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domingo, 4 de julio de 2021

29 de junio de 1966: Jesús Solórzano se presenta en la plaza de Las Ventas de Madrid

Jesús Solórzano en San Sebastián
Agosto de 1966 - Foto: Kutxateka
Ya había escrito yo por aquí que la mitad de la década de los sesenta del siglo pasado tuvo en esta fiesta por signo el ser el tiempo de los hidalgos, entendido el término en su acepción originaria hijos de algo, pues salieron a buscar el triunfo vestidos de seda y oro varios jóvenes descendientes de notables personajes de la fiesta, quienes caminaron más o menos largo en las arenas de los ruedos.

Uno de esos modernos hidalgos de la fiesta fue Jesús Solórzano, hijo de El Rey del Temple, quien después de dejar los estudios de Veterinaria, se somete, según su dicho, a una dura preparación para intentar ser torero, siendo sus mentores nada menos que su padre, Carlos Arruza y su primo el ganadero Francisco Madrazo. Por lo regular, las pruebas eran ante vacas de retienta en La Punta y ante ese sínodo, las cosas tenían que hacerse definitivamente bien para pasar al siguiente escalón.

Así el 14 de abril de 1963 se presentó vestido de luces en Nogales, 14 de julio siguiente lo haría en la Plaza México y el 3 de noviembre tendría en El Progreso de Guadalajara la primera de sus tardes para el recuerdo, al cortar Barbón, de Ramiro González las dos orejas y salir en hombros de la afición. 

El año siguiente, se le empareja con Manolo Espinosa Armillita para torear tres novilladas en Sudamérica, dos en Lima que tienen carácter triunfal (24 y 31 de mayo) y una tercera en Bogotá, el 18 de julio y a su regreso del cono Sur, el 16 de agosto, asunto del que me he ocupado por aquí, en la plaza San Marcos de Aguascalientes, alternando con Calesero Chico Manolo Espinosa Armillita, le corta orejas a Solimán de Matancillas y el 18 de octubre de ese 1964, Jesús firma una de sus grandes obras en la Plaza México, cuando le tumba el rabo a Bellotero de Santo Domingo.

Su gira española de 1965

Con esos mimbres decide hacer campaña en ruedos hispanos el año de 1965, apoyado por la familia Domecq y en ese calendario suma siete festejos, casi todos en el llamado Rincón del Sur, pues actuó en las plazas de Algeciras, Sanlúcar de Barrameda (2), La Línea de la Concepción, Ayamonte, Jerez de la Frontera y uno en Valencia. En ese ciclo actuaron allá otros novilleros mexicanos, como Manolo Espinosa Armillita (17), Raúl Contreras Finito (13), Joel Téllez El Silverio (4), Juan de Dios Salazar (3), Mario de la Borbolla (2) y Juan Anguiano (1). 

El escalafón novilleril fue encabezado entre otros por Palomo Linares, Gregorio Tébar El Inclusero, Paco Pallarés, Francisco Rivera Paquirri y Pedrín Benjumea. De los nuestros recibieron la alternativa Juan de Dios Salazar en Vinaroz y El Silverio en Palma de Mallorca y la confirmaron en Madrid Guillermo Sandoval – que fue herido de gravedad esa tarde – y Fernando de la Peña.

La temporada novilleril de 1966

Destacaban en el escalafón de novilleros nombres como José Rivera Riverita, Gabriel de la Casa, Francisco Rivera Paquirri, Sebastián Palomo Linares o el madrileñísimo José Luis Teruel El Pepe y la nota de color la ponían el jiennense José Sáez El Otro, que explotaba su parecido físico con El Cordobés y el inefable Blas Romero El Platanito, producto de los festejos de La Oportunidad de Carabanchel, que llenaba todas las plazas en las que se presentaba. 

De los nuestros solamente actuó aparte de Jesús, Alfonso Ramírez Calesero Chico que lo hizo cuatro tardes. De los matadores estuvieron allá Jesús Córdoba (11), Jesús Delgadillo El Estudiante (9), Raúl García (5), Raúl Contreras Finito (4) y Fernando de la Peña (3). Cabe recordar que el único confirmante ese calendario fue el regiomontano Raúl García.

Chucho se presentó en Zaragoza, Madrid (2), Barcelona, San Sebastián, Almería y Cieza, recibiendo la alternativa el 25 de septiembre en Barcelona de manos de Jaime Ostos y atestiguando Fermín Murillo, siéndole cedido el toro Rayito de Atanasio Fernández.

Su presentación en Las Ventas

La fiesta de San Pedro y San Pablo es día de toros en España. Hay festejos por toda la superficie peninsular y Madrid no es la excepción. En 1966, el 29 de junio fue miércoles y en la Hoja del Lunes aparecida el día 27 anterior en Madrid, en el resumen de los carteles de la semana, se decía lo siguiente:

Carteles para la semana. – Miércoles 29... Madrid. – Novillos de Amelia Pérez Tabernero para Gabriel de la Casa, Pedrín Benjumea y otro...

Es decir, todavía dos días antes del festejo – tres si consideramos que la información se produjo cuando menos el domingo anterior – no se confirmaba la presentación de Jesús Solórzano en la plaza más importante del mundo. Sin embargo, se orientaron las cosas y el hijo de El Rey del Temple se examinaría ante la cátedra madrileña justo un año después de haber toreado su primer festejo en ruedos hispanos.

El festejo representó un importante triunfo para Pedrín Benjumea, que le cortó las dos orejas al primero de su lote, las que paliaron en algo el dolor que le causó la lesión sufrida en el ojo derecho al ser golpeado por una banderilla colocada a su segundo; Gabriel de la Casa logró dar una vuelta al ruedo tras despachar al que lesionó a Benjumea y Jesús Solórzano saldó su tarde con dos vueltas al ruedo.

Antonio Díaz – Cañabate, cronista del ABC madrileño, tan reacio a reconocer el valor de lo que hacían los toreros nuestros, en esta oportunidad se expresó de la siguiente manera:

...Al tercero lo saludó Jesús Solórzano con un quiebro de rodillas que, por lo pronto que acudió el novillo resultó embarullado, así como los lances a la verónica. Nada más que una vara, Solórzano lo banderilleó con tres pares fáciles. El novillo acusó su escasa fuerza en la muleta. Tenía voluntad, pero embestía tardo y había que obligarle para que siguiera la muleta, y esto es precisamente lo que hizo Solórzano, hijo de «Chucho» Solórzano, el fino y elegante torero mejicano que recordamos con toda admiración. Su hijo tiene, por lo que le vimos, algo que ahora se manosea y se cotiza mucho: personalidad. Pero no una personalidad basada en detalles adjetivos al toreo, sino personalidad toreando, haciendo el buen toreo. Solórzano se impuso al novillo, al que había que llevar con temple y con mando y con mando y con temple, lo llevó. Y los adornos estuvieron en su lugar, y la faena fue variada, sin concesiones al efectismo, seria, pero al mismo tiempo alegre, con la alegría del buen toreo, con el calor taurino que disfrutamos esta tarde. Al entrar a matar se quedó en la cara y señaló un pinchazo. Luego se decidió a pasar la cabeza, y cobró una estocada, descabellando al segundo intento. Dio la vuelta al ruedo... Dos varas, derribando en la primera, tomó el sexto, al que banderilleó Solórzano con tres pares vulgares. El novillo, muy quedado, no estaba para florituras. Solórzano se esforzó en sacarle algunos pases que me confirmaron las buenas condiciones toreras del mejicano, al que volveré a ver con gusto y curiosidad, y que volvió a quedarse en la cara al entrar a matar la primera vez, señalando un pinchazo. Otro, y una estocada. Dio con protestas la vuelta al ruedo...

Personalidad le reconoce el cronista y yo agregaría que entre líneas también le reconoce a Jesús clase, valor y oficio. Y admite que le queda la intención de volver a verlo. Unas semanas después volvería Chucho a Madrid y cortaría una oreja. Ya no confirmaría allí su alternativa por cuestiones de despachos, pero en ese par de tardes dejó allí su impronta.

Una reflexión final

Tomo de la crónica de Díaz – Cañabate unos párrafos más de su crónica, y que hoy tienen una vigencia inusitada. Se refieren a la diversidad artística que debe existir siempre en el toreo:

Siempre por San Pedro aprieta el calor del verano que acaba de nacer. Nada más entrar al tendido oímos esa frase hecha, tan graciosa: “No corre una gota de aire”... Bueno, pues a mí me encantan esas tardes calurosas en los toros. Son las tardes clásicas. Tarde de calor taurino. Este calor taurino sube del ruedo, no baja del cielo. Es un calor que no agobia, sino que reconforta. Un calor que comunica euforia. Desde el primer momento nos sentimos a gusto... Tarde de calor taurino. No necesitamos para nada la gota de aire. En el ruedo hubo más que gotas airosas. Hubo en los tres primeros novillos tres faenas muy interesantes las tres. ¡Y ahí es nada la cosa! Tres faenas distintas. Lo que se dice un vendaval que ya quisiéramos soplara muchas tardes.

Tres faenas distintas…, dice el cronista. Hoy estamos en un tiempo de una uniformidad y quizás hasta de estereotipación desesperante. Todos torean igual o casi igual y eso tiene enferma a la fiesta, enferma de muerte… Algo se tiene que hacer para dejar que los toreros o los que aspiran a serlo, expresen libremente lo que son y como lo son. ¡Hacen falta toreros con personalidad!

Aviso Parroquial: Los resaltados en los textos de Antonio Díaz - Cañabate son imputables exclusivamente a este amanuense, pues no obran así en sus respectivos originales.

domingo, 27 de septiembre de 2020

A 90 años de la alternativa sevillana de El Rey del Temple

Anuncio de la feria
de San Miguel de 1930
El final de la temporada de novilladas de 1929 en El Toreo se centró en cuatro nombres: Carmelo Pérez, Esteban García, José González Carnicerito y Jesús Solórzano. Ellos disputaron la Oreja de Plata en una novillada extraordinaria celebrada el domingo 8 de septiembre de ese año y el que se la llevó fue quien después sería conocido como El Rey del Temple. Es también de hacer notar que los otros tres alternantes morirían al paso del tiempo a consecuencia de las cornadas que dan los toros y que solamente uno de ellos, Esteban García, no recibiría la alternativa antes de su mortal percance en Morelia apenas dos meses después de esa novillada de triunfadores.

El haber obtenido el argentino trofeo le aseguró a Solórzano la alternativa en la temporada de corridas siguiente y así, el domingo 15 de diciembre siguiente, en la novena corrida de la temporada 1929 – 1930, el santanderino Félix Rodríguez, con el testimonio de Heriberto García, le cedió los trastos para matar al toro Cubano de La Laguna. Esa tarde Rodríguez realizó su más grande obra en nuestros ruedos al cuajar al toro Cafetero de Piedras Negras en el máximo escenario taurino de nuestro país.

Alboreando 1930 Jesús Solórzano marcha a España y como en aquellos años las alternativas americanas no eran consideradas válidas allá – eso se vino a resolver hasta el año de 1944 – debió torear por aquellas tierras como novillero, tratando de obtener una alternativa española que le permitiera ingresar con fuerza en las filas de los matadores de toros allá. Se presenta en la Maestranza de Sevilla el 11 de mayo, alternando con Alberto Balderas – debutante también – y Diego Gómez Laine y pierde apéndices por el mal manejo de la espada, regresando a ese escenario los días 18 y 29, alternando de nueva cuenta con Balderas en ambos festejos, el último, mano a mano.

Debuta en Madrid el 21 de julio de ese año, alternando con Rafael Saco Cantimplas y Manuel Zarzo Perete en la lidia de novillos de Juliana Calvo Viuda de Bueno, Duque de Tovar y Galache (se puede ver aquí) y esa tarde tiene un triunfo resonante, pues con el segundo de su lote armó una gran escandalera, cortando, según a quien se lea, un rabo o dando nada más una vuelta al ruedo… El hecho incontrastable y en eso coinciden los seis cronistas que pude consultar sobre el particular, es que la multitud se lo llevó en hombros de la plaza.

La alternativa

En esa línea triunfal llevó su decurso novilleril Jesús Solórzano durante el año de 1930 en España. Tanto así que se le ofreció la alternativa para la Feria de San Miguel de Sevilla de ese mismo año y en un cartel inmejorable. Le apadrinaría Antonio Márquez – quien además llevó siempre una estrecha amistad con Jesús – y sería testigo Marcial Lalanda. Se apartó para la ocasión un encierro de los hermanos Luis y José Pallarés (antes Peñalver).

Antonio Márquez fue herido el jueves 25 en Barcelona y estando anunciado como cabeza de cartel para las dos corridas de feria, la edición de El Correo de Andalucía del sábado 27 anunciaba que sería sustituido el domingo 28 por Cayetano Ordóñez Niño de la Palma y el lunes 29, día de San Miguel, por Joaquín Rodríguez Cagancho, así pues el padrino de la alternativa de Jesús Solórzano sería Marcial Lalanda, diestro de mayor antigüedad.

El toro de la ceremonia se llamó Niquelado y no fue precisamente uno que permitiera el lucimiento, sin embargo el toricantano estuvo esforzado y digno. La crónica de Juan Mª Vázquez, en el ABC de Sevilla, entre otras cosas, cuenta lo siguiente de esta trascendente tarde:

De la campaña que el novillero Solórzano desarrolló entre nosotros – olvidando descensos inevitables –, quedaban, para hacerle merecedor de la categoría máxima, los buenos recuerdos de sus lances de capa, ceñidos, templados y elegantes, y, sobre ello, la emoción de la soberbia faena de muleta con que enardeció a los sevillanos, en la tarde en que se les dio a conocer. Las crónicas y comentarios que inspiró su labor afortunada constituía – aún sin el aditamento de su triunfo en Madrid – documentación suficiente para unir a la solicitud de alternativa, escalada hoy por cualquier audaz exento de valor personal y de méritos artísticos. Ya la tiene Solórzano, y alcanzada en la cuna y la sede de su arte. Que siempre use de ella con pundonor y decoro, mirando a completar su personalidad en el oficio – que es ya distinguida – y evitando a quienes fueron los primeros en aplaudirle por estas tierras el mal sabor de las retractaciones.

En su día solemne, el notable lidiador se produjo con ese pundonor que para lo futuro le pedimos; animoso, lleno de los mejores deseos se esforzó en agradar al concurso, y si no siempre el éxito correspondió al designio, por lo general su labor fue buena y dejó grato sabor. 

Capeó al natural al que abrió plaza de salida y en los quites – adornándose aquí con una vistosa serpentina – estirado, quieto y apretándose. Aunque el toro no tenía buen estilo – la corrida de los Sres. Pallarés en ese respecto, dejó bastante que desear –, quiso sumar al esfuerzo de su arte banderillero, y reuniéndose muy bien puso con gran facilidad dos pares y medio – derrotando el bicho las dos últimas veces – que le fueron – como los lances consignados – aplaudidísimos. En fin: investido por Marcial, libró con un buen ayudado una acometida imprevista y, seguidamente, entre dos naturales aceptables, consumó, sereno y valiente, un gran pase de pecho. Con la derecha, cerquísima de las astas, aunque sufriera más de un derrote, siguió con adornos el estimable trasteo, hasta que, igualada la res, entrando muy ligero, dejó una estocada atravesada. Un descabello a la segunda tumbó al enemigo, y Solórzano, afectuosamente ovacionado, dio la vuelta al dorado círculo…

Por su parte, Enrique Feria Triquitraque, en El Correo de Andalucía, reflexiona lo siguiente:

Marcial Lalanda le entregó los trastos al mejicano, que por cierto y como dato que estimarán los historiadores, vestía flamante traje de seda blanca con adornos de oro. ¡De «durce»! Se abrazaron, etc., etc., y el público, tan propenso a contagiarse de estas escenas, aplaudió a Solórzano con cariño.

Jesús brindó al presidente (don Jesús Mensaque, el simpático edil trianero), y luego a gran aficionado don Agustín García Mier. El muchacho se encaró con el bicho todavía no hemos dicho que el ganado lidiado en esta corrida era de los señores Pallarés, sucesores de Peñalver. El toro, manso, cabeceaba mucho.

Jesús, molesto por el viento, inició su faena con un pase ayudado por alto bueno, a los que siguieron dos naturales, el segundo muy apretado, y uno de pecho muy forzado. El toro no era el toro ideal... Jesús, desde cerca, muy voluntarioso, siguió toreando con la muleta, dando varios pases de tirón y otros ayudados por bajo.

La tranquilidad del espada, su buena voluntad, hizo que esta faena fuera subrayada con la intervención de la banda de música. Siguieron otros pases lucidos, entre ellos uno de la firma bueno, y perfilándose desde cerca y entrando a matar con ganas, dejó una estocada corta y caída, y puso fin a la vida del adversario con un descabello a pulso al segundo intento.

El público ovacionó entusiásticamente al nuevo doctor, al que obligó a dar la vuelta al ruedo.

En el resto de la corrida, Solórzano estuvo decidido y dispuesto e hizo varios quites buenos y principalmente uno EXTRAORDINARIO en el tercero. Había entrado en quites Marcial derrochando alegrías. Siguió el Niño de la Palma en su quite entusiasmando al público con unos lances por gaoneras y media verónica estupenda... y Solórzano se creció e hizo el quite de la corrida ¡el mejor!... Fueron dos lances soberbios, insuperables, y media verónica aún mejor que los lances ¡imposible de mejorar!...

Tercia en estas apreciaciones José María del Rey Caballero Selipe, quien en su tribuna de El Noticiero Sevillano escribió:

...Jesús Solórzano ha llegado a la alternativa con dotes que han de facilitarle el triunfo en su carrera; tiene entusiasmos, valentía, dominio y buenos deseos. Da el paso de novillero a matador conscientemente; cuando ha alcanzado la alternativa y la ha merecido, la toma y de este modo podrá encumbrarse, ascendiendo serenamente por sus únicos méritos.

Solórzano toreó muy bien de capa; en varias ocasiones se apretó de veras con el toro, y siempre por su animado estilo y la mucha emoción que imprimía a la suerte, levantó aplausos nutridísimos. Sobre todo en el repetido primer tercio del tercero, en el que Solórzano intervino modelando unos lances ceñidísimos de irreprochable finura.

Banderilleó a sus dos toros con suma facilidad y gran soltura. La faena del toro de la alternativa fue hecha en terreno del enemigo, aguantando el espada el cabeceo de la res, de la que estuvo siempre bien cerca. Entró ligerito a herir y dejó el estoque atravesado; descabelló al segundo intento.

El público, que apreció la buena voluntad del torero, lo ovacionó y obligó a dar la vuelta al ruedo. 

En el sexto, después de un trasteo discreto y voluntarioso, dejó, entrando con rectitud, una estocada delantera y baja.

El viento que sopló con violencia fue atenuante de la labor de los toreros. La brisa de Eolo molestó con más obstinación a Jesús Solórzano en la faena del primero...

Ese sería el primer paso de una historia que se escribiría con nombres como los de Revistero, de Aleasal que cortó las dos orejas en la plaza vieja de MadridGranatillo, Redactor, Cuatro Letras, Batanero, Brillante, Príncipe Azul, Pies de Plata, Tortolito, Picoso o Pimiento y que lograron construir la historia y la leyenda de El Rey del Temple.

Jesús Solórzano se despidió de los ruedos el 10 de abril de 1949 en la Plaza México, en una corrida de toros en la que alternó con Luis Procuna y Rafael Rodríguez en la lidia de un encierro de Matancillas. El último toro que mató vestido de luces se llamó Campasolo y llevaba en el anca el hierro de La Punta – ganadería hermana de la anunciada – también propiedad de sus cuñados Francisco y José C. Madrazo, al que le cortó una oreja. 

Jesús Solórzano Dávalos falleció en la Ciudad de México el 24 de septiembre de 1983.

Avisos parroquiales: 1. - Los resaltados en los textos transcritos son imputables exclusivamente a este amanuense, pues no obran así en sus respectivos originales. 

2. - Y por otra parte, una versión anterior de estas líneas la publiqué en esta misma bitácora hace seis años, la pueden contrastar en esta ubicación.


domingo, 26 de julio de 2020

21 de julio de 1930: Se presenta Jesús Solórzano en la plaza de Madrid

Jesús Solórzano
Roberto Domingo en La Libertad
23 de julio de 1930
Jesús Solórzano fue el triunfador de la temporada de novilladas de 1929 en El Toreo de la Condesa. Ganó la Oreja de Plata la tarde del 15 de septiembre de ese año disputándola con Esteban García, José González Carnicerito y Carmelo Pérez ante novillos de Santín. Eso le redituó el derecho de obtener la alternativa de matador de toros en la siguiente temporada de corridas de toros en esa misma plaza, lo que se materializó en la novena corrida del ciclo 1929 – 1930, cuando el diestro de Santander, Félix Rodríguez, le cedió al toro Cubano de La Laguna, en presencia de Heriberto García. Esa tarde el toricantano tuvo una actuación aclamada por la concurrencia y Félix Rodríguez tuvo su mejor actuación en nuestras plazas, cortando el rabo de Cafetero de Piedras Negras, después de una serie de tardes aciagas en lo que era la gran plaza de la capital mexicana.

Tras de la alternativa, decide dar el salto al otro lado del Atlántico, aunque por alguna cuestión administrativa que aún no alcanzo a entender, pero que apenas se vino a resolver hasta el año de 1944, las alternativas no concedidas en ruedos españoles no eran consideradas válidas allá, así que el diestro de Morelia tuvo que retomar el camino toreando novilladas para obtener el grado nuevamente y poder torear allá corridas de toros.

Así, se presenta el domingo 11 de mayo de ese 1930 en la Maestranza de Sevilla, alternando con Alberto Balderas – también debutante – y Diego Gómez Laine en la lidia de novillos del Conde de Santa Coloma. El defectuoso manejo de la espada le impidió cortar apéndices, pero le permitió convencer a Salguero de que había en él un torero, por lo que actuó allí tres tardes consecutivas más, los días 18 y 29 – jueves de Ascensión – de mayo y 8 de junio. En todas ellas le acompañó Balderas en el cartel y la del 29 de mayo, fue mano a mano.

Esas sólidas actuaciones le pusieron en la mira de las empresas y así, Carlos Gómez de Velasco, gerente de la empresa de Madrid, decide llevarle al coso de la Carretera de Aragón, acartelado con Rafael Saco Cantimplas y Manuel Zarzo Perete. Los novillos a lidiar serían originalmente tres de Juliana Calvo viuda de Bueno y tres del Duque de Tovar, aunque al final uno de estos, que hizo cuarto, fue sustituido con uno de Galache.

La actuación de Jesús Solórzano en Madrid, ese día de su presentación fue rotunda de acuerdo con  el sentido unánime de las crónicas del acontecimiento. Citaré algunas de ellas, que a mi parecer reflejan la magnífica impresión que en ese señalado día causó quien después sería conocido como El Rey del Temple.

En primer lugar está la de Federico Morena en el Heraldo de Madrid, aparecido la noche misma del festejo. La tituló En Madrid se ha revelado como un gran torero el mejicano Jesús Solórzano y de ella extraigo lo siguiente:
…Y Jesús, luego de brindar la muerte del novillo al Sr. Del Oro, excelentísimo aficionado, que ocupaba una barrera del 2, salió al tercio con la muleta en la zurda. Citó desde lejos, arrancóse el novillo con fuerza y el espada le vio llegar serenamente; le metió la muleta en el hocico y corrió la mano con destreza en un pase natural de mérito imponderable porque el cornúpeto se le fué encima como una exhalación. Giró el torero con pasmosa tranquilidad, se revolvió el novillo impetuoso y hubo otro pase al natural, y un tercero, magníficos por lo valerosos, ya que el exceso de fuerza en la embestida de la res impidió que el artista templara. Ligó este último pase con el de pecho por los terrenos de dentro el novillo, y estalló una frenética salva de aplausos. 
Dio luego el espada unos cuantos excelentes pases con la derecha, muy ajustados con el cornúpeto, y terminó esta segunda parte de la faena con dos molinetes. 
Y, en fin, metió guapamente la espada por el hoyo de las agujas, en un volapié magnífico, y el novillo echó las patas por alto. 
El entusiasmo, mal contenido por el dique de la presidencia, se desbordó entonces, y la presidencia, muy justamente, concedió a Jesús Solórzano las dos orejas del novillo tan excelentemente muerto. 
Jesús Solórzano es torero de los pies a la cabeza, torero por la gracia de Dios...
Por su parte, Corinto y Oro, en La Voz, también de edición nocturna en la fecha del festejo, exaltó las virtudes del diestro de Morelia y tituló su crónica Otra figura. Solórzano, la estatua que torea y en ella dijo:
En la plaza de toros de Madrid se registró ayer un “suceso”. De no tratarse de un “suceso”, yo habría puesto a esta crónica el encabezamiento acostumbrado en las novilladas: “Fulano, Zutano y Mengano. Toros de Tal”. Pero el suceso fue gordo, fue una cosa muy seria, y reclama un alto en la marcha y un punto y aparte. La estridencia – el estridor – es estruendo, es sorpresa, es... “suceso”. 
El protagonista del “suceso” de ayer tarde es un torero mejicano; otro torero mejicano que entusiasmó, que excitó, puso fuera de sí a una multitud por un triunfo extraordinario. De dos temporadas a esta parte, Méjico ha mandado a España una hornada de toreros buenos, de toreros con ruido y con personalidad propia. En Madrid y sus alrededores conocíamos y admirábamos la finura de Armillita, el arte y el valor, en una tarde que se recordará mucho, de Heriberto García; el estilo de Balderas y el genio de Carnicerito y Contreras, alborotadores del cotarro de la plaza de Tetuán... 
Jesús Solórzano debutó ayer en Madrid con un triunfo tan completo, tan resonante y tan definitivo, que ya se le puede echar a reñir con todas las figuras del toreo, y en esta manifestación ni hay hipérbole, ni hay cristales de aumento; el atlético mocetón mejicano, sobre su privilegiada contextura física, se reveló ayer como un señor torero, como un superior banderillero y como un señor matador de toros. ¡Poca cosa! Los aficionados que por su devoción calurosa a la fiesta se toman la molestia de estar al tanto de la temporada, ya llevaban a la plaza el tufillo del alboroto por las referencias que nos habían llegado de Andalucía, y algunos las tenían anteriores aún, las tenían de Méjico... 
Buena, muy buen a esta última hornada de toreros importados de Méjico. Pero lo que en su presentación ante el público madrileño hizo ayer Jesús Solórzano es tan excepcional, que, como lo repitan en seis plazas de toros de importancia, a la vanguardia del toreo irá con una velocidad de avión…
Por su parte Chavito, en La Nación, en crónica titulada ¡Cuidado, coletudos, que tiene nombre de Mesías!..., vio a Jesús Solórzano en los siguientes términos:
La alegría de Margarita Carvajal. 
La escultural “vedette” de la compañía de Eulogio Velasco, a cada lance de Solórzano, a cada ovación que el diestro recibía, saltaba en su localidad loca de contenta, emocionada, Jesús Solórzano, el novillero mejicano que debutaba ayer en Madrid, como si se hubiese dado cuenta de la presencia de su simpática compatriota; se propuso alcanzar un gran triunfo, y como en esta vida todo es proponérselo, salió, al terminar e! festejo, en hombros de los capitalistas, y con una oreja de su segundo enemigo en la mano.  
¿Qué hizo Solórzano? Una cosa bien sencilla: torear bien, torear a conciencia, torear como se debe torear. Eso fué todo… 
En, quites, Solórzano supo siempre colocarse en su sitio y sacar del lugar del peligro a las reses, a las que llevó siempre prendidas en los vuelos de su capotillo… El de Méjico pareó sus dos novillos, y en ambos demostró ser un banderillero fácil y dominador…
Con la muleta supo ajustarse al enemigo. A! tercero de la tarde le dio unos cuantos pases por alto parados, y se lo quitó de delante de una estocada y un descabello, tras un intento. Dio la vuelta al ruedo y saludó desde el tercio… 
Muleteó con la izquierda al principio, dando cuatro naturales, ligados con el de pecho, de los que uno de ellos fué sencillamente magistral. Luego, con la derecha, dio molinetes, pases por alto y de pecho, y mató de una estocada caidilla. Su labor fué premiada con la oreja y la consiguiente apoteosis…
En El Imparcial, quien firma como Quilez, titula su crónica Méjico ha enviado un torero y en ella afirma:
Habría que rebuscar en el Diccionario muchos adjetivos y poseer una retina de maravilla para reflejar toda la magistral labor de Solórzano en «Capotero», un bicho negro, descarado de cabeza, apretado de carnes, bravo y pujante, de la ganadería de Albaserrada. 
Alegre, codicioso y pujante salió el bicho, y en tercios del diez desplegó Solórzano el tesoro de ensueño de su capote, y allí se repitió la hazaña, y allí surgieron hasta cuatro lances interminables, baja la mano, erguida la figura, abierto suavemente el compás, en un movimiento de tristeza de soleá, sin enmendar el viaje, clavadas las plantas como a tornillo, mientras la bestia acariciaba en un ir y volver de pesadilla la mimbreña cintura del lidiador; Volvió a repetirse el cuadro maravilloso, y el público lanzó al ruedo docenas de sombreros para premiar tanto arte... 
¡Y después de lo que se presentía...! 
En los tercios, dando todas las ventajas al bravo bicho, todo temperamento, nerviosidad y codicia, Solórzano, sin acordarse de la mano derecha, dio tres maravillosos pases al natural, llevando el pitón de la bestia sujeta a la cintura, apenas quebrada por una suave ondulación, en que un centímetro de desviación era la cornada... Otro sugestionante banderazo al natural, acabado, perfecto, de una rotunda línea, y el engarce con otro de pecho inenarrable. Por último, cinco altos de ensueño, dos molinetes girando entre los pitones de la fiera y al final, mientras de los tendidos salían lanzados al ruedo sombreros y flores, el Califa de Morelia, jugando a maravilla el engaño y perfilándose con el pitón contrario, cruzaba inimitablemente la zona de peligro para colocar un volapié clásico, mazzantinesco, en que antes de salir la fiera de los vuelos de la muleta había rodado ya con las cuatro pezuñas al aire... 
¡Ni un grito, ni una exclamación! Mudo el público, sugestionado por tanta belleza, no tuvo más que manos para agitar rabiosamente los pañuelos y convertir el circo en un gigantesco nido de palomas. Poco fueron las orejas y el rabo del bicho que el presidente concedió. Los espectadores se lanzaron al ruedo y, paseándolo por él enmedio de las ovaciones del público, quieto en el graderío, lo tuvieron cerca de media hora. 
Así como España conquistó hace cuatro siglos el Imperio de Moctezuma por la fuerza de sus armas y el valor de sus soldados, Méjico quiere conquistar a España por el arte insuperable de sus ídolos populares... 
Como avanzada esplendorosa ha enviado a Jesús Solórzano. Califa del vergel de Morelia…
En el ABC madrileño, tribuna de don Gregorio Corrochano, la crónica se tituló De cómo puede perderse una elección por un torero, aludiendo otras cosas del momento, pero en lo que nos interesa, entre otras cosas dice:
...A Solórzano le vimos tan capacitado que le dimos matrícula de honor. Estuvo muy tranquilo, toreó con buen estilo y mató con decisión. Aunque es matador con alternativa en Méjico, se nos presentó como novillero, y así le juzgamos. Venía toda la tarde dejándose ver, aunque mejor diríamos dejándose adivinar, porque los toros de Bueno y Tovar, con su desigual pelea, no daban ocasión a muchas intervenciones... Y con estos buenos antecedentes llegó el último toro, bravo y noble, para medir a un torero. 
Solórzano le toreó muy bien de capa, destacando en los remates a media verónica, que la da con mucho arte. Cogió las banderillas. Paso a paso, de frente, llegó a la cara del toro, andándole cada vez más. En el tercer par llegó a tres metros del toro muy despacio, y puso un par notable... La ovación fue cerrada... cogió estoque y muleta... toreó con la derecha y con la izquierda, y no se interrumpieron los aplausos hasta que rodó el toro de una estocada desprendida, pero atacando muy bien. Como tan olvidado está por los de alternativa el toreo al natural, cuando veo un novillero con la muleta en la mano izquierda, ya me agrada, aunque no toree con perfección; si además torea con naturalidad, ya me parece excepcional... Le dieron la oreja del último toro y le sacaron en hombros. Dejó una bonísima impresión, que esperamos que consolide, si no sigue la costumbre de otros toreros de escaparse de Madrid al primer éxito...
Y por último, cito algo de lo que Alfonso, en El Liberal reflexionó al respecto, bajo el título de En Madrid el debut de Solórzano constituyó un acontecimiento taurino:
Así como en el mundillo taurino existen primeras figuras, a las que a codazo limpio se aproximó el domingo el nuevo diestro mejicano Jesús Solórzano, entre los aficionados hay también otras primeras figuras. Entre ellas merece destacarse A D. Clemente de Oro, a quien Solórzano brindó la muerte del último toro de la tarde. No es el Sr. Del Oro partidario del toreo del retorcimiento y del relumbrón; por eso cuando en una conversación se alza su voz fuerte y un poco atropellada es para defender el arte sin la más mínima mixtificación. Por ello fue partidario de Juan Belmonte, y lo es en la actualidad de Antonio Márquez y de Gitanillo de Triana. Seguramente desde el domingo tendrá en la lista de su fervor taurino a Jesús Solórzano, diestro que comienza a brillar con ese mismo estilo único e inconfundible de los grandes artistas. Porque él lo asegura, nosotros creemos que haya nacido en Méjico. Pero si en los carteles se hubiera anunciado como de Triana nadie le hubiera podido discutir su nacimiento en la tierra de Juanito Terremoto. Su éxito como torero ha sido uno de los más grandes que se han registrado en el ruedo madrileño. Cierto que le correspondió el mejor lote, pero ciertísimo que supo aprovecharle de una manera insuperable Cuentan que allá en su tierra era ya matador de toros, pero respetuoso con el público de España había renunciado a la alternativa, queriendo obtener el «placet» de éste para figurar como tal matador de toros. Por las actuaciones que lleva y sobre todo después de la del domingo no ha de tardar en ser uno de los favorecidos por los aplausos del público. Su presentación en un quite del segundo toro ya causó excelente impresión. A partir de este momento puede decirse que no cesaron las ovaciones. Al lancear de capa al tercero y después en unos finísimos pares de banderillas. A la hora final faltó enemigo, pero así y todo, en los pocos muletazos que dio se pudo apreciar un anticipo de lo que iba a venir después. Murió el toro de una estocada y un descabello y Solórzano dio la vuelta al ruedo, recogiendo una merecida y justa ovación...
Como se puede ver de las distintas relaciones transcritas, la actuación de Jesús Solórzano resultó redonda. Existe en las crónicas discrepancia en cuanto a los apéndices que le fueron concedidos tras la lidia del sexto, pues Federico Morena habla de dos orejas; Chavito y Corrochano de una nada más; Quilez de orejas y rabo; Corinto y Oro no menciona concesión de apéndices y Alfonso únicamente menciona la vuelta al ruedo, cinco apreciaciones distintas de la premiación de una faena que unánimemente fue considerada grandiosa.

Tras de esa tarde salió lanzado Solórzano para recibir la alternativa, que llegaría el 28 de septiembre de ese 1930 en Sevilla, le apadrinaría Marcial Lalanda y atestiguaría la ceremonia Antonio Márquez con la cesión del toro Niquelado de Pallarés, antes Peñalver. Pero de esto espero poder ocuparme en unas cuantas semanas.

Así fue el debut madrileño de Jesús Solórzano hace 90 años, en una plaza en la que escribiría páginas importantes de su historia torera.

Aviso parroquial: Los resaltados en las transcripciones hechas, son imputables exclusivamente a este amanuense, pues no obran así en sus respectivos originales.

domingo, 28 de septiembre de 2014

28 de septiembre de 1930: El Rey del Temple recibe la alternativa en Sevilla

San Miguel de 1930
Jesús Solórzano Dávalos fue el triunfador de la temporada de novilladas de 1929 en El Toreo de la Condesa, un serial en el que junto con él descollaron Carmelo Pérez, Esteban García y José González Carnicerito, con quienes completó el cartel de la Oreja de Plata formado por suscripción popular a iniciativa de El Universal Taurino, festejo que se celebró el 8 de septiembre de 1929, con un encierro de Santín. El moreliano fue quien se llevó el trofeo en la espuerta y curiosamente, sus tres alternantes morirían posteriormente a consecuencia de heridas por asta de toro.

La obtención de la Oreja de Plata garantizó a Jesús Solórzano la alternativa en la siguiente temporada de corridas de toros y así, el 15 de diciembre de ese mismo año, el santanderino Félix Rodríguez le cedió al toro Cubano de Piedras Negras en presencia de Heriberto García para investirlo como matador de toros en la capital mexicana.

Marcha a España en 1930 e inicia una campaña como novillero que le lleva a actuar en las principales plazas de la península y es en la Feria de San Miguel de ese calendario que se anuncia su alternativa en un cartel formado originalmente con Antonio Márquez como padrino y Marcial Lalanda como testigo, para enfrentar un encierro de los hermanos Luis y José Pallarés (antes Peñalver). Sin mediar explicación, cayó del cartel el llamado Belmonte Rubio y entró en su lugar Cayetano Ordóñez Niño de la Palma, por lo que el padrino del ya llamado aquí en México El Rey del Temple fue Marcial Lalanda.

Juan Mª Vázquez, en el número del ABC de Sevilla aparecido el 30 de septiembre de 1929, refirió lo siguiente acerca de la corrida de la alternativa de Jesús Solórzano:
El nuevo doctor. – Desde el domingo, la comunidad taurina cuenta con un nuevo doctor: es el mejicano Jesús Solórzano, que allá en la primavera, al presentarse en España ante el público de Sevilla, logró interesar a los aficionados más severos con un arte muy moderno y gallardo que era feliz asimilación y trasunto de la manera de Antonio Márquez, con tanta exactitud reflejada que hasta faltaba en la feliz asimilación el granito de sal de que el bien escogido modelo carecía... De la campaña que el novillero Solórzano desarrolló ante nosotros – olvidando descensos inevitables –, quedaban, para hacerle merecedor de la categoría máxima, los buenos recuerdos de sus lances de capa, ceñidos, templados y elegantes, y, sobre ello, la emoción de la soberbia faena de muleta con que enardeció a los sevillanos, en la tarde en que se les dio a conocer. Las crónicas y comentarios que inspiró su labor afortunada constituía – aún sin el aditamento de su triunfo en Madrid – documentación suficiente para unir a la solicitud de alternativa, escalada hoy por cualquier audaz exento de valor personal y de méritos artísticos. Ya la tiene Solórzano, y alcanzada en la cuna y la sede de su arte. Que siempre use de ella con pundonor y decoro, mirando a completar su personalidad en el oficio – que es ya distinguida – y evitando a quienes fueron los primeros en aplaudirle por estas tierras el mal sabor de las retractaciones... En su día solemne, el notable lidiador se produjo con ese pundonor que para lo futuro le pedimos; animoso, lleno de los mejores deseos se esforzó en agradar al concurso, y si no siempre el éxito correspondió al designio, por lo general su labor fue buena y dejó grato sabor... Capeó al natural al que abrió plaza, de salida y en los quites – adornándose aquí con una vistosa serpentina – estirado, quieto y apretándose. Aunque el toro no tenía buen estilo - la corrida de los Sres. Pallarés, en ese respecto, dejó bastante que desear -, quiso sumar al esfuerzo su arte de banderillero, y reuniéndose muy bien puso con gran facilidad dos pares y medio – derrotando el bicho las dos últimas veces – que le fueron – como los lances consignados – aplaudidísimos. En fin: investido por Marcial, libró con un buen ayudado una acometida imprevista y, seguidamente, entre dos naturales aceptables, consumó, sereno y valiente, un gran pase de pecho. Con la derecha, cerquísima de las astas, aunque sufriera más de un derrote, siguió con adornos el estimable trasteo, hasta que, igualada res, entrando muy ligero, dejó una estocada atravesada. Un descabello a la segunda tumbó al enemigo, y Solórzano, afectuosamente, dio la vuelta al dorado círculo... La lidia del sexto estuvo tocada de la sosera de aquél animal, animándola tan solo el arte del banderillero. Al matar entró bien al pinchar y mal al secundar con una estocada fea... En el resto de la lidia, como capeador, Solórzano ostentó repetidas veces la brillantez de su estilo. Fue magnífica su intervención en el lucidísimo tercio de quites del tercer toro, el único verdaderamente bravo de la primera de Feria... Porque Jesús necesita del toro bravo y codicioso; el que amilana a los astros prudentes. Cuando le veamos ante bichos de esa clase, su figura, entonadamente compuesta el domingo, volverá – en armónica pugna el artizado arrojo y la noble fiereza – a nimbrarse de un claro resplandor... 
Jesús Solórzano, visto por Martínez de León
la tarde de su alternativa (ABC de Sevilla 30/09/30)
Ese sería el primer paso de una historia que se escribiría con nombres como los de Revistero, de Aleas – al que cortó las dos orejas en la plaza vieja de Madrid y de lo que me he ocupado ya en esta AldeaGranatillo, Redactor, Cuatro Letras, Batanero, Brillante, Príncipe Azul, Pies de Plata, Tortolito, Picoso o Pimiento y que lograron construir la historia y la leyenda de El Rey del Temple.

Jesús Solórzano se despidió de los ruedos el 10 de abril de 1949 en la Plaza México, en una corrida de toros en la que alternó con Luis Procuna y Rafael Rodríguez en la lidia de un encierro de Matancillas. El último toro que mató vestido de luces fue Campasolo y llevaba en el anca el hierro de La Punta – ganadería hermana de la anunciada – también propiedad de sus cuñados Francisco y José C. Madrazo, al que le cortó una oreja. 

Jesús Solórzano Dávalos falleció en la Ciudad de México el 24 de septiembre de 1983.

Nota: Los resaltados en la crónica de Juan Mª Vázquez, son imputables exclusivamente a este amanuense, pues no obran así en el original.

domingo, 12 de enero de 2014

Jesús Solórzano y Fedayín de Torrecilla, a 40 años vista

Jesús Solórzano
(Aguascalientes, 1970)
Hace un año – días más, días menos – había publicado una primera versión relacionada con estos mismos hechos. Hoy retomo la remembranza, porque mañana lunes se cumplen cuarenta años de la realización de esta obra imperecedera y que a mi juicio, debe tenerse en cuenta en cualquier relación que se haga de los principales fastos de la historia de la Plaza México. Aprovecho la ocasión también para insertar una nueva relación de la faena que encontré y un par de nuevas imágenes del torero, que creo que revitalizan el recuerdo de este importante momento de la historia reciente de la fiesta en México.

En otro sitio de esta Aldea había señalado que Jesús Solórzano Pesado pertenece a una generación de toreros que bien pueden ser considerados los hidalgos – hijos de algo – de la torería mexicana. Su padre, lo decía la pasada semana, es una de las columnas fundamentales de nuestra Edad de Oro y él sin duda es uno de los fundamentales en lo que, con todo el compromiso que implica – Benjamín Flores Hernández dixit – me atrevo a calificar como nuestra Edad Moderna. Su decisión de hacerse torero, se la contó así a Carmelita Madrazo:

Me hice torero porque comprendí que lo más bello de la vida era torear un toro como mi padre lo había hecho. Desde niño supe ponerme un traje de luces y jugaba a los toros con José Escutia, quien entonces era el chofer de mi abuela. Mi padre jamás me obligó o entusiasmó a que yo fuera torero. Más bien, todo lo contrario. Recuerdo que el día que le dije que quería ser torero, puso el grito en el cielo, diciéndome que estaba totalmente loco. Se lo dije enfrente de Arruza, y los dos me dijeron horrores. Pero yo estoy completamente convencido, que en el fondo de sus corazones a los dos les fascinó la idea…

Las plazas y su historia

Creo que no incurro en ninguna exageración si afirmo que la temporada 1973 – 74 marcó la historia de la Plaza México con tres grandes hitos: La gravísima cornada que Borrachón de San Mateo infirió a Manolo Martínez y que le hizo ingresar clínicamente muerto a la enfermería; la triunfal despedida de los ruedos de Luis Procuna y la gran faena que el 13 de enero de 1974 realizara Jesús Solórzano al toro Fedayín de Torrecilla, en tarde en la que alternaba con Eloy Cavazos y Mariano Ramos y que es la que da la ocasión para que yo esté aquí por ahora.

La historia de las plazas de toros se escribe a partir de los hechos que los toreros escriben frente a los toros sobre su arena. Algunos serán gloriosos, otros estarán firmados con sangre, muchos más tendrán tintes épicos, pero todos ellos construirán la trama de una relación viva que a través del tiempo dejará constancia de que son escenarios vivos, órganos de la comunidad en la que están enclavados y para la que en una armonía bien entendida, son puntos necesarios de confluencia y de convivencia.

Jesús Solórzano y Fedayín

Algunas informaciones de prensa de la época, sugieren que se tenían dificultades para cerrar el cartel del 13 de enero de 1974, sexta corrida de la temporada. Creo importante señalar que en esos días la ganadería de Torrecilla era una de las que los diestros más importantes se disputaban para lidiar sus toros y en consecuencia, sus encierros, en la Plaza México, eran los que las figuras mataban. Al parecer iban fijos Eloy Cavazos y Mariano Ramos, pero el tercero en discordia era la complicación. Al final, la empresa (DEMSA), se decidió por llevar a Jesús Solórzano, que iría como segundo espada.

Jesús Solórzano
Ya arrancado el festejo, la corrida no dejó mal la fama de su divisa, aunque la falta de fuerza de los toros no permitió el lucimiento de los toreros ante la mayoría de ella. Y es que en ese año de 1974 el campo mexicano estaba convulso, agitado por una nueva implementación de la legislación agraria que regía en esos años, que afectó grandemente a la crianza del toro de lidia, lo que en ese tiempo y en el venidero, tendría consecuencias que aún no han sido debidamente justipreciadas.

El quinto toro de esa tarde fue llamado Fedayín – al socaire de las circunstancias políticas internacionales del momento – y le tocó en suerte a Jesús Solórzano hijo. Ante ese toro, Jesús Solórzano Pesado escribiría uno de los capítulos más trascendentes de la historia de la Plaza México.

Recurro al testimonio de Carlos León, quien en su sección titulada Cartas Boca Arriba, publicada en el desaparecido diario Novedades de la Ciudad de México – 14 de enero de 1974 –, dirigía en forma epistolar, a algún destacado personaje de la vida nacional o internacional, la crónica de la corrida en un tono a veces jocundo y casi siempre mordaz:

Con Chucho “Superstar” renació el toreo estelar: Dos orejas 
Sr. Don Lucas Lizaur
El Borceguí
Bolívar 27
México 1, D.F. 
En la Plaza México, el domingo 13 de enero de 1974 
Jesús Solórzano II, que inesperadamente entró al cartel como con calzador, parecía que iba a ser El Ceniciento de la tarde; un simple “arrimado”, marginado en un rincón de la cocina mondando patatas, mientras otros se despachaban el caldo gordo con la cuchara grande. Pero resultó que el “arrimado” salió a arrimarse, que es, si no lo primordial, sí indispensable para pisar fuerte. Pues, como tu bien sabes, esto del oficio del toreo es como un remendón poniendo medias suelas: Unos le dan al clavo y otros se destrozan los dedos… ¿Qué fue lo que hizo Chucho para armar la que armó y colocarse, de golpe y porrazo, en un sitial que nunca había tenido? Pues muy sencillo: Volver los ojos hacia el toreo de antaño, al toreo clásico, al torear rondeño. En vez de dejarse llevar por el camino herético de la supuesta e iconoclasta “Escuela Mexicana del Toreo”, retornó a la verdad y a la naturalidad, a la pureza de procedimientos, a la estética desahogada. Y con eso tuvo para abrirle los ojos al público, que en una revelación volvía a ver los viejos moldes que creían haber roto los falsos profetas… Por supuesto que, en esto del toreo, como en el bien calzar, cada quien necesita un ejemplar “a su medida”. Ni chicos que le aprieten, ni otros que le vengan grandes, para que el asunto camine. Ni duros, como los de anca de potro, a los que hay que amansar, pues normalmente, entre la torería moderna, se sienten más a gusto con los que ya vienen amansados… Pero Chucho, a la inversa del popular slogan, es un joven con ideas antiguas, con la añeja solera de su padre, el “Rey del Temple”. Si bien con el capote anduvo desdibujado – lo estuvieron todos –, en lo demás, hasta en adornarse en banderillas que ya casi nadie las clava, hizo una faena de “las de ayer”, un trasteo de los que quitan años de encima, con muletazos y buenas maneras de otras épocas. Todo lo gris que había estado en su primero, fue luminosidad con este quinto toro, que en mala hora bautizaron “Fedayín”, nombre aborrecible para personas civilizadas. Para tan bella faena, pocas nos parecieron dos orejas y dos vueltas al ruedo. Pero eso era lo de menos, había resucitado el bien torear y eso nos llenaba de regocijo…

La crónica de Carlos León resalta el valor intrínseco y esencial de la faena de Jesús Solórzano a Fedayín, la pureza en su trazo y en los procedimientos que utilizó y que no resultan ser más que el reflejo de una tauromaquia concebida a partir de la naturalidad en su ejecución y en una técnica muy depurada en su concepción. Es por eso que el cronista, al describirla, la señala como una faena de las de ayer.

La unanimidad de los cronistas fue notable. Don Antonio García Castillo Jarameño, titular de la sección taurina del diario deportivo Ovaciones de la capital mexicana se pronunció en el sentido siguiente:

Con la franela, la obra cumplida; la faena en que estuvo impreso un estilo personalísimo, tanto en las formas como en la construcción, muletazos acendrados, con el ritmo preciso, a la distancia justa, a la altura necesaria, engolosinando al noble y bravo burel de Torrecilla, haciendo que el enorme coso fuera un solo olé, y que la gente sintiera que admiraba algo distinto, nuevo, que no era más que eso: el personal sentir de un hombre frente a un toro... ¡nada más! Ahí trenzados en magníficas formas derechazos y naturales; ahí la culminación con el muletazo de pecho cumplido en su cabal dimensión; ahí la arrucina, pero la arrucina sin aprovechar el viaje, sino citando, embarcando, es decir, toreando y el remate justo con uno de pecho de cabo a rabo. Y los adornos – suficiencia y torerismo – en esos derechazos en redondo citando casi de espaldas, los medios pases ligados con otros por bajo sobre la diestra. Pero sobre todo y además de todo, todo ejecutado con un aliento de personal calidad... sí, “El estilo del hombre”. Dos orejas, tras un pinchazo y una más de media. Ovación inacabable y dos vueltas al anillo con salida a los medios...
Menos ditirámbica que la de Carlos León, la relación de Jarameño deja en claro que la obra realizada por Jesús Solórzano ante Fedayín no era cosa de cualquier domingo, sino una faena de esas que se recordarían por siempre.

Cinco años después del hito, en el programa de televisión Toros y Toreros del Canal 11 de la capital mexicana, que en ese entonces (1979) conducían Julio Téllez, Luis Carbajo y José Luis Carazo Arenero, se proyectó el vídeo de la faena y lo comentó el propio Jesús Solórzano, quien entre otras cuestiones dijo sobre ella lo siguiente: 

Esa tarde era de mucho compromiso, el único vestido que tenía para estrenar era ese y yo me dije: “o me retiro de los toros, o me compro más vestidos…”, me la estaba jugando al todo por el todo… son faenas que te ponen en tu sitio y que te dan aire para caminar… no podía yo fallar con el toro, todo lo que tenía que hacer era muy pensado, ya después te vas gustando, te olvidas de todo y te entregas al placer de torear… había que darle la pausa al toro, dejarle respirar… mi toreo tiene la influencia de la buena tauromaquia… hoy me doy cuenta de lo grande que puede ser la amalgama de las suertes que tiene el toreo… los toreros hemos perdido mucho porque estamos haciendo un toreo estándar, un toreo igual… esta faena recurre al toreo clásico, se inspira por ejemplo en Pepe Luis Vázquez, Manolo Vázquez, Paco Muñoz… lo de ahora es muy bueno, pero con lo de ahora y lo de antes, hay que hacer algo mejor…

Jesús Solórzano (hijo)
Apunte de Pancho Flores
Como se aprecia, a un lustro de distancia, Jesús Solórzano distinguía, creo que sin petulancia, el valor de su obra ante Fedayín, y establecía las líneas divisorias entre el toreo puro y lo que se pudiera considerar el toreo moderno. No se mostraba refractario a lo que algunos han dado en llamar la evolución del toreo, pero sí dejaba bien claro que las bases fundamentales de la tauromaquia son inamovibles, que son esenciales y cualquier modificación que se plantee, ha de ser a partir de ellas.

La leyenda de Jesús Solórzano Pesado no se constriñe solamente a Fedayín. Los capítulos de su historia en la Plaza México llevan también nombres como Bellotero, Pirulí, Sardinero o Billetero y aunque el epílogo pareció escribirse en ese ruedo el 8 de marzo de 1992 con un toro de nombre Joronguito, de vez en cuando se calza la guayabera y la calzona y se amarra los zahones para dejar en los ruedos lecciones de una torería que no se debe perder.

Concluyo con esta reflexión que sobre el torero hace Leonardo Páez:

Estilista, entendido no sólo como el torero de refinado estilo sino, más ampliamente, como el diestro poseedor de un estilo acentuado, interesante, distinto, capaz de provocar en las masas la necesidad de acudir a verlo cada vez que es anunciado…
Decía al inicio que en este día se cumplen cuarenta años de esta gran obra de Jesús Solórzano, misma que resulta ser una de las faenas que son consideradas de culto por la afición y verdaderamente trascendentes en las ya casi siete décadas de existencia de la plaza de toros más grande del mundo.

Pertinente aclaración: Los resaltados en las crónicas de Carlos León y de Jarameño son imputables exclusivamente a este amanuense, pues no obran así en el original.

domingo, 20 de enero de 2013

13 de enero de 1974: Jesús Solórzano (hijo) y Fedayín de Torrecilla

Jesús Solórzano (hijo)

La pasada semana se me presentó un conflicto con las fechas. Se acercaron demasiado el aniversario del natalicio del Rey del Temple y la efeméride que hoy comento, así que aplicando a esta materia aquél principio general del Derecho que establece que el primero en tiempo… y que es más o menos el mismo que informa el principio de la antigüedad en la tauromaquia, cedí el paso al padre y hoy me ocupo del hijo.

En algún otro sitio de esta Aldea había señalado que Jesús Solórzano Pesado pertenece a una generación de toreros que bien pueden ser considerados los hidalgos – hijos de algo – de la torería mexicana. Su padre, lo decía la pasada semana, es una de las columnas fundamentales de nuestra Edad de Oro y él sin duda es uno de los fundamentales en lo que, con todo el compromiso que implica – Benjamín Flores Hernández dixit – me atrevo a calificar como nuestra Edad Moderna. Su decisión de hacerse torero, se la contó así a Carmelita Madrazo:

Me hice torero porque comprendí que lo más bello de la vida era torear un toro como mi padre lo había hecho. Desde niño supe ponerme un traje de luces y jugaba a los toros con José Escutia, quien entonces era el chofer de mi abuela. Mi padre jamás me obligó o entusiasmó a que yo fuera torero. Más bien, todo lo contrario. Recuerdo que el día que le dije que quería ser torero, puso el grito en el cielo, diciéndome que estaba totalmente loco. Se lo dije enfrente de Arruza, y los dos me dijeron horrores. Pero yo estoy completamente convencido, que en el fondo de sus corazones a los dos les fascinó la idea…

Las plazas y su historia

Creo que no incurro en ninguna exageración si afirmo que la temporada 1973 – 74 marcó la historia de la Plaza México con tres grandes hitos: La gravísima cornada que Borrachón de San Mateo infirió a Manolo Martínez y que le hizo ingresar clínicamente muerto a la enfermería; la triunfal despedida de los ruedos de Luis Procuna y la gran faena que el 13 de enero de 1974 realizara Jesús Solórzano al toro Fedayín de Torrecilla, en tarde en la que alternaba con Eloy Cavazos y Mariano Ramos y que es la que da la ocasión para que yo esté aquí por ahora.

La historia de las plazas de toros se escribe a partir de los hechos que los toreros escriben frente a los toros sobre su arena. Algunos serán gloriosos, otros estarán firmados con sangre, muchos más tendrán tintes épicos, pero todos ellos construirán la trama de una relación viva que a través del tiempo dejará constancia de que son escenarios vivos, órganos de la comunidad en la que están enclavados y para la que en una armonía bien entendida, son puntos necesarios de confluencia y de convivencia.

Jesús Solórzano y Fedayín

Algunas informaciones de prensa de la época, sugieren que se tenían dificultades para cerrar el cartel del 13 de enero de 1974, sexta corrida de la temporada. Creo importante señalar que en esos días la ganadería de Torrecilla era una de las que los diestros más importantes se disputaban para lidiar sus toros y en consecuencia, sus encierros, en la Plaza México, eran los que las figuras mataban. Al parecer iban fijos Eloy Cavazos y Mariano Ramos, pero el tercero en discordia era la complicación. Al final, la empresa (DEMSA), se decidió por llevar a Jesús Solórzano, que iría como segundo espada.

Jesús Solórzano (hijo)
Ya arrancado el festejo, la corrida no dejó mal la fama de su divisa, aunque la falta de fuerza de los toros no permitió el lucimiento de los toreros ante la mayoría de ella. Y es que en ese año de 1974 el campo mexicano estaba convulso, agitado por una nueva implementación de la legislación agraria que regía en esos años, que afectó grandemente a la crianza del toro de lidia, lo que en ese tiempo y en el venidero, tendría consecuencias que aún no han sido debidamente justipreciadas.

El quinto toro de esa tarde fue llamado Fedayín – al socaire de las circunstancias políticas internacionales del momento – y le tocó en suerte a Jesús Solórzano hijo. Ante ese toro, Jesús Solórzano Pesado escribiría uno de los capítulos más trascendentes de la historia de la Plaza México.

Recurro al testimonio de Carlos León, quien en su sección titulada Cartas Boca Arriba, publicada en el desaparecido diario Novedades de la Ciudad de México – 14 de enero de 1974 –, dirigía en forma epistolar, a algún destacado personaje de la vida nacional o internacional, la crónica de la corrida en un tono a veces jocundo y casi siempre mordaz:

Con Chucho “Superstar” renació el toreo estelar: Dos orejas 
Sr. Don Lucas Lizaur
El Borceguí
Bolívar 27
México 1, D.F. 
En la Plaza México, el domingo 13 de enero de 1974 
Jesús Solórzano II, que inesperadamente entró al cartel como con calzador, parecía que iba a ser El Ceniciento de la tarde; un simple “arrimado”, marginado en un rincón de la cocina mondando patatas, mientras otros se despachaban el caldo gordo con la cuchara grande. Pero resultó que el “arrimado” salió a arrimarse, que es, si no lo primordial, sí indispensable para pisar fuerte. Pues, como tu bien sabes, esto del oficio del toreo es como un remendón poniendo medias suelas: Unos le dan al clavo y otros se destrozan los dedos… ¿Qué fue lo que hizo Chucho para armar la que armó y colocarse, de golpe y porrazo, en un sitial que nunca había tenido? Pues muy sencillo: Volver los ojos hacia el toreo de antaño, al toreo clásico, al torear rondeño. En vez de dejarse llevar por el camino herético de la supuesta e iconoclasta “Escuela Mexicana del Toreo”, retornó a la verdad y a la naturalidad, a la pureza de procedimientos, a la estética desahogada. Y con eso tuvo para abrirle los ojos al público, que en una revelación volvía a ver los viejos moldes que creían haber roto los falsos profetas… Por supuesto que, en esto del toreo, como en el bien calzar, cada quien necesita un ejemplar “a su medida”. Ni chicos que le aprieten, ni otros que le vengan grandes, para que el asunto camine. Ni duros, como los de anca de potro, a los que hay que amansar, pues normalmente, entre la torería moderna, se sienten más a gusto con los que ya vienen amansados… Pero Chucho, a la inversa del popular slogan, es un joven con ideas antiguas, con la añeja solera de su padre, el “Rey del Temple”. Si bien con el capote anduvo desdibujado – lo estuvieron todos –, en lo demás, hasta en adornarse en banderillas que ya casi nadie las clava, hizo una faena de “las de ayer”, un trasteo de los que quitan años de encima, con muletazos y buenas maneras de otras épocas. Todo lo gris que había estado en su primero, fue luminosidad con este quinto toro, que en mala hora bautizaron “Fedayín”, nombre aborrecible para personas civilizadas. Para tan bella faena, pocas nos parecieron dos orejas y dos vueltas al ruedo. Pero eso era lo de menos, había resucitado el bien torear y eso nos llenaba de regocijo…

La crónica de Carlos León resalta el valor intrínseco y esencial de la faena de Jesús Solórzano a Fedayín, la pureza en su trazo y en los procedimientos que utilizó y que no resultan ser más que el reflejo de una tauromaquia concebida a partir de la naturalidad en su ejecución y en una técnica muy depurada en su concepción. Es por eso que el cronista, al describirla, la señala como una “faena de las de ayer”.

Cinco años después del hito, en el programa de televisión Toros y Toreros que en ese entonces (1979) conducían Julio Téllez, Luis Carbajo y José Luis Carazo Arenero, se proyectó el vídeo de la faena y lo comentó el propio Jesús Solórzano, quien entre otras cuestiones dijo sobre ella lo siguiente: 

Esa tarde era de mucho compromiso, el único vestido que tenía para estrenar era ese y yo me dije: “o me retiro de los toros, o me compro más vestidos…”, me la estaba jugando al todo por el todo… son faenas que te ponen en tu sitio y que te dan aire para caminar… no podía yo fallar con el toro, todo lo que tenía que hacer era muy pensado, ya después te vas gustando, te olvidas de todo y te entregas al placer de torear… había que darle la pausa al toro, dejarle respirar… mi toreo tiene la influencia de la buena tauromaquia… hoy me doy cuenta de lo grande que puede ser la amalgama de las suertes que tiene el toreo… los toreros hemos perdido mucho porque estamos haciendo un toreo estándar, un toreo igual… esta faena recurre al toreo clásico, se inspira por ejemplo en Pepe Luis Vázquez, Manolo Vázquez, Paco Muñoz… lo de ahora es muy bueno, pero con lo de ahora y lo de antes, hay que hacer algo mejor…

Jesús Solórzano (hijo)
Apunte de Pancho Flores
Como se aprecia, a un lustro de distancia, Jesús Solórzano distinguía, creo que sin petulancia, el valor de su obra ante Fedayín, y establecía las líneas divisorias entre el toreo puro y lo que se pudiera considerar el toreo moderno. No se mostraba refractario a lo que algunos han dado en llamar la evolución del toreo, pero sí dejaba bien claro que las bases fundamentales de la tauromaquia son inamovibles, que son esenciales y cualquier modificación que se plantee, ha de ser a partir de ellas.

La leyenda de Jesús Solórzano Pesado no se constriñe solamente a Fedayín. Los capítulos de su historia en la Plaza México llevan también nombres como Bellotero, Pirulí, Sardinero o Billetero y aunque el epílogo pareció escribirse en ese ruedo el 8 de marzo de 1992 con un toro de nombre Joronguito, de vez en cuando se calza la guayabera y la calzona y se amarra los zahones para dejar en los ruedos lecciones de una torería que no se debe perder.

Concluyo con esta reflexión que sobre el torero hace Leonardo Páez:

Estilista, entendido no sólo como el torero de refinado estilo sino, más ampliamente, como el diestro poseedor de un estilo acentuado, interesante, distinto, capaz de provocar en las masas la necesidad de acudir a verlo cada vez que es anunciado…

El vídeo de la faena

Lo pueden apreciar en esta localización

La faena en sí corre del minuto 16:13 al 27:10 y tiene un agregado interesante, que es la faena al novillo Bellotero – del que me he ocupado aquí antes  –  que corre del minuto 6:02 al minuto 15:07.

Pertinente aclaración: Los resaltados en la crónica de Carlos León son imputables exclusivamente a este amanuense, pues no obran así en el original.

domingo, 13 de enero de 2013

El Rey del Temple y Revistero de Aleas

Jesús Solórzano
El Rey del Temple

El pasado jueves, 10 de enero, se cumplieron ciento cinco años del natalicio, en Morelia, Michoacán, de Jesús Solórzano Dávalos, uno de los toreros mexicanos que integraron lo que con justeza puede ser considerada la Edad de Oro del Toreo en esta vertiente del Atlántico. Jesús Solórzano recibió la alternativa en El Toreo de la Ciudad de México el 15 de diciembre de 1929, de manos de Félix Rodríguez, que le cedió al toro Cubano, de Piedras Negras, en presencia de Heriberto García. Viaja a España el año siguiente y renuncia a ese doctorado, presentándose en Madrid como novillero el 20 de julio de 1930, dejando una muy buena impresión, lo que le lleva a recibir una segunda y definitiva alternativa en Sevilla, el 28 de septiembre de ese calendario llevando como padrino a Marcial Lalanda y de testigo a Cayetano Ordóñez Niño de la Palma, siendo el toro de la ceremonia Niquelado, de Pallarés Hermanos.

Jesús Solórzano fue un torero que desde sus inicios – su quinta novilleril se integró con toreros como Carmelo Pérez, Esteban García y Carnicerito de México – se distinguió por la naturalidad con la que realizaba el toreo y por la forma en la que templaba a los toros, razón por la cual, pronto fue apodado El Rey del Temple, apelativo que le seguiría durante toda su trayectoria en los ruedos y en la vida.

Confirmó su alternativa sevillana el 6 de abril de 1931, con el toro Espartero de Bernardo Escudero, previa la cesión de trastos que le hiciera Nicanor Villalta ante el testimonio de Joaquín Rodríguez Cagancho y Francisco Vega de los Reyes Gitanillo de Triana y en ese mismo calendario, el domingo 7 de junio, tendría una de las más grandes actuaciones que diestro mexicano alguno haya firmado en Madrid, cuando alternando con Valencia II y José Amorós, enfrentó una corrida de la ganadería colmenareña de don Manuel García, antes Aleas. Es la tarde en la que le corta las dos orejas al toro Revistero, tercero de los corridos ese día.

La versión de Federico M. Alcázar

En el semanario Crónica, Madrid, junio 1931
El primer testimonio al que recurro para recordar el suceso, es el de Federico M. Alcázar, publicado en el diario madrileño El Imparcial, del martes 9 de junio. La crónica de Alcázar es lo que los escritores de hogaño llamarían una crónica de concepto. No abunda en los detalles de la faena del Rey del Temple, sino que, intentando transmitir a sus lectores la sorpresa que le produjo la magnitud de la obra que presenció en el ruedo de la Carretera de Aragón, más bien pretende expresarles la impresión que aún lleva, considerando que por la Ley del Descanso Dominical vigente, tuvo más tiempo para escribir y no lo hizo a matacaballo inmediatamente después de la corrida. Lo más destacado de la crónica de Alcázar es lo siguiente:

Ha terminado la corrida y todavía no hemos salido de nuestra sorpresa, mejor dicho, de nuestro asombro. La faena de Solórzano al tercer toro ha sido un deslumbramiento. Mucho esperábamos del torero mejicano, pero la realidad ha superado nuestras esperanzas. Creíamos en su valentía, en su magnífico estilo de torero, en sus excelentes condiciones de matador y esperábamos el momento, no de la revelación, porque ya se reveló como novillero, sino de la faena de su consagración. Para nosotros era una cosa prevista, prevista y descontada. Era cuestión de fecha. Lo que no creíamos, debemos confesarlo lealmente, lo que no esperábamos, lo que no habían previsto nuestros cálculos, es que una tarde se remontara a las cumbres más altas de la inspiración torera y realizara una de las faenas más acabadas y perfectas de la historia en estos últimos quince años. Dice un poeta que las montañas sólo se unen por la parte más baja; lo más alto se eleva solitario al infinito. Así ocurre con las faenas que marcan una fecha y quedan como punto de referencia... ¿Cómo ha sido?, preguntará el lector impaciente. Ya he dicho en otra ocasión que los momentos de más sublime y gozosa emoción, son por su misma naturaleza inefable, intraducibles en palabras, inexpresables en imágenes. Hasta la hipérbole, tan socorrida otras veces, no nos sirve, porque la grandeza de la faena excede los términos de la ponderación. Ha sido algo tan asombroso, tan definitivo, que su recuerdo parece un sueño más que una realidad. Está tan viciado el toreo, tan mixtificado el estilo, tan corrompido el gusto, tan falseada la fiesta, que cuando nos encontramos con una faena como ésta, sentimos la misma alegría gozosa que el pueblo israelita al pisar la tierra de promisión... Para describirla tenemos que prescindir de toda esa visión amanerada y violenta, ramplona y cursi, del toreo de oralina y encajarla en las definiciones clásicas del arte del toreo. Clásica por su factura, por su porte, por su rumbo, la faena de Solórzano es un modelo de bien torear. Por las circunstancias, por el momento, por la época, es un punto de referencia, una cima ideal de suprema belleza clásica. Eso es el toreo; así se torea, esa es la verdadera escuela del arte. Cuando algún curioso nos pregunte cómo se ha de dar el pase natural, le remitiremos a esta faena memorable de Solórzano en la Plaza de Madrid... Cuando termina la corrida, un significado belmontista comenta la faena diciendo: «Ese toro va a ser el mejor toreado que se arrastre esta temporada»... «¿Esta temporada nada más?», preguntamos... Un gesto de duda, que es más expresivo que las palabras, corta el diálogo...

Como vemos, Alcázar llega incluso al riesgo de calificar la faena de Solórzano a Revistero, como la mejor de la temporada – que apenas mediaba – y quizás la de muchas más.

Cómo fue que vio la corrida Corinto y Oro

Una segunda versión de lo sucedido el 7 de junio de 1931 es la de Maximiliano Clavo Corinto y Oro, publicada en La Voz, menos abundante en impresiones, algo más concentrada en los detalles y que repara – importante detalle – en la presencia y comportamiento del toro y dejando ver además, que conoce en alguna medida la importancia de Solórzano en el medio taurino mexicano. Extraigo de la crónica de Corinto y Oro esto:

La tarde en que el año pasado debutó Jesús Solórzano en la plaza «grande» tuvo una actuación tan brillante, que mereció este título en la crítica del revistero que suscribe: «Solórzano; la estatua que torea». La estatua volvió ayer a manifestársenos en toda su original pureza de arrogancia, quietud, sabor y gesto estético... Los acontecimientos han surgido, traídos de la mano por la lógica. Solórzano arma recientemente un alboroto en Barcelona, repite en Granada, en el Corpus, y ayer, en Madrid, en la renovación del abono, acaba de consagrarse... Entra el tercero en escena. Es un «mozo» y es colorao retinto, más «Colmenar» que el arrastrado. Se acerca el momento cumbre de la corrida. ¡Ya está! Solórzano busca al retinto, le ofrece el capote con firmeza y se le escapa. Otra tentativa, ya sin dejarlo escapar. Tres lances maravillosos y una preciosa serpentina entre los mismos pitones arrancan una ovación e inician el alboroto. Otros tres lances con los pies clavados y juntos y media verónica formidable. ¡Qué bien torea este «Chuchito»! El bicho, voluntario, tardea; pero tiene buen estilo. Ahora viene un tercio de quites que se recordará toda la temporada... El público, frenético de entusiasmo, obliga a los tres matadores a salir a los medios montera en mano. (¡Viva la fiesta española!) Solórzano coge los palos y se banderillea al colmenareño con tres pares por la cara, el segundo, gramaticalmente monumental. El alboroto sigue sin interrupción, para verse inmediatamente coronado por una faena que es un asombro de valor y arte... La ovación y los olés puede que se oyeran hasta Chapultepec. Dos pinchazos superiorísimos, en los que el diestro se va tras la espada; un estoconazo y el toro rueda. Ovación inenarrable, la oreja y vuelta al ruedo entre merecidas aclamaciones. También al colmenareño se le da la vuelta al redondel. Esta decisión – ¿de quién ha sido esta decisión? – es un poco arbitraria, porque el toro, aunque muy dócil, ha embestido realmente obligado por el torero. El toro no ha sido de bandera ni mucho menos; el que ha sido de bandera es el nuevo embajador de la tauromaquia mejicana, al que sin reservas lo ha proclamado el público figura del toreo…

El recuento de Federico Morena

Así lo vio Roberto Domingo
(La Libertad, Madrid, 9/06/1931)
Dejo al final la primera crónica que apareció, la del Heraldo de Madrid, firmada por Federico Morena y salida a los quioscos la noche del 8 de junio. Es esta la que más abunda en detalles – desde proporcionar el nombre del toro – y también en establecer una comparación que los demás no hacen, en el sentido de establecer que la tauromaquia de Jesús Solórzano es similar a la de Antonio Márquez. No obstante, coincide con las dos anteriores, en la grandeza de la obra del moreliano y difiere con la de Corinto y Oro en dos aspectos, primero, en el número de apéndices otorgados y después, en el hecho de la concesión de la vuelta al ruedo al toro, que según Morena no se otorgó y según Maximiliano Clavo sí, pero de manera indebida.


La relación que hace Morena repara además en un hecho que parece que se repite a través de los tiempos. La selección del ganado según la conspicuidad del diestro que enfrentará y por lo visto, en ese verano madrileño Valencia II, José Amorós y Jesús Solórzano tenían que mucho que justificar tanto a la cátedra como al resto de la afición española. De esta última crónica extraigo esto:

En la Academia de Tauromaquia - vulgo Universidad taurina de la carretera de Aragón - hubo ayer, en la tarde, sesión solemne. El ilustre doctor mejicano D. Jesús Solórzano ha ocupado, con el ceremonial de costumbre, el sillón que en la docta casa – casa sin tejado, pero con tejadillo – dejó vacante, por renuncia, el insigne D. Antonio Márquez… El recipiendario explicó prácticamente una magistral conferencia de tema de tanta monta en tauromaquia como «El valor, el temple y la naturalidad». El nuevo académico recibió muchas y muy enardecidas felicitaciones… Quiere decir esto, bien traducido, que Solórzano ha triunfado plenamente en la primera plaza de la República. Y como yo creo que la función del crítico es hacer justicia y dar a cada uno lo que es suyo, sin detenerse a averiguar en qué tierra, próxima o apartada, indígena o exótica, rodó la cuna del torero, digo y proclamo a los cuatro vientos de la celebridad que Jesús Solórzano, el flamantísimo matador de toros mejicano, se colocó ayer en las avanzadas de la torería por méritos indiscutibles y generalmente reconocidos que contrajo en la lidia y muerte del toro «Revistero», colorao, número 96, de la ganadería colmenareña de D. Manuel García, antigua y famosa vacada de D. Manuel Aleas… «Revistero» fue un toro. Un toro con la edad y el peso reglamentarios. No fue uno de esos toretes al uso del campo de Salamanca – y a veces también del campo andaluz –, criados expresa y deliberadamente para que los conspicuos de la tauromaquia se enriquezcan con el menor riesgo posible. ¡Un toro! Siquiera no mereciese los honores de la vuelta al ruedo. Salió con muchos pies, y un peón excelente, conocedor como pocos de su arte, el gran «Rerre», lo prendió en la punta de su capotillo y tiró de él en zig – zag portentoso, matemático, desde los medios hasta el tercio. Y allí pasó «Revistero», sin brusquedades, en una solución de continuidad perfecta, del capote de «Rerre» al capote de Solórzano. Y al grito entusiasta y justiciero que decía «¡Así se torea a punta de capote!», hubo de suceder otra voz fervorosa e igualmente justa: «¡Así se torea a la verónica!»... lances largos, templadísimos; bien cargada la suerte; las manos bajas – que no es vicioso el procedimiento, aunque yo prefiera, en esta como en todas las suertes, la naturalidad –; el pecho fuera, sobre el balconcillo del capote y el mentón clavado en el pecho para ver pasar «todo» el toro... Una media verónica finísima, elegante, majestuosa, de la escuela de Antonio Márquez – llevaba el sello característico, inconfundible –, y al rojo vivo los entusiasmos populares... Solórzano cogió las banderillas. Había que redondear la lidia tan admirable tan admirablemente comenzada... Jesús colocó tres pares al cuarteo citando sobre corto y casi sin salida. Valor y dominio de la suerte... Así llegamos al gran momento. El toro, en el tercio del 2. El espada avanzó despaciosamente a su encuentro, la muleta en la diestra mano. «Revistero» escarba en la arena y retrocede. Inquietud en el público. ¿Tendremos toro? El espada citó de nuevo. Se arrancó el toro suave y la muleta peinó los lomos de la res y salió por la penca del rabo. Se revolvió el toro y Solórzano se lo echó por delante en un gran pase cambiado por arriba que arrancó las primeras exclamaciones de asombro. Otro pase por alto, con colada. Y la muleta a la zurda. El toro tardo en la embestida. El torero adelantó la muleta bravamente para provocar la arrancada. Y se llevó prendido a «Revistero» en un buen pase al natural, que ligó con el de pecho, magnífico. (Ovación)... Una serie de tres naturales... la mano del torero deslizóse suavemente, templadamente y la figura del torero no perdió un solo instante la naturalidad, cosa esencialísima y en la que el público, el gran público, apenas para mientes... la muleta, vencedora, triunfante, volvió a la derecha para dibujar unos pases muy toreros. Y en un instante en que el toro se arrancó brusca e inopinadamente, se libró el espada del embroque jugando con soberana habilidad la mano zurda para ganar la acción a «Revistero» y echárselo otra vez por delante en un pase de pecho que levantó en el graderío murmullos de admiración... Tres veces entró a matar. Las tres sobre corto y sin separarse un milímetro de la línea recta. Dos pinchazos magníficos y una estocada corta superior. Toda la faena fue coreada por el público, y cuando el toro dobló, millares de pañuelos se agitaron en el aire. Y no volvieron a los bolsillos hasta que el espada cortó las dos orejas del noble animal... Entonces estalló una verdadera tempestad de aplausos... ¡Salud, Solórzano ilustre!...

En el semanario Mundo Gráfico, Madrid, junio 1931
(Foto: Alfonso)
Es así como fue contada a la afición de Madrid y de España una de las páginas brillantes de la historia del toreo.

Concluyendo

El paso en los ruedos de Jesús Solórzano no solamente está señalado por la tarde de Revistero. También la gloria le llegó con los nombres de Granatillo, Redactor, Cuatro Letras, Batanero, Brillante, Príncipe Azul, Pies de Plata, Tortolito, Picoso o Pimiento y que lograron construir la historia y la leyenda de El Rey del Temple.

Jesús Solórzano se despidió de los ruedos el 10 de abril de 1949 en la Plaza México, en una corrida de toros en la que alternó con Luis Procuna y Rafael Rodríguez en la lidia de un encierro de Matancillas. El último toro que mató vestido de luces fue Campasolo y llevaba en el anca el hierro de La Punta – ganadería hermana de la anunciada – también propiedad de sus cuñados Francisco y José C. Madrazo, al que le cortó una oreja. Falleció en la Ciudad de México el 21 de septiembre de 1978.

Aclaración necesaria: Los resaltados en los textos de Corinto y Oro y Federico Morena no obran en sus respectivos originales, son imputables exclusivamente a este amanuense.

Aldeanos