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domingo, 27 de marzo de 2022

1º de abril de 1962: Joaquín Bernadó y Manzanero de Coaxamalucan

Joaquín Bernadó
Foto: Martín Sánchez Yubero
Joaquín Bernadó inició el año de 1962 en Guadalajara el día 14 de enero y allí, en El Progreso, compartiendo cartel con Alfonso Ramírez Calesero y Jorge El Ranchero Aguilar, ante toros de Tequisquiapan, y se reiteraría, como escribió el cronista del diario El Informador que firmó como Gitanillo, que le definió como un torero:

...de gran personalidad, exquisita clase y una suavidad de seda, que corre la mano con temple extraordinario... y con su gran clase logró que los aficionados se le entregaran en su presentación...

Dos semanas después tuvo la ocasión de refrendar su buen hacer ante una complicada corrida de Xajay en el Toreo de Cuatro Caminos, alternando con el caballero en plaza Ángel Peralta, Rafael Rodríguez y Antonio Campos El Imposible. Solamente pudo dejar constancia en esta tarde de sus buenas formas ante los toros, pues la corrida no permitió a ninguno de los diestros actuantes manera alguna de lucimiento en esa sexta corrida del ciclo organizado por el doctor Alfonso Gaona.

La décimo quinta de la temporada 61 - 62

Para el primer día de abril del año 62, se anunció un encierro de Coaxamalucan, de don Felipe González, para Manuel Capetillo en su tercera comparecencia de la temporada, Joaquín Bernadó que iba a por su segunda tarde, José Ramón Tirado también en una tercera actuación y el madrileño Luis Segura que se presentaba por segunda ocasión, reapareciendo después de la grave cornada que recibió el 11 de febrero anterior. Al final de cuentas, de los toros anunciados se lidiaron solamente siete, pues el que abrió plaza fue de Piedras Negras.

El segundo de la tarde se llamó Manzanero y lo que apreció don Alfonso de Icaza Ojo acerca de la labor de Joaquín Bernadó ante él en su crónica aparecida en El Redondel de la misma fecha del festejo, es de la siguiente guisa:

…“Manzanero”, de mucho menos respeto, pues se trata de un novillo de pinta fúnebre y bizco del pitón izquierdo.

Joaquín Bernadó le sale al encuentro, trata de recogerlo, y una vez que lo logra, da varios lances de chicotazo, con los pies juntos, para instrumentar después tres buenas verónicas, toreramente rematadas. Ovación y dianas.

El propio Bernadó pone al toro en suerte, mediante un abaniqueo, y cuando él da una larga, echándose el capote a la espalda, el de Coaxamalucan dobla los remos. Una vara recargando y de nuevo cae el toro cuando hace el quite el diestro catalán, que, citando después desde lejos, instrumenta tres saltilleras estatuarias y bien rematadas que le valen nuevas ovaciones.

Siguen los banderilleros haciendo de las suyas.

Bernadó brinda a un amigo y hace que su peón le lleve el toro a las tablas, para iniciar su faena con tres pases en el estribo. Airosamente se lleva al toro a los medios y ahí corre la mano de manera superior en varios derechazos, a la vez que torea al natural, de frente, con auténtico preciosismo. El toro se echa, pero el diestro no se desanima, antes, por lo contrario, continúa toreando cada vez mejor; da un pase en dos tiempos, muy espectacular, y se adorna con manoletinas y afarolados. Las palmas del público han atronado el espacio cuando Joaquín entra a matar muy derecho, y deja una estocada entera. Estalla la ovación, y la autoridad concede dos orejas, dando el espada dos vueltas al anillo.

Dispénsesenos que no detallemos más la labor de Bernadó, pues nuestro teléfono sufrió una larga interrupción…

El juicio de Ojo respecto de la presencia del encierro es duro, desde la cabeza de la crónica que abarca las dos páginas centrales del tabloide, pues afirma que los pupilos del Gallo Viejo fueron el grupo más disparejo de lo que iba de temporada. Yo diría, tratando de atenuar la apreciación de don Alfonso, que esa circunstancia es el resultado de tratar de completar un encierro de ocho toros, pues normalmente los grupos son de seis o de siete y para cerrar uno así, a veces se tiene que echar mano de otros que están menos puestos. Pero sesenta años después y sin imágenes a la mano, difícil es ir más allá de la mera especulación.

Otra versión es la de Carlos León, quien en el Novedades, al día siguiente de la corrida, dedicó su carta boca arriba a don Miguel Alemán Valdés, en esas calendas Presidente del Consejo Nacional de Turismo y entre otras cosas, le contó en esa crónica a guisa de misiva:

En sus memorias, Pío Baroja cuenta que la vez primera que salió de viaje hacia la capital británica, se encontró en la Estación del Norte de Madrid a Ortega y Gasset. Al decirle cuál era el destino de su viaje, le preguntó el que luego sería gran filósofo:

- ¿Pues qué hay ahora en Londres?

- Hay Londres - respondió Don Pío.

Así, si alguien que no hubiera estado hoy en la plaza nos preguntara: ¿Pues qué hay en Joaquín Bernadó?, bastaría con responder: hay torero. Eso que se dice tan sencillo y que es tan difícil de afirmar. Pues si otra vez habíamos dicho que lo único torero del barcelonés era que se llamaba Joaquín, como “Cagancho”, ahora es de justicia reconocer que tuvo una actuación completa, que lo revela como un magnífico lidiador.

Con “Manzanero”, el bravísimo toro de Coaxamalucan que cubrió de gloria la divisa de Don Felipe González, le íbamos a ver a Joaquín Bernadó una lidia completísima, de acuerdo con la noble bravura del burel. Desde que se abrió de capa y trazó verónicas mandonas, yendo del tercio a los medios, se desgranó la primera ovación, que iba a repetirse cuando crispó los nervios de las masas con unas saltilleras estrujantes. Luego, la faena larga y variada, abundante en alegre pinturería. Primero los muletazos sentado en el estribo, el firmazo garboso y el de pecho dramático, para después citar como los clásicos, con la muleta plegada, para dar varios naturales citando de frente, como en las mejores épocas del toreo. Siempre suntuoso, elegante y pinturero, el catalán tiró del repertorio de las alegrías hasta lograr una faena que en todo instante fue coreada por la muchedumbre. Y como digno colofón, la estocada desprendida, pero fulminante, que hizo polvo al noble coaxamaluqueño. Dos orejas y otras tantas vueltas al ruedo, fueron el justo premio a labor tan señera...

Carlos León, mordaz cuando hacía falta o cuando las cosas no eran de su parecer, en esta oportunidad quedó rendido ante la torería y la clase de Joaquín Bernadó, cantada desde sus primeras tardes en estas tierras y que le permitiría permanecer en el gusto de la afición de este lado del mar por un par de décadas más y de alguna manera permanecer, pues después de dejar de vestir el terno de luces, como profesor de la Escuela Taurina de Madrid, varios diestros mexicanos, fueron discípulos suyos.

Lo demás de la corrida

Manuel Capetillo tuvo una faena poderosa y de lucimiento intermitente ante Mechudo, el de Piedras Negras que abrió plaza, saludando desde el tercio. José Ramón Tirado por su parte saldó su actuación con discreción, luciéndose con las banderillas en sus dos toros y por su parte, Luis Segura se vio inseguro, seguramente aún no repuesto de la cornada que recibió en la octava corrida de la temporada en ese mismo ruedo, aunque en su descargo habrá que decir que el primero de su lote era burriciego – coinciden Ojo y Carlos León – en tanto que el octavo no se vio, por la desastrosa lidia que se le dio.

Bernadó y México

Joaquín Bernadó, es todavía, creo, por pocas fechas, el torero español que más ha toreado en México desde el año 1920, con 190 tardes. Recorrió toda nuestra geografía desde 1961 hasta el año de 1988, cuando toreó entre nosotros su última docena de festejos. No rehuía fechas, plazas, ganaderías o alternantes y esa disposición siempre le fue correspondida por la afición, que acudía gustosa a verlo, porque sabía que apreciaría cuando menos, torería, que esa se lleva a la plaza, pues lo demás es aleatorio.

Es por eso que hoy, en las cercanías del sexagésimo aniversario de su primer gran triunfo en la capital mexicana, traigo a estas páginas virtuales su recuerdo.

domingo, 24 de agosto de 2014

24 de agosto de 1944: El Talismán Poblano se presenta en España

Las gestiones iniciadas en el verano de 1943 por Luis Briones y culminadas por Antonio Algara para reanudar el intercambio entre las torerías de España y México, aparte de permitir a afición y públicos el volver a ver o conocer a los que encabezaban los escalafones en ambos países, dio oportunidad a muchos toreros mexicanos de cruzar el Atlántico para intentar relanzar sus carreras.

Uno de esos casos es el de Felipe González El Talismán Poblano, quien al decir de Guillermo Salas Alonso en la temporada de novilladas de 1942 en el Toreo de la Condesa había toreado nueve festejos consecutivos y había salido en hombros en siete de ellos, logrando apuntalar una campaña novilleril que le llevó a recibir una alternativa en su natal Puebla de los Ángeles el 16 de enero de 1944, apadrinándole Silverio Pérez, quien le cedió los trastos para matar al toro Peñista de Coaxamalucan, en presencia de Luis Castro El Soldado.

Sin confirmar esa alternativa en la capital mexicana, El Talismán Poblano marchó a España y su presentación en aquellas tierras fue en la ciudad de Barcelona, en la plaza de Las Arenas, un lugar natural de ingreso para nuestros toreros a tierras hispanas. Afirmo que el ingreso natural de nuestros toreros a España era por Barcelona, porque desde la década de los veinte del pasado siglo, fue por la Ciudad Condal donde iniciaban sus campañas. Barcelona era la plaza que iniciaba más temprano su temporada y casi siempre la última en concluirla y es proverbial la preferencia que tuvo don Pedro Balañá por nuestros toreros.

Felipe González actuó como novillero para reiniciar su andar por los ruedos en Barcelona y eso implicó en alguna medida un acto de renuncia y en otro sentido una cuestión de corte jurídico, pues en el convenio negociado en el verano del 43, se pactó que solamente tendrían validez las alternativas recibidas o confirmadas en El Toreo de la Ciudad de México, cuestión no subsanada hasta la revisión de 1951, en la que se declararon válidas todas aquellas que se reconocieran como tales en cada uno de los países parte del traído y llevado convenio.

Así pues, el jueves 24 de agosto de 1944 se anunció un encierro de Hoyo de la Gitana para Pepín Martín Vázquez, que se despedía de la novillería en Barcelona – recibiría la alternativa allí mismo, en la Monumental el 3 de septiembre siguiente –, Manolo Cortés, quien reaparecía después de haber sido herido allí mismo en Las Arenas y el debut en España y en Barcelona, de Felipe González. Eduardo Palacio, cronista titular de La Vanguardia, escribió lo siguiente sobre la actuación del debutante:

«Uso moderadísimo»... Con un lleno completo se celebra en la tarde de hoy, jueves 24 de agosto, una novillada extraordinaria en la que han de lidiar seis reses de Hoyo de la Gitana los diestros Pepín Martín Vázquez, Manolo Cortés y el mejicano Felipe González, que hace su presentación en España. A las siete en punto desfilan las cuadrillas, saludándose la presencia de Manolo Cortés, convaleciente de su cogida en esta misma plaza, con grandes aplausos que el muchacho, modestamente, comparte con sus compañeros de terna, a los que obliga a salir a los medios... El mejicano Felipe González, cuya actuación en esta corrida era la primera que hacía en España, se destapó en el último bicho de la fiesta, al que veroniqueó muy bien, lanceándole de frente por detrás, con mucho garbo y valor y tornando a ser ovacionado en el tercio de quites, que resultó tan completo por parte de los tres diestros, que hubo de acompañarles la charanga y los aplausos de la multitud, que llenaba el coso. Clavó después tres formidables pares de rehiletes, ganando con guapeza la cara de aquel toro que llevaba en todas sus arrancadas la velocidad de un expreso conducido por un maquinista alienado, y tornaron a hacer humo las palmas del concurso. Encendióse en esto la luz artificial y bajo ella, realizó el muchacho una faena valerosa; pero quizá y sin quizá, demasiado dilatada, a la que, al fin, puso punto con una estocada que las sombras de la noche no me permitieron apreciar; pero que fundadamente sospecho no debía haber quedado muy en su sitio, cuando se apresuró el diestro a sacar el acero del cuerpo del novillo, que, seguidamente, se rindió a los pies del cachetero. Esto, no obstante, la multitud despidió con grandes aplausos a Felipe González…

El título de la crónica hace referencia a la supuesta existencia en la enfermería de Las Arenas, del mítico bálsamo de fierabrás, que supone aplicado a un valentísimo Manolo Cortés, quien no acusó los efectos del percance sufrido en su actuación anterior y en cuanto a la actuación de Pepín Martín Vázquez, el cronista se limita a señalar que pasó de puntillas en esa su última actuación como novillero en la capital catalana.

Felipe González se presentaría en Madrid el jueves siguiente – 31 de agosto – alternando con Jaime Marco El Choni y Agustín Parra Parrita en la lidia de novillos de Concha y Sierra y la Viuda de Soler (3º), cortándole una oreja a este último y permanecería en España toda la campaña de 1945, regresando a México para recibir una segunda alternativa el 30 de diciembre de ese año, en Ciudad Juárez, de manos de Carlos Vera Cañitas y fungiendo como testigo Gregorio García, siendo los toros de Presillas.

En 1955 ingresó a la Unión Mexicana de Picadores y Banderilleros y destacó como uno de los principales hombres de plata durante las décadas siguientes. Sus hijos Felipe y Sergio fueron también matadores de toros y después cambiaron el oro por la plata, destacándose también en ese escalafón.

El Talismán Poblano falleció el 3 de febrero de 1994.

Aldeanos