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domingo, 26 de septiembre de 2021

Hoy hace 75 años. Confirma su alternativa en Madrid Juan Estrada

Juan Estrada
Colección Dr. Antonio Ramírez G.
Hay toreros a los que les cuesta más salir adelante. Algunos por las cornadas, otros porque tardan en entrar en el ánimo de los públicos y otros, porque tienen mala suerte. Visto en retrospectiva, creo que el de Juan Estrada es uno de estos últimos casos, pues, aunque debutó en El Toreo de la Condesa desde el año de 1934, no es sino hasta diez temporadas después que logra salir triunfador y con el derecho de ser alternativado allí mismo. Y es que, en sucesión cronológica, le tocó competir con Lorenzo Garza, El Soldado, Fermín Rivera, Ricardo Torres, Silverio Pérez, Eduardo Solórzano, Calesero, Carlos Arruza, Cañitas o Félix Guzmán, hasta llegar al año de 1943, en el que, junto con Gregorio García, Luis Procuna, Antonio Velázquez, Luis Briones y Guerrita completó una de las temporadas novilleriles más importantes de la historia de ese coso.

Juan Estrada, fue el ganador de la Oreja de Plata de ese 1943. La disputo el 17 de octubre, mano a mano con Jesús Guerra Guerrita y novillos de Peñuelas. Le cortó el rabo a Cobijero, en tanto que Guerrita obtuvo la oreja de Capuchino. Se despidió de novillero en El Toreo el 14 de noviembre de 1943, en solitario, con 6 de Xajay, cortándole el rabo al sexto, Chilpayate. El 12 de diciembre siguiente, hizo matador de toros Carlos Arruza, delante de Gregorio García al cederle los trastos para matar al toro Collaritos de La Laguna.

La campaña española de Juan Estrada en 1946

Inició su andar por ruedos hispanos en Barcelona el domingo 11 de agosto para lidiar toros de Vicente Muriel y dos de Lamamié de Clairac (7º y 8º) junto a Mario Cabré, Rafael Llorente y Luis Mata, también debutante. El primer toro que mató se llamó Tendero, cárdeno, número 36, segundo de la tarde y le cortó la oreja. Eso le valió volver una semana después, con Manolo Escudero, Julián Marín y toros de Juan Pedro Domecq, tarde pasada por agua, en la que solamente pudo saludar un par de ovaciones.

La confirmación madrileña de Juan Estrada cerro un ciclo de ceremonias que se iniciaron ese calendario con las alternativas primero, de Guerrita, en Corella; de Antonio Toscano, en Barcelona; y de Ricardo Balderas, en Bayona y también las confirmaciones de Calesero, Luis Briones y el ya nombrado Antonio Toscano. Así, para el jueves 26 de septiembre de 1946 se anunció un encierro salmantino de don Alipio Pérez Tabernero para Antonio Bienvenida, Pepín Martín Vázquez y Juan Estrada, quien confirmaría su alternativa.

La corrida fue accidentada en el renglón ganadero, porque el encierro presentado por don Alipio no se lidió completo. Los dos del lote de Pepín Martín Vázquez fueron devueltos al corral y uno de los sustitutos, reemplazado también. Al final, se lidiaron cuatro del hierro titular, uno de Hoyo de la Gitana (3º) y otro de José María Soto (6º). La reflexión de quien firmó como El Cachetero en el número de El Ruedo, salido a los puestos el 4 de octubre siguiente, es en este sentido:

Cualquier divisa salmantina de las de cartel tuvo en años pasados la virtud dudosa, pero efectiva al fin, de llevar consigo una especie de garantía. Ya que ninguna de sus condiciones de bravura, poder o trapío podían lucir, sino mal cumplir apenas, al menos dejaban ancho campo libre al lucimiento de los toreros... Aún conservan algunos vestigios de esa exclusiva cualidad... pero en conjunto, esquilmado el filón en aras de una desaforada competencia mercantil, no resta sino una pura ruina de mansedumbre y escasez no paliada por nada. Ejemplo: la corrida de Alipio D. Sanchón del jueves...

El primero toro de la corrida se llamó Hurón – una familia destacada en casa de don Alipio – y con él, el toricantano realizo lo siguiente, en palabras de Manuel Sánchez del Arco Giraldillo, publicadas en su tribuna del ABC madrileño del día siguiente del festejo:

Méjico nos daba ayer a Juan Estrada. ¿Qué se le ofreció al mejicano en esa tarde tan lleno de responsabilidades, tarde de historia? Pues, primeramente, un toro de ancha testa y de afilados, aunque cortos pitones. Tendió su capa el mejicano con valeroso arte y en su honor escuchamos las aclamaciones primeras. El toro se aplomaba. Así, quedado, lo tomó a la verónica en el primer quite, dibujando los lances formidablemente, empapando en las chicuelinas al "ralentí", que levantaron una tempestad de aplausos. El toro se vino abajo. Bienvenida le dio la alternativa a Estrada. Seguía el animal quedado y al embestir comenzó a acostarse sobre el lado izquierdo. Fueron buenos y a conciencia empalmados los pases que dio por el lado derecho. La faena del mejicano, casi sin toro, se desarrolló del tercio al centro y terminó por dentro. Teniendo que hacerlo él todo, pues ya hemos dicho cómo el toro se quedaba, mato de dos pinchazos y una estocada, Estrada quedaba hecho matador de toros en España...

Por su parte, el citado Cachetero, en el número de El Ruedo mencionado antes, reflexiona lo siguiente del conjunto del festejo:

El jueves la corrida se deslizó por el tobogán del mal ganado. Dos toros se retiraron al corral. Otro se quebró las patas, y la mitad restante fue, sobre floja de remos, mansa y sin trapío. A Pepín Martín Vázquez le correspondieron dos sobreros. Pepín levantó el espectáculo y la tarde a fuerza de valor y salero con el primero de ellos, de Hoyo de la Gitana, manso y con tendencia a la huida. Tan bien estuvo Pepín, que por esta vez hasta le podemos perdonar ese estoque de aluminio que acaba siempre hecho un garabato. Porque lo importante fue que tras haber lanceado muy bien, se metió a muletear al manso, que huía de su sombra, y lo sujetó a base de corazón, citándole con la izquierda, desafiándole en todos los terrenos y empalmando – uno aquí, dos allá – unos naturales llenos de emoción y plasticidad. El toro, en chiqueros, acabó por tomarle la muleta, y allí coronó Pepín su labor, abrochándola con molinetes y desplantes, y, sobre todo, cuando Rubichi le entregó el de verdad, con una gran estocada que tiró al toro sin puntilla. Las orejas que le concedieron y las ovaciones grandes estuvieron plenamente justificadas. El sobrero de Soto no aceptó siquiera la pelea del anterior, y Pepín tuvo que trastearlo por la cara con valor y serenidad, matándolo bien. Le aplaudieron y salió a saludar al tercio.

Los dos espadas restantes, neófito y padrino de alternativa, no llegaron a triunfar. El mejicano Estrada posee valor y un toreo corto, a vueltas con los pases en redondo con los pies juntos. Con la capa, unas chicuelinas y unas verónicas le valieron aplausos. Y el cabeza de terna, Antonio Bienvenida, fracasó por falta de voluntad, de lo que se resiente tan a menudo el edificio de su arte. No quiso o no pudo sobreponerse a las condiciones adversas, toreó de oficio y mató muy mal…

Efectivamente, el triunfador de la corrida fue el macareno Pepín Martín Vázquez, que cortó las dos orejas al sobrero de Hoyo de la Gitana corrido en tercer sitio y el primer espada, don Antonio Bienvenida, tuvo una de esas tardes de las que más vale no acordarse y para el toricantano, Juan Estrada, poca tela para cortar hubo también, pero dejó patentes sus cualidades, según se lee en las crónicas de esa época.

El devenir de Juan Estrada

El torero de Ayotlán, Jalisco, cerró su campaña española del 46 con 7 tardes, la mayoría en ferias y plazas de importancia, pues actuó en Valladolid, Logroño, Albacete, Salamanca o Barcelona. A su regreso a México se presentó como matador de toros en la Plaza México el 9 de marzo de 1947, acartelado con Fermín Espinosa Armillita y Félix Briones siendo su primer toro en ese ruedo Cantor, de Santín.

A partir de allí las cosas no le rodarían de la manera esperada y renunciaría a la alternativa, para volver como novillero a la gran plaza de Insurgentes el 4 de mayo de 1947, alternando con Anselmo Liceaga y Ángel Perea en la lidia de novillos de Xajay, torearía 3 tardes esa temporada y recibiría una segunda y definitiva alternativa el 5 de septiembre de 1948 en Tijuana, donde lo apadrinó Silverio Pérez, en presencia de Jesús Guerra Guerrita lidiándose un encierro de Ibarra.

Juan Estrada seguiría en activo hasta entrada la década de los sesenta, incluso, llego a alternar en un festejo con Manuel Benítez El Cordobés. Esto fue el 25 de febrero de 1964 en Uruapan, Michoacán, cuando junto con Jorge Medina, Paco Rodríguez y Gabriel Soto, lidiaron entre los cuatro cinco toros de Rodrigo Tapia y uno de Valparaíso. Ese día el Mechudo mató dos y los cuatro espadas restantes, uno cada uno.

También es de destacar que Juan Estrada tiene una calle a su nombre, en las inmediaciones de donde estuvo ubicado el extinto Toreo de Cuatro Caminos, entre las calles Ponciano Díaz y la Avenida Transmisiones Militares, en una zona denominada Residencial Lomas de Sotelo, en Naucalpan, Estado de México, donde las calles tienen nombres de toreros, a más de los nombrados, como Juan Silveti, Vicente Segura, Carnicerito, Luis Freg, Manolete, Ricardo Torres o Carmelo Pérez.

Juan Estrada falleció en la Ciudad de México el 20 de marzo de 2004.

lunes, 22 de marzo de 2021

Maximino Ávila Camacho: fallido criador de toros de lidia (II/II)

Maximino Ávila Camacho
La reaparición en El Toreo

Quizás no estando conforme con el resultado obtenido, el general Ávila Camacho regresó a la plaza de la Condesa de la forma en la que debió haber empezado: con una novillada. Esto ocurrió el domingo 1º de agosto de 1943. Sus toros se anunciaron de nuevo para ser lidiados por Juan Estrada, Luis Procuna y Félix Briones. En este caso, la prensa local sí reflejó los sucesos ocurridos y en crónica de agencia aparecida al día siguiente en el diario El Informador de Guadalajara, entre otras cosas, se relata esto:

En la plaza de toros de “El Toreo” se registró esta tarde un enorme escándalo, por la mansedumbre de los novillos de “El Rodeo” que se lidiaron.

El público indignado comenzó a lanzarles cojines y acabó arrojando los anuncios comerciales que están alrededor de la Plaza hacia el ruedo.

Juan Estrada escuchó aplaudir la valentía de la que hizo gala ante sus dos enemigos.

Luis Procuna fracasó en su turno, siendo silbado y estuvo pésimo en su segundo, matándolo sin apenas intentar dar un pase solamente, siendo similar la labor de Félix Briones.

El sexto toro murió rodeado de espectadores que se tiraron al ruedo originándose el mayor escándalo que se ha visto en esta Plaza de mucho tiempo a la fecha.

Cuando Briones le había colocado la estocada cayendo el toro al parecer muerto, el público rodeó al bicho, pero éste se levantó organizándose verdaderas carreras en el ruedo, pero al ver la insignificancia del bicho, varios espectadores lo derribaron, acabando de morir.

La narración es ilustrativa, pero benévola, porque el público no solamente se tiró al ruedo, sino que prendió fuego al cadáver del lidiado en último lugar – octavo que salió de toriles – según nos cuenta Guillermo Ernesto Padilla:

La novillada efectuada el domingo 1º de agosto pasó a los anales taurinos, no por triunfal, sino por el escándalo que provocaron las pésimas condiciones del encierro de “El Rodeo” lidiado aquella tarde. Hubo fogatas, cojines, destrucción de anuncios e incineración de un toro en pleno ruedo al compás de la “danza del fuego”.

En medio de aquel caótico ambiente actuaron Juan Estrada, Luis Procuna y Félix Briones, quienes derrocharon mucha voluntad frente a tales alimañas, y si Estrada se hizo aclamar, fue ante un sustituto de Santín con el que el queretano estuvo hecho un torero…

Pero la narración más completa del hecho la hace don Carlos Septién García, quien firmando como Quinto, en el semanario La Nación, fechado el mismo día del festejo, escribe lo que, es más que una crónica, una proclama del pueblo llano de México señalando los comportamientos reprochables del general Ávila Camacho. La tituló El Castaño Expiatorio y el clásico texto dice a la letra:

Mi general:

¿Se acuerda usted de mí? Fui en vida aquel castaño que nació en las dehesas de El Rodeo hace cerca de tres años. Ese mismo que el domingo encontró la muerte más indecorosa que toro alguno haya encontrado en un ruedo: la muerte por barbacoa.

Sí mi general. Reconozco que mi físico no era precisamente gallardo y que mi bravura no era cosa de bandera. Pero usted bien sabe que todo ello no fue nunca culpa mía. ¿Cómo iba yo, uno de tantos seres insignificantes que en torno de usted viven, cómo iba yo, repito, a pedirle que sacrificara alguna de sus múltiples ocupaciones en beneficio de los pupilos de El Rodeo? ¿Quién era yo para dirigirme a usted con semejante súplica? Pasábamos hambres, mi general. Nos faltaban frecuentemente el pasto y el grano. Allá en los potreros teníamos que hacer largas colas frente a las bateas del alimento con objeto de poder lograr alguna cosa para el diario sustento. Hacer cola, mi general, significa hacer paciencia.

Es decir, perder bravura. Y la falta de maíz no es el método más adecuado para lucir un hermoso trapío. Le confieso que muchas veces pensamos mis hermanos y yo, en dirigirnos a usted para hacerle conocer tan dura situación: nos animaba a ello el conocimiento que teníamos de su afición desmedida. Pero luego, prudentes, recapacitábamos pensando que también hay una jerarquía de las aficiones. Y que por sobre la de los toros están las más sagradas aficiones a los negocios públicos y al cumplimiento de los deberes que un poderío siempre creciente significa y exige. Porque en fin de cuentas -y a cuentas hay que reducirlo todo porque usted conoce las miserias de la humana naturaleza- ¿qué éramos nosotros, Pobres seres de a mil cien pesos por cabeza, ¿en comparación – digamos – con un edificio de dos millones?

Esto explica nuestra lamentable presencia en el coso de El Toreo, el domingo último. Le confieso que todos mis hermanos y yo, que fui el último, salimos al ruedo muertos de vergüenza por nuestra propia endeblez. Aunque también – allá en el fondo – cosas de nuestra política de las que uno se contagia alentábamos la vaga esperanza de, que de algo nos serviría la influencia poderosa y omnipresente que en la fiesta de toros ha hecho medio retirarse a Armillita, arreglar el conflicto y regalar, una tarde sí y otra también, hermanos de raza.

Pero he aquí lo duro del caso, mi general.  Nuestra esperanza se fue desvaneciendo velozmente en cuanto cada uno de nosotros asomaba la cara por la puerta de toriles la influencia fue estrictamente al revés. Rodaba sobre nuestros lomos el torrente de los silbidos; caía sobre nuestros testuces el baldón de los cojines; chisporroteaba en los tendidos el fuego de las luminarias de protesta. Por más miradas desconcertantes que lanzábamos al palco de la empresa, no recibíamos ninguna indicación alentadora. El desquiciamiento de nuestra moral vino al fin, corno terremoto, en cuanto pudimos percatarnos de que las vociferaciones unánimes del tendido eran precisamente en contra del ganadero.

Cuando la turba se lanzó al ruedo para asesinarme y sepultarme bajo un aluvión de cojines; cuando la multitud prendió fuego a ese túmulo monstruoso, y miles de gentes, cogidas de la mano, danzaban en torno mío aquella jubilosa danza ritual del fuego, entendí de súbito muchas cuestiones. Era tarde, claro está. Pero antes de hundirme en el desquiciamiento de la barbacoa, pude escuchar y sentir muchas cosas que allí se proferían a gritos. Y comprendí que yo, mi general, no era un toro sino un chivo expiatorio. Que era, digamos, algo así como lo que fuera entre los burócratas ese pobre Trotsky que murió durante el asalto a la federación de empleados. Que, en fin, yo moría entre torturas en aras de mi general. Porque aquella gente protestaba por la carestía, renegaba de las colas y hablaba de vengar en mí no sé qué terribles agravios que hasta la fecha, por lo visto habían venido soportando

Y lo que yo pido frente a eso es una aclaración, esa sí verdaderamente importante y justiciera, que salve nuestro decoro y valorice nuestro martirio. La Empresa debe mandar publicar algo que diga más o menos así:

“La Empresa de El Toreo, ante el injusto sacrificio de que fue víctima el sexto toro de la corrida del domingo y las también injustas protestas de que fueron objeto los anteriores bureles corridos esa tarde, aclara que los toros de El Rodeo no poseen doscientos trajes de diversos colores, ni han comprado edificios de varios millones de pesos, ni son elementos que hayan tiranizado a toreros, ganaderos y empresarios de la fiesta de toros, ni son tampoco los que han protegido la reventa. Mucho menos, dichos bureles son los causantes de la carestía de la vida, ni tampoco se han enriquecido desmesuradamente al amparo de alguna situación de emergencia que haya habido en las dehesas. Ninguno de ellos tuvo durante su existencia aspiraciones de sultán criollo, ni ofendió a nadie con exhibiciones deslumbrantes de lujo o de riqueza. Por todo lo cual, esperamos que el público comprenda la injusticia cometida con esos pobres bureles tatemados o acojinados el domingo en tan violenta forma”.

Y esto mi general, salva nuestro decoro y nos coloca en el debido papel de mártires inocentes que la existencia nos obligó a jugar. Fuimos un símbolo de oprobio, pero usted sabe bien que éramos inmaculados. En mi la gente incineró que sé yo cuántas piezas de casimir inglés y cuántos automóviles de los que nunca disfruté. Y como en los tiempos de la Inquisición, hubo allí una quema habiéndome correspondido en ella el doloroso papel de efigie.

Espero y confío, mi general, en que se nos haga justicia.  Es lo único que le pide este humildísimo servidor que jura – para un remoto caso de reencarnación – no volver a nacer en El Rodeo. Ni, probablemente, en todo Puebla.

En conclusión

En más de una oportunidad he dejado escrito por aquí que las plazas de toros son los escenarios más democráticos que existen. Ese 1º de agosto de 1943 el pueblo expresó su sentir acerca de muchas cosas que sucedían en los confines de la tauromaquia mexicana y también fuera de ella. Quizás la forma de hacerlo no fue la más comedida, pero todo tiene un límite y como dice don Carlos Septién en su relación – misiva, lo que fue hacer paciencia, mansedumbre… para los toros, en las personas provocó una reacción en sentido contrario.

Maximino Ávila Camacho, hasta donde pude encontrar datos, no volvió a lidiar toros en una plaza a su nombre o bajo la denominación de El Rodeo después de ese día. Leí en alguna parte, que la simiente que le proporcionó don Antonio Llaguno, fue debidamente devuelta a su lugar de origen, donde sería mejor aprovechada. 

Entiendo, sí, que del general hay muchas más cosas de las que se puede hablar, desagradables las más, pero no olvidemos que él fue quien movió los hilos necesarios – sobre todo los políticos – para que las relaciones taurinas entre España y México se reanudaran y pudiera presentarse aquí, entre otros, Manolete. Ese es un mérito que es principalmente suyo y nadie se lo podrá quitar.

Sic transit gloria mundi… 

Aldeanos