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domingo, 27 de febrero de 2022

28 de febrero de 1982: Yiyo confirma su alternativa en la Plaza México

Programa anunciador de la confirmación de Yiyo

El cartel de la quinta corrida de la temporada 1982 de la Plaza México tenía un atractivo adicional a la presencia en él de Manolo Martínez y Jorge Gutiérrez. Se anunciaba la presentación en ruedos nacionales de un joven diestro madrileño que era producto de la entonces Escuela Nacional de Tauromaquia, que tenía su sede en las instalaciones en El Batán de la Casa de Campo en Madrid.

Se trataba de José Cubero Yiyo, quien durante su etapa de novillero sin picadores formó junto con Lucio Sandín y Julián Maestro una terna de promisorios aspirantes que pronto fueron apodados Los Príncipes del Toreo y que como tales recorrieron todas las plazas de España y Francia. Aunque en aquellos días la información que nos llegaba del otro lado del mar era impresa y escasa, los avances y logros de esos tres jovencitos formados de una manera que hace cuatro décadas resultaba novedosa, pronto fue del conocimiento de la afición mexicana y la llegada del primero de ellos que alcanzó la alternativa a nuestras plazas atraía al público a las taquillas.

Yiyo cumpliría los 18 años el siguiente abril, pero ya había abierto como novillero la puerta grande de Las Ventas y eso le valió recibir la alternativa el 30 de junio de 1981 en Burgos, de manos de Ángel Teruel y frente a José Mari Manzanares, siéndole cedido el toro Comadrejo de Joaquín Buendía.

Escribe Alfonso Santiago en Por siempre Yiyo:

Entrados ya en 1982, en la segunda parte de su primer viaje americano, le esperaban la plaza colombiana de Manizales, la ecuatoriana de Ambato y la Plaza México. El compromiso con Alfonso Gaona, el empresario del embudo de Insurgentes, estaba hecho, aunque por distintos motivos la fecha de la confirmación de alternativa de Yiyo fue variando. Se habló en un principio del 31 de enero, pero no fue posible. Luego parecía seguro el 14 de febrero, pero tampoco. Hasta que, finalmente, el domingo 28 de ese mismo mes se cerró definitivamente el cartel, toros de Begoña para Manolo Martínez, Jorge Gutiérrez y Yiyo...

La tarde de la confirmación

La Plaza México registró una gran entrada. Los toros de Begoña tuvieron una presentación, de acuerdo a las crónicas, que iba más allá de lo correcto, fueron cinco negros y un colorado, este el quinto de la tarde. Manolo Martínez vistió de bugambilia y oro, Jorge Gutiérrez de tabaco y oro y el confirmante, de obispo y oro. 

El primero de la corrida se llamó Sonriente, llevaba el número 95 y se le anunció un peso de 480 kilos. La actuación del diestro de Canillejas fue resumida así por Enrique Guarner, cronista del diario Novedades:

El primero de la tarde se llamó “Sonriente” y llevaba el número 95 y con 480 kilos. "Yiyo" lo recibió con lances, pero al ver que el toro embestía con la cabeza alta y poco risueño, Cubero le largó una serie de chicuelinas que remató con estupendo recorte… Vinieron varas de Antonio Flores e Israel Vázquez para que a la salida de la segunda “Yiyo” nos deleitara con dos lances templadísimos. En banderillas cumplieron Antonio Martínez y José Luis Hernández Rojano… Inmediatamente se celebró la ceremonia de la alternativa y el diestro español brindó a los asistentes. Su faena fue acertada y la comenzó por alto. Hubo intentos de toreo en redondo, pero el burel llevaba la cabeza suelta buscando el cuerpo de su rival. Como no lograba el lucimiento debido, “Yiyo” se tiró a matar dejándose ver y logró un estocadón en todo lo alto. La ovación del público hizo que saludara desde el tercio…

Por su parte, quien firmó como Juan Rafael, para el diario El Siglo de Torreón, dijo:

El españolito, José Cubero “El Yiyo”, comete el error de no placearse antes por los ruedos de la provincia. Llega, de golpe y porrazo, a la Plaza México y, claro, no logra entender la suave embestida de las reses mexicanas, acostumbrado a la fiereza del toro español… Sin embargo, dejó entrever que es un torero artista y, con el capote, logró momentos de gran belleza. A su primero, con el que confirma su alternativa, “Sonriente”, con 480 kilos, lo lancea por delante con verdadero primor. Hay una verónica, a pies juntos, que dura una hora. Pero, por desgracia, no logra acoplarse con la lenta e incierta embestida del morlaco. Pases por aquí y por allá y una gran estocada entrando por derecho, que le vale la salida al tercio…

Ante el sexto de la corrida, tuvo Yiyo otra buena actuación. Vuelvo a la crónica de Enrique Guarner, que describe así lo que ocurrió ante ese toro:

El sexto de la jornada se llamó “Cariñoso” y llevaba el número 118 y con 500 kilos. Inmediatamente saltó un espontáneo que actuó como una especie de “obstáculo para caballos”, pues el toro lo saltó por encima dos veces. Desde luego que esto contribuyó para avisar al burel que se volvió difícil. A pesar de ello “Yiyo” le ejecutó algunos excelentes lances y un mejor capotazo a una mano… El español brindó al ganadero Alberto Bailleres y su faena resultó bastante bonita. Hubo algunos redondos espléndidos que desgraciadamente fueron cortos. Por fin “Yiyo” cita a recibir y logra imponente estocada. Desgraciadamente se enmendó un poco, pero aun así estos espadazos aguantando debe ser más apreciados por un público conocedor…

El resto de la corrida

Jorge Gutiérrez tuvo una tarde que rozó la apoteosis. La espada le impidió salir con orejas en las manos, pero dio tres vueltas al ruedo tras la lidia del tercero de la corrida y una más tras la lidia del quinto. Por su parte, el primer espada, Manolo Martínez tuvo una tarde de las que los toreros no hablan. La lidia del primero de su lote la saldó con las opiniones divididas y el cuarto, llamado Amigable, seguramente daría nombre a una nueva cicatriz en su cuerpo, pues le infirió una cornada, de las siguientes características:

Herida por asta de toro como de 4 centímetros en el tercio medio, cara interna del muslo izquierdo, con dos trayectorias. Una hacia abajo y hacia afuera como de 12 centímetros y la otra hacia arriba y hacia adentro como de 20 centímetros que diseca los grandes vasos de la región sin lesionarlos. De no presentarse complicaciones, las lesiones tardarán quince días en sanar. Dr. Xavier Campos Licastro.

Amigable fue despachado por Jorge Gutiérrez.

Algunas reflexiones finales

Yiyo solamente torearía una corrida más en ruedos mexicanos. Sería otra vez en la Plaza México, el 25 de abril de ese mismo 1982 y no le volveríamos a ver por aquí. Se concentró en pelear una posición en los ruedos de su tierra, la que le era discutida sin razón aparente. Estaba pagando el precio de mantenerse al lado del que fuera su único apoderado, Tomás Redondo y caminar por la vía de la independencia, al margen de las grandes casas de apoderamiento. El costo a cubrir sería ralentizar su ascenso a la cumbre y tener que conformarse con lo que los demás no estaban por la tarea de aceptar.

Confirmó su alternativa en Madrid el 27 de mayo de 1982, de manos de José Mari Manzanares y llevando como testigo a Emilio Muñoz con toros de Félix Cameno y una contundente actuación le valió sustituir a Espartaco el 1º de junio siguiente, cuando abrió, como matador de toros, por primera vez la puerta grande de Las Ventas. A partir de ese momento la carrera de Yiyo fue, aunque no ausente de contratiempos, siempre en ascenso. Y en esa línea seguiría hasta la tarde de Colmenar Viejo.

Dice Luis Miguel Villalpando, hoy apoderado y contemporáneo de Yiyo en la Escuela de Tauromaquia:

Yiyo fue un privilegiado, un portento, un ser que nace con la condición de torero. Con 7 años que le conocí ya tenía el tío aquello que se necesita para ser torero, carisma. Fue desarrollando una personalidad arrolladora y un valor y compromiso excepcional. Él era sin lugar a dudas el más aventajado de la Escuela siendo de los más chicos por sus condiciones innatas. Los demás los teníamos que aprender y él nació con ellas…

Quien hoy lleva los destinos de Diego Urdiales, en retrospectiva, retrata la fuerza natural que envolvía a José Cubero, aquel hijo de emigrantes, que, como dice un amigo mío por un mero accidente demográfico, nació en Burdeos, pero era tan madrileño como la Calle de Alcalá.

El corolario que no es muy agradable, es el que tuvieron esos tres príncipes del toreo. Dice Luis Nieto:

En los carteles los anunciaban como “Los príncipes del toreo”. Sin embargo, en esos bajonazos con que la Providencia despacha a la mayoría de toreros, ninguno pudo reinar. Lucio pagó el tributo de perder un ojo por una cornada en la Maestranza. Y Maestro pudo continuar en el toreo, pero ya como banderillero…

Retomo el axioma de Frascuelo, aunque pudiera parecer un mero lugar común: Los toros dan cornadas porque no pueden dar otra cosa… El que no quiera eso, que se meta a obispo…

José Cubero Yiyo, decidió ser figura del toreo. Y lo consiguió. Y se transformó en leyenda.

domingo, 19 de abril de 2020

12 de abril de 1966: Calesero Chico se presenta en plazas de España

Calesero Chico (Cª 1966)
Le guarda la vuelta Arturo Muñoz La Chicha
Foto: Carlos Meza Gómez
Alfonso Ramírez Ibarra es el hijo mayor de Calesero. Y llegado el momento decidió intentar ser torero. Se presentó como novillero en la Plaza de Toros San Marcos, aquí en Aguascalientes el 19 de abril de 1964, para lidiar novillos de Peñuelas, alternando con Ramiro Cuevas y según don Luis Ruiz Quiroz, con Manolo Rangel, porque don Jesús Gómez Medina afirma que el que cerró la terna fue el hidrocálido Armando Mora. Independientemente de esta cuestión, quien sería conocido en los carteles como Calesero Chico, terminó la tarde dando dos aclamadas vueltas al ruedo, pues por fallas con la espada, no pudo culminar dos buenos trasteos.

Dos grandes faenas

Calesero Chico se presentó en la Plaza México el domingo 14 de junio de 1964, alternando con Sergio Zermeño y Jorge Carrasco para lidiar novillos de San Antonio de Triana, de don Manuel Ibargüengoitia Llaguno y en esa séptima novillada de la temporada sorprendió a la afición. Cortó una oreja al primero de su lote, Monarca y a pesar de haber escuchado dos avisos en el sexto, Chaparrito, dio dos vueltas al ruedo.

Lo anterior le valió para volver a la gran plaza dos domingos después, para enfrentar novillos de Javier Garfias acartelado con Mario de la Borbolla y Rodolfo Acacio. En esta oportunidad volvió a mostrarse a la afición de la capital con el sexto, Orientador, al que también cortó la oreja. La impresión del psiquiatra Enrique Guarner acerca de esas dos tardes es la siguiente:
México ha carecido de toreros importantes desde hace más de doce años, en que se retiró Carlos Arruza, pero a partir de 1964 la situación comienza a cambiar y una nueva generación va a desarrollarse paulatinamente. 
El 14 de junio se presenta en la Plaza México el hijo de Alfonso Ramírez «Calesero», que lleva el mismo nombre y apellido. La faena que realiza ese domingo ante «Monarca», novillo que pertenecía a la ganadería de San Antonio de Triana, produce una conmoción tremenda entre los asistentes, que la presencian de pie. 
Quince días después, «Calesero Chico» vuelve a ejecutar un trasteo inenarrable frente a un encastado burel de Javier Garfias. Para aquellos que contemplamos esta faena el momento resulta inolvidable. El diestro torea vertical, llevando limpiamente al astado y templándolo como lo hacen muy pocos. Todos pensamos que por fin había llegado un torero de época, pues se trataba de un muletero de una enorme pureza...”
El 16 de agosto de ese 1964, tendría otra gran tarde en Aguascalientes, alternando con Manolo Espinosa Armillita y Jesús Solórzano, en un festejo que don Jesús Gómez Medina llamo como el de los tres cachorros y del que ya me he ocupado por aquí. Otra vez la espada le traicionó, pero recorrió triunfalmente el anillo.

En esa temporada de 1964 toreó en la capital seis de las treinta novilladas que se dieron y al año siguiente regresaría a torear otras cinco de las treinta y una ofrecidas. Con ese bagaje, decide cruzar el charco para adquirir experiencia en campo y ruedos hispanos.

En España

La primera huella de su presencia en tierras hispanas la encontré en una entrevista que le realizó Carlos M. Tosantos y que se publicó en el semanario madrileño El Ruedo, en su número aparecido el 22 de marzo de 1966, misma en la que entre otras cuestiones, Calesero Chico menciona lo siguiente:
Alfonso Ramírez «El Calesero», hijo, ha venido de Méjico en compañía de Antonio Ordóñez, del que el muchacho habla con admiración y le llama «maestro» siempre que se refiere a él. Antonio Ordóñez, que era amigo de su padre, se ha ofrecido para ayudarle, e incluso le ha buscado apoderado: su hermano Pepe. 
«VENGO A ESPAÑA PARA FORJARME» 
—Yo vengo dispuesto a todo, con la mejor voluntad del mundo, y esperando ponerme con el toro lo más pronto posible. 
— ¿Ese ha sido el motivo de tu viaje a España? 
— Sí. He venido a España para forjarme y darme a conocer. A todos los toreros mejicanos les ha venido muy bien la estancia en España. Ordóñez me ha dicho que si quería ser torero y tenía ilusión que viniese y él me ayudaría. 
— ¿Tus toreros predilectos? 
— Ante todo, mi padre, prescindiendo del hecho de que sea mi padre, y juzgándole como simple aficionado. Luego, «el maestro». Su toreo es de una clase tan extraordinaria y de un estilo tan depurado que es para envidiar. Mi padre, al que más admiraba era a Pepe Luis Vázquez. A mí, personalmente, y según lo que me han «platicado» hacia él toreo que a mi me gustaba... 
— ¿Cuánto tiempo estarás en España? 
No tengo idea. De momento, quiero estar la temporada entera, pues Livinio Stuyck y el «maestro» me han arreglado el contrato para venir aquí. Quisiera tomar la alternativa en España, de ser posible, de mi padre, y si no, del «maestro», y volver a Méjico con ella. El recibir la alternativa de mi padre seria una cosa emocionante y curiosa. Que yo sepa, hay pocos antecedentes de esto...
Se observa de la entrevista que iba bien apadrinado. Le introdujo en el medio español Antonio Ordóñez y le apoderaba su hermano Pepe. Esa circunstancia le podía abrir la puerta de plazas importantes allá.

La presentación se arregló para el Domingo de Resurrección – 12 de abril – de ese año en Jerez de la Frontera, alternaría con otro debutante en esa plaza, José Rivera Riverita y Ventura Núñez Venturita en la lidia de novillos de los Herederos de don Salvador Guardiola. La crónica aparecida en el diario ABC de Sevilla y firmada por Rodrigo de Molina, refiere entre otras cosas lo que sigue:
Jerez. Lo desapacible de la tarde, restó público a la novillada de Resurrección, en la que hacía su presentación en esta plaza José Rivera «Riverita» y Alfonso Ramírez «Calesero», mejicano, precedido de gran fama en su aparición en España, con los que completaba la terna el novillero jerezano Ventura Núñez «Venturita», triunfador en el festejo de San José, por lo que se hizo merecedor al capote de paseo, que al comienzo del espectáculo le fuera entregado por las peñas taurinas, en nombre de la empresa Belmonte. 
Los novillos pertenecían a la ganadería de los Herederos de don Salvador Guardiola, de Sevilla, de mucho nervio, bonita estampa y codiciosos con los caballos, siendo aplaudidos en el arrastre los lidiados en segundo y tercer lugar. El sexto, protestado por un sector del público – aún desconocemos por qué –, fue devuelto a los corrales, o mejor dicho, se hicieron intentos de que siguiera a los cabestros, y ante la imposibilidad de lograrlo, el de turno «Calesero», lo finiquitó de dos medias estocadas, solicitando con anterioridad de ese sector descontento con las dificultades del astado, lidiarlo en forma y a continuación el sobrero. Pero no fue así, y el desánimo total cerró plaza… 
El diestro mejicano Alfonso Ramírez «Calesero» arrancó los primeros aplausos con la capa. Buen estilo. Con la muleta desarrolló una faena muy bonita y ligada, rematándola con una casi entera. (Una oreja y vuelta al ruedo.) Al sexto, ya dijimos como lo despachó, y al sobrero, contrariado ya por lo anterior, y por ser inferior a sus hermanos de camada, «Calesero» lo aliñó y mató de media y unos pinchazo…”
Un buen debut. Su padre se había presentado casi veinte años antes – 21 de abril de 1946 – también un Domingo de Resurrección en Sevilla. Calesero Chico permaneció en España solamente hasta el mes de junio. En ese lapso de tiempo toreó cuatro novilladas y cortó tres orejas, de acuerdo al escalafón del semanario El Ruedo

Pude localizar dos de esas fechas, que fueron el 1º de mayo en Vista Alegre, Carabanchel, donde alternó con Simón Mijares El Duende y Alfonso Núñez en la lidia de novillos de Carmen González de Ordóñez y cortó allí una oreja al sexto y dio la vuelta con el mayoral y la del 30 de mayo en Valencia, donde formó cartel con Héctor Álvarez, Fernando Tortosa y Antonio Millán Carnicerito de Úbeda en la lidia de novillos de Francisca de Mora Figueroa, El Pizarral de Casatejada (2º) y Conde de la Maza (3º). En esta última tarde fue ovacionado en su lote.

La alternativa

Al final de cuentas, Calesero Chico regresó a México a recibir la alternativa en ese mismo 1966. La ceremonia se verificó en Ciudad Juárez el 24 de julio, apadrinándole su padre en corrida mano a mano con toros de Carranco. El toro de la ceremonia se llamó Noche Buena. El doctorado lo confirmó en la Plaza México el domingo 15 de enero de 1967, le apadrinó Manuel Capetillo y fungió como testigo Andrés Hernando – también confirmante – con la cesión del toro Trovador de Reyes Huerta, tercero de esa tarde.

Hasta aquí este recuerdo de uno de los toreros que en el escalafón de novilleros ha realizado una de las faenas más importantes de la historia de la Plaza México, y que por eso, tiene reservado un sitio propio en la historia de ese recinto y de la del toreo en nuestro país.

domingo, 13 de octubre de 2019

Detrás de un cartel (XIV)

Rafael Osorno

Civilmente llamado Melchor Osorno Cuéllar, nació en la Ciudad de México el 6 de enero de 1919. Era hijo del concertino de la orquesta del Teatro Principal y si bien su destino estaba en el andar por las veredas del arte, no sería en los escenarios de los teatros o en los fosos de las orquestas donde se expresaría, sino que las arenas de los ruedos vendrían a ser el sitio en el cual dejaría la huella de su creación artística.

Se presentó como novillero en El Toreo de la Condesa el 8 de junio de 1941, alternando con Carlos Vera Cañitas y Felipe González en la lidia de novillos queretanos de Xajay. Haría la transición a la Plaza México y actuaría por primera vez en la nueva plaza de toros en la vigesimosegunda novillada dada en su ruedo y de la temporada de 1946 – que constó de 40 festejos – el 11 de septiembre de ese año, alternando con Vicente Vega Gitanillo Chico y Félix Briones en la lidia de novillos de Carlos Cuevas. Esa tarde las cosas no se le dieron bien a Rafael y tuvo que regalar un séptimo novillo, sin resultados reseñables.

El cartel

Para el 29 de junio de 1945 y en celebración de la fiesta de San Pedro y San Pablo, la empresa de la Plaza de Toros de Madrid anunció una novillada en la que se lidiaría un encierro de doña Concepción de la Concha y Sierra por José Ortega Gallito; Rafael Osorno, de México y Cayetano Ordóñez Niño de la Palma, de Sevilla. Los dos últimos, nuevos en esa plaza.

Al final de cuentas se lidiaron solamente cinco de los novillos originalmente anunciados, pues el cuarto fue sustituido por uno de Fonseca. La actuación de Rafael Osorno no fue triunfal. En primer término recurro a la breve relación que de ella hace Manuel Sánchez del Arco Giraldillo, en el ABC de Madrid del día siguiente al de la novillada y señala lo siguiente:
Se lidiaron cinco novillos de Concha y Sierra que tomaron 16 varas por dos caídas, y uno de Fonseca, el lidiado en cuarto lugar, que recibió tres varas. Fue una corrida terciadita. Lo peor de ella, la vista defectuosa de los toros primero, quinto y sexto. 
Presidió el Sr. Plaza, y el sol hizo una ancha brecha en los tendidos castigados por él. No obstante, hubo por allí algunos héroes... 
El mejicano Osorno, que banderilleó con más voluntad que lucimiento, destacó en su faena al toro tercero. Nos parece muy entendido en el manejo de la muleta. Le aplaudieron mucho en el toro mencionado, y en el último, cumplió. Los matadores animaron los quites.
Giraldillo parece conceder a Osorno el beneficio de la duda al reseñar que fue aplaudido en sus intervenciones, aunque sin estruendo triunfal.

Una segunda crónica que encontré es la que está firmada por A en el diario deportivo Gol de la capital española, del día siguiente al del festejo y es de la siguiente guisa:
La novillada tendía en sí un hálito de irresistible simpatía. El hijo del Niño de la Palma – qué larga y enrevesada denominación – venía al ruedo de Madrid a confirmarse como posible continuador de un nombre. De un nombre que no se cayó de la boca ni del pensamiento de los espectadores en tanto discurría la lidia de cinco novillos de la Viuda y uno de Fonseca. Era el nombre famoso que llenará un día el ámbito taurino de popularidad generosa y de pura y emotiva leyenda... 
Debutaba con el Niño de la Palma el novillero mejicano Rafael Osorno. Veterano de los ruedos, buen lidiador, llegaba a Madrid con el marchamo de haber sido un día ídolo de la afición mejicana para caer después en el más franco y desolador olvido. 
De salida por esta definitiva recuperación no tuvo éxito. Se quedó en ese tono opaco que caracteriza todo lo medio, y su fracaso no se hizo esperar. La indiferencia con que le vio el público y, lo que es peor, el silencio respetuoso con que fue despedido, dicen bien a las claras lo poco que queda por esperar de este nuevo valor mejicano. 
Discreto y frío con el capote, vulgar como banderillero y poco decidido a quedarse quieto con la muleta, sólo le salvaba su signo como estoqueador. Y éste que es fundamentalmente negativo. Por eso, el paso de Osorno por Madrid no quedó grabado más que por una deferencia de nuestro público, insatisfecho siempre en cuanto a toda curiosidad se refiere. 
Así como Gallito logró distraer a ramalazos y el Niño de la Palma dejó entrever positivas esperanzas, Osorno anuló todo crédito de espera. Quedó definitivamente juzgado. 
Los cinco novillos de la Viuda de Concha y Sierra y el de Fonseca constituyeron una corrida muy a tono con la terna de novilleros. Corrida para triunfar plenamente...
El juicio de A es lapidario y no le concede nada a Rafael Osorno. Lo considera uno más de los muchos que han pasado por Madrid.

Mañico de Matancillas

¿Pero quién ha sido en realidad Rafael Osorno?

Rafael Osorno no es el fantasma que parecen describir las dos crónicas arriba transcritas. En su historia tiene el haber escrito alguna de las páginas más grandes de la historia del Toreo de la Condesa y quizás también, de la historia moderna del toreo en México.

Ese hecho ocurrió el 30 de agosto de 1942, cuando para lidiar novillos de Matancillas, fue acartelado con Rutilo Morales y Luis Briones. Esa tarde le correspondió en el sorteo el novillo llamado Mañico, al que le realizó la que, durante muchos años, fue considerada la mejor faena realizada por un novillero en las plazas de la capital mexicana. El psiquiatra Enrique Guarner fue testigo de esa faena y en un artículo publicado en el desaparecido diario Novedades de la Ciudad de México el 15 de mayo del año 2000, recuenta lo siguiente:
El domingo 30 de agosto de 1942, se lidiaron en El Toreo de la Condesa, novillos de Matancillas. El cartel estuvo integrado por Luis Briones, Rutilo Morales y Rafael Osorno. El quinto se llamó “Mañico”, siendo negro zaíno y cómodo de pitones. Rafael Osorno le desplegó el capote ligando media docena de verónicas. Vino luego un fantástico quite por chicuelinas, y en el segundo tercio, tres magníficos pares de banderillas que fueron de menos a más. Con la muleta, Rafael, que vestía de azul y plata, realizó un portento de faena, donde se produjeron pases de todas las marcas que transformaron la plaza en un manicomio con los espectadores gritando sin cesar. A pesar de tres pinchazos y entera en lo alto, se le concedieron las orejas y el rabo, dando hasta cinco vueltas al ruedo...
Por su parte, Guillermo Ernesto Padilla, en su Historia de la Plaza El Toreo hace la siguiente remembranza:
Osorno dio la nota de aquella y de muchas temporadas con una maravillosa faena al incomparable “Mañico”, faena reputada como la mejor realizada por un novillero en aquel ruedo. Fue algo portentoso. A los pases por alto escultóricos siguieron las series de pases naturales, prodigio de elegancia y clasicismo, los derechazos de incomparable belleza y el de pecho izquierdista como un monumento. Cuando el astado dobló, después de varios pinchazos y una estocada honda, los ámbitos del coso se estremecieron al grito consagrador de ¡torero! ¡torero! ¡torero! mientras el maravilloso muletero recorría la arena sobre un mar de prendas y con la oreja del imponderable “Mañico”. Después vendría la multitudinaria salida en hombros...
En ambas relaciones hay disparidad en cuanto a los apéndices concedidos por la faena, pero la esencia, el hecho de que la gente que la presenció perdió los papeles ante la magnitud de la obra realizada, es coincidente. Y hasta estos días, cuando se habla de una gran obra de un novillero, se alude a Osorno con Mañico, a Procuna con Barbián, a El Callao con Cuadrillero, a Solórzano con Bellotero, o a José Antonio Ramírez con Pelotero, pero Rafael Osorno siempre está a la cabeza de esa lista.

Y el aire legendario de Rafael con Mañico empezó temprano. En 1945, preparando su temporada española, el 5 de abril, apareció esta inserción sin firma en el ABC de Madrid:

Rafael Osorno o la evocación de “Chicuelo” 
Después de evocar la faena más grande de las realizadas en Méjico por Manuel Jiménez “Chicuelo”, en la plaza de El Toreo, un periódico mejicano saca a colación lo efectuado por Rafael Osorno recientemente en la misma plaza y dice: “Hace apenas unos domingos, la plaza de toros El Toreo se estremeció nuevamente hasta sus cimientos. La arena se cubrió de prendas de vestir, de flores, de sombreros, de todo lo arrojable que los espectadores tenían en sus manos. Estábamos viendo realizarse nuevamente el milagro de la gracia, el clasicismo en el arte del toreo; esta vez, como la anterior, era un torero de pequeña estatura, espigadito, de andar menudito y rostro infantil. Por un momento nos pareció estar soñando; nos pareció volver mentalmente diecisiete años atrás y veíamos a la misma figura girar lentamente; al toro ir y venir, metido materialmente en los vuelos del mágico engaño. El rostro del artista, sin inmutarse. Los pies, sembrados en la ocre arena, moviéndose tenuemente y sólo lo necesario para que la figura quedara asentada en el terreno preciso para continuar aquella serie de muletazos perfectos y ligados, en los que el conjunto del toro y artista formaba imágenes de belleza inconmensurable; imágenes como aquellas que trazaron para la fiesta esos derroteros de belleza estética que ahora tiene. Rafael Osorno, con el toro “Mañico” de Matancillas, escribió un capítulo entero del arte de bien torear, de torear con arte. 
Se habla ya de otorgar la alternativa a este diestro, que en tan solo dos años se ha colocado en la cima más alta del escalafón novilleril contemporáneo. Osorno, de novillero, es el que mejor papel ha hecho, no sólo ante el toro, sino con el mismo público, que ya ha mostrado la marcada preferencia que tiene para este joven artista, al que ya se le han afiliado numerosos partidarios, que forman legión y que constituirán, cuando el muchacho se doctore, un poderoso partido, que llevará a su héroe hasta las cimas elevadas a que la perfección que ha alcanzado dentro de su arte le ha hecho merecedor”. 
A primeros de abril llegará a España Rafael Osorno, y poco hemos de tardar en ver la confirmación de lo que de él dice la Prensa mejicana.
Inserción en el ABC de Madrid 05/04/1945
Rafael Osorno no pudo escalar la cumbre porque se esperó de él lo realizado con Mañico en cada toro que enfrentó. Cambió el oro por la plata e ingresó en la Unión Mexicana de Picadores y Banderilleros en el año de 1948, despidiéndose de los ruedos el 27 de agosto de 1978 en la Plaza México, en una novillada que torearon Alfonso Hernández El Algabeño, Félix Briones hijo y Gerardo Nuño El Calesa alternando en la lidia de novillos de Santoyo.

Rafael Osorno falleció en la Ciudad de México el 13 de octubre de 1984.

domingo, 26 de enero de 2014

Guillermo Capetillo y Gallero de Cerro Viejo. 20 años después

Guillermo Capetillo
Guillermo Capetillo sale a los ruedos al final de los años sesenta y el inicio de los setenta del pasado siglo. Lo hace junto con otros hijos de toreros que pretendían continuar la trayectoria de sus padres ante la enseñanza de éstos. Así, Manolo Arruza, David Silveti, Fermín y Miguel Espinosa, José Antonio Ramírez El Capitán, Humberto Moro, Martín Obregón y su hermano Manuel comenzaron a torear festivales por las distintas plazas de nuestro país con la guía de Armillita, CaleseroCarlos Arruza, Manuel Capetillo, Juan Silveti, Humberto Moro y el ganadero Rafael Obregón entre varios de los destacados que se unieron a esta singular cuadrilla que inició casi como de niños toreros y que culminaría con el ingreso al escalafón mayor de varios matadores de toros que ocuparon el sitio de figuras del toreo.

Guillermo Capetillo se presentó como novillero en la Plaza México el año de 1977 – el de la faena de su contemporáneo El Capitán al novillo Pelotero de San Martín – junto con su hermano Manuel y dejó apuntes de un toreo profundo, de gran inclinación artística, pero sin rematar faena alguna. No obstante el 20 de noviembre de ese año recibió la alternativa en San Luis Potosí de manos de Manolo Martínez, llevando como testigo a José Mari Manzanares.

Comienza a combinar su carrera en los ruedos con la actuación en el cine y en series de televisión, lo que le aparta por temporadas extensas de los ruedos y es quizás por ello que confirma el doctorado en la Plaza México hasta seis años después. Esa arista de su actividad profesional – la actuación – le va a ocasionar algunas desavenencias con grandes sectores de la concurrencia a las plazas de toros, aunque cuando se enreda con un toro logra la unanimidad. Sin embargo, esto ocurre con intermitencia.

La tarde de Gallero

Guillermo Capetillo
La tarde del 30 de enero de 1994 parecía estar gafada. Ese domingo pasaba por televisión a nivel mundial la final del fútbol americano profesional – el super bowl – y el cartel integrado por los toros de Valparaíso – la última corrida de su hierro que vio lidiar don Valentín Rivero en la Plaza México –, Guillermo Capetillo, Jesús Janeiro Jesulín de Ubrique y Humberto Flores que confirmaba su alternativa esa tarde no fue capaz de sacar a la gente de sus casas para ir a los toros, así que la asistencia resultó paupérrima en el llamado Coso de Insurgentes.

Los toros de la lidia ordinaria parecieron confirmar la decisión de quienes prefirieron permanecer en sus domicilios a presenciar el espectáculo televisivo. Los seis de Valparaíso dejaron pocas opciones a los diestros actuantes, tanto así, que nada más tomar la muleta Guillermo Capetillo para dar cuenta del cuarto de la tarde, anunció el regalo de un séptimo. Ni siquiera esperó la posibilidad de que el toro hubiera cambiado de lidia o que alguno de esos raros milagros que a veces suceden, se diera momentos después.

El toro de regalo se llamó Gallero, de la ganadería jalisciense de Cerro Viejo. La versión del psiquiatra Enrique Guarner, en esas fechas encargado de la crónica taurina del desaparecido diario Novedades de la Ciudad de México sobre lo realizado por Guillermo Capetillo con él es en este sentido:
Con «Gallero» de Cerro Viejo, Capetillo fue el mero, mero. Lionel Landry escribía en 1927: «Se ha hecho un abuso tal de la noción de ritmo que sería positivo dejar de usarla en estética». Si este término se ha ido convirtiendo en un concepto vago e impreciso es porque se le ha cargado de significaciones de carácter heterogéneo. De cualquier manera el ritmo es un sinónimo de la velocidad plástica y representa a un esquema de duraciones que acompañan a cualquier obra de arte. Para que algo posea ritmo se requiere de una periodicidad entre sus partes y es así como en la naturaleza observamos la sucesión de los días con las noches y en la vida diaria las alternativas entre el trabajo y el reposo… En el toreo el ritmo no resulta más que un esquema de sucesiones temporales y han habido algunos diestros con gran habilidad para construir sus series de pases. Ayer en la Plaza México tuvimos uno de esos casos cuando Guillermo Capetillo – ante un burel de regalo terciado de Cerro Viejo – acompasó sus muletazos guardando proporción entre sus movimientos realizando una magnífica faena. En realidad la base de su toreo fue la muñeca con la cual hacía que el astado girara una y otra vez a su alrededor en pases de gran estética… Con lo anterior se convirtió en el «mero mero» de la torería mexicana y tengo que añadir que la expresión se deriva del latín «merus», adjetivo que indica que el objeto sea puro, simple y no tenga mezcla de otra cosa... Guillermo Capetillo. Hace tres años Guillermo realizó dos buenas faenas, una con un toro de San Martín y la otra con uno de Vistahermosa. Sin embargo, faltaba hilvanar lo suficiente los pases y alcanzar el triunfo rotundo. Ayer puede decirse que lo logró al torear, como dije arriba, a base de muñeca, en lugar de tirar del toro. Ciertamente que los muletazos no resultan tan largos, pero los enmarca la estética y eso es en última instancia lo que cuenta. Tengo que agregar que su actuación con «Gallero» fue completa, puesto que desde que se abrió de capa vimos espléndidas verónicas terminadas en medias, como debe ser; asimismo con la muleta magníficas series rítmicas y todo culminado con gran estocada... Su primero fue el cárdeno «Granizo» con 527 kilos y no vimos gran cosa de capa pero sí un herradero notable durante el segundo tercio. Con la muleta Capetillo ejecutó cuatro estupendos naturales que parecían presagiar los del séptimo. La faena no cuajó y mató de un golletazo desprendido. Nada pudo hacer con «Motivos» con 529 por peso y desde que tomó la muleta anunció que regalaría el sobrero… Este fue «Gallero» de Cerro Viejo con 480 kilos y aquí vimos excelentes verónicas con todas las de la ley y jugando muy bien los brazos. Las mismas se repitieron en el quite extremadamente templado. Con la muleta Capetillo comenzó por alto y en seguida surgieron enormes naturales bien rematados. El toreo en redondo con la derecha también fue magnífico y rítmico. Los adornos, de buen gusto y bien construidos. Mató de entera y el juez Jesús Córdoba otorgó el rabo del animal, premio con el que nunca estaré de acuerdo, pero que en esta ocasión puede justificarse... En resumen, nada satisfizo el encierro de Valparaíso, pero Capetillo estuvo más que certero con «Gallero».
Una segunda opinión es la de Heriberto Murrieta, expresada en las páginas del diario deportivo Ovaciones, también de la capital mexicana. De ella extraigo lo que sigue:
Capeto torea hacia adentro, se pasa cerca a los toros, los lleva templados, «magnetizados» en la muleta para luego despedirlos con el «canillazo» de la casa Capetillo. Atendiendo siempre a la estética, siempre fue a más. Guillermo, que es hombre sobrio y callado, guardaba un mutismo taurino de años, pero ahora, libraba toda esa energía torera que estaba aprisionada. Lo mismo en los derechazos que en los naturales, hubo siempre una gran verdad, un torero auténtico, de las zapatillas a la montera. En las brevísimas pausas entre las tandas, pareció que se imaginaba en su mundo interior al tiempo en que el público hacía crecer el coro de ¡torero, torero! Se estremecía Guillermo como si de pronto penetraran rayos luminosos en su ánimo. El público pedía el indulto del toro, pero Capetillo hizo bien en darle muerte con un estoconazo impecable, ¡Una faena grande debía terminar así! Ha sabido extrovertirse cuando era el momento y le tumbó el rabo al completísimo toro de Cerro Viejo, mérito que no ha de soslayarse, debido a la categoría de la faena y la plaza donde la consumó. Anonadado por el aluvión de voces de aficionados emocionados que habían vibrado con aquella obra maestra, Guillermo el artista sentimental, el hombre que ha sufrido, sollozó, invadido por el éxtasis de haber entregado el alma en todos y cada uno de los muletazos. Casos como el suyo no se encuentran a diario. Toreros como él, ninguno… La faena de Guillermo Capetillo a «Gallero» de Cerro Viejo ha pasado a la historia del toreo en México…
Guillermo Capetillo
Cada uno de los cronistas invocados, con su estilo, dejan bien claro que la obra de Guillermo Capetillo ante Gallero de Cerro Viejo fue de un gran relieve y creo que lo deja bien claro el hecho de que le haya otorgado el rabo del toro el Maestro Jesús Córdoba, el último de los jueces que en la Plaza México, le daban valor y sentido a los trofeos que allí se otorgaban.

La temporada 1993 – 94 fue redonda para Guillermo Capetillo. El 27 de marzo de 1994 ganó en la Plaza México la Oreja de Oro, misma que disputó con Mariano Ramos, Pedro Gutiérrez Moya El Niño de la Capea, David Silveti, Jorge Gutiérrez y Manolo Mejía, cerrando así lo que ha sido para él, hasta ahora, el serial de más triunfos en su paso por los ruedos de México.

Esta es otra faena de culto, que en un hipotético recuento de las mejores que se hayan realizado en el ruedo de la Plaza México, tiene un especial lugar.

Un vídeo de la faena

Lo pueden encontrar en esta ubicación, disfrútenlo.

martes, 7 de julio de 2009

5 de junio de 1932, Plaza de Toros de Madrid: Armillita y Centello de Aleas (y II)

Antes de seguir adelante con el tema, considero importante hacer algún apuntamiento acerca de lo que eran algunos de los personajes de la prensa taurina mexicana en aquellos días.

Cuando comencé a recabar los datos necesarios para armar esta entrada, conocía básicamente la de Federico Morena, de El Heraldo de Madrid, que coincidía en lo sustancial con la tradición oral acerca del gran triunfo del Maestro de Saltillo, pero al encontrarme con la de Federico M. Alcázar, en El Imparcial, también diario de la Capital de España, me volví a enfrentar con el hecho de que ayer como hoy, los escritores tienen sus filias y sus fobias y también sus intereses, a veces muy bien definidos en estas cuestiones de los toros.

La crónica de Alcázar está escrita en forma epistolar y va dirigida a Carlos Quirós Monosabio, en esa fecha ya cronista taurino del diario La Afición, mismo que fundara junto con Alejandro Aguilar Fray Nano en el año de 1930, a su salida de Toros y Deportes – sucedáneo de El Universal Taurino –, la que según Enrique Guarner, se debió a una denuncia que hizo Antonio Márquez a Miguel Lanz – Duret, en esos días Director General de El Universal, acerca de las desmedidas pretensiones económicas de Quirós para moderar sus posiciones en las crónicas que escribía. La versión de Guarner sobre este asunto es la siguiente:

“…En 1924 – 1925 el madrileño Antonio Márquez viene a México para torear la última temporada de Rodolfo Gaona y no obstante haber toreado 8 corridas cobrando 8 mil pesos por cada una, tiene que pedir prestado para regresar a España. Vuelve en 1930 y ya no visita a “Monosabio”, por lo que éste emprende una campaña contra él. La rebelión era peligrosísima, porque podía cundir el mal ejemplo. Márquez busca en una cena al director de El Universal, le pone las cartas boca arriba y el cronista es despedido, pero poco tiempo después “Monosabio” encuentra una nueva tribuna en “La Afición”, desde donde continúa con sus sobornos…” (En: Crónicas de Carlos León, Editorial Diana, México, 1987, Pág. 16)



Lo que es evidente, es que Monosabio se movía profesionalmente según sus intereses, que además, era el pontifex maximus del gaonismo en México y era un hecho también, que Rodolfo Gaona no toleraba ni digería los logros en los ruedos de Fermín Espinosa, Armillita. Le veía con gran recelo. Las palabras de Leonardo Páez acerca de la tarde de la alternativa mexicana del Maestro:

…Hace apenas dos años y medio que el maestro leonés se despidió de los ruedos y satisfecho asiste a la corrida, convencido de que nadie puede llenar el hueco taurino y artístico que ha dejado.

Sin embargo, El Indio Grande observa incrédulo cómo aquel chamaco flacucho y espigado da la vuelta al ruedo en el toro de su doctorado, Maromero, y algo de contrariedad experimenta cuando Fermín emocionado le brinda la muerte de su segundo, Coludo. La gran ovación que recibe Gaona pronto se apaga con los fuertes olés que provocan los sensacionales muletazos de aquel niño maestro, quien además de dominar con desahogo al sandieguino le corta las orejas y el rabo y es llevado en hombros hasta El Universal Taurino...

Carlos Quirós había llevado a Federico M. Alcázar a El Universal Taurino como corresponsal en Madrid a la muerte de Ángel Caamaño El Barquero, lo que me sugiere que compartían maneras de ver la fiesta y de lo que he leído de la obra periodística de Alcázar, también compartían entendimiento de la misma. No puedo afirmar, porque carezco absolutamente de medios o versiones para hacerlo, que también participaran de los mismos métodos para someter a los toreros a sus mandatos, como el caso que Guarner narra respecto del Belmonte Rubio, pero sí distingo muchas coincidencias en su proceder.

El padre de Armillita se acogió a los buenos oficios de Rafael Solana Verduguillo - director de El Universal Taurino - para difundir los logros de sus hijos toreros. Por supuesto, eso no le encantó a Monosabio, que por su labor periodística diversa a la taurina, se había constituido en una especie de oráculo táurico en los círculos del poder.

Si sumamos a eso la celosa inquietud que produjo en quien hasta poco tiempo antes era el número uno, es decir Rodolfo Gaona, la resultante será que la opinión de Carlos Quirós será siempre la de buscar el prietito en el arroz, la de resaltar los desaciertos en lugar de proclamar las virtudes y a fe mía, que después de leer la crónica de Alcázar, ese sentimiento es el que le transmitió su amigo.

En esos antecedentes, paso a transcribir íntegra la crónica aparecida en El Imparcial de Madrid, del día 7 de junio de 1932 y como ya lo he señalado firmada por Federico M. Alcázar:

La octava corrida de abono

Historia de un recurso
Una gran faena de Armillita
Reaparición de Fuentes Bejarano

Carta Abierta

Para "Monosabio" crítico taurino de Méjico

Amigo Quirós: Perdone si algún retraso lleva ésta completamente involuntario. Me ha sobrado deseo y gusto, pero me ha faltado tiempo.

Recibí la suya en la que me pedía confidencialmente una impresión de la temporada en España. Hasta hoy no he podido hacerlo. Tampoco encontré oportunidad.

Ahora lo hago aprovechando las últimas corridas, que son las más interesantes. Como lo que voy a decirle me interesa que lo conozca el público, se lo mando por conducto de EL IMPARCIAL, que es el periódico a que está usted suscrito.

La temporada, amigo Quirós, va siendo deficiente, tirando a mala. Como casi todas las temporadas. Por los toros, peor que por los toreros. Han salido media docena de reses notables. Pero el término medio ha sido manso, ese tipo de manso con el que no es posible el lucimiento.

Lo más interesante de la temporada ha sido una corrida celebrada recientemente, en la que Bienvenida y Ortega han dado una gran tarde de toros. Ha sido un clásico y brillante mano a mano, con sabor de época y salsa de competencia. Dos toreros jóvenes de opuestos estilos y escuelas.

Creo que si en la repetición tienen suerte formarán partido. Ambiente ya tienen. También debo hablarle de Barrera, a quien usted conoce sobradamente.


Barrera ha vuelto de Méjico que «jumea», y está saliendo a éxito por corrida. Y como detalles reveladores, no como cosa plena y lograda, debo apuntarle los nombres de La Serna y Solórzano, que nos han servido el mejor toreo de capa de la temporada.

Pero lo más interesante y ruidoso por los comentarios apasionados que está suscitando, es un recurso que está empleando Ortega con los toros quedados y que, a juzgar por los síntomas, van a seguirlo los demás toreros con todos los toros. Pero no es esto lo malo. Lo peor es que el público, a juzgar también por los síntomas, lo va a aplaudir sin reparar si el recurso es adecuado al toro. Esto es lo interesante y lo que da valor al recurso. Pero como hoy la gente ha perdido, no sólo la afición, sino la simple curiosidad y va a los toros como a otro espectáculo cualquiera, cada día sabe menos de estas cosas y juzga las corridas por impresión, aplicando a toros y toreros un criterio simplista. Antes se dejaban orientar por la crítica; pero ahora creen que saben más que críticos y toreros. Y esto es lo grave, porque cada día les sorprende una cosa que ellos creen una novedad y luego resulta que tiene en el toreo un antecedente histórico de treinta años.

El recurso a que me refiero es éste: cuando un toro está muy quedado y no embiste al cite natural se le sesga al pitón contrario, adelantándole las «bambas» de la muleta al hocico y enganchándolo. De esta forma se le hace parar. A esto, como usted sabe, se le llama en términos taurinos «jalar del toro». Recurso para los toros que no vienen, que no se arrancan al cite natural. Este recurso, empleado con los toros prontos, a los que basta pisarles el terreno para que se arranquen, es una pamplina innecesaria y hasta una ventaja porque al toro bravo hay que dejarlo llegar, parar y aguantarle, que este es el valor supremo. Todo el mérito que tiene en los toros quedados de corta arrancada lo pierde con los bravos de arrancada larga y franca.

Pero este recurso tiene una historia que usted seguramente recordará.


Fuentes fue el primero que empleó este recurso con la mano derecha Fuentes, que era la quinta esencia de la elegancia, le llegaba a los toros muy cerca con la muleta en la mano derecha. Hacía el cite natural meciéndola un poco. Si el toro no acudía, la retiraba y entonces su figura adquiría aquélla pose majestuosa y elegante, mezcla de señor y de gitano. Volvía de nuevo a citar: ¡Ja! Y al no acudir por segunda vez adelantaba un paso y le echaba la muleta al hocico, enganchando al toro y haciéndole pasar hasta donde le daba de sí brazo y muleta, mientras la figura permanecía quieta y erguida. Eso lo hacía con los toros quedados. A los que, colocado en su terreno, embestían pronto no había necesidad.

Pasó el tiempo, y un día Gallardo, el apoderado de Vicente Pastor, hablando de Fuentes, le dijo a Vicente:

— «Oiga usted, Vicente, ¿por qué usted, que tiene tanta facilidad para torear con la mano izquierda, no prueba a hacer lo que hace Fuentes a los toros quedados con la derecha?»

— «No sé si resultará —respondió Pastor—, Lo probaré, porque es un recurso lucido y eficaz».

Y lo probó. Ya recordará usted cómo tomaba los toros Pastor. Les salía andando lejos - así decían que lo hacía Frascuelo, que, a pesar de su fama, no creo que aventajara como torero a Vicente — para irlos fijando. Se paraba dos o tres veces y cuando les llegaba desplegaba la muleta. Si el toro acudía al cite natural, consumaba el pase; pero si no embestía, le andaba un paso más y le adelantaba la muleta al hocico, enganchándolo y haciéndolo pasar. El pase lo remataba siempre por alto.

Después, lo hizo Belmonte. Yo recuerdo habérselo visto hacer a varis toros, entre ellos a uno de Albaserrada. Y últimamente el malogrado Gitanillo de Triana se lo hizo con el capote varias veces a un toro de Murube, en Sevilla. Apelo al testimonio de don Clemente de Oro, que lo presenció conmigo. De este recurso, como de otras muchas cosas del toreo, hablamos diariamente una peña de aficionados, Y uno de ellos, que es tocayo mío, estando con Ortega en Salamanca, después de verle torear magistralmente una vaca, cuando el animal había quedado agotado y no podía con el rabo, le dijo: «Déjala que se refresque y échale la muleta al hocico, verás cómo todavía la puedes torear». Y la toreó como Ortega torea. Y a partir de ese momento no tropieza con toro quedado que no le eche las bambas, el enganche y provoque el entusiasmo.

Lo que hace Ortega con los toros quedados, lo que debe hacerse cuando se tiene valor para ello, quieren hacerlo los demás toreros a los toros que no lo necesitan y este es el error. Error que no debe compartir el público. Lo malo de estos recursos es que andando el tiempo la fuerza de la costumbre los convierta en usos, y esto es deplorable, Es deplorable porque del uso al abuso no hay más que un paso, recurso para la suerte de recibir fue el volapié. Luego surgió otro recurso: el paso atrás. Después otro: perfilarse fuera del pitón, que engendró el cuarteo. Y así, de concesión en concesión, hasta el paso de banderillas, Total que la suerte de recibir se perdió y el volapié también, pues ahora es cuando verdaderamente vuelan los pies. Ya veremos si los de ese mozo de Chiclana que se llama Gallardo se están quietos. Hay que tener mucho cuidado no se repita el caso lamentable que acabo de apuntar. Que por abusar de un recurso se pierda una de las tres cosas matrices y puras del toreo: el pase natural. Por eso doy la voz de alarma en América por conducto del crítico más autorizado.

El domingo empleó este recurso Armillita innecesariamente, pues era un toro bravísimo de los llamados de bandera para los toreros, que cuando le pisaban un poco el terreno se arrancaba veloz. Y, naturalmente, el público se entusiasmó más por este detalle que por los pases naturales en sí. La gente no reparó que el toro no necesitaba de este recurso para torearle reposadamente al natural. Y esto no es por restarle mérito a los cuatro pases naturales, que fueron colosales. Los muletazos con la mano derecha me gustaron menos. Pases sueltos, por alto y en redondo de los llamados estatuarios, pero perdiendo la muleta tres veces. Una faena monumental, que desbordó el entusiasmo, pero un poco sosota, desangelá, de ave fría; un guiso suculento, pero sin sal. Ya conoce usted a Armillita. Pinchó cuatro veces y le dieron la oreja. En el sexto, que se lidió bajo un aguacero no hizo nada. Le mató de un sablazo. Banderilleó en toro de la oreja con facilidad y finura.

En esta corrida reapareció Fuentes Bejarano, No había figurado en el primer abono y volvió en el segundo. También conoce usted a Bejarano, Torero valiente y dominador. Pertenece a ese grupo de toreros machos que ostentan una divisa, la divisa que fue siempre la más limpia ejecutoria del toreo: la hombría. Le tocaron dos buenos mozos. El primero se declaró manso. Después de lancearlo por verónicas ceñidísimas que se jalearon, le trasteó cerca y valeroso, para un pinchazo y una soberbia estocada en las tablas, jugándose la cornada. Gesto pundonoroso y bravo, que le valió una ovación con vuelta al ruedo. También se ajustó con el capote en el quinto, que era un hermoso ejemplar con dos pitones que daban miedo. La faena fue breve y emocionante. Seis pases altos y de pecho valerosísimos, seguidos de un macheteo entre los pitones para una estocada desprendida. Otra ovación con vuelta al ruedo v petición de oreja.

Fortuna, borroso y gris toda la tarde. Unos lances al primero, algunos muletazos por bajo y una estocada en el cuarto hábilmente colocada. Poca cosa. Y nada más. Como nota final le diré que los toros fueron de la viuda de Pepe Aleas. Una corrida admirablemente presentada, en la que se lidió un toro bravísimo, ideal para el torero: el de Armillita. Un toro un poco blando para los caballos, pero para el torero excepcional. Los restantes cumplieron, haciendo una pelea desigual.

Un abrazo.

Federico M. Alcázar




Como podrán ver, con una gran soberbia - niega cualquier conocimiento al aficionado - Alcázar se empeña en desacreditar una faena histórica, haciendo un alarde de erudición, tratando de establecer – y creo que muy claro lo deja – que lo que Armillita hizo esa tarde, ninguna novedad era y que de haber dado otra lidia al toro, quizás – olvidando que el hubiera no existe – estaría comentando una obra más grande que la vista. Total, que no quedó contento don Federico ese día.

Sin embargo, me parece que así como con clarividencia unos años antes, vio el toreo que estaba por venir, cuando describió la faena de Chicuelo a Corchaíto de Graciliano Pérez Tabernero en ese mismo ruedo y en las mismas páginas de El Imparcial, ahora, sus ya invocadas filias y fobias no le permitieron ver quizás, un golpe de timón que un torero mexicano daba a la forma de hacer el toreo y que implicaba ya no el esperar la arrancada del toro, sino provocarla y obligarla a ir en una determinada dirección. Es decir, era la pieza del puzzle que faltaba, para completar lo que el torero nacido en Triana en la calle Betis, pero criado en Sevilla en la Alameda de Hércules había iniciado un lustro antes.

Y si no, léase nuevamente la crónica de Federico Morena, en la que describe con claridad la manera en la que hoy se torea de muleta:

…Echó el artista la muleta atrás y adelantó el cuerpo arrogantemente. Pisaba el terreno de los valientes. Entonces la muleta avanzó despaciosa, sin dudas ni vacilaciones, hasta dar suavemente con los vuelillos en el hocico de la res. Y vino la arrancada: una arrancada templadísima. El espada tiró del toro, y se lo llevó al costado, y dobló la cintura sobre el pitón, y obligóle a trazar con el espinazo una curva considerable…


El círculo se había cerrado, lo que inició Joselito con el toro de Martínez aquél de la encerrona madrileña, lo prosiguió Chicuelo con Dentista y Lapicero en México y Corchaíto en Madrid y lo remató debidamente Fermín el Sabio con Centello. Ese es, desde mi punto de vista, el real fondo de la faena y el real fondo de la aparente ceguera de taller de Alcázar, que influido por su amigo Monosabio, no supo, no quiso o no pudo ver lo que ante sus ojos se estaba culminando.

Grandes son los males que las visiones interesadas pueden causar a la memoria histórica de las cosas.

Ojalá que a pesar de su extensión, esta aportación les haya resultado de interés.

Aldeanos