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lunes, 22 de marzo de 2021

Maximino Ávila Camacho: fallido criador de toros de lidia (II/II)

Maximino Ávila Camacho
La reaparición en El Toreo

Quizás no estando conforme con el resultado obtenido, el general Ávila Camacho regresó a la plaza de la Condesa de la forma en la que debió haber empezado: con una novillada. Esto ocurrió el domingo 1º de agosto de 1943. Sus toros se anunciaron de nuevo para ser lidiados por Juan Estrada, Luis Procuna y Félix Briones. En este caso, la prensa local sí reflejó los sucesos ocurridos y en crónica de agencia aparecida al día siguiente en el diario El Informador de Guadalajara, entre otras cosas, se relata esto:

En la plaza de toros de “El Toreo” se registró esta tarde un enorme escándalo, por la mansedumbre de los novillos de “El Rodeo” que se lidiaron.

El público indignado comenzó a lanzarles cojines y acabó arrojando los anuncios comerciales que están alrededor de la Plaza hacia el ruedo.

Juan Estrada escuchó aplaudir la valentía de la que hizo gala ante sus dos enemigos.

Luis Procuna fracasó en su turno, siendo silbado y estuvo pésimo en su segundo, matándolo sin apenas intentar dar un pase solamente, siendo similar la labor de Félix Briones.

El sexto toro murió rodeado de espectadores que se tiraron al ruedo originándose el mayor escándalo que se ha visto en esta Plaza de mucho tiempo a la fecha.

Cuando Briones le había colocado la estocada cayendo el toro al parecer muerto, el público rodeó al bicho, pero éste se levantó organizándose verdaderas carreras en el ruedo, pero al ver la insignificancia del bicho, varios espectadores lo derribaron, acabando de morir.

La narración es ilustrativa, pero benévola, porque el público no solamente se tiró al ruedo, sino que prendió fuego al cadáver del lidiado en último lugar – octavo que salió de toriles – según nos cuenta Guillermo Ernesto Padilla:

La novillada efectuada el domingo 1º de agosto pasó a los anales taurinos, no por triunfal, sino por el escándalo que provocaron las pésimas condiciones del encierro de “El Rodeo” lidiado aquella tarde. Hubo fogatas, cojines, destrucción de anuncios e incineración de un toro en pleno ruedo al compás de la “danza del fuego”.

En medio de aquel caótico ambiente actuaron Juan Estrada, Luis Procuna y Félix Briones, quienes derrocharon mucha voluntad frente a tales alimañas, y si Estrada se hizo aclamar, fue ante un sustituto de Santín con el que el queretano estuvo hecho un torero…

Pero la narración más completa del hecho la hace don Carlos Septién García, quien firmando como Quinto, en el semanario La Nación, fechado el mismo día del festejo, escribe lo que, es más que una crónica, una proclama del pueblo llano de México señalando los comportamientos reprochables del general Ávila Camacho. La tituló El Castaño Expiatorio y el clásico texto dice a la letra:

Mi general:

¿Se acuerda usted de mí? Fui en vida aquel castaño que nació en las dehesas de El Rodeo hace cerca de tres años. Ese mismo que el domingo encontró la muerte más indecorosa que toro alguno haya encontrado en un ruedo: la muerte por barbacoa.

Sí mi general. Reconozco que mi físico no era precisamente gallardo y que mi bravura no era cosa de bandera. Pero usted bien sabe que todo ello no fue nunca culpa mía. ¿Cómo iba yo, uno de tantos seres insignificantes que en torno de usted viven, cómo iba yo, repito, a pedirle que sacrificara alguna de sus múltiples ocupaciones en beneficio de los pupilos de El Rodeo? ¿Quién era yo para dirigirme a usted con semejante súplica? Pasábamos hambres, mi general. Nos faltaban frecuentemente el pasto y el grano. Allá en los potreros teníamos que hacer largas colas frente a las bateas del alimento con objeto de poder lograr alguna cosa para el diario sustento. Hacer cola, mi general, significa hacer paciencia.

Es decir, perder bravura. Y la falta de maíz no es el método más adecuado para lucir un hermoso trapío. Le confieso que muchas veces pensamos mis hermanos y yo, en dirigirnos a usted para hacerle conocer tan dura situación: nos animaba a ello el conocimiento que teníamos de su afición desmedida. Pero luego, prudentes, recapacitábamos pensando que también hay una jerarquía de las aficiones. Y que por sobre la de los toros están las más sagradas aficiones a los negocios públicos y al cumplimiento de los deberes que un poderío siempre creciente significa y exige. Porque en fin de cuentas -y a cuentas hay que reducirlo todo porque usted conoce las miserias de la humana naturaleza- ¿qué éramos nosotros, Pobres seres de a mil cien pesos por cabeza, ¿en comparación – digamos – con un edificio de dos millones?

Esto explica nuestra lamentable presencia en el coso de El Toreo, el domingo último. Le confieso que todos mis hermanos y yo, que fui el último, salimos al ruedo muertos de vergüenza por nuestra propia endeblez. Aunque también – allá en el fondo – cosas de nuestra política de las que uno se contagia alentábamos la vaga esperanza de, que de algo nos serviría la influencia poderosa y omnipresente que en la fiesta de toros ha hecho medio retirarse a Armillita, arreglar el conflicto y regalar, una tarde sí y otra también, hermanos de raza.

Pero he aquí lo duro del caso, mi general.  Nuestra esperanza se fue desvaneciendo velozmente en cuanto cada uno de nosotros asomaba la cara por la puerta de toriles la influencia fue estrictamente al revés. Rodaba sobre nuestros lomos el torrente de los silbidos; caía sobre nuestros testuces el baldón de los cojines; chisporroteaba en los tendidos el fuego de las luminarias de protesta. Por más miradas desconcertantes que lanzábamos al palco de la empresa, no recibíamos ninguna indicación alentadora. El desquiciamiento de nuestra moral vino al fin, corno terremoto, en cuanto pudimos percatarnos de que las vociferaciones unánimes del tendido eran precisamente en contra del ganadero.

Cuando la turba se lanzó al ruedo para asesinarme y sepultarme bajo un aluvión de cojines; cuando la multitud prendió fuego a ese túmulo monstruoso, y miles de gentes, cogidas de la mano, danzaban en torno mío aquella jubilosa danza ritual del fuego, entendí de súbito muchas cuestiones. Era tarde, claro está. Pero antes de hundirme en el desquiciamiento de la barbacoa, pude escuchar y sentir muchas cosas que allí se proferían a gritos. Y comprendí que yo, mi general, no era un toro sino un chivo expiatorio. Que era, digamos, algo así como lo que fuera entre los burócratas ese pobre Trotsky que murió durante el asalto a la federación de empleados. Que, en fin, yo moría entre torturas en aras de mi general. Porque aquella gente protestaba por la carestía, renegaba de las colas y hablaba de vengar en mí no sé qué terribles agravios que hasta la fecha, por lo visto habían venido soportando

Y lo que yo pido frente a eso es una aclaración, esa sí verdaderamente importante y justiciera, que salve nuestro decoro y valorice nuestro martirio. La Empresa debe mandar publicar algo que diga más o menos así:

“La Empresa de El Toreo, ante el injusto sacrificio de que fue víctima el sexto toro de la corrida del domingo y las también injustas protestas de que fueron objeto los anteriores bureles corridos esa tarde, aclara que los toros de El Rodeo no poseen doscientos trajes de diversos colores, ni han comprado edificios de varios millones de pesos, ni son elementos que hayan tiranizado a toreros, ganaderos y empresarios de la fiesta de toros, ni son tampoco los que han protegido la reventa. Mucho menos, dichos bureles son los causantes de la carestía de la vida, ni tampoco se han enriquecido desmesuradamente al amparo de alguna situación de emergencia que haya habido en las dehesas. Ninguno de ellos tuvo durante su existencia aspiraciones de sultán criollo, ni ofendió a nadie con exhibiciones deslumbrantes de lujo o de riqueza. Por todo lo cual, esperamos que el público comprenda la injusticia cometida con esos pobres bureles tatemados o acojinados el domingo en tan violenta forma”.

Y esto mi general, salva nuestro decoro y nos coloca en el debido papel de mártires inocentes que la existencia nos obligó a jugar. Fuimos un símbolo de oprobio, pero usted sabe bien que éramos inmaculados. En mi la gente incineró que sé yo cuántas piezas de casimir inglés y cuántos automóviles de los que nunca disfruté. Y como en los tiempos de la Inquisición, hubo allí una quema habiéndome correspondido en ella el doloroso papel de efigie.

Espero y confío, mi general, en que se nos haga justicia.  Es lo único que le pide este humildísimo servidor que jura – para un remoto caso de reencarnación – no volver a nacer en El Rodeo. Ni, probablemente, en todo Puebla.

En conclusión

En más de una oportunidad he dejado escrito por aquí que las plazas de toros son los escenarios más democráticos que existen. Ese 1º de agosto de 1943 el pueblo expresó su sentir acerca de muchas cosas que sucedían en los confines de la tauromaquia mexicana y también fuera de ella. Quizás la forma de hacerlo no fue la más comedida, pero todo tiene un límite y como dice don Carlos Septién en su relación – misiva, lo que fue hacer paciencia, mansedumbre… para los toros, en las personas provocó una reacción en sentido contrario.

Maximino Ávila Camacho, hasta donde pude encontrar datos, no volvió a lidiar toros en una plaza a su nombre o bajo la denominación de El Rodeo después de ese día. Leí en alguna parte, que la simiente que le proporcionó don Antonio Llaguno, fue debidamente devuelta a su lugar de origen, donde sería mejor aprovechada. 

Entiendo, sí, que del general hay muchas más cosas de las que se puede hablar, desagradables las más, pero no olvidemos que él fue quien movió los hilos necesarios – sobre todo los políticos – para que las relaciones taurinas entre España y México se reanudaran y pudiera presentarse aquí, entre otros, Manolete. Ese es un mérito que es principalmente suyo y nadie se lo podrá quitar.

Sic transit gloria mundi… 

domingo, 14 de marzo de 2021

Félix Briones. A 50 años de su despedida de los ruedos

Desprendiendo el añadido a Félix Briones
Imagen: Manolo Saucedo
Cortesía: Francisco Tijerina
El anuncio de la despedida de los ruedos de Félix Briones el 14 de marzo de 1971 en Monterrey, motivó la reflexión de lo que fue su paso por los ruedos, en los que estaba activo desde el inicio de la década de los cuarenta y en la que, ya en la capital de la República, fue compañero de quinta de novilleros como Luis Procuna, Gregorio García o Eduardo Liceaga en la época en la que actuó en el Toreo de la Condesa, plaza en la que se presentó el 6 de junio de 1943 o Fernando López El Torero de Canela, Joselillo o Pepe Luis Vázquez (mexicano), de su tiempo ya de la Plaza México, donde debutó el 23 de junio de 1946 y siendo ya uno de los triunfadores de ese ciclo, salió proyectado hacia la alternativa.

Fue doctorado por Lorenzo Garza en la desaparecida plaza de el Coliseo en su ciudad natal, Monterrey, el 24 de noviembre de 1946, en festejo mano a mano, lidiándose toros de la ganadería del propio padrino. El toro de la ceremonia se llamó Reinero. Poco más de un mes después, el 29 de diciembre de ese mismo 1946, confirmaría en la Plaza México, de manos del propio Magnífico y testificando Jaime Marco El Choni, también confirmante, siéndole cedido a Félix el toro Huerfanito de Zotoluca. Esa tarde pudo cortar orejas, pero la espada se lo impidió.

Félix Briones fue uno de los diestros emergentes – junto con Chicuelín, El Ahijado del Matadero, Guerrita o Vizcaíno – que apoyó Manolete en sus campañas mexicanas y así, alternó con el Monstruo de Córdoba y Luciano Contreras en Mérida, el 22 de diciembre de 1946, para lidiar toros yucatecos de Sinkeuel.

Un trofeo presidencial

El jueves 6 de junio de 1947, se celebró la 19ª corrida de la temporada 1946 – 47 en la Plaza México, organizada por un patronato pro construcción de escuelas en el entonces Distrito Federal, encabezado por los señores Pablo B. Ochoa y Fernando Reyes Spíndola. En dicha corrida, se disputaría el Trofeo Presidencial Cigarrera de Oro, cedido por el entonces Presidente de la República, Miguel Alemán Valdés y el Secretario de Educación Pública, Manuel Gual Vidal – ¡qué tiempos aquellos, cuando a los gobernantes no les daba prurito patrocinar trofeos taurinos! –.

El cartel de ese festejo extraordinario se integró con Fermín Espinosa Armillita, Lorenzo Garza, Luis Castro El Soldado, Fermín Rivera y Alfonso Ramírez Calesero, lidiando todos un encierro de La Punta. El sexto de la tarde se llamó Gamito y en una tarde en la que ninguno de los diestros actuantes obtuvo trofeos, Félix Briones realizó una destacada y valerosa faena, que le valió la obtención del trofeo, que le fue entregado por los dirigentes del patronato.

El ambiente previo

Félix Briones – como su hermano Luis – fue un torero muy querido en Monterrey. La prensa de la época refleja el buen ánimo que producía su anuncio de dejar de vestir el terno de luces y así se desprende de esta nota previa aparecida en el diario El Porvenir de esa ciudad, de un par de días anteriores a la corrida:

Ha despertado expectación entre los aficionados regiomontanos el cartel del domingo en la Monumental Monterrey, en el cual Félix Briones habrá de decir adiós a la profesión de torero. Precisamente el hecho de que el pundonoroso diestro local cierre con su actuación del domingo su brillante trayectoria en los ruedos, hará que mucha gente acuda al coso para ver a quien supo ganarse la admiración de los públicos taurinos de México y Sudamérica, con actuaciones sensacionales, en la que nunca impuso condiciones y salió siempre a dar la pelea a todos los alternantes, desde el más encumbrado hasta el más modesto…

Y quienes vieron y vivieron los triunfos y sinsabores del peregrinar de Félix desde su época de novillero hasta la tarde que Lorenzo “El Magnífico” lo hizo matador de toros en el desaparecido Coliseo, estarán deseando que llegue el momento de verle asomar por el portón de cuadrillas, listo a dar la pelea a Joaquín Bernadó y a Mauro Liceaga, últimos alternantes que tendrá Félix en su vida profesional…

Había ilusión por ver al torero de la tierra torear su última tarde…

La tarde del adiós

Vestido de rosa y oro partió plaza Félix Briones, iba a la izquierda del paseo, con Joaquín Bernadó a la derecha y entre ellos, otro torero de dinastía, Mauro Liceaga. En los toriles les aguardaban seis buenos mozos de don Eliezer Gómez, ganadería neoleonesa que se unía al acontecimiento para despedir al torero de la tierra. Al final de los hechos, Félix Briones se pudo ir en aire de triunfo. Arrollando, como era su divisa. La relación que hizo en su día Antonio Córdova para el diario El Porvenir de Monterrey, entre otras cosas cuenta esto:

…“Doblecolo”, se llamó el primero de la tarde, al que Félix recibió con lances de tanteo, pero luego le fijó los pies en varias series de verónicas cargando la suerte, incluso le hizo un torerísimo quite por chicuelinas. Y aunque Félix tomó los palos y dejó excepcional par de cortas, el toro vino a menos, es decir, se agotó pronto, y Félix tuvo que aliñar, matando de una estocada un tanto desprendida. 

Con “Fierroesponja”, el otro de su lote, Félix salió decidido a dar el todo por el todo, y lo recibió en el centro de la plaza con faroles de rodillas y lances estupendos, cargando la suerte. Siguió en plan triunfal con una faena en la que hubo derechazos extraordinarios, naturales soberbios, en la que toro y torero fundieron en una sola la figura, y cuando mató de magnífica estocada, la autoridad no vaciló en concederle las orejas y el rabo, mis colegas los cronistas regiomontanos, no tuvimos empacho alguno en alzarlo a hombros y pasearlo por el ruedo, sobre todo después de que Félix Gerardo, su hijo, le desprendió el simbólico añadido, dando fin a una página de gloria dentro de la fiesta taurina…

Félix Briones fue cargado en hombros por los cronistas taurinos de Monterrey y por el comediante Gaspar Henaine Capulina, después de que su hijo Félix Gerardo, que pocos años después sería uno de los destacados novilleros que le dieron la pelea al fenómeno que fue Rodolfo Rodríguez El Pana le despojara del añadido. Sigue contando Antonio Córdova:

…Emotivo el momento en el cual Félix Gerardo, su hijo, le desprendió el añadido dando por terminada toda una vida dedicada a la profesión de torero, y más emotivo aún, el momento en el cual “Pablote”, Arturo García, Memo Guerra y Gaspar Henaine “Capulina” le cargamos a hombros como fiel reconocimiento a lo que Félix hizo en su larga trayectoria dentro de la fiesta…

Para redondear la tarde, Joaquín Bernadó salió al tercio en su primero y dio dos vueltas en el quinto, tras de que se le negara la oreja que fue insistentemente pedida y Mauro Liceaga dio la vuelta tras la lidia del tercero y le cortó la oreja al sexto, lo que permitió culminar una tarde en la que Félix Briones tuvo la despedida que pudo soñar, arropado por la gente de su tierra y triunfando. No muchos toreros tienen esa suerte.

Así pues, ese domingo 14 de marzo de hace medio siglo, se cerró un gran volumen de historia taurina que representaba la carrera del torero de Monterrey.

El ganado que se lidió

La ganadería de don Eliezer Gómez González se fundó en el año de 1933 y se asentó en el rancho Las Bravas del municipio de Cadereyta, Nuevo León. El pie de simiente, de acuerdo con don Heriberto Lanfranchi fue de vacas de Jalpa y Xajay y sementales de Zacatepec. A partir de 1948, la dirigió don Eliezer Gómez Sada, por el fallecimiento de su fundador y en 1976 fue enajenada a Valdemar Saucedo Galindo. Su divisa era con los colores blanco y negro.

Una estampa torera

Bien es sabido que la tauromaquia de Félix Briones estaba fundada en el valor. Pero no era un valor exento del oficio bien aprendido. Del conocimiento de los terrenos y de la colocación. Recojo, de la crónica que, firmada a nombre de Carlos Fernández Valdemoro en el ejemplar de “La Lidia” del 25 de agosto de 1944, el después José Alameda, relata una escena ocurrida en la novillada del 20 de agosto de 1944 en el Toreo de la Condesa. Se lidiaban novillos de Ajuluapan para Félix Briones, Leopoldo Gamboa y Raúl Iglesias y nos cuenta:

...veroniqueó Briones también con mucho valor y, luego, al hacer el primer quite por orticinas, – que han vuelto a estar en boga desde que Luis Procuna las resucitó en la corrida de la Oreja de Oro – resultó cogido y aparatosamente volteado. Se levantó y quiso repetir los lances, demostrando con ello más carácter que malicia, pues el novillo no era ciertamente propio para tales adornos… A la muerte llegó el novillo con acusada querencia hacia las tablas, y aún más allá de ellas. Y saltó al callejón, cuando Félix brindaba ya su muerte. Estaba el novillo decidido a evitarla y apenas lo sacaban de entre barreras, volvía a internarse. Abrieron por fin los monosabios la puerta del callejón que está ante la puerta de cuadrillas y allí se quedó aquerenciado el toro. Félix Briones hizo cuanto pudo para sacarlo, y aprovechó una arrancada para sacarlo hacia las afueras, logrando dejar una estocada un tanto pasada. Saltó el novillo, ya herido, al callejón y allí murió, mientras el público premiaba la voluntad y la decisión de Félix con nutridos aplausos…

Es decir, sabía torear y sabía estar en su sitio . En suma, Félix Briones sabía ser torero, en el ruedo… y fuera de él.

Félix Briones falleció en León, Guanajuato, el 11 de julio del año 2011.

Es por eso que, en este día, que se cumple medio siglo de su despedida de los redondeles, le recuerdo con respeto y admiración.

Aviso Parroquial: De nueva cuenta y como en todos los casos que tienen que ver con asuntos de la llamada Sultana del Norte, agradezco a mi Patrón, don Francisco Tijerina, el haberme proporcionado los materiales para garabatear estas líneas. Asimismo, advierto que los resaltados en los textos transcritos son imputables exclusivamente a este amanuense, pues no obran así en sus respectivos originales.

domingo, 28 de octubre de 2012

En el centenario de José Alameda (X)


Alameda antes de Alameda (IX)

José Alameda con el Arq. Juan Sordo Madaleno
ganadero de Xajay
En esta oportunidad seleccioné la crónica de la novillada celebrada en El Toreo el domingo 20 de agosto de 1944 en la que para lidiar novillos de Ajuluapan (5) y Sayavedra (6º), alternaron Félix Briones, Leopoldo Gamboa y el debutante Raúl Iglesias, porque veo que en ella el joven Alameda destaca los valores del conocimiento y dominio del oficio en el torero, sobre el hecho de hilvanar una faena a partir de una sucesión de lances o de pases más o menos ligados. Bajo el título de Buen debut de Raúl Iglesias, y todavía firmando como Carlos Fernández – Valdemoro, podremos encontrar en esta remembranza, una buena loa al toreo que se hace a partir de conocer las condiciones de los toros y los terrenos que los toreros deben ocupar. La crónica apareció publicada en el número 92 de La Lidia, el viernes 25 de agosto de 1944:
El domingo pasado, hizo su presentación en “El Toreo” un novillero al que yo quisiera ver torear de nuevo. Es Raúl Iglesias, muchacho que tuvo un debut afortunado y desafortunado a la vez. Afortunado, porque alcanzó un buen éxito. Desafortunado, porque ese éxito no es nada para el que hubiera podido alcanzar, de haber lidiado novillos propios para el triunfo… Cuando se dio suelta al tercero, Raúl Iglesias fue a buscarlo a terreno comprometido, cerca de tablas y delante de los chiqueros, donde los toros “pesan” siempre mucho. Al verlo, pensé que acaso el muchacho – principiante, al fin y al cabo – desconocía la importancia de lo que estaba haciendo. Pero pronto me convencí de lo contrario. Raúl sabía muy bien el terreno que pisaba, sólo qué, confiando en su arte, contaba con salir airoso. Y así fue. Dio varias verónicas con un arte, una soltura y una serenidad verdaderamente poco comunes. Pero hizo muy mal en darlas allí, porque hay que rehuir las dificultades innecesarias. Los buenos lances de Raúl hubieran resultado mejores en cualquier terreno donde el enemigo no lo asediase como en tal sitio lo asedió. Cuando el diestro – que realmente lo es – se disponía a rematar al novillo, de un derrote le arrebató el engaño. Pero Raúl no se descompuso y salió sin apuros del trance, mientras el público le ovacionaba… Muleteó extraordinariamente bien a ese novillo, dándole primero una serie de ayudados por bajo, templadísimos. Comenzó en el tercio y fue ganando terreno hacia los medios, siempre animado por los aplausos. Irguióse luego para dar cuatro muletazos, altos y de pecho, los que ejecutó manteniendo las piernas firmes, ligeramente abiertas para encontrar buen sustento en la arena, y llevando al novillo toreado con naturalidad, sin efectismos, en forma clásica y seria. Luego, viendo ya más agotado al novillo, lo toreó por delante, cerca de tablas, muy seguro, muy sereno y muy hábil, sin que al aludir a su habilidad quiera yo insinuar que usase de ilícitos recursos. Muy por lo contrario, demostró que pueden conocerse los secretos del toreo, sin que ello traiga como consecuencias la adquisición de viciosas mañas, pues también el toreo eficaz tiene reglas de buen arte, que los toreros con “escuela” como Raúl Iglesias, conocen y aplican. Hubiera sido bueno que lo viesen los principiantes envejecidos, que antes de conocer la ley, conocen ya la trampa… Entró Raúl a matar estando el toro con la penca del rabo en las tablas y formando con ellas un ángulo agudo, es decir con la posición requerida para lo que “Paquiro” llamaba el “volapié mejor”, distinguido del que se practica en otros terrenos, por sus mayores dificultades. Y aunque Raúl no se reuniera a la perfección, ni diese a la muerte cualidades notables, me interesa señalar la forma y el lugar en que la hizo, porque eso contribuye a acentuar su carácter de torero propenso a lo clásico y notoriamente difícil. Dejó en esa forma, media estocada que, por resultar algo contraria, no dio fin al novillo. Y esto produjo la mala consecuencia de que el astado, dolido al acero, empezaba a encogerse. Lo hizo visiblemente cuando Iglesias entró por segunda vez. Pero el espada se dio cuenta enseguida, no obstante lo cual, le costó trabajo matarlo, porque el novillo casi retrocedió al sentirse herido. Raúl lo toreó entonces de nuevo, por bajo y por delante, con severa maestría, nada aparatosa, ni efectista, pero rara y, por ello, muy estimable en un principiante. Después, le metió el brazo con gran habilidad, haciéndolo todo él, y dejó una corta desprendida, que refrendó un descabello a la primera… Se le ovacionó con fuerza y él se “recetó” la vuelta al ruedo. Pero el público no se lo tomó a mal. Al contrario, redobló la ovación… En sexto lugar salió un novillo castaño bragado, de Ajuluapan, que parecía embestir con cierta alegría, pero que era terciado en exceso. Y como, a causa de ello fuera protestado por el público, le sustituyó un manso de Sayavedra, que se quedaba en el centro de la suerte y tiraba peligrosos derrotes altos. Fue un novillo dificilísimo, que hubiese puesto en amargos trances más de un matador de toros. Raúl lo toreó sin perder la serenidad y lo mató con decoro, comportándose en todo momento como un torero auténtico… Sería muy interesante verlo ante novillos de buenas condiciones, para saber lo que da de sí y hasta donde llegan las cualidades de lidiador enterado y con buen estilo que demostró poseer sin duda de ningún género… El primer espada, Félix Briones, recibió al novillo que abrió plaza con un lance a pies juntos, suave y ceñido. El público acompasó el movimiento del torero con un “olé” estentóreo. Pero, enseguida, el astado se quedó. Y aunque Briones, muy valiente, lo obligó a pasar y le dio otra buena verónica y un ceñido recorte, no alcanzó la cosa el elevado tono que hacía presumir el primer lance. Tomó el novillo la primera vara y Félix, aún más valiente que en la ocasión anterior, hizo un quite por chicuelinas apretadísimas, que le valió una ovación. Y como el astado rehusase después la pelea con los montados, la autoridad dio orden de que se le retirase al corral. Al sustituto le veroniqueó Briones también con mucho valor y, luego, al hacer el primer quite por orticinas, – que han vuelto a estar en boga desde que Luis Procuna las resucitó en la corrida de la Oreja de Oro – resultó cogido y aparatosamente volteado. Se levantó y quiso repetir los lances, demostrando con ello más carácter que malicia, pues el novillo no era ciertamente propio para tales adornos… En la segunda vara, derribó el de Ajuluapan, y como el picador cayese al descubierto, Manuel Gómez Blanco “Yucateco” metió el capote y se llevó al toro. Y aunque parezca mentira, cierta parte del público se lo premió con una rechifla. El “Yucateco”, sorprendido y disgustado – no era para menos – explicó por señas que no podía dejarse al picador a merced del toro. Y es que no cabe ni en cabeza de baturro que se abronque a un torero por hacerle un quite oportuno a un compañero en peligro. Sin embargo, hay gentes que creen que el quite no consiste en librar a caballo y caballero del riesgo inminente, sin en dar lances de adorno, vengan o no al caso. Que el dios Tauro los perdone… A la muerte llegó el novillo con acusada querencia hacia las tablas, y aún más allá de ellas. Y saltó al callejón, cuando Félix brindaba ya su muerte. Estaba el novillo decidido a evitarla y apenas lo sacaban de entre barreras, volvía a internarse. Abrieron por fin los monosabios la puerta del callejón que está ante la puerta de cuadrillas y allí se quedó aquerenciado el toro. Félix Briones hizo cuanto pudo para sacarlo, y aprovechó una arrancada para sacarlo hacia las afueras, logrando dejar una estocada un tanto pasada. Saltó el novillo, ya herido, al callejón y allí murió, mientras el público premiaba la voluntad y la decisión de Félix con nutridos aplausos… Al cuarto lo veroniqueó también Briones con sobra de valor, aguantando con singular entereza de ánimo sus violentas arrancadas y toreó después, en el primer quite, por gaoneras, con ajuste y temple, siendo ovacionado en las dos ocasiones… Con la muleta dio algunos pases de costado y por alto, y otros al natural, siempre cerca y empeñoso, aunque sin que hubiera ligazón en la faena por el agotamiento del enemigo. Cuando trasteaba por bajo, muy cerca de las astas, fue prendido y aparatosamente volteado. Pero se levantó indemne y acabó con el novillo de un pinchazo en hueso y una entera perpendicular… A Leopoldo Gamboa le correspondió en primer lugar un novillo berrendo en cárdeno, que estaba ligeramente resentido de la pata derecha. Gamboa, que no se acomodó al veroniquear, logró en el primer quite dos gaoneras muy ceñidas, que tuvieron como continuación unos lances por la cara, destinados a poner al toro en suerte… También este novillo manifestó acusada querencia hacia las tablas, por lo cual resultó sorprendente la decisión del “Chato” Guzmán de banderillearlo al sesgo por dentro, en forma que hacía inevitable que el novillo lo achuchara al seguir su querencia. El “Güero” Merino, a continuación, le enseñó la forma justa de banderillear a ese toro, que era exactamente la contraria, es decir, al sesgo por fuera. Y si el novillo achuchó también al “Güero”, al perseguirlo, fue porque el banderillero le llegó mucho, comprometiéndose con ello, pero no por haber cometido un error… Gamboa, acertadamente, dio tablas al enemigo y lo muleteó por bajo. Es decir, le hizo la faena adecuada, en la que, de haber puesto un poco más de decisión, hubiese alcanzado el éxito que su buena orientación merecía. Entró a matar al hilo de las tablas, dejando una estocada trasera, y, cuando intentaba el descabello, el toro se echó… El quinto que tenía sentido, le dio a Gamboa un achuchón verdaderamente asustante cuando el muchacho intentaba el primer pase. Esto desconcertó al torero que, al volver a citar, vio venir al novillo sobre sí y le soltó la muleta en la cara. En vista de lo cual, decidió entrar a matar inmediatamente, cosa que desagradó al público, aunque Gamboa no pudo estar más afortunado en su empeño, pues agarró una corta en todo lo alto, que terminó con sus tribulaciones… No hubo “séptimo toro”. Gracias Joaquín Guerra.     
Los espadas del cartel

Félix Briones (Foto: Manolo Saucedo
cortesía burladerodos.com)
Félix Briones, nativo de Monterrey tomó la alternativa en la plaza Coliseo de su ciudad natal el 24 de noviembre de 1946, siendo su padrino Lorenzo Garza, en corrida de mano a mano con el toro Reinero de la ganadería del propio Lorenzo Garza. Confirmó en la Plaza México el 29 de diciembre de 1946, llevando como padrino de nuevo a Lorenzo Garza y de testigo a Jaime Marco El Choni, siéndole cedido el toro Huerfanito de Zotoluca. Falleció el 11 de julio de 2011.

Raúl Iglesias, de San Luis Potosí, es el único torero mexicano que ha recibido la alternativa en la plaza de toros de Vista Alegre, la Chata de Carabanchel, Madrid, el 11 de julio de 1954. Le apadrinó Jaime Malaver, y fungió como testigo Enrique Vera, en la cesión del toro Ruiseñor de José Carvajal González. Falleció el 6 de abril de 2011.

A Leopoldo Gamboa ya se los había presentado en algún capítulo anterior de esta serie.

Necesaria Aclaracion: Los resaltados en el texto de la crónica transcrita, son imputables exclusivamente a este amanuense.

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