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lunes, 22 de marzo de 2021

Maximino Ávila Camacho: fallido criador de toros de lidia (II/II)

Maximino Ávila Camacho
La reaparición en El Toreo

Quizás no estando conforme con el resultado obtenido, el general Ávila Camacho regresó a la plaza de la Condesa de la forma en la que debió haber empezado: con una novillada. Esto ocurrió el domingo 1º de agosto de 1943. Sus toros se anunciaron de nuevo para ser lidiados por Juan Estrada, Luis Procuna y Félix Briones. En este caso, la prensa local sí reflejó los sucesos ocurridos y en crónica de agencia aparecida al día siguiente en el diario El Informador de Guadalajara, entre otras cosas, se relata esto:

En la plaza de toros de “El Toreo” se registró esta tarde un enorme escándalo, por la mansedumbre de los novillos de “El Rodeo” que se lidiaron.

El público indignado comenzó a lanzarles cojines y acabó arrojando los anuncios comerciales que están alrededor de la Plaza hacia el ruedo.

Juan Estrada escuchó aplaudir la valentía de la que hizo gala ante sus dos enemigos.

Luis Procuna fracasó en su turno, siendo silbado y estuvo pésimo en su segundo, matándolo sin apenas intentar dar un pase solamente, siendo similar la labor de Félix Briones.

El sexto toro murió rodeado de espectadores que se tiraron al ruedo originándose el mayor escándalo que se ha visto en esta Plaza de mucho tiempo a la fecha.

Cuando Briones le había colocado la estocada cayendo el toro al parecer muerto, el público rodeó al bicho, pero éste se levantó organizándose verdaderas carreras en el ruedo, pero al ver la insignificancia del bicho, varios espectadores lo derribaron, acabando de morir.

La narración es ilustrativa, pero benévola, porque el público no solamente se tiró al ruedo, sino que prendió fuego al cadáver del lidiado en último lugar – octavo que salió de toriles – según nos cuenta Guillermo Ernesto Padilla:

La novillada efectuada el domingo 1º de agosto pasó a los anales taurinos, no por triunfal, sino por el escándalo que provocaron las pésimas condiciones del encierro de “El Rodeo” lidiado aquella tarde. Hubo fogatas, cojines, destrucción de anuncios e incineración de un toro en pleno ruedo al compás de la “danza del fuego”.

En medio de aquel caótico ambiente actuaron Juan Estrada, Luis Procuna y Félix Briones, quienes derrocharon mucha voluntad frente a tales alimañas, y si Estrada se hizo aclamar, fue ante un sustituto de Santín con el que el queretano estuvo hecho un torero…

Pero la narración más completa del hecho la hace don Carlos Septién García, quien firmando como Quinto, en el semanario La Nación, fechado el mismo día del festejo, escribe lo que, es más que una crónica, una proclama del pueblo llano de México señalando los comportamientos reprochables del general Ávila Camacho. La tituló El Castaño Expiatorio y el clásico texto dice a la letra:

Mi general:

¿Se acuerda usted de mí? Fui en vida aquel castaño que nació en las dehesas de El Rodeo hace cerca de tres años. Ese mismo que el domingo encontró la muerte más indecorosa que toro alguno haya encontrado en un ruedo: la muerte por barbacoa.

Sí mi general. Reconozco que mi físico no era precisamente gallardo y que mi bravura no era cosa de bandera. Pero usted bien sabe que todo ello no fue nunca culpa mía. ¿Cómo iba yo, uno de tantos seres insignificantes que en torno de usted viven, cómo iba yo, repito, a pedirle que sacrificara alguna de sus múltiples ocupaciones en beneficio de los pupilos de El Rodeo? ¿Quién era yo para dirigirme a usted con semejante súplica? Pasábamos hambres, mi general. Nos faltaban frecuentemente el pasto y el grano. Allá en los potreros teníamos que hacer largas colas frente a las bateas del alimento con objeto de poder lograr alguna cosa para el diario sustento. Hacer cola, mi general, significa hacer paciencia.

Es decir, perder bravura. Y la falta de maíz no es el método más adecuado para lucir un hermoso trapío. Le confieso que muchas veces pensamos mis hermanos y yo, en dirigirnos a usted para hacerle conocer tan dura situación: nos animaba a ello el conocimiento que teníamos de su afición desmedida. Pero luego, prudentes, recapacitábamos pensando que también hay una jerarquía de las aficiones. Y que por sobre la de los toros están las más sagradas aficiones a los negocios públicos y al cumplimiento de los deberes que un poderío siempre creciente significa y exige. Porque en fin de cuentas -y a cuentas hay que reducirlo todo porque usted conoce las miserias de la humana naturaleza- ¿qué éramos nosotros, Pobres seres de a mil cien pesos por cabeza, ¿en comparación – digamos – con un edificio de dos millones?

Esto explica nuestra lamentable presencia en el coso de El Toreo, el domingo último. Le confieso que todos mis hermanos y yo, que fui el último, salimos al ruedo muertos de vergüenza por nuestra propia endeblez. Aunque también – allá en el fondo – cosas de nuestra política de las que uno se contagia alentábamos la vaga esperanza de, que de algo nos serviría la influencia poderosa y omnipresente que en la fiesta de toros ha hecho medio retirarse a Armillita, arreglar el conflicto y regalar, una tarde sí y otra también, hermanos de raza.

Pero he aquí lo duro del caso, mi general.  Nuestra esperanza se fue desvaneciendo velozmente en cuanto cada uno de nosotros asomaba la cara por la puerta de toriles la influencia fue estrictamente al revés. Rodaba sobre nuestros lomos el torrente de los silbidos; caía sobre nuestros testuces el baldón de los cojines; chisporroteaba en los tendidos el fuego de las luminarias de protesta. Por más miradas desconcertantes que lanzábamos al palco de la empresa, no recibíamos ninguna indicación alentadora. El desquiciamiento de nuestra moral vino al fin, corno terremoto, en cuanto pudimos percatarnos de que las vociferaciones unánimes del tendido eran precisamente en contra del ganadero.

Cuando la turba se lanzó al ruedo para asesinarme y sepultarme bajo un aluvión de cojines; cuando la multitud prendió fuego a ese túmulo monstruoso, y miles de gentes, cogidas de la mano, danzaban en torno mío aquella jubilosa danza ritual del fuego, entendí de súbito muchas cuestiones. Era tarde, claro está. Pero antes de hundirme en el desquiciamiento de la barbacoa, pude escuchar y sentir muchas cosas que allí se proferían a gritos. Y comprendí que yo, mi general, no era un toro sino un chivo expiatorio. Que era, digamos, algo así como lo que fuera entre los burócratas ese pobre Trotsky que murió durante el asalto a la federación de empleados. Que, en fin, yo moría entre torturas en aras de mi general. Porque aquella gente protestaba por la carestía, renegaba de las colas y hablaba de vengar en mí no sé qué terribles agravios que hasta la fecha, por lo visto habían venido soportando

Y lo que yo pido frente a eso es una aclaración, esa sí verdaderamente importante y justiciera, que salve nuestro decoro y valorice nuestro martirio. La Empresa debe mandar publicar algo que diga más o menos así:

“La Empresa de El Toreo, ante el injusto sacrificio de que fue víctima el sexto toro de la corrida del domingo y las también injustas protestas de que fueron objeto los anteriores bureles corridos esa tarde, aclara que los toros de El Rodeo no poseen doscientos trajes de diversos colores, ni han comprado edificios de varios millones de pesos, ni son elementos que hayan tiranizado a toreros, ganaderos y empresarios de la fiesta de toros, ni son tampoco los que han protegido la reventa. Mucho menos, dichos bureles son los causantes de la carestía de la vida, ni tampoco se han enriquecido desmesuradamente al amparo de alguna situación de emergencia que haya habido en las dehesas. Ninguno de ellos tuvo durante su existencia aspiraciones de sultán criollo, ni ofendió a nadie con exhibiciones deslumbrantes de lujo o de riqueza. Por todo lo cual, esperamos que el público comprenda la injusticia cometida con esos pobres bureles tatemados o acojinados el domingo en tan violenta forma”.

Y esto mi general, salva nuestro decoro y nos coloca en el debido papel de mártires inocentes que la existencia nos obligó a jugar. Fuimos un símbolo de oprobio, pero usted sabe bien que éramos inmaculados. En mi la gente incineró que sé yo cuántas piezas de casimir inglés y cuántos automóviles de los que nunca disfruté. Y como en los tiempos de la Inquisición, hubo allí una quema habiéndome correspondido en ella el doloroso papel de efigie.

Espero y confío, mi general, en que se nos haga justicia.  Es lo único que le pide este humildísimo servidor que jura – para un remoto caso de reencarnación – no volver a nacer en El Rodeo. Ni, probablemente, en todo Puebla.

En conclusión

En más de una oportunidad he dejado escrito por aquí que las plazas de toros son los escenarios más democráticos que existen. Ese 1º de agosto de 1943 el pueblo expresó su sentir acerca de muchas cosas que sucedían en los confines de la tauromaquia mexicana y también fuera de ella. Quizás la forma de hacerlo no fue la más comedida, pero todo tiene un límite y como dice don Carlos Septién en su relación – misiva, lo que fue hacer paciencia, mansedumbre… para los toros, en las personas provocó una reacción en sentido contrario.

Maximino Ávila Camacho, hasta donde pude encontrar datos, no volvió a lidiar toros en una plaza a su nombre o bajo la denominación de El Rodeo después de ese día. Leí en alguna parte, que la simiente que le proporcionó don Antonio Llaguno, fue debidamente devuelta a su lugar de origen, donde sería mejor aprovechada. 

Entiendo, sí, que del general hay muchas más cosas de las que se puede hablar, desagradables las más, pero no olvidemos que él fue quien movió los hilos necesarios – sobre todo los políticos – para que las relaciones taurinas entre España y México se reanudaran y pudiera presentarse aquí, entre otros, Manolete. Ese es un mérito que es principalmente suyo y nadie se lo podrá quitar.

Sic transit gloria mundi… 

domingo, 13 de diciembre de 2020

El gozo del toreo al natural...

13 de diciembre de 1942: David Liceaga y Zamorano de San Mateo

David Liceaga, foto: Orduña
Tomada "prestada" de: Toro, torero y afición

La temporada 1942 – 43 fue quizás la cumbre de lo que se ha dado en llamar la independencia taurina de México posterior a la ruptura de las relaciones con la torería española en mayo de 1936. Es el ciclo capitalino en el que se escribieron grandes páginas de la historia taurina mexicana y en el que quedó preparado el terreno para la reanudación de ese intercambio con la Península. Armillita se mostró poderoso con Pichirichi de Zacatepec y artista con Clarinero de Pastejé; Silverio remontó el toreo a lo onírico con Tanguito y nos dejó también la obra de Cocotero de Torrecilla; Pepe Ortiz, en una tarde de inspiración bordó para la posteridad el Quite de Oro y David Liceaga recordó que allí estaba para lo que hubiera menester con Bonfante de Xajay.

Pero este día y parafraseando un feliz título de mi amigo Horacio Reiba, voy a recordar en su aniversario otra de las grandes tardes de esa temporada. Una tarde en la que Lorenzo Garza, Silverio Pérez y David Liceaga enfrentaron, según las crónicas, un extraordinario encierro de don Antonio Llaguno. Esa tarde el que estaba designado a ser el convidado de piedra fue el que salió de la plaza en volandas. Garza y Silverio, al decir de las relaciones del festejo, realizaron también grandes obras, pero no las culminaron con la espada, como decía el Tesoro de la Isla, Rafael Ortega, escribieron la carta, pero no la firmaron, no fue suya y por ende, agrego yo, el gran triunfo tampoco.

David Liceaga y Zamorano de San Mateo

Decía que David Liceaga era una especie de convidado de piedra en ese cartel. Y es que, aunque había ganado la Oreja de Oro en 1931 y tenido actuaciones triunfales en años posteriores, se le había ido relegando a las corridas económicas en las temporadas primaverales que se organizaban en El Toreo en aquellas calendas. La fuerza con la que arrancaron ese domingo sus alternantes no lo arredró, salió a darlo todo. La prolija crónica de Don Tancredo publicada en el número 4 del semanario La Lidia del 18 de diciembre de 1942, relata con emoción su actuación y de ella recojo algunos pasajes:

…Corrida de verdadera prueba para Liceaga fue la del 13 de diciembre de 1942, porque salía a la sombra de Garza y de Silverio alternantes que están en el mejor momento de su carrera taurina y que tienen con que borrar a cualquiera... menos a David Liceaga, que reverdeció sus laureles, que no solo hizo un papel decoroso al lado de los ases, sino que estuvo en el mismo plano que ellos y además los superó con la espada y por ello cortó los apéndices del bravo y noble “Zamorano”.

Después de las grandes faenas de Garza y Silverio con los toros que se lidiaron en primero y segundo turnos, ¿qué podría hacer David? Con ímpetu juvenil, decidido a colocarse de una vez en el lugar que le corresponde, toreando con gran valor y con finura, con sabor y con elegancia, con gracia y alegría, Liceaga hizo que el público se le entregara; primero con dos cambios de rodillas; luego con verónicas en las que vimos los tres tiempos de cada lance y media monumental como remate; y después un gran quite por gaoneras estatuarias, ganándose la simpatía, los aplausos y la admiración general.

Y con las banderillas, tercio en el que es el amo, hizo derroche de valor, de facultades y de alegría, obligando a la música a tocar en su honor. Inició su epopeya de gran rehiletero con un par al quiebro en las tablas, tan comprometido y sin salida, que nadie creyó pudiera salir limpio de la suerte. Fue algo pocas veces visto, por la auténtica exposición del torero, por lo cerrado que estaba el toro, porque era un par que solo podría intentarlo un suicida, un loco o un maestro de los garapullos como David Liceaga. Después, adornándose con un vistoso galleo, clava el segundo para cambiando el viaje para cuartear en la propia cara y repite el adorno del galleo con vistosa vuelta para dejar los palos en lo alteo y finalizar con carreras de frente y de espaldas, encelando al maravilloso toro de bandera, “Zamorano”, que cubrió de gloria el prestigio de la ganadería de San Mateo.

Con la muleta en la mano izquierda inició David la faena de la reconquista, y toreó por alto y al natural, como en las tardes en que se reveló como un astro del toreo, como en la corrida que le valiera la Oreja de Oro en 1931. Siguió con la derecha corriendo la mano, templando como un maestro, y engranó pases de costado, lasernistas, afarolados, de la firma, de pecho, cambios de muleta por la espalda, todos con un colorido y una luminosidad de solera sevillana, muy mandón y muy alegre, adornos oportunos, con gracia, con arte... Y como digno remate de su hazaña, un estoconazo en que dio el pecho – no el hombro, que así no se matan los toros – y salió rebotado por cómo se entregó al clavar la tizona, y el toro de bandera rodó sin puntilla a los pies de Liceaga, que por unánime petición de la parroquia fue premiado con las orejas y el rabo de “Zamorano”, cuyos despojos se pasearon triunfalmente por la arena, mientras su criador, don Antonio Llaguno y su matador recorrían el ruedo devolviendo sombreros y agradeciendo las palmas al compás de la torerísima marcha “Zacatecas”. En este homenaje también compartieron las ovaciones Lorenzo y Silverio por sus imponentes quites, dando la vuelta al anillo con David y el ganadero de los grandes éxitos…

La manida frase de que David Liceaga puso en esta faena, alma, vida y corazón, viene al caso. Se entregó como hombre y como torero y sin que las importantes actuaciones de sus alternantes le redujeran el ánimo, salió a hacer lo suyo y a aprovechar a cabalidad al gran toro que el sorteo le deparó.

Pero no todo fueron halagos. Don Carlos Septién le vio de otra manera. Su crónica epistolar, publicada en el semanario La Nación, bajo el seudónimo de El Quinto, hace una analogía del festejo con la construcción de una columna salomónica, en la que Garza y Silverio son el fuste, la basa y el capitel – sobre todo el fuste – y David Liceaga

…Lo que Liceaga puso en las columnas fueron las flores y los frutos que adornan los paños desnudos que va dejando la espiral de cantera. Alegró los espacios con júbilo de banderillas y decoró los claros con valor indomable. No es posible recordar detalles porque sería excesivo pedirle a él tales cosas. Su obra fue un conjunto feliz de facultades y esfuerzo: tarea de ágil decorado indispensable…

Eso es lo que escasamente concede El Quinto a lo que la historia ha considerado como una de las grandes obras de David Liceaga. Cuestión de gustos y de pareceres, sin duda alguna.

El resto del festejo

Tanto Roque Armando Sosa Ferreyro Don Tancredo, como Carlos Septién García, firmando en esta ocasión como El Quinto, coinciden en que en los toros primero Colombiano y Divertido segundo de la tarde Lorenzo Garza y Silverio PérezDon Tancredo llama Papa al texcocano – estuvieron magníficos toreando y desastrosos con la espada. Afirma Septién:

Con menos facultades que antes, con menos poderío que en su época de gloria, Lorenzo Garza ha llegado en lo interno a su madurez artística. Y lo que se ha perdido en voluntad, se ha ganado en belleza… Si Lorenzo imprimió el tono e hizo nacer en el centro del ruedo la voluta del goce, Silverio la llevó a sus más altas posibilidades. En su primera faena, con ese toque de arrebato y con esas pinceladas que son como jirones temblorosos de un genio que no conoce límites de línea ni fronteras de perfil depurado. Nada tiene que hacer con la filigrana y la línea perfecta el choque humanamente bello de la sombra que es la angustia creadora y la luz que es la creación. Claridad y tiniebla se penetran y se apartan mutuamente en un absurdo encuentro amoroso; y hay por ello dolor y goce de alumbramiento en cada muletazo de Silverio. Si Garza es el drama de la voluntad, Pérez es el drama del alma… Y Silverio no cortó orejas, pero fue el más alto triunfador. Posiblemente porque la exaltación de los humildes es una promesa de la doctrina cristiana…

Los toros de San Mateo

Por su orden de salida se llamaron Colombiano, número 7; Divertido, número 19; Zamorano, número 33; Manzanito, número 14; Mosquetero, número 68 y Sardinero, número 11.

Acerca de Zamorano, en el referido ejemplar de La Lidia, quien firma como El Resucitado, analiza:

Zamorano. – Marcado con el número 33, negro, bragado, listón de pinta, descarado, abierto y vuelto de pitones y caribello, enchiquerado en cuarto lugar, fue el tercero de la tarde. Desde su salida mostró claramente su perfecto estilo de embestir pues aceptó magníficamente dos cambios de rodillas, y luego se dejó lancear a la verónica, ya en las tablas, ya en el tercio. Recibió tres puyazos arrancándose de largo con gran codicia, metiendo la cabeza abajo y empujando al caballo sin despegarse de él en la pelea. Dio un formidable tumbo; permitió tres largos y lucidos quites, el último de ellos por lances naturales, doblando, lo que no restó un ápice a sus excelentes condiciones de lidia.

En banderillas siguió demostrando su docilidad y nobleza, pues tanto en el primer par, que fue quebrado al hilo de las tablas, como en los que le siguieron con los terrenos cambiados, el toro hizo la reunión a la perfección, sin hacer un extraño al torero. Fue toreado largamente de muleta con pases por arriba y por abajo, con la derecha e izquierda, sin que nunca hubiese hecho un extraño que demostrara haber aprendido algo con la larga lidia de que fue objeto. No era un borrego, sabía para qué traía los pitones y prueba de ello fue el achuchón que dio al matador durante el trasteo, y la zarandeada cuando éste se quedó en la cara al entrar a matar. Justamente se le dio la vuelta al ruedo y el ganadero hizo su aparición...

Lanfranchi afirma que solamente se dio la vuelta al ruedo a Zamorano, pero que a su juicio, algunos más del encierro merecieron también tal honor.

Para concluir

En suma, aquí dejo este recuerdo de lo que las crónicas refieren que fue una redonda tarde de toros y de toreros, independientemente de los apéndices que se hayan cortado, espero resulte de su interés.

Aviso parroquial: El resaltado en la transcripción de la crónica de Don Tancredo es imputable exclusivamente a este amanuense, pues no obra así en su respectivo original.

domingo, 15 de noviembre de 2020

En el centenario de Carlos Arruza (XV)

16 de noviembre de 1952: Arruza y Bardobián de Zacatepec


La temporada 1952 – 53 en la Plaza México fue el refrendo de la reanudación de las relaciones taurinas entre España y México lograda el año anterior. En los dieciocho festejos que se dieron, tanto así que por orden de aparición llegaron a confirmar su alternativa Pepe Dominguín, el gaditano Rafael Ortega, Antonio Ordóñez, Luis Miguel Dominguín y Rafael Llorente, a más del venezolano César Girón y volvieron también algunos de los diestros que participaron en las corridas del año anterior como Manolo González y José María Martorell.

El cuadro de toreros mexicanos era distinguido también, lo encabezó Silverio Pérez, que torearía la última corrida de su vida en el cierre de la temporada y junto con él seguían Carlos Arruza, Rafael Rodríguez, Jesús Córdoba, Manuel Capetillo, Juan Silveti, El Ranchero Aguilar y completaría el elenco el lusitano Manolo dos Santos, que junto con Arruza anunciaría su despedida de los ruedos el día de la Corrida Guadalupana.

La tercera de la temporada 52 – 53 

Era costumbre que en la temporada grande se concediera la alternativa al o los triunfadores de la temporada de novilladas inmediata anterior y así quien después sería llamado El Príncipe del Toreo sería alternativado según lo consuetudinario, por eso, para el domingo 16 de noviembre de 1952 se anunciaron toros de Zacatepec para Carlos Arruza, José María Martorell y Alfredo Leal, que recibiría la alternativa. Al final de cuentas, se lidiaron solamente cuatro toros de Zacatepec, saliendo dos de La Laguna, que, por ser de mayor antigüedad, abrieron y cerraron plaza, según el reglamento.

Pero el hito trascendente de esa tercera corrida de la temporada al final de cuentas resultó ser la faena de Carlos Arruza al cuarto de la tarde, nombrado Bardobián por don Daniel Muñoz y que para la estadística, sería el último rabo que el Ciclón cortaría en la gran plaza como torero de a pie.

La perspectiva del Tío Carlos

Don Carlos Septién García, quien firmaba sus crónicas en su tribuna de El Universal como El Tío Carlos, hace un relato interesante de esta faena, empezando por comentar que el lugar desde donde ve la corrida es el callejón, que le da una perspectiva diferente del festejo, de esa relación extraigo lo siguiente:

Esta tarde he presenciado la corrida desde el callejón. Para un antiguo habitante del tendido como ha sido quien esto escribe, la experiencia ha resultado intensa. Más abajo del tranquilo sitio en las graderías donde cada espectador tiene derecho a sentirse César soberano, existe un mundo en el cual revolotean como dueños los invisibles murciélagos de la angustia, del jadeo, de la lucha entre la vida y la muerte. Es el mundo del ruedo, circunferencia cegada por la roja muralla de la barrera para salir del cual no hay sino dos vías igualmente patéticas porque ambas se abren al precio de la vida: el empinado sendero del triunfo o la oscura encrucijada del dolor.

¡Qué lejos se está aquí de la serena perspectiva que dan las alturas! Desde arriba los lances son tersos y los movimientos rítmicos como un ballet. Hasta allá no llegan el brillo siniestro de la baba en los belfos del toro, ni la roja herida de su hocico fiero como el de lobo en la estepa, ni el batir de sus ijares en el agitado vaivén de la lucha y del instinto. Desde allá no se advierte cómo la firme curva de la chaquetilla luminosa oculta el jadeo con que late el pecho del torero, ni tampoco se turba la emoción en el agónico sudor que resbala por las frentes lidiadoras. Todo se vuelve más suave, como en la visión del pájaro: sabia disposición de la arquitectura que permite al espectador de una tan recia batalla como es el torear, el estético deleite del paladeo.

Acá abajo es diferente. Se está al nivel de la lucha misma…

Respecto del hacer de Carlos Arruza ante Bardobián y haciendo notar al lector que la perspectiva del punto de apreciación hace ver las cosas de modo distinto, El Tío Carlos reflexiona lo siguiente:

...Ahora ha salido el cuarto toro de la tarde. Se llama “Bardobián” y al contrario de su feo hermano, es negro, lustroso, largo y bonito desde sus bien colocados pitones a su bello rabo. También éste derriba picadores; pero al revés de aquél, combate con el hierro metido en sus carnes hasta la arandela. Una cadencia de velos rojos se alza graciosamente en la tarde: es Arruza que se ha pasado el capote a la espalda en un lance de imborrable plasticidad y que luego ha guiado gentilmente el viaje del toro en el arrojo de tres gaoneras morunas y un generoso remate… Y esta vez sí brilló la gloria de las banderillas…

Oro y blanco – espiga madura – Arruza se erige en el tercio; la roja muleta cuadrada en las manos: es tiempo de verla mientras arranca “Bardobián”, sobrado de pastueñez, pero no muy abundante en alegría. Hay que verla: es la mejor muleta que el toreo conoce en estos tiempos. Los hilos de su tela escarlata son de la misma calidad de aquellos que formaron la muleta de un Romero o de un Guerra. Unos son fuertes e invencibles como las cuerdas con que se sujeta la nave enemiga de los abordajes; otros son duros y acerados como la zarpa con que el león destroza a su presa; hay en su trama finas hebras capaces de serpear como cabellos de gitana hasta embrujar de cadencias el paso de un toro bravo; hay hilos sedosos, amables, como para acariciar con ellos la seda de los lomos zainos. Será posible hallar sueltos, aislados, estos hilos en otras muletas: reunidos en una sola trama, trenzados en un solo tejido, no existen sino en esa muleta con que Carlos Arruza está citando a “Bardobián” en el tercio. Y todavía en esa malla roja están vibrando como cuerdas tensas de salterio, las que sólo Arruza puede y sabe tocar, porque son la creación de su genio y de su temperamento: las cuerdas con que su repentina e inagotable inspiración va creando en cada tarde el milagro de sus pases cambiados, de sus arrucinas, de sus ocurrencias toreras como relámpagos o como travesuras de quien por tanto saber es el único que sabe jugar con lo clásico...

Pero ya se ha arrancado “Bardobián” y la faena comienza en tono melódico con dos exquisitos muletazos por alto y varios derechazos para concluir en un nuevo pase por alto resumen de cadencia. Ahora el torero se va de largo: cita al toro sobre el lado izquierdo, le deja llegar hasta la inminencia de la silueta y allí mueve gentil y preciso la muleta hacia atrás. El toro traza un arco, cabe la espalda del torero, se ha consumado el pase cambiado de un modo como no lo soñaron los viejos maestros. Y el público no grita porque ha quedado en suspenso: éste no es pase de gritos, sino de respiración contenida. La plaza resuelve su sorpresa y su emoción en algo así como un gigantesco suspiro. Y cuando en el mismo terreno, con el toro más lento aún Arruza repite el milagro dejando que el pitón señale sobre la cintura la ruta que le ha obligado, se vuelve a sentir que 50,000 gentes han dejado de respirar en el mismo momento.

Sin embargo, el bisoño espectador de callejón, éste que ha padecido la agonía de los otros toreros en cada lance y en cada pase, sí ha respirado. Porque él, que ha visto el terrible toma y daca, el riesgo que a cada viaje padecen los otros, se ha olvidado de todo eso. Conforme la faena de Arruza va embrujando al toro, va devolviendo también al neófito en el callejón su perdida visión serena de antiguo habitante del tendido…

¡Que nos dejen saltar de la barrera y salir de los burladeros! Es tal el embrujo de la muleta de Arruza que puede verse aquí, de cerca. Ni siquiera desde el callejón: a la vera misma del torero cuya muleta es tan firme y tan invencible como una muralla escarlata; tan suave y tan gentil como una crinolina en reverencia...

Un apunte sobre la crónica del Tío Carlos

Se tiene por fecha de la presentación del péndulo, suerte de muleta creada por Carlos Arruza, la del 20 de septiembre de 1953, en un festival a beneficio de la infancia, organizado por la señora María Izaguirre de Ruiz Cortines. Incluso, en una aportación anterior, lo señalé así, pero en el introito de su crónica, don Carlos Septién asienta lo que sigue:

Zarpa, embrujo y caricia en la muleta de Carlos Arruza, la mejor de la época. En un histórico faenón a “Bardobián” de Zacatepec, el gran torero mexicano agotó el repertorio conocido, creó nuevos pases e hizo una sola cosa del arte y del dominio absoluto. José María Martorell, tan esforzado como siempre, cuajó un dramático trasteo al quinto y logró un quite de escándalo en el cuarto. Alfredo Leal se achicó en su alternativa sólo se le vio matando. Dos toros excelentes; uno de Zacatepec y otro de La Laguna.

Dice creó nuevas suertes…, y en el texto de la misma hace este apuntamiento: Ahora el torero se va de largo: cita al toro sobre el lado izquierdo, le deja llegar hasta la inminencia de la silueta y allí mueve gentil y preciso la muleta hacia atrás. El toro traza un arco, cabe la espalda del torero, se ha consumado el pase cambiado de un modo como no lo soñaron los viejos maestros… ¿No está describiendo acaso el péndulo? Quizás en la emoción de un trasteo que fue cumbre, la presentación en la Plaza México de una suerte que por confesión del propio diestro ejecutó por primera vez en Tijuana a finales de 1951, pasó desapercibida.

Para finalizar

El 22 de febrero de 1953, en la décimo séptima corrida de esa misma temporada, Corrida Guadalupana, Carlos Arruza anunciaría intempestivamente su despedida de los ruedos, asunto del que ya me he ocupado por estas virtuales páginas, realizando quizás su faena más sentida en ese ruedo al toro Peregrino de Torrecilla. Como hombre inquieto que siempre fue, volvería a los ruedos y volvería a cortar un rabo en la Plaza México, pero ya no sería vestido de luces, sino toreando a caballo, vertiente de la fiesta en la que también logró ser una figura del toreo.

domingo, 1 de marzo de 2015

En el centenario de Silverio Pérez (III)

1º de marzo de 1953: Despedida de los ruedos de Silverio

Un mero hasta luego

Armillita desprendiéndole el añadido a Silverio Pérez
El 16 de marzo de 1947 se produjo un inesperado prolegómeno, cuando al final de la corrida en la que, alternando con Lorenzo Garza, diera cuenta de un encierro de Zotoluca, sin aviso previo, anunciara el Faraón de Texcoco que se iba de los ruedos. No medió explicación alguna, aunque más o menos un mes después, en el número 227 del semanario La Lidia de México, fechado el 11 de abril de ese año, apareció publicada una entrevista concedida a don Carlos Septién García El Tío Carlos, en la que acerca del hecho manifestó el torero lo que sigue:
Yo dije: ¿Para qué seguir si en ello se me va a acabar la vida? Porque esto del toreo es cosa muy dura, usted no se imagina, yo había pasado muchas preocupaciones desde que me anunciaron, no dormía, no estaba a gusto, no estaba tranquilo, ¿para qué seguir así?... Y aquí me tiene cumpliendo lo que dije, con los puercos y desentendiéndome de la aftosa que anda como a cien metros de la granja…
Los argumentos del torero no parecen tener la rotundidad para un adiós definitivo y la historia nos enseña que así fue. En poco más de nueve meses volvía a los ruedos, pues el 21 de diciembre de ese mismo año reaparecía en el recién inaugurado Toreo de Cuatro Caminos, alternando con Lorenzo Garza y el lusitano Diamantino Vizeu para dar cuenta de un encierro de Matancillas, festejo que pasó a la historia únicamente por el hecho de la reaparición de Silverio Pérez, quien todavía pasearía durante otro lustro la magia y la majestad de su toreo.

La despedida definitiva

El adiós de Silverio Pérez tendría lugar en la Plaza México el día 1º de marzo de 1953. Sería en la 18ª y última corrida de la temporada 1952 – 53 y se anunció un encierro tlaxcalteca de La Laguna para el Faraón, Antonio Velázquez y Jorge El Ranchero Aguilar. Al final de cuentas solamente se lidiaron cinco de los toros del encierro originalmente anunciado, porque uno de ellos fue rechazado en el reconocimiento y en quinto sitio se lidió uno de Torrecilla. El lleno estaba asegurado, pues Silverio Pérez era, es y será uno de los toreros más queridos y respetados por la afición mexicana. Sobre su actuación en esta tarde, en crónica de agencia, se escribió lo siguiente:
Con llenazo imponente, se celebró en la Plaza México la corrida de despedida de Silverio, que alternó con Antonio Velázquez y el “Ranchero” Aguilar, con ganado de La Laguna. Deslució la corrida por el intenso viento que estuvo soplando. Silverio en su primero no hizo nada de particular, matando de dos pinchazos y una estocada. Su segundo, fue poco propicio al lucimiento y Silverio nada logró, terminando tras breve faena de aliño con una buena estocada y varios intentos de descabello. En el tercero, el de Texcoco se enfrentó a un toro de Torrecilla que embistió muy bien, cuajando varias verónicas templadas a pies juntos que armaron alboroto, como los picadores le cargaron mucho la mano haciéndole caer por la arena, se provocó la bronca que aumentó cuando Silverio empezó a pasar de muleta, acallando “Las Golondrinas” el ensordecedor griterío. A los pocos minutos cayó otra vez el toro y aumentó la gresca, cayendo cojines al ruedo en medio de cuya lluvia acabó Silverio cuando los subalternos lograron hacer parar al toro. En vista de esos fracasos, Silverio aceptó regalar un toro para que su despedida no fuese tan gris y con éste se decidió a jugarse el pellejo. Dibujó verónicas rematando con una media y al quitar se apretó también con lances naturales. Con la muleta se creció, apuntando trincherazos de su factura, de la firma, derechazos enmedio de aplausos y después logró media estocada, acabando con descabello al primer intento. Se le concedió la oreja y entre el delirio, Armillita le cortó la coleta...
Como se puede extraer de la lectura, Silverio Pérez mató cuatro toros la tarde de su adiós. Cartonero y Bananero fueron los que le correspondieron en el sorteo. Luego, tuvo que pasaportar al quinto, porque Antonio Velázquez fue herido de gravedad en el vientre por el segundo de la tarde, así que enfrentó también a Texcocano de Torrecilla y al írsele torciendo la tarde, regaló para lidiar en séptimo sitio a Malagueño, de San Diego de los Padres, toro que fue a la postre, el último que mató vestido de luces en su carrera.

La reflexión del torero sobre esta última tarde, contada a José Pagés Rebollar y publicada en el libro Los Machos de los Toreros (1978), es la siguiente:
Del toro que más me acuerdo es de “Malagueño”, el que lidié la tarde de mi retirada el 1º de marzo de 1953 y si mal no recuerdo aquella fue una de las tardes más hermosas de mi vida porque pude sentir en carne propia el cariño de la afición y la belleza de la fiesta. “Malagueño” era un hermoso zaino de la ganadería de San Diego de los Padres y la oreja que le corté (por simpatía del público) figura entre mis trofeos más estimados. 
Aquello, compadre, jamás podrá repetirse, porque hace 25 años me retiré de los ruedos, aunque la Fiesta es mi vida y la llevo en la sangre… (Pág. 48)
El propio Pagés Rebollar recopila en su obra un anecdotario de Silverio Pérez y sobre esta misma tarde de su despedida, escribe lo siguiente:
En su corrida de despedida, Silverio no estaba quedando muy bien que digamos. Sus dos toros habían sido difíciles, la suerte no había estado de su parte y los nervios hacían crisis a esa hora tan emotiva e histórica. Allá en el tendido un hombre sufría no solo porque Silverio no se retiraba de los toros con el triunfo que merecía, sino porque sus amigos, sabiéndolo compadre del Faraón, se aprovechaban para molestarlo: 
- “¡Qué bueno que te vas, quijadas!” 
- “¡A ver si tienes más éxito vendiendo barbacoa!” 
Todo eso le decía los amigos de mi padre, más para molestarlo a él que a Silverio, quien fue, seguramente, el torero más querido de México. 
Mi padre ya no pudo soportar más. Llamó al doctor Gaona que era el empresario y andaba por el callejón para decirle: 
- “¡Oye Alfonso: échale a mi compadre otro toro, por mi cuenta!” 
- “Tu compadre te regala un toro” 
Y Silverio que parecía andar en una de esas tardes de mal fario le repuso: 
- “Bueno, mi compadre lo regala, pero: ¿quién lo va a torear?”…
Concluyo esta remembranza citando lo que don Manuel García Santos publicara en El Ruedo de México respecto de esta memorable tarde:
Y como vivió se fue. Con una pita enorme, ensordecedora, justificada, entreverada de insultos… Y con ovaciones de apoteosis, con alaridos de entusiasmo, con aclamaciones de cariño, y una orgía de flores, de bandadas de palomas, de cintas multicolores que se enredaban en los alamares de oro torero y lo hacían aparecer como lo que era. Como lo que había sido. Como un ídolo y un símbolo de la manera mexicana de sentir y de hacer…

domingo, 22 de febrero de 2015

En el centenario de Silverio Pérez (II)

Silverio Pérez y Pescador de Piedras Negras

La 16ª corrida de la temporada 1941 – 42 se dio con un cartel formado con toros tlaxcaltecas de Piedras Negras y los diestros Pepe Ortiz, Fermín Espinosa Armillita y Silverio Pérez, en una combinación que realizada con imaginación, resultó atractiva para la afición y propició una gran entrada en el Toreo de la Condesa, en una tarde en la que el resultado final dejaría para la historia una gran faena de Silverio Pérez.

La narración que he escogido para recordar este fasto, es obra de don Carlos Septién García, que con el seudónimo de El Quinto, lo publicó en el semanario La Nación e independientemente de la excelente prosa que caracterizó siempre a su autor, tiene la facilidad – a muchos años de distancia – de transmitir las emociones del momento en el que fue escrita y de esa manera dar a conocer de una manera más o menos fiel la realidad de los hechos que describe.

Silverio torea por sustantivos

La parte conducente de la crónica de El Quinto, nos cuenta lo que sigue:
Fue en el fondo una ventaja el haber asistido a la corrida con mi amigo el gramático. Hasta ahora había pagado el afecto que me tiene, resistiendo sus disertaciones eruditas. Y temía concurrir a los toros con él por miedo de que me aguara la fiesta con alguna disquisición. 
De allí mi sobresalto cuando el domingo, al terminar las tempestuosas ovaciones a Silverio Pérez, dijo como hablando para sí mismo: 
- No cabe duda: Silverio torea por sustantivos. 
Y a renglón seguido se puso a aplacar mi extrañeza: 
- Sustantivo es lo que existe por sí, real e independientemente. En Gramática es la parte completa. Sirve para designar austera y precisamente aquello que se quiere nombrar. El sustantivo es completo y profundo, sobrio y expresivo. Las literaturas de las épocas de oro de los pueblos se nutren precisamente de sustantivos fuertes y macizos; el adjetivo se emplea en ellas con parsimonia y discreción. Y con tanta fuerza, que en ocasiones se encuentran adjetivos con verdadera substancia. 
- Recuerde usted a Bernal Díaz, para no citar sino un clásico nuestro. Recuerde aquel lenguaje a la vez austero y suave, simultáneamente serio y vivísimo. La frase en él es ceñida, suficiente en todo caso para describir con verdad y profundidad. Y si se quiere encontrar buena parte del secreto, lo hallará usted en el hecho de que es el sustantivo el que domina, campea y triunfa en la hidalga prosa de nuestro cronista. Es decir, el sustantivo da la médula, la espina dorsal del lenguaje. La adjetivación copiosa aparece en las épocas del barroquismo y la licencia. Y claro que también puede ser bello el sistema; pero es otra clase de belleza menos maciza, más deleznable. Yo prefiero la clásica hermosura, firme y serena. 
- Y por eso afirmo que Silverio Pérez ha toreado este tercer toro, precisamente por sustantivos. Y he seguido apasionadamente el proceso de esta faena perdurable. 
El lenguaje es para el escritor lo que el toro es para el torero: la materia rebelde que su genio y su técnica han de dominar para lograr la obra de arte. Con frases triviales o con palabritas melosas se pueden hacer versos bonitos, pero no bellos. En la misma forma en que con toros chiquitos se pueden lograr faenitas que pueden ser hasta hermosas, pero siempre miniaturas. La grandeza aparece —en el lenguaje— cuando el escritor se decide a sumergirse en las profundidades del idioma en búsqueda encendida de palabras y giros macizos y profundos. Y en los toros, la grandeza surge cuando el lidiador se enfrenta a un animal fuerte, grande y poderoso y lo domina con señorío, arte y superioridad. De allí que no considere un desacato el hablar de la muleta del escritor y de la pluma del torero. 
Lo que Silverio ha hecho es eso: escribir un trozo de prosa clásica. Ha dejado a un lado lo pequeño o lo artificial para buscar expresiones a lo siglo XVI: lo que significa que ha logrado naturalidad y hondura. 
Me he fijado detenidamente en “Pescador”, el piedrenegrino éste que ha merecido tal faena. Espantó a las infanterías con sus derrotes. En las banderillas se las vieron negras los peones en vista del extraordinario empuje del animal. Y es que no se les ocurría lo que después fue el secreto de Silverio. 
Pérez tomó la muleta, salió al tercio y citó de largo. “Pescador” se arrancó de largo sobre el trapo rojo. Y entonces Silverio realizó esa sencilla cosa que por no hacerse sino pocas veces ha originado tantos toros inéditos: aguantó la embestida. Y ni hubo derrote ni colada. “Pescador” pasó una y otra vez mientras el matador levantaba suave y sobriamente los brazos en tres pases por alto tan perfectos y bien cortados como un soneto. 
Después toreó con la derecha en redondo, dejándose llevar de la inspiración y manejando la muleta con lentitud y mando. Hasta que remató el bello párrafo con aquel pase de la firma categórico y preciso. Hubo en seguida lasernistas, más pases con la derecha por abajo, varios orteguistas de excepcional pureza y otro de la firma de tal calidad y majestad, que bien podía haberse puesto arriba de tal rúbrica: “Yo, el Rey”. 
Y fíjese usted en que Silverio, como tantos grandes escritores hace arte para sí mismo. ¿Recuerda usted que Bernal Díaz escribió su historia simplemente para él y sus hijos? Pues así lo hace este Pérez de Texcoco, como lo hace también Carlos Arruza. Torean para sí, para satisfacer su ansia de creación, para lograr plástica viva, personal y única. No hay en el toreo de Silverio afán de concesiones al público, ni preocupaciones de publicidad teatral. Por lo contrario, hay una tal sinceridad del hombre, una tal compenetración natural y profunda con su arte, que me figuro que así torearía también si estuviera él solo con el animal y sin un espectador en el tendido. 
Por eso hay grandeza de la mejor, en Silverio. Por eso también es un torero sustantivo, que no necesita publicidades, cojines, fanfarronerías o insultos. Porque vale por sí, real y verdaderamente. Porque en suma, es simplemente esa cosa sencilla y compleja, grande y humilde, alegre y trágica que se llama torero. Usted comprenderá totalmente si le digo que una cancioncilla de moda necesita del radio y del teatro, y de la tiple, para poder triunfar; y eso efímeramente. Pero nada de eso requiere el cantar del Mío Cid para valer eternamente…
También por sustantivos, pero extendiendo su disertación al gerundio, al participio, al artículo y al pronombre toreó Armillita esa tarde, según el decir del propio Carlos Septién, pero recitando con frialdad la lección, en tanto Pepe Ortiz lo hizo, según el gramático amigo del cronista, en un hermoso derroche de adjetivos.

domingo, 14 de octubre de 2012

Cuando el sol sale de noche. Antonio Velázquez y la Oreja de Oro de 1945

Portada de La Lidia del 9 de marzo de 1945,
Velázquez y la Oreja de Oro

Antonio Velázquez, que había sido un destacadísimo peón de brega en la cuadrilla de Luis Castro El Soldado y que también, vestido de plata, apoyó los inicios de las carreras de Calesero y Carlos Arruza, debutó como novillero el 19 de junio de 1942, alternando con Antonio Toscano y Luis Briones para lidiar un encierro de Piedras Negras. Su faena al novillo Quitasol le representa su primer triunfo y salida en hombros del viejo Toreo de la capital mexicana. En esa campaña sumaría ocho fechas más, cerrando su temporada en el festejo de la Oreja de Plata el domingo 8 de noviembre, cuando ante novillos de Zacatepec, se disputaron el trofeo Conchita Cintrón a caballo, Rafael Osorno, Luis Procuna, Tacho Campos y el propio Velázquez, que con su faena a Muñeco, se llevó a casa el argentino trofeo.

Recibió la alternativa el 31 de enero de 1943, una fecha que ha quedado inscrita con letras de oro en la historia mexicana de la tauromaquia, pues en ella, Fermín Espinosa Armillita, con el testimonio de Silverio Pérez, hizo matador de toros a Antonio. Los toros fueron de Pastejé, ganadería que se presentaba en el Toreo de la Condesa. Al final, Velázquez naufragó con Andaluz, número 44 y con Jareto, número 19 y la fecha sería recordada por las memorables faenas de Armillita a Clarinero y la del Faraón de Texcoco a Tanguito, dos de las grandes obras de la historia reciente del toreo en México.

La poca fortuna de Antonio Velázquez la tarde de su alternativa le llevó poco menos que al paro. Nadie dudaba de sus aptitudes como torero, ni de su entrega en el ruedo, pero el recuerdo de una tarde que tuvo todo para ser memorable – el toro de su alternativa fue considerado el toro de la temporada – reducida a una mera efeméride, pesó mucho en contra del torero de León de los Aldamas. Así lo contó el torero a José Alameda:
Me iba – cuenta – a la calle de Bolívar – entonces tan taurina –, estacionaba mi coche  junto a la banqueta y me colocaba con la espalda a la pared, en la fachada del restaurante La Flor de México. Allí, permanecía una hora y más hablando con los taurinos, dejándome ver de ellos. Pero no entraba, porque tenía coche, pero no tenía para café...
Antonio Velázquez recibiendo la Oreja de Oro del
empresario Joaquín Guerra (Foto: La Lidia)
La temporada 1944 – 45 representó para nuestra afición el retorno de los toreros españoles después de casi una década de ausencia. Antonio Bienvenida, Pepe Luis Vázquez, Joaquín Rodríguez Cagancho y Rafael Ortega Gallito fueron algunos de los notables embajadores que vinieron de allende el mar a restablecer el intercambio entre nuestras torerías, lo que dio un nuevo aire a la temporada invernal en el coso de La Condesa y también estableció un interés distinto a la corrida de la Oreja de Oro que, a beneficio de la Unión Mexicana de Matadores, se organizaba cerca del final de la temporada.

El cartel que se propuso inicialmente para ese festejo, a celebrarse la noche del miércoles 28 de febrero de 1945, se formaba con un encierro de Torreón de Cañas, propiedad de don Rafael Gurza, para David Liceaga, Cagancho, El Soldado, Pepe Luis Vázquez, Antonio Bienvenida y Luis Procuna. La víspera de la corrida, se anunció que Liceaga no podría actuar por enfermedad, por lo que se citó a Arturo Álvarez Vizcaíno y Antonio Velázquez a la Unión de Matadores y allí lanzando una moneda al aire – tirando un volado diríamos aquí – se decidió quién sustituiría a David. Velázquez resultó el afortunado.

El Editorial de La Lidia del 9 de marzo de 1945, un algo más de una semana después del festejo, reflexiona lo siguiente:
Antonio Velázquez tomó la alternativa prematuramente; cuando recibió el espaldarazo, no sumaba quince actuaciones como matador de novillos… En la temporada organizada por la Empresa “La Lidia” S. de R.L., fue el triunfador indiscutible… A pesar de ello, en la presente temporada 1944 – 1945, injustificadamente se le dejó parado y ya sin esperanzas de tomar parte en la presente serie de corridas, por mero accidente y en sustitución del pundonoroso diestro David Liceaga, que por enfermedad no pudo actuar en la corrida de la Oreja de Oro, salió a nuestro coso máximo, con una gran responsabilidad y con toros que no presentaban ninguna garantía, sin entrenamiento y al lado de los ases de la torería; pero imponiéndose a la adversidad y a su destino, triunfó clamorosamente, ganado la codiciada oreja de oro…
El quinto toro de esa corrida fue el número 11, Cortesano, negro y fue el que le permitió a Antonio Velázquez salir del anonimato y a partir de allí constituirse en una legítima figura del toreo. La actuación de quien a partir de esta fecha sería llamado Antonio Corazón de León fue vista de esta manera por don Luis de la Torre El – Hombre – Que – No – Cree – En – Nada, en su relación publicada el 9 de marzo de 1945 en el número 118 de La Lidia:
…Antonio Velázquez, de manera inesperada, después de haber permanecido ausente de nuestro coso durante toda la temporada hasta esta noche, quedó incluido en el cartel sustituyendo a David Liceaga, e indudablemente que fue para este humilde torero nuestro un triunfo clamoroso, habiendo dado lidia completísima al burel que le correspondió; lidia llena, de principio a fin, de auténtico torerismo, de ese torerismo en que por igual se manifiestan el valor atesorado, cimiento básico del triunfo, como los recursos y amplio conocimiento del oficio para vencer cualesquiera escollo de que está llena tan riesgosa profesión… El triunfo de Velázquez no fue de aquellos en que el toro por inmejorables cualidades de bravura y nobleza más que un enemigo del lidiador se convierte en franco y definitivo colaborador en muchas ocasiones con porcentaje de superioridad. El burel que correspondió a Velázquez fue bravo, ¡qué duda cabe!, pero no con la bravura fácil tan codiciada por quienes sólo eso saben aprovechar, sino con aquella que tantos fracasos ocasiona a quienes no alcanzan a entenderla y mucho menos a domeñarla. Para ello se necesita un corazón bien templado, afición efectiva, pundonor profesional y demás cualidades capaces de formar el conjunto armónico que determine el derecho de llamarse torero. Y Antonio Velázquez, en esta oportunidad que la casualidad le deparó, dejó demostrado, al jugarse la vida en cada momento de su hazaña completísima, que posee en superlativo grado todas esas cualidades tan raras de reunir… ¡ASÍ SE TRIUNFA, AQUÍ Y EN CUALQUIER PARTE. TOREANDO CON EL CAPOTE, PONIENDO BANDERILLAS, CUAJANDO LO QUE SE LLAMA UNA FAENA Y ESTOQUEANDO CON EL CORAZÓN! La oreja de oro fue para él, naturalmente; pero más que este poco significativo galardón, lo que debe enorgullecerlo, lo que debe llenarlo de satisfacción, es el delirio que supo hacer estallar, las cinco vueltas al ruedo que ganara a ley y la manifestación popular que todavía el domingo 4 de marzo se le patentizó en el tendido antes de dar principio la corrida, repitiéndose varias veces durante su desarrollo. ¡SALVE, TORERO!...
La otra crónica de la corrida, que es ya un clásico del género, es la que publicó El Tío Carlos al día siguiente del festejo en el diario El Universal. De ella, por su sentido valor literario, extraigo lo siguiente:
Antonio Velázquez, Corazón de León: ¡Qué hombrada la tuya, anoche, en esa corrida de la Oreja de Oro! Como hombre triunfaste en una lucha de entrega absoluta, completa, total. Una lucha rebelde contra tu propio, adverso destino de los últimos años; una lucha noble y viril sostenida con tu propio alternante en quites – El Soldado – en cuya cuadrilla militaste como peón de brega; una lucha torera con tu enemigo, fuerte, encastado, difícil, una artística lucha bizarra contra los otros cinco maestros que aspiraban al premio de la Oreja de oro. Qué hazaña la tuya de recia y cabal varonía… ¡Antonio Corazón de León!... y triunfaste como mexicano. Mexicano del Bajío que vale decir castellano de México. Echaste tu vida a un albur de triunfar y créeme que hubo momento en que tuve la duda de si eras un ranchero con la frazada en la izquierda y el machete en la diestra, peleando en la noche tu vida y tu honra… Porque entre el revuelo agitado del trapo y los rápidos fulgores del estoque y en el jadeo de la lucha, yo creí oír una ronca voz que cantaba el viejo canto viril: Sí me han de matar mañana, que me maten de una vez… Y era tu voz… ¡Antonio Corazón de León!... No recuerdo ninguna otra Oreja de Oro ganada tan legítimamente en una sola faena… No evoco otras lágrimas de torero tan sinceras, tan justas, tan emocionadas como las tuyas en esos minutos de ayer… ¡Qué hombre, qué torero, que mexicano eres!... ¡Antonio Corazón de León!...
Ambas relaciones, cada una con el sello personal de su autor reflejan, sin duda, el emotivo momento que se vivió esa noche en El Toreo, cuando un torero que se pensaba desahuciado para esto, salió, diría Carmelita Madrazo, a dejarse matar con tal de salir de la plaza triunfante. Y es que Antonio Velázquez sabía bien lo que era estar en el dique seco.

Un mes después del festejo, Antonio Velázquez reflexionaba lo siguiente acerca del triunfo conseguido, en entrevista que concedió a Carmen Torreblanca Sánchez Cervantes para el semanario La Lidia:
¿Qué impresiones dejó en usted la obtención de este último galardón?
Ya puede suponerse cuán variadas y qué profundas fueron. Primero, estar sin haber toreado en “El Toreo” en mucho tiempo y no tener esperanzas de hacerlo. Después, la oportunidad que se presenta por enfermedad de David Liceaga; salir avante de todas las dificultades y ganar la inclusión en el cartel mediante un “volado”… Llegué a la plaza lleno de voluntad, con una confianza enorme en el triunfo, no obstante verme entre todas las figuras de la temporada, tanto españoles como mexicanos. Cuando tocó mi turno, y después del quinto muletazo, no puedo recordar ya con precisión. Solamente conservo memoria de un gigantesco rumor que me rodeaba, del aliento húmedo del toro que mojaba mi rostro y del sabor de las lágrimas que corrían por mis mejillas… Reaccioné al tirarme a matar. Fue un instante en el que pasó por mi mente la historia de mi vida, y después… tomó forma ese inmenso rumor, convirtiéndose en una delirante ovación, volvieron a aparecer ante mis ojos la plaza y el público; era como si hubiera despertado súbitamente de un sueño, en el cual, sin embargo, estuve perfectamente consciente de lo que hacía al lidiar a mi enemigo, aunque todo lo demás desapareció para mí… Momentos más tarde tenía entre mis manos el estuche que contenía la Oreja de Oro…
Antonio Velázquez
Antonio Velázquez no dejaría el sitio de figura del toreo que de manera legítima conquistó esa noche hasta el final de sus días. El 1º de mayo de 1969, en la Plaza El Paseo – Fermín Rivera de San Luis Potosí, corta dos orejas al cuarto toro de los de Santa Marta lidiados esa tarde, que fue la de la alternativa de Mario Sevilla hijo, cerrando la terna Curro Rivera. Esta fue la última vez que Antonio Velázquez mató un toro vestido de luces.

El 15 de octubre de ese 1969, mostraba a sus amistades la casa que logró arrancar de los morrillos de los toros y como la obra estaba en proceso, tropezó con una varilla y cayó al vacío, logrando el piso de la calle lo que los toros no pudieron: Terminar con su vida.

En el 43º aniversario del óbito del gran torero de León, Guanajuato, le recuerdo en su despegue hacia la cima.

lunes, 12 de diciembre de 2011

En el centenario de Armillita (y XII/II)


1947: Armillita habla acerca de él mismo, anuncia su retiro y expone su tauromaquia


Armillita, Domingo Ortega y Manolete
(Lima, Cª 1946)
Recojo aquí lo dejado pendiente ayer y presento la conclusión de la entrevista concedida por Armillita a El Tío Carlos en abril de 1947:

Veinte años de toros y de toreros 
“La alternativa, usted sabe – continúa Fermín, animándose con su propio relato – la tomé en la temporada 1927 – 28. Apenas dos años antes se había ido Gaona y Pepe Ortiz acaparaba la atención. Con él fue la primera pelea en aquella época”. 
“En 28 fue a España por primera vez, ya como matador de toros. Tuve éxito y pude torear 47 corridas; al año siguiente, en 29 bajé a 25 por haber aflojado un poco en los finales de la temporada anterior. Alternaba entonces con “Chicuelo” que estaba en su mejor época; con Villalta, Vicente Barrera y Marcial Lalanda, con “Gitanillo de Triana” el primero”. 
“Mi consagración definitiva en España, vino en el año de 1934, peleando con Ortega. En México considero que la consagración fue en la temporada 1936 – 37, la siguiente después de que se rompieron las relaciones taurinas con España. En esa temporada tuve aquella tarde – una de las más completas de mi vida – en la que con toros de San Mateo, corté orejas y rabos a mis tres toros y una pata al que se llamó “Pardito”. Alternaba con Lorenzo Garza, mano a mano”. 
Las mejores faenas de Fermín, según él mismo 
Hemos preguntado a “Armillita” cuáles son las faenas suyas que más le han satisfecho durante veinticinco años. Y responde.  
“En España, recuerdo como la que más me satisfizo la lidia completa que le di a un toro de Aleas llamado “Centello”, en la plaza de Madrid, el año de 1932, alternaba con Bejarano y Fortuna. La temporada me había pintado un poco mal. Pero salió ese toro y desde la capa hasta la estocada, le hice lo que se me vino en gana y a todo mi gusto. Aquello me abrió las puertas en todas las plazas”. 
“Acá en México, las faenas que considero mejores son las de Clarinero de Pastejé; la de Arpista, con la que gané la Oreja de Oro en 1937; la de Tapabocas, la de Hurón”. 
Y aparecen naturalmente Pituso y Nacarillo. 
Aparecen en la charla y en la realidad. Porque casi simultáneamente a la mención de ellos, irrumpen en el recinto Pituso y Nacarillo en figura corporal. Son un gato pardo y un perrillo blanco a los que Fermín ha bautizado con los nombres de sus dos últimas faenas. Los dos “inmortales” trepan por el pantalón del saltillense, “Armillita” los acaricia distraídamente conforme opina: 
“Hay diferencia entre la faena de Pituso y la de Nacarillo, en razón de los mismos toros con los que fueron hechas. Con Pituso había que torear más desde media faena en adelante; con Nacarillo, al contrario, fue preciso torear más desde el principio hasta media faena”. 
“Y esto porque Pituso – que tenía muy buen lado izquierdo – fue a menos y hubo que consentirlo más; mientras que Nacarillo comenzó mal – con estilo de manso – y dio la casualidad que se fue asentando conforme avanzaba la faena, hasta que acabó embistiendo con muy buen estilo”. 
¿Y fue por casualidad? Interrumpimos. 
“Ya ve Usted que hay toros que se cambian así – contesta el saltillense y prosigue –. Sin embargo, estuve más a gusto con Nacarillo, Es el toro al que le he dado más naturales en toda mi carrera. Y sobre todo, vino en un momento en el que el público parecía creer que yo ya no daría más de mí. Por Nacarillo volvieron a creer en mí y esto me satisfizo”. 
Los mejores toreros que ha visto 
¿Y como aficionado, cuáles son toreros que más le han gustado en estos veinte años?, preguntamos. 
“Entre los mexicanos, Gaona – responde Fermín –. Lo vi en la temporada de su despedida. Y creo que México no ha tenido otro torero como ese…” 
“Entre los españoles, Belmonte, al que vi en su última época; Chicuelo, que era finísimo y Domingo Ortega, que ha sido el torero más sereno frente a los toros. Ninguno tiene su tranquilidad”. 
“Finalmente – dice Fermín –, Manolete. Como aficionado, es un torero que me entusiasma. Me entusiasmó desde la primera vez que lo vi. Y creo que no ha habido torero como él; aguanta a todos los toros y a todos los toros les hace lo mismo”. 
“Y esto, que es muy fácil de decir, es lo más difícil que hay en el toreo. Porque todos los toros son diferentes, y hacerles a todos los toros de todos los estilos la misma faena, es algo muy grande”. 
La doctrina taurómaca de Fermín Espinosa 
Hemos llegado a un punto especialmente interesante. Queremos saber qué es el toreo para Fermín Espinosa y cuáles son los principios de su tauromaquia. Y hemos preguntado: 
Usted que ha competido con toreros tan diferentes como Ortiz y Manolete, como Chicuelo y Ortega, y que ha visto tantos estilos diferentes de torear, ¿puede decirnos que diferencias encuentra entre el torero de hace veinte años y el de ahora? 
“Entonces no se toreaba tan cerca como hoy. Entonces se peleaba más con el toro. Y es que el animal con cinco años o más y en plenitud de facultades, no permite que el torero se quede quieto tres veces seguidas. A la tercera vez que el torero se quede parado, lo coge”. 
“Porque el toro de esa edad y de esas facultades, tiene lo que se llama sentido. Es decir: que el toro aprende, que quiere coger. Uno lo siente muy bien en el ruedo cuando está uno frente a un toro así. Sabe uno que si da el tercer pase, se lo lleva el toro. Y hay que cambiar de táctica”. 
“Pero descontando eso, hoy se torea más cerca y mejor que nunca”. 
¿Qué es lo que le ha permitido a Usted luchar veinte años y enfrentarse con tanto éxito a los más diversos estilos de torear? 
“Si no se entiende una cosa – contesta seguro y claro Fermín – no se puede dominarla. Y si no se domina, no hay verdad. Yo creo entender al toro y tener facultades para practicarlo. Esas son las razones en las que se ha fundado mi carrera. Con base en eso, me he amoldado a todos los estilos en las diferentes épocas”. 
¡El dominio, el dominio! 
Y aplicadas esas ideas a la lidia misma, ¿en qué principios se traduce? Hemos “cargado la suerte”. 
“Lo primero es – dice Fermín – que no hay un toro igual a otro. Todos los toros son diferentes. Este es el hecho más extraordinario del toreo y en el que se debe basar todo lo demás. Hay ocasiones en que sale un toro bravo y que Usted en el tendido juzga como igual en estilo y bravura a otro que ha visto. Y sin embargo, Usted ve que el torero – tal vez el mismo que toreó con éxito a un toro semejante – no se acopla con el toro. A mí me ha pasado eso en ocasiones. Y es que no hay toros iguales. Todos los toros son diferentes y aquél que parece una copia de otro, es totalmente distinto. 
“Lo segundo es el dominio. Si no hay dominio, no hay nada. Un torero se puede quedar quieto frente a un toro una y otra vez; pero si no está dominado, no hay verdad en aquello. Estará pasándose el toro a la trágala o exponiéndose a una cornada, pero toreando, no”. 
“En el toreo se pueden hacer muchas cosas, pero lo importante, lo verdaderamente esencial en el toreo, es que todo lo que se ejecute se haga dominando”. 
“Lo ideal – contesta Fermín – es el torero que pueda con todos los toro, que domine a todos los toros y que lo haga siempre con arte”. 
El conflicto hispano – mexicano 
Hasta aquí la doctrina taurómaca de Fermín Espinosa y el secreto de sus veinte años triunfales, explicados por primera vez a la afición a través de “El Gráfico”. Ahora, ya para cerrar la charla que ha discurrido por temas tan sustanciosos y tan útiles para la fiesta de toros, volvemos a lo inmediato. Hemos preguntado a Fermín si cree en el arreglo del conflicto taurino hispano – mexicano. 
“Creo que se arregle – dice Fermín – pero no pronto, como se piensa. Entre consultas y aprobaciones, esto llevará unos tres meses”. 
“Y es muy conveniente el intercambio – subraya –. A nuestro público le gusta el pique entre los de aquí y los de allá y nuestros toreros encuentran en España muchas oportunidades de desarrollarse”. 
“¿En Usted – preguntamos – qué influencia tuvo España? 
“En mí tuvo una influencia decisiva. No sé qué pasa en España, pero es un hecho que despierta más la afición del torero”. 
“Creo – medita un poco – que ello se debe a esa cosa tan agradable que significa estar toreando todos los días. El torero no piensa más que en torear, no habla sino del toro y el ambiente es muy propicio para ello”. 
“Esperar ocho días para vestir el traje de luces como nos pasa aquí, es muy malo. El torero baja de afición y aún de facultades. No está tan puesto con el toro como toreando a diario”. 
“Por eso nuestros toreros dan más de sí en España. Yo lo he sentido siempre que he ido, Se hace uno torero a base de esa cosa indispensable que es la práctica. Tal es la razón por la que deseo el pronto arreglo de las diferencias”. 
Y tras de anunciarnos que la de ayer fue la última corrida que torea en esta temporada, porque va a gestionar que se le cancele la del domingo próximo, Fermín y este Tío dan por terminada la grata charla.   
Al final de cuentas, la ruptura de la que hablaba Armillita se restableció hasta 1951 y no unos meses después como presagiaba el Maestro; Silverio Pérez volvió a los toros en diciembre de ese mismo 1947 y sí, la última temporada que Fermín Espinosa hizo completa en la Plaza México fue la 1947 – 48, porque en abril de 1949 se despidió de los ruedos, según lo he contado aquí en esta misma Aldea

Por otra parte, lo que relató a El Tío Carlos sobre el toro y el toreo, creo que sigue siendo la verdad puntual y valía entonces y vale hoy más que nunca, porque nos sirve como medio para deducir el deber ser de lo que sucede en la realidad que vivimos. 

El hecho de que el calendario haya agotado sus hojas no significa que deje de ocuparme de la figura de don Fermín Espinosa Saucedo, que con su vida y con su obra, siempre dará lugar a que se pueda decir algo bueno e ilustrativo acerca de él.

Nota importante: Los resaltados en el texto transcrito son imputables exclusivamente a este amanuense.

domingo, 11 de diciembre de 2011

En el centenario de Armillita (y XII/I)


1947: Armillita habla acerca de él mismo, anuncia su retiro y expone su tauromaquia

Armillita en Aguascalientes
(Cª 1937, colección Isidoro Cárdenas Carranza)
En este mes concluye el año del Centenario de Armillita. Hace doce meses ofrecí presentar una vez al mes cuando menos, una estampa de la vida torera de quien es, insisto, con poco margen para la discusión, uno de los más grandes toreros de la historia y además, orgullosamente mexicano. Pensé en recordar en esta oportunidad alguna de sus grandes faenas, pero al revisar la hemeroteca, me encontré con una extensa entrevista, realizada al Maestro de Saltillo por don Carlos Septién García El Tío Carlos y publicada en el número 226 del semanario La Lidia de México, correspondiente al día 4 de abril de 1947, la que pensé que sería del interés de Ustedes.

En ese año de 1947, tras de concluir Manolete su campaña en México, se anunció que terminaba la vigencia del convenio entre las asociaciones de toreros de México y España. Se planteaba en un inicio que la ruptura sería breve y que en unos cuantos meses los toreros mexicanos estarían actuando en las principales ferias españolas. Aparte, una semana antes de la entrevista, Silverio Pérez anunció una sorpresiva retirada de los ruedos. De eso y de mucho más habló Armillita con El Tío Carlos.

Pensé en hacer un extracto de la publicación, pero considero que su valor está intacto aún con el transcurso del tiempo, así que procedo a publicarla en dos partes, iniciando hoy con la primera:

“Armillita” expone por primera vez su doctrina: “En el toreo si no hay dominio no hay verdad” 
Galantería de “El Tío Carlos” (Cronista de “El Universal”) 
Sencillez en el porte, sobriedad en las palabras, naturalidad en la actitud. A los veinticinco años de vida torera – veinte de ellos como primera figura – Fermín Espinosa es un hombre en el que se combinan la sensatez del varón y la simplicidad del muchacho.  
Y es todavía algo más difícil: un torero en el que no han dejado sombra los veinticinco años de lucha por los ruedos del mundo. En este cuarto de siglo los toros apenas han podido trazarle una leve cicatriz en la carne y los hombres no han sido capaces de asestarle una cornada de amargura en el espíritu. 
Fermín Espinosa es un hombre sano. No solo en el sentido fisiológico del término, sino en el psicológico, que es mucho más importante. Ahora mismo, cuando al iniciar esta grata charla de toros se han tocado necesariamente los temas del momento y Fermín se ha visto precisado a hablar de la hostilidad de la Empresa hacia él, lo hace con sencilla objetividad. 
“No soy santo de su devoción – dice –. Me han querido perjudicar por muchos medios. Me mandan notarios como si yo me hubiera negado a torear alguna vez; me hacen campañas de prensa; me ponen en carteles poco ventajosos”. 
“No soy santo de su devoción”, repite. 
Y no hay en el comentario ni acritud, ni desplante, ni enfado. 
Porque una empresa adversa es, en la vida taurina de Fermín Espinosa, un incidente como ha habido tantos. 
Como por ejemplo, un toro más. 
Que al fin y al cabo será un toro menos. 
La influencia de “Armillita” en Silverio Pérez 
La charla va pasando a temas más toreros que éstos de los notarios y de las campañas de prensa. 
Y desde luego está la retirada de Silverio Pérez, el genial texcocano que se despidió bruscamente hace ocho días. La opinión de Fermín resulta especialmente interesante. Silverio nunca ocultó – y por el contrario gustó de proclamarlo – que en “Armillita” tuvo un guía y un consejero. 
“Hizo bien en retirarse – dice Fermín –. Sí ya se sentía cansado y si la familia lo llamaba tan fuertemente, ¿para qué seguir en los toros? Alabo su determinación”. 
“¿Qué cuál fue la aportación de Silverio al toreo mexicano?” 
“Verá Usted. Creo que su emoción. Eso que Ustedes los cronistas llaman dramatismo. Yo no vi a Carmelo, el hermano, porque en aquellos años de su aparición y su cornada estuve en España. Pero creo que Silverio ha sido el torero más emotivo que he visto”. 
¿Y cuál ha sido la participación de Usted en la carrera de Silverio? Hemos preguntado. 
“Da un poco de pena hablar de uno – responde Fermín, pero sigue, vencida su discreción –. Lo que hice fue darle aliento siempre que se desanimaba y en el ruedo, cuando toreábamos juntos y estaba yo cerca, decirle mis opiniones sobre el toro y mis ideas para el modo de torearlo. Esta fue mi influencia en la carrera de Silverio. 
El fracaso de la temporada actual 
Ligando la despedida de Silverio y el lamentable fracaso artístico y económico de la temporada que hemos padecido, Fermín prosigue:
“Son muchos las causas que determinaron el desastre de la temporada. Desde luego, está el ganado. La camada de este año no ha sido ni tan pareja ni tan brava como la del año anterior, y esto determina que los toreros tengamos menos ocasiones de lucimiento, con el consiguiente enfado del público”. 
“Está además la actuación de la Empresa. Ocurrido el rompimiento taurino hispano – mexicano, se dio a organizar malos carteles, en vez de buscar la organización de combinaciones atractivas. Eso acabó de echar a la gente fuera de la plaza”.  
“Y luego, la plaza misma. En la México no se puede torear. Yo no recuerdo plaza alguna en la que sople el aire con tanta fuerza y tal constancia. Desde enero hay viento en todas las corridas. Y frente al aire no hay recurso que valga. Sale uno a disgusto, sabiendo que no habrá lucimiento, y sí en cambio, mucho riesgo”. 
Fermín anuncia su retirada: misión de Arruza y de Procuna 
“Yo no he pensado en retirarme en la forma en la que lo hizo Silverio esta temporada – dice Fermín cuando le hemos lanzado esa interrogación – pero me retiraré la próxima temporada. Lo he decidido firmemente. Aún arreglándose el conflicto no pienso ya torear en la Península. Aquí esperaré la temporada 47 – 48 que será para mí la última”. 
“¡Es que son veinte años de alternativa los que llevo! – exclama – y durante esos veinte años no he rehuido la pelea con nadie, ni en México, ni en España”. 
Retirado Usted, ¿en quién descansará la responsabilidad del toreo mexicano? Preguntamos. 
“En Arruza y en Procuna – contesta sin titubeos “Armillita” –, a Carlos lo he visto torear en España la temporada anterior. Asusta su valor. Puedo decirle a Usted que nunca he visto un torero arrimarse tanto a los toros como Arruza. Tiene una capacidad, una facilidad para meterse en los pitones, que no he visto en nadie”. 
“A Procuna lo vi en Lima la temporada última. Está toreando extraordinariamente. Muy cerca, muy valiente y muy artista. Es una verdadera lástima que no haya toreado esta temporada en México”. 
“En Carlos y Luis, a más de lo que se cuaje en las temporadas de novilladas, quedará la responsabilidad del toreo mexicano”. Concluye. 
Un aficionado puede ser armillista o no serlo. Puede también ser anti – armillista. Pero si es aficionado de verdad, habrá de tributar a “Armillita” el respeto que se merece como figura inconmovible del toreo mexicano durante casi un cuarto de siglo, como sostenedor de la fiesta entre nosotros en épocas críticas y como autor de varias de las más gloriosas faenas con que nuestro torero ha enriquecido la historia de la tauromaquia. 
Sobre estos veinte años triunfales y macizos de “Armillita” – estos veinte años que a veces suelen olvidar públicos y empresas – hemos querido que hable el propio Fermín. Que sea él mismo el que haga la historia y el juicio de su obra y de su carrera. Y que sea él, quien explique su doctrina taurómaca – la que ha dado esos veinte años de éxito incansable. 
“Tenía doce años apenas. Un día fui con mis hermanos a la plaza de Tacuba – una antigua placita que había allá –, en la que en esa fecha de 1922 se toreaba un festival. Primero le di algunos capotazos y pases a un becerro. Luego salió una vaca grande destartalada, pero suavota”. 
“Y “Llaverito”, un torero español que estaba entonces aquí y que fue apoderado de mi hermano Juan, me dijo: ‘A ver muchacho, ¿te atreves con esa vaca?’”. 
“Yo no contesté, tomé el capote y me fui hacia la vaca. Le di tres lances. Al cuarto lance me empitonó por la pierna derecha. Pero no perdí el control, alcé la pierna y la saqué por arriba del cuerno. De modo que ni siquiera me levantó del suelo el animal”. 
“Llaverito me gritó: ¡Ya está bueno muchacho, vámonos para afuera!” 
“Y me fui. Pero ya había dado mis primeros lances a un animal grande”.
Concluye mañana...

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