domingo, 29 de marzo de 2020

En el centenario de Carlos Arruza (IV)

1º de abril de 1951. Carlos Arruza torea tres corridas en un día

Que un torero logre torear tres corridas en un día es un hito importante. Aparte del azar que conlleva el mantener la integridad corporal para completar los compromisos pactados, se debe sumar la dificultad de trasladarse de un sitio a otro y todo lo que implica lo que hoy se llama la logística que conlleva la organización de los festejos.

La Historia del Toreo registra como el primer caso de esta naturaleza, quizás, el que llevó a cabo Guerrita el 19 de mayo de 1895. Ese día comenzó su periplo a las 7 de la mañana en la Isla de San Fernando, para lidiar 6 toros de la Marquesa Viuda del Saltillo mano a mano con Pepete. La segunda corrida se verificó a las 11:30 horas del día, en Jerez de la Frontera, alternando con el valenciano Fabrilo, en la lidia de 6 toros de José Ma. de la Cámara y terminó a las 17:30 horas en Sevilla, donde su alternante fue Antonio Fuentes, y los toros fueron de Joaquín Murube.

A propósito de la última corrida, Carlos Valverde Castilla, en la revista Arte Fotográfico, relata lo siguiente:
No es de extrañar que el Guerra realizara por entonces una hazaña que ni tenía precedente ni ha vuelto a repetirse: torear tres corridas mano a mano el mismo día y en distintos puntos. Por la mañana, en San Fernando; a mediodía, en Jerez, y por la tarde, en Sevilla. Era el 19 de mayo de 1895. (...). Para su hazaña contó, naturalmente, con un tren especial y con tres cuadrillas distintas; los compañeros fueron también distintos. Sólo él fue el mismo, y ni siquiera se cambió de “vestío”. Por cierto, que cuando asomó al portón de cuadrillas de la Maestranza, levantado desde el amanecer, con dos corridas despachadas y tras varias horas de tren, le preguntó Antonio Fuentes,  que  compartía el cartel:
— Rafael,  ¿vendrá  osté  cansao?
— Cansaíllo vengo...
—Pues hoy, que le  cojo cansando,  le voy a dar p’al pelo.
Saltó Guerrita:
— ¡Hoy me vas a...!
Y como si empezara entonces, banderilleó a sus tres toros y los mató superiormente.
Guerrita mató ese día nueve toros y realizó sus traslados en un tren especial destinado al efecto.

La réplica de Arruza

Carlos Arruza y Manolo Dos Santos, ambos apoderados por don Andrés Gago, anunciaron que intentarían replicar la hazaña de Guerrita a poco de cumplirse 56 años de la hazaña de éste último. Para el efecto manifestaron que las corridas se realizarían en las ciudades de Morelia, México y Acapulco y que en los tres carteles actuarían mano a mano y que en principio cada uno de ellos mataría nueve toros en la jornada.

Conforme fueron avanzando las fechas, se anunció que la corrida de Morelia sería matinal, a las once de la mañana, lidiándose toros de la ganadería debutante de El Olivar, sangre pura de Zacatepec; que la de la Plaza México se daría a las cuatro de la tarde y los toros serían de la ganadería de Armillita Hermanos, también debutante y la de Acapulco a las nueve y media de la noche, con toros de Zacatepec.

En Morelia

La corrida en Morelia tuvo el siguiente desarrollo, según el corresponsal de La Lidia de México:
Con toros de Zacatepec se verificó el primer mano a mano del día, de los diestros Carlos Arruza y Manolo dos Santos. La entrada no fue la que se esperaba. El primer toro, muy bravo, se rompió una pata quedando inutilizado para la lidia. Los demás, cumplieron en términos generales.
Arruza fue de menos a más. Con su primero cumplió, con su segundo estuvo bien y con su tercero, extraordinario, toreándolo maravillosamente en los tres tercios. Al matar de certera estocada se le dieron las dos orejas y el rabo y dio vueltas al ruedo entre ovaciones y música.
Manolo dos Santos instrumentó naturales muy templados a su primero, lo pasaportó de una honda y se ganó una oreja, en su segundo se limitó a cumplir, pues no se acomodó con el estilo del cornúpeta. Con el que cerró plaza estuvo muy artista, habiendo petición de oreja. La autoridad no le entregó el galardón porque pinchó.
Al final Carlos Arruza salvó in – extremis el festejo, que, quizás por la hora en la que se celebró, no tuvo la entrada esperada.

En la Plaza México

La corrida llamémosle estelar de la terna, fue accidentada casi desde abrirse la puerta de cuadrillas. Paquiro, redactor de la crónica aparecida en el ejemplar de La Lidia de México aparecido el 6 de abril de 1951, relata lo siguiente:
…no vaya a creerse que la totalidad de la afición aspiraba a que sobre el ruedo no se viese nada que valiera la pena; no, particularmente un grupo escondido en los tendidos de sol se preocupó por hacer fracasar a los diestros alternantes, y los gritos y denuestos que emanaron de tales tipejos cumplieron con su cometido pues crearon una “psicosis” entre las mayorías y consiguieron que los alternantes, a ratos, desesperaran… No puede pasarse por alto la actuación de la porra de marras. Indudablemente que esos criminales con toda anticipación percibieron un sueldo por sus gritos, y al exclamarlos en la plaza, a la hora de la corrida, no hicieron sino cumplir con una obligación contraída con anterioridad. Quiere decir que hubo premeditación… Esta es la verdad: se pagó por ir a pitar, salieran las cosas bien o mal. Y mucho hicieron los diestros con que no estallara la bronca premeditada…
Sugiere el cronista de La Lidia de México que hubo la decisión de reventar el acontecimiento. Por su parte Carlos León, cronista del desaparecido diario Novedades, con su estilo mordaz, refiere lo siguiente:
Por otra parte, despacharse tres encierros en el curso de un día, le daba a la profesión taurina un sentido de oficio desempeñado a destajo, en vez de ser una actividad artística, cuyo único móvil debe ser el sentimiento y cuya única fuerza motriz ha de ser la inspiración. Lo de ayer, en cambio, no parecía ser movido por lo imprevisto. En todo se adivinaba el cálculo, la precisión de un horario sabiamente concebido de antemano, pues la exactitud de los aviones tenía tanta importancia para el desarrollo de la gira, donde aquella tribu de lidiadores y testigos trashumantes parecían ser una de esas excursiones de “todo pagado” de la Wagon Lits Cook, donde el viajero debe supeditarse al plan trazado, sin dejársele nada para su propia iniciativa. Y así salió la cosa: con prisas, con desgano, frente a un lote nada fácil de la ganadería de Chichimeco…
Ve el puntilloso y atildado don Carlos en la efeméride, mucha planeación y poca entrega, pero apunta una cuestión que es de capital importancia, el juego de los toros. Y dice de la corrida:
Un encierro duro, sin duda, pero con el cual se evidencia que hasta los mandones de la fiesta necesitan del toro de carretilla para realizar los trasteos memorables, aunque esto sea decepcionante reconocerlo… Tampoco como ganadero triunfaría “Armillita”, pero de todas maneras la tarde fue suya, pues los broncos pupilos pudieron más que los encargados de pasaportarlos. Y tal vez se acordaría de las veces en que él, lidiador todopoderoso, cuajó trasteos memorables a bueyes de carreta…
Por su parte Paquiro, en La Lidia de México afirmaría:
La ganadería Armilla Hermanos – ya queda dicho – debutó con un encierro encastado, con mucho poder, bravura y fuerza. Espectaculares para los montados y difíciles para los de a pie. Todos los toros tuvieron hermosa lámina – ¡seis cromos! – y fueron cómodos de defensas. La escrupulosidad de los ganaderos estaba demostrada… Ahora que nadie, ni los criadores, podía prever que los morlacos iban a resultar de “prueba”, ¡Pruebas para toreros buenos...!
En fin, que una corrida de lidia difícil, se uniría a la animadversión del público en la plaza.

En Acapulco

De nuevo recurro al corresponsal de La Lidia de México, quien manifestó lo siguiente:
A las nueve y cuarto de la noche se inició ayer el tercer mano a mano que sostuvieron los colosos Arruza y dos Santos. Se lidiaron toros del Olivar, en total ocho, cuatro para cada matador, que dieron un juego incierto.
Arruza se limitó a cumplir con el primero, el tercero y el quinto. Pero con el séptimo se soltó el pelo veroniqueándolo muy bien y ejecutándole una gran faena de muleta. Se le ovacionaron sus derechazos, naturales, lasernistas, arrucinas y demás desplantes de dominio. Metió el estoque hasta la empuñadura y se le entregaron las dos orejas y el rabo de su astado rival.
Manolo dos Santos empezó a tambor batiente desorejando a su primero, al que toreó de muleta con una claridad exquisita. Sus naturales ahí quedaron. Mató pronto y cortó una oreja. Al cuarto lo lidió con voluntad, pero con el sexto volvió a surgir la calidad del lusitano y los pases naturales enloquecieron al público. Cobra buena estocada y cortó otra oreja. Y al octavo le hubiese cortado el apéndice auricular si es que no hubiera pinchado. Volvió a torear estupendamente.
Y así fue como estos dos diestros superaron lo hecho por el legendario Rafael Guerra. ¡Cada uno lidió y pasaportó a diez toros en un solo día…! Para la historia.
Así culminaron su hazaña Carlos Arruza y Manolo Dos Santos. Con los toros regalados en Acapulco, terminaron mataron diez toros cada uno esa fecha. El encierro anunciado para Morelia terminó lidiándose en Acapulco y el de Zacatepec se lidió en Morelia. Sus desplazamientos los hicieron por vía aérea y no tengo constancia de que hayan usado el mismo vestido en los tres festejos, pero seguramente cambiaron de ropa de torear en cada uno.

En números, Carlos Arruza cerró la jornada con cuatro orejas y dos rabos y Manolo Dos Santos con tres orejas.

Un dato curioso es que el programa oficial de la Plaza México señalaba que el acontecimiento conmemoraba los 25 años de la hazaña de Guerrita… Seguramente al publicista del doctor Gaona le fallaron las cuentas.

A posteriori

Después de esas tres corridas, en México se verificaron algunos otros acontecimientos de esa especie, entre los que se recuerdan estos:

De matadores de toros: 1º de enero de 1972: Francisco Rivera Paquirri toreó 3 corridas de toros en Querétaro, Guadalajara y San Luis Potosí; 2 de octubre de 1977: Eloy Cavazos toreó 4 corridas de toros en San Luis de la Paz, Dolores Hidalgo, San Miguel de Allende y Celaya; 21 de abril de 1984: Miguel Espinosa Armillita toreó 3 corridas de toros en San Juan del Río, San Luis Potosí y Zacatecas.

De novilleros: 31 de octubre de 1965: Efrén Adame, Antonio Canales y Felipe Zambrano (Rej.) torearon 3 novilladas en Nuevo Laredo, Reynosa y Saltillo; 21 de julio de 1974: Curro Plaza toreó 3 novilladas en Jesús María, Silao y León; 11 de diciembre de 1982: Valente Arellano toreó 3 novilladas en Apan, Pachuca y Tulpetlac; 20 de noviembre de 1997: Julián López El Juli toreó 3 novilladas en Toluca, Texcoco y Cuautla.

Queriendo concluir

Esta es algo de la historia de una fecha que por sí sola pasa a la Historia del Toreo. Como vemos, su resultado artístico no es uno de esos que llamen mucho la atención, pero el mero hecho de lograr torear tres corridas de toros en un día en plazas que en su momento eran todas de primera categoría, tiene un mérito que no admite discusión.

domingo, 22 de marzo de 2020

Aguascalientes 2020. Otro abril sin toros

Plaza de Toros San Marcos
En los últimos 73 años nuestro mes de abril se ha quedado sin toros en tres ocasiones, mismas en las que se han invocado motivos de salubridad general para dejar de ofrecer el espectáculo a los asistentes a las fiestas del santo patrono. 1947, 2009 y este 2020 son los calendarios en los que la tauromaquia ha dejado de estar presente en nuestras vidas durante la primavera.

1947: La fiebre aftosa

A finales de 1946 se decretó que era cuestión de interés general el combate y erradicación de la fiebre aftosa del ganado – principalmente vacuno –, que como epizootia se declaró cuando sin terminar el periodo de cuarentena de unas reses en la Isla de Sacrificios, Veracruz, se introdujeron a tierra firme unos ejemplares de ganado vacuno infectados. El mal se diseminó rápidamente y motivó la formación de una comisión binacional con los Estados Unidos para la erradicación de la enfermedad y el sacrificio, mediante el llamado rifle sanitario de alrededor de un millón de cabezas, de una cabaña que se estimaba en 14 millones. A este último propósito, sería interesante saber en qué medida afecto a la ganadería de lidia la aplicación de esa medida.

El 5 de febrero de 1947 se presentó en la plaza San Marcos Manolete. Alternó con Manuel Jiménez Chicuelín y Luis Procuna. El encierro que se anunció en los carteles para esa corrida fue de Pastejé, pero por venir de la zona del país que se consideraba afectada por la aftosa, no se pudo trasladar a nuestra ciudad, razón por la cual se le sustituyó con una de Peñuelas, ganadería situada en las afueras de Aguascalientes, que en una división que practicaron las autoridades, se encontraba en una zona de contención del mal.

Llegado el mes de abril se preparó la celebración de la verbena anual. Se organizaron las peleas de gallos, se instaló el casino y se prepararon las exposiciones y distintos eventos de tipo social que ocurrían durante las dos semanas que en ese entonces duraban las festividades, pero se anunció que debido a la fiebre aftosa, no se ofrecerían corridas de toros.

En el número 231 del semanario La Lidia de México, aparecido el 9 de mayo de 1947, don Luis de la Torre El – Hombre – Que – No – Cree – En – Nada, hacía entre otras, las siguientes reflexiones:
Tradicional, sin punto de comparación, ha sido en la ciudad de Aguascalientes la Feria de San Marcos o Fiestas de Primavera, con sus vendimias y apetitosos platillos regionales, sus incomparables paseos matutinos y vespertinos reuniones de sabor netamente provinciano; sus peleas de gallos, partidas y ruletas, centros de reunión ampliamente animados con el contingente de enorme cantidad de visitantes de todos los rincones de la República. Pero a todos estos atractivos, como acontece en los lugares en los que ha tenido asiento la fiesta, les eran indispensables las corridas de toros, para las que siempre se tuvo cuidado especial en la confección de los carteles, con ganaderías escogidas y lidiadores postineros... 
Pues bien, en este año de gracia de 1947, tomándose infantil pretexto la decantada fiebre aftosa, las autoridades, haciéndose cómplices en el decaimiento del espectáculo, tuvieron a bien no autorizar las corridas de toros durante la feria que acaba de celebrarse. En cambio, no tuvieron empacho en dejar libertad absoluta a las peleas de gallos, partida de ruleta, con beneplácito de viciosos y tahúres, no obstante la prohibición legal existente para tales manejos... 
No ignoran tampoco la afición aguascalentense ni los numerosos asistentes a la feria, las exigencias monetarias de elevadísimo monto puestas en juego para la concesión de la licencia, así como tampoco lo improcedente de tal determinación, contándose, como se cuenta, en las cercanías de la población del pequeñísimo Estado, con ganaderías bravas de una de las cuales, recientísimamente se trajeron toros para ser lidiados en la Plaza México, sin la más insignificante traba, sin tomar en cuenta los peligros de la fiebre aftosa. Sábese además, que en los propios corrales de la plaza descansaba plácidamente un encierro completo, no habiéndose permitido su lidia ni siquiera para seguir la tradición en la fecha central de tan renombradas fiestas primaverales...
Como lo expone don Luis, en el 47, hubo feria pero no hubo toros. Y más gravedad adquiere la afirmación cuando se desprende de ella que para ofrecer al menos un festejo, un encierro estaba confinado en los corrales de la plaza. Entonces, en esos días, simplemente no hubo voluntad de ofrecer a la afición el espectáculo, pero al final el resultado es el mismo, la feria se quedó sin toros.

2009: El año de la influenza

Para el ciclo sanmarqueño de 2009 se anunciaron once festejos. Nueve corridas de toros y dos novilladas. José Tomás era quizás el atractivo del programa aunque venía a una sola tarde y El Juli, Sebastián Castella y Antonio Barrera llevaban el peso por los toreros ultramarinos a dos fechas cada uno. Por los nacionales, Zotoluco, Ignacio Garibay, Rafael Ortega y Joselito Adame eran los que hacían doblete.

Los primeros tres festejos se dieron sin mayores incidencias. Así, el domingo 19 de abril, en la primera novillada, actuaron Fernando Labastida, Jorge Adame y Fernando Alzate con novillos de Malpaso; el viernes 24 de abril se dio la primera corrida de toros con Rafael Ortega, Antonio Barrera, Juan Antonio Adame y Fabián Barba con toros de Medina Ibarra y el sábado 25 de abril, día de San Marcos, actuaron Zotoluco, José Tomás y Arturo Macías, con un encierro de Teófilo Gómez

Para el domingo 26 de abril estaba programada la tercera corrida de la feria. Formaban el cartel el rejoneador Rodrigo Santos y los toreros de a pie Ignacio Garibay, Antonio Barrera y Víctor Mora, quienes enfrentarían un toro de El Vergel para rejones y seis de Carranco para la lidia ordinaria.

Todo estaba dispuesto para que el festejo se llevara a cabo, se celebró el sorteo; a la hora indicada los toreros llegaron a la plaza y a las seis de la tarde, del palco de la autoridad se ordenó el inicio del festejo, se abrieron las puertas y los charros que hacen de alguaciles hicieron el despeje y de pronto… regresaron al patio de cuadrillas, las puertas se cerraron y la concurrencia cayó en la perplejidad.

En el palco del Gobernador del Estado se verificaba al tiempo una airada conversación telefónica. Al otro extremo de la línea se encontraba el Secretario de Salud ordenando la inmediata suspensión de la feria y de todos los eventos y espectáculos que le eran consustanciales. Se imponían desde el Gobierno Federal medidas de distanciamiento social para evitar la propagación de lo que inicialmente se llamó influenza porcina y que después se conoció por su nombre técnico de influenza tipo AH1N1 entre la población.

Entonces, se anunció por el sonido local que la corrida, que estuvo a punto de iniciar quedaba suspendida y de paso se informó a los asistentes que todas las actividades feriales igualmente quedaban concluidas desde ese momento por disposición gubernativa.

Así pues, en 2009 quizás no nos quedamos absolutamente sin feria y absolutamente sin toros, pero fue un año en el que las cosas terminaron abruptamente “por motivos de salud”.

2020: El año del coronavirus

Para este calendario que corre apenas se iba a anunciar la feria. Primero se pospuso el anuncio del programa general de la misma y hace apenas un par de días el Gobernador del Estado tomó la decisión de posponer los festejos para el próximo verano, cuando se estima que la pandemia declarada por la Organización Mundial de la Salud estará superada.

En esta oportunidad ni siquiera se habían anunciado los carteles que compondrían el serial sanmarqueño. De hecho, tampoco se habían iniciado en los medios locales aún las cábalas o especulaciones de quienes serían los toreros, sobre todo los extranjeros que participarían en esos festejos.

Habrá que esperar. Se espera que para finales de junio o principios de julio se pueda ofrecer a la afición y a los feriantes una verbena que sea al menos un sucedáneo de la de San Marcos. Nadie puede predecir, primero, cuál será el resultado de la situación sanitaria que vive el planeta y después, si fuera de las fechas primaverales, esa feria tendrá el mismo impacto en lo económico, en lo artístico y en lo taurino.

Lo que sí es cierto, es que en menos de un siglo, es la tercera vez que nos quedamos sin toros aquí en abril y eso sin duda, para nosotros, es un hecho histórico.

domingo, 15 de marzo de 2020

3 de marzo de 1974: El encuentro de Borrachón de San Mateo y Manolo Martínez

Manolo Martínez al natural
Las cornadas de los toreros

Ya en algunas entradas anteriores había comentado lo que es conocido como la sentencia de Frascuelo, la expresión aquella que indica que los toros dan cornadas porque no pueden dar otra cosa. ¿Pero es esto nada más así? ¿Son las cornadas meramente azar?

Para conformar esta participación busqué corroboración de la idea que se propaga en el sentido de que las cornadas son resultado de errores de los toreros. Resulta complicado encontrar en blanco y negro el reconocimiento de tal afirmación. Sin embargo, esta se hace y por allí algo queda. Hace unos once años, el 26 de julio de 2009, con motivo de haber cumplido setenta años, se publicó en el Diario Vasco una entrevista a Santiago Martín El Viti y a este propósito dijo lo siguiente:
...todas las cornadas o las cogidas son por un error del torero. Es cierto que el toro avisa casi siempre pero incluso cuando no lo hace te coge por algo que tú no has hecho bien. Y de los errores se aprende. Como en todos los aspectos de la vida...
Por otro lado, don Javier Villán, en su obra Tauromaquias. Lenguaje, liturgias y toreros, bajo la voz Error, define entre otras cuestiones, lo siguiente:
Error. Las cornadas acaecen casi siempre por un error de los toreros. Es dogma universalmente aceptado que el toro avisa pero nunca se equivoca...
Seguramente habrá más opiniones y comentarios al respecto, pero los que cito creo que ilustran suficientemente la situación. Entonces, aunque queda un breve espacio para el azar o para la influencia de los elementos, sin duda las cornadas pueden atribuirse en gran medida debidas a errores de los toreros.

Plaza México, temporada 1973 – 74 

Este ciclo, organizado por DEMSA y segundo que encabezaba como gerente el ganadero Javier Garfias, constó de 16 corridas y una extraordinaria. El elenco de toreros lo conformaron, por orden de aparición Alfredo Leal, Eloy Cavazos, Antonio Lomelín, Curro Rivera, Mariano Ramos, Francisco Ruiz Miguel, Raúl Contreras Finito, Adrián Romero, Raúl Ponce de León, José Mari Manzanares, Jesús Solórzano, Pepe Cáceres, Manolo Espinosa Armillita, Mario Sevilla y Jaime Rangel. Actuaron también los rejoneadores Pedro Louceiro y Gastón Santos. Confirmaron su alternativa El Niño de la Capea y Curro Leal (1ª) y Jorge Blando (12ª) y se despidió de la profesión Luis Procuna (14ª).

Los grandes hechos de esa temporada fueron sin duda la faena de Mariano Ramos a Abarrotero de José Julián Llaguno que fue indultado en la 5ª del serial; la de Jesús Solórzano a Fedayín de Torrecilla en la 6ª; la del Niño de la Capea a Alegrías de Reyes Huerta en la 7ª, malograda con la espada; la de Luis Procuna, a Caporal con la que cortó el último rabo de su carrera y la de Jesús Solórzano a Billetero, ambos toros del Ing. Mariano Ramírez, estas dos en la 14ª.

Los efectos del número 13

El domingo 3 de marzo de 1974 se celebraba la 13ª corrida de la temporada. Alternaban Manolo Martínez, José Mari Manzanares y Mariano Ramos. El encierro anunciado era de San Mateo. La tarde y la temporada se presentaban cuesta arriba para el torero de Monterrey. Era su sexta presentación del ciclo y hasta el momento no había tenido una tarde en la que se pudiera decir que había justificado su posición de eje del mismo.

En el renglón de resultados, no había cortado un solo apéndice y sí al contrario, llevaba dos toros devueltos al corral, Campanero de Mimiahuápam en la segunda – esta tarde también el Niño de la Capea se dejó uno vivo – y Huapanguero de Reyes Huerta en la séptima. 

En esta última tarde ocurrió un hecho que vale para la anécdota, pues el juez de plaza, mi paisano don Jesús Dávila, le sonó a Manolo el primer aviso cuando intentaba meter al toro en la muleta. El torero, furioso, arrojó los trastos a la arena y se metió al burladero de matadores a esperar que le sonaran los otros dos avisos. Cuando sonó el tercero, salió, tomó su muleta y comenzó a torear por naturales, salieron los cabestros, uno de ellos arrolló al subalterno Chucho Morales, mientras, Manolo Martínez le metió la espada a Huapanguero que cayó muerto y después los cabestros también arrollaron al diestro. La gente pedía los trofeos para el torero. Gran bronca al juez, vueltas al ruedo al torero. Al final, multa al torero y hecho inusitado para la historia de la plaza.

Pero volviendo al tema, la decimotercera corrida de la temporada 73 – 74 era de fuerte compromiso para Manolo Martínez. Los toros de San Mateo, con edad, resultaron complicados. El cuarto de la tarde, llamado Borrachón, número 13, era el segundo del lote del llamado Milagro de Monterrey. Y era un toro con cierta historia. Gustavo Castro Santanero, caporal – mayoral – entonces de la ganadería relata lo siguiente:
Manolo Martínez, de novillero, le cortó el rabo a un novillo de nombre “Toledano”, número 50, al que me había dicho don Javier Garfias que le pusiera nombre. Cuando me preguntó por qué lo había bautizado así, le dije: “porque va a salir con mucho temple, igualito que las espadas de Toledo”. No recuerdo si era la segunda o la primera novillada que Manolo toreaba en Guadalajara. Estuvo sensacional; desde entonces apuntaba el cante. 
Ya de matador, a Manolo le salió el toro número 13 en la Plaza México, aquél famoso “Borrachón” que puso en peligro su vida por la cornada tan grave que le pegó en la corrida del 3 de marzo de 1974. A este toro, en el embarque, me le escapé gracias a que andaba muy bien “montao” en mi caballo “El Charrasqueao”; me hizo dos veces el viaje en un terreno muy corto, y en una corraleta me le salí. Eso fue nomás gracias a que andaba bien montado... (Gustavo Castro Cuna “El Santanero” Capítulo 7, Págs. 77 – 78)
El peso de la responsabilidad hizo a Manolo Martínez intentar hacerle fiestas al toro número 13. De las relaciones que pude leer, quizás pensó que podría someterlo como a Jarocho, de la misma ganadería, un par de años antes. Esto escribió Daniel Medina de la Serna sobre lo sucedido esa tarde:
Sin mencionar en ningún momento que se trataba de una corrida vieja, pasada de edad; lo que también puede corroborarse con las fotografías que publicaron los diarios, porque se ha venido creando la leyenda de que algunos de esos toros, especialmente el primero y “Borrachón”, tenían nueve años de edad y que hasta habían estado padreando en la ganadería. El causante del desaguisado era un toro resabiado, sí, de indudable peligro, al que Manolo Martínez, a pesar de haber sido avisado antes, trató de pasárselo por la faja hasta que sobrevino el percance; y es que las figuras, si lo son, tienen que pisar esos terrenos comprometidos cuando su jerarquía puede estar en entredicho, y la temporada, para el de la Sultana del Norte, se había venido dando en forma bastante adversa y necesitaba el triunfo… o la cornada…
La crónica de la agencia Excélsior, aparecida en el diario El Informador de Guadalajara al día siguiente del festejo, señala como mecánica del percance la siguiente:
El percance se registró en el tercio, cerca del burladero de matadores, cuando Manolo intentaba dar un pase natural a “Borrachón”, toro negro astifino, marcado con el número 13 y con 444 kilos. 
El burel, que había manifestado casta, se quedó y se venció; prendió a Manolo con el pitón izquierdo y derrotó. Todavía en el suelo el torero, el burel hizo por él y lo levantó impresionantemente por la casaquilla…
El parte facultativo presentado por el doctor Javier Campos Licastro, en esa fecha Jefe de los Servicios Médicos de la Plaza México fue del siguiente tenor:
Estado de shock traumático intenso. Herida de cuerno de toro como de 8 centímetros de extensión situada el tercio medio de la cara interna del muslo izquierdo. Hemorragia profusa. Se apreciaron dos trayectorias, la primera hacia arriba y afuera casi hacia el trocánter mayor, como de 36 centímetros de longitud. La segunda hacia fuera y abajo como de 24 centímetros de longitud. Están lesionados ampliamente los músculos vasto interno, vasto externo y recto anterior, con sección de la arteria y la vena femoral profunda. Pronóstico grave. Tardará en sanar más de quince días.
Sección de la arteria y la vena femoral profunda... En otros tiempos esa leyenda era una sentencia de muerte para un torero. El avance de la cirugía y quizás también, el destino, permitieron que Manolo Martínez superara esa gravísima lesión – aunque el parte facultativo use solamente el término grave – y continuara su carrera en los ruedos.

El día después

Entrevistado por periodistas de la agencia Excélsior en su habitación de hospital, el torero de Monterrey expresó lo siguiente al día siguiente del percance:
La temporada presente ha estado llena de percances para Manolo, 2 toros que oficialmente se fueron vivos al coral, aunque uno murió en el ruedo por su espada. La competencia de nuevas figuras, las broncas, los pleitos y en veces el arte de una capa que silenciosa recorre el espacio entre él y la res que bufa y estalla de nervios...
- “¿Contribuyó esto a la cornada?”
- “No creo. Lo que pasa es que el público cada vez me exige más. Competencia no creo, yo no tengo competencia, nadie...”
- “¿Pérdidas económicas?”
- “Pues en las plazas pequeñas – dice José Chafic – un promedio de 60,000 pesos por corrida. Lo que no toree en la México equivale a 250,000 por cada domingo”.
Pero lo que me duele es no poder torear las corridas que ya tenía firmadas...
Y ya tiempo después, con espacio para la reflexión, Manolo Martínez le contó esto a Ignacio Solares y Jaime Rojas Palacios:
¿Puede ser el mismo un hombre después de una experiencia así?
- Dicen que influyó determinantemente la impresión nerviosa que tuve al saberme herido de tanta gravedad… La verdad es que desde el principio, desde que entró el cuerno de Borrachón en mi carne, yo sentí que me moría, que la vida se me iba por la herida. Nunca me había sucedido, pero también es cierto que nunca había sufrido una cornada tan grave.
- ¿Te hizo más temeroso la cornada de Borrachón?
- Al contrario. Después de haberme salvado de esa cornada todo lo que viniera era ganancia. Nunca aprecia uno tanto la vida como cuando acaba de ver el rostro de la muerte. (Las Cornadas, Pág. 251)
La realidad es que en el imaginario colectivo, la cornada de Borrachón se percibe como un parteaguas en la historia taurina de Manolo Martínez. Recurro nuevamente a la apreciación de mi amigo Gastón Ramírez Cuevas, quien señala que el Manolo Martínez anterior al percance era el de blanco y negro y el posterior era en technicolor. El eterno contraste del antes y el después.

Sea como fuere, errores de los toreros, mero azar o simplemente, como decía El Negro, retribución de los toros porque no pueden hacerlo de otro modo, la historia de los toreros también se puede escribir a partir de las cornadas que reciben.

Manolo Martínez reapareció en Morelia el 31 de marzo de ese 1974. Alternó con Eloy Cavazos y Curro Rivera en la lidia de toros de Javier Garfias. Cortó tres orejas y un rabo. Yo le vi reaparecer aquí la noche del 23 de abril de ese año, flanqueado por mi padre y don Toño Ramírez González. Para lidiar toros de Gustavo Álvarez se acarteló con Eloy Cavazos y Mariano Ramos. Vestía un terno negro y oro y en el tendido corría la especie de que era el mismo que vestía la tarde del 3 de marzo anterior...

Y fuera de tema. En estos tiempos difíciles, cuiden su salud y la de quienes los rodean.

domingo, 8 de marzo de 2020

José Tomás: ¡así no!

Simón Casas escribió hace siete años
José Tomás se deja ver con cuentagotas, no accede a ninguna entrevista, rechaza las actuaciones televisivas e impone sus elecciones: fechas de compromisos, ganaderías que lidiará, matadores que le acompañarán e incluso la ilustración de los carteles destinados a anunciar sus escasas corridas... Cada veinte años surge un torero llamado «de época», es decir, cuyo estilo expresa efectivamente la época a la que pertenece... A comienzos de la década de 2000, aparece José Tomás... Cuando torea, José Tomás suspende el tiempo, la vida y la muerte se funden en una unidad con la incertidumbre de la gracia. José Tomás nos transporta más allá de la angustia que la muerte impone... (La Tarde Perfecta de José Tomás, 2013, Págs. 25 – 27)
Ilustra el empresario francés – aunque le guste que le llamen productor – en esas breves palabras, el profundo significado que tiene el torero de Galapagar para la fiesta de hoy en día. No es un torero de cantidad, sino de calidad. Es un torero que cuida personalmente de los detalles, hasta del más mínimo y sin duda, ha marcado a la afición de su tiempo y seguramente a los que venimos de otro también. Y es que toreros de ese calibre no surgen, como dice Casas, cada dos décadas, yo más bien creo que surgen una sola vez en la vida.

Lo que sí tiene veinte años de distancia, es el hecho de que José Tomás comenzara a dosificar su presencia en los ruedos. Y viene de aquella rueda de prensa celebrada en marzo del año 2000 en el Hotel Victoria para establecer su postura respecto de la cuestión de los festejos televisados. Allí, entre otras cosas, por voz de Enrique Martín Arranz en aquella ocasión, dejó ver que la presencia de un torero debe dosificarse para potenciar su interés en la afición. Y lo llevó a cabo.

Después vino lo de Navegante, un tabaco que a cualquiera otro lo hubiera quitado de torero. La historia de la fiesta tiene en sus páginas muchos nombres que por percances similares han decidido poner punto final a carreras más o menos destacadas, pensando en mantener su integridad y considerando también que el día de decir adiós fue precisamente ese. En el caso de José Tomás no ha sido así, ha decidido continuar, con medida, pero seguir andando el camino.

En esa tesitura el pasado viernes se anunció que el presente año reaparecería en el anfiteatro de Nimes el día 31 de mayo, para actuar junto al rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza y que después lo haría en el mismo escenario el 20 de septiembre también con una rejoneadora, en este caso Lea Vicens. Ambos festejos serán matinales. Unas horas más tarde, se informó también que se tenía pactada también una presentación en la Feria del Corpus de Granada, pero sin precisar fecha o composición del cartel.

Los comentarios no tardaron en surgir. En primer término fueron encomiásticos por la esperada presencia en los ruedos del llamado Príncipe de Galapagar, pero enseguida en muchos corrillos se empezó a soltar la expresión: así no. Debo confesar que yo soy uno de los que la emitieron y entre las respuestas que recibí está aquella que dice que José Tomás no tiene nada que demostrar y que por ello, puede acartelarse con quien le convenga.

Efectivamente, José Tomás no tiene nada que demostrar. Ya recorrió el camino y es una figura del toreo. Conquistó el sitio delante de los toros y derramando más sangre que otros que ostentan la misma categoría. En ese orden de ideas, efectivamente puede hacer lo que quiera, pero en el fondo, el sitio de figura del toreo conlleva también una responsabilidad hacia la afición que es la que lo otorga y ante ella hay que salir a defenderlo. También se conquista entre pares y la defensa del sitio es ante ellos.

De allí mi expresión así no. De serme posible, de cualquier manera iría a verle torear, pero con cierto sabor de desencanto, no le vería defender su sitio, le vería únicamente crear arte – si las circunstancias son propicias – pero sin el acicate que representa la competencia en el ruedo.

Dice mi amigo Gastón Ramírez Cuevas: beggars can´t be choosers, que traducido al cristiano quiere decir algo así como que los pedigüeños no tenemos derecho a escoger. Siguiendo la lógica de mi abuela Eulalia, esos refranes son evangelios chiquitos, verdades verdaderas y entonces, no hay de otra, pero yo me mantengo en mis trece: ¡así no! Pero mi admiración y respeto por José Tomás seguirán siendo los mismos.

Como podrán ver, hoy he expresado en esta bitácora mi opinión, esa que casi siempre me guardo. Ya volveré la próxima semana con algún tema de los acostumbrados por aquí.

domingo, 1 de marzo de 2020

En el centenario de Carlos Arruza (III)

1º de marzo de 1953. Carlos Arruza se viste de luces por última vez

¿Por qué vuelven los toreros?

Carlos Arruza, 22/02/1953
Foto: El Ruedo
Las despedidas definitivas de los toreros son infrecuentes. Tanto así que el tema de su vuelta a los ruedos inspiró a Conchita Cintrón a escribir un libro sobre las motivaciones que los hacen volver a los ruedos. Curioso es que de todos aquellos con los que conversó sobre el tema, ninguno dio a la Diosa Rubia una razón igual a la de otro. Cada uno tenía un por qué distinto para volver después de haber dicho que se iba.

Carlos Arruza no sería la excepción. En 1948 anunció que se iba de los ruedos. Tenía apenas ocho años de haber recibido la alternativa y unos cuatro de haberse encaramado a la cumbre. Fueron unos años muy intensos. El torero lo contó así a su biógrafo Barnaby Conrad
Comencé a pensar en retirarme, pues creí que ya no tenía metas por alcanzar en mi vida profesional. Todo lo que había soñado ya lo había conseguido. Con el dinero ganado en México, adquirí un edificio en la calle de Balderas, cerca del lugar en el que nací; después otro en Juan de la Barrera, eso junto con la ganadería en España, me aseguraba el futuro, así que un día apenas iniciado 1948, decidí que me iba a retirar de los toros… Iba a disfrutar de lo que había conseguido…
En esa creencia, la corrida de la despedida se programó para el 22 de febrero de ese 1948. Se celebraría en el casi nuevo Toreo de Cuatro Caminos y alternarían con él Calesero y Antonio Velázquez en la lidia de un encierro de La Punta. Fue una tarde en la que el viento intentó oponerse a los esfuerzos de los toreros. El primero de la tarde, Carabuco, hirió a Calesero en banderillas, y por eso no mató ninguno. En forzado mano a mano, Arruza cortó la oreja al segundo, Portuguero y al quinto, Puntillero. Por su parte, Velázquez mató tercero, cuarto y sexto. Al cuarto, Recóndito, le hizo una gran faena, pero lo pinchó. Sobre ese adiós de Arruza, El Tío Carlos, en su tribuna de El Universal, escribió:
…Hace seis meses apenas – ¡y ya parece tanto tiempo! – despedíamos a uno de los dos cuando lo llevaban en hombros por el camino de Linares a Córdoba. Hoy hemos despedido al otro, en el centro de un ruedo aún estremecido de triunfos… Pero bien ha hecho Carlos Arruza en marcharse. Ha hecho bien porque ya el arte moderno del toreo no necesita más sangre; la de su primer fundador es dolorosamente suficiente para probar la autenticidad y la verdad de este modo que ellos implantaron. Ahora él, Arruza, será – y volvemos al principio de estas líneas – el vivo testimonio de que si en esa escuela se puede morir heroicamente, también es posible vivir íntegramente. Que junto a la gloria ultraterrenal del mártir, pueden subsistir la gloria y el poder actuales y presentes del pontífice. ¡Adiós, Arruza!...
Tras incontables vueltas al ruedo, su mentor, Samuel Solís, le desprendió el añadido.

Comenzaba una nueva vida para Carlos Arruza, era ganadero en España y tenía inversiones inmobiliarias en la Ciudad de México, es decir, tenía asuntos a qué dedicarse. Sin embargo al paso de un par de años, esa actividad no le era suficiente. Cuenta Ignacio Solares:
Me contaba Jacobo Zabludovsky que a los dos años de despedirse Carlos Arruza por primera vez de los toros, en 1950, este lo invitó a comer por la necesidad imperiosa que tenía de un trabajo, no tanto por lo económico – Carlos tenía varios edificios en la ciudad, inversiones en dólares, una ganadería –, sino por tener algo que hacer. 
—Llevo las cuentas de mis negocios, leo mucho, estoy con la familia, veo amigos, pero si no tengo una verdadera responsabilidad voy a volver a torear. Me conozco. 
Jacobo habló con el presidente Miguel Alemán para contarle el caso y este lo remitió enseguida al secretario de Relaciones Exteriores, Manuel Tello. Arruza podía ser representante del país en un buen número de eventos de la Secretaría en el extranjero. 
Así sucedió. Tello le contó a Jacobo, a los pocos meses, que Carlos era un modelo de empleado, pocas veces visto por él. 
—Llega todos los días a las nueve de la mañana a su oficina, atiende enseguida todos los asuntos que se le encomiendan. Habla y lee perfectamente en inglés, que aprendió, dice, por su cuenta en la adolescencia. Su cultura es admirable. Su puro nombre abre puertas insospechadas en todo el mundo. Las cartas que manda reciben respuesta enseguida. Lo conocen hasta en China. “Oh, el torero más famoso del mundo junto con Manolete”, dicen…
De lo que escribe Ignacio Solares se advierte que para 1950 ya le afectaba a Arruza el hambre de miedo y la sed de toros negros a la que se refería Rafael Rodríguez cuando Conchita Cintrón le preguntaba por la súbita vuelta que hacía a los ruedos a torear una corrida de despedida en 1971.

Y así, poco duró Arruza como funcionario de la Secretaría de Relaciones, pues en ese 1950 regresó a los ruedos. Lo hizo en Europa y aunque las relaciones taurinas con España estaban rotas, toreó entre Portugal y Francia 24 corridas ese año. Reaparecería en la Plaza México el 18 de febrero de 1951, para lidiar toros de La Laguna en unión de Fermín Rivera y Calesero.

El adiós de la Plaza México

Llegado el año de 1953, Carlos Arruza decidió nuevamente irse de los ruedos. En esta oportunidad lo hizo con menos aparato que un lustro antes. Para hacerlo escogió una corrida benéfica, la Corrida Guadalupana. Esto es lo que contó a Barnaby Conrad:
Arreglé las cosas para una última corrida en la Ciudad de México. Para el 22 de febrero de 1953. La Corrida Guadalupana, la fecha más importante de la temporada. A diferencia de la mayoría de las corridas, esta sería de seis toros para seis matadores, así que solamente tendría una oportunidad de triunfar. Recé porque el toro que me tocara fuera bravo. 
Antes de cerrar la fecha, llamé a mi madre y a mi esposa y les pedí que prepararan las tijeras, porque cuando cayera ese toro, el número 1260 de mi vida, podrían cortarme la coleta… Ellas me verían torear por primera vez, pero por la televisión… 
Nadie sabía que me iba, sino hasta el momento del brindis, me dirigí al tendido y localicé la cabeza calva de mi amigo y gran aficionado Rico Pani. Había dicho en una ocasión que el día que le brindara un toro, ese día me iría de los ruedos y ese sería mi último toro. Cuando terminé el brindis me dijo: “Esto me causa tristeza, pero te felicito. Tristeza como aficionado, felicidad como amigo”. Esas palabras me llenaron mucho…
Puede causar extrañeza la celebración de una Corrida Guadalupana en febrero. La realidad es que era Guadalupana por el destino de los beneficios que producía, que eran en su día, las obras de preservación y consolidación de la Basílica de Guadalupe. El cartel lo formaron el rejoneador Juan Cañedo, Carlos Arruza, Manolo González, Manolo dos Santos, Jesús Córdoba, Manuel Capetillo, José María Martorell y Juan Silveti. Los toros, por su orden fueron de: Xajay (para rejones), Torrecilla, San Mateo, Heriberto Rodríguez, Tequisquiapan, Zotoluca, Zacatepec y Rancho Seco.

La versión de Daniel Medina de la Serna, en el primer tomo de la Historia de una Cincuentona Monumental sobre lo sucedido esa tarde, es la siguiente:
Carlos Arruza, que unos tres años antes se había “despedido” llenando los periódicos, antes y después de la corrida, con artículos alusivos, panegíricos, entrevistas con él y con sus familiares… Pero esta vez se despidió callada, secretamente. La fecha escogida fue el 22 de febrero (17ª), corrida Guadalupana. Con la emoción íntima de que era su penúltima tarde, pues al siguiente domingo sería la última en Ciudad Juárez y a beneficio de su cuadrilla, Carlos Arruza hizo, quizá, su mejor faena en la que se olvidó de ser “el atleta perfecto”, para realizar su más armoniosa obra; el toro se llamó “Peregrino” y fue de Torrecilla. De lila y oro dijo adiós… (143 – 144)
Por su parte, el semanario madrileño El Ruedo, en el ejemplar aparecido el 26 de febrero de 1953, refiere lo siguiente:
En la Corrida Guadalupana la nota más destacada ha sido la retirada del toreo de Carlos Arruza. Se lidiaban ocho toros de distintas procedencias para el rejoneador mejicano Cañedo y los espadas Arruza, Dos Santos, Manolo González, Jesús Córdoba, José María Martorell, Capetillo y Juan Silveti. La tarde era magnífica; el lleno, rebosante, y se inició la corrida con un desfile de charros realmente pintoresco e impresionante... Carlos Arruza se despidió de la afición de la Monumental toreando al toro «Peregrino» de Torrecilla, que resultó muy bravo. Estuvo admirable con el capote; puso pares de banderillas después de preparar al toro a cuerpo limpio, clavando en todo lo alto e hizo una faena de muleta admirable, con series de naturales y de pecho, pases con la derecha y adornos; pese a que entró a herir tres veces, le concedieron las dos orejas del toro y dio varias vueltas al ruedo entre la emoción del público, que le pedía que no se fuese, mientras éste se quitaba la coleta añadida en el centro del ruedo. Esperemos por bien de la fiesta, que esta retirada, como la primera del mismo Arruza, sea momentánea... La última corrida de la vida torera de Arruza se celebrará el día 1, en Ciudad Juárez, y el diestro la torea a beneficio de su cuadrilla.
La tarde de Ciudad Juárez

Hoy en día sorprenderá a más de uno que un torero que se despidió triunfalmente en olor de multitudes en la Plaza México vaya después a una plaza de provincia a torear una corrida a beneficio de su cuadrilla. Eso hacían los toreros de antaño y no solo cuando dejaban los ruedos, sino en ocasiones al final de cada temporada.

Hemos de tener en cuenta también, que cuando menos dos de los que formaban filas con Carlos Arruza, Alfonso Tarzán Alvírez y Javier Cerrillo estaban junto a él casi desde los días en que iba a aprender el toreo en Tacuba con Samuel Solís, entonces, más que su cuadrilla, eran su familia. Por eso, al menos a mí, me resulta más que comprensible el que les toreara una última corrida a su beneficio.

El cartel de ese 1º de marzo de 1953 lo formaron cuatro toros de La Punta para Arruza y Juan Silveti. Fue el último triunfo de Carlos vistiendo de seda y alamares. La relación del festejo aparecida en el semanario El Ruedo del 5 de marzo de 1953, es de la siguiente guisa:
En Ciudad Juárez y a plaza atestada, se celebró la corrida de toros con la que se despidió de la afición el diestro Carlos Arruza, quien, como ya decíamos, cedió sus honorarios a sus banderilleros y picadores. Arruza estuvo muy bien en todos los tercios, pero en el toro que abrió plaza la faena tuvo mayor relieve, pues todos los pases fueron perfectos. Al matar pinchó varias veces, por lo que perdió la oreja de su enemigo. Sin embargo, dio dos vueltas entre aclamaciones. En su segundo toro Arruza fue ovacionado durante la faena, a la que puso final con una gran estocada. Cortó las dos orejas y el rabo y dio varias vueltas al ruedo. Fue galardonado por la afición con el trofeo de Ciudad Juárez. Juan Silveti, tan torero como artista, cortó una oreja a su primero y las dos del segundo, siendo aclamado repetidamente. Ambos espadas salieron de la plaza a hombros de los entusiastas.
¿El final del camino?

Parecería que Carlos Arruza ya se había ido definitivamente de los ruedos. Era en ese momento ganadero en México y en España. Seguía manteniendo importantes negocios inmobiliarios. El gusanillo por torear lo podía matar en el campo. Sin embargo, los giros de la existencia son difíciles de predecir. En el biopic Arruza, el narrador (minuto 5:00 aproximadamente), siguiendo el guión de Budd Boetticher, el narrador expresa:
“La tranquilidad de la vida en el campo era una bendición, pero la rutina diaria de Pastejé se volvió aburrida y el fastidio era una nueva y misteriosa experiencia para Carlos Arruza… Entonces, una tarde, sucedió… hay un caballo suelto, un vaquero se descuidó al atarlo… una vaca que va a reunirse con la manada… una vaca embravecida embiste a cualquier cosa en movimiento… el plan de Arruza es muy simple, atraer a la vaca hacia él y llevarla hacia la manada… ahora, con el sombrero, está atrayendo a la vaca… Mari Arruza reconoce ese juego por su niñez vivida en Sevilla… se llama rejoneo…”
Carlos Arruza simplemente no podía quedarse quieto...

Aldeanos