Mostrando entradas con la etiqueta José Carlos Arévalo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta José Carlos Arévalo. Mostrar todas las entradas

domingo, 8 de diciembre de 2024

La permanente solidaridad del toreo

El pasado domingo veía por la televisión el festival taurino que, en lo que ayer fuera la Chata de Vista Alegre, en Carabanchel, se ofreció para recaudar fondos para ayudar a aliviar los estragos que una DANA causó en diversas poblaciones de la Comunidad Valenciana. El final inesperado que tuvo, al más puro estilo de las obras del boom latinoamericano de la literatura, me recordó otro evento similar, celebrado en 1986, también ideado para intentar paliar en alguna medida las desgracias causadas por la erupción del volcán Nevado del Ruiz en Colombia. Y leyendo sobre este último festival, encontré lo que me parecen ciertos paralelismos. Es por eso que hoy trataré de exponerles lo que sucedió ese 5 de abril de hace ya casi 39 años y plantear lo que creo que son esos puntos de contacto.

Apuntes sobre una tragedia… ¿anunciada?

El volcán Nevado del Ruiz se ubica en la parte central de la cordillera de los Andes, entre los departamentos colombianos de Tolima y Caldas. Para 1985, la última erupción importante que tenía registrada databa del año 1845, pero ya a finales de 1984 se había advertido que el llamado León durmiente mostraba signos de actividad. Se afirma que las previsiones para un evento volcánico de gran magnitud fueron tardías y así, el 13 de noviembre de 1985, se produjo una gran erupción que afectó señaladamente a la ciudad de Armero, que prácticamente quedó sepultada bajo los materiales arrojados por las avalanchas causadas por la erupción.

Se habla hoy en día de una suma de entre 20 y 30 mil personas fallecidas o desaparecidas; 4000 heridos; más de 20,000 personas sin hogar por la destrucción de alrededor 5,000 viviendas. Se estima que los damnificados llegaron a los 250,000; y, las pérdidas materiales fueron estimadas entre 35 mil y 50 mil millones de pesos colombianos.

Sin duda, la fuerza de la naturaleza causó a las personas y a sus bienes una serie de daños, muchos de ellos irreparables. Las crónicas periodísticas de la época dejan ver que el resultado catastrófico pudo al menos ser amortiguado, si se hubiera respondido con diligencia a las advertencias de los geólogos y vulcanólogos que detectaron la inusual actividad del Nevado del Ruiz. Más el hubiera no existe y en esos días ya no quedaba más que tratar de paliar las consecuencias en la medida de lo posible.

La respuesta del planeta de los toros

Relatan tanto Vicente Zabala Portolés – en Tiempo de Esperanza –, como José Carlos Arévalo y José Antonio del Moral – en La Guerra Secreta – que, en medio de, justamente una guerra por los destinos de la plaza de Las Ventas, la Federación Nacional Taurina, encabezada en esos días por don Lucio de Sancho y la Embajada de Colombia en España, coordinaron sus esfuerzos para organizar un festejo taurino que generara recursos a favor de los damnificados en la región de Caldas – Tolima en Colombia. Pronto empezó Lucio de Sancho a encontrar respuestas y quizás las más resonantes fueron las de la Comunidad de Madrid, que puso a disposición la plaza de Las Ventas y la de Manuel Benítez El Cordobés, que, teniendo catorce años sin actuar allí y cuatro, retirado de los ruedos, era casi la garantía del lleno absoluto. Y el Huracán de Palma del Río” se mostraba animoso. Esto declaró a José Luis Suárez Guanes para el ABC madrileño:

Estoy encantado de hacerlo. No se puede decir que contento, pues el motivo de que se trata es por una verdadera tragedia, por una auténtica catástrofe. Pero yo no tengo más remedio que torear. Le debo mucho a Colombia. Indudablemente también se lo debo a todos los países donde se dan corridas de toros, pero Colombia, especialmente, siempre me trató muy bien y ahora es la ocasión de correspondería. Aprovecho esta ocasión para decir que también me ofrecí en su día para actuar con destino a los dañados por el terremoto de México, pero no he encontrado ninguna respuesta…

Me sorprende la última frase, en el sentido de que también se apuntó para aquel festival que se celebró el 12 de octubre de 1985 en la Plaza México, también a beneficio de los damnificados del sismo del 19 de septiembre anterior. Hubiera sido un ingrediente más de categoría al rico cartel que ese día se presentó y que representó, si la memoria no me traiciona, la última tarde en la que allí actuaron Antoñete y Manolo Vázquez.

El anuncio original del festival, programado para el día 5 de abril de 1986, contemplaba a Julio Aparicio, Antonio Chenel Antoñete, Andrés Hernando, Manuel Benítez El Cordobés, Sebastián Palomo Linares y los novilleros José Miguel Arroyo Joselito y Walter Castillo Macareno de Colombia, quienes lidiarían novillos de distintas ganaderías. El cartel comenzó a sufrir modificaciones, porque un problema de salud de Julio Aparicio motivó que se anunciara su sustitución por Paco Camino, que fue quien apareció en los carteles, cuando el festejo se anunció públicamente.

Al acercarse la fecha del festejo, se le adicionaron dos ingredientes adicionales: la transmisión por televisión a varios países de Hispanoamérica y la presencia en los tendidos de Julio Iglesias, invitado especialmente por El Cordobés y quien haría el viaje desde Miami para presenciar la reaparición de su compadre en el ruedo de Las Ventas. Así pues, en el papel, todo apuntaba a la redondez del evento.

La hora de la verdad

El sábado 5 de abril de 1986 fue un día lluvioso y frío, pero eso no impidió que la afición de Madrid y de muchos otros lugares del mundo se congregara en la plaza de Las Ventas. El reclamo de la presencia allí de El Cordobés después de casi tres lustros de ausencia tenía su encanto y un profundo toque de nostalgia. Escribe Vicente Zabala Portolés en el introito de su crónica para el ABC madrileño:

A la hora en punto, con el cielo entoldado, la gente se apretuja en los tendidos de la Monumental. Paraguas, gabardinas, impermeables. Da lo mismo, como si el tiempo se hubiera detenido en los años en que la gente comenzó a comprarse el coche, el piso y el chalé; como si viviéramos en el país de las horas extraordinarias, la chapuza, la seguridad ciudadana y la cartilla de la Caja de Ahorros con unas perras «por si una enfermedad»; como si tuviéramos no sé cuántos miles de obreros – ¿por qué no decirlo también? – currando en Alemania y enviando divisas; como si hubiéramos entrado en el túnel del tiempo, para instalarnos en la década de los años 60, así estaba ayer de pletórica de euforia la Monumental de las Ventas a la hora del paseíllo…

Para esa hora, ya se había anunciado que Paco Camino no actuaría por haber presentado un parte médico y que el novillo que le tocaba en suerte sería lidiado por Antoñete, quien se quedó con la encomienda por sorteo y en ese sorteo se llevó la suerte de la tarde.

El toro que correspondía a Paco Camino era de Torrestrella y su turno se corrió al quinto sitio. Ante él, Antoñete realizó una obra verdaderamente importante, tanto por su estructura y contenido, como por el hecho de que fue parte de la salvación de una tarde que se iba por el despeñadero. Escribe Joaquín Vidal para el diario El País:

Una muleta en la mano, se supone, sirve para torear. Unas veces, librando broncas embestidas, como hicieron Hernando y Palomo con dignidad; otras, para recrear el toreo sublime. Antoñete lo recreó ayer, en algunos pasajes del primer toro y, sobre todo, en los monumentales naturales que le sacó al noble Torrestrella. Adelante el engaño, lo traía toreado para ligar naturales hondos, y el de pecho de cabeza a rabo, y restallaban los oles, y los gritos de ¡torero!, con el ruido del mar embravecido. En redondo toreó peor el maestro: ahora la muleta quedaba atrás, y el pico delante y arriba. Pero se reconcilió con el arte mediante un trincherazo de cartel…

Por su parte, Zabala Portolés, en retrospectiva, en su libro Tiempo de Esperanza, reflexiona así la actuación triunfal de Antoñete esa lluviosa tarde:

El del mechón blanco tuvo la suerte de llevarse un gran toro de Álvaro Domecq. Le llegó la hora de su particular venganza. Un tonto a mi lado dijo eso de ¡vaya toro que le ha tocado a ese torero! Le respondí sin vacilar: ¡y vaya torero que le ha tocado a ese toro! … Una y otra vez la muleta del torero de Las Ventas se adelantaba hasta el morro para tirar rítmicamente del burel jerezano... Perdió la noción del espacio... Entre serie y serie abría la boca como un pájaro pión, porque se ahogaba él mismo de la emoción que le producía contemplar a la cátedra puesta en pie aclamándole, gritándole ¡torero!, ¡torero! … Y vuelve otra vez a llevar el trapo a los ojos del de Torrestrella, como para cegarle... y como ciego de temple, de gusto, diría yo, sigue la trayectoria que le marca el mando de "Antoñete"... En pleno delirio de los graderíos, cita a recibir... deja una estocada corta. La plaza se pone blanca de pañuelos. El cielo, también conmovido, cierra la llave del grifo del agua... Una oreja. La otra. Hay quien pide el rabo. Con los despojos en la mano inicia una lenta vuelta al redondel, mientras la afición le vitorea y le pide a gritos que vuelva a los toros...

El otro triunfador fue un novillero, el más prometedor en ese momento de la entonces Escuela Nacional de Tauromaquia – hoy Escuela de Tauromaquia de la Comunidad de Madrid – llamado José Miguel Arroyo y apodado Joselito. El chaval se llevó también las dos orejas del novillo de Carlos Núñez que le tocó en suerte. Escribió Vicente Zabala para el ABC:

El joven Joselito estuvo muy bien con el que brindó a Lucio de Sancho. Llevó a cabo una bonita faena, sacando partido del buen son del toro de Núñez, al que toreó primorosamente con la izquierda. Soberbio el volapié, entrando con arrestos. Las dos orejas para el crío. Le viene de perlas este triunfo de cara al futuro, que se le presenta esperanzador. Esta vez le ha visto mucha gente, y han salido hablando mucho – y bien – de este Joselito que lleva el toreo en la cabeza y la afición a punto, incluso desmedida. Como debe ser…

Por su parte, Joaquín Vidal, en El País le refiere lo siguiente:

La apoteosis del papa torero de Madrid enlazaría, ratito después, con la de Joselito, otro madrileño, un chavalín, aún monaguillo, aunque ya ascenderá. Ejercitaba el toreo con la facilidad y la cadencia de los virtuosos; un temple inacabable en la largura de los naturales y redondos; el de pecho cerniendo la embestida al hombro contrario; la personalidad en la interpretación de las suertes, y un aplomo pasmoso para ceñir el pitón a distancias de escalofrío. Finalmente, los ayudados, al estilo de los maestros, para cuadrar, y la estocada volcándose sobre el morrillo…

Como se ve y como podemos comparar con el festival de hace una semana, resulta ser el novillero que viene cerrando la tarde, quien provoca que todo el mundo se haga lenguas con su toreo. En el caso del festejo de 1986, fue el penúltimo, el del primer día de este diciembre, fue la torera Olga Casado, quien, además, debutaba con picadores.

¿Y El Cordobés?

Manuel Benítez se situó en el centro de la polémica. No habrá que perder de vista que el influjo de su nombre fue seguramente, el que llenó los tendidos de la monumental madrileña, pero como decía el introito de la crónica de Zabala en el ABC, su toreo era ya de otro tiempo y además, con cierta sorna, señalaba que el novillo que mataría en el festival, sería quizás más grande que muchos de los toros que mató vestido de luces.

Por su parte, Joaquín Vidal relató:

El Cordobés, – ¡Manolooo!, para los fans – traía preparado su show, con participación de Julio Iglesias, y estaba en el tendido todo el cordobesismo nostálgico dispuesto a reafirmar su militancia en fervorosa adhesión a Manolo ¡Manolooo! La afición madrileña apenas tenía voz entre tanto alboroto y el toreo parecía que tampoco tendría cabida en la fiesta. Pero habían comparecido también allí dos toreros, Antoñete y Joselito, y a impulsos del toreo sublime – ¿no es siempre sublime el toreo? – limpiaron de bufones y bufonadas el histórico ruedo de Las Ventas…

Y para más INRI, al rematar un quite, se le tiró un espontáneo, quien por esos días afirmaba ser hijo de Benítez, pero sin aportar mayores evidencias. Manuel Díaz El Manolo, fue sacado del ruedo de mala manera por la cuadrilla de su entonces, presunto padre. (Video en esta liga)

Mal saldó sus cuentas y aunque José Carlos Arévalo y José Antonio del Moral intentaron aliviar su situación señalando que el triunfo y el fracaso fueron de dos toreros retirados, que ni El Cordobés volvería a la lucha, y tampoco Antoñete cambiaría el devenir del toreo, que, en todo caso, la lucha estaba en otros campos de la propia fiesta.

Al final de todo, como el pasado domingo, los mayores dejaron que Joselito fuera quien saliera en hombros de la plaza, reconociendo a una nueva generación de toreros que pedía paso. Y quedó también claro en esa tarde que el toreo eterno es el que pone de acuerdo a todos y el que permanece en todo tiempo y en todo lugar.

domingo, 25 de julio de 2021

El verano madrileño del 46. Experimentando unas nuevas puyas (I/II)

La historia es un incesante volver a empezar...

Tucídides

Puya de arandela y puya de cazoleta
Foto: El Ruedo
En estos días que corren se escucha hablar con reiteración de que los utensilios de la lidia – trebejos les llama mi amigo Pedro Martínez Arteaga – requieren ser reformulados. En el número de la Revista del Club Taurino de Pamplona correspondiente al presente calendario, aparece un extenso artículo firmado por José Carlos Arévalo y Julio Fernández Sanz, en el que analizan lo que llaman el desequilibrio actual de la lidia y la necesidad de implantar en los reglamentos una serie nueva de esos utensilios o trebejos

Razonan José Carlos y el veterinario Fernández Sanz la desigualdad en la pelea que se ha producido con la evolución de la serie de varas y expresan entre otras cuestiones argumentos como estos:

...a lo largo de todo el siglo XIX, un toro con predominante genio defensivo, mucha movilidad y poca bravura, evolucionaba muy lentamente y apenas ofrecía la embestida larga, ofensiva, del bravo. Derribaba con facilidad caballos desprotegidos – en su mayoría viejos y de desecho – aunque sin entregarse casi nunca a la pelea... El equilibrio entre los tres tercios que componen la lidia se inicia plenamente a mitad de la Edad de Plata... Gracias al peto, el breve encuentro anterior – con derribo del caballo o huida del astado – se dilata y se profundiza la suerte. Y en dicha prolongación, torero, ganadero y aficionado observan más prolijamente el comportamiento del toro...

El peto – al que se sumaron los manguitos protectores – proporcionaba tal seguridad a los picadores que el toro pasó de embestir a un caballo ligero y desprotegido a otro prácticamente parado y muy acorazado. Paralelamente, el caballo fue aumentando de tamaño bajo un peto que iba creciendo, hasta que el reglamento de 1992 limitó por primera vez el peso máximo de ambos...

Las cuadras de caballos, con el fin de proteger al picador y a su montura, aumentaron la romana del equino: salieron al ruedo caballos puros de raza de tiro (percherón, bretón, etc.), torpes y antitoreros, que terminaron protegidos con los célebres “manguitos protectores”, la ropa interior del caballo bajo el peto, tan grandes que eran ya un segundo peto todavía carente de regulación. Tal abuso infligió mayor castigo al toro más cargado de romana que empezó a lidiarse mediada la década de los años 70...

Así pues, advierten la necesidad de reponer esos utensilios necesarios para la lidia de los toros, por otros más adecuados a los tiempos que corren y a la situación real en la que ésta se desarrolla. Se ha dado ya una amplia difusión a los modelos de puyas, arpones de banderillas y divisas que proponen, con los cuales se busca causar a los toros menos daño que el que actualmente se suma al que se les inflige, sumado al enorme desgaste que implica la pelea del toro con los caballos y petos descomunales que hoy se usan en la lidia y con la forma misma de lidiar. 

Podrá estarse o no de acuerdo con la postura de Arévalo y Fernández Sanz, pero es evidente que algunas cuestiones de la lidia deberán ser sometidas a un proceso de revisión y quizás, mejoradas. Cada cierto tiempo surgen movimientos en ese sentido dentro de la fiesta, como veremos enseguida.

La temporada española de 1946

Ya he tenido oportunidad de recordar por aquí el año del 45, en el que entre Manolete y Carlos Arruza torearon casi doscientas corridas de toros. El año siguiente sería bien diferente, pues entre los dos apenas sumarían veintidós y el Monstruo de Córdoba solamente actuaría en una de ellas, la Beneficencia en Madrid el 19 de septiembre. En esa situación, siguiendo la línea de razonamiento de Fernando Villalón en su Taurofilia Racial, de acuerdo con la prensa de la época, el toro creció, en numerosas crónicas y relaciones se habla de toros cinqueños en las plazas de importancia, lo que viene a dar más realce al experimento que se intentó en la plaza de Las Ventas.

Carlos Vera Cañitas fue el diestro mexicano que más tardes actuó allá, con 29; también estuvieron presentes en esos ruedos Fermín Espinosa Armillita, Fermín Rivera, Carlos Arruza, Alfonso Ramírez Calesero, Juan Estrada, Luis Briones, Manuel Gutiérrez Espartero y Antonio Toscano y entre los novilleros más notables actuaron Eduardo Liceagaque moriría en San Roque el 18 de agosto – Ricardo Balderas, Paco Rodríguez y José Antonio Chato Mora.

La puyas que se probaron

La puya que se utilizaba en ese verano del 46 era la aprobada por el artículo 32 del Reglamento de 1930. Era una de arandela con unas dimensiones en su porción cortante de 29 milímetros de largo en cada arista, por 20 milímetros de ancho en la base de cada cara o triángulo. El encordado sería de siete milímetros de ancho y de setenta y cinco a ochenta y cinco milímetros de largo y terminaría en una arandela circular de hierro de seis centímetros de diámetro y dos milímetros de grosor. La arandela era una especie de tope para impedir que la vara entrara a la corporeidad del toro.

La realidad demostró que la arandela era insuficiente para evitar que a los toros se les dieran verdaderas estocadas desde el caballo. Así, se discurrió una que la prensa del tiempo llamó de cazoleta, para impedir que penetrara más allá de la porción necesaria, la anatomía del toro. 

El Diccionario de la Lengua define cazoleta como: Pieza de forma más o menos semiesférica que tienen las espadas y sables entre el puño y la hoja para proteger la mano. La imagen que ilustra este texto muestra que el concepto es en alguna manera apropiado, aunque la forma que tiene sea más bien la de un cono trunco y no precisamente semiesférico.

El estreno de esa nueva puya se dio en la corrida del 9 de junio de 1946, en la que alternaron Pepe Bienvenida, Jaime Marco El Choni y confirmó la alternativa nuestro paisano Antonio Toscano lidiándose una corrida muy seria de Arturo Sánchez Cobaleda.

Las versiones de la prensa fueron en diversos tonos, aunque casi todos favorables. Giraldillo, en el ABC madrileño del 11 de julio siguiente, que tituló su crónica Toros viejos, se pronunció en este sentido:

Se probó el nuevo modelo de pica presentada por el Director General de Seguridad. “Aldeano” demostró en el toro sexto que el modelo sirve. Los demás piqueros usaron la garrocha con prisa por soltarla. Más que a probarla sobre el toro, salieron a probarla sobre la arena. Cogían el palo con escrúpulo. Pero “Aldeano”, que picó muy bien, se “agarró” con el toro sexto, y si hubiera seguido usando el modelo nuevo, no hubiera dado aquella media estocada, que no puyazo, clavado en el hoyo de las agujas… Opinamos que, del tanteo realizado el domingo, hay que pasar a la prueba definitiva, desechando los piqueros ese prejuicio supersticioso con que miran el artefacto nuevo. 

En el número de El Ruedo aparecido el 13 de julio siguiente, se recopilan otras apreciaciones, como estas:

Celestino Espinosa R. Capdevila, en Alcázar:

Finalmente, lo mismo en estas varas que en todas. las demás, pero principalmente en las demás — o sea en las que medio marraron o no cayeron bien, sería muy importante oír a los piqueros sobre si es que notaron el «cabeceo» de la vara, por el aumento de peso que con la cazoleta nueva lleva ese casquillo. Y oírlos también sobre la visualidad. Por lo cual convendría picar varios toros, por lo pronto, a puerta cerrada y ante buenos ojos: incluso fijando la prueba con cámara lenta, a uno y otro lado. Picarlos completos y haciendo la suerte despacio y preparada, como en tienta: cerrada y abierta, de cerca y de lejos. Y también en el sol.

Federico M. Alcázar, en Madrid:

Este intento de reforma, inspirado en los móviles más desinteresados de una sana afición y una celosa autoridad por despojar la suerte de uno de sus aspectos más desagradables y perjudiciales para el normal desenvolvimiento de la lidia, merece el estímulo y la atención de los profesionales, de la crítica y de la afición.

Antonio Bellón, en Pueblo:

Nuestra impresión general – con más espacio volveremos al tema – es de que cuando el toro se le deje llegar al caballo y se pique con ellos un poco perpendicular, tendrán efectividad en su castigo. A toro arrancado, parece que el dispositivo resbala y le quita precisión al puyazo. El cabeceo de la vara, por ser esta puya de mayor peso, se puede evitar al construirla en metal más ligero, y desde luego entorpecer algo la visión del morrillo, sí es allí donde se apunta.

Y por su parte, Alfredo Marquerie, en su columna semanal de aquella época, lo toma un poco a broma:

¡Ah!, y también un poco de greguería en torno a la nueva pica: que si era una mezcla de farol y apagavelas, que si tenía algo de lanza, de Don Quijote, que si a la vara le habían puesto una campanilla rota o un molde de repostería... Y sanseacabó...

Por su parte, algunos de los picadores que actuaron en esa tarde, declararon a F. Mendo, en el mismo número de El Ruedo arriba citado, lo siguiente:

- Es fácil marrar – habla Gallego –, porque la cazoleta desvía la puya al rozar con piel. Para agarrar, bien el puyazo no hay otro remedio que clavar perpendicularmente.

- El inconveniente fue le encuentro – dice el Rubio – es que este dispositivo hace desaparecer el punto de mira...

En entrevista por separado, publicada en El Ruedo el 12 de diciembre de ese 1946, el picador Pablo Suárez El Aldeano afirmaba que la culpa de que el tercio de varas tuviera más de desgracia que de suerte en esos días, era del peto y del medio toro, y no de la puya reglamentaria.

Vista la extensión que ya tomaron estas notas, las dejo aquí, para terminar el día de mañana.

domingo, 10 de marzo de 2013

8 de marzo de 1953: Antoñete recibe la alternativa en Castellón

Antoñete en Caracas, con un toro mexicano de
don Manuel de Haro (Cª 1977)
El pasado viernes se cumplieron 60 años de que Antonio Chenel Antoñete fuera investido como matador de toros por Julio Aparicio en la Feria de la Magdalena de Castellón de la Plana, otorgándole una dignidad que llevó por los ruedos del mundo durante casi medio siglo, proclamando siempre una tauromaquia pura, ejemplar y modélica que a despecho del así llamado cambio de los tiempos, nunca perdió su solidez y su aroma.

La de 1953 fue una temporada que inició temprano en el calendario. Ese domingo 8 de marzo aparte de la corrida de Castellón, se dieron dos festejos en Madrid – uno en Las Ventas y otro en La Chata de Carabanchel – y también en Barcelona y Calatayud se celebraron novilladas y la prensa de la época relata el verificativo de una corrida en Casablanca en la que actuó mi compatriota Jesús Córdoba.

Otro aspecto de interés que rodeaba la alternativa de Antoñete es que durante el año de 1952, Antonio Bienvenida había lanzado su campaña contra la manipulación de las astas de los toros – afeitado – y algunos medios de comunicación se habían hecho eco de ella. En el ambiente de esa justa reivindicación, muchas figuras se negaron a alternar con el hijo del Papa Negro, pero al tiempo, al menos en las plazas de más predicamento se comenzaban a ver corridas de mayor arboladura y en apariencia, intactas.

Antoñete contó a Manuel F. Molés lo siguiente:

La gente – rememora Antonio – como si fueran a ver toros contra leones. La campaña contra el afeitado fue de un eco enorme. La verdad es que se afeitaba tanto como se afeita ahora, para las figuras y en las plazas que podían. En las plazas grandes, y sobre todo en las corridas de toreros modestos, el toro salía sin tocar. Pero se formó la mundial y a la postre salió una corrida de Curro Chica, astifina, esaboría, sin clase y con sólo un toro medio bueno al que Aparicio le cortó una oreja. (Antoñete. El Maestro. Pág. 57)

El cartel del 8 de marzo de 1953 en Castellón lo formaron Julio Aparicio, Pedro Martínez Pedrés y Antoñete, que recibiría la alternativa. Los toros serían de los que llevaban en el anca la corona de Braganza, es decir de Curro Chica, de Jerez de la Frontera. El toro de la cesión se llamó Carvajal, número 54, de pelo negro.

Las crónicas del festejo son casi partes informativos de la misma. Tanto la Hoja del Lunes de Madrid del día siguiente de la corrida, como el ABC del 10 de marzo, reproducen la siguiente información generada por la agencia CIFRA:

Castellón de la Plana, 8. – Lleno completo. Toros de Francisco Chica. – Antoñete, que tomaba la alternativa, toreó bien de capa al primero y lo muleteó aceptablemente para una estocada. Se le ovacionó. En el sexto hizo una buena faena, lo despachó de una estocada, un pinchazo y un descabello y fue ovacionado. – Aparicio veroniqueó superiormente al segundo, le hizo una gran faena y lo mató de una estocada. Cortó una oreja. En el otro cumplió con la muleta y acabó con una estocada. – Pedrés muleteó aceptablemente a su primero y lo mató de tres pinchazos y un descabello. En el otro, por el estilo con la muleta, para acabar con media estocada y un descabello. – Pesos: 278, 268, 287, 309, 303 y 286.

Una crónica algo más prolija aparece en el diario que en la fecha se nombraba Nueva España. Diario de Falange Española, Tradicionalista y de las J.O.N.S y que hoy es el Diario del Altoaragón, de Huesca, aparecida al día siguiente de la corrida y que es del tenor siguiente:

Antoñete obtuvo un éxito en Castellón el día de su alternativa. – Castellón de la Plana. Corrida de la Magdalena. Toros de Curro Chica, de Jerez de la Frontera. Alternativa de Antoñete. – Antoñete, en su primero, estuvo valiente y fue ovacionado. A su segundo le hizo una buena faena, acabando de una estocada, pinchazo y descabello. El diestro es despedido con una gran ovación. Aparicio hizo entrega en el primero a Antoñete de los trastos de matar. – Aparicio, en su primero, oyó música en la lidia y se adornó en varios pases de rodillas. Mató de una estocada casi entera y cortó una oreja, aunque el público pedía las dos. Ovación. – A su segundo, Aparicio le hizo una buena faena y lo mató de una casi entera, con derrame. Se lanzó un “capitalista” que fue cogido y recibió una cornada que le produjo destrozos en las partes blandas de la pierna derecha. – Pedrés, en su primero, tiene que salir al quite del “capitalista” que se lanza al ruedo y que después de que se dan dos pases es retirado del ruedo por los peones. El diestro acabó con el toro, después de una faena lucida, de tres pinchazos y descabello; a su segundo enemigo, Pedrés lo toreó por bajo y lo mató de media y descabello.

De la relación que hace J. Lloret, corresponsal del semanario El Ruedo, extraigo lo siguiente:

Dos factores principales contribuyeron al brillante resultado económico de la corrida: el día primaveral que hizo y la propaganda que durante todo el invierno se ha venido haciendo en torno al toro de lidia... En cuanto a peso y edad, vino a Castellón una corrida seria. Pertenecían los toros a la ganadería andaluza de don Francisco de la Chica, y como decimos estuvieron muy bien presentados, ya que dieron un peso en bruto de 501, 516, 530, 557, 549 y 535 kilos, respectivamente, por orden de salida. La corrida no ofreció dificultades para los lidiadores, ya que ninguno de los seis bichos acusó peligro. Cierto que casi todos ellos llegaron muy aplomados al último tercio, pero cúlpese de ello a la poca fuerza que sacaron. Los menos apropiados para el lucimiento fueron los corridos en primero y cuarto lugar, es decir, el toro de la alternativa de Antoñete y el segundo de Julio Aparicio, diestro este último que cortó la única oreja del festejo... Creemos que con Antoñete estamos en presencia de un torero de extraordinarias proporciones, a pesar de que su primera actuación como matador de toros no ha sido muy afortunada. Antoñete es un torero de clase y además lidiador, condición ésta muy interesante si hay que enfrentarse con corridas cuajadas. En su primero se lució en unos lances muy buenos; pero luego los picadores se ensañaron con el bicho y ante la bronca del público el novel matador de toros se desconcertó. En su segundo creímos que iba a llegar la faena grande; pero el toro se vino abajo y el madrileño sólo pudo conseguir unos pases muy buenos con la derecha y dos series de naturales soberbios que ligó con el pase de pecho. Lo que hizo fue de tal calidad que pudo haber cortado la oreja si la estocada no hubiese resultado atravesada...

Entrada a la corrida de la
alternativa de Antoñete
Como podemos ver, el recuento que hace Antoñete en 1996 del resultado de la tarde de su alternativa a través del juego de los toros, no difiere en mucho con lo que las crónicas periodísticas dijeron en su día. Los toros no se prestaron a florituras y los toreros les dieron la lidia que éstos pidieron, siendo reconocidos por ella, pero sin aires de apoteosis. Eran otros tiempos.

Fueron compañeros suyos de quinta entre otros Dámaso Gómez y Manuel Jiménez Chicuelo II y entre los que son o se arraigaron de este lado del mar, Luis Solano, Miguel Ortas y José Zúñiga Joselillo de Colombia y en cuanto a sus actuaciones, siguió a Pedrés que sumó 48; Antonio Ordóñez con 47; César Girón, 41; Jorge Ranchero Aguilar, 39 y Antoñete con 36 al igual que Jumillano, para ser el quinto lugar de su escalafón.

Decía al inicio que Antoñete ejerció su ministerio de matador de toros durante casi medio siglo. Medio siglo en el que vivió con intensidad muchas luces y sombras para escribir una historia con la que, quizás, sin proponérselo, se convirtió en referente de varias generaciones de aficionados y de toreros y con un mérito agregado, atrajo al mundo de la fiesta a personas a las que sin su manera de ser y de ver la vida, quizás no las hubiera interesado en él.

Concluyo esta remembranza con una reflexión de José Carlos Arévalo a propósito de la faena de Antoñete a Atrevido de Osborne en 1966 y que creo que presenta con claridad la manera en la que El Maestro entendía el toreo:

La lidia es un arte de preguntas y respuestas que se hacen mutuamente el torero y el toro. Según este pensamiento, a la par esencial y estratégico, basta para garantizar nuestra atención a la lidia. Toro y torero se niegan en cada embestida y la afirmación de uno supone el fracaso del otro. Solo cuando la conjunción de ambos disuelve (¿o agudiza?) la pugna, el misterio del toro ha sido descubierto y el toreo resplandece. Es mentira, es una superficial tentación platónica creer que la faena ideal cae del cielo, que la regala el toro, que se la regala y nos la regala el torero. Sí así fuera, la lidia carecería de sentido y el arte de torear no justificaría tan paciente espera...
Un interesante documento visual se encuentra en los primeros tres minutos del No – Do del 29 de junio de 1953 (mismo que pueden ver en esta ubicación). No lleva imágenes de la corrida de la alternativa de Antoñete, aunque el cartel de toreros sea el mismo – Aparicio, Pedrés, Antoñete – porque estas corresponden a la Corrida de Beneficencia de ese año. No obstante, nos deja ver lo que sería la primera edad del Torero de Madrid por antonomasia y tener una aproximación a lo que fue la tarde de su alternativa. Los toros fueron de Sánchez Cobaleda.

Aldeanos