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domingo, 12 de julio de 2020

En el centenario de Carlos Arruza (VIII/I)

La creatividad de Carlos Arruza

Arrucina
Portada de El Ruedo 01/08/1945
Obra de Saavedra
Las suertes fundamentales del toreo son quizás unas cuantas. Y ese manojo de suertes, en manos de un torero creativo puede ampliarse en una gama de otras nuevas que, a fuerza de desarrollar la imaginación del diestro o de resolver una situación comprometida, dejan al bagaje de la fiesta nuevas maneras de resolver las embestidas de los toros con lucidez y armonía.

Y no son unas cuantas esas nuevas maneras, esa intuición creativa o la necesidad de resolver ante la cara del toro ha generado historia suficiente para que se pueda escribir obra al respecto, cuando menos, José Luis Ramón – a quien agradezco desde ahora su ayuda para esto – ha logrado publicar un par de ellas, recopilando, si no todas, sí una gran mayoría de las suertes del toreo que se han generado en los siglos de existencia de la tauromaquia. Algunas las vemos a menudo en estos tiempos que corren, otras, apenas quedan descritas en las crónicas y en los textos que se guardan en hemerotecas y bibliotecas, pero son parte de la riqueza artística y cultural de lo que nos hace aficionados a este noble arte.

Las suertes de Carlos Arruza

A Carlos Arruza se le atribuye la creación de cuatro suertes cuando menos. Por su orden cronológico son las llamadas El Teléfono – que es más bien un desplante – de 1944; La Arrucina, un muletazo de 1945; El Pase o Vuelta de Toledo” y El Péndulo, muletazos ambos, estos dos, del año 1951.

Recurriendo a los apuntes biográficos que realizó con Barnaby Conrad en el libro My Life as a Matador y a diversas crónicas de sus actuaciones, así como a las obras del citado José Luis Ramón, intentaré encontrar el origen de cada una de esas suertes y la manera en la que fueron entendidas en el momento en el que aparecieron por primera vez. Cabe hacer la aclaración que las tres primeras las realizó inicialmente en ruedos españoles y solamente la última la estrenó en ruedos mexicanos.

El Teléfono

Cuenta Arruza a Conrad:
Cuando Vargas me daba muleta y espada, un borracho que me estuvo increpando toda la corrida desde la primera fila, me gritó: “Escucha payaso, ese asunto del teléfono que dicen hiciste alguna vez, a ver si lo haces con éste animal...”. 
Se refería a un adorno que intenté en Valladolid. Una vez vi en un libro una ilustración de Reverte, descansando el codo en el testuz de un toro. Eso se me quedó en la cabeza. Cuando saqué en el sorteo un toro parado en Valladolid y me di cuenta de que ya no iba a embestir mas, llegó el momento en que me incliné hacia él y descansé mi codo en su testuz. Eso creó cierta sensación y la prensa le comenzó a llamar “El Teléfono”. 
Ahora, que estaba lidiando un toro muy grande de Pablo Romero, pensé qué pasaría si lo intentaba otra vez, así que esperé a la mitad de la faena, cuando ya tuviera al toro dominado y después de una serie con la derecha. Me le arrodillé en la cara, le puse el codo en los rizos de la frente y... la gente en los tendidos observaba incrédula. El toro también pareció sorprendido y no embistió... me levanté y lo maté a la primera... Cuando regresé a la barrera, le dirigí una sorpresa al que me increpaba y le dije: “A sus órdenes, señor...”.
Arruza se refiere al inicio a una estampa de Reverte. Seguramente hace alusión a la litografía de Daniel Perea publicada como desplegable en el número del semanario La Lidia aparecido el 25 de mayo de 1896, y de la cual, Mariano del Todo y Herrero hace la siguiente explicación:
Empezó Reverte, a quien correspondía, dándole dos muy buenos lances de capa; y durante la suerte de varas... los matadores se adornaron graciosamente en todos los quites, sobresaliendo Reverte en el último que hizo, y en el que, después de recogerle con el capote y llegarle con la mano a la cara, se quedó parado entre los cuernos, apoyando el codo derecho en el testuz de la fiera, y la mano sobre la mejilla del mismo lado, por espacio de algunos segundos. La ovación fue estrepitosa ante este alarde de serenidad y confianza en la res...
Los hechos que narra, ocurrieron en la segunda corrida de la Feria de Sevilla, celebrada el 16 de abril de ese 1896, y en la que actuaron Guerrita, el nombrado Reverte y Antonio Fuentes, con toros de la Viuda de Concha y Sierra.

No existe crónica de los hechos de Valladolid en donde toreó el 18 de septiembre con Manolete y Andaluz, toros de Antonio Pérez de San Fernando, pero sí hay evidencia fotográfica de El Teléfono en Logroño, plaza en la que actuó los días 21 y 22 de ese mismo mes, con Manolete en ambas y en la primera con Pepe Luis Vázquez y toros del Conde de la Corte y con Estudiante en la segunda y toros de Alipio Pérez Tabernero. El reportaje fotográfico aparecido en el semanario madrileño El Ruedo del 27 de septiembre de ese año, contiene una imagen de esa feria logroñesa, sin precisar fecha, de Arruza haciendo el desplante a uno de sus toros.

Ya en 1945, en Barcelona, al inicio de la temporada, cautivó a la afición con El Teléfono. Todavía no se le conocía así. Eduardo Palacio, en el diario “La Vanguardia” de la Ciudad Condal aparecido el 24 de abril de ese año, relata los sucesos de la corrida celebrada el día 22 anterior, cuando para lidiar toros de Arturo Sánchez Cobaleda alternaron Estudiante, Arruza y Andaluz. Esa tarde, el toro quinto se llamó Batanero y El Ciclón le cortó hasta una pata:
...Porque si con la capa, con los rehiletes y con la muleta hizo lo mismo con idéntico temple, con análogo dominio y con parejo valeroso garbo, en el capítulo de adornos, cuando ya el ruedo estaba alfombrado de sombreros y la multitud, que llenaba a reventar la Monumental, ebria de entusiasmo demandaba la oreja, el mejicano, por dos veces, arrodillóse frente al toro y apoyó el codo en el testuz, durante segundos que pesaban como siglos...
Más adelante volveré con la tarde y la faena de este toro Batanero.

En lo que refiere a Conrad respecto al toro de Pablo Romero en Madrid, Manuel Sánchez del Arco, Giraldillo, en el ABC madrileño del 25 de mayo de ese año cuenta lo que sucedió el día anterior en Las Ventas cuando Arruza alternó con Pepe Bienvenida y El Choni y es de la siguiente guisa:
...El mejicano reaparece, con toros andaluces: con Pablorromeros, nada menos. Él pudo pedir una corrida cómoda, atemperada, y ha querido toros andaluces. El que manda, manda, a veces, lo que a su categoría corresponde y no lo que a su comodidad conviene. Este fue el éxito inicial de la presentación de Arruza: Pablo Romero. Ya sé que puso banderillas, con esa manera de llegar que no llega nunca, complaciéndose en la angustia de mermarse la salida palmo a palmo... Ya sé que se arrodilló; que se puso a meditar con morosidad de penitente, apoyando el codo sobre el testuz y la frente en el puño, casi como el Pensador de Rodin...
La suerte, aunque echada, aún no tenía nombre propio. Los públicos y la prensa no tardarían en encontrárselo y se quedó para la posteridad como El Teléfono.

La Arrucina

En Todas las Suertes por sus Maestros, José Luis Ramón sitúa la primera ejecución de la arrucina el jueves 10 de agosto de 1944 en Barcelona durante la celebración del Festival pro Hogar del ex Combatiente en el que actuaron Juan Belmonte como rejoneador, Rafael El Gallo, Carlos Arruza, José Ignacio Sánchez Mejías y los aficionados José Martín y Pedro Domecq lidiando novillos de Miguel Zaballos. La crónica aparecida en el diario La Vanguardia del día siguiente del festejo no refleja ninguna suerte inusual y el reportaje gráfico de El Ruedo de Madrid del 16 de agosto siguiente, tampoco. El día anterior Arruza alternó allí mano a mano con Pepe Bienvenida, con 5 toros de Sánchez y uno de Natera y tampoco la crónica refleja suerte especial alguna.

En la obra biográfica de Barnaby Conrad está escrito lo siguiente:
Manolete creó su manoletina tomando una vieja suerte de La Serna, pero tomando el extremo de la muleta con la mano izquierda detrás de su espalda.  
Yo tenía una idea que creía que sería más sensacional que la manoletina y que sería el pase de muleta con más peligro que se hubiera intentado. 
La gente en la plaza de Castellón de la Plana parecía molesta. Tenían una actitud de exigir que se les demostrara el por qué de los altos precios de las entradas. Y la realidad es que el primer tercio de la lidia - la parte más floja de mis actuaciones - fue más malo que de costumbre. Ya con la muleta, logré calentar el ambiente... Cuando me acerqué a las tablas a cambiar la espada, escuché a un manoletista gritar: “¡¿qué tal una manoletina o dos muchacho?!”, y la multitud soltó la carcajada, porque un torero nunca realiza la suerte especial de su rival. 
Me dije: “¡te voy a dar algo mejor que eso, amigo. Verás una suerte espectacular o una gran cornada!” Con la muleta y la espada en las manos me dirigí al centro del ruedo. 
“¡Toro!” Grité al animal. Cuando se arrancó, le di tres derechazos. Al final del tercero, continué con el movimiento de la muleta, pero me la puse tras de las piernas, corriendo detrás del toro, casi encimándolo cuando se dejó venir para la siguiente embestida. Parte de mi esperanza de salir sin daño estaba en que pudiera poner la muleta así en la cara del toro para poder darle salida... esta era la maniobra más peligrosa que había yo intentado en un ruedo... 
No salieron ovaciones de los tendidos, solamente suspiros de alivio, porque no comprendieron que se trataba de una suerte, pensaron que de alguna manera fui encontrado en una situación comprometida y que milagrosamente no me volteó el toro, así que volví a torear por derechazos y naturales y le corté el rabo... Pero al segundo de mi lote, le volví a repetir la suerte, pero en esta ocasión lo hice dos veces, para que se dieran cuenta de que lo hacía a propósito y todavía lo intenté una tercera, pero comprendí que por las condiciones del toro, no la podría culminar... La gente ahora sí se volvió loca y cuando maté al toro, me otorgaron las orejas, el rabo y una pata...
Arruza ya estaba en una franca competencia con Manolete. Entonces, tenía que aportar algo propio además, para encender aún más los ánimos en los tendidos. Eso fue en 1945, el año en el que estableció una marca de corridas toreadas en España que no ha sido superada por ningún torero mexicano y que tal como las cosas se dan hoy en día, seguramente no lo será. 

La corrida de Castellón que menciona El Ciclón en ese esbozo biográfico se celebró el 31 de marzo. No encontré más que una breve reseña de la agencia CIFRA con el resultado, pero a los dos días – en lunes – se presentó en Barcelona, en un cartel formado por el rejoneador Simao da Veiga, Pepe Bienvenida y Benigno Aguado de Castro que tomaba la alternativa. Los toros fueron de Ramón Gallardo para rejones y de Carmen de Federico para la lidia ordinaria. Destacó el quinto de la tarde, llamado Inspector, al que Arruza le cortó las orejas, el rabo y una pata. La crónica de Eduardo Palacio, en La Vanguardia del día siguiente del festejo, entre otras cosas dice:
... ¡qué pase aquél, con la muleta en la espalda y toreando únicamente con el cuerpo! Todo poseía un brío, una luminosidad, un arte, una armonía, que pasmaban y exaltaban. Y es porque el mejicano, al exaltarse a si propio, contradecía en acción, aunque tal vez sin saberlo, la forma en la que Max Nordau define la exaltación, diciendo: «Ella, no se cuida nunca de hacer cálculos exactos». Y así parecía ser, en efecto; pero en aquellos pases, si los cálculos hubiesen carecido de exactitud, se habría visto que en todos ellos se agazapaba la muerte presta o soltar para hacer presa segura...
Veinte días después, la tarde del toro Batanero que ya había mencionado arriba, el mismo Eduardo Palacio refleja lo siguiente:
...El mejicano brinda también al excelentísimo señor gobernador civil, a quien la concurrencia dedica cariñosos aplausos, y hace una faena compuesta de un pase por alto, dos derechazos, uno por alto, nueve toreando con el cuerpo más que con la muleta, entre el delirio de la multitud y a los sones de la música. Da luego un pase, teniendo la muleta en la espalda y haciendo un maravilloso quiebro de cintura para librar la cabezada. El ruedo está lleno de sombreros y en el graderío flamean unánimemente los pañuelos en demanda de la oreja...
Esta suerte – y perdónese el pleonasmo – tuvo más suerte, pronto la prensa le puso nombre. Para la feria de Valencia de ese mismo 1945 ya se hablaba de La Arrucina. La crónica de la agencia Mencheta para el ABC de Madrid del festejo celebrado el 25 de julio de 1945 en el que actuaron el rejoneador Álvaro Domecq, Luis Gómez Estudiante, Carlos Arruza y Pepín Martín Vázquez con toros de Charro para rejones y Clairac para los de a pie, refleja lo siguiente en cuanto a la lidia del segundo de la tarde: 
...Sigue con pases en redondo intercalando uno mirando al tendido. (Clamorosa ovación.) Sigue por rodillazos, molinetes, arrucinas y toda la gama de adornos colocando el codo sobre el testuz...
Y como colofón, la portada del semanario El Ruedo de Madrid aparecido el primero de agosto de 1945, era una pintura de Santos Saavedra representando a Carlos Arruza ejecutando el muletazo.

Para terminar este apartado, cito lo que Manolo Arruza, hijo del Maestro, confió a José Luis Ramón sobre esta suerte:
La arrucina es un muletazo que se da muy en corto. No hay que citar de largo; de ahí que se ejecute en la parte final de la faena, cuando el toro ya está empezando a quedarse parado. En la actualidad, yo lo hago con frecuencia porque tiene mucha vistosidad y porque los públicos lo identifican con la familia Arruza. Podríamos decir que es el sello de la casa... yo definiría la arrucina como un muletazo que, como decía antes, es el sello personal de Carlos Arruza...
Debido a la extensión que van tomando estos apuntes, los dejo aquí para continuar con ellos el día de mañana.

domingo, 1 de marzo de 2020

En el centenario de Carlos Arruza (III)

1º de marzo de 1953. Carlos Arruza se viste de luces por última vez

¿Por qué vuelven los toreros?

Carlos Arruza, 22/02/1953
Foto: El Ruedo
Las despedidas definitivas de los toreros son infrecuentes. Tanto así que el tema de su vuelta a los ruedos inspiró a Conchita Cintrón a escribir un libro sobre las motivaciones que los hacen volver a los ruedos. Curioso es que de todos aquellos con los que conversó sobre el tema, ninguno dio a la Diosa Rubia una razón igual a la de otro. Cada uno tenía un por qué distinto para volver después de haber dicho que se iba.

Carlos Arruza no sería la excepción. En 1948 anunció que se iba de los ruedos. Tenía apenas ocho años de haber recibido la alternativa y unos cuatro de haberse encaramado a la cumbre. Fueron unos años muy intensos. El torero lo contó así a su biógrafo Barnaby Conrad
Comencé a pensar en retirarme, pues creí que ya no tenía metas por alcanzar en mi vida profesional. Todo lo que había soñado ya lo había conseguido. Con el dinero ganado en México, adquirí un edificio en la calle de Balderas, cerca del lugar en el que nací; después otro en Juan de la Barrera, eso junto con la ganadería en España, me aseguraba el futuro, así que un día apenas iniciado 1948, decidí que me iba a retirar de los toros… Iba a disfrutar de lo que había conseguido…
En esa creencia, la corrida de la despedida se programó para el 22 de febrero de ese 1948. Se celebraría en el casi nuevo Toreo de Cuatro Caminos y alternarían con él Calesero y Antonio Velázquez en la lidia de un encierro de La Punta. Fue una tarde en la que el viento intentó oponerse a los esfuerzos de los toreros. El primero de la tarde, Carabuco, hirió a Calesero en banderillas, y por eso no mató ninguno. En forzado mano a mano, Arruza cortó la oreja al segundo, Portuguero y al quinto, Puntillero. Por su parte, Velázquez mató tercero, cuarto y sexto. Al cuarto, Recóndito, le hizo una gran faena, pero lo pinchó. Sobre ese adiós de Arruza, El Tío Carlos, en su tribuna de El Universal, escribió:
…Hace seis meses apenas – ¡y ya parece tanto tiempo! – despedíamos a uno de los dos cuando lo llevaban en hombros por el camino de Linares a Córdoba. Hoy hemos despedido al otro, en el centro de un ruedo aún estremecido de triunfos… Pero bien ha hecho Carlos Arruza en marcharse. Ha hecho bien porque ya el arte moderno del toreo no necesita más sangre; la de su primer fundador es dolorosamente suficiente para probar la autenticidad y la verdad de este modo que ellos implantaron. Ahora él, Arruza, será – y volvemos al principio de estas líneas – el vivo testimonio de que si en esa escuela se puede morir heroicamente, también es posible vivir íntegramente. Que junto a la gloria ultraterrenal del mártir, pueden subsistir la gloria y el poder actuales y presentes del pontífice. ¡Adiós, Arruza!...
Tras incontables vueltas al ruedo, su mentor, Samuel Solís, le desprendió el añadido.

Comenzaba una nueva vida para Carlos Arruza, era ganadero en España y tenía inversiones inmobiliarias en la Ciudad de México, es decir, tenía asuntos a qué dedicarse. Sin embargo al paso de un par de años, esa actividad no le era suficiente. Cuenta Ignacio Solares:
Me contaba Jacobo Zabludovsky que a los dos años de despedirse Carlos Arruza por primera vez de los toros, en 1950, este lo invitó a comer por la necesidad imperiosa que tenía de un trabajo, no tanto por lo económico – Carlos tenía varios edificios en la ciudad, inversiones en dólares, una ganadería –, sino por tener algo que hacer. 
—Llevo las cuentas de mis negocios, leo mucho, estoy con la familia, veo amigos, pero si no tengo una verdadera responsabilidad voy a volver a torear. Me conozco. 
Jacobo habló con el presidente Miguel Alemán para contarle el caso y este lo remitió enseguida al secretario de Relaciones Exteriores, Manuel Tello. Arruza podía ser representante del país en un buen número de eventos de la Secretaría en el extranjero. 
Así sucedió. Tello le contó a Jacobo, a los pocos meses, que Carlos era un modelo de empleado, pocas veces visto por él. 
—Llega todos los días a las nueve de la mañana a su oficina, atiende enseguida todos los asuntos que se le encomiendan. Habla y lee perfectamente en inglés, que aprendió, dice, por su cuenta en la adolescencia. Su cultura es admirable. Su puro nombre abre puertas insospechadas en todo el mundo. Las cartas que manda reciben respuesta enseguida. Lo conocen hasta en China. “Oh, el torero más famoso del mundo junto con Manolete”, dicen…
De lo que escribe Ignacio Solares se advierte que para 1950 ya le afectaba a Arruza el hambre de miedo y la sed de toros negros a la que se refería Rafael Rodríguez cuando Conchita Cintrón le preguntaba por la súbita vuelta que hacía a los ruedos a torear una corrida de despedida en 1971.

Y así, poco duró Arruza como funcionario de la Secretaría de Relaciones, pues en ese 1950 regresó a los ruedos. Lo hizo en Europa y aunque las relaciones taurinas con España estaban rotas, toreó entre Portugal y Francia 24 corridas ese año. Reaparecería en la Plaza México el 18 de febrero de 1951, para lidiar toros de La Laguna en unión de Fermín Rivera y Calesero.

El adiós de la Plaza México

Llegado el año de 1953, Carlos Arruza decidió nuevamente irse de los ruedos. En esta oportunidad lo hizo con menos aparato que un lustro antes. Para hacerlo escogió una corrida benéfica, la Corrida Guadalupana. Esto es lo que contó a Barnaby Conrad:
Arreglé las cosas para una última corrida en la Ciudad de México. Para el 22 de febrero de 1953. La Corrida Guadalupana, la fecha más importante de la temporada. A diferencia de la mayoría de las corridas, esta sería de seis toros para seis matadores, así que solamente tendría una oportunidad de triunfar. Recé porque el toro que me tocara fuera bravo. 
Antes de cerrar la fecha, llamé a mi madre y a mi esposa y les pedí que prepararan las tijeras, porque cuando cayera ese toro, el número 1260 de mi vida, podrían cortarme la coleta… Ellas me verían torear por primera vez, pero por la televisión… 
Nadie sabía que me iba, sino hasta el momento del brindis, me dirigí al tendido y localicé la cabeza calva de mi amigo y gran aficionado Rico Pani. Había dicho en una ocasión que el día que le brindara un toro, ese día me iría de los ruedos y ese sería mi último toro. Cuando terminé el brindis me dijo: “Esto me causa tristeza, pero te felicito. Tristeza como aficionado, felicidad como amigo”. Esas palabras me llenaron mucho…
Puede causar extrañeza la celebración de una Corrida Guadalupana en febrero. La realidad es que era Guadalupana por el destino de los beneficios que producía, que eran en su día, las obras de preservación y consolidación de la Basílica de Guadalupe. El cartel lo formaron el rejoneador Juan Cañedo, Carlos Arruza, Manolo González, Manolo dos Santos, Jesús Córdoba, Manuel Capetillo, José María Martorell y Juan Silveti. Los toros, por su orden fueron de: Xajay (para rejones), Torrecilla, San Mateo, Heriberto Rodríguez, Tequisquiapan, Zotoluca, Zacatepec y Rancho Seco.

La versión de Daniel Medina de la Serna, en el primer tomo de la Historia de una Cincuentona Monumental sobre lo sucedido esa tarde, es la siguiente:
Carlos Arruza, que unos tres años antes se había “despedido” llenando los periódicos, antes y después de la corrida, con artículos alusivos, panegíricos, entrevistas con él y con sus familiares… Pero esta vez se despidió callada, secretamente. La fecha escogida fue el 22 de febrero (17ª), corrida Guadalupana. Con la emoción íntima de que era su penúltima tarde, pues al siguiente domingo sería la última en Ciudad Juárez y a beneficio de su cuadrilla, Carlos Arruza hizo, quizá, su mejor faena en la que se olvidó de ser “el atleta perfecto”, para realizar su más armoniosa obra; el toro se llamó “Peregrino” y fue de Torrecilla. De lila y oro dijo adiós… (143 – 144)
Por su parte, el semanario madrileño El Ruedo, en el ejemplar aparecido el 26 de febrero de 1953, refiere lo siguiente:
En la Corrida Guadalupana la nota más destacada ha sido la retirada del toreo de Carlos Arruza. Se lidiaban ocho toros de distintas procedencias para el rejoneador mejicano Cañedo y los espadas Arruza, Dos Santos, Manolo González, Jesús Córdoba, José María Martorell, Capetillo y Juan Silveti. La tarde era magnífica; el lleno, rebosante, y se inició la corrida con un desfile de charros realmente pintoresco e impresionante... Carlos Arruza se despidió de la afición de la Monumental toreando al toro «Peregrino» de Torrecilla, que resultó muy bravo. Estuvo admirable con el capote; puso pares de banderillas después de preparar al toro a cuerpo limpio, clavando en todo lo alto e hizo una faena de muleta admirable, con series de naturales y de pecho, pases con la derecha y adornos; pese a que entró a herir tres veces, le concedieron las dos orejas del toro y dio varias vueltas al ruedo entre la emoción del público, que le pedía que no se fuese, mientras éste se quitaba la coleta añadida en el centro del ruedo. Esperemos por bien de la fiesta, que esta retirada, como la primera del mismo Arruza, sea momentánea... La última corrida de la vida torera de Arruza se celebrará el día 1, en Ciudad Juárez, y el diestro la torea a beneficio de su cuadrilla.
La tarde de Ciudad Juárez

Hoy en día sorprenderá a más de uno que un torero que se despidió triunfalmente en olor de multitudes en la Plaza México vaya después a una plaza de provincia a torear una corrida a beneficio de su cuadrilla. Eso hacían los toreros de antaño y no solo cuando dejaban los ruedos, sino en ocasiones al final de cada temporada.

Hemos de tener en cuenta también, que cuando menos dos de los que formaban filas con Carlos Arruza, Alfonso Tarzán Alvírez y Javier Cerrillo estaban junto a él casi desde los días en que iba a aprender el toreo en Tacuba con Samuel Solís, entonces, más que su cuadrilla, eran su familia. Por eso, al menos a mí, me resulta más que comprensible el que les toreara una última corrida a su beneficio.

El cartel de ese 1º de marzo de 1953 lo formaron cuatro toros de La Punta para Arruza y Juan Silveti. Fue el último triunfo de Carlos vistiendo de seda y alamares. La relación del festejo aparecida en el semanario El Ruedo del 5 de marzo de 1953, es de la siguiente guisa:
En Ciudad Juárez y a plaza atestada, se celebró la corrida de toros con la que se despidió de la afición el diestro Carlos Arruza, quien, como ya decíamos, cedió sus honorarios a sus banderilleros y picadores. Arruza estuvo muy bien en todos los tercios, pero en el toro que abrió plaza la faena tuvo mayor relieve, pues todos los pases fueron perfectos. Al matar pinchó varias veces, por lo que perdió la oreja de su enemigo. Sin embargo, dio dos vueltas entre aclamaciones. En su segundo toro Arruza fue ovacionado durante la faena, a la que puso final con una gran estocada. Cortó las dos orejas y el rabo y dio varias vueltas al ruedo. Fue galardonado por la afición con el trofeo de Ciudad Juárez. Juan Silveti, tan torero como artista, cortó una oreja a su primero y las dos del segundo, siendo aclamado repetidamente. Ambos espadas salieron de la plaza a hombros de los entusiastas.
¿El final del camino?

Parecería que Carlos Arruza ya se había ido definitivamente de los ruedos. Era en ese momento ganadero en México y en España. Seguía manteniendo importantes negocios inmobiliarios. El gusanillo por torear lo podía matar en el campo. Sin embargo, los giros de la existencia son difíciles de predecir. En el biopic Arruza, el narrador (minuto 5:00 aproximadamente), siguiendo el guión de Budd Boetticher, el narrador expresa:
“La tranquilidad de la vida en el campo era una bendición, pero la rutina diaria de Pastejé se volvió aburrida y el fastidio era una nueva y misteriosa experiencia para Carlos Arruza… Entonces, una tarde, sucedió… hay un caballo suelto, un vaquero se descuidó al atarlo… una vaca que va a reunirse con la manada… una vaca embravecida embiste a cualquier cosa en movimiento… el plan de Arruza es muy simple, atraer a la vaca hacia él y llevarla hacia la manada… ahora, con el sombrero, está atrayendo a la vaca… Mari Arruza reconoce ese juego por su niñez vivida en Sevilla… se llama rejoneo…”
Carlos Arruza simplemente no podía quedarse quieto...

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