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domingo, 30 de enero de 2022

30 de enero de 1966: Presentación y triunfo de Finito en su debut en Cuatro Caminos

El Toreo de Cuatro Caminos
Héctor García Cobo (1960)

Raúl Contreras, de Chihuahua, apodado Finito por don Enrique Bohórquez y Bohórquez había actuado ante el público de la Plaza México una sola vez como novillero, fue el 8 de septiembre de 1963, alternando con Juan de Dios Salazar y Paco Lara y las crónicas de la época no le fueron propicias. Se entendió en ese momento que la relación que su familia tenía con don Tomás Valles fue la única que le abrió las puertas de la gran plaza y quizás por eso ya no volvió por allí, aunque después, el doctor Gaona, con más astucia para ver toreros, lo llevaría a Cuatro Caminos a los seriales menores que dio en ese ruedo.

Pero siguió toreando por las afueras, en Guadalajara llegó a salir en hombros seis tardes consecutivas y así llegó a la alternativa un par de años después, en su tierra, donde Joselito Huerta, en presencia de Antonio del Olivar le cedió al toro Coloritos de La Laguna para convertirlo en matador de toros y ser el primero de una generación que, al paso de un par de calendarios, vendría a renovar el escalafón taurino de México.

Con ese currículo, es que se le anunció para presentarse ya como diestro de alternativa en la corrida del 30 de enero de 1966 en el Toreo de Cuatro Caminos, fecha en la que alternaría con Antonio Ordóñez y Fernando de la Peña en la lidia de toros de Mimiahuápam, ganadería entonces propiedad de don Luis Barroso Barona y que en esas fechas iba en pleno ascenso, siendo una de las exigidas por las figuras.

La temporada 1965 – 66 de Cuatro Caminos

En diversos espacios de esta imaginaria libreta, hemos anotado que el doctor Alfonso Gaona había tenido sus más y sus menos con la propiedad de la Plaza México y que para mantener su actividad empresarial tenía a su alcance el Toreo de Cuatro Caminos, plaza de toros en la que logró organizar importantes temporadas. En el presente caso, no sobra recordar que en los calendarios taurinos de 1961 – 62 y 1962 – 63, llevó simultáneamente las dos plazas, de manera exitosa ambas.

A partir del final de 1963, deja primero la administración de Cuatro Caminos y al concluir el ciclo de la Plaza México en 1964, los administradores de DEMSA anuncian que que el doctor Gaona deja los asuntos de la empresa, junto con los de las plazas de Puebla, Tijuana, Acapulco y Ciudad Juárez y que de los de la capital, se haría cargo el Maestro Fermín Espinosa Armillita. La presentación en sociedad del nuevo gerente fue el 7 de mayo de ese año en una cena de gran boato.

Sin embargo, terminada la temporada de novilladas, Armillita dejó las cosas de la empresa, su conocimiento de la fiesta era en el ruedo, no en los despachos y así, Luis Ojeda, hombre de las confianzas de Alejo Peralta tomó las riendas y al poco tiempo se anunció que del beisbol llegaba Ángel Vázquez – cubano de ancestros gallegos – a hacerse cargo de la empresa y de organizar la temporada 1964 – 65. 

El Toreo de Cuatro Caminos por su parte, seguía arrendado – desde finales de 1963 – por doña Dolores Olmedo, quien junto con Pablo B. Ochoa y su marido, el rejoneador Juan Cañedo, trajo allí a El Cordobés y dio después una exitosa Gran Feria de México con el concurso del propio Manuel Benítez y Paco Camino. Concluido ese ciclo, la señora Olmedo deja el negocio de los toros y El Toreo queda libre para que lo retome el doctor Gaona, ya por su cuenta.

El 9 de diciembre de 1965, Rafael Loret de Mola, firmando como Rafaelillo, publica lo siguiente en El Informador de Guadalajara:

Gaona está enemistado “de fondo” con la empresa de la Plaza México, y pueden ustedes estar ciertos de que la pelea será para que se hagan garras. Desde luego, si es cierto que El Toreo contará con los españoles “El Cordobés”, José Fuentes, Diego Puerta, Antonio Ordóñez y Paco Camino, y con los mexicanos Joselito Huerta, Raúl Contreras “Finito”, Manolo Martínez, Joel Téllez “El Silverio” y Jesús Delgadillo “El Estudiante”, las mayores atracciones estarán en Cuatro Caminos, y los aficionados capitalinos, tan afectos a la comodidad de su plaza grande, tendrán que ir a tragar polvo y a padecer humillaciones al barrio menos limpio de todo el Estado de México…

Por su parte, y en el mismo diario tapatío, tres días después, Ernesto Navarrete Don Neto, escribiendo para la Agencia France Presse (AFP), comentaba que Ángel Vázquez informaba que a esas fechas ya se habían recaudado dos millones de pesos por concepto de la venta del derecho de apartado y que esa suma representaba un incremento de un 40% con relación a las del ciclo anterior, anunciando que la corrida con la que abriría la temporada, acartelada con Santiago Martín El Viti, Alfredo Leal y Raúl García, y toros de Torrecilla ya tenía agotadas sus localidades. Cerraba su nota señalando que Vázquez con eso demostraba la real forma de organizar una temporada de toros.

La presentación de Finito

La segunda corrida de la temporada de El Toreo ya decíamos que se dio con la actuación de Antonio Ordóñez, Fernando de la PeñaRaúl Contreras Finito y los toros de Mimiahuápam. El encierro de don Luis Barroso rescató los laureles de su divisa después de que el domingo anterior, en la inauguración, resultaran complicados para Antonio Ordóñez, Joselito Huerta y Manolo Martínez. Esta tarde fue para Finito, que, hecho un león, salió a demostrar que en México había una generación nueva de toreros que pedía paso y sitio. Le cortó una oreja a Conquistador, el tercero, tras de una faena que Lanfranchi califica de dramática. Mario Erasmo Ortiz, en el número de la Revista Taurina del 6 de febrero de 1966, razona lo siguiente:

El primer enemigo de “Finito” era un toro peligroso que embestía calamocheando y se quedaba a medio viaje tratando de hacer daño. Raúl, sin embargo, a base de ponerse cerca y de tirar del toro, con toneladas de valor, lo hizo que tomara la muleta. Le cuajó derechazos largos y templados… A base de valor, Raúl acabó por hacerse de su enemigo. Le cuajó naturales con sabor y derechazos largos y templados que le valieron las palmas en los tendidos. Finito sacó un partido insospechado a su enemigo y como lo tumbó con una estocada hasta la empuñadura, demostrando con esto que es un auténtico matador de toros. El público pidió la oreja que el juez concedió. Raúl dio una vuelta triunfal al anillo… En su segundo “Finito” siguió dejando constancia de su torerismo. Ante un toro distraído que salía suelto de cada lance, Raúl logró dar muletazos de verdadero mérito y desarrolló una labor empeñosa siguiendo al toro por todos los tercios del ruedo. Aprovechó las embestidas lentas y sosas de su enemigo. Se deshizo del toro con otra estocada hasta la empuñadura y recibió la ovación del respetable que ve en él a una gran figura del toreo en embrión pues tiene decisión, arte y, sobre todo, hace el toreo con garra…

Es decir, el de Chihuahua puso el sello de la casa desde la primera actuación, lo que sería su signo durante su breve paso por los ruedos y dejaría dicho allí que estaba listo para lo que hiciera falta.

Por su parte, Antonio Ordóñez también se llevó la oreja de Campeador, el que abrió plaza. El corresponsal del semanario madrileño El Ruedo, en el número fechado el 1º de febrero de 1966, escribió:

Ordóñez tuvo una brillante reaparición ante la afición mejicana. Además, demostró que sigue tan artista, tan extraordinario torero como cuando vino a Méjico hace seis años. A su primero, un toro de Mimiahuápam, noble y muy bravo, lo toreó a la verónica con temple, calidad y arte de figura grande del toreo. Fueron lances despaciosos y torerísimos. Con la muleta aprovechó desde el principio la bondad en la embestida del toro y cuajó varias series de magníficos pases con la derecha. A la altura precisa, ya que el toro tenía tendencia a rodar por la arena. Así se le vio torear con temple y arte con la diestra y, después, con la zurda, para intercalar los adornos por la cara, los de trinchera, los de la firma y el abaniqueo y remates torerísimos. Tres cuartos de acero en todo lo alto. Oreja y vuelta al ruedo devolviendo prendas…

Fernando de la Peña, el segundo espada, de acuerdo con las relaciones que he podido consultar, se llevó el toro de la corrida, el segundo, Compadre. Las crónicas se pronuncian en sentidos opuestos, pues las hay que dicen que no estuvo a la altura de un toro extraordinario y hay otras que aseguran que casi le cortó la oreja. La realidad es que saldó la tarde sin corte de trofeos y al final del calendario esta resultó ser la única tarde en la que actuó en ruedos mexicanos ese año del 66. Dice la citada crónica de El Ruedo:

Fernando de la Peña reapareció después de su campaña del año pasado en España. Se le ha visto con buen sitio frente a los dos toros de gran peso que se llevó en su lote. A sus dos ejemplares los toreó muy brevemente con el capote y con la muleta. A su primero le hizo una magnífica faena, con sentido de la distancia, con un enorme valor y con magníficos pases por bajo, de derecha y de izquierda. Falló con el acero y perdió la oreja que casi había ganado. En su segundo fue menos aplaudido debido a que su toreo se vino un poquito a menos…

Los toros de Mimiahuápam

Ya decía que don Luis Barroso Barona obtuvo su revancha después de los sucesos del domingo anterior. Su corrida presentó los signos de lo que sería, en lo sucesivo, una interminable línea ascendente de su ganadería de Mimiahuápam. Esto escribió el ya citado Mario Erasmo Ortiz acerca de esos toros:

Don Luis Barroso Barona mandó un encierro muy bien presentado. Sobresalieron tres toros por su bravura y su nobleza en la embestida; pero el que fue realmente extraordinario fue “Compadre” que embistió con claridad y temple extraordinarios. Si este toro hubiera caído en otras manos se va sin orejas y sin rabo al destazadero. Desgraciadamente su matador no tiene la proyección de los grandes del toreo y se fue inédito…

Reflexión final

Hoy, después de releer las crónicas de estos hechos, me atrevo a pensar que quizás Finito hubiera sido el torero ideal para confrontarlo con Manolo Martínez, dado que, por su hacer en el ruedo, era su antípoda; así el contraste y la comparación serían más evidentes y más apasionantes, lo que con seguridad hubiera llevado a muchos a los tendidos a disfrutar de los enfrentamientos de estos dos toreros, dando curso quizás, a una época distinta a la que fue, pero el hubiera no existe.

domingo, 28 de marzo de 2021

Armando Mora: su alternativa a 50 años vista

Armando Mora
Matador de toros
Los Mora de nuestro Barrio de Triana tienen raíces toreras que se remontan a la mitad de la década de los cuarenta del pasado siglo, cuando la cabeza de ella Juventino, intentó ser matador de toros. Después siguió sus pasos su sobrino Víctor y tras de él su hermano Armando, desde el principio de la década de los sesenta, se tiró a correr la legua y a buscar la gloria vestido de seda y alamares.

Tenía condiciones y por ello don Manuel Arellano, el legendario transportista de toros de lidia lo llevó a Monterrey, con don César Garza, quien le proporcionó las primeras oportunidades y ante las buenas actuaciones se le abrieron las puertas de las demás plazas de importancia de nuestra República, como San Luis Potosí, Guadalajara y por supuesto, la Plaza México, donde se presentó el 31 de mayo de 1964, alternando con César Romano y Víctor Pastor en la lidia de novillos de El Romeral.

Su carrera no estuvo exenta de percances. Armando Mora sufrió una cornada en Monterrey el 7 de julio de 1963, de un toro de nombre Cantinero, de la ganadería de Presillas que lo frenó en su ascenso, pero que no le impidió seguir adelante coleccionando hazañas, como la del domingo 17 de agosto de 1969 en la Plaza de Toros San Marcos. Esa tarde alternó con José Luis Rodríguez El Praga, Eduardo Rivas y José Manuel Montes en la lidia de una seria novillada de La Punta, ganadería que conmemoraba su 45º aniversario en los ruedos de México y el mundo. Armando selló su tarde indultando a Maragato, 5º de la tarde, teniendo también Eduardo Rivas una gran actuación, pues le cortó el rabo a Romancero el penúltimo de la corrida. Existe en los pasillos del coso de la calle de la Democracia, una placa conmemorando esa hazaña del torero trianero.

El ambiente previo al festejo

La alternativa de Armando Mora se programó para un festejo que bien pudiera ser considerado de pre – feria, pues se fijó para el domingo 28 de marzo de 1971. Le apadrinaría su combarriano Jesús Delgadillo El Estudiante, que reaparecía en Aguascalientes después de varios años de ausencia y sería testigo de la ceremonia el torero regiomontano Fernando de la Peña. Los toros vendrían de la ganadería de Corlomé, propiedad en esos días de don José C. Lomelí.

Dentro de la información previa al festejo, se publicó el anuncio de que el día de la corrida se estrenaría el pasodoble Armando Mora, obra del miembro de la Banda Municipal de Aguascalientes, don Ponciano Bernal Dávalos, la información aparecida en El Sol del Centro del 26 de marzo de 1971, es de la siguiente guisa:

El próximo domingo, durante la corrida que lidiarán Jesús Delgadillo “El Estudiante”, Fernando de la Peña y Armando Mora, la Banda Municipal, por acuerdo de su Director, el Maestro don Fernando Soto, estrenará el pasodoble del señor Ponciano Bernal “trombón” de nuestro formidable conjunto musical.

La Banda Municipal lo ensayó ya dos veces y habrá un tercer ensayo en la Casa de la Cultura.

El estreno, la inspiración de don Ponciano – nombre muy taurino – habla de cómo “ha llegado” a la afición la alternativa del trianero, quien arriba por propios méritos a la alternativa. 

Igualmente, se entrevistó a diversos aficionados notables de nuestra ciudad, como el hostelero, don Juan Andrea, que expresó:

¡Ya era tiempo! La alternativa de Armando Mora es muy merecida, nos dijo el señor Juan Andrea, aficionado de hueso colorado, al opinar sobre la corrida del próximo domingo. “Yo estoy prácticamente retirado de los toros como aficionado”, nos dice Juanito. Y su aserto nos confirma que las cosas no andan bien en la fiesta, cuando alguien tan aficionado como él se destierra voluntariamente de la plaza. Ojalá y se den las cosas bien, en esta y sucesivas corridas al trianero Armando Mora…

Por su parte, el ya nombrado don Manuel Arellano, dijo a la prensa:

Armando – nos dice –, tiene 7 años de novillero. Lo que llevo yo con mi camión transportador. Llevará a lo sumo toreadas unas treinta y cinco novilladas y es ejemplo de que un torero sí se puede formar entrenando, practicando y conservando una excelente condición física”.

Armando se ha hecho – sigue diciendo – a base del cariño que le tiene a la fiesta. Y es también algo extraordinario lo que prueba su constante entrenamiento, que haya podido dar triunfos rotundos como el de Guadalajara, donde toreó maravillosamente”.

Aquí mismo, la afición lo vio dar una demostración de poder y pundonor, cuando después de una grave cornada se levantó, sin verle la cara a una vaca, a un novillo, para cortarle las orejas a verdaderos toros. Esto, ninguna figura lo ha hecho, porque las figuras sí son invitados a las tientas de las ganaderías. Y un novillero ignorado, no. Al novillero rara vez se le invita.

Como se ve, la alternativa de Armando Mora era bien recibida por la afición local y se generó un ambiente interesante en torno a ella.

El día de la corrida

Tuve la fortuna de asistir a ese festejo con mi padre. Teníamos de vecinos de localidad al pediatra Alfonso León Quezada y a su hijo Sergio Alfonso, quien era mi compañero en la escuela. El Estudiante vestía de blanco y oro, Fernando de la Peña, de azul marino y oro y el toricantano de azul celeste y plata. La plaza no se llenó, según recuerdo, pero la entrada fue bastante buena y la tarde en su conjunto, satisfactoria para el aficionado.

Don Jesús Gómez Medina, en su tribuna de El Sol del Centro, el lunes 29 siguiente, contó entre otras cosas, esto:

Fue en el primer toro, que era eso: un TORO. Con edad, con trapío y peso.

Vestido de azul celeste y plata, el inminente nuevo doctor, tras los capotazos preliminares de la peonería, se enfrentó a “Pinocho”, que así se llamaba el de Corlomé, para lancearlo quieta y ceñidamente a pies juntos, si bien remató prematuramente por partida doble.

Bravo de verdad el corlomeño, fue al caballo con presteza y recargó de firme, antes de que Armando Mora interviniese para ejecutar una breve tanda de chicuelinas, precursoras de la revolera final.

Y llegamos al momento cumbre, a la tan anhelada alternativa. En el tercio, frente al burladero de matadores, “El Estudiante”, tras un discurso castelariano por su extensión, entregó a Mora el estoque y la muleta, en presencia de Fernando de la Peña. Se cumplía una vez más un ritual que tiene ya dos siglos de vigencia; y, mediante su realización, Armando Mora quedaba convertido en matador de toros entre el beneplácito de los numerosos parroquianos.

Y allá fue Armando en pos de “Pinocho” que, como los toros de clase, esperaba muy quieto, muy fijo, en la división de sol y sombra. Unos muletazos de exploración y, acto seguido, la muleta en la mano de las empresas mayores. Fueron tres naturales, en los que el bravo y dócil astado, en pos de la enseña diestramente manejada por el nuevo doctor, recorrió el arco de círculo del pase natural.

Para lograr los últimos, cuando el agotamiento había hecho presa de “Pinocho”, necesitó Mora de citar muy de cerca, a cuerpo descubierto; pero sin descomponerse, sin enmienda, cifrándolo todo al mando de su muleta. Y, además, mostrando un aplomo y un asentamiento de torero cuajado. Solo en el ruedo con su enemigo. Como un matador de toros, en suma.

Para su desgracia, en el momento supremo no mostró el mismo acierto. Tres pinchazos y otros tantos golpes con el estoque de descabellar, enturbiaron la limpidez de la que, de otra forma, hubiese resultado una alternativa triunfal.

En cambio, con el sexto, de mucha menor presencia que “Pinocho” y que de salida anduvo incierto, con la muleta Armando se hizo del bicho y lo toreó largamente por derechazos; muchos de estos, estupendos de temple, aprovechando la docilidad que a estas alturas mostraba el corlomeño. Vino luego el espadazo final y tras de éste el otorgamiento de un apéndice y la vuelta al ruedo entre ovaciones…

Otro momento de gran torería se produjo durante la lidia del segundo de la tarde, primero del lote de El Estudiante:

Ocurrió en la primera década del siglo. “Bombita” y “Machaquito” detentaban el mando del cotarro taurino durante el interregno que medió entre la despedida del Guerra y la aparición de Joselito y Belmonte.

Y una tarde, en Madrid, Machaco se fue tras del estoque con férrea determinación y lo clavó todo en el morrillo de un imponente miureño. Del pitón de éste pendían luego los encajes de la camisa del bravo cordobés, en testimonio de cómo se entregó Rafael González en el trance supremo.

“Don Modesto”, pontífice de la crítica taurina de la época, emocionado ante la hazaña del Machaco, urgió al escultor Mariano Benlliure: – “¡Apresúrate, ilustre alfarero! ...” – decíale en su crónica el célebre revistero. Y Benlliure, tan buen aficionado como artista eximio, atendió el reclamo de don José de la Loma y sus manos prodigiosas produjeron esa estupenda obra de arte que se llama “La estocada de la tarde”.

Ayer, en la muerte del segundo burel, la sombra de “Machaquito” pareció aletear sobre el coso. Porque, al igual que entonces lo hiciera Rafael González, “El Estudiante” se perfiló marchosamente, fija la mirada en el morrillo de “Guapo”; el estoque, centrado entre ambos pitones y tan cerca de éstos que la punta parecía rozar sobre el testuz. Y al arrancar, lo hizo recta y decididamente; con tal precisión y maestría, que mientras la mano izquierda vaciaba la acometida del corlomeño, la diestra, empuñando el alfanje, concluía su viaje en el morrillo de “Guapo”, del que emergía solo la bola de la empuñadura.

¡Fue la estocada de la tarde!... De ésta y de muchas más...

Los espectadores, al unísono, botaron de sus asientos y tributaron a Delgadillo una cálida, estruendosa ovación. Y tras la ovación, la oreja, ganada en la mejor forma: con la verdad incuestionable del acero…

Fernando de la Peña lució sobre todo en el primer tercio de los toros que le tocaron en suerte. Todavía recuerdo la manera en la que toreó a la verónica al primero de su lote. Saldó su actuación con una aclamada vuelta al ruedo tras la muerte de ese toro.

Lo que llegó después

Poco toreó ya Armando Mora como matador de toros – apenas 8 corridas de toros – pero no se ha de olvidar aquella tarde del 1º de mayo de 1977, en la que alternando con Fabián Ruiz y Guillermo Montero en la lidia de un muy bien presentado encierro de Peñuelas, le cortó en la Plaza Monumental Aguascalientes las dos orejas al toro Rubio, sexto de la tarde, vestido de blanco y oro. 

Armando Mora ha centrado sus esfuerzos en formar toreros. Y a fe mía que los enseña a torear como es debido. Desde aquí le recuerdo en el cincuentenario de su alternativa. ¡Enhorabuena Maestro!

domingo, 3 de junio de 2012

Detrás de un cartel (V)


Programa de mano de la
novillada del 29 de julio
de 1962
Fernando de la Peña es uno de esos toreros mexicanos que desde los últimos años cincuenta nos hicieron imaginar una inacabable sucesión de grandes tardes. Su concepción del toreo caminaba por las veredas del arte, pero a diferencia de los toreros de esa cuerda, tenía más que el valor justo para estar delante de los toros y cuando hacía falta, sabía pelearse con ellos y arrancarles las orejas sin tener que esperar que le saliera el que le permitiera las verónicas de alhelí.

Después de presentarse en la Plaza México en 1960 y hacer un par de sólidas campañas en México, dirige sus pasos a España en el año de 1962, para presentarse en la Plaza de Las Ventas el día de Santiago Apóstol alternando con Clemente Antolín El Millonario y Manuel Rodríguez en la lidia de un encierro complicado de Francisco Marín Marcos. Esta actuación la saldó dando una vuelta al ruedo tras la muerte del que cerró plaza, lo que le valió para que lo repitieran en el ruedo madrileño al domingo siguiente, en el festejo dominical que anuncia el cartel que da motivo a esta entrada.

Ese domingo Fernando de la Peña cortaría su primera oreja en el ruedo venteño. Formó cartel con el torero de Arnedo Antonio León y el salmantino José Luis Barrero. Los toros fueron de Ana Peña. La relación de su actuación la hace Andrés Travesí en el ABC de Madrid y de ella recojo lo que sigue:



... Nos pareció que el mejicano Fernando de la Peña sabe lo que trae entre manos. Da órdenes a sus peones, para impedirles los frecuentes desmanes a que nos tienen acostumbrados. Está pendiente de la lidia. Veroniqueó aceptablemente, arrimándose mucho. Hizo un par de chicuelinas, estrechándose, pero con reposo. Con la muleta me gustó más en el sexto que en el tercero. En éste empezó con cuatro ayudados por alto. Luego, tres redondos; bueno, por largo, el último; cuatro naturales, aguantando, y uno bueno, de pecho; otra serie corta, de derechazos; y otros tres naturales. Acertó a clavar una estocada caída y cortó la oreja, y dio la vuelta al ruedo con casi unánime complacencia... Al sexto lo dobló muy bien por bajo, con una rodilla hincada en la tierra, mandando. Dos tandas de pases en redondo y de ellos uno excelente. Cuatro naturales bajando la mano y llevando al toro prendido en la punta del engaño; otros tres, mejores. Por no igualar bien al toro y perfilarse con poca decisión, pinchó tres veces antes de clavar una estocada. Dio la vuelta al ruedo a hombros de los entusiastas de siempre...

Fernando de la Peña (Cª 1963)
Todavía volvería a cortar otra oreja en Las Ventas, esta vez a un novillo del Marqués de Albaserrada el 1º de mayo de 1963, alternando con Antonio Medina y Efraín Girón, lo que lo hace miembro de un selecto grupo de novilleros mexicanos que han logrado cortar más de un apéndice en sus comparecencias en la principal plaza del mundo.

Fernando de la Peña recibió la alternativa en Barcelona el 12 de septiembre de 1963, de manos de Antonio Bienvenida y llevando como testigo a José Martínez Limeño, siendo el toro de la ceremonia Fechorías de Graciliano Pérez Tabernero. Confirmó su alternativa en la Plaza México el 12 de enero de 1964, apadrinado por Humberto Moro, que le cedió al toro Jaleador, de José Julián Llaguno y fungió como testigo Joaquín Bernadó. La confirmación en Madrid se verificó el 22 de agosto de 1965, cuando Antonio Chenel Antoñete en presencia de Luis Parra Jerezano, le cedió un toro de Escudero Calvo Hermanos.

Tras de sufrir varios percances serios y los vaivenes de varios movimientos de política sindical taurina, las actuaciones de Fernando de la Peña disminuyen sensiblemente a partir del año de 1966. Su despedida formal de los ruedos se da en la Plaza Monumental Monterrey el el 21 de julio de 1974, alternando con Jesús Delgadillo El Estudiante y Óscar Realme en la lidia de toros de La Playa, en un festejo que representó también para Óscar Realme una despedida no anunciada. Fernando de la Peña apenas tenía 35 años de edad. La historia que hay detrás de este cartel, me sirve para recordarle en esta tarde de triunfo, que al final de cuentas solamente resultó ser un anuncio de lo que pudo ser.     

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