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domingo, 10 de enero de 2021

El Premio Nobel del Toreo

10 de enero de 1954. Calesero realiza la mejor tarde de su carrera en la Plaza México

El Premio Nobel se instauró a finales del siglo XIX para galardonar e incentivar las investigaciones y avances en la ciencia. También se incluyó una vertiente artística en el mismo al establecerse uno para la literatura, entendiéndose que todos esos avances y obras literarias tendrían que haber aportado algo a la humanidad. 

Es curioso que esos premios se concentren en disciplinas científicas y solamente uno de los seis que se entregan – en 1968 se creó uno para las ciencias económicas – se destine a las artes, siendo quizás que, en la evolución de la humanidad, las artes expresan mejor el ser y el sentir de lo que somos y se alejan de las implicaciones políticas que la mayoría de los que se otorgan tienen.

No voy a defender el otorgamiento de un Premio Nobel para el toreo. Entiendo y acepto que su propuesta fue un ditirambo de Carlos León, cronista en su día del diario Novedades de la Ciudad de México, pero ese aparente desatino ilustra la necesidad de que quienes otorgan ese tipo de galardones volteen sus ojos a la fiesta, y se enteren de que allí hay una manifestación artística que merece ser valorada y por qué no, recompensada.

La enorme hazaña de Calesero

Alfonso Ramírez Alonso, natural de la Triana de Aguascalientes, era uno de los toreros que hicieron la transición de El Toreo de la Condesa a la Plaza México, pues recibió en el antiguo coso la alternativa el 24 de diciembre de 1939. Era conocido por su extraordinaria clase y por su creatividad con el capote, pero en las plazas de la capital no había redondeado una tarde. Podría afirmarse, sin afán peyorativo, que apuntaba, pero no disparaba, aunque en plazas como Guadalajara o Aguascalientes tuviera tardes redondas que le mantuvieran en el ánimo de la afición e hicieran que se le esperara una temporada y la otra también.

Ese domingo 10 de enero de 1954 le correspondieron dos toros de Jesús Cabrera que por su orden de salida se llamaron Campanillero y Jerezano y con ellos Calesero se encontró con su toreo y se encontró con la afición de la capital mexicana. Solamente les cortó una oreja por un mal manejo de la espada, pero lo que les hizo con la capa, las banderillas y la muleta sigue allí y si algún día se hiciera un recuento de las grandes faenas hechas en el ruedo de la Plaza México, al menos una de ellas sería tomada para esa relación.

Decía al principio que Carlos León, del extinto diario Novedades, propuso un Premio Nobel del Toreo. Pues para recibirlo designó a Calesero precisamente en esta tarde. Lo hizo en sus Cartas Boca Arriba, dirigida en esta ocasión a don Rodolfo Gaona, y entre otras cosas, le refiere lo siguiente:

El Calesero saturó de arte a la Plaza México; cortó una oreja, pero merecía el Premio Nobel de la torería

…Maestro, es necesario que usted vea torear a Alfonso Ramírez, ese extraordinario artista, que al fin, ha redondeado en la capital, una actuación inolvidable…

… ¡Qué alegría siente el aficionado cuando triunfan los auténticos artistas del toreo! Estoy seguro de que usted, si hubiera contemplado lo que en los tres tercios de la lidia realizó el diestro hidrocálido, habría sentido una gran emoción estética y, muy en lo íntimo, la satisfacción de ver el resurgir a quien es capaz de seguir su escuela y continuar el dogma artístico que usted dejó como ejemplo de lo que debe ser el arte del toreo…

A partir de los lances sedeños con que saludó a ‘Campanillero’, lances de una suavidad y de un temple exquisitos, empezamos a saborear el resurgimiento de este gran torero que sublimó en esta fecha memorable la limpia ejecución de las suertes. Ese quite con dos faroles invertidos, una chicuelina y el clásico remate de la larga cordobesa, llenaron la plaza de sabor a torero. Y por ahí siguió, alegre y variado, finísimo en todo instante, como en la gallardía con que citó para un par al quiebro, marcando la salida y saliendo deliberadamente en falso, para inmediatamente volver a citar y dejar al cuarteo un par perfecto que aún ligó con un rítmico galleo…

…Y hoy, ¡con qué alborozo me he unido al clamor popular, celebrando el renacimiento de un auténtico torero!…

Pues así ha ocurrido maestro, en esta inolvidable tarde. Cuando salió ‘Jerezano’, el quinto del encierro, todavía Alfonso Ramírez iba a superarse. La suavidad de aquellos lances a pies juntos y la lentitud que puso en las chicuelinas para rematarlas con un recorte teniendo ambas rodillas en la arena, volvieron a poner de relieve que nos hallábamos ante un artista de los que se ven pocas veces. Descubierto y en los medios, Alfonso tuvo que agradecer la ovacionaza que premiaba su excelsitud con el capote.

Clavó un solo par, al cuarteo, y no es exagerar si decimos que usted mismo lo hubiera rubricado como propio, por la majestad y la exposición con que el hidrocálido cuadró en la cara y alzó los brazos. Luego brindó al doctor Gaona; al empresario que tendrá que poner al Calesero todos los domingos de lo que resta de la temporada. Y salió de hinojos, para iniciar su trasteo con tres muletazos dramáticos. Pero en seguida, ya de pie, volvió a bordar el toreo. Sobre todo, allí quedaron dos series de naturales que nadie – así: ¡nadie! – ha trazado con más naturalidad y mayor lentitud desde los buenos tiempos de Lorenzo Garza en 1935.

Sin suerte con la espada, se le fueron las orejas de ‘Jerezano’. Pero otra vez ha dado dos vueltas al ruedo y ha saludado desde los medios, en una apoteosis inacabable.

…Y luego ha salido en hombros, consagrándose de la noche a la mañana como el artista de más clase de cuantos hoy por hoy visten el traje de torero...

Si solamente tuviéramos a la vista esta crónica, pudiéramos pensar que Carlos León vio algo parecido a un espejismo. Pero afortunadamente el maestro Julio Téllez, en la obra que el Gobierno de Aguascalientes dedicó al Poeta del Toreo, cita otra crónica, aparecida ésta en el diario El Universal, sin firma, en la que se manifiesta entre otras cuestiones esto:

Alfonso Ramírez lo hizo todo, y todo con una inspiración y una belleza insuperables; cortó una oreja y fue paseado en hombros por las calles de la capital.

Alfonso Ramírez, Poeta del Toreo; porque eso ere tú Alfonso – nada más, en toda su sencilla inmensidad – ¡El Poeta del Toreo!

Teníamos empañada la visión de las cosas, como la tenemos siempre, porque las miramos con tristes ojos de adulto, que presumen de ya saber, de ya conocerlo todo. Y lo que pasa es que hemos olvidado al niño que en nosotros quedó atrás, y que fue asomándose al mundo con ojos nuevos, sorprendidos, jubilosos de cada encuentro y de cada hallazgo.

Hemos olvidado, olvidamos casi siempre al poeta que quedó atrás, allá en la infancia lejana. Porque dicen – y tú debes saberlo bien Calesero – que ser poeta es volver a ser niño. Que es crear, volver a crear en nosotros aquella mirada de sorpresas y de júbilo fresco ante el mundo, ante todas las cosas: el sol y las aves, la rosa y el agua.

Las vemos todos los días, y porque creemos presuntuosamente conocerlas, se nos quedan sólo en la mirada, y no nos penetran hasta la raíz del alma, ahí donde se halla el verdadero conocimiento, la comprensión auténtica, emocionada e íntima. Ahí donde sabe llegar el poeta, para comprender, para sentir la música oculta y ofrecérnoslas luego, y hacernos el regalo de su propia emoción, de su comprensión, de su inspiración, en suma.

Ahí donde llegaste tú ayer, Calesero poeta.

¿A que seguir? ¡Todo el toreo, de rodillas y de pie, por verónicas y chicuelinas, en las largas cordobesas y en las vitaminas, en los derechazos y en los naturales, en los remates y en los desplantes, nos los diste como poeta: como cosas nuevas, frescas, estrenadas ahí mismo, descubiertas en ese momento, desconocidas -o mejor, reconocidas en su perfil primero, en su sabor inicial, ¡en su autenticidad más honda…!

Así pues, podemos advertir que esa tarde del 10 de enero de 1954, Calesero conmovió las estructuras del toreo hasta sus cimientos. 

Cuenta don Julio Téllez, testigo también de esa tarde:

¿Por qué esa gran emoción? ¿Por qué esa locura colectiva? Todo era como un gran juego de niños; remataba de rodillas, y la gente se paraba gritando. Pegaba una seria de naturales y la gente de pie enloquecida se miraba entre sí diciendo: “Esto no puede ser”. Y la locura final, con aquella cadenciosa larga cordobesa. ¿Cuántos años hace que no ven algo parecido?, nos preguntaban los compañeros de tendido.

Salimos de la plaza exhaustos, felices, por primera vez vi a mi padre con una alegría que no le conocía, y a boca de jarro le pregunté: ¿El Calesero es el mejor torero del mundo? ¡Hoy lo fue!, y cada vez que toreé en esta forma, lo será, me contestó…

Creo que está claro por qué Carlos León propuso un Premio Nobel para el toreo y a Alfonso Ramírez Calesero para recibirlo.

El predicamento inicial de la corrida

Inicialmente, el interés del festejo se depositó en la reaparición de Fermín Espinosa Armillita, que volvía a la gran plaza después de haber toreado allí su despedida el 3 de abril de 1949. El Maestro había iniciado lo que resultaría ser una breve campaña de retorno el 20 de diciembre anterior en Aguascalientes alternando con el propio Calesero y Antoñete.

Esa temporada del regreso de Armillita constaría de quince festejos y concluiría el 5 de septiembre en Nogales. Dos de esas corridas se verificaron en el extranjero, una en Bogotá y otra en Arles.

El tercer espada del cartel fue Jesús Córdoba, quien fue herido por Gordito, el primero de su lote durante la faena de muleta y pasó inédito esa tarde. Fue la tercera de una racha de cuatro cornadas consecutivas que el llamado Joven Maestro sufrió en la Plaza México.

Para terminar

Dijo don Francisco Madrazo Solórzano acerca del propio torero: Cuando los artistas se enfadan y les sale un toro a su modo, cuidado con ellos, porque no perdonan… 

Probablemente Calesero sorteó el mejor lote esa tarde, pero indudablemente que no se trata únicamente de llevarse los mejores toros, sino de saber que hacer ante ellos. Y Calesero lo hizo, por eso hoy, sesenta y siete años después, se le sigue recordando, entre otras cosas, por esa señalada tarde. 

domingo, 5 de junio de 2011

En el centenario de Armillita, VI

3 de junio de 1945: Armillita corta un rabo en su reaparición en Sevilla

Anuncio de la Corrida de la Prensa
de Sevilla de 1945 aparecido en el
diario ABC de Sevilla
Todas las referencias de la Historia parecen llevarnos a la conclusión de que en el año de 1936, Armillita sería el torero que más fechas sumaría en España. La misma Historia nos deja claro que dos acontecimientos, en apariencia desvinculados entre sí, acabarían por impedir en definitiva ese logro. El primero fue la Orden Ministerial publicada en la Gaceta de Madrid del 3 de mayo de ese año, mediante la cual se impusieron a los toreros extranjeros – sin distinguir nacionalidades, aclaro – una serie de condiciones difíciles de cumplir ya iniciada la temporada y suscrita por Enrique Ramos, en esos días Ministro del Trabajo, Sanidad y Previsión de la República Española y el segundo, el inicio de las hostilidades de la Guerra Civil, un par de meses después. Afirmo que la desvinculación de ambos hechos es aparente, porque el tufo político de la Orden Ministerial que menciono no se puede ocultar y creo que algo tiene que ver con los demás conflictos que desembocaron en la sangrienta confrontación armada, pero eso lo discutiré en otro espacio, probablemente aquí mismo.

El hecho es que debido a esa Orden Ministerial, Armillita y un importante número de toreros mexicanos que actuaban en España, sin distinción de categoría tuvieron que volver a México y durante el transcurso de la Guerra y un lustro después de ella, permanecieron alejados de los ruedos hispanos, porque si bien algunos diestros hacían campañas europeas en Portugal y en Francia, el arreglo con la torería española tardó unos años más en producirse y fue precisamente cuando para la campaña invernal 1944 – 45, don Antonio Algara contrató a los primeros diestros españoles que venían a México en preparación de la traída de Manolete para el siguiente invierno.

La vuelta del Maestro Fermín a las plazas españolas

En el ámbito de esa nueva apertura, es que Armillita vuelve a hacer una campaña española, pero ya en términos distintos a las que llevó a cabo entre los años de 1928 a 1936, pues fue a torear en plazas de primera, en un número reducido de festejos y percibiendo honorarios de acuerdo a su indudable categoría. Es así que el resultado final de esa temporada de 1945 se redujo solamente a 32 festejos, 28 en España y 4 en Lisboa. Dos de ellos tuvieron lugar en la Maestranza sevillana y el que me ocupa en este espacio, fue la Corrida de la Asociación de Prensa de Sevilla, misma que tuvo lugar el domingo 3 de junio de ese calendario.

Molinete de Armillita
por Carlos Ruano Llopis
Refiere Filiberto Mira en su libro Medio Siglo de Toreo en La Maestranza, 1939 – 1989, que originalmente se había pensado en Silverio Pérez para formar parte del cartel, dado que El Faraón nunca había actuado en esa plaza, pero al final, la dirección de la Asociación de Prensa consiguió que fuese Armillita el que integrara el cartel de ese tradicional festejo junto con Domingo Ortega y Pepe Luis Vázquez, para enfrentar un encierro de Manuel González Martín – de origen Juan Contreras y hoy correspondiente a la ganadería de Baltasar Ibán –, una vacada que en esas fechas se encontraba en sus horas bajas.

Como dato curioso, Fermín Espinosa había tenido solo 4 actuaciones anteriores en Sevilla. Se había presentado en la Maestranza el 27 de abril de 1930, alternando con Marcial Lalanda y Mariano Rodríguez Exquisito en la lidia de toros de Villamarta; volvió en 1932 y en 1933 actuó 2 veces, cortando una oreja el 20 de abril. Así que en alguna manera, en el decir de José Carlos Arévalo, era un torero visto y no visto…, pero también, quedaba en cierto modo patente aquello que se imputa a la afición hispalense, en el sentido de que los toreros que no son de por esos rumbos, tardan en calar en su ánimo.

La Corrida de la Prensa de 1945

La crónica del festejo, suscrita por Antonio Olmedo DelgadoDon Fabricio en la edición sevillana del diario ABC del martes 5 de junio de 1945, titulada Decíamos ayer…, en clara alusión a la expresión que se atribuye a Fray Luis de León al momento de retomar su cátedra en Salamanca después de dos años de injusta prisión y por ende de separación de ella, en lo medular dice:
¡Con qué gusto ha vuelto a torear Armillita en la Real Maestranza de Sevilla! Había el domingo en la famosa plaza fiesta de campanillas. Armillita era el primer espada de una terna de maestros, que la Asociación de Prensa había elegido para su tradicional y renombrada corrida y en tal oportunidad la preeminente figura mejicana volvía a pisar el ruedo sevillano al cabo de poco más de una década. 
La emoción del artista, ganada por el ambiente, que otro tiempo auspiciara sus claros triunfos, era ostensible en la franca sonrisa que irradiaba la cara de Fermín al hacer el paseo las cuadrillas. Armillita, sin duda, sentía cercano el halago de las palmas logradas en pretéritas tardes triunfales: se le había pasado el tiempo. Y no a renovar añejas proezas, sino a continuarlas salió a la plaza Fermín. Abrió éste su capote ante el primer toro para dibujar unos lances majestuosos a la verónica, que arrancaron el olé unánime; terció en quites con idéntica perfección y las palmas restallaron como el trueno. Aquello era sencillamente que Armillita reanudaba sus enseñanzas en la famosa cátedra del Baratillo, y así, al comienzo de la interesante lección de tauromaquia con que había de regalar el gusto de la afición docta e iniciar en los secretos del arte a los aprendices de aficionado, pudiera haber repetido la famosa frase: «Decíamos ayer... ». 
La lección fue completa, sin tacha alguna. Banderilleó Armillita a sus dos toros con facilidad y limpieza, llegándoles alegremente para lograr la más ajustada reunión; brilló con el capote en lances y quites de ley, más con la muleta logró dos faenas magníficas, la primera brindada al público e iniciada con un perfecto pase de pecho y otro natural por alto, continuada con cuatro naturales soberbios de puro estilo. Esto es, dando la pierna y cargando la suerte como ésta quiere cuando se ejecuta a la verdad. No importó que el toro se aplomara para que Armillita desgranase toda la gama de su extenso repertorio, en el que ni siquiera está excluido el novísimo molinete de rodillas. Vistosísimos adornos pusieron fin a la faena, por sí sola merecedora de la oreja, que no fue concedida, aunque el público la instara insistentemente. Señaló bien Armillita y secundó con media lagartijera. ¿Por qué, pues, el rigor presidencial? Huelga decir que Armillita fue objeto de todos los homenajes. 
En su segundo, un toro manso y gazapón, cuya muerte brindara a Juan Belmonte, Armillita cuajó otra faena por bajo, de muletero grande, la que culminó en derroche de arte y gallardía al torear en redondo, pisando el espada un terreno en la que la jurisdicción del toro quedaba anulada. Después de señalar dos veces, Armillita fulminó a la res de una estocada hasta la bola. Las orejas y el rabo del manso lucieron en las manos del triunfador al dar la vuelta al ruedo y salir al tercio a saludar. Hoy como ayer…
Lo que no cuenta la crónica en torno al suceso

Filiberto Mira tendría cerca de 18 años cuando los hechos ocurrieron y casi once de vivir en Sevilla y asistió al acontecimiento, aunque en sus obras cita también las versiones de dos aficionados, Manuel Baena y Rafael Ríos Mozo. En el libro arriba mencionado afirma que el brindis de Armillita a Juan Belmonte fue de la siguiente guisa:
Con el recuerdo a Gallito, tengo el honor de brindarle esta faena en Sevilla, con el deseo de que sea digna del torero al que se la dedico. Va por Usted, Maestro…
De la versión de Manuel Baena, el mismo Filiberto Mira invoca directamente la siguiente afirmación:
Al terminar esta corrida me comentó Manuel Baena, aficionado ultragallista: Niño, con lo que le has visto hoy a Armillita, ya tienes idea de lo que fue José el Gallo. Sólo José podrá igualar lo que esta tarde le ha hecho Armillita al cuarto toro. Y fíjate bien, que te digo igualar, porque superar lo de Armillita es un imposible en el toreo…
Años después, Fermín Espinosa le referiría al propio don Filiberto el siguiente suceso, ocurrido en los días posteriores a la corrida:
…fui yo con mi esposa después a dar un paseo en coche con caballos por Sevilla y los hombres se descubrían al verme pasar. Después hicimos parada en el Parque de María Luisa, para tomar un refresco en el Bar Bilindo. Al verme descender los que estaban allí se pusieron de pie y me dieron una gran ovación. Ese ha sido uno de los más grandes momentos de mi vida de torero. Una cosa como esa, sólo es posible en Sevilla…
Para terminar

Armillita, triunfador
Tras de este, su gran triunfo en Sevilla, Armillita volvería a La Maestranza al año siguiente y actuaría tres veces en su albero. El día de la Asunción – de la Virgen de Los Reyes, dicen allá – dictaría su postrera lección magistral en el Baratillo – también en Corrida de la Prensa –, pero eso quizás sea objeto de otro espacio, aquí mismo.

domingo, 3 de abril de 2011

En el centenario de Armillita IV

3 de abril de 1949: El Maestro de Maestros se despide de los ruedos en la Plaza México, matando él solo seis toros de La Punta


Ya al final de la temporada 1947 – 48 Armillita había comentado en entrevista a El Tío Carlos, que la siguiente campaña sería la última suya en los ruedos. La fecha que eligió para ello fue el domingo 3 de abril de 1949, un mes antes de cumplir 38 años de edad, pero llevando ya a cuestas un cuarto de siglo en los ruedos. Para demostrar que se iba en plenitud, Fermín Espinosa Saucedo escogió una bien hecha corrida de La Punta – puro Parladé, vía Campos Varela y Gamero Cívico – y la despacharía él solo.

La relación del festejo que he escogido es la del propio Carlos Septién García, El Tío Carlos, la que apareció en el diario El Universal, de la Ciudad de México, del lunes 4 de abril de ese 1949, misma que transcribo en su integridad:

El maestro Fermín Espinosa dio ayer su última cátedra despidiéndose del toreo en tarde que será inolvidable
Encerrado con seis toros de La Punta que resultaron bravos, “Armillita” cortó cuatro orejas en la corrida de su despedida como matador de toros. Un adiós lleno de profundas emociones para los toreros y para el público: el padre de Fermín hizo el simbólico corte de coleta a su hijo, el más grande lidiador de la historia taurina. El sitio de Fermín queda vacio.

De la más clara estirpe torera proviene este Fermín Espinosa que ayer se nos ha ido del ruedo. Haría falta, para describir en toda su fuerza la limpieza y el valer de su progenie, usar ese lenguaje bíblico en cuya severa concisión va palpitando el poder de la sangre y el espíritu y bajo cuya sencillez de nombres propios corre el profundo caudal de las generaciones escogidas.

Y decir así, sin adjetivos inútiles, sin epítetos que son incapaces de contener la grandeza del mensaje trasmitido y de sus portadores.

“Costillares” engendró a “Lagartijo”; “Lagartijo” engendró al “Guerra”, el “Guerra” engendró a “Bombita”; “Bombita” engendró a Joselito... Y al final de la generación, como un fruto completo de las mejores savias taurómacas que en el mundo han florecido, Fermín Espinosa “Armillita”, brote el más sazonado de la más ilustre genealogía de lidiadores que en el mundo ha habido.

Al final, sí. Porque Fermín Espinosa deja un sitio “sin sucesión” inmediata. Un sitio que tal vez no se llene jamás, sino con el recuerdo del propio torero que lo ha ocupado durante veinticinco años triunfales...

Es la suya la escuela de la tradición. La escuela de la realidad que es el toro y de la ciencia y de la ley elaborada en siglos de experiencia, de esfuerzo, de observación de sangre y de muerte. Es la escuela que salió de las heridas de un “Frascuelo”, de las suavidades de un Rafael Molina, de la seguridad de un Rafael Guerra y de la encastada bizarría de un Ricardo Torres o de un José Gómez. Es la escuela de la exactitud, de la normalidad, del equilibrio; la única escuela que ha podido permitir a los hombres que bajan a los ruedos, hacer del arte de torear una profesión en la cual se pueda pasar una vida de un cuarto de siglo sonriendo siempre ante la amenaza y en la que se puede hacer del riesgo un elemento de juego y un constante estímulo de supervivencia. Es, en fin, la escuela que ha hecho de la muerte fuente de vida y faena de inmortalidad.

Y de esa escuela, el último mensajero ha sido Fermín Espinosa. El último por muchos años. Y ello es así, porque “Armillita” probó su innata ciencia con el agua fuerte del toro de cinco años y con la casta del burel español entero y cabal como el de aquellas corridas bilbaínas ante cuyo sentido y cuya catadura Fermín gustaba de mostrar el oro puro de su verdad taurina. Allí, frente a la realidad de los pitones bastos y de la malicia añeja del animal viejo, “Armillita” maduró la riqueza de su capote único y la sapiencia de su pequeña muleta magistral; allí, en la inminencia de las arrancadas de original fiereza fue donde compuso la desparpajada alegría de sus banderillas y donde probó la certeza acerada de su estoque infalible. Allí siempre; no frente a la carretilla de un estudio ni frente al dócil muchachuelo que humilla a compás la embestida en las escaletas amistosas. No: frente a la realidad del toro que hiere y que mata. Del toro que sabe y quiere luchar y que sale al ruedo para pelear su vida a cambio de otra.

No creo que “Armillita” haya soñado nunca con el toro ideal para la faena de fantasía. Él no necesitó nunca soñar faenas. Él, simplemente, hizo faenas. De allí que su toreo fuese siempre toral, íntegro, uno. Nunca fue esbozo ni apunte: siempre, en cambió, obra completa, cíclica, cumplida en todas las dimensiones de la tauromaquia. Sin balbuceos, sin claroscuros, sin carencias de desarrollo, el arte de Fermín Espinosa fue en toda ocasión tan pleno, tan cabal, tan completo, como lo es un rayo de sol en cuya verdad y en cuya luz no influyen los objetos sobre los cuales ha de recaer porque su fuerza y su claridad están en su propia esencia.

Luz de sol, verdad y plenitud de mediodía. Tal fue el singular toreo de “Armillita” que no tuvo aurora ni ocaso porque nació, vivió y se ocultó siempre en cenit.

Si “Manolete” fue el Estilo y Arruza fue el Poder, “Armillita” ha sido la Sabiduría. No es esto nuevo, desde luego; pero también es cierto que no se ha valorizado en su significado total esta sustancial calidad de “Armillita”.

Sabiduría es dominio total de la verdad. Y esto, en toros, se llama Fermín Espinosa. Y es preciso decir, para orgullo legítimo de la tauromaquia mexicana, que nunca ha habido en la historia del toreo así, un lidiador de tan completa sabiduría como nuestro “Armillita”. Porque es cierto que Rafael Guerra vivió un cuarto de siglo entre los toros y que Joselito fue el sinónimo del poderío. Pero ni el “Guerra” ni José tuvieron la extensión inmensurable de Fermín que paseó triunfalmente su dominio por todos los tercios de la lidia, por todas las suertes conocidas y por todas las que el arte fue agregando a la tauromaquia a lo largo de los últimos años y, además, ni el “Guerra” ni José se enfrentaran "a todos los toros del mundo" tal y como lo hizo este “Armillita” que llevó su sapiencia por todos los países en los cuales hay un ruedo y un público taurino.

Sabiduría en su capote, capaz de trazar cualquier lance, desde la linajuda serpentina de una larga cordobesa hasta la moderna plasticidad de una chicuelina, pasando por la riqueza bulliciosa de los galleos, como el que hoy resucitó en uno de los quites, por la estoica elegancia de las gaoneras o por el júbilo travieso de sus propias “saltilleras”, tan acompasadas y medidas como las que hoy cuajó. Sabiduría en el segundo tercio, donde su absoluto señorío de amo de las banderillas se impuso siempre, lo mismo en los fáciles que en las precisiones del quiebro o que en las gallardías de todos los adornos imaginables y que tuvo instantes de inigualable grandeza en aquellos pares memorables de poder a poder, con que el pasmo de Saltillo solía llevar el tercio a exaltaciones que sólo con Rodolfo Gaona había llegado a alcanzar.

Y sabiduría, finalmente, con la muleta y con el estoque. En aquélla, haciendo de la breve extensión de su engaño, ya el dúctil instrumento de un poderío implacable o ya – lo que es más grande aún – convirtiéndolo en roja pluma con la que fueron escritas muchas de las más grandes páginas del toreo universal. Cincel de marmóreos clasicismos cuando su amo descubría en el toro materia de Fermín fue, cuando el toro no podía ser cimiento de obra clásica, látigo para castigar mansedumbres, garra para domar fierezas, abanico para alegrar soserías y siempre – siempre – instrumento de mando tras el cual la segura tranquilidad del hombre hacía caer a sus plantas cualquiera acechanza y con el cual la ciencia de su dueño desbarataba fácilmente las oscuridades de cualquier problema.

Y sabiduría en la mano que guiaba su acero por entre los pitones para dejar caer sobre los morrillos y relámpago del cielo. Seis estocadas y cuatro pinchazos le bastaron esta tarde para hacer que seis toros de La Punta, se desplomaran a sus pies como heridos de rayo en tempestad. Y nunca necesitó más. Él era matador de toros y sabía cómo cumplir su básica misión de estoqueador. Tal vez haya en esto un error; pero Fermín Espinosa nunca vio volver un toro suyo al corral. Y si lo hubo, habría que buscar las circunstancias que se hubiesen conjurado para ello.

Porque lo cierto es que Fermín Espinosa se retira de los ruedos sin que haya topado nunca en su vida entera con el toro que pudiese sobre él.

Y por eso Fermín no deja – para desgracia de la tauromaquia – una sucesión inmediata. Porque aparte su intuición asombrosa que no puede trasmitirse, Fermín se hizo con toros. Y para dejar en alguien más los secretos, y las normas de su ilustre escuela, Fermín hubiese necesitado dar su cátedra con animales como los que a él le sirvieron de inconmovible pedestal. Y es caso seguro que frente a toros así “Armillita” no habría encontrado ni alternante ni discípulo. Su cátedra habría sido un soliloquio...

Y digo que para desgracia de la tauromaquia, porque sin esa formación fundamental – escolástica taurina – que Fermín ha profesado y vivido como nadie, es muy difícil que pueda levantarse nada genuino ni duradero. Un torero de sólidos principios tauromáquicos puede enfrentarse a cualquier situación y asimilar con provecho y éxito cualquier variante o creación posteriores. Un torero sin doctrina básica es como un hombre sin formación suficiente; las circunstancias lo pueden vencer fácilmente y la improvisación – casi siempre defectuosa – es su única defensa. Las creaciones posteriores no sólo no fortalecen su personalidad, sino que la deforman y la desdibujan.

Los principios dan una aptitud de asimilación que redondea en unidad el meollo artístico del toreo. Gaona, por maduro y por bien preparado, pudo resistir la revolución belmontista y jerarquizar los nuevos hallazgos del toreo para riqueza de su propia personalidad. “Armillita”, con la soberana capacidad de su intuición y de su escuela, pudo tomar de cada una de las épocas artísticas que le tocó vivir, lo mejor de las esencias y, al encarnar las nuevas creaciones y las modalidades de la evolución taurina, fue un torero de arte tan permanente como el de su ascendencia lidiadora y tan al día como el más reciente de los toreros nuevos. Y esta aptitud y esta potencia que tantas veces le fueron criticadas son, en realidad, la mejor prueba de su grandeza.

De modo que con Fermín se va no sólo su propio valer, sino también la última unidad que restaba de los mejores hallazgos que el arte de torear había logrado en un cuarto de siglo.
Y esto conduce de la mano a desentrañar el sentido de la postrera cátedra de Fermín Espinosa. Esa que dictó ayer en la Plaza México a lo largo de su corrida final.

Lo que ayer demostró Fermín es algo de positiva trascendencia para el desarrollo posterior de la tauromaquia. He aquí los dos puntos de su lección:

1. – Entre el toreo tradicional y el toreo moderno no hay oposición alguna. Hay, por el contrario, una evolución armoniosa en la cual lo moderno significa un perfeccionamiento de lo tradicional.

2. – Para hacer el buen toreo moderno es indispensable una formación sólida dentro de los principios de la lidia tradicional.

En otras palabras: al toro que embiste de largo, de largo hay que torearlo con la perfección linajuda de los tres tiempos de las suertes, con el aguante y el mando de los viejos maestros tal y como lo hizo Fermín en la gran faena del quinto toro, modelo de lo que puede una muleta escolástica frente al toro que se viene de lejos y aun contra el viento que descubre al torero. Y al toro que acaba aplomado, al animal que termina defendiéndose en el tercio, o en las tablas con su media arrancada, se le puede y se le debe pasar, mediante el procedimiento de llegar le cerca y de cortar un tanto la longitud del muletazo original. Así lo hizo ayer Fermín en sus dos primeros toros y también en el cuarto, cuando las reses se quedaron al final de la lidia y cuando buscaron el abrigo de tablas para su defensa.
De modo que en una sola tarde – y precisamente en su tarde final – Fermín Espinosa “Armillita” mostró la clara unidad de evolución que hay entre su escuela y la moderna y la validez de los principios de aquélla junto con la verdad de lo actual. Pasarse a todos los toros en largo y en corto, según sus condiciones, es una legítima ambición que Fermín Espinosa selló ayer con su aprobación doctrinal y con la práctica realización del gran ideal taurino.

Y fue así, en la unidad de su personalidad superior, el “Guerra”, Belmonte y Rafael Rodríguez en una sola tarde que fue la de su despedida.

¡Gracias, Fermín por tu postrera lección!

Ésta de “Armillita” ha sido una de las más emotivas despedidas de torero alguno. El público voleó su cariño por el torero que ha sido sillar de la fiesta en 25 años y que ha dado a México prestigio y gloria en los ruedos del mundo. Pero también, voleó su admiración hacia el torero en plenitud, hacia la realidad desbordante de una potencia taurina capaz de lidiar seis toros en una lidia completa y capaz de conservar su señorío y su integridad aun en medio de los vaivenes de la emoción que sacudía a espectadores y a los toreros que eran, además, sus hermanos.

La mejor estampa de gloria armillista será, para quienes la observaron, aquel momento en el cual Juan y Zenaido Espinosa, víctimas del sentimiento, estuvieron a punto de ser víctimas del toro. Entre ellos Fermín – especie de José taurino – se irguió en el tercio para quedarse con el toro y levantando en alto la mano diestra impuso con gesto sereno el orden en el ruedo. Un instante después, el toro que había lanzado a sus hermanos por el callejón y los burladeros, se volvía dócil faldero entre los pliegues imperiosos del capote de “Armillita”.

Así, mandando hasta el último momento en el toro y en la arena y en las cuadrillas, fue como Fermín Espinosa salió para siempre de una plaza de toros...

A modo de envío:

Contigo, Fermín Espinosa, se ha ido la Sabiduría. Contigo termina por ahora la ilustre dinastía de los más grandes lidiadores. Quisiéramos creer que tu lugar habrá de encontrar sucesores dignos de ti. Pero tú te has llevado tu intuición milagrosa, tu sapiencia total. Y los tiempos se han llevado al toro con que tú te formaste...

Tu sitio queda vacío y sólo tu recuerdo podrá llenarlo. Tu obra queda allí, en la mejor hazaña del toreo universal. Y tú pasas a la gloria permanente de la tauromaquia con un solo título, el más difícil de llevar, el más difícil de cumplir en toda su esencia y en todo su significado de valor, de saber, de gallardía y de caballerosidad.
¡Torero!

Para la estadística

Armillita brinda a su padre y a sus hermanos, el sexto
de la corrida de su despedida
Como picadores en su cuadrilla llevó al Güero Guadalupe Rodríguez, a Gonzalo González, a Juan Aguirre Conejo Chico, a Nacho Carmona, a Jorge Contreras Zacatecas II, a Antonio Silis Cerrajero y a Francisco Ramírez El Corto.

Los banderilleros fueron sus hermanos Juan y Zenaido, Pascual Navarro Pascualet, Vicente Cárdenas Maera, Román El Chato Guzmán, Rafael Osorno, Juan Ruiz, Liborio Ruiz y José Ramírez Gaonita. De ellos, toda la brega de los 6 toros la llevaron Juan, Zenaido y Pascualet y solamente Maera puso el tercer par del sexto toro, pues Fermín pareó a todos los demás.

Los toros de La Punta fueron por su orden, Cosquilloso, Corralero, Rosalejo, Catarino, Salmantino y el que cerró esta página de la historia de Armillita se llamó Urraco, número 30 y pesó 428 kilos.

Los sobresalientes fueron el matador de toros Andrés Blando y los entonces novilleros Héctor Saucedo y Ángel Isunza y ellos sí, solamente hicieron el paseo.

Creo que por el fasto que se recuerda, podrán disculpar la inusitada extensión de esta entrada.

Aldeanos