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domingo, 14 de enero de 2024

Jesús Solórzano y Fedayín de Torrecilla, a 50 años vista

Jesús Solórzano
Foto: Lyn Sherwood

El seguro azar del toreo

José Alameda ha explicado con claridad lo que pudiera considerarse una de las grandes paradojas de la fiesta de los toros, en el sentido de que lo único seguro en ella, sea precisamente el azar, entendido éste, en el sentido de que por más previsiones que se tomen al respecto de una situación determinada, no necesariamente se dará el resultado que se previene, sino uno que puede ser fortuito, accidental o involuntario.

Era quizás miércoles y todavía no estaba definido el cartel de la sexta corrida de la temporada 1973 – 74 de la Plaza México. Muchos rumores circulaban entre la afición y los medios especializados. Dadas las importantes actuaciones de Manolo Martínez y Mariano Ramos el domingo anterior, las voces más fuertes propalaban un mano a mano entre ambos toreros ante el encierro de Torrecilla que era lo único fijo para la fecha. Pero también se decía, que en las oficinas de la empresa se manejaba que en la combinación que se diera podría participar Jesús Solórzano, anunciado en el apartado y que a esa fecha aún no se había presentado ante la afición capitalina.

Cuenta don Alberto A. Bitar que ante la sola mención de que Jesús Solórzano podría entrar en el cartel en el que se lidiarían los toros de Torrecilla, don José Julián Llaguno montó en cólera:

José Julián Llaguno, llevado por su encono en contra de Jesús – nunca se supo bien a bien el fondo de la cuestión – amenazó con que su familia no permitiría que se lidiaran los de Torrecilla, que convocaría a una conferencia de prensa y que entablaría una demanda contra la empresa… José Julián Llaguno era famoso por dos motivos: el primero, por sus chistes, y el segundo, por lo violento de su carácter, sólo que no tomó en cuenta a la Delegación, que amenazó con retirar del cartel a la ganadería para el Distrito Federal, amén de aplicarle una cuantiosa multa… (La Jornada, 29 de octubre de 2017)

Bastó el apercibimiento de la autoridad para que la ira de don José Julián se apagara y aceptara la terna de toreros que la empresa formó para enfrentar a los toros de su hermano José Antonio, que se completó con Eloy Cavazos y Mariano Ramos, para dar cuerpo a ese sexto festejo del serial 73 – 74. De esa manera el azar jugó la primera de sus cartas, abriendo una puerta que inicialmente estaba casi absolutamente cerrada para Jesús Solórzano.

El segundo pase del azar se produjo con los toros de Torrecilla. La corrida llegó a los corrales de la Plaza México seguramente la tarde del día 8 de enero de ese 1974, con la idea de que estuviera allí los cinco días anteriores al festejo, según lo marcaba el Reglamento. Pero el jueves siguiente, dos toros se pelearon y uno quedó inutilizado. Así lo cuenta don Francisco Madrazo Solórzano en su libro El Color de la Divisa:

…una llamada de Carlos González me inquietó, me contó con detalle como el toro número 38, inutilizó durante una pelea, al número 31, quebrándole una pata… Llamé por teléfono a Carmelita Llaguno y le pedí que embarcara otro toro a la mañana siguiente. Y como yo no podía ir, llamé también a “Chemel” para que me sustituyera: “Entre el 50 y el 49, que escoja Toño el que más le guste, están muy iguales en trapío y peso”, le dije… El jueves 10 de enero festejan sus aniversarios de nacimiento mi tío Jesús Solórzano Dávalos – 1908 –, y Manuel Martínez Ancira – 1947 –, les llamé a ambos para felicitarlos. Ese mismo día nació mi hijo, Antonio Manuel. Mientras acompañaba a Esperanza, me enteré por la prensa que mi primo, Chuchito Solórzano Pesado, completaría el cartel de la corrida del domingo… Toño, acompañado por su primo “Chemel” Garamendi, embarcaba al toro número 49, sustituyendo al lastimado. Cuatro días después, el solitario viajero y el diestro postergado, se unirían – cómplices felices – en una de las más grandes, bellas y mejor trazadas faenas en la historia de la Plaza México: la de Jesús Solórzano Pesado, al toro “Fedayín”, No 49, negro, de Torrecilla, con divisa verde y blanca...

La segunda carta del azar fue la del triunfo. Fedayín no iba, en principio, a esa tarde en la Plaza México, tuvo que darse un percance en los corrales para que de manera emergente fuera llevado a sustituir a uno de sus hermanos que se inutilizó. Y jugó también para que en el sorteo le correspondiera a Jesús Solórzano quien lo aprovechó a plenitud.

Jesús Solórzano y Fedayín ante la crónica

El quinto toro de esa corrida, el que de acuerdo a la voz popular, nunca es malo, fue nombrado Fedayín y ante él, Jesús Solórzano realizó una faena que hoy es considerada por muchos como de culto, pero que, en el fondo, es una de esas que, cuando se haga un recuento de las grandes obras realizadas en el ruedo de la Plaza México, tendrá que ser considerada, necesariamente. José Alameda, en su tribuna de el Heraldo de México, entre otras cosas, expresó lo siguiente a propósito de ella:

Siempre que el arte hace su aparición, la fiesta se desintoxica. Porque, no lo dude usted, la fiesta vive intoxicada. Intoxicada de monotonía… Pero el arte verdadero, ¡aparece tan de tarde en tarde! Sin embargo, es suficiente con que asome para que cambie toda la valoración del toreo. Solórzano acabó ayer, de un solo golpe, con esa faena de molde, monótona e industrial, esa faena que se imprime en serie, como las estampas de calendario, la misma que hemos visto ya este año y el anterior y el otro y el otro… ¿hasta cuándo?... Lo que hizo ayer Solórzano fue poner en evidencia la realidad del arte auténtico, fragante, inspirado, sincero, frente al arte de “los pintores de calendario”. Dicho con bíblico lenguaje: Solórzano vino a correr a los mercaderes del templo… La obra de arte tiene siempre que dar la impresión de algo único, distinto, sin par. Es todo lo contrario de la copia fotostática. La obra de arte, hija de la inspiración, es un modelo único. Por eso vale tanto. El público de la plaza México, este público dotado de tan impalpable sensibilidad y tan implacable juicio, lo comprendió, también de golpe, de corazón, con el alma desnuda. Y se entregó al artista con voto unánime para poner en las manos de Solórzano las dos orejas del toro. Porque en los grandes momentos, hay una emoción de la mente y un juicio del corazón… Solórzano, sí. Pero no sólo él. Fue también el aficionado mexicano, en su puesto de honor de la plaza México, el que dio el ejemplo: moralmente, expulsó a los mercaderes del templo… (Heraldo de México, 14 de enero de 1974)

Por su parte, Carlos León, en su crónica epistolar, dirigida a don Lucas Lizaur, de la zapatería El Borceguí, apunta:

Jesús Solórzano II, que inesperadamente entró al cartel como con calzador, parecía que iba a ser el “Ceniciento” de la tarde; un simple “arrimado”, marginado en un rincón de la cocina mondando patatas, mientras otros se despachaban el caldo gordo con la cuchara grande… ¿Qué fue lo que hizo Chucho para armar la que armó y colocarse, de golpe y porrazo, en un sitial que nunca había tenido? Pues muy sencillo: Volver los ojos hacia el toreo de antaño, al toreo clásico, al torear rondeño. En vez de dejarse llevar por el camino herético de la supuesta e iconoclasta “Escuela Mexicana del Toreo”, retornó a la verdad y a la naturalidad, a la pureza de procedimientos, a la estética desahogada. Y con eso tuvo para abrirle los ojos al público, que en una revelación volvía a ver los viejos moldes que creían haber roto los falsos profetas… Si bien con el capote anduvo desdibujado – lo estuvieron todos –, en lo demás, hasta en adornarse en banderillas que ya casi nadie las clava, hizo una faena de “las de ayer”, un trasteo de los que quitan años de encima, con muletazos y buenas maneras de otras épocas. Todo lo gris que había estado en su primero, fue luminosidad con este quinto toro, que en mala hora bautizaron “Fedayín”, nombre aborrecible para personas civilizadas. Para tan bella faena, pocas nos parecieron dos orejas y dos vueltas al ruedo. Pero eso era lo de menos, había resucitado el bien torear y eso nos llenaba de regocijo… (Novedades, 14 de enero de 1974)

Por su parte, el licenciado Antonio García Castillo Jarameño, titular de la sección taurina del diario deportivo Ovaciones de la capital mexicana se pronunció en el sentido siguiente:

Con la franela, la obra cumplida; la faena en que estuvo impreso un estilo personalísimo, tanto en las formas como en la construcción, muletazos acendrados, con el ritmo preciso, a la distancia justa, a la altura necesaria, engolosinando al noble y bravo burel de Torrecilla, haciendo que el enorme coso fuera un solo olé, y que la gente sintiera que admiraba algo distinto, nuevo, que no era más que eso: el personal sentir de un hombre frente a un toro... ¡nada más! Ahí trenzados en magníficas formas derechazos y naturales; ahí la culminación con el muletazo de pecho cumplido en su cabal dimensión; ahí la arrucina, pero la arrucina sin aprovechar el viaje, sino citando, embarcando, es decir, toreando y el remate justo con uno de pecho de cabo a rabo. Y los adornos – suficiencia y torerismo – en esos derechazos en redondo citando casi de espaldas, los medios pases ligados con otros por bajo sobre la diestra. Pero sobre todo y además de todo, todo ejecutado con un aliento de personal calidad... sí, “El estilo del hombre”. Dos orejas, tras un pinchazo y una más de media. Ovación inacabable y dos vueltas al anillo con salida a los medios... (Ovaciones, 14 de enero de 1974)

La relación de Alameda anota una cuestión importantísima que parece hoy de actualidad, pero que es un mal, que pareciera ser crónico para la fiesta, en el sentido de que llegan momentos en que el toreo se estereotipa, y las faenas se parecen demasiado unas a otras. La crónica de Carlos León resalta el valor intrínseco y esencial de la faena, la pureza en su trazo y en los procedimientos utilizados y que no resultan ser más que el reflejo de una tauromaquia concebida a partir de la naturalidad en su ejecución y en una técnica muy depurada en su concepción. Es por eso que el cronista del Novedades, al describirla, la señala como una faena de las de ayer. Por su parte, Jarameño deja en claro que la obra realizada por el hijo del Rey del Temple ante Fedayín no era cosa de cualquier domingo, sino una de esas que se recordarían por siempre.

El juicio personal de Jesús Solórzano

Cinco años después del hito, en el programa de televisión Toros y Toreros del entonces Canal 11 de la capital mexicana, que, en esas fechas, (1979) conducían Julio Téllez, Luis Carbajo y José Luis Carazo Arenero, se proyectó el vídeo de la faena y lo comentó el propio Jesús Solórzano, quien entre otras cuestiones dijo sobre ella lo siguiente: 

Esa tarde era de mucho compromiso, el único vestido que tenía para estrenar era ese y yo me dije: “o me retiro de los toros, o me compro más vestidos…”, me la estaba jugando al todo por el todo… son faenas que te ponen en tu sitio y que te dan aire para caminar… no podía yo fallar con el toro, todo lo que tenía que hacer era muy pensado, ya después te vas gustando, te olvidas de todo y te entregas al placer de torear… había que darle la pausa al toro, dejarle respirar… mi toreo tiene la influencia de la buena tauromaquia… hoy me doy cuenta de lo grande que puede ser la amalgama de las suertes que tiene el toreo… los toreros hemos perdido mucho porque estamos haciendo un toreo estándar, un toreo igual… esta faena recurre al toreo clásico… lo de ahora es muy bueno, pero con lo de ahora y lo de antes, hay que hacer algo mejor…

Como se aprecia, a un lustro de distancia, Jesús Solórzano distinguía, sin petulancia, el valor de su obra ante Fedayín, y establecía las líneas divisorias entre el toreo puro y lo que se pudiera considerar el toreo moderno. No se mostraba refractario a lo que algunos han dado en llamar la evolución del toreo, pero sí dejaba bien claro que las bases fundamentales de la tauromaquia son inamovibles, que son esenciales y cualquier modificación que se plantee, ha de ser a partir de ellas.

En conclusión

En este día se cumplen cincuenta años de esta gran obra de Jesús Solórzano, una faena clásica, en la que se reiteró una vez más que el toreo puro, ese toreo en el que, como lo dejó dicho Rafael Ortega, para transmitir, primero se tiene que sentir, es y será siempre el que mueva las fibras sensibles de afición y público, el que deje en nosotros su huella indeleble y que nos invite a volver a la plaza el siguiente domingo, con la esperanza de volver a encontrar esa conjunción entre toro y torero que es la razón de nuestra afición, eso que llaman el toreo eterno.

domingo, 13 de agosto de 2023

Relecturas de verano (XII)

En la Puerta

Fernando López Vázquez, un torero de exquisitos procedimientos ante los toros vio publicado en 1991 su valiente ensayo biográfico que llevó por título el apodo que, en una crónica aparecida en el diario capitalino Excélsior, le impusiera para la posteridad, firmando como Don Inmodesto, el que después pasaría a la historia universal del toreo y de las letras como José Alameda: El Torero de Canela, partiendo quizás de aquella idea que externara Arthur Miller, en el sentido de que el aroma de algo es aquello que no se puede ver, pero se puede percibir y sobre todo, se puede recordar.

Aproximadamente una década después – tengo en mi poder la segunda edición del año 2001 –, El Torero de Canela volvió a las arenas editoriales, en esta oportunidad con una novela, en la que, evidentemente, el tema de la fiesta es el eje de la trama y en el que a través del andar de un personaje – Fermín Conde – estudiante de música en el Conservatorio Nacional, que como él, accidentalmente acudió a un festejo taurino y en cuanto observó lo que allí sucedía quedó seducido por el ambiente, construye una historia que, de acuerdo con los sucesos de la actualidad reciente, cobra a mi personal juicio, mucho interés.

La trama de En la Puerta

Fermín Conde, decía, era un estudiante del Conservatorio Nacional de Música, originario de Pachuca, Hidalgo y en una visita de fin de semana a la casa de su familia, se reúne con su novia que era hija de uno de los profesores más importantes de la Escuela de Música de la Universidad de Hidalgo, profesor que ese domingo, fue llamado in extremis, a suplir a su amigo el director de la banda de música que amenizaba los festejos taurinos de la plaza Vicente Segura de la llamada Bella Airosa.

El profesor universitario y director suplente invita a los toros a su hija y al que después sería su yerno a acompañarlo al festejo y ambos acuden a regañadientes, porque, sintiéndose cultos, no admiten la existencia ni la subsistencia de una fiesta como la de los toros. Concluida la corrida, el autor escribe los siguientes diálogos:

Al término de la corrida se reunieron con don Evodio, salieron lentamente hacia el vehículo y ya en él, se escuchó a Grecia decir:

- No me gustó, es sangriento, pobres animales…

- Me gustaría aprender a torear, dijo Fermín.

- ¡No! Dijeron ambos al mismo tiempo.

- Sí – ratificó Fermín – el toreo es bello, rítmico, aunque estoy de acuerdo con usted maestro, en que la música no es la apropiada y contigo Greci, en que el espectáculo es sangriento, pero quitando esas dos “cosas”, el toreo es hermoso…

Lo que una supuesta afiliación cultural impedía ver a dos personas, fue precisamente la ventana que se abrió para una tercera, que en los términos del decurso de la obra, a partir de ese año de 1997, empezó a buscar la manera de aprender a torear, como una manera de entender lo que había visto esa tarde de domingo, en la que accidentalmente, sin proponérselo, asistió a una corrida de toros.

Posteriormente Fermín Conde se acercaría a los más conspicuos aficionados de su ciudad natal y se dedicaría a leer las principales obras escritas a propósito de la tauromaquia, ello sin descuidar por una parte sus estudios de música, pero tampoco su aprendizaje de los secretos de la lidia de los toros, que emprendía con verdadero interés.

De allí a la triunfal presentación como novillero en León, Guanajuato, el siguiente enero, transcurrió un suspiro y a la alternativa en olor de multitudes, apenas otro. Fermín Conde, un virtuoso de la música y del toreo ocupaba las todavía principales páginas de los medios que difundían la fiesta sin temor a ser considerados políticamente incorrectos.

Los conceptos conflictivos en la novela

Pronto Fermín Conde se encontraría inmerso en los principales acontecimientos de la fiesta en este país. La corrida del 5 de febrero no podía prescindir de su presencia y apenas con unos cuantos años de alternativa, era el principal atractivo de ella. En ese festejo, realizó un ejercicio que no es precisamente ortodoxo y que se relata por el autor así:

Ahora – continuó el cronista – ya se abrieron las medias puertas del ruedo donde aparecen los picadores; en el tercio contrario Pablo Samperio toca al toro quedándose con él, mientras Fermín Conde llega hasta donde están los picadores dialoga con ellos, retroceden y vuelve a cerrarse el ruedo. Por medio de serias con un brazo en alto Fermín trata de explicar al público que los picadores no saldrán; por el interfón la autoridad del callejón informa a la autoridad de la plaza que los de a caballo, a pedimento del matador Fermín Conde, aceptaron no salir, por lo que el matador queda autorizado para continuar la lidia; mientras todo esto sucede, el público de las localidades cercanas a los sucesos se entera que ese toro se lidiará sin picar y empieza a aplaudir y la noticia se va regando por el tendido y cuando la autoridad lo anuncia por el sonido local estallan los aplausos de un público que no sabe exactamente lo que va a suceder pero que intuye que algo está modificando la tradición en la fiesta de toros y si ustedes me lo permiten – decía el locutor – yo con ellos.

Al final de cuentas, el toro así lidiado, fue indultado. Ni siquiera se pudo calibrar su bravura ante los picadores, solamente se pudo ver que era un dulce para la muleta y por eso se le perdonó la vida… La mesa estaba puesta para un giro copernicano – nada propicio – en la fiesta de los toros.

Posteriormente el torero Fermín Conde intentaría imponer lo que hoy son llamadas las corridas del velcro, en las que no se pica a los toros y la suerte de banderillas se simula pegando al morrillo de los toros una capa de velcro, para que las banderillas se sujeten a ella por acción de ese mecanismo de adhesión plástico. El autor narra que la Unión de Subalternos se opuso a la celebración de tales festejos, amenazando vetos a las plazas que los llevaran a cabo, por lo que el torero – músico desistió de ello, cumpliendo con sus compromisos a la usanza tradicional y después de ello, haciendo un paréntesis en su carrera en los ruedos, para dedicarse por completo a la música.

- ¿Qué has pensado sobre lo de los subalternos?

- Creo – contestó Fermín – que aún no tengo la fuerza suficiente para cambiar el rumbo del toreo y, pensándolo bien, creo que nunca lo podré hacer... no seré yo quien acabe lo que lleva siglos de ser... continuaremos con lo tradicional, pero yo estoy en esto por el arte que en ello existe y también creo que para que llegue a ser arte puro, deberán limarse asperezas; tal vez estoy equivocando el camino y no deba hacerlo en las plazas, el tiempo lo dirá.

El epílogo de la novela

Fernando López, El Torero de Canela, cierra su novela con una supuesta crónica, fechada el año 2055, en la que, entre otras cuestiones, se dice:

Con la eliminación de los picadores, se acabó, se cerró el capítulo del toreo nacido a caballo con los señores feudales... El toro, con tres años cumplidos y cuatrocientos kilos de peso, salió en las plazas con el beneplácito del público... Generalmente los tres toreros hacen dos “quites” cada uno en cada toro, con los aplausos y ovaciones que merezcan, durando el tercio de capa, diez o quince minutos... El tercio de banderillas también se modificó, se usan las banderillas con el velcro adhesivo y se desterró el arpón. El largo de las mismas se redujo a cuarenta centímetros resultando más emotiva la suerte, la que sigue ejecutándose de poder a poder, al sesgo, al cambio, andándole hasta la cara, con giros, con cambios de espalda, galleando, por la izquierda, por la derecha, por dentro, por fuera, colocándose tantos pares como el público pida... Al llegar al último tercio, fue una sorpresa comprobar que sin el castigo del picador y los arpones de las banderillas, la mayoría de los toros embisten mejor; sin el tiempo limitado, las faenas con muleta son tan largas o cortas como el toro, torero y público quiere... la suerte de matar se ejecuta sin estoque y el toro regresa vivo a los corrales... ahora ya el único en peligro de muerte es el torero y esto aumentó el interés por el espectáculo, aún en aquellos que antes la repudiaron con el pretexto de “la protección a los animales”...

¿Apología o premonición?

Los sucesos de fechas recientes, como el anuncio de toros sin sangre en un cortijo privado, que al final, vistas las pocas imágenes que del mismo circularon, fueron una lamentable mojiganga en la que participaron toros de lidia y un matador de toros, me llevaron a recordar que hace algunos años leí esta novela del Torero de Canela. En una primera lectura, archivé el libro molesto, decepcionado, porque quedé convencido de que don Fernando López, después de haber sido un torero importante en la historia patria del toreo, se había convertido en un apologista de esas corridas sin sangre.

Pero ahora, a la vuelta de los años, y vistos los sucesos recientes, me quedo con la duda acerca de sí efectivamente su obra tenía por objeto el defender ese tipo de festejos taurinos o sí por el contrario, su intención era la de advertirnos, como torero que ha sido y como aficionado, del mal que se nos venía encima, por la penetración en los medios de la fiesta de personas que desconocen su historia, sus tradiciones y sus entrañas.

Hoy dejo este intento de reseña bibliográfica con una duda. No obstante, si pueden conseguir el libro, léanlo y entérense de los peligros que se nos vienen encima.

Aviso parroquial: Los resaltados en los textos transcritos son obra imputable exclusivamente a este amanunense, por no obrar así en su respectivo original.

Referencia bibliográfica: En la Puerta. – Fernando López Vázquez. – Grupo Editorial Alternativa, segunda edición, México, 2001, 187 páginas, con ilustraciones en blanco y negro. – ISBN 970 – 9030 – 02 – 7.

domingo, 9 de julio de 2023

9 de julio de 1922: Una accidentada jornada en Tetuán de las Victorias

Plaza de toros de Tetuán de las Victorias

El arranque del séptimo mes del año 1922 no pudo ser mejor en el aspecto taurino para la afición madrileña. Fueron puestos a su disposición tres festejos en un radio territorial más o menos accesible, a modo de que pudieran elegir el que resultara de su interés. En la plaza de la Carretera de Aragón se dio una corrida de toros con un cartel formado por Bernardo Casielles, Enrique Rodríguez Manolete II y Eleazar Sananes, quienes enfrentarían toros del Marqués de Melgarejo. En la plaza de Vista Alegre, en Carabanchel, se ofreció una novillada en la que Francisco Navarro, Domingo Hernandoarena y el mexicano José Flores Joselito, se las verían con novillos de Manuel Santos, antes Antonio Fuentes

El festejo de la plaza de Tetuán

La tercera opción para la afición de Madrid se dio en la plaza de Tetuán de las Victorias. Allí ante novillos de Joaquín López de Letona y Gumersindo Llorente, actuarían Miguel Casielles – hermano del primer espada de la corrida de Madrid –, Enrique García Hilacho y el debutante gaditano José Ángel. He de confesar que al buscar un hecho significado en esta fecha para intentar contar algo este día, me encontré con el nombre del marchenero Hilacho y me vino a la memoria aquella narración de José Alameda, en el sentido de que, el primer festejo que recordaba haber visto en su vida, fue precisamente en Marchena y fue una novillada en la que actuó ese Enrique García

Las dos ganaderías que lidiaron en ese festejo tenían su asiento en Madrid. La de López de Letona es situada indistintamente en Ciempozuelos o en El Escorial – según la fuente que se consulte – y la de Llorente era del rumbo de Barajas, y creo que no está de más señalar que en parte de las tierras en las que en algún tiempo pastaron los toros de lidia de don Gumersindo, hoy está edificado el aeropuerto internacional Barajas – Adolfo Suárez de Madrid. Los dos ganaderos enviaron novillos de muy buenas condiciones. Escribió Pepe Lápiz en El Liberal del 11 de julio siguiente:

Pues nada, que D. Joaquín López de Letona y D. Gumersindo Llorente enviaron toros bravos, muy bravos, con nervio y con poder, que se iban tras el engaño, resolviéndose en un palmo de terreno. Eso fue todo… Los tres primeros lidiados fueron los de Letona, y fueron terciados: de veinte a veintidós arrobas, suaves, pastueños, blandos de patas, finos de pezuña, bien criados, no exagerados de defensas, pero con poco nervio, especialmente el primero y tercero… Otros toreros hubieran armado el escándalo con esos toros, ya que se prestaron a ello; donde les mostraban el engaño, allá acudían; ¿para cuándo aguardan estos fenómenos? …Los otros tres, de Llorente, fueron también muy bravos, pero grandes, el lidiado en cuarto lugar, en la plaza de Madrid, hubiera sido un toro de bandera; tenía ocho años y unas veintiocho arrobas; tipo de toro tan perfecto no se ha presentado en Madrid hace muchos años; no tenía más defecto que presentaba una nube en el ojo izquierdo; pero de bravura hubiera podido competir seguramente con el del señor Tabernero que tan celebrado fue, justamente, desde luego, en la plaza de Madrid... No me explico como el señor Llorente no guardó este toro hermoso, bravísimo, para semental. Los otros dos, quinto y sexto, hermosos también y bravos, aunque no tan grandes…

El resto de las opiniones de la prensa de la época va en el mismo tenor. Los novillos que salieron al ruedo fueron para hacerles fiestas y, diríamos hoy, para cortarles las orejas, pero la tarde se torció y las cosas se dieron de otra manera.

Presentación y despedida

Voy a faltar a la tradición y a comenzar por quien salió al ruedo en tercer sitio. Un novillero de Cádiz anunciado como José Ángel y del cual no encontré más señas en anuarios, revistas o libros de referencia. Creo que después de enterarse de lo que sucedió en esta tarde en Tetuán, se podrá comprender por qué su historia torera se perdió en esa forma. Decía que le correspondía lidiar, en principio, al tercero y al sexto de la corrida, es decir, uno de López de Letona y otro de Llorente, pero no mató a ninguno de los dos. Quien firmó como Don Valentín, en el diario La Voz de Madrid del día siguiente del festejo relata así su paso por ese ruedo:

El que debutó ayer, el José Ángel de nuestros pecados, miedoso, ignorante, sin haber hecho nada más que el ridículo, tomó la muleta, se acercó al toro, y al arrancársele el bicho, se tiró al suelo y se quedó «dormido» en la arena. Le llevaron a la enfermería. Allí, según nos contaron luego, ocurrió el número más divertido. Le reconocieron tres médicos, y los tres certificaron que no tenía nada; pero José Ángel se empeñó en que estaba gravísimo. Prevaleció el criterio de los médicos, y los agentes plantearon a su vez un dilema: al ruedo, o a la cárcel. José Ángel no lo dudó: a la cárcel. Y se lo llevaron…

Fue la primera baja de un festejo que a la postre resultaría accidentado, pero sin padecer lesión alguna, únicamente fue vencido por su propio miedo, que le hizo preferir la cárcel que enfrentarse al toro y a la multitud.

Miguel Casielles

El torero asturiano, cuyo hermano actuaba casi al mismo tiempo en la plaza de Madrid, tuvo una tarde, según a quien se lea, cercana al desastre o de acuerdo a los más ecuánimes, esforzada. J.C., en el ABC madrileño, describe así su labor:

Casielles, que había estado lucido con la capa y regular en la muerte del primero y del tercero – al que tuvo que despachar por haberse inutilizado el debutante –, fue cogido aparatosamente en el segundo pase, ingresando en la enfermería con un varetazo en un costado y conmoción visceral…

Por su parte, el anónimo cronista de El Imparcial, también de Madrid, relata su actuación de la siguiente manera:

Miguel Casielles, que en las anteriores corridas en que actuó ya había fracasado, quedó, así como para retirarse. Derrochó enorme miedo en su primero, y en el cuarto no hizo absolutamente nada; pero el toro le dio un achuchón y se fué a la enfermería, no volviendo al ruedo, aunque sólo le apreciaron «excitación nerviosa»…

Así pues, Casielles también terminó en la enfermería, anotando quizás el destino trágico al que iba encaminada su existencia. Cossío lo incluye en su tratado señalando sus inicios en 1924 y ya vemos aquí que arranca al menos un par de años antes; luego, señala su paso a las filas de los de plata en 1927, pero actuó como jefe de cuadrillas en Madrid cuando menos en tres novilladas en agosto de 1928, marzo de 1929 y agosto de 1931. Murió el 23 de agosto de 1934, tras de sufrir una cornada penetrante de vientre precisamente en Tetuán, cuando salió de banderillero en una novillada que torearon Edmundo Zepeda, Miguel Cirujeda y Rafael de la Serna, ante novillos de María Montalvo.

Enrique García Hilacho

El torero de Marchena que reveló la fiesta a José Alameda estuvo a punto de quedarse con cuatro toros en esta fecha de hace 101 años. Los dos de su lote, el segundo de Casielles y el segundo de José Ángel. De hecho, terminó matando tres. Y un sector de la crónica le tomó en cuenta el esfuerzo que realizó, como Jusepe, quien para el semanario El Toreo, escribió:

Lancea regular en su primero y se luce en quites. Muletea valiente y enterado, y da fin del novillo con un pinchazo y una buena estocada. Es ovacionado. En su segundo desiste de lancear por no reunir condiciones el bicho. Como llegó difícil a la muerte, lo muletea con inteligencia, para un pinchazo, media bien puesta y tres intentos de descabello. Por las cogidas de Casielles y José Ángel, tuvo que matar el cuarto, haciéndolo gracias a su inconmensurable valor; pues el novillo se puso muy difícil. Intentó matar el sexto, y no pudo por resultar cogido en el primer pase. El toro fué retirado al corral por no haber matadores…

Las relaciones más duras, criticaron el hecho de que Hilacho se haya retirado a la enfermería por apenas un palotazo en la mandíbula, cuando veremos más adelante, que recibió una cornada en la cara que le penetró la cavidad bucal.

Por esa razón el presidente Pérez de Soto, suspendió la corrida antes de morir el sexto de la tarde – de Llorente – pues hirió a Hilacho cuando toreaba de capa, y al quedarse las cuadrillas sin matadores, no había manera de finiquitar el festejo, a pesar de las protestas de la concurrencia. Recorte, en La Libertad, recomendaba ecuanimidad al público por esa situación. 

Esa actuación le valió un par de actuaciones más en Tetuán y el 15 de agosto, Hilacho logró presentarse en Sevilla. Dice Cossío que permaneció en los ruedos hasta el año de 1930 y que se quedó a vivir en Madrid, dedicándose a empleos completamente extraños al taurinismo.

Los partes facultativos

El semanario El Toreo publicó los partes que rindió el doctor Fernández Almiñaque, encargado del servicio en la plaza de Tetuán, y son de la siguiente guisa:

Durante la lidia del cuarto toro ingresó en la enfermería el espada Miguel Casielles, con una fuerte excitación nerviosa y diversos palotazos que le impiden continuar la lidia.

Durante la lidia del sexto toro ha ingresado en esta enfermería Enrique García (Hilacho), con una herida contusa en la región maxilar inferior derecha, de unos seis centímetros de extensión, penetrante en la cavidad bucal. Pronóstico reservado.

Aparte, recibieron atención en la enfermería, según las crónicas el alguacil Isidro Agamias, por un toro que saltó la barrera, al igual que un empleado del servicio de plaza identificado como El Cubano; el banderillero Malagueñín; tres monosabios que no fueron debidamente identificados; el delegado de la autoridad Antonio Martínez; y, un par de crónicas mencionan a un sobresaliente, sin identificarlo también.

Así pues, el de Tetuán fue un festejo muy accidentado y con mucho trabajo para los médicos en la enfermería.

En otros frentes

En Madrid fueron heridos Manolete II y el picador Formalito; en Carabanchel, Francisco Navarro recibió una cornada calificada de muy grave, y el fotógrafo Arturo Torres también fue lesionado al saltar el segundo de la tarde al callejón. En Valencia, pasaron por la enfermería Eugenio Ventoldrá y Algabeño; en tanto que en Bilbao, Gallito de Zafra también tuvo un pronóstico de muy grave.

Como podemos ver, el domingo 9 de julio de 1922 fue uno de esos que pasan a la historia, pero no por la luz del triunfo, sino por las sombras que generan el dolor y la sangre derramada por los toreros heridos. También esos momentos de la historia del toreo, se deben recordar.

domingo, 12 de marzo de 2023

Felipe Fernández Valdemoro, in memoriam

Felipe Fernández y López Valdemoro, hijo del jurista y político español don Luis Fernández Clérigo y doña María Luisa López Valdemoro Fernández de las Cuevas nació en Marchena, Sevilla en el año de 1919 de acuerdo con la documentación migratoria que se conserva en el Archivo General de la Nación. Solicitó su ingreso a México, en calidad de asilado político, en el Consulado de México en París, en octubre de 1939 y allí manifestó como su nombre, el que encabeza este texto y declaró como su ocupación la de estudiante. Ingresó a territorio mexicano por la ciudad de Nuevo Laredo, el 1º de marzo de 1940, al menos junto con su hermano Luis Carlos – después universalmente conocido como José Alameda – y su madre, estableciéndose en la Ciudad de México en la calle Roma de la colonia Juárez. 

Su relación con la fiesta de los toros le venía, podríamos afirmar, casi de manera dinástica. Por línea materna estaba emparentado con Juan Gualberto López Valdemoro de Quesada, Conde de Las Navas, quien fuera bibliotecario del rey Alfonso XIII y autor de una de las obras clásicas de la historiografía de la tauromaquia: El Espectáculo más Nacional, en el que cuenta, desde su perspectiva, el origen y diversos acontecimientos que generan la afición y la actual fiesta de los toros. Por el lado paterno, don Luis Fernández Clérigo también dedicó en momentos su pluma a escribir sobre el tema, firmando como El Bachiller de Córdoba.

Felipe Fernández Valdemoro, incipiente escritor taurino

El paso del hermano de José Alameda por las letras del toreo sería fugaz. No por su voluntad, sino por los hechos inexorables de la existencia y demostraría, a mi juicio, entender lo que sucedía en el ruedo, aunque desde una óptica planteada por su hermano mayor en el primer ensayo que publicó en el medio intelectual mexicano, titulado Disposición a la muerte, donde refuta lo planteado por José Bergamín en su Arte de Birlibirloque, postura que rectificaría en tiempos posteriores y que sería el giro copernicano de la concepción histórica de la evolución del toreo.

El punto de partida del extenso comentario de Felipe Fernández Valdemoro es el análisis que en su día hicieron el doctor Carlos Cuesta Baquero Roque Solares Tacubac y Martín Garrido Sagitario en las páginas de La Lidia acerca de la corrida del 31 de enero de 1943 en El Toreo de la Condesa, sí, aquella de la alternativa de Antonio Velázquez y en la que Armillita bordó a Clarinero y Silverio Pérez inmortalizó a Tanguito, enseñas de un completísimo encierro de Pastejé.

El artículo apareció publicado en el número de La Lidia correspondiente al 26 de febrero de 1943, se tituló ¿Clase o personalidad? y dice literalmente:

He leído con interés los artículos publicados en este gran semanario por Roque Solares Tacubac y “Sagitario”, sobre los trasteos de “Armillita” y Silverio el 31 de enero, en los cuales cada uno de los citados escritores expone sus puntos de vista sobre las citadas faenas, derivando “Sagitario” hacia el concepto de CLASE en el sentido taurino.

Joven y, por lo tanto, impetuoso, me decide a echar mi cuarto a espadas en este debate, en el que, como podrá ver el que leyere, la vejez y la juventud coinciden. Y digo esto, porque Roque Solares Tacubac – el más antiguo escritor taurino – y un humilde servidor – que por primera vez hace crítica pública –, coincidimos.

Se trata de dos clases, formas o modos de concebir el toreo. A mi juicio, “Armillita” tiene “clase”, pero no personalidad; Silverio posee la segunda condición, pero carece de la primera. Más no divaguemos y entremos en el asunto.

“Sagitario”, en su artículo intitulado CLASE Y MAESTRÍA, hace unas cuantas divagaciones sobre lo que es la clase y dice: “la clase es lo que le falta al ganso para ser cisne, al aguardiente barato para ser cognac, etc.”. No creo que esto tenga que ver mucho con el toreo, aunque me hago cargo perfectamente de lo que “Sagitario” quiere decir con esas comparaciones.

A mi juicio, CLASE quiere decir clasicismo – de ahí viene precisamente la palabra – y autenticidad. Tiene CLASE todo aquello que se ejecuta con PERFECCIÓN. Por eso se dice, en términos taurinos, “tal torero es muy corto, pero tiene clase”; con esto se quiere decir que no es un maestro, que realiza o conoce pocas suertes, pero que las que ejecuta las practica con perfección, con CLASE. Y aquí llegamos a la interrogante: ¿Es que Silverio tiene clase? En mi modesta opinión, no. No porque si clase es clasicismo, no puede tener clase quien no ejecuta, como muy bien dice Roque Solares Tacubac, la suerte más clásica, perfecta y difícil del arte del toreo: el pase natural. Dice “Sagitario” que esto no tiene importancia, pues Silverio torea con la derecha como no ha toreado nadie ni con una ni con otra mano. Error lamentable; cualquiera que conozca algo de toros y más el que alguna vez haya toreado, sabe la diferencia que hay entre ejecutar un derechazo, con la muleta armada con el estoque – con lo cual aumenta considerablemente de tamaño y el diestro puede taparse más – y citando de perfil, a citar de frente, con la muleta sin armar y cayendo verticalmente en pliegues, como requiere el pase natural. He aquí una diferencia fundamental entre torear con una y otra mano y la prueba está en que todos los toreros torean bien, y al menos aseadamente, con la derecha; pocos ¡qué pocos!, lo hacen con la izquierda.

Me dirá “Sagitario”, que esto es una cuestión de dificultad que nada tiene que ver con la CLASE y que el pase natural podrá ser más meritorio que el derechazo, pero que ningún natural de nadie puede compararse con el derechazo de Silverio. A esto le responderé que el pase natural, por el mero hecho de su DIFICULTAD, de su EXPOSICIÓN y de su BELLEZA (no olvide esto “Sagitario”), es el pase más clásico que existe y que el torero que ejecuta ese pase a la perfección es el torero de más clase, desde el punto de vista taurino. Y esto dejando aparte el que, si “Sagitario” quiere ignorar o no dar importancia a la DIFICULTAD en el arte taurino, tendrá que empezar por ignorar la mayor dificultad que, naturalmente, es el toro, en cuyo caso, huelga todo comentario sobre el arte de lidiar reses bravas.

Pero dejemos lo de la muleta en la izquierda – por ser tema demasiado discutido y sabido – y pasemos a analizar el toreo “derechista” – el único que ejecuta – del diestro de Texcoco.

Afirma “Sagitario” que no puede saber lo que es “clase”, quien no haya “sentido” el toreo de Garza, Solórzano, Silverio... Me remito al caso de Garza, que es precisamente con Juan Belmonte, el prototipo de torero que posee lo que hemos dado en llamar “clase”, porque a esta se une también la personalidad.

Garza tiene CLASE porque cita, deja llegar y cuando el toro mete la cabeza en el capote o en la muleta, adelanta, sin exageración, la pierna (ABRE LIGERAMENTE EL COMPÁS) cargando la suerte y después gira sobre la cintura, haciendo el lance más largo y despidiendo al toro POR SU SITIO. Durante toda esta ejecución, que es técnica y artísticamente perfecta, Lorenzo no descompone la figura; no se encorva ni mete la barriga ni se dobla exageradamente sobre el costado: tiene el cuerpo erguido y flexible, y eso es la CLASE; la ejecución bella y perfecta técnicamente – porque el toreo tiene su técnica – de una suerte.

Pasemos a Silverio. Comienza por no cruzarse con el toro, es decir, por citar fuera de la cuna. Cita, generalmente, de perfil, con los pies juntos y, en el momento en que el toro mete la cabeza, no separa los pies, sino que gira sobre ellos, es decir, NO CARGA LA SUERTE, sino que – permítaseme el vocablo – LA DESCARGA. Y esto, con la agravante de que se encorva demasiado y mete la barriga en el momento en que los cuernos pasan. Esto último que digo no es una apreciación subjetiva mía, sino una cosa demostrada por las más recientes fotografías del texcocano. Es más, determinado cronista, creyendo elogiar a Silverio, ha dicho: “Y Silverio no se enmendó, sino que se hizo un arco fantástico (METIÓ LA BARRIGA) y el toro pasó inverosímilmente”. Así pues, cuando el público cree que Silverio ha toreado más cerca que nadie está en un error, porque así de cerca, como el público cree, no ha toreado ni el propio Silverio. Esto no quiere decir que yo considere a Silverio un torero medroso, pues me consta que una de sus cualidades es el valor. Cosa demostrada es que nunca, ni ante el peligro ni ante el éxito ajeno, Silverio se achica, sino que, por el contrario, se crece.

Pero continuemos en lo de “meter la barriga”, porque esto de METER LA BARRIGA tiene más importancia de lo que a primera vista parece, pues además de ser antiestético, significa UN RETROCESO en el arte del toreo.

Aunque “Sagitario” afirme que Silverio es un genio y que los genios no pueden acomodarse ni a normas ni a reglas, yo no concibo el toreo sin esas reglas, porque entonces no sería toreo; no se le denominaría Tauromaquia, sería otra cosa. Y Silverio, que es torero, tiene sus reglas, pero unas reglas que, como digo más arriba, significan un retroceso por lo siguiente:

Antes de aparecer Belmonte, se toreaba dejando pasar al toro, es decir, el toro arrancaba; el diestro daba un paso atrás y con el capote lo despedía: se toreaba, pues, dejando pasar al toro sin variarle el viaje. Vino Belmonte y la cosa cambió. Había que desviar al toro en su viaje, es decir, no quitarse el torero para que el toro pasase, sino dar un paso hacia adelante y obligar al toro a variar su camino; lo que se llama, en términos taurinos, “sacarse al toro de la faja”. La diferencia entre una y otra cosa puede “Sagitario” preguntársela a Rodolfo Gaona, que fue el único torero – para gloria suya – que pudo sobreponerse al cambio introducido por Belmonte. Y por esto digo que el toreo de Silverio es un retroceso en el arte taurino, pues si mete la barriga para que el toro pueda pasar, es evidente que ejecuta el toreo antiguo de esquivar al toro para que este pase en su viaje, en lugar de hacer el toreo moderno de adelantar la pierna y, con el engaño, hacer al toro cambiar la dirección de su embestida.

Por todo lo que antecede, creo que no puede haber discusión entre la faena de “Armillita” y la de Silverio. El de Saltillo – y conste que no es mi corte de torero, pues le faltan gracia y personalidad – ejecutó una faena clásica, auténticamente clásica, porque cargó la suerte, mandó en el toro con la derecha y con la izquierda y ni un solo momento dio “parones” o giró sobre los talones. Realizó, en fin, un TOREO PURO Y CLÁSICO y, además, como certeramente juzga Solares Tacubac, añadió “Armillita” a todo eso su maestría innegable.

Sé que “Sagitario” no quedará nunca convencido, porque conozco y sé lo que es la pasión taurina. Para él, Silverio es el mejor, el de más clase. Yo creo que Silverio es un torero valiente, con lo que se ha dado en llamar hoy “casta” y, sobre todo, con personalidad. He ahí el secreto del triunfo de Silverio y de la influencia que logra sobre las masas. Su toreo no es bueno técnicamente, ni artístico, pues ya he dicho que torea siempre encorvado y como agarrotado, pero llega indiscutiblemente al público. Ahora bien, hay en el mundo muchas cosas que tienen personalidad, que emocionan y que apasionan y, sin embargo, no tienen nada que ver con el toreo. Una cosa es que determinado toreo guste y otra que tenga “clase”, que sea bueno.

El arte no significa solamente belleza – suponiendo que esta cualidad existiera en el toreo de Silverio –, sino dominio y perfección en la ejecución. Además de que en el toreo no puede concebirse el capricho arbitrario del artista, como, por ejemplo, en la pintura. El toreo tiene sus normas fundamentales: los terrenos, la forma y el sitio de citar, las querencias de los toros, etc., son en el fondo siempre los mismos y ni el mismo Belmonte, el máximo revolucionario, cambió totalmente estos fundamentos, los reformó, los adaptó a su personal estilo, pero nunca los ignoró, ni mucho menos los despreció.

Podremos admitir que el de Texcoco estuvo por encima del de Saltillo, si ignoramos todo lo que acabo de enumerar; pero mientras seamos aficionados conscientes y nos guste analizar las complejidades que forman el arte del toreo y no nos conformamos con ver simplemente que el toro pasa y vuelve a pasar, creemos que lo auténtico, lo puro, lo bueno, lo que tuvo clase y sabor torero de lo que se hizo en la plaza el domingo 31 de enero, fue la faena que realizó “Armillita”, a quien en España se le llama “El Sabio”.

De todo lo que he expresado, se deduce que “Armillita” es un gran torero, que puede, que ejecuta las más difíciles suertes a la perfección, con clase y maestría; pero que carece de personalidad, de enjundia y que, a pesar de ser un estupendo lidiador, le falta para dar la nota arrebatadora, no la clase, sino la atracción personal.

Silverio es, por el contrario, un lidiador sin clase. No ejecuta más que pocas suertes y éstas no las realiza con perfección ni soltura, sino forzado, tragando paquete o haciendo el puente trágico de “Nacional” y de “Valencia II”; pero frente a esto, posee personalidad y valor, cosas ambas que llegan mucho más al gran público, que la maestría y la perfección.

Y respecto a una frase que deja caer al vuelo “Sagitario”, le diré: Belmonte era desgarbado, pero cuando se ponía frente al toro, se estiraba, se enardecía y aquella figura deforme aparecía como la de un gigante frente a la fiera desafiándola: ¡Qué gallarda! ¡Qué saber el de Juan cuando empinándose e irguiéndose para dar uno de sus personales pases naturales! Silverio es desgarbado, y cuando deja de serlo, no tiene garbo ni flexibilidad, sino una actitud forzada y violenta.

Creo, pues, que “Sagitario” ha confundido la CLASE con la personalidad. Silverio tiene, y en gran cantidad, personalidad. “Armillita”, clase y dominio, pero nada más. Por eso cuando la clase y la personalidad se juntan, se dan los fenómenos taurinos como Belmonte, Gaona, Garza.

He echado ya mi cuarto a espadas y creo que es hora de dejar descansar a los sufridos lectores de LA LIDIA, aunque todavía le falten por analizar a este comentarista numerosas facetas, de las muchas y complejas que tiene el arte taurino.

No quiero acabar sin declarar que lo que he dicho no está inspirado por la pasión. No conozco a ninguno de los diestros a que me he referido y lo que he dejado expuesto, es producto de mi criterio taurino. Si ha sido necesario citar nombres es porque se trataba de una corrida determinada y de una cuestión circunscrita, pero este criterio expresado por mi no es ni “antisilverista” ni “armillista”, sino la defensa de un estilo de torear frente a otro. Siempre ha habido otras discusiones teóricas sobres las diferentes formas de concebir y practicar el toreo. No combatimos ni elogiamos a las personas, sino los estilos y formas. He censurado un toreo cuyo representante más relevante es Silverio y si he dicho cosas que puedan parecer fuera de lugar o molestar a alguien, lo he hecho para dar las razones y los motivos que me llevan a sostener mi opinión, porque lo que no hubiera sido lícito es que yo hubiese dicho simplemente: “El toreo de Silverio es inferior al de Armillita”. Entonces se me habría exigido, y con razón que explicase por qué pienso así, y es lo que he hecho.

Doy gracias a LA LIDIA, por la oportunidad que da a los aficionados para expresar sus opiniones, al tiempo que me congratulo de que este periódico, tan magníficamente orientado, haya adoptado esta línea de conducta, pues siempre en beneficioso que los aficionados demos a conocer nuestro pensamiento y que se publiquen críticas taurinas que son siempre mucho más interesantes que las meras reseñas y que contribuyen en grado sumo a orientar a la afición.

Como se puede apreciar del extenso análisis que Felipe Fernández Valdemoro hace de las colaboraciones de Roque Solares Tacubac y de Sagitario, toma como eje de la tauromaquia – como era verdad sabida en la época – la técnica belmontina; aunque reconoce el saber y el dominio de Armillita, parece no percibir la esencia de su hacer – aunque también en su día se le acusó de ser frío – y entre líneas se confiesa admirador de Lorenzo Garza. Muchas líneas interesantes a seguir para lo que, según confesión incluida en el segundo párrafo del artículo, era una primera participación en un medio impreso.

El trágico final de Felipe Fernández Valdemoro

El número de La Lidia salido el 5 de marzo de 1943, tenía en su sección de noticias esta breve gacetilla:

GRAVE ACCIDENTE A CAÑITAS. El domingo a las 20:15 de la noche, al regresar a la ciudad de México procedente de Puebla y en el sitio denominado La Junta, el matador de toros Carlos Vera “Cañitas” sufrió un grave accidente al chocar el auto en que viajaba en compañía de su padre y su cuadrilla, con otro coche que se dirigía a la Angelópolis. En los momentos de escribir esta nota carecemos de datos concretos sobre la colisión y el estado de los heridos, sabiendo únicamente que el padre del diestro y los banderilleros Aguilar y Olascoaga se hallan seriamente lesionados, habiéndoseles internado para su curación en el sanatorio del doctor Cruz y Célis.

En principio no parece tener relación con lo que trato de exponerles aquí, pero dos semanas después, aparece esta otra:

LAMENTABLE FALLECIMIENTO. El día 13 del actual, dejó de existir, a los veintitrés años de edad, el talentoso y malogrado escritor taurino, don Felipe Fernández Valdemoro, hijo del ilustre jurisconsulto y hombre público español, don Luis Fernández Clérigo, a consecuencia de las heridas que sufrió en el choque automovilístico registrado en la carretera de Puebla a retornar a México en compañía de su amigo, el matador de toros Carlos Vera “Cañitas”, el 28 de febrero. Hacemos presente a sus padres, a su señora esposa y a sus familiares todos, entre ellos a su hermano, el cronista “José Alameda”, de la revista “Estampa”, que es también Jefe de Publicidad de Radio Mil, el testimonio de nuestra más sincera y cordial condolencia.

Lo que la primera nota no recogió, es que junto con Cañitas, su padre y su cuadrilla, venía viajando también el incipiente escritor taurino Felipe Fernández Valdemoro, quien sobrevivió al accidente, pero no pudo superar las lesiones que del mismo le resultaron.

El día de mañana se cumplen 80 años de su fallecimiento y después de leerle, me quedé pensando acerca de qué podría haber sucedido entre dos hermanos de una sólida formación intelectual, dedicados a hurgar en la historia del toreo.

domingo, 10 de julio de 2022

Relecturas de verano (XI)

La otra vida de Joselito


La ucronía es un modo de abordar la historia en la que, sin negar la realidad ocurrida, se establece una forma de enlazar los sucesos de manera tal en la que su curso se deriva por un itinerario distinto al que en los hechos avanzó. Afirma Renouvier

…alguien que se aproxima a un relato ucrónico se encuentra ante la aparición de una historia imaginaria, destinada a sentar como una verdad filosófica, superior a la misma historia…

Ante eso nos enfrentamos con la lectura de la obra de Domingo Delgado de la Cámara, titulada La otra vida de Joselito, en la que nos relata, de una manera fluida y sin ausencia de interés, lo que la historia hubiera sido si el 16 de mayo de 1920, la víctima de las astas de Bailaor de doña Josefa Corrochano vida de Ortega, hubiera sido Juan Belmonte.

Debo señalar, desde mi personal punto de vista, que Domingo parte de la versión oficial de los hechos, toda vez que acepta, para construir su relato, que tras del desastre de la corrida del 15 de mayo de 1920 en Madrid, que el cartel de Talavera de la Reina estaba anunciada con Rafael El Gallo y Larita para enfrentar los toros de la señora viuda de Ortega y que después de ese desaguisado, tanto Gallito como Belmonte se desligaron de su compromiso de Madrid, a efecto de separarse de las presiones de la afición de la capital española.

Hay información en la prensa de la época que deja claro que el cartel de Talavera, desde el inicio se formó con Joselito y Sánchez Mejías. En el en el semanario El Toreo de Madrid, en su número del 10 de mayo de 1920, se puede leer el anuncio de que el cartel de las fiestas de Talavera sería el mano a mano entre Gallito y Sánchez Mejías con los toros de Ortega y en los días subsecuentes, el diario Heraldo de Madrid se anunciaba que la Compañía de Ferrocarriles de Madrid, Cáceres y Portugal ofrecía un tren especial para la corrida de Talavera, además de los ordinarios, que saldría a las 7:30 de la mañana y regresaría a Madrid a las 8:30 de la noche de esa misma fecha.

De esa información periodística podemos desprender con claridad que la versión de El Gallo y Larita es una mera composición literaria, que a los ojos del lector lleva congruencia, pero la realidad es en otro sentido, según se puede demostrar documentalmente.

El verdadero interés de la obra de Delgado de la Cámara es la forma en la que nos presenta la evolución de los hechos a partir de que Juan Belmonte actuara ese 16 de mayo en Talavera. Lo que Alameda ha llamado el hilo del toreo hubiera tomado un derrotero bien distinto, porque la evolución histórica del toreo transitaría por veredas distintas a las que caminó después de esa fecha. 

Juan Belmonte, en los hechos ocurridos, sabemos que se agregó al establishment de la fiesta y continuó con las realizaciones de los que lo antecedieron. En el planteamiento de la obra, vemos como Gallito hubiera definido, sobre todo, el camino de la crianza del toro de lidia, buscando un toro que fuera más adecuado a la teoría del toreo en redondo que planteó, en Madrid, el 3 de julio de 1914, cuando, de acuerdo con las imágenes captadas entonces, se ve que intenta hacer el toreo, ligando los muletazos, manteniéndose en un mismo espacio, intentando que el toro – un berrendo de los sucesores de Vicente Martínez – girara en torno al diestro, sin que éste tuviera que reponerse.

También Domingo nos presenta cual sería el resultado del encuentro de Joselito con los toreros de la generación siguiente a la suya. El hipotético encuentro que tendría con Marcial Lalanda, Armillita, Vicente Barrera, Manolo Bienvenida y otros de la siguiente edad del toreo en España, nos revela la esencia de la obra que intento comentarles. La fiesta de los toros sin duda, mantuvo su interés con quienes en los hechos sucedieron a José tras los eventos de Talavera, pero si él hubiera sido partícipe de ellos, algún camino distinto se hubiera marcado en algunas circunstancias, y tiene muy presente la importancia de Fermín El Sabio en esa etapa evolutiva del toreo.

Por otra parte, la obra resalta la importante influencia que tuvo Gallito en la transformación del toro de lidia del primer cuarto del siglo XX en el que comenzaría a imperar a la mitad de esa centuria. Bien se podrá afirmar que el toro andaluz se distribuyó por toda la península ibérica – también en el resto del orbe taurino – en detrimento de otros encastes históricos, pero ese toro, principalmente el de origen Murube Ybarra Parladé en el caso que nos ocupa, sería el que tendría mejor acoplamiento al toreo que se empezaba a gestar en el tiempo que ocupa la narrativa.

Pero, creo que ya no debería de seguir adelante con estas notas. La lectura de la obra es la mejor manera de captar la calidad del mensaje que lleva y la idea de su autor de exponer lo que pudo ser de haberse producido los acontecimientos de Talavera de la Reina de una manera diametralmente opuesta a la que tuvieron en la realidad. El libro es de esos que no se le caen a uno de las manos y que es de lectura obligada para el aficionado y también para el bibliófilo, porque, aunque se modifica a los actores, la trama histórica del mismo es impecable, lo que refuerza su valor y su narrativa.

Referencia bibliográfica: La otra vida de Joselito. – Domingo Delgado de la Cámara. – Modus Operandi – Marqués, Madrid, 1ª edición, 2021, 303 Págs. – ISBN 978 – 84 – 18016 – 18 – 9.

lunes, 23 de mayo de 2022

22 de mayo de 1972. Una tarde de hitos y mitos (II/III)

Curro Rivera en Madrid
Foto: Cano - Colección: J. Colomer

Un sitio ganado a ley

Curro Rivera se contrató a tres tardes el San Isidro del 72. Obtuvo ese trato de figura a partir de la importante campaña que realizó el año anterior, triunfando en las principales plazas europeas y llegando, en el caso de la Villa y Corte, a torear la Corrida de la Beneficencia, que en aquellos años se conformaba con los triunfadores del serial isidril y no era anunciada de antemano junto con él. Y en su paso por el ciclo madrileño de hace 50 años, en su presentación el día 17 de mayo le cortó una oreja a Neroso el primero del lote de José Luis Osborne que sorteó esa tarde. El día 19 completó su segunda fecha, ante toros salmantinos de Antonio Pérez de San Fernando. Esa fue una tarde lluviosa y de frialdad en los tendidos, sin embargo, tras de su hacer ante el quinto de la función, el colorado nombrado Veleta se le pidió la oreja, que no fue concedida por Usía.

Así llegó a la actuación final de su compromiso, señalada para el lunes 22 de mayo, en el que compartiría cartel con Andrés Vázquez y Palomo Linares ante los toros de Atanasio Fernández. De esa corrida le tocaron en suerte Cigarrero y Pitito, tercero y sexto de la corrida, que le causaron la siguiente impresión a Carlos Briones, expresada en el semanario El Ruedo fechado el 30 de mayo siguiente:

Tercero, «Cigarrero», número 64, negro bragao meano, de 520 kilos. Abanto de salida, flojo al final, aunque embistiera con nobleza. Recibió una vara, en que apretó con buen estilo, y par y medio de banderillas. Murió de media estocada. Fue aplaudido en el arrastre… Sexto, «Pitito», número 23, negro zaino, de 531 kilos. Igual que casi todos sus hermanos de salida, se creció luego ante los castigos y llegó con nobleza a la muleta. Recibió un picotazo rebrincando y saliendo suelto, y una vara trasera, en que sonó el estribo, pero apretó. Tres pares de banderillas. Murió de pinchazo y estocada entera. Fue aplaudido...

Como se puede ver, la corrida no fue precisamente un dechado de cualidades, pero el interés por triunfar y la voluntad de los toreros lograron imponerse y quizás hasta encubrir las complicaciones de los toros. 

Curro Rivera corta cuatro orejas

El hecho de cortarle las dos orejas a cada uno de los toros de su lote resulta ser inusitado para un diestro mexicano. Así, la historia nos muestra que Armillita en 1933, en la Corrida de la Prensa; Carlos Arruza en 1945, durante la Corrida del Montepío de Toreros; y, Antonio Lomelín en 1971 la tarde de su confirmación, le cortaron tres orejas a los toros que les correspondieron, pero desde la inauguración de la plaza y hasta la fecha que nos ocupa, ningún torero mexicano había cortado cuatro orejas en Las Ventas en una misma tarde. Así pues, pese a todo, se seguía escribiendo historia ese lunes de hace medio siglo.

La crónica del festejo que hiciera Carlos Briones para El Ruedo en el número arriba señalado, entre otras cosas dice:

Saludó a «Cigarrero» con cinco verónicas sin enmienda, cerró con media de suave armonía, llevó al caballo a su colaborador – pues así era el suave Atanasio – por chicuelinas y escuchó ovación que divide las opiniones cuando se da el cambio al novillote con una sola vara. Brindis al público, para abrir faena por estatuarios, ayudado y de pecho que encandilan a la concurrencia, aunque la faena se desluzca en ocasiones por «Cigarrero», que dobla las manos. El momento álgido en la aclamación pública lo registramos en unos circulares sin enmendarse, en que por tres veces pudo – sin mover los pies – constituirse en el eje de la embestida del noble animal; dos series de naturales y otra de nuevas circulares perfectos son prólogo a media estocada bien puesta, premiada con las dos orejas… «Pitito», el sexto, tenía más respeto, pero también Curro se lo perdió, si no con el capote – con el que no se paró –, sí en la faena, más clásica, más arriesgada, seguramente más maciza, dentro de la sobriedad elegante de los redondos, naturales y pases de pecho en línea creciente de perfección; remata con unos adornos de fina torería y señala bien un pinchazo antes de dejar una estocada con pérdida de la muleta en el cruce. El público – que, como el torero, estaba embalado en el éxito de la tarde – pide y logra las dos orejas de «Pitito» para Rivera, al que creemos, ver en su mejor momento desde que llegara a España.

Otra visión amable del asunto viene de José Alameda, que en calidad de enviado especial de El Heraldo de México, escribió una crónica que se publicó de este lado del mar el día siguiente al de la corrida y de la que entresaco lo que sigue:

Ahora el grupito de aguafiestas salió cabizbajo mientras el público aficionado iba feliz… Gran mérito ha tenido lo que hizo con el tercero de la tarde, un toro muy noble pero escaso de fuerza. Currito lo toreó admirablemente de capa en los medios, en verónicas sin enmendarse. Luego, hizo las chicuelinas ambulantes para llevarlo al caballo y todo el tercio transcurrió entre aclamaciones para él. Fue un tercio corto, porque pidió el cambio luego de una vara, que era lo adecuado… Su faena la empezó también sin enmendarse, en cuatro ayudados por alto, cerca de tablas. Luego, en los tercios, en cuanto le echó la mano abajo en dos derechazos, el toro se le cayó. Y empezamos a temer que pudiera caerse también la faena. Pero Curro estuvo admirable de temple. Con una pulsación perfecta empezó a medir el toreo, yo diría que a “peinarlo”, y ya el toro no volvió a caerse, porque aquella muleta lo llevaba como el verso de Goethe, “sin apresuramiento, pero sin retraso” … Jamás había visto a Curro templar así. Puso al toro tan a punto que pudo hacerle el circurret… era la primera vez que lo hacía en Madrid. Y el público, deslumbrado, se le entregó…

Siguen, desde este punto de vista, los reproches a la conducta de los entonces instalados en el tendido 8 de Las Ventas, criticados por fundamentalistas y perpetuamente inconformes. Al final, su postura resultó ser la minoritaria, según el resultado final de la tarde. Pero tuvieron esos especialistas en ver lo negativo su abrigo en algunas crónicas. Escribe Díaz – Cañabate en el ABC de Madrid:

Las faenas de Palomo y de Rivera que les valieron las ocho orejas fueron de las corrientes, con ninguna emoción, y te repito que a mí lo que me priva en los toros es la emoción y lo que me arrebata es el valor unido al arte, y esto no lo he visto hoy. Hoy hemos visto en los tres toreros lo que les ha faltado a sus compañeros y a ellos mismos en las once corridas de la Feria, hoy han tenido en buen grado decisión, voluntad y entusiasmo. La faena de Andrés Vázquez al primero creo que ha sido la única variada que hemos visto. La de Palomo al del rabo la más libre de sus habituales defectos, y las de Rivera, más animadas que las de siempre...

Por su parte, Alfonso Navalón, en Pueblo, manifestó:

De lo que hizo Curro Rivera para llevarse cuatro orejas no creo que se acuerde nadie a estas horas. Dio muchos pases. Infinidad de pases. Quieto. Se lo pasó por delante y por detrás. Les hizo dar repetidas vueltas en torno a su cintura, como demostración exhaustiva de la candidez de sus sumisos colaboradores. Matando sí. Matando le echó pundonor y se fue mirando al morrillo detrás de la espada… Y eso fue todo. Para varios miles de espectadores y para el presidente, que hizo de regidor de escena, aquello debió ser el no va más. Para los que fuimos a ver una corrida de toros aceptamos la bella faena de Palomo, pero ante el único toro legal que salió por los chiqueros, no vimos faena…

Como se ve, resulta complicado el quedar bien con todos. Así como hubo quien aceptara las bondades de la tarde, también hubo quien simplemente no quedara conforme con nada de lo visto.

Homenaje con sabor a México

El 24 de mayo, El Informador, diario de Guadalajara presentaba una nota de la Agencia France Presse (AFP), en la que se da cuenta de un almuerzo – homenaje que la Porra de Ingenieros de la Plaza México ofreció a Curro Rivera por el triunfo tenido en la plaza de toros de Las Ventas el día anterior. Acudieron invitados a esa reunión aficionados mexicanos, distintos representantes de los medios de comunicación y dirigentes de la empresa de la plaza madrileña.

El corresponsal de la AFP entrevistó a Fermín Rivera, padre del diestro triunfador, quien dijo entre otras cosas:

Nunca pensé que mi hijo Curro me borrara como matador de toros. Estoy orgulloso como padre y como lo que fui: torero...

En dicha comunicación, se aseguraba que, en el propio evento, el apoderado de Curro Rivera y él mismo, ya negociaban el regresar a Madrid para el San Isidro de 1973, por otras tres tardes. No está de más comentar en este punto, que, a esa altura de la temporada, Curro Rivera estaba, por el número de festejos toreados, entre los cinco primeros del escalafón en España.

Mañana ahora sí, la conclusión de estos apuntes…

Aviso Parroquial: Este amanuense es el único responsable de los resaltados en los textos transcritos, pues no obran de esa manera en sus versiones originales.

domingo, 16 de enero de 2022

16 de enero de 1972: Manolo Martínez y Jarocho de San Mateo

Manolo Martínez
La temporada 1971 – 72 de la Plaza México constó de 18 festejos, mismos que fueron organizados bajo la dirección de don Javier Garfias, en esos días encargado de la dirección de la tristemente célebre DEMSA. Fue un ciclo en el que comparecieron por los toreros de ultramar Paquirri, Curro Vázquez, José Luis Galloso, Palomo Linares y José Luis Parada y entre los nacionales, Alfredo Leal, Joselito Huerta – que reaparecía después del problema de salud que tuvo el año anterior –, Manolo Martínez, Curro Rivera, Eloy Cavazos, Jesús Solórzano, Jaime Rangel y Adrián Romero. Los hechos se irían alineando de manera tal, que el eje de la temporada sería precisamente el nombrado Manolo Martínez, que terminaría toreando 10 de esos festejos.

En el derecho de apartado de esa temporada se anunció la reaparición de Luis Miguel Dominguín, que volvería a la gran plaza después de que actuara en ella por última vez el el 11 de marzo de 1956, alternando con Calesero y Alfredo Leal, que confirmaba su alternativa sevillana. En ese festejo se lidiaron 3 toros de Jesús Cabrera y 3 de Rancho Seco y resultó muy accidentado por la escasa presencia y fuerza del ganado y por la negativa del Juez de Plaza a aceptar un toro de regalo del Poeta del Toreo, que se le encaró, lo increpó y se fue con una multa al canto. Al final de cuentas, como veremos, el hijo de Domingo González Mateos no volvería a torear en la México, anunciado se quedó.

Manolo Martínez

La sola mención de su nombre es abrir un espacio amplísimo para la discusión. Hay quienes admiran lo que realizó en los ruedos y también en igual o mayor número, quienes consideran que es el padre de todos los males que nuestra fiesta vive en estos tiempos que corren. Todo el mundo lleva la cuenta de los rabos que cortó en la México – 10 en total, uno simbólico y dos a toros de regalo – pero pocos reparan en que realizó diecisiete faenas en las que cortó dos orejas, y que, al menos en cinco de ellas – Halcón de Jesús Cabrera, Clavijero de Torrecilla, Oro Negro de Xajay y Siempre sí de Los Martínez – tuvo petición de rabo que no fue concedido. 

La quinta faena es la que me ocupa en este momento, la de Jarocho de San Mateo, a juicio de muchos entendidos, la mejor que realizó en su paso por el llamado Coso de Insurgentes. Así pues, al final de cuentas, el engrose de la historia del torero de Monterrey tiene aún aristas por examinar que van más allá de lo evidente. Y habrá que revisar también las faenas arruinadas por su proverbial mal manejo de la espada. Y es que no hay que olvidar, que, a esta fecha, es todavía el torero que más festejos ha toreado en la plaza de toros más grande del mundo.

La octava corrida de la temporada 1971 – 72

Expresaba líneas arriba que este ciclo sería el de la reaparición de Luis Miguel Dominguín en la Plaza México. Precisamente estaba destinado este festejo, el octavo, para ese hecho. Sin embargo, el 28 de noviembre, en Lima, se fracturó tres dedos de la mano derecha y en ese momento comenzó a suspender sus actuaciones subsecuentes cancelando las de las ferias de Quito, Bogotá y Mérida en Venezuela. Posteriormente, anunció a la prensa de su país que reaparecería ya en España hasta después de las ferias de Castellón y Valencia. (El Ruedo, 25 de enero de 1972).

En esas condiciones, el cartel de ese octavo festejo se conformó con toros de San Mateo para Manolo Espinosa Armillita, el nombrado Manolo Martínez y Sebastián Palomo Linares, siendo para el primer y tercer espada, su presentación en la temporada. El encierro de San Mateo fue disparejo y de poco volumen, apenas promedió 457 kilos según los cartelillos, pero las crónicas reflejan que los toros tenían cara de adultos y que las complicaciones que sacaron eran las que generalmente van asociadas con la edad.

Jarocho, quinto de la tarde

Manolo Martínez ya había dado una vuelta al ruedo tras despachar a Chaparrón, el primero de su lote y segundo de la tarde. Hoy ver a un torero dar una vuelta al ruedo sin un apéndice en la mano es algo casi inusitado, pero en aquellos tiempos de hace medio siglo, la afición todavía sabía premiar el quehacer de los toreros fuera de consideraciones triunfalistas.

Pero la tarde alcanzaría su punto más alto durante la lidia del quinto, Jarocho, un toro que no se distinguió precisamente por ser bravo, que correteó por todo el ruedo y que en cuanto encontró el refugio de la zona de tablas, allí se puso para que fueran a buscarlo. Y Manolo Martínez fue. Y lo encontró. Y le hizo la faena. Y, siendo, todavía, a estas fechas, el máximo común divisor en las opiniones acerca de las cosas de los toros en este país, puso de acuerdo a todos esa fecha. A los que estaban a su favor, a los que estaban en su contra y a los que no asumían abiertamente una posición.

Parte de la descripción que hizo don Manuel García Santos para su crónica publicada en El Sol de México al día siguiente de la corrida, dice:

Con “Jarocho” vendría el triunfo grande… Abandonó el torero su abulia. Se entregó al placer de torear, y realizó el milagro de convertir a un manso en toro de faena. Y vino la faena… Toda ella fue un dechado de valor, de afición, de dominio y de arte… En uno de los muletazos, “Jarocho” le tiró un gañafón capaz de amilanar al torero más valiente. Martínez no se desconfió. Continuó dibujando los muletazos ante una plaza absorta y la plaza lo ovacionaba… ya el toro iba por donde Martínez lo llevaba… Una estocada caída – causa de la no concesión del rabo –, y una agonía larga del toro dieron fin a la actuación de Martínez, que derrochó entrega, amor propio y arte. Cortó dos orejas y dio dos vueltas al ruedo…

Por su parte, Carlos León, en su tribuna del Novedades, desde la que cada domingo fustigaba, viniera al caso o no, al diestro regiomontano, dijo:

A este “Jarocho”, que ni para La Bamba servía, el reinero acabó por acorralarlo entre el farallón del burladero de matadores y el velamen de carabela colombina de su muleta. Y ya no hubo escapatoria posible… Puesto a elegir el toro entre estrellarse contra los tableros o aceptar tragarse tal cantidad de trapo, en su derrota optó por lo segundo, y reconoció – como no tengo empacho en reconocerlo yo – que la machacona tenacidad del reinero pudo más que la huidiza cobardía del toro… Y esa maestría y ese dominio, ese poderío de lidiador tienen más importancia que las chirimías y los teponaxtles del congestionado toreo “a la xochimilca” … Mató de magnífico estoconazo y le concedieron dos orejas, ganándose una bronca el juez que negó la concesión del rabo… Pero un par de vueltas al ruedo entre unánimes aclamaciones valen más que los apéndices que con tanta frecuencia se regalan…

El licenciado Antonio García Castillo, firmando como Jarameño, en Ovaciones a su vez, opinó:

La de ayer a “Jarocho” podemos bautizarla como “La Faena sin Rabo” … Sí, porque ha habido muchas, muchísimas faenas con orejas y rabo, pero nunca, que sepamos, se ha realizado una faena con la magnitud, la hondura, el torerismo y la calidad de la ejecutada por Manolo Martínez, la cual no se haya premiado con el rabo… Así pues, quien negó ese rabo, puede sentirse profundamente orgulloso de su taurinismo: ¡pasará a la historia por ello! …Y la adamantina luminosidad del natural, y el cabrilleo del derechazo, y la pincelada eufórica del martinete y la severidad solemne del de pecho… ¡Jugar con el toro! ¡Pero amigos, jugar con ese toro al que se ha dominado, con el que se ha hecho lo que se ha querido, porque se ha podido! … Una estocada entera, que tardó en hacer efecto, y la clarinada de entrega absoluta, total. El volcarse con todo entusiasmo ante el arte de excepción – sí de excepción – de Manolo Martínez… ¡Miento! … No fue total la entrega. Había un hombre impasible. Un hombre que presidía la corrida y que displicentemente fumaba un cigarrillo. ¡El hombre que ha permitido que bauticemos esta croniquilla de esta faena histórica como “La Faena sin Rabo”!

Y por supuesto, no puede faltar la visión de José Alameda acerca de este hecho, que en El Heraldo de México, expresó:

…Con mucho sentido, “Jarocho” adelantaba un paso, y sólo se arrancaba cuando creía segura la presa… Pero lo burló el torero una y otra vez… Y cuando se dio cuenta de que el encastado sanmateíno empezaba a destantearse, entonces dio un paso más… Enganchó al enemigo en la muleta y le corrió la mano en los derechazos, para rematar con el de pecho… Luego lo hizo con la izquierda. Y poco a poco, después de haberle cortado el traje a la medida, mientras el toro, áspero por su casta al principio, se iba sometiendo al imperio del torero… Al final, cerca de tablas (donde se refugió el bicho), ya no había dos poderes sino uno solo, el de Manolo, que se recreó al torear con verticalidad absoluta y a cada pase con más temple, mientras el grito de ¡torero! ¡torero! rebotaba por el graderío… Entró a matar por derecho y dejó la estocada. Se amorcilló el toro… Pero el torero y el público esperaron… y la plaza se puso blanca de pañuelos en demanda de los trofeos. Concedió la autoridad dos orejas. Surgió el clamor – ¡Rabo, rabo! –, cada vez más fuerte. Pero el juez no quiso oírlo…  Habrá que defender al pueblo de sus defensores…

Como se puede ver de las opiniones de los cronistas, hay una que destaca un aspecto de la faena de Manolo Martínez a Jarocho que parece explicar la no concesión del rabo al torero y es la de don Manuel García Santos, que expresa con claridad que la estocada fue caída. Las demás hablan de una estocada – unos dicen que fue entera y Carlos León lo llama magnífico estoconazo – aunque hoy a medio siglo de distancia, difícil será conocer el por qué.

Para concluir

El propio Manolo Martínez en alguna ocasión expresó que los apéndices no son más que retazos de toro. Resultados como el de esta tarde de Jarocho parecieran confirmar esa afirmación, porque al final del día, la concesión o no de éstos depende de la voluntad del que ocupa el palco de la autoridad o del ánimo celebrativo de la concurrencia, así pues, el número de apéndices concedidos no coincide precisamente con el valor de la obra del torero ante el toro.

Pero todo esto es, siguiendo a José Alameda, parte del seguro azar del toreo.

Aviso Parroquial: Agradezco a mi amigo Horacio Reiba Alcalino, el haberme puesto sobre la pista de este asunto. Y, por otra parte, siguiendo la costumbre del ya multicitado Fernández y López Valdemoro, brindo estas líneas al amigo Gastón Ramírez Cuevas con motivo de su cumpleaños. Supongo que en su día, disfrutó esta tarde de toros.

domingo, 1 de agosto de 2021

1º de agosto de 1971: Antonio Lomelín y Querendón de Mimiahuápam

El sangriento verano de 1971

Antonio Lomelín
La llamada Sentencia de Frascuelo se hace presente en los ruedos de cuando en cuando. Pero hay épocas en la historia del toreo en las que los toros parecen empeñados en repartir cornadas graves una tarde y la siguiente también. Así, en el verano de hace medio siglo, el día de Santiago aquí en México, Manolo Martínez se llevó una grande en Ciudad Juárez de un toro de Valparaíso y del otro lado del mar, en el festejo inaugural de la plaza de Villanueva de los Infantes, el toro Cascabel de Luis Frías Piqueras infería otra, que a la postre resultó ser mortal, al torero canario José Mata, que había acudido a actuar esa tarde sustituyendo al originalmente anunciado Juan Calero, que se cayó del cartel.

Al siguiente domingo, en la plaza mallorquina de Inca, Adolfo Ávila El Paquiro, que alternaba con Gabriel de la Casa y Antonio José Galán fue lesionado por el toro de la ganadería de Pepe Luis Vázquez que abrió plaza, resultando con una una fractura y luxación de cuarta y quinta vértebras cervicales y aplastamiento de médula que lo dejó parado por el resto de la temporada y en nuestra frontera Norte, de este lado del mar, ocurrieron los hechos que trataré de contar enseguida.

Tijuana, México 1º de agosto de 1971

El festejo anunciado en la Plaza Monumental de Las Playas ese día se integraba con toros de San Miguel de Mimiahuápam para Jesús Solórzano, Antonio Lomelín y Arturo Ruiz Loredo. La corrida era una de las primeras que don Luis Barroso Barona lidiaba en México después de su gran triunfo en Madrid el 22 de mayo anterior. El encierro y la presencia del acapulqueño Lomelín, triunfador también de la Feria de San Isidro, redondeaban lo que podía ser una gran tarde de toros.

Se dice que las cornadas son consecuencia de errores de los toreros. El cuarto toro de ese festejo fronterizo, llamado Querendón por su criador, correspondía a Jesús Solórzano quien era un buen banderillero. Invitó a Antonio a compartir con él el segundo tercio y es allí donde se produjo el percance. José Alameda, en su Crónica de Sangre, lo describe de la siguiente manera:

Acaba Lomelín de regresar de España. Y el primero de agosto de ese año 71, reaparece en Tijuana. Chucho Solórzano le ofrece banderillas en el cuarto de la tarde, “Querendón” de Mimiahuápam. Lomelín rompe los palos sobre el testuz y cuadra con las cortas. Pero los palos se caen. Emberrinchado, los recoge y repite la suerte. Para no volver a fallar, se queda un instante en la cara, suficiente para que el toro, con sólo alargar el cuello, lo alcance en su derrote frontal y lo despide a la arena… Yo estoy transmitiendo por radio la corrida y cuando Lomelín pasa ante el burladero de trabajo, en brazos de los monosabios, lo veo enconchado, como sumido, y con una sombra que le cambia el color del rostro…

Ingresó en la enfermería para quedar en las manos del equipo que en esas fechas dirigía el doctor José Rodríguez Oliva, avezado cirujano que había enfrentado ya varios percances graves, como aquel de Antonio Ordóñez el 29 de abril de 1962, complicado por la alergia del rondeño a los antibióticos y a determinados analgésicos y que le hizo perder su paso por las ferias de Sevilla y Madrid, teniendo firmadas en esta última la friolera de ¡seis tardes!

Sigue contando Alameda:

El Dr. Rodríguez Oliva, clínico de experiencia, levanta la camisa del torero. Una incisión limpia aparece a nivel del hígado. El médico alza la cara y me ve de frente. Luego, sin mover la cabeza, dirige la mirada hacia la herida y vuelve a levantarla hacia mí. Es un diálogo sin palabras. Los dos pensamos en lo mismo: Alberto Balderas. La cornada, aparentemente, es la misma. Sólo una mínima diferencia, providencial. Rodríguez Oliva me lo explica después: el derrote frontal, que interesa el hígado, es tan rápido que rechaza y despide al torero limpiamente, sin tiempo para que el pitón desgarre la víscera. De haber sucedido esto último, el estrago sería irreparable…

La impresión que cuenta José Alameda, que narraba por radio el festejo mano a mano con Valeriano Salceda Giraldés, se corrobora con el parte que el médico rindió después de la intervención al diestro:

Herida por asta de toro, penetrante de vientre, que se localiza en el hipocondrio derecho, exactamente en el reborde costal derecho y a nivel de la línea media clavicular con un solo orificio de entrada, como de 8 centímetros de diámetro aproximadamente, que interesó músculo recto anterior, peritoneo y porción de epiplón. Se amplió la región lesionada en una extensión de 25 centímetros y, al examinarla, se apreció que el asta del toro interesó el lóbulo hepático derecho, desgarrándolo en una superficie de 8 centímetros y con una profundidad de 10 centímetros en el parénquima hepático. Su pronóstico es grave y esa lesión es de las que ponen en peligro la vida del torero. Dr. José Rodríguez Oliva.

El torero fue intervenido e internado en la Clínica Primavera de Tijuana y posteriormente trasladado a la capital de la República donde se le ingresó en el Sanatorio Español donde en principio, terminaría su recuperación.

Años después, en 1987, el doctor Rodríguez Oliva contó a Jeannette DeWyze, del semanario norteamericano San Diego Reader lo siguiente acerca de su actuación para atender este percance:

Rodríguez afirma que quizás algunas de las cornadas más graves se han producido en las plazas de Tijuana. Una de ellas fue la de agosto de 1971 sufrida por Antonio Lomelín.

El famoso torero acababa de colocar un par de banderillas y giró buscando salir de la suerte, cuando el toro tiró la cornada y prendió a Lomelín en el abdomen, bajo la última costilla. En la enfermería, el doctor Rodríguez se preparó a ritmo frenético y estando listo realizó la incisión en el sitio dañado, mostrando el hígado “estallado en la forma que quedan los cristales de los automóviles cuando se les arroja una piedra”, recuerda.

Hoy el doctor Rodríguez simula la manera en la que de manera rápida suturó el órgano lesionado, haciéndolo de dentro hacia afuera. Cuenta que después aplicó compresas calientes al hígado y dijo a sus asistentes: “Relájense, ya podemos contar chistes”. Cuando después de diez o quince minutos removió las compresas, el sangrado se había detenido y el doctor Rodríguez concluyó la cirugía. 

Lomelín, una vez recuperado de esa cornada, le obsequió al médico un bisturí de oro en muestra de agradecimiento y de reconocimiento a su habilidad quirúrgica…

Contado así, el procedimiento parece sencillo, pero se requiere un gran conocimiento de la anatomía y fisiología humanas y también una extensa experiencia quirúrgica para tener la frialdad suficiente para enfrentar un evento traumático de esa naturaleza.

Las complicaciones de la rebeldía

Antonio Lomelín no tenía el ánimo como para permanecer quieto en la situación en la que se encontraba. Sus triunfos en Madrid le abrieron las puertas de muchas plazas y de muchas ferias importantes en ruedos europeos. Así, en cuanto las peores molestias de la cornada de Querendón cedieron, aún en la cama del hospital, comenzó a urdir la manera de retomar su andar por los ruedos y quiero pensar que se fijó como meta reaparecer en un cartel de tronío. Esto le contó a Jaime Rojas Palacios e Ignacio Solares para su libro Las Cornadas a este propósito:

Yo creo que es la cornada más grave que he tenido – nos dice Antonio –. También ha sido la más dolorosa y la que dejó penosas consecuencias. Después de ocho días, de Tijuana me trajeron al Sanatorio Español de esta capital para que me atendiera el Dr. Hernán Cristerna, especialista en gastroenterología. Ahí estuve dos semanas y media. Sin que los médicos se enteraran, ordené a mi mozo de estoques que comprara boletos de avión y que dispusiera todo para un viaje. Yo tenía una corrida importantísima para mí en Almería, España, pues alternaría con “El Cordobés” y Diego Puerta, y de ningún modo quería perdérmela. Del hospital salí a escondidas y directo me fui al aeropuerto. Llegué a Madrid y al otro día estaba en Almería para torear, sólo 28 días después de mi percance en Tijuana. Corté oreja…

Sin embargo, Antonio Lomelín no estaba plenamente recuperado de sus heridas y pronto las secuelas de la interrupción del tratamiento que se le debió dar empezaron a pasarle factura, cada vez le costaba más recuperarse de los esfuerzos que le representaba el lidiar toros, según contó a Rojas Palacios y Solares:

Me sentía muy desganado. Solo toree en España siete corridas. Cada vez tardaba más tiempo en recuperarme. Primero eran dos o tres horas; luego, un día, y después, dos o tres días en los que no podía levantarme. Regresé a México y otra vez al Sanatorio Español, donde me encontraron un gran hematoma en el hígado. Duró mucho tiempo mi restablecimiento. Estuve más de un mes hospitalizado. Afortunadamente, no hubo necesidad de intervenirme otra vez. El Dr. Cristerna prefiere evitar la cirugía mientras sea posible...

La juventud permite a los seres humanos retar a la naturaleza en muchos aspectos, pero esta acabará imponiéndose en algún determinado momento. Creo que eso le sucedió en este caso a Antonio Lomelín.

La temporada 71 de Antonio Lomelín

El año de 1971 lo inició toreando en Irapuato el 1º de enero y lo terminó en Acapulco el 26 de diciembre. En México actuó en 17 festejos, cortando 24 orejas, 2 rabos y una pata. En ruedos de Europa toreó igualmente 17 tardes, 14 en España y 3 en Francia. También actuó 2 tardes en Lima, sumando consecuentemente 36 corridas toreadas ese año.

Afirmó a Ignacio Solares y Jaime Rojas Palacios que tras de su reaparición el 26 de agosto en Almería, solamente pudo torear 7 corridas más en España. La realidad es que solamente fueron tres más, Peñaranda de Bracamonte, Mérida y Barcarrota, esta última el 9 de septiembre con la que cerró su campaña allende el mar y las fechas perdidas en esas tierras que pude encontrar fueron únicamente las de Vitoria, Bayona y Frejus.

Aquí en México reapareció hasta el domingo 10 de octubre, alternando con Luis Miguel Dominguín y Adrián Romero en la lidia de toros de José Julián Llaguno y al día siguiente volvería a actuar al lado de El Número Uno, junto con Joselito Huerta en Guadalajara, pero ante toros de Torrecilla.

Antonio Lomelín fue el ganador del trofeo Mayte por el año 1971 al mejor quite de la Feria de San Isidro (en la que cortó 3 orejas). En 1970, había ganado el de la mejor estocada. El jurado lo integraron en ese año el Conde de Colombí, Antonio Bellón, Manuel Lozano Sevilla, Domingo Ortega, Luis Gómez Estudiante, Ricardo García K – Hito, José María del Rey Caballero Selipe, César Jalón Clarito y Rafael Campos de España

El Mayte al triunfador de la feria se lo otorgaron a Antonio Bienvenida, que cortó cuatro orejas en la corrida concurso del 30 de mayo, en festejo en el que su alternante, Andrés Vázquez, fue herido por el primero de su lote y el hijo del Papa Negro se quedó con casi toda la corrida.

Concluyendo

Así pues, estos son los hechos y algunas de sus consecuencias ocurridos hoy hace medio siglo. El personaje de estas líneas, Antonio Lomelín, nos debe dejar bien claro que, así como en los tendidos hay sol y hay sombra, para quienes se juegan la vida en el ruedo hay triunfo y hay también tragedia y éstas, a veces, se encuentran en un muy breve espacio de tiempo.

Aviso Parroquial: Quiero agradecer a mi amigo Doblón (@toritosyburros) por haberme acercado a la ubicación exacta de la plaza en la que ocurrieron los hechos aquí narrados y por haberme proporcionado la ubicación del artículo del San Diego Reader citado arriba.

Aldeanos