hace con su preferencia por toros y toreros, de quienes son los más importantes de un lugar y tiempo determinados. Dejo claro que hablo de afición, de personas que tienen un cierto conocimiento de lo que en el ruedo y en el ambiente de la Fiesta sucede, porque existen otros tipos de asistentes a los festejos, reconocidos como público, que muchas veces comparecen a ellos por un mero atractivo mediático, pero que no tienen el nivel de permanencia como para juzgar al medio.

Señalo en cuarto lugar a los toreros. Más de alguno seguramente me hará un airado reclamo. Pero resulta que los toreros dependen de las tres variables anteriores, si no hay toro, si no hay plazas y si no hay afición, ser torero sería, como alguien dijo burlonamente por allí, como ser almirante en Suiza. No tendría caso. El hecho de que hoy en día se les pretenda señalar como la columna fundamental del edificio de la Fiesta es irrespetuoso y es la señal inequívoca de la descomposición que se vive en ella. Se reclama respeto para los toreros, pero en esa actitud – concediendo el beneficio de la duda, pensaré que no es de ellos, sino de su entorno – los primeros que no ejercitan esa virtud son ellos mismos. Faltan al respeto a la Fiesta, faltan al respeto al Toro, faltan al respeto a la Afición y se faltan al respeto a ellos mismos.

Todo tiene un sitio y para exigir respeto, primero hay que otorgarlo. Al toro se le respeta lidiándolo en su integridad física y psíquica; a la afición se le respeta dándole lo que se le ofrece y a las plazas se les respeta actuando en ellas conforme a la categoría y a la tradición que las mismas representan. Una vez que se ha respetado todo eso, entonces sí se puede exigir un respeto, pero antes, jamás.

Los toreros tienen la delicada misión de instruir a afición y públicos. De dejar claro a todos aquello que antes decía, que cada toro tiene su lidia; de que las orejas al fin y al cabo, no son más que meros retazos de toro que pueden o no reflejar el triunfo y que igual se puede lucir con una faena de mero aliño que con cien muletazos artísticos. El respeto que demandan lo ganarán formando afición.

Al final de todo esto, vemos que el único elemento permanente y por ello resulta ser el eje, es el toro. Los demás se van renovando con el tiempo. Unos por razón natural y los toreros además, por el hecho de que están sujetos al gusto y a la voluntad de la afición y de los públicos. Entonces, el afirmar que el toreo es el eje de la fiesta o que torear es lo que importa, resulta ser una de las sinrazones más grandes que se han expresado en la Historia del Toreo, las haya dicho quien las haya dicho.

En el estado actual de cosas tal pareciera que vamos encaminados hacia algo que vislumbró hace cerca de seis décadas el profesor Cecilio Muñoz Fillol y que es lo siguiente:

…En la fiesta de toros se inoculó el germen de la decadencia desde el momento mismo en que se hizo espectáculo… Significa, pues, esta transformación, que la “fiesta popular de toros” se ha convertido en teatro… Con tal contaminación se prostituye el teatro y se contaminan los toros; porque ni en el escenario de la farándula cabe la tauromaquia, carente de aire y de técnica teatral, ni los toros pueden exhibirse como teatro, en pura estética… (Metafísica Taurina, Págs. 60 – 61)

De la reflexión de don Cecilio se puede deducir algunas cuestiones, principalmente la que implica la transformación de la fiesta popular en espectáculo y su consecuente estandarización en la actuación y en el funcionamiento de todos los elementos que forman parte del mismo. En ese orden de ideas, todos los participantes deberán guardar una calidad razonablemente uniforme, terminando con la idea aquella que Alameda resumía en la expresión: Seguro azar del toreo. Esa “uniformidad” es la que nos lleva a la mediocridad que hoy vivimos y a la subversión de los valores de los factores que constituyen la Fiesta, sin duda.

Esta es mi carta a los Reyes. No obstante, como decía Rafael Rodríguez El Volcán de Aguascalientes, no dejaré de seguir siendo un comprador de ilusiones, porque espero, como dijo Domingo González Dominguín, que venga un destripaterrones a poner de cabeza esto y en consecuencia, las cosas en su sitio, especialmente la idea de que el toro es la razón de ser y la esencia de esta Fiesta.

martes, 1 de enero de 2013

¡Feliz año 2013!

(Imagen cortesía de bancodeimagenesgratis.com)
Vista la secuencia de los acontecimientos que se producen en la Fiesta que aquí nos congrega, pareciera que los motivos para augurar felicidad no son muchos. Sin embargo, la voz popular señala que la esperanza es lo último que muere, así que todavía creo que vale aferrarse a ese último hálito con la idea de que de algún lugar o de alguna persona saldrá el revulsivo que cambiará el curso que aquí las cosas llevan.

Pero todo eso no me impide el desear a todos Ustedes que el año que hoy inicia les resulte bueno, que les traiga salud y trabajo, pues como dice un buen amigo mío, lo demás nos lo podemos ir agenciando por el camino, haya buena fiesta o no.

Y tratándose de toros, pues que sean eso, toros y bravos; que si de toreros, pues eso y no señoritos o figurines de ocasión y que al menos en los trescientos sesenta y cinco días que están por transcurrir, tengamos la dicha de ver al menos, una tarde de toros como Dios manda. Una sola, que como están las cosas, creo que con eso, podemos darnos por bien pagados.

¡Feliz año nuevo!

domingo, 30 de diciembre de 2012

Cuando un amigo se va...

Arturo Díaz (1957 - 2012)
Hubiera querido reintegrarme aquí de otra manera, pero la fatalidad ha establecido que sea así como lo hago. Un amigo muy querido, Arturo Díaz, residente en San Diego, California y entregado a esta afición como pocas personas he conocido, se nos ha adelantado en el camino la noche del pasado día 24 de diciembre.

Yo le conocí hace unos quince años, quizás veinte, a través de los incipientes foros de discusión que se iniciaban en la internet y posteriormente, en el desarrollo de una Corrida de Calaveras, un mes de noviembre, en la Plaza Monumental Aguascalientes, iniciamos un camino amistoso que por ahora, se ha visto interrumpido.

Arturo ha sido un distinguido miembro de la Peña Taurina más antigua de los Estados Unidos, Los Aficionados de Los Ángeles - de la que me he ocupado por aquí - y además, presidió la Asociación Nacional de Clubes Taurinos de los Estados Unidos - NATC por sus siglas en inglés - del año 2003 al 2009, asociación que le otorgó dos galardones por su actividad, el O. P. Houston en el año 2004, por su meritoria actividad a favor del mundo de la tauromaquia y el Nancy A. Slayton, este mismo año, por servicio meritorio a la NATCArturo Díaz se distinguió siempre por reconocer de manera pública y con orgullo su afición a los toros, aún en una tierra y en un ambiente en el que la Fiesta no es considerada como un ejemplo de corrección política.

Por eso es que quiero recordar aquí a quien fuera una gran persona que siempre tuvo una palabra de aliento para aquellos que se encontraban en alguna tribulación, que el camino no tenía que ser andado en soledad, porque existía la posibilidad de hacerlo en la compañía del amigo, del hermano.

¡Qué descanse en paz!
Cuando un amigo se va,
se detienen los caminos
y se empieza a avinagrar
el duende dulce del vino.

(Alberto Cortez, fragmento de: Cuando un amigo se va...)

lunes, 24 de diciembre de 2012

Mis deseos para todos Ustedes...


A Christmas Homecoming
Norman Rockwell, 1948
Hoy reaparezco por aquí y no lo hago abordando el tema que corresponde a esta bitácora. Las causas que me han alejado de aquí y de quienes me honran con pasar por estas virtuales páginas están casi superadas.

En esta ocasión lo que quiero es expresarles mi deseo de que estas fiestas sean para todos Ustedes un momento de regocijo y como se los expresé el año pasado, espero:

  • Que estén reunidos con su familia. 
  • Que todos sus viajeros hayan llegado a casa con bien y que ya estén a su lado. 
  • Que los que quieren y estiman tengan salud y que Ustedes gocen de ella también. 
  • Que en estos tiempos complicados tengan ese bien tan escaso que es el trabajo. 
  • Que su mesa esté servida y que la providencia les haya permitido ayudar a servir la de otro menos afortunado. 
  • Que su afición a esta fiesta siga adelante y que les anime a seguir haciendo amigos y a conservar los que tienen...

Desde aquí les doy a todos Ustedes un virtual abrazo y espero que en el tiempo por venir, las cosas les resulten mejor, que como decía una persona muy querida para mí, el sol sale para todos.

Y continuando con ese ya acostumbrado apelar a mi alícuota sajona, ilustro esta entrada con otra de las obras del pintor estadounidense Norman Rockwell, titulada A Christmas Homecoming (Regresando a casa en Navidad), del año 1948, misma que creo que no requiere mayor explicación. Ojalá lo encuentren interesante.

¡Feliz Navidad!

domingo, 18 de noviembre de 2012

Parada forzosa...

Una circunstancia personal - personalísima en realidad - me hace tener que hacer un alto en el camino iniciado aquí hace ya cuatro años y unos días. No es que se me haya secado el seso, o que se me haya acabado la afición, la voluntad o las cosas para contar aquí. Es simplemente que se me ha recomendado parar un poco.

Espero estar de vuelta en unas cuantas semanas. Les agradezco su atención a lo que yo pueda o quiera expresar por aquí.

domingo, 11 de noviembre de 2012

Una fotografía con historia (III)



Fotografía: Manuel Vaquero. © Archivo Ragel.
Cortesía: Carlos González Ximénez
Para su actuación del 22 de septiembre de 1935 en la plaza de toros de Las Ventas de Madrid, Juan Belmonte hizo saber que esa sería su postrera presentación vestido de luces ante el público de la capital española. Y se fue triunfalmente, cortando el rabo al toro Ocicón de don Francisco Sánchez de Coquilla, corrido en cuarto lugar esa memorable tarde. 

Apenas un año antes, al reaparecer ante la cátedra, había cortado, en la cuarta corrida de toros que se ofrecía en ese nuevo escenario, el primer rabo de su historia, a Desertor de doña Carmen de Federico. Eran los tiempos en los que se podía ser el primero en varias cosas en esa plaza. Así, Fortuna mató el primer toro en ese ruedo, Hortelano, de Juan Pedro Domecq, antes Veragua; Maravilla cortó allí la primera oreja; Armillita y Domingo Ortega dieron la primera gran tarde de toros y podemos seguir en una sucesión de primicias, pero no es aquí el caso.

La reproducción del hecho en La Voz

El día en el que probablemente su amigo Sebastián Miranda le hizo entrega del busto que carga en la imagen que da pie a que meta yo los míos, Juan Belmonte pronunció lo que sería su última lección magistral ante la afición de Madrid. Y lo hizo vestido de plata, así como cuando el día que reapareció, su vestido iba bordado en hilo blanco. Federico M. Alcázar, que por esos días tenía su tribuna en el diario La Voz, expresa estos pareceres acerca de la comparecencia de El Pasmo esa señalada tarde:

...Yo no sé si esta nueva estética llegará a su completa realización o quedará sólo en Belmonte, pues depende de que encuentre otro genio interpretativo – no creador – que lleve la lleve al término de su desarrollo dándole cabal y perfecta expresión... Yo no sé si Belmonte se va o se queda y si la de ayer es la última o penúltima corrida que va a torear. Si no es merece serlo, para que su recuerdo quede en la memoria de la afición... Como amigo, quiero que se marche y no se exponga a los riesgos que tiene la profesión, a pesar de que el riesgo – como ha dicho D'Annunzio y ayer me recordaba Sebastián Miranda –, es el eje de la vida sublime... ¿Qué faena fue la mejor? Las dos: pero de más mérito la del cuarto. Y el mérito de esta faena no radica en el número y calidad de los pases... sino en ver dónde estaba la faena y realizarla precisamente allí. En darle al toro lo que pedía... Y después de torear, matar. Y matar bien, esto es, con estilo de matador. Una tarde de apoteosis, con la oreja del primer toro, las orejas y el rabo del cuarto y un público enardecido que no cesa de aclamarlo delirante, loco de entusiasmo... 

La conclusión generalizada de quienes vieron al torero de Triana irse de los toros por propia decisión, era de cierta extrañeza. Se veía pleno de facultades y anunciando, como lo apunta la crónica de Alcázar, una nueva manera de hacer el toreo. Así también parece advertirlo Federico Morena, de El Heraldo de Madrid, que reflexiona lo siguiente: 

...El traje que lleva puesto – corinto y plata – es un símbolo. La montera también. Son – o lo parecen al menos – de aquella época, de la época de la alternativa. Representan cuanto de viril y grandioso tenía el toreo entonces. Representan también cuanto aportó al toreo Juan Belmonte, el verbo, el generador del nuevo arte... Los discípulos de Juan han aprendido, al cabo del tiempo, a parar y a templar. En esto alcanzan, sin duda, un alto grado de perfección. Pero no han dado con el secreto de ligar, pese a las lecciones que el maestro ha explicado en reiteradas salidas... 

Lo que Morena y Alcázar, ambos en su éxtasis por el triunfal adiós de Belmonte no alcanzan a vincular, es que unos cuantos años antes, otro torero sevillano – y trianero también – Manuel Jiménez Chicuelo, había encontrado la manera de reunir las piezas de ese rompecabezas suelto que implica el parar, templar y ligar al mismo tiempo. Lo había hecho ya en el viejo Toreo de México con los toros Lapicero y Dentista, ambos de San Mateo en 1925 y que en la Plaza de la Carretera de Aragón que estaba a punto de sucumbir a la picota, lo dejó patente con el toro Corchaíto de Graciliano Pérez Tabernero.
La entrega del busto vista por Martínez de León
en el diario madrileño El Sol

Quizás ese 22 de septiembre de 1935, cuando para lidiar esa corrida de Francisco Sánchez de Coquilla se acarteló con Marcial Lalanda y Alfredo Corrochano, Juan Belmonte decidió que era ya la hora del adiós, era porque sabía que el círculo se había cerrado y que, sus continuadores tendrían, a partir de ese momento la responsabilidad y el peso de llevar adelante la evolución del toreo.

Agradecimiento: Se lo expreso a Carlos González Ximénez, custodio y titular del Archivo Ragel, por haberme permitido utilizar la imagen que me permite expresar estas ideas y reciclar este texto publicado originalmente en su Tauropedia en mayo de este año.

Aclaración: Rebuscando sobre el tema, me encuentro en el ejemplar del semanario madrileño Crónica, aparecido el 29 de septiembre de 1935, una reseña firmada por Federico Piñero, en la que asegura haber visto esta corrida acompañado por el escultor Sebastián Miranda y que el que entregó el busto a Belmonte, fue un joven aficionado. La reseña de mérito, la pueden consultar aquí.

lunes, 5 de noviembre de 2012

Los toros en el cine: The Brave Bulls (Toros Bravos) y II

La cinta

El anuncio de la cinta en los vestíbulos de las salas
Rossen intenta concentrar Brave Bulls en la lucha de Luis Bello, el matador de toros que es el personaje central de la novela de Tom Lea con sus demonios interiores. Esos demonios en realidad serán un triángulo. La lucha por encontrar su verdadera identidad; la lucha por superar su propio miedo y la lucha constante por encontrarle sentido a su sitio dentro de la fiesta de los toros.

Luis Bello es en la trama de la novela un huérfano de la Revolución Mexicana, uno de esos que a pesar de que todo lo dieron en la guerra, perdieron a sus seres queridos y continuaron sirviendo a quienes pretendieron derribar de la cúspide de la pirámide social. En un flashback de la cinta, se le ve trabajando para los Pedrazo, grandes terratenientes y criadores de caballos de raza, desde una muy corta edad. Es a través de ellos que tiene su primer contacto con los toros de lidia, en la finca de don Tiburcio Balbuena, Santín en la cinta, Las Astas en el libro y es allí, según la trama, cuando decide hacerse torero para sacar a su familia de la miseria en la que vivían y de la que las promesas generadas por una guerra fratricida nunca los sacó.

Rossen logra dibujar de una manera más o menos fiel ese conflicto del torero – Mel Ferrer – quien se convierte en la víctima de la incomprensión de su familia. Su madre no comprende por qué solamente va a la casa familiar a recuperarse de las cornadas o a los funerales de los familiares cercanos. Tampoco entiende por qué Pepe – el debutante Eugene Iglesias – su hijo menor, decidió seguir los pasos de Luis y jugarse la vida delante de los toros. Los demás miembros del clan ven al diestro como una especie de caja registradora, al que solo recurren cuando se requiere dinero y esa suma de incomprensiones le produce una crisis de identidad personal.

Esa crisis se va a acentuar cuando se involucre sentimentalmente con una educada viuda de las altas esferas sociales de la Ciudad de México, Linda de CalderónMiroslava Stern – quien en la trama de la película, le es presentada por su apoderado Raúl FuentesAnthony Quinn – en vísperas de su presentación en la Plaza México para sustituir a Antonio Velázquez, herido días antes en Puebla y es este quizás uno de los deslices del guionista John Bright, pues en el texto de la novela, Luis Bello conocía a Linda de Calderón con antelación y ya pretendía una relación con ella, pues en la película lo hace aparecer como un amor a primera vista y en realidad, era una relación que se venía generando del hecho de que el torero frecuentaba los círculos de su apoderado, que era un miembro de una de las familias más renombradas de la capital y no un taurino profesional.

Todas esas cuestiones harán mella en Luis Bello, que en toda la trama de la historia se encontrará en la búsqueda de su realidad personal, de su verdadera identidad, porque la confusión sobre ella, es la que le está llevando a otros conflictos, de igual o mayor gravedad que estos y que están en la posibilidad de dar al traste con su vitola de torero triunfador.

Mel Ferrer y Miroslava en Toros Bravos
Los miedos de Luis Bello son consecuencia de su crisis de identidad. El no tener la certeza de cuál es su sitio en el mundo. La tarde en la que sustituye a Velázquez, el miedo a ser herido no le permite estar bien, aun habiendo brindado a Linda el primero de su lote. El primer espada, Juan Salazar será muerto por el cuarto de la tarde, al que Bello, como segundo espada tiene que dar muerte. En la muerte de Salazar, un torero viejo, con nombre pero sin fortuna, ve Luis su futuro y encuentra también la justificación para las precauciones que exhibió esa tarde. Es cuando le dice a su hermano Pepe y a su cuadrilla – representada entre otros por los toreros Pepe Luis Vázquez – mexicano –, Vicente Cárdenas Maera, don Felipe Mota y Pancho Balderas – que así como los toros dan dinero, también reparten cornadas y muerte.

Esos temores se acentuarían cuando Raúl Fuentes y Linda de Calderón perezcan juntos en un accidente de automóvil – el Cadillac del torero – mientras éste torea en Guadalajara. Volverá a sentir la presencia cercana de la muerte con el ingrediente añadido de la traición – misma que ignoraba, pues Fuentes y Linda de Calderón se entendían desde antes a sus espaldas – lo que le hace perderse de vista, para reaparecer en un bar de barriada – en la novela es en un discreto burdel, pero el Código Hayes seguramente exigía ese ajuste – unos días antes de la corrida con la que cierra la historia.

Los miedos de Luis Bello lo comienzan a desubicar acerca de su posición en la fiesta. Pierde la conciencia de su responsabilidad hacia la afición, hacia su cuadrilla y hacia sí mismo. Su primera intención es la de dejar los toros, pero el examen de la situación financiera de Salazar tras de su funeral, le deja ver que no está en aptitud de hacerlo. Ha gastado dinero a manos llenas y no tiene otros medios para subsistir, pues como dice repetidamente a Linda, torear es lo que hace para vivir, no sabe hacer otra cosa y entonces, tiene que prepararse para el futuro.

El abogado de la familia de Fuentes, Félix Aldemas LeónFernando del Valle – cuando se acerca a los Bello para encargarse temporalmente de sus asuntos, le dice a Pepe lo siguiente:

Quiero decirte esto. Méteselo en la cabeza a Luis y piensa tú también en ello, ahora que empieza tu carrera. Es criminal desperdiciar el dinero que ganan en las plazas a costa de arriesgar su vida. A menos de que Luis cambie, terminará en la calle. Como Salazar y como un centenar de toreros más a los que puedo nombrar. Es tiempo de que Luis cambie. Y este triste momento es oportuno para decidir este cambio. Tengo el más profundo afecto por el recuerdo de Raúl Fuentes y comprendo las irresponsabilidades y la falta de criterio de los jóvenes con sangre ardiente. Pero no quiero ver que tu hermano siga cometiendo errores…

Aun cuando en principio Aldemas se refiere a la cuestión monetaria, advierte en el fondo que Luis Bello se encuentra en una situación en la que no sabe cuál es exactamente su sitio en el entorno en el que domina y esa falta de ubicación le puede impedir el cristalizar sus esfuerzos en conseguir el merecido reposo del guerrero.

La catarsis vendrá en una corrida que se celebra en honor de Santa Bárbara en un pueblo llamado Cuenca. Allí actuarán mano a mano los hermanos Bello ante toros de Santín – insisto en que en la novela la ganadería era Las Astas – ante un singular encierro, en el que se incluye un toro que, a pesar de sus defectos – le faltaba el rabo y tenía la jeta deforme por haber sido atacado por coyotes cuando becerro – era de la mejor genealogía de su vacada. En esa tarde Luis Bello despejaría todas sus dudas acerca de quién era, de qué papel jugaba en el planeta de los toros y de su capacidad de sobreponerse a su propio miedo y a su instinto de conservación para así poder crear arte delante de los toros.

Mel Ferrer y Anthony Quinn
El detonante de la recuperación será el ver a su hermano Pepe en un momento de apuro ante el primero de su lote. Allí se dará cuenta de que no es él la única víctima de los cuernos de los toros y que también pueden herir a los que están cerca de él. Se percatará de que tiene ante ellos una responsabilidad, como la tiene ante el público que asiste a las plazas y al hacerlo, el destino le deparará un toro bravo – el defectuoso, llamado Brujo – que le permitirá el reencuentro necesario para retomar una carrera que iba en ascenso hasta antes de la sucesión de defunciones que le confunden en cuanto a su ubicación personal y taurina.

La expresión con la que la película concluye, es la que Luis Bello dirige a su hermano Pepe expresándole que un hombre no puede vivir siempre presa de sus miedos, cuando van camino a la enfermería, entre la algarabía de un público enfebrecido por el triunfo de dos toreros que aprovecharon la bravura de los toros y que se sobrepusieron a sus propias debilidades.

La crítica

En su día The Brave Bulls fue objeto de una exhibición efímera. Los líos de Robert Rossen con el HUAC motivaron su pronto retiro de las carteleras y por ello, me atrevería a decir que es una cinta de un raro culto, casi radicado entre los aficionados a los toros, más que entre los cinéfilos, dada la escasez de material sobre el tema.

Bosley Crowther, en la edición del 19 de abril de 1951 del New York Times, encuentra la traducción de Rossen a la obra de Tom Lea: brillante y que captura la crudeza salvaje y poderosa de la fascinación y repulsión que provoca la fiesta de los toros en la vida de las personas… Aclara que esa afirmación es para él importante, porque lamentablemente en los términos del Código de Producción –   el ya citado Código Hayes –, la muerte del toro y el proceso para llevarlo a ella, no puede ser mostrada y eso es observado a cabalidad.

Por su parte, la crítica sin firma aparecida en la revista Time del 23 de abril del propio año se pronuncia en sentido contrario al proclamar que: 

Rossen indispone el delicado equilibrio que existe entre la dureza y la nobleza que hay en la fiesta de los toros… (y) falla en hacer justicia al toreo como arte, como código de honor y como símbolo de valor… la falla se vuelve evidente en el clímax de la película cuando el protagonista se sacude su miedo y calmadamente enfrenta la muerte… Ferrer nunca se introduce en su personaje… Miroslava, una edición rubia de Rita Hayworth, irrumpe en la atmósfera mexicana como una femme fatale de “stock” hollywoodense. Los aficionados a los toros pueden solazarse con algunas escenas taurinas escogidas por el director Rossen, aunque siempre sujetas al “Código de Producción…

En el Variety del 1º de enero de 1951, se decía:

…las secuencias taurinas tienen una calidad que provocarán fascinación y repulsión. El guión se refiere a un matador que de ser un campesino, llega a la posición de ser un verdadero ídolo popular y que en la cúspide de su fama, se encuentra en un estado de confusión al creer que la posición de la que goza la debe exclusivamente a su apoderado y mentor…

La realidad de las cosas es que el entendimiento del sentido de la película – al menos desde mi punto de vista – no se puede dar si no se entiende la cuestión taurina y eso es lo que comenzó desde la elaboración del guión por John Bright. Al adaptar la novela de Tom Lea para el cine, omite un par de referencias personales que a mi juicio son fundamentales para entender los demonios contra los que Luis Bello lucha. El primero de ellos es de carácter temporal respecto de su relación con Linda de Calderón. Sí se planteara su relación con ella desde el inicio de la película, quedaría claro por qué le produce tanto dolor el engaño del que lo hace objeto su apoderado Raúl Fuentes con ella, el que descubre cuando mueren juntos en el accidente de automóvil que tiene lugar mientras Luis torea en Guadalajara.

Mel Ferrer
El segundo y que explicaría muchas cosas relativas a la personalidad taciturna y retraída del diestro, es el dejar sentado que era viudo. Que su esposa había muerto diez años antes mientras él hacía campaña en Lima y que se llamaba Bárbara y que era por eso que la fiesta de Cuenca tenía cierto significado para él y que esa ausencia de la mujer amada le impedía relacionarse, al menos de manera sentimental y con visos de permanencia, con otras mujeres, algo que pensó que pudo tener con Linda de Calderón y que vio disiparse en un abrir y cerrar de ojos.

La ausencia de esos dos detalles en el guión hace parecer a los dos personajes, Luis Bello y Linda de Calderón, huecos, incompletos y malos intérpretes a quienes los llevan a la pantalla. Debo diferir también con el crítico de la revista Time – a toro pasado – en su apreciación de la femme fatale de stock, pues no todas las mujeres mexicanas son morenas de larga cabellera como supongo querría ver el crítico a una belleza del Sur del Río Bravo que no desentonara. 

Se alaba y se critica el uso de los stock shots y la realidad es que aunque Floyd Crosby y James Hong fueron los encargados de las cámaras durante la filmación, y que el primero fue procurado por Rossen por su experiencia en la filmación de documentales, el uso de las escenas taurinas filmadas previamente es desastroso, pues en una misma faena se usan materiales de dos o tres distintas, sin cuidado de siquiera compaginar el color de los vestidos de los diestros, por lo que puede abrir de capa un diestro con vestido oscuro y torear con la muleta otro con vestido claro, lo que insisto, refleja una defectuosa asesoría técnica en la materia, no obstante que se diga en los créditos que el matador mexicano Pepe Luis Vázquez y el doctor Alfonso Gaona la prestaron durante la filmación, cuando en realidad, cuando debieron hacerlo fue durante la post producción.

Reportaje sobre Toros Bravos
En cuanto a las locaciones, las de los tentaderos se efectuaron en la plaza de tientas de lo que en su día fue la ganadería del Orfebre Tapatío Pepe Ortiz, en la Hacienda de Calderón y la corrida de Cuenca, en la Plaza de Toros Oriente, de San Miguel de Allende, Guanajuato. Igualmente, se hicieron tomas en diversas dependencias de la Plaza México.  

En cuanto a la novela original, ya apuntaba que los toros lidiados en la corrida de la catarsis eran de Las Astas, ganadería que se inspira, según detalles que se captan de su lectura, en la ganadería de La Punta, cuando el personaje Tiburcio Balbuena, propietario de Las Astas, refiere a Eladio Gómez, empresario de Cuenca, señalándole una habitación, que en ella durmieron todos los toreros importantes de la historia, desde Bombita hasta Manolete, sin faltar uno solo y eso en la vida real es así, en La Punta hay una habitación con esas características, que lleva en la puerta el nombre del Monstruo de Córdoba.

En suma, The Brave Bulls es una película que merece la pena ser vista, porque escapa a la temática común de las cintas comerciales de toros y toreros, abordando desde un ángulo distinto lo que vive en su interior uno solo de los personajes de la fiesta.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Los toros en el cine: The Brave Bulls (Toros Bravos), I

Aclaro: Esto ya lo había publicado yo en otro lugar y tiempo, pero creo que vale ponerlo aquí una vez más. Espero que Ustedes también lo consideren así.


Cartel anunciador de Toros Bravos
Tomás Pérez Turrent (apodado El Choni en su época de novillero), escribió en su día que el cine argumental taurino contiene mucho melodrama y poco arte. Desconozco si expresó alguna opinión sobre la cinta que da título a esta participación, pero creo que de haberla criticado, quizás le hubiera motivado a rectificar en algo su afirmación, que parece injustamente lapidaria.

El autor de la historia

The Brave Bulls es la representación cinematográfica de la novela escrita por Tom Lea (El Paso, Texas, 1907 – 2001), un personaje de la historia artística estadounidense que reúne entre sus habilidades, la de ser un extraordinario escritor y un extraordinario pintor. Además, fue corresponsal de guerra de la revista Life, cubriendo acontecimientos como la campaña de Peleliu en el Pacífico en el año de 1944. Como pintor y muralista, se inspiró en Europa en la obra de Eugene Delacroix en París y Piero Della Francesca y Luca Signorelli en Italia.

Su capacidad artística como pintor le obtuvo la posibilidad de ganar los concursos para pintar diversos murales en distintos edificios públicos a través de los Estados Unidos, como el Edificio de Correos Benjamín Franklin en Washington, D.C.; el Edificio Federal en El Paso, Texas y la Estación de Ferrocarriles Burlington en Lacrosse, Wisconsin entre otros. Pero al tiempo que pintaba, no descuidó la arista literaria de su personalidad y escribió dos novelas, The Hands of Cantú (Las Manos de Cantú) y la que nos ocupa en este momento, así como de otros 15 libros sobre otros temas diversos.

Sobre The Brave Bulls, cuya primera edición vio la luz en 1949, Tom Lea comenta lo siguiente:

…mi padre me había llevado a las corridas y había leído Muerte en la Tarde, así que empecé a seguir los toros, conocí a varios de esos jóvenes que aspiran a ser toreros, lo que me encantó y me hizo pensar que no existía manera de que yo pudiera realizar una obra ilustrada en la que pudiera plasmar mis sentimientos acerca de la fiesta de los toros, así que decidí escribir una novela. Empecé a escribir Toros Bravos en marzo del 47. El primer capítulo lo reescribí catorce veces y para el otoño de ese año ya tenía cuatro capítulos, los que envié a Boston y la respuesta que recibí, fue en el sentido de que me darían un anticipo por los derechos de la novela… También les hice saber que concebí los capítulos de la novela como un muralista, que conocía el principio y el final de cada uno, más no el intermedio… y que por eso quería ilustrar el inicio de cada uno de ellos. Eso les sorprendió, pues las novelas dejaron de tener ilustraciones casi desde la época Victoriana, más cuando vieron el proyecto de esos primeros capítulos, consideraron que podían convertir la novela en un ‘best seller’…

La crítica de la obra en su día fue favorable, pues se consideró que no hacía consideraciones filosóficas sobre la fiesta, sino que la presentaba en su cruda realidad. Y seguramente que fue exitosa, pues entre su primera edición americana y el año de 1960 se tradujo al noruego, alemán, francés, italiano, holandés y español (México y España) y además se hicieron ediciones en inglés para Inglaterra y Australia.

Viñeta de Tom Lea que ilustra la novela
The Brave Bulls
Esa fue la materia prima que el guionista John Bright, nominado para el Óscar en 1931 por su labor en El Enemigo Público número Uno utilizó para perfilar la historia que Robert Rossen, un proscrito, dirigiría y produciría casi al tiempo en el que la novela salió a las librerías. 

Robert Rossen

El director y productor de la cinta sería el entonces ya polémico Robert Rossen (Nueva York, 1908 – Hollywood, 1966), quien inició su andadura en el cine una docena de años antes de la producción de Toros Bravos, como co – guionista de La Mujer Marcada, película que tuvo como estelares a Humphrey Bogart y Bette Davis

La novela de Tom Lea salió a la luz en abril de 1949 y el New York Times, en su edición del 24 de mayo de ese mismo año, anunciaba que Rossen había adquirido los derechos cinematográficos sobre la novela, misma que filmaría como una producción independiente para Columbia Pictures, tan pronto como concluyera con el rodaje de All the Kings Men, cinta que obtuvo tres premios Óscar el año de 1949: al mejor actor (Broderick Crawford); a la mejor actriz secundaria (Mercedes McCambridge) y a la mejor película. 

Señalaba que Rossen era, al momento del inicio del rodaje de Toros Bravos, un personaje polémico. Después del 7 de diciembre de 1941, se distinguió por su oposición a la concentración de los recursos bélicos de los Estados Unidos en la guerra del Pacífico en Asia, abogó por la ampliación de un segundo frente en el teatro de operaciones europeo para contener las avanzadas de los nazis y fue cuando se comenzó a señalar su simpatía o afiliación al Partido Comunista de los Estados Unidos.

Al final de la Segunda Guerra Mundial, participa en un movimiento de huelga en contra de la Warner y forma con Hal Wallis una productora independiente que solamente culmina una cinta, dado que la capacidad de Rossen motiva que se le contrate free – lance por otras compañías, lo que termina de esa manera su asociación con Wallis. Es también en ese tiempo cuando Jack Warner presenta al Comité Congresional de Actividades Antiamericanas (HUAC por sus siglas en inglés) una lista de escritores izquierdistas, entre los que incluye a Rossen y en contra de los cuales se inicia una cacería de brujas.

La novela
Aunque Rossen no será citado a declarar ante el HUAC de inmediato, por lo pronto pierde la oportunidad de dirigir El Tesoro de la Sierra Madre, proyecto en el que había iniciado trabajos y comienza a encontrar diversos escollos para encontrar sitio profesional, tanto, que para tomar la dirección de All the Kings Men, tuvo que manifestar por escrito a Harry Cohn, de Columbia Pictures, que había dejado de pertenecer al Partido Comunista. A Cohn le resultó suficiente esa declaración escrita por un tiempo, porque en 1951, apenas un mes después del estreno de Toros Bravos, declaraba que negociaba la terminación de sus asuntos con Rossen porque éste había sido llamado a declarar con relación a sus ligas con el Partido Comunista.

En 1951 Rossen se negó a proporcionar información, bajo el argumento de que podía incriminarlo a él también. Sin embargo, otros declarantes ante el mismo HUAC lo señalaron como miembro de la izquierda y por ello entró en la lista negra, lo que le apartó de los foros por dos años, pues en 1953 vuelve, de manera voluntaria ante el HUAC y allí reconoce, haber sido miembro del Partido Comunista de 1937 a 1947 y haberle hecho aportaciones económicas por un monto aproximado de 40 mil dólares. Además, en su testimonio señaló alrededor de 60 personas que según su conocimiento, también eran simpatizantes o miembros del Partido Comunista, casi todos ya nombrados en testimonios anteriores. Eso le sacó de la lista negra y le daba la oportunidad de volver a dirigir, ya que:

Le mataba el no trabajar. Estaba roto entre su deseo de trabajar y su deseo de mantenerse en silencio y no sabía que hacer. Yo creo que lo que quería saber era lo que yo pensaría de él si hablara. Nunca me lo dijo de esa manera. Aunque luego me explicó la política sobre el tema en los estudios y me hizo ver que de permanecer callado, no tendría oportunidad de volver a trabajar. Estaba bajo mucha presión, enfermo, su diabetes estaba sin control y bebía demasiado. Para ese tiempo yo ya había entendido que se había rehusado a hablar antes y que ya había cumplido su castigo, desde mi punto de vista. ¿Qué le puede decir un hijo a su padre en ese punto? La respuesta sería: ‘Estoy contigo hasta el final…’

Esa era la visión que Stephen Rossen presentó a Lorraine Lo Bianco acerca del efecto que produjo en su padre el tener que abjurar de sus creencias para poder mantenerse en activo. No obstante, su posición en Estados Unidos no le era ya muy cómoda y por ello emigró a Europa donde estuvo 6 años y aunque volvió a dirigir en su patria, nunca recuperó el placer que le producía el hacerlo en sus inicios.

Este es el hombre que, según la crítica de su tiempo, logró con Toros Bravos:

…capturar con pasión por la autenticidad y un uso creativo de cámaras y grabadoras de sonido que se combinan para la creación de un arte fluido, la recreación del ambiente que se respira en las calles y en las plazas de toros de la Ciudad de México, hasta las fiestas y las plazas de toros de los pueblos de la provincia mexicana, hasta donde ha llevado sus cámaras, artesanos y reparto y ha capturado la esencia de una cultura que eleva el arte de matar toros…

Concluye mañana...

domingo, 28 de octubre de 2012

En el centenario de José Alameda (X)


Alameda antes de Alameda (IX)

José Alameda con el Arq. Juan Sordo Madaleno
ganadero de Xajay
En esta oportunidad seleccioné la crónica de la novillada celebrada en El Toreo el domingo 20 de agosto de 1944 en la que para lidiar novillos de Ajuluapan (5) y Sayavedra (6º), alternaron Félix Briones, Leopoldo Gamboa y el debutante Raúl Iglesias, porque veo que en ella el joven Alameda destaca los valores del conocimiento y dominio del oficio en el torero, sobre el hecho de hilvanar una faena a partir de una sucesión de lances o de pases más o menos ligados. Bajo el título de Buen debut de Raúl Iglesias, y todavía firmando como Carlos Fernández – Valdemoro, podremos encontrar en esta remembranza, una buena loa al toreo que se hace a partir de conocer las condiciones de los toros y los terrenos que los toreros deben ocupar. La crónica apareció publicada en el número 92 de La Lidia, el viernes 25 de agosto de 1944:
El domingo pasado, hizo su presentación en “El Toreo” un novillero al que yo quisiera ver torear de nuevo. Es Raúl Iglesias, muchacho que tuvo un debut afortunado y desafortunado a la vez. Afortunado, porque alcanzó un buen éxito. Desafortunado, porque ese éxito no es nada para el que hubiera podido alcanzar, de haber lidiado novillos propios para el triunfo… Cuando se dio suelta al tercero, Raúl Iglesias fue a buscarlo a terreno comprometido, cerca de tablas y delante de los chiqueros, donde los toros “pesan” siempre mucho. Al verlo, pensé que acaso el muchacho – principiante, al fin y al cabo – desconocía la importancia de lo que estaba haciendo. Pero pronto me convencí de lo contrario. Raúl sabía muy bien el terreno que pisaba, sólo qué, confiando en su arte, contaba con salir airoso. Y así fue. Dio varias verónicas con un arte, una soltura y una serenidad verdaderamente poco comunes. Pero hizo muy mal en darlas allí, porque hay que rehuir las dificultades innecesarias. Los buenos lances de Raúl hubieran resultado mejores en cualquier terreno donde el enemigo no lo asediase como en tal sitio lo asedió. Cuando el diestro – que realmente lo es – se disponía a rematar al novillo, de un derrote le arrebató el engaño. Pero Raúl no se descompuso y salió sin apuros del trance, mientras el público le ovacionaba… Muleteó extraordinariamente bien a ese novillo, dándole primero una serie de ayudados por bajo, templadísimos. Comenzó en el tercio y fue ganando terreno hacia los medios, siempre animado por los aplausos. Irguióse luego para dar cuatro muletazos, altos y de pecho, los que ejecutó manteniendo las piernas firmes, ligeramente abiertas para encontrar buen sustento en la arena, y llevando al novillo toreado con naturalidad, sin efectismos, en forma clásica y seria. Luego, viendo ya más agotado al novillo, lo toreó por delante, cerca de tablas, muy seguro, muy sereno y muy hábil, sin que al aludir a su habilidad quiera yo insinuar que usase de ilícitos recursos. Muy por lo contrario, demostró que pueden conocerse los secretos del toreo, sin que ello traiga como consecuencias la adquisición de viciosas mañas, pues también el toreo eficaz tiene reglas de buen arte, que los toreros con “escuela” como Raúl Iglesias, conocen y aplican. Hubiera sido bueno que lo viesen los principiantes envejecidos, que antes de conocer la ley, conocen ya la trampa… Entró Raúl a matar estando el toro con la penca del rabo en las tablas y formando con ellas un ángulo agudo, es decir con la posición requerida para lo que “Paquiro” llamaba el “volapié mejor”, distinguido del que se practica en otros terrenos, por sus mayores dificultades. Y aunque Raúl no se reuniera a la perfección, ni diese a la muerte cualidades notables, me interesa señalar la forma y el lugar en que la hizo, porque eso contribuye a acentuar su carácter de torero propenso a lo clásico y notoriamente difícil. Dejó en esa forma, media estocada que, por resultar algo contraria, no dio fin al novillo. Y esto produjo la mala consecuencia de que el astado, dolido al acero, empezaba a encogerse. Lo hizo visiblemente cuando Iglesias entró por segunda vez. Pero el espada se dio cuenta enseguida, no obstante lo cual, le costó trabajo matarlo, porque el novillo casi retrocedió al sentirse herido. Raúl lo toreó entonces de nuevo, por bajo y por delante, con severa maestría, nada aparatosa, ni efectista, pero rara y, por ello, muy estimable en un principiante. Después, le metió el brazo con gran habilidad, haciéndolo todo él, y dejó una corta desprendida, que refrendó un descabello a la primera… Se le ovacionó con fuerza y él se “recetó” la vuelta al ruedo. Pero el público no se lo tomó a mal. Al contrario, redobló la ovación… En sexto lugar salió un novillo castaño bragado, de Ajuluapan, que parecía embestir con cierta alegría, pero que era terciado en exceso. Y como, a causa de ello fuera protestado por el público, le sustituyó un manso de Sayavedra, que se quedaba en el centro de la suerte y tiraba peligrosos derrotes altos. Fue un novillo dificilísimo, que hubiese puesto en amargos trances más de un matador de toros. Raúl lo toreó sin perder la serenidad y lo mató con decoro, comportándose en todo momento como un torero auténtico… Sería muy interesante verlo ante novillos de buenas condiciones, para saber lo que da de sí y hasta donde llegan las cualidades de lidiador enterado y con buen estilo que demostró poseer sin duda de ningún género… El primer espada, Félix Briones, recibió al novillo que abrió plaza con un lance a pies juntos, suave y ceñido. El público acompasó el movimiento del torero con un “olé” estentóreo. Pero, enseguida, el astado se quedó. Y aunque Briones, muy valiente, lo obligó a pasar y le dio otra buena verónica y un ceñido recorte, no alcanzó la cosa el elevado tono que hacía presumir el primer lance. Tomó el novillo la primera vara y Félix, aún más valiente que en la ocasión anterior, hizo un quite por chicuelinas apretadísimas, que le valió una ovación. Y como el astado rehusase después la pelea con los montados, la autoridad dio orden de que se le retirase al corral. Al sustituto le veroniqueó Briones también con mucho valor y, luego, al hacer el primer quite por orticinas, – que han vuelto a estar en boga desde que Luis Procuna las resucitó en la corrida de la Oreja de Oro – resultó cogido y aparatosamente volteado. Se levantó y quiso repetir los lances, demostrando con ello más carácter que malicia, pues el novillo no era ciertamente propio para tales adornos… En la segunda vara, derribó el de Ajuluapan, y como el picador cayese al descubierto, Manuel Gómez Blanco “Yucateco” metió el capote y se llevó al toro. Y aunque parezca mentira, cierta parte del público se lo premió con una rechifla. El “Yucateco”, sorprendido y disgustado – no era para menos – explicó por señas que no podía dejarse al picador a merced del toro. Y es que no cabe ni en cabeza de baturro que se abronque a un torero por hacerle un quite oportuno a un compañero en peligro. Sin embargo, hay gentes que creen que el quite no consiste en librar a caballo y caballero del riesgo inminente, sin en dar lances de adorno, vengan o no al caso. Que el dios Tauro los perdone… A la muerte llegó el novillo con acusada querencia hacia las tablas, y aún más allá de ellas. Y saltó al callejón, cuando Félix brindaba ya su muerte. Estaba el novillo decidido a evitarla y apenas lo sacaban de entre barreras, volvía a internarse. Abrieron por fin los monosabios la puerta del callejón que está ante la puerta de cuadrillas y allí se quedó aquerenciado el toro. Félix Briones hizo cuanto pudo para sacarlo, y aprovechó una arrancada para sacarlo hacia las afueras, logrando dejar una estocada un tanto pasada. Saltó el novillo, ya herido, al callejón y allí murió, mientras el público premiaba la voluntad y la decisión de Félix con nutridos aplausos… Al cuarto lo veroniqueó también Briones con sobra de valor, aguantando con singular entereza de ánimo sus violentas arrancadas y toreó después, en el primer quite, por gaoneras, con ajuste y temple, siendo ovacionado en las dos ocasiones… Con la muleta dio algunos pases de costado y por alto, y otros al natural, siempre cerca y empeñoso, aunque sin que hubiera ligazón en la faena por el agotamiento del enemigo. Cuando trasteaba por bajo, muy cerca de las astas, fue prendido y aparatosamente volteado. Pero se levantó indemne y acabó con el novillo de un pinchazo en hueso y una entera perpendicular… A Leopoldo Gamboa le correspondió en primer lugar un novillo berrendo en cárdeno, que estaba ligeramente resentido de la pata derecha. Gamboa, que no se acomodó al veroniquear, logró en el primer quite dos gaoneras muy ceñidas, que tuvieron como continuación unos lances por la cara, destinados a poner al toro en suerte… También este novillo manifestó acusada querencia hacia las tablas, por lo cual resultó sorprendente la decisión del “Chato” Guzmán de banderillearlo al sesgo por dentro, en forma que hacía inevitable que el novillo lo achuchara al seguir su querencia. El “Güero” Merino, a continuación, le enseñó la forma justa de banderillear a ese toro, que era exactamente la contraria, es decir, al sesgo por fuera. Y si el novillo achuchó también al “Güero”, al perseguirlo, fue porque el banderillero le llegó mucho, comprometiéndose con ello, pero no por haber cometido un error… Gamboa, acertadamente, dio tablas al enemigo y lo muleteó por bajo. Es decir, le hizo la faena adecuada, en la que, de haber puesto un poco más de decisión, hubiese alcanzado el éxito que su buena orientación merecía. Entró a matar al hilo de las tablas, dejando una estocada trasera, y, cuando intentaba el descabello, el toro se echó… El quinto que tenía sentido, le dio a Gamboa un achuchón verdaderamente asustante cuando el muchacho intentaba el primer pase. Esto desconcertó al torero que, al volver a citar, vio venir al novillo sobre sí y le soltó la muleta en la cara. En vista de lo cual, decidió entrar a matar inmediatamente, cosa que desagradó al público, aunque Gamboa no pudo estar más afortunado en su empeño, pues agarró una corta en todo lo alto, que terminó con sus tribulaciones… No hubo “séptimo toro”. Gracias Joaquín Guerra.     
Los espadas del cartel

Félix Briones (Foto: Manolo Saucedo
cortesía burladerodos.com)
Félix Briones, nativo de Monterrey tomó la alternativa en la plaza Coliseo de su ciudad natal el 24 de noviembre de 1946, siendo su padrino Lorenzo Garza, en corrida de mano a mano con el toro Reinero de la ganadería del propio Lorenzo Garza. Confirmó en la Plaza México el 29 de diciembre de 1946, llevando como padrino de nuevo a Lorenzo Garza y de testigo a Jaime Marco El Choni, siéndole cedido el toro Huerfanito de Zotoluca. Falleció el 11 de julio de 2011.

Raúl Iglesias, de San Luis Potosí, es el único torero mexicano que ha recibido la alternativa en la plaza de toros de Vista Alegre, la Chata de Carabanchel, Madrid, el 11 de julio de 1954. Le apadrinó Jaime Malaver, y fungió como testigo Enrique Vera, en la cesión del toro Ruiseñor de José Carvajal González. Falleció el 6 de abril de 2011.

A Leopoldo Gamboa ya se los había presentado en algún capítulo anterior de esta serie.

Necesaria Aclaracion: Los resaltados en el texto de la crónica transcrita, son imputables exclusivamente a este amanuense.

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