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domingo, 30 de marzo de 2025

A un siglo de la despedida de los ruedos de Rodolfo Gaona (IV)

Rodolfo Gaona y la evolución del toreo

El toreo había cambiado con una rapidez inusitada en las dos décadas que Rodolfo Gaona permaneció en los ruedos como matador de toros. Por una parte, Juan Belmonte apareció y depuró el elemento del temple y después vendría Gallito a traer los primeros esbozos del toreo en redondo. Sin embargo, a esas dos piezas les faltaba un tercer elemento para que unidas debidamente produjeran una verdadera evolución. Escribe José Alameda:

La consideración preferente de los valores espaciales, de postura o de plasticidad es una trampa en la que ha caído la crítica y la historiografía taurina... Los valores de tiempo son esenciales en el toreo... Y Gaona los tenía... Gaona les andaba a los toros, pero no solo en banderillas... también con la muleta... dentro del desarrollo de la faena, para mantener la reunión entre suerte y suerte, en el enlace de ellas... en las pocas filmaciones que se conservan, se encuentran algunos momentos en que le anda al toro con un “tempo”, con una cadencia, que no son frecuentes hoy en día, pero menos lo eran en aquellos...

El tercer elemento era ese tempo o ritmo que aportaba Gaona y que como dice Alameda, se le escapa a la mayoría de los historiadores del toreo. Por azar o por preclara inteligencia, Chicuelo reúne las piezas y las expresa por primera vez en México el 1º de febrero de ese 1925 ante Lapicero de San Mateo, demostrando que otra forma de hacer el toreo es posible.

Gaona ante la crítica en su última temporada

El Califa de León alguna vez confesó que Belmonte había llevado a todos los toreros de su tiempo a terrenos que nunca sospecharon pisar. Igualmente, con el paso del tiempo, la tauromaquia del torero de León fue evolucionando de manera imperceptible, distinguiéndose con claridad diferencias entre lo que le hacía a los toros el Gaona anterior a 1916 cuando permaneció prácticamente exiliado en España hasta 1921, y lo que realizó en sus últimas temporadas en México. Escribe una entonces jovencísima Esperanza Arellano, quien después sería conocida por su seudónimo de Verónica sobre este particular:

Ha toreado con esa arrogancia, con esa elegancia suya, es cierto, pero siempre en el terreno del más neto de los modernismos. Y sigue siendo, no lo niego, el amo, el único, modernista y todo, porque sabe lo que nadie y domina como nadie. Ahí lo imperdonable. ¿Qué necesidad tiene Gaona de torear así? ¿El mal gusto de los públicos? ¡No y mil veces no! ¿Es que Rodolfo dejaría de ser el gran torero que es, dejaría de querérsele y aplaudírsele, sólo porque no prodigara el relumbrón, la chabacanería y no torease con refinado modernismo? Él, el gigante, el coloso, debía imponerse e imponer al relajamiento, la degeneración, el mal gusto de los públicos, su arte grande, quintaesenciado; su toreo clásico, bello y gallardo, y aquéllos no tendrían más remedio que rendirse a la verdad, avasallándose al arte que satisface y a la belleza que cautiva y subyuga...

Estas duras afirmaciones contenidas en el ejemplar de El Universal Taurino aparecido el 5 de enero de 1925, cuestionan la evolución de la tauromaquia de Gaona, le critican que se haya adaptado a los cambios que evidentemente estaba sufriendo el toreo y de alguna manera le exigían que volviera a sus maneras originales.

Pero no es solamente Verónica quien alza la voz para señalar que la evolución del toreo del llamado Petronio es motivo de desagrado. También don Luis de la Torre El – hombre – que – no – cree – en – nada, en el ejemplar del El Universal Taurino del 19 de enero siguiente, se expresa en semejante sentido:

En su libro “Mis Veinte Años de Torero”, Capítulo IX, Párrafos II y IV de la página 117, refiriéndose a la mejor faena de su vida, ejecutada el día 21 de abril de 1912, en la plaza de Sevilla, España, dice Gaona: “La faena de muleta fue breve y artística: quince muletazos magistrales, solo, derecho y toreando de brazos... Aquella fue una faena seria. Sin arrodillamientos. Sin molinetes, ni cogerse de los pitones. Nada: toreo clásico, del que yo sabía... Los pases fueron ligados todos, en el terreno que yo quise, mandando y. haciendo del toro lo que me dio la gana”. ¿Se dan cuenta, señores gaonistas (?), de lo que es una faena cumbre de las que ahora se ven pocas, simple y sencillamente porque no las entendemos? Junto a ese modelo de faena y comparadas con algunas otras que han ejecutado no sólo Gaona, sino también otros diestros modernistas a quienes no queremos darles mayor importancia, digan ustedes, ¿qué lugar les corresponde a las tan cacareadas de “Pavo”, “Faisán” y algunas más? Yo juzgo que colocadas entre el modernismo – lugar que les corresponde –, son faenas magníficas, pero nunca comparables con otras portentosas en las que, según opinión netamente gaonista, ha sobrado toro o ha faltado torero, únicamente porque no ha sido el ídolo quien las ha ejecutado. Para las de Gaona hubo oreja bien ganada; para las otras, aunque también la hubo, se concedió por indulgencia y nada más. ¡Vaya imparcialidad y buena fe! ...

Algo de miopía, sin duda, ante el inminente cambio de maneras que estaba ya tocando a la puerta. El 1º de febrero de ese mismo año ocurrió la epifanía y el 25 de octubre siguiente Manuel Jiménez Chicuelo regresaría a ratificar que el modelo a seguir para la realización de una faena en una plaza de toros, sería a imagen y semejanza de la que él realizó ese domingo a otro toro de San Mateo, ahora llamado Dentista. A veces somos renuentes al cambio, pero con afición, terminamos aceptándolo.

15 de febrero de 1925, el encuentro de Gaona y Azote de San Diego de los Padres

En el año de 1921, a iniciativa de los directores de los diarios El Universal, El Gráfico, El Demócrata, El Heraldo, El Mundo y Últimas Noticias entre otros, se inició la edificación de la Casa de Salud del Periodista en la zona conocida ese entonces como Chapultepec Heights hoy las Lomas de Chapultepec en la Ciudad de México. Entre los eventos generados para financiarla, se incluyó en la temporada 1921 – 22 una corrida de toros, que se volvió tradicional desde entonces.

La correspondiente a la temporada 1924 – 25 se ofreció el día 15 de febrero de 1925 y para lidiar toros de San Diego de los Padres, se anunció a Rodolfo Gaona, Manuel Jiménez Chicuelo y Antonio Márquez. Esa tarde fue fecha de uno de los grandes hitos de la campaña final del Indio Grande, por su hacer ante el toro Azote, del que el torero recordó ante su biógrafo Carlos Quirós Monosabio:

A “Revenido II” y a “Azote” también los maté a mi gusto... Entre los pares que vivirán muchos años, dejo el de “Pinturero” y el de “Azote” – de San Diego los dos –; éste muy parecido al de “Pavo”... En la corrida de la Casa de Salud del Periodista, con “Peinador” y “Triciclo”, hice dos tercios de quites que, vaya, todavía se están aplaudiendo...

La crónica escrita por Verduguillo para El Universal Taurino acerca de la actuación de Gaona ante el sandieguino, en lo esencial es la siguiente:

En cuarto turno aparece “Azote”, cárdeno bragado, coletero, calcetero. Número 12. Tiene todo el tipo de aquel célebre toro “Sangre Azul”, de quien se dice que es hermano… toma el Califa las banderillas; y después de gallear, prende un colosalisímo par de poder a poder. Y sigue con otro, llegando a la cara, y levantando los brazos, maravillosamente. El tercer par es imponente. Vaya forma de medir los terrenos y de cuadrar en la misma cabeza… Rodolfo tiene que contender con un enemigo que, aunque escaso de poder, conserva codicia y acude donde le llaman. El primer pase es ayudado por alto; sigue un natural muy vistoso, aunque despegadillo. Se pasa el leonés la muleta a la derecha. Un natural, luego el de pecho, con los pies juntos, corriendo la mano, y pasándose todo el toro por la faja. Y después de esto, toda esa serie de pases y medios pases que el Califa lleva guardados en el baúl, y sólo saca los días grandes. ¡Qué faenaza! Cuánto valor, cuánta salsa ha derrochado el mexicano. Los que han opinado que para tener salsa torera hay que nacer en las márgenes del Guadalquivir, se han equivocado; que no contaban con que en el Estado de Guanajuato hay una ciudad que se llama León, que también da lo suyo… Y cuando “Azote” junta las manos, nuestro entusiasmo se torna en locura, al ver a Gaona volcarse, materialmente, sobre el toro, y hundirle la tizona un poquito del lado de allá pero con magnífica dirección. El toro tarda en doblar y Rodolfo descabella a pulso… Ovación delirante: las dos orejas, el rabo, tres vueltas al redondel. Sombreros, pañuelos, palomas, bastones… El acaboselipsis…

La faena de Gaona no fue precisamente breve y tendiente únicamente a despachar al toro que, falto de fuerza, pocas opciones dejaba para esperar la realización de algo de lucimiento ante él. Y sin embargo, tirando de una nueva manera de hacer, de una tauromaquia que estaba por llegar para quedarse, pudo evitar el adormecimiento de la concurrencia, alegrarla y alzarse con un gran triunfo en esa señalada tarde.

15 de marzo de 1925. Gaona y Hortelano de Veragua

La corrida a beneficio del Montepío de Toreros fue la penúltima que toreó Gaona en El Toreo. Se repetía el cartel de un mes antes, para alternar con Chicuelo y Antonio Márquez en la lidia de un encierro del Duque de Veragua, que permitió a los lidiadores recaudar recursos para sus compañeros heridos y también para los actuantes, que tuvieron una tarde redonda. Gaona le cortó el rabo al cuarto del festejo, Hortelano. Escribe Verduguillo acerca de su actuación:

“Hortelano” se llama el cuarto: es negro entrepelado, listón… Tras de brindar al señor Secretario de Industria y Comercio don Luis N. Morones, que ocupa un delantero de tendido, Rodolfo pasa a contender con “Hortelano”, al que encuentra aplomadísimo, pero dando la cara. Al dar Gaona el primer pase, de pecho con la derecha, el toro clava los pitones y da la voltereta, y con esto se le acaba el poco gas que le quedaba… El Indio supo aprovechar las condiciones de inmovilidad de su adversario y lejos de aburrirnos le sacó gran partido. Vimos al artista adornarse en todos los momentos, aunque el toro no le embistiera. No fueron pases los que dio el leonés, fueron simples adornos al margen de la fiera que le veía asombrada del dominio que derrochaba el maestro… Sí, señor, porque maestría y mucha se necesita para alcanzar lucimiento con un toro que no solamente no pasa, sino que ni siquiera se mueve…  Gaona ha logrado hacer del toro lo que se le da la gana. Y así vemos que lo lleva de un sitio a otro, como si fuera un corderito amaestrado. Le gustó a Rodolfo para dar la estocada, la querencia natural de los toriles, donde el torito podría hacer algo por él. Y sí que lo hizo. El leonés se perfiló en corto, dando la espalda a la misma puerta de los chiqueros, entró derecho, y hundió todo el acero en la misma cruz. Después descabelló al segundo golpe. Ovación grande, las dos orejas, el rabo, etc. Ovación también al toro…

La descripción que hace Rafael Solana de esa actuación es importante, porque no refleja una actuación tradicional, de manual, diríamos, ante un toro aplomado, agarrado al piso. Rodolfo Gaona quería cerrar su temporada regular con un gran triunfo y lo consiguió recurriendo a cuanto recurso estuvo en su mano para salir avante. Aparte del bien dominado oficio y de su evidente raza, recurrió a formas de salir a enfrentar a los toros que entonces eran novedosas.

Para terminar

La grandeza del toreo y de los toreros se demuestra en su capacidad de adaptarse a su evolución, siempre que se respete su esencia. En esos días el toro estaba siendo objeto en México de una profunda transformación genética, hecho que, sumado a la que estaba ya sufriendo el toreo, lo que exigía una manera nueva de enfrentar a los toros en los redondeles. Rodolfo Gaona, en el cierre de su brillante carrera, dejó bien claro que estaba perfectamente adaptado a esos cambios y en aptitud de contender con los nuevos valores de la fiesta, en sus propias claves. A veces, pareciera, a los que nos cuesta adaptarnos es a nosotros, los aficionados.  

domingo, 16 de febrero de 2025

A un siglo de la despedida de los ruedos de Rodolfo Gaona (I)

Al prepararse la temporada 1924 - 25 de El Toreo de la Condesa, flotaba ya en el ambiente la idea de que sería la última en la que el eje de ese serial sería la figura de Rodolfo Gaona. Rafael Solana Verduguillo, relata que al prepararse la contratación de los toreros foráneos que en ella actuarían, el doctor Jesús Luna, gerente de la empresa, viajó a España en la primavera del 24 con esa idea:

Llegó el Dr. Luna a Madrid dispuesto a ver corridas antes de hablar con ningún apoderado. Asistió a casi todas las ferias importantes, comenzando por la de Valencia y acabando por la de San Sebastián... El primero que contrató fue “Chicuelo”... En Madrid, el más aplaudido era un torero paisano... Se llamaba Antonio Márquez. También lo contrató el doctor Luna... otro madrileño, un muchacho chaparrón, regordete, con la nariz respingadilla, cuyo nombre era Victoriano Roger y lo apodaban “Valencia II” o bien el “Chato Valencia”... Su hermano José ya estaba contratado y así consideró el doctor que, con los Valencias, Márquez y “Chicuelo”, ya tendría Gaona para divertirse...

Por su parte, el propio Califa de León meditó en voz alta delante de Monosabio para su libro Mis Veinte Años de Torero, lo siguiente:

El año pasado pensé quitarme de los toros; en principio resistí, pero, al fin me dejé convencer de los míos u acepté, sobre todo ante la actitud intransigente de un grupo de aficionados que no quisieron ver, ni el mérito, ni la exposición de muchas de mis faenas, ni la calidad de los toros que me tocaron en las primeras corridas de la temporada. Y no me fue porque consideré que en esas condiciones no debía irme de los toros... Hoy las condiciones son distintas, he probado que puedo y que estoy como nunca estuve... Juzgo que mi misión ha quedado cumplida...

Y los resultados que refleja la historia corroboran la apreciación del torero de León. Esa temporada 1924 - 25, constó de 25 corridas que se ofrecieron entre el 12 de octubre de 1924 y el 29 de marzo de 1925 y Rodolfo Gaona actuó en quince de esos festejos, es decir, el peso de la temporada descansó sobre sus hombros y él lo llevó adelante, para cerrar su carrera en los ruedos el 12 de abril de ese 1925.

Los fastos de la última temporada del Califa

La temporada final de Rodolfo Gaona en la plaza de la colonia Condesa estuvo señalada por un número importante de obras imperecederas. Las tardes de gloria se recuerdan todavía por sus faenas a los toros Brillantino y Jorobado de Piedras Negras; Faisán y Cornetín de Atenco; Pavo y Revenido II de Zotoluca; Cantarero de CoaxamalucanTurronero II de La Laguna; Azote de San Diego de los Padres; y, Hortelano del Duque de Veragua.

El torero tuvo bien formada su opinión sobre algunas de estas faenas. Así lo contó a Carlos Quirós Monosabio:

El toro más manejable que me han echado esta temporada, indudablemente fue “Brillantino”, de Piedras Negras... Le hice una buena faena, pero, como el toro puso lo suyo, el mérito nos lo repartimos entre los dos... Cuando salió el “Faisán”, de Atenco - mi ganadería favorita -, no lo pude torear de capa ni en quites... Reparé que “Faisán” dos, tres veces que lo mandé correr para las tablas, no llegaba... Hice que lo llevaran otra vez, y una tercera, y, efectivamente; no llegaba a los tableros... entonces se me ocurrió sentarme en el estribo y le metí cuatro muletazos a un toro que ninguno creía que podía toreársele de esa manera... Con “Revenido II”, de Zotoluca, creo haber hecho mi mejor trabajo de muleta esta última temporada... Mi mejor par de banderillas fue el de “Pavo” de Zotoluca... Esta temporada he clavado muchos buenos pares de banderillas, que dejo allí para que los borren. Pero en ninguno expuse tanto como con “Pavo”: se me arrancó como para dejarme en el sitio. Si me falsea un pie, allí quedo...

El análisis a posteriori del torero, prácticamente en la víspera de la última tarde, no es contradictorio con lo que los cronistas dejaron escrito acerca de esas extraordinarias tardes que rememora el diestro.

El porqué del adiós

Gaona afirma retirarse de los ruedos por petición de su familia, cuando aún se encuentra pleno de facultades. Pero también en alguna forma reflexiona sobre la dureza de su paso por los ruedos durante casi dos décadas:

Sin alardes de ninguna especie, estoy convencido de que mi carrera ha sido de las más difíciles, porque fue una pelea sin tregua. Aquí y en España siempre me han echado un contrincante con quien disputar las palmas. No se ha querido que descanse... Esa situación no es posible mantenerla siempre. Toda fuerza tiene su límite... los públicos piden más y más todos los días, con injusticia, según mi criterio, porque creo que, cuando se tiene historia y antecedentes, también debe haber consideraciones... La resolución de quitarme de los toros ha sido un trance muy duro para mí... Cedí a instancias de mis hijos; a la consideración del tiempo que ha pasado; a las exigencias de los públicos...

Don Arturo Muñoz La Chicha, torero de plata de esta tierra, con quien tuve amistad y conviví varios años, decía que la despedida de los ruedos más inteligente que había visto fue precisamente la de Rodolfo Gaona, porque la decidió y llevó a cabo, afirmaba cuando todavía le podía a los toros y no andaba dando lástimas... De la exposición de motivos que el llamado Petronio le hizo a Monosabio para Mis Veinte Años de Torero, se advierte claramente que esa era su intención, irse dejando tras de sí, una estela de grandeza.

Gaona y la elegancia

Una de las señas de identidad que se han presentado para distinguir a Rodolfo Gaona es la de su elegancia. Muchas vueltas al mundo ha dado una imagen suya, captada en el Toreo de la Condesa, donde da una vuelta al ruedo junto con Antonio Fuentes, donde dan la impresión de ser dos cariátides recorriendo la circunferencia del ruedo, por la apostura y, precisamente la elegancia con la que se conducían en el momento en el que la cámara fotográfica les captó.

Escenas como esa le generaron al Califa una etiqueta de torero elegante y sobrenombres como el de Petronio del toreo. Escribe José Alameda al respecto:

Le dijeron en México “El Petronio del toreo” y con ello no le hicieron favor alguno, pues con eso se recalca lo más externo de su arte, la ya dicha y redicha elegancia, que pudo resultarle "comercial", pero que distrae de sus valores más auténticos... Llamarle a Gaona “Petronio del toreo” no es lo más, es lo menos que puede decirse de él... La consideración preferente de los valores espaciales, de postura o de plasticidad, es una trampa en la que ha caído la crítica y la historiografía taurina en ciertas épocas... Los valores de tiempo son esenciales en el toreo... Gaona les andaba a los toros, pero no sólo en banderillas... también en la muleta. No sólo para ir al toro o para citarlo, sino dentro del desarrollo de la faena, para mantener la reunión entre suerte y suerte, en el enlace de ellas... Esta cualidad de “andarle al toro” la lleva a su cumbre Domingo Ortega... Y, sin el poder de Ortega, pero con mayor finura, Antonio Ordóñez... Pero el primero en la cronología del toreo moderno, es Rodolfo Gaona...

Como se ve, la tan traída y llevada elegancia de Rodolfo Gaona, es apenas una mera tarjeta de presentación, pero que no refleja en forma alguna la esencia del ser y del hacer del torero.

Pero también existe otra arista de la noción de la elegancia, que expone Ortega y Gasset:

Los latinos llamaban al hecho de elegir, escoger, seleccionar, “eligere” y al que así lo hacía, “eligens” o “elegans”. El “elegans” o elegante no es más que el que elige y elige bien. Así pues, el hombre tiene de antemano una determinación elegante, tiene que ser elegante… El latino advirtió… que después de un cierto tiempo la palabra “elegans” y el hecho del “elegante” – la “elegantia” – se habían desvaído algo, por ello era necesario agudizar la cuestión y se empezó a decir “intellegans”, “intellegantia”, inteligente… Así pues, el hombre es inteligente, en las cosas que lo es, porque necesita elegir…

Entonces, la elegancia, como sinónimo de la inteligencia, idea que no desarrolla José Alameda, puede ser también admisible como atributo del torero de León, Guanajuato, aunque la apreciación por la cual se le calificó así, no haya sido precisamente esa.

Así pues, a partir de esta fecha y en las siguientes semanas, trataré de ir recordando algunos fastos de la última temporada capitalina de Rodolfo Gaona, hasta llegar a la fecha de su despedida de los ruedos.

Aviso parroquial: Los resaltados en los textos transcritos son obra imputable exclusivamente a este amanuense, porque no obran así en sus respectivos originales.

domingo, 2 de febrero de 2025

Sobre la involución del concepto de bravura y la permanencia de la fiesta


Vivimos en estos tiempos, como aficionados a la tauromaquia, tiempos complicados por la prevalencia y la imposición de las ideas que, derivadas de las creencias generadas por el culto woke que preside la vida cultural, académica y política que nos rodea, ha provocado una serie de acciones y actitudes buenistas hacia las cosas y hacia los animales que nos rodean, elevándolos a categorías que terminan equiparándolos a los seres humanos, adjudicándoles derechos por la vía legislativa – sin entender que éstos son siempre anteriores a las personas – y creando situaciones que afectan a la vida y a la cultura de los pueblos.

En el caso de la fiesta de los toros, el meollo del asunto se ubica en una cuestión principalmente semántica, pero que en el discurso es utilísima para aquellos que se oponen – casi siempre desde la ceguera que produce el desconocimiento – a la tauromaquia, porque la diferencia entre lo que es cruel y lo que es cruento no es de mero grado, sino de auténtico fondo. La fiesta de los toros es cruenta porque en ella se vierte sangre, de los toros, pero también de los toreros. Jamás será cruel, porque no se infringe daño alguno, por el mero placer de hacerlo. La cirugía es cruenta, pero no es cruel; en cambio, la guerra es cruenta y cruel al mismo tiempo. Así, el mero uso inapropiado de un término, permite a quienes ignorantemente vociferan en contra de la fiesta, captar audiencias y convencerlas de algo que carece de sustento alguno.

La fiesta sin sangre o los toros del velcro

Hace un par de semanas leía una entrevista que hacía Leonardo Páez en su tribuna del diario capitalino La Jornada a Francisco Terán, cronista taurino de muchos años y entre otras cuestiones, afirmó:

Creo que al quitar la sangre del toro en el ruedo – morirá como sea y donde sea, pero no a la vista –, no se está quitando la esencia del toreo sino una de sus esencias; hoy, el arte del toreo es algo más que dar muerte a los toros a estoque. Las generaciones futuras de aficionados no van a querer la sangre del toro en el ruedo, sino eventualmente la del torero. Entonces, no hay que pensar sólo en lo que hoy nos gusta, sino en las preferencias del público futuro, siempre y cuando, claro, se efectúe una eficaz capacitación mediática que abone en el retorno de la ortodoxia…  (La Fiesta en Paz, 19 de enero de 2025)

Me preocupa sobremanera lo que afirma Paco Terán. La sangre que vierten los toros producto de las suertes de varas y del segundo tercio, no es una de las esencias del toreo, sino en el caso de la lucha del toro ante los picadores, es prácticamente la esencia de la tauromaquia. Parece olvidarse el entrevistado, que la fiesta es de toros, que tiene por objeto el valorar la bravura del que sale al ruedo y que esa valoración, esencialmente, es justamente en la suerte de varas.

La justipreciación de la bravura

Afirmaba con firmeza hace unos cuantos días el ganadero Francisco Javier Araúz de Robles, en una tertulia con la Asociación El Toro de Madrid, que la bravura del toro de lidia se mide en la suerte de varas. Esa reiteración que hace el ganadero, la explicó así en su día Domingo Ortega, en su célebre conferencia La Bravura del Toro, pronunciada en 1960 ante la peña Los de José y Juan:

En la suerte de varas está el problema de la bravura del toro. Si no fuese por esta razón, Portugal, donde no se matan los toros en la plaza, tendría los más bravos del mundo porque pueden emplearlos como sementales después de ver el resultado de su lidia. Pero como tampoco se pican, se quedan sin saber cuál es el auténticamente bravo, lo único que pueden ver es cuál es el más cómodo para el torero, pero eso no es la auténtica bravura... Es en la suerte de picar cuando el toro la demuestra, lo que pasa es que después de esa suerte el noventa por ciento de los toros empieza a defenderse con menos peligro porque les queda menos fuerza. Pero cuando sale el toro bravo sigue embistiendo con la misma intención, que es la de atacar, no la de defenderse...

La lidia girará siempre alrededor de la bravura del toro, porque dependiendo de sus condiciones el diestro tendrá que plantear su hacer delante de él, y la única manera de conocer esa manera de establecer su estrategia, será conociendo si su adversario es o no bravo. 

Por su parte, Carlos Urquijo, quien encabezara una de las ganaderías más emblemáticas de España durante muchos años, refiere lo siguiente acerca de la suerte que es el fiel de la bravura del toro:

Lógicamente el toro debe adaptarse, conservando su pujanza fundamentada en el tronco de su procedencia, pudiéndolo reconocer en la plaza, aunque careciera de hierro y divisa… Se ha pedido respeto para el toro grande, en detrimento del respeto al toro bravo… Ennoblezcamos el arte de picar. Ese tercio debe reformarse, es factible y conveniente. El toro que por su condición de bravo humille ante ese muro pierde toda posibilidad de embestir. No lo convirtamos en un títere. Si así fuese, cada vez surgirán más argumentos agnósticos que negaran la justificación de su existencia… (El País, Madrid, 5 de abril de 2024)

Entonces, la suerte de varas, además de ser el medio de calibrar la bravura del toro, resulta ser un medio por el cual, ejecutada conforme lo señalan los cánones, se le demuestra respeto al toro, permitiéndole exhibir su fuerza, su pujanza y sus verdaderas condiciones de lidia. La reforma que menciona Urquijo, debería consistir, entiendo, en la utilización de caballos más ligeros y de petos menos tiesos y voluminosos que permitan al toro una pelea más equitativa, para así evitar la descarada simulación que hoy se hace, convirtiendo la suerte de varas en un mero trámite.

El toro del futuro

La pasada semana se celebró en las Islas Azores el IV Fórum Mundial de la Cultura Taurina. Entre las varias cuestiones que allí se trataron, una que me llamó la atención y que fue la que me llevó a garabatear estas notas, fue la relativa al toro del futuro. Entre otras cuestiones, en su participación el ganadero portugués Joaquim Grave afirmó al respecto:

El toro del futuro ya está en el campo, y coincido con mis compañeros de mesa y reconozco la gran labor llevada a cabo por todos los ganaderos en las dos últimas décadas, que han diseñado un toro más completo y bravo que nunca. Considero que la bravura es una total entrega ante los engaños que se ha conseguido con muy concretas mejoras genéticas en cuanto al físico y al comportamiento del animal…

La bravura concebida como una total entrega ante los engaños, prescinde de los conceptos clásicos y tradicionales de lo que la bravura es. En consecuencia, parece que ya al ganadero del futuro ya no le preocupa calibrar de esa manera si sus toros son bravos, sino saber únicamente si pueden engullirse muchos muletazos. Escribió don Luis Fernández Salcedo:

Mira Ramón: nada de varas, caídas, etc., porque todo esto ha pasado a la historia. Dinos en el telegrama qué tal han resultado los toros; pero, sobre todo, cómo han quedado los toreros, que, al fin y al cabo, esto es lo que se refleja en el libro de Caja, y aquello en el historial, libro muy pesado ya de manejar en nuestros días y en el cual, te aseguro, que muchas veces no sé qué poner… (Relatividad de la bravura, o mañana será otro día, en Tres ensayos sobre la relatividad taurina, 1948)

La bravura, en su recto sentido, hoy ha pasado a segundo término. Lo que como tal se conceptúa, es la capacidad del toro para repetir embestidas en el último tercio. Así lo predecía José Alameda hace 40 años:

...ese toreo exigirá otro tipo de toros. Y los tendrá. Los ganaderos se los darán. Y el toreo de muleta acabará por comerse a la suerte de varas, que quedará relegada al papel de simple tramoya, a su servicio... (Historia Verdadera de la Evolución del Toreo, 1985, Pág. 29)

El llamado toro del futuro parece estar predeterminado para las llamadas corridas incruentas o del velcro. La noción justa y clásica de la bravura ha involucionado a eso y va a quedar archivada en las crónicas de prensa y en los libros, pero al paso que llevan las cosas y con la evidente aquiescencia de las fuerzas vivas del toreo, todo apunta a que ese es el destino y probablemente el final de una tradición cultural de todos los pueblos hispanos. 

Coda: la muerte del toro ha de ser en el ruedo

Ya apuntaba Paco Terán que el toro, en una fiesta con sangre o sin ella, habrá de morir. Y también anotaba el Padre Cué en alguno de sus ejercicios poéticos, que el toreo es un juego de tres: del toro, el torero… y la muerte, a veces la del torero, a veces la del toro. Hogaño, pareciera que para dar un lavado de cara al toreo, se promueve el indultismo, con la finalidad de demostrar a los que no gustan de esta fiesta, que el toro también tiene oportunidad.

Esa no es una vía más que para propiciar el descastamiento del toro. Vuelvo a citar a Carlos Urquijo en algo interesantísimo que declaró a Alfonso Navalón:

...muchos toros indultados en la plaza por bravos, después de tomar tres puyazos superiores, son luego malos sementales en el campo... Por eso soy partidario de la tienta de machos. Por eso te dije hace cinco años que la mayor vergüenza de un ganadero es que le indulten un toro en la plaza, porque es señal que no lo ha sabido ver en el campo... Porque cuando se manda un toro a la plaza es porque no sirve para semental... (En Viaje a los toros del sol, 2005)

Así pues, no se trata de convencer a nadie de que los aficionados y profesionales de la tauromaquia somos buenas personas. Con conservar su esencia en puridad, creo que basta. No hay que quedar bien con los de fuera, primero habrá que limpiar la casa. Lo demás, llegará por añadidura. Y agrego para terminar, esto último será una auténtica tarea de romanos.

Aviso parroquial: Los resaltados en los textos transcritos son obra imputable únicamente a este amanuense, porque no obran así en sus respectivos originales.

domingo, 14 de enero de 2024

Jesús Solórzano y Fedayín de Torrecilla, a 50 años vista

Jesús Solórzano
Foto: Lyn Sherwood

El seguro azar del toreo

José Alameda ha explicado con claridad lo que pudiera considerarse una de las grandes paradojas de la fiesta de los toros, en el sentido de que lo único seguro en ella, sea precisamente el azar, entendido éste, en el sentido de que por más previsiones que se tomen al respecto de una situación determinada, no necesariamente se dará el resultado que se previene, sino uno que puede ser fortuito, accidental o involuntario.

Era quizás miércoles y todavía no estaba definido el cartel de la sexta corrida de la temporada 1973 – 74 de la Plaza México. Muchos rumores circulaban entre la afición y los medios especializados. Dadas las importantes actuaciones de Manolo Martínez y Mariano Ramos el domingo anterior, las voces más fuertes propalaban un mano a mano entre ambos toreros ante el encierro de Torrecilla que era lo único fijo para la fecha. Pero también se decía, que en las oficinas de la empresa se manejaba que en la combinación que se diera podría participar Jesús Solórzano, anunciado en el apartado y que a esa fecha aún no se había presentado ante la afición capitalina.

Cuenta don Alberto A. Bitar que ante la sola mención de que Jesús Solórzano podría entrar en el cartel en el que se lidiarían los toros de Torrecilla, don José Julián Llaguno montó en cólera:

José Julián Llaguno, llevado por su encono en contra de Jesús – nunca se supo bien a bien el fondo de la cuestión – amenazó con que su familia no permitiría que se lidiaran los de Torrecilla, que convocaría a una conferencia de prensa y que entablaría una demanda contra la empresa… José Julián Llaguno era famoso por dos motivos: el primero, por sus chistes, y el segundo, por lo violento de su carácter, sólo que no tomó en cuenta a la Delegación, que amenazó con retirar del cartel a la ganadería para el Distrito Federal, amén de aplicarle una cuantiosa multa… (La Jornada, 29 de octubre de 2017)

Bastó el apercibimiento de la autoridad para que la ira de don José Julián se apagara y aceptara la terna de toreros que la empresa formó para enfrentar a los toros de su hermano José Antonio, que se completó con Eloy Cavazos y Mariano Ramos, para dar cuerpo a ese sexto festejo del serial 73 – 74. De esa manera el azar jugó la primera de sus cartas, abriendo una puerta que inicialmente estaba casi absolutamente cerrada para Jesús Solórzano.

El segundo pase del azar se produjo con los toros de Torrecilla. La corrida llegó a los corrales de la Plaza México seguramente la tarde del día 8 de enero de ese 1974, con la idea de que estuviera allí los cinco días anteriores al festejo, según lo marcaba el Reglamento. Pero el jueves siguiente, dos toros se pelearon y uno quedó inutilizado. Así lo cuenta don Francisco Madrazo Solórzano en su libro El Color de la Divisa:

…una llamada de Carlos González me inquietó, me contó con detalle como el toro número 38, inutilizó durante una pelea, al número 31, quebrándole una pata… Llamé por teléfono a Carmelita Llaguno y le pedí que embarcara otro toro a la mañana siguiente. Y como yo no podía ir, llamé también a “Chemel” para que me sustituyera: “Entre el 50 y el 49, que escoja Toño el que más le guste, están muy iguales en trapío y peso”, le dije… El jueves 10 de enero festejan sus aniversarios de nacimiento mi tío Jesús Solórzano Dávalos – 1908 –, y Manuel Martínez Ancira – 1947 –, les llamé a ambos para felicitarlos. Ese mismo día nació mi hijo, Antonio Manuel. Mientras acompañaba a Esperanza, me enteré por la prensa que mi primo, Chuchito Solórzano Pesado, completaría el cartel de la corrida del domingo… Toño, acompañado por su primo “Chemel” Garamendi, embarcaba al toro número 49, sustituyendo al lastimado. Cuatro días después, el solitario viajero y el diestro postergado, se unirían – cómplices felices – en una de las más grandes, bellas y mejor trazadas faenas en la historia de la Plaza México: la de Jesús Solórzano Pesado, al toro “Fedayín”, No 49, negro, de Torrecilla, con divisa verde y blanca...

La segunda carta del azar fue la del triunfo. Fedayín no iba, en principio, a esa tarde en la Plaza México, tuvo que darse un percance en los corrales para que de manera emergente fuera llevado a sustituir a uno de sus hermanos que se inutilizó. Y jugó también para que en el sorteo le correspondiera a Jesús Solórzano quien lo aprovechó a plenitud.

Jesús Solórzano y Fedayín ante la crónica

El quinto toro de esa corrida, el que de acuerdo a la voz popular, nunca es malo, fue nombrado Fedayín y ante él, Jesús Solórzano realizó una faena que hoy es considerada por muchos como de culto, pero que, en el fondo, es una de esas que, cuando se haga un recuento de las grandes obras realizadas en el ruedo de la Plaza México, tendrá que ser considerada, necesariamente. José Alameda, en su tribuna de el Heraldo de México, entre otras cosas, expresó lo siguiente a propósito de ella:

Siempre que el arte hace su aparición, la fiesta se desintoxica. Porque, no lo dude usted, la fiesta vive intoxicada. Intoxicada de monotonía… Pero el arte verdadero, ¡aparece tan de tarde en tarde! Sin embargo, es suficiente con que asome para que cambie toda la valoración del toreo. Solórzano acabó ayer, de un solo golpe, con esa faena de molde, monótona e industrial, esa faena que se imprime en serie, como las estampas de calendario, la misma que hemos visto ya este año y el anterior y el otro y el otro… ¿hasta cuándo?... Lo que hizo ayer Solórzano fue poner en evidencia la realidad del arte auténtico, fragante, inspirado, sincero, frente al arte de “los pintores de calendario”. Dicho con bíblico lenguaje: Solórzano vino a correr a los mercaderes del templo… La obra de arte tiene siempre que dar la impresión de algo único, distinto, sin par. Es todo lo contrario de la copia fotostática. La obra de arte, hija de la inspiración, es un modelo único. Por eso vale tanto. El público de la plaza México, este público dotado de tan impalpable sensibilidad y tan implacable juicio, lo comprendió, también de golpe, de corazón, con el alma desnuda. Y se entregó al artista con voto unánime para poner en las manos de Solórzano las dos orejas del toro. Porque en los grandes momentos, hay una emoción de la mente y un juicio del corazón… Solórzano, sí. Pero no sólo él. Fue también el aficionado mexicano, en su puesto de honor de la plaza México, el que dio el ejemplo: moralmente, expulsó a los mercaderes del templo… (Heraldo de México, 14 de enero de 1974)

Por su parte, Carlos León, en su crónica epistolar, dirigida a don Lucas Lizaur, de la zapatería El Borceguí, apunta:

Jesús Solórzano II, que inesperadamente entró al cartel como con calzador, parecía que iba a ser el “Ceniciento” de la tarde; un simple “arrimado”, marginado en un rincón de la cocina mondando patatas, mientras otros se despachaban el caldo gordo con la cuchara grande… ¿Qué fue lo que hizo Chucho para armar la que armó y colocarse, de golpe y porrazo, en un sitial que nunca había tenido? Pues muy sencillo: Volver los ojos hacia el toreo de antaño, al toreo clásico, al torear rondeño. En vez de dejarse llevar por el camino herético de la supuesta e iconoclasta “Escuela Mexicana del Toreo”, retornó a la verdad y a la naturalidad, a la pureza de procedimientos, a la estética desahogada. Y con eso tuvo para abrirle los ojos al público, que en una revelación volvía a ver los viejos moldes que creían haber roto los falsos profetas… Si bien con el capote anduvo desdibujado – lo estuvieron todos –, en lo demás, hasta en adornarse en banderillas que ya casi nadie las clava, hizo una faena de “las de ayer”, un trasteo de los que quitan años de encima, con muletazos y buenas maneras de otras épocas. Todo lo gris que había estado en su primero, fue luminosidad con este quinto toro, que en mala hora bautizaron “Fedayín”, nombre aborrecible para personas civilizadas. Para tan bella faena, pocas nos parecieron dos orejas y dos vueltas al ruedo. Pero eso era lo de menos, había resucitado el bien torear y eso nos llenaba de regocijo… (Novedades, 14 de enero de 1974)

Por su parte, el licenciado Antonio García Castillo Jarameño, titular de la sección taurina del diario deportivo Ovaciones de la capital mexicana se pronunció en el sentido siguiente:

Con la franela, la obra cumplida; la faena en que estuvo impreso un estilo personalísimo, tanto en las formas como en la construcción, muletazos acendrados, con el ritmo preciso, a la distancia justa, a la altura necesaria, engolosinando al noble y bravo burel de Torrecilla, haciendo que el enorme coso fuera un solo olé, y que la gente sintiera que admiraba algo distinto, nuevo, que no era más que eso: el personal sentir de un hombre frente a un toro... ¡nada más! Ahí trenzados en magníficas formas derechazos y naturales; ahí la culminación con el muletazo de pecho cumplido en su cabal dimensión; ahí la arrucina, pero la arrucina sin aprovechar el viaje, sino citando, embarcando, es decir, toreando y el remate justo con uno de pecho de cabo a rabo. Y los adornos – suficiencia y torerismo – en esos derechazos en redondo citando casi de espaldas, los medios pases ligados con otros por bajo sobre la diestra. Pero sobre todo y además de todo, todo ejecutado con un aliento de personal calidad... sí, “El estilo del hombre”. Dos orejas, tras un pinchazo y una más de media. Ovación inacabable y dos vueltas al anillo con salida a los medios... (Ovaciones, 14 de enero de 1974)

La relación de Alameda anota una cuestión importantísima que parece hoy de actualidad, pero que es un mal, que pareciera ser crónico para la fiesta, en el sentido de que llegan momentos en que el toreo se estereotipa, y las faenas se parecen demasiado unas a otras. La crónica de Carlos León resalta el valor intrínseco y esencial de la faena, la pureza en su trazo y en los procedimientos utilizados y que no resultan ser más que el reflejo de una tauromaquia concebida a partir de la naturalidad en su ejecución y en una técnica muy depurada en su concepción. Es por eso que el cronista del Novedades, al describirla, la señala como una faena de las de ayer. Por su parte, Jarameño deja en claro que la obra realizada por el hijo del Rey del Temple ante Fedayín no era cosa de cualquier domingo, sino una de esas que se recordarían por siempre.

El juicio personal de Jesús Solórzano

Cinco años después del hito, en el programa de televisión Toros y Toreros del entonces Canal 11 de la capital mexicana, que, en esas fechas, (1979) conducían Julio Téllez, Luis Carbajo y José Luis Carazo Arenero, se proyectó el vídeo de la faena y lo comentó el propio Jesús Solórzano, quien entre otras cuestiones dijo sobre ella lo siguiente: 

Esa tarde era de mucho compromiso, el único vestido que tenía para estrenar era ese y yo me dije: “o me retiro de los toros, o me compro más vestidos…”, me la estaba jugando al todo por el todo… son faenas que te ponen en tu sitio y que te dan aire para caminar… no podía yo fallar con el toro, todo lo que tenía que hacer era muy pensado, ya después te vas gustando, te olvidas de todo y te entregas al placer de torear… había que darle la pausa al toro, dejarle respirar… mi toreo tiene la influencia de la buena tauromaquia… hoy me doy cuenta de lo grande que puede ser la amalgama de las suertes que tiene el toreo… los toreros hemos perdido mucho porque estamos haciendo un toreo estándar, un toreo igual… esta faena recurre al toreo clásico… lo de ahora es muy bueno, pero con lo de ahora y lo de antes, hay que hacer algo mejor…

Como se aprecia, a un lustro de distancia, Jesús Solórzano distinguía, sin petulancia, el valor de su obra ante Fedayín, y establecía las líneas divisorias entre el toreo puro y lo que se pudiera considerar el toreo moderno. No se mostraba refractario a lo que algunos han dado en llamar la evolución del toreo, pero sí dejaba bien claro que las bases fundamentales de la tauromaquia son inamovibles, que son esenciales y cualquier modificación que se plantee, ha de ser a partir de ellas.

En conclusión

En este día se cumplen cincuenta años de esta gran obra de Jesús Solórzano, una faena clásica, en la que se reiteró una vez más que el toreo puro, ese toreo en el que, como lo dejó dicho Rafael Ortega, para transmitir, primero se tiene que sentir, es y será siempre el que mueva las fibras sensibles de afición y público, el que deje en nosotros su huella indeleble y que nos invite a volver a la plaza el siguiente domingo, con la esperanza de volver a encontrar esa conjunción entre toro y torero que es la razón de nuestra afición, eso que llaman el toreo eterno.

domingo, 13 de agosto de 2023

Relecturas de verano (XII)

En la Puerta

Fernando López Vázquez, un torero de exquisitos procedimientos ante los toros vio publicado en 1991 su valiente ensayo biográfico que llevó por título el apodo que, en una crónica aparecida en el diario capitalino Excélsior, le impusiera para la posteridad, firmando como Don Inmodesto, el que después pasaría a la historia universal del toreo y de las letras como José Alameda: El Torero de Canela, partiendo quizás de aquella idea que externara Arthur Miller, en el sentido de que el aroma de algo es aquello que no se puede ver, pero se puede percibir y sobre todo, se puede recordar.

Aproximadamente una década después – tengo en mi poder la segunda edición del año 2001 –, El Torero de Canela volvió a las arenas editoriales, en esta oportunidad con una novela, en la que, evidentemente, el tema de la fiesta es el eje de la trama y en el que a través del andar de un personaje – Fermín Conde – estudiante de música en el Conservatorio Nacional, que como él, accidentalmente acudió a un festejo taurino y en cuanto observó lo que allí sucedía quedó seducido por el ambiente, construye una historia que, de acuerdo con los sucesos de la actualidad reciente, cobra a mi personal juicio, mucho interés.

La trama de En la Puerta

Fermín Conde, decía, era un estudiante del Conservatorio Nacional de Música, originario de Pachuca, Hidalgo y en una visita de fin de semana a la casa de su familia, se reúne con su novia que era hija de uno de los profesores más importantes de la Escuela de Música de la Universidad de Hidalgo, profesor que ese domingo, fue llamado in extremis, a suplir a su amigo el director de la banda de música que amenizaba los festejos taurinos de la plaza Vicente Segura de la llamada Bella Airosa.

El profesor universitario y director suplente invita a los toros a su hija y al que después sería su yerno a acompañarlo al festejo y ambos acuden a regañadientes, porque, sintiéndose cultos, no admiten la existencia ni la subsistencia de una fiesta como la de los toros. Concluida la corrida, el autor escribe los siguientes diálogos:

Al término de la corrida se reunieron con don Evodio, salieron lentamente hacia el vehículo y ya en él, se escuchó a Grecia decir:

- No me gustó, es sangriento, pobres animales…

- Me gustaría aprender a torear, dijo Fermín.

- ¡No! Dijeron ambos al mismo tiempo.

- Sí – ratificó Fermín – el toreo es bello, rítmico, aunque estoy de acuerdo con usted maestro, en que la música no es la apropiada y contigo Greci, en que el espectáculo es sangriento, pero quitando esas dos “cosas”, el toreo es hermoso…

Lo que una supuesta afiliación cultural impedía ver a dos personas, fue precisamente la ventana que se abrió para una tercera, que en los términos del decurso de la obra, a partir de ese año de 1997, empezó a buscar la manera de aprender a torear, como una manera de entender lo que había visto esa tarde de domingo, en la que accidentalmente, sin proponérselo, asistió a una corrida de toros.

Posteriormente Fermín Conde se acercaría a los más conspicuos aficionados de su ciudad natal y se dedicaría a leer las principales obras escritas a propósito de la tauromaquia, ello sin descuidar por una parte sus estudios de música, pero tampoco su aprendizaje de los secretos de la lidia de los toros, que emprendía con verdadero interés.

De allí a la triunfal presentación como novillero en León, Guanajuato, el siguiente enero, transcurrió un suspiro y a la alternativa en olor de multitudes, apenas otro. Fermín Conde, un virtuoso de la música y del toreo ocupaba las todavía principales páginas de los medios que difundían la fiesta sin temor a ser considerados políticamente incorrectos.

Los conceptos conflictivos en la novela

Pronto Fermín Conde se encontraría inmerso en los principales acontecimientos de la fiesta en este país. La corrida del 5 de febrero no podía prescindir de su presencia y apenas con unos cuantos años de alternativa, era el principal atractivo de ella. En ese festejo, realizó un ejercicio que no es precisamente ortodoxo y que se relata por el autor así:

Ahora – continuó el cronista – ya se abrieron las medias puertas del ruedo donde aparecen los picadores; en el tercio contrario Pablo Samperio toca al toro quedándose con él, mientras Fermín Conde llega hasta donde están los picadores dialoga con ellos, retroceden y vuelve a cerrarse el ruedo. Por medio de serias con un brazo en alto Fermín trata de explicar al público que los picadores no saldrán; por el interfón la autoridad del callejón informa a la autoridad de la plaza que los de a caballo, a pedimento del matador Fermín Conde, aceptaron no salir, por lo que el matador queda autorizado para continuar la lidia; mientras todo esto sucede, el público de las localidades cercanas a los sucesos se entera que ese toro se lidiará sin picar y empieza a aplaudir y la noticia se va regando por el tendido y cuando la autoridad lo anuncia por el sonido local estallan los aplausos de un público que no sabe exactamente lo que va a suceder pero que intuye que algo está modificando la tradición en la fiesta de toros y si ustedes me lo permiten – decía el locutor – yo con ellos.

Al final de cuentas, el toro así lidiado, fue indultado. Ni siquiera se pudo calibrar su bravura ante los picadores, solamente se pudo ver que era un dulce para la muleta y por eso se le perdonó la vida… La mesa estaba puesta para un giro copernicano – nada propicio – en la fiesta de los toros.

Posteriormente el torero Fermín Conde intentaría imponer lo que hoy son llamadas las corridas del velcro, en las que no se pica a los toros y la suerte de banderillas se simula pegando al morrillo de los toros una capa de velcro, para que las banderillas se sujeten a ella por acción de ese mecanismo de adhesión plástico. El autor narra que la Unión de Subalternos se opuso a la celebración de tales festejos, amenazando vetos a las plazas que los llevaran a cabo, por lo que el torero – músico desistió de ello, cumpliendo con sus compromisos a la usanza tradicional y después de ello, haciendo un paréntesis en su carrera en los ruedos, para dedicarse por completo a la música.

- ¿Qué has pensado sobre lo de los subalternos?

- Creo – contestó Fermín – que aún no tengo la fuerza suficiente para cambiar el rumbo del toreo y, pensándolo bien, creo que nunca lo podré hacer... no seré yo quien acabe lo que lleva siglos de ser... continuaremos con lo tradicional, pero yo estoy en esto por el arte que en ello existe y también creo que para que llegue a ser arte puro, deberán limarse asperezas; tal vez estoy equivocando el camino y no deba hacerlo en las plazas, el tiempo lo dirá.

El epílogo de la novela

Fernando López, El Torero de Canela, cierra su novela con una supuesta crónica, fechada el año 2055, en la que, entre otras cuestiones, se dice:

Con la eliminación de los picadores, se acabó, se cerró el capítulo del toreo nacido a caballo con los señores feudales... El toro, con tres años cumplidos y cuatrocientos kilos de peso, salió en las plazas con el beneplácito del público... Generalmente los tres toreros hacen dos “quites” cada uno en cada toro, con los aplausos y ovaciones que merezcan, durando el tercio de capa, diez o quince minutos... El tercio de banderillas también se modificó, se usan las banderillas con el velcro adhesivo y se desterró el arpón. El largo de las mismas se redujo a cuarenta centímetros resultando más emotiva la suerte, la que sigue ejecutándose de poder a poder, al sesgo, al cambio, andándole hasta la cara, con giros, con cambios de espalda, galleando, por la izquierda, por la derecha, por dentro, por fuera, colocándose tantos pares como el público pida... Al llegar al último tercio, fue una sorpresa comprobar que sin el castigo del picador y los arpones de las banderillas, la mayoría de los toros embisten mejor; sin el tiempo limitado, las faenas con muleta son tan largas o cortas como el toro, torero y público quiere... la suerte de matar se ejecuta sin estoque y el toro regresa vivo a los corrales... ahora ya el único en peligro de muerte es el torero y esto aumentó el interés por el espectáculo, aún en aquellos que antes la repudiaron con el pretexto de “la protección a los animales”...

¿Apología o premonición?

Los sucesos de fechas recientes, como el anuncio de toros sin sangre en un cortijo privado, que al final, vistas las pocas imágenes que del mismo circularon, fueron una lamentable mojiganga en la que participaron toros de lidia y un matador de toros, me llevaron a recordar que hace algunos años leí esta novela del Torero de Canela. En una primera lectura, archivé el libro molesto, decepcionado, porque quedé convencido de que don Fernando López, después de haber sido un torero importante en la historia patria del toreo, se había convertido en un apologista de esas corridas sin sangre.

Pero ahora, a la vuelta de los años, y vistos los sucesos recientes, me quedo con la duda acerca de sí efectivamente su obra tenía por objeto el defender ese tipo de festejos taurinos o sí por el contrario, su intención era la de advertirnos, como torero que ha sido y como aficionado, del mal que se nos venía encima, por la penetración en los medios de la fiesta de personas que desconocen su historia, sus tradiciones y sus entrañas.

Hoy dejo este intento de reseña bibliográfica con una duda. No obstante, si pueden conseguir el libro, léanlo y entérense de los peligros que se nos vienen encima.

Aviso parroquial: Los resaltados en los textos transcritos son obra imputable exclusivamente a este amanunense, por no obrar así en su respectivo original.

Referencia bibliográfica: En la Puerta. – Fernando López Vázquez. – Grupo Editorial Alternativa, segunda edición, México, 2001, 187 páginas, con ilustraciones en blanco y negro. – ISBN 970 – 9030 – 02 – 7.

domingo, 9 de julio de 2023

9 de julio de 1922: Una accidentada jornada en Tetuán de las Victorias

Plaza de toros de Tetuán de las Victorias

El arranque del séptimo mes del año 1922 no pudo ser mejor en el aspecto taurino para la afición madrileña. Fueron puestos a su disposición tres festejos en un radio territorial más o menos accesible, a modo de que pudieran elegir el que resultara de su interés. En la plaza de la Carretera de Aragón se dio una corrida de toros con un cartel formado por Bernardo Casielles, Enrique Rodríguez Manolete II y Eleazar Sananes, quienes enfrentarían toros del Marqués de Melgarejo. En la plaza de Vista Alegre, en Carabanchel, se ofreció una novillada en la que Francisco Navarro, Domingo Hernandoarena y el mexicano José Flores Joselito, se las verían con novillos de Manuel Santos, antes Antonio Fuentes

El festejo de la plaza de Tetuán

La tercera opción para la afición de Madrid se dio en la plaza de Tetuán de las Victorias. Allí ante novillos de Joaquín López de Letona y Gumersindo Llorente, actuarían Miguel Casielles – hermano del primer espada de la corrida de Madrid –, Enrique García Hilacho y el debutante gaditano José Ángel. He de confesar que al buscar un hecho significado en esta fecha para intentar contar algo este día, me encontré con el nombre del marchenero Hilacho y me vino a la memoria aquella narración de José Alameda, en el sentido de que, el primer festejo que recordaba haber visto en su vida, fue precisamente en Marchena y fue una novillada en la que actuó ese Enrique García

Las dos ganaderías que lidiaron en ese festejo tenían su asiento en Madrid. La de López de Letona es situada indistintamente en Ciempozuelos o en El Escorial – según la fuente que se consulte – y la de Llorente era del rumbo de Barajas, y creo que no está de más señalar que en parte de las tierras en las que en algún tiempo pastaron los toros de lidia de don Gumersindo, hoy está edificado el aeropuerto internacional Barajas – Adolfo Suárez de Madrid. Los dos ganaderos enviaron novillos de muy buenas condiciones. Escribió Pepe Lápiz en El Liberal del 11 de julio siguiente:

Pues nada, que D. Joaquín López de Letona y D. Gumersindo Llorente enviaron toros bravos, muy bravos, con nervio y con poder, que se iban tras el engaño, resolviéndose en un palmo de terreno. Eso fue todo… Los tres primeros lidiados fueron los de Letona, y fueron terciados: de veinte a veintidós arrobas, suaves, pastueños, blandos de patas, finos de pezuña, bien criados, no exagerados de defensas, pero con poco nervio, especialmente el primero y tercero… Otros toreros hubieran armado el escándalo con esos toros, ya que se prestaron a ello; donde les mostraban el engaño, allá acudían; ¿para cuándo aguardan estos fenómenos? …Los otros tres, de Llorente, fueron también muy bravos, pero grandes, el lidiado en cuarto lugar, en la plaza de Madrid, hubiera sido un toro de bandera; tenía ocho años y unas veintiocho arrobas; tipo de toro tan perfecto no se ha presentado en Madrid hace muchos años; no tenía más defecto que presentaba una nube en el ojo izquierdo; pero de bravura hubiera podido competir seguramente con el del señor Tabernero que tan celebrado fue, justamente, desde luego, en la plaza de Madrid... No me explico como el señor Llorente no guardó este toro hermoso, bravísimo, para semental. Los otros dos, quinto y sexto, hermosos también y bravos, aunque no tan grandes…

El resto de las opiniones de la prensa de la época va en el mismo tenor. Los novillos que salieron al ruedo fueron para hacerles fiestas y, diríamos hoy, para cortarles las orejas, pero la tarde se torció y las cosas se dieron de otra manera.

Presentación y despedida

Voy a faltar a la tradición y a comenzar por quien salió al ruedo en tercer sitio. Un novillero de Cádiz anunciado como José Ángel y del cual no encontré más señas en anuarios, revistas o libros de referencia. Creo que después de enterarse de lo que sucedió en esta tarde en Tetuán, se podrá comprender por qué su historia torera se perdió en esa forma. Decía que le correspondía lidiar, en principio, al tercero y al sexto de la corrida, es decir, uno de López de Letona y otro de Llorente, pero no mató a ninguno de los dos. Quien firmó como Don Valentín, en el diario La Voz de Madrid del día siguiente del festejo relata así su paso por ese ruedo:

El que debutó ayer, el José Ángel de nuestros pecados, miedoso, ignorante, sin haber hecho nada más que el ridículo, tomó la muleta, se acercó al toro, y al arrancársele el bicho, se tiró al suelo y se quedó «dormido» en la arena. Le llevaron a la enfermería. Allí, según nos contaron luego, ocurrió el número más divertido. Le reconocieron tres médicos, y los tres certificaron que no tenía nada; pero José Ángel se empeñó en que estaba gravísimo. Prevaleció el criterio de los médicos, y los agentes plantearon a su vez un dilema: al ruedo, o a la cárcel. José Ángel no lo dudó: a la cárcel. Y se lo llevaron…

Fue la primera baja de un festejo que a la postre resultaría accidentado, pero sin padecer lesión alguna, únicamente fue vencido por su propio miedo, que le hizo preferir la cárcel que enfrentarse al toro y a la multitud.

Miguel Casielles

El torero asturiano, cuyo hermano actuaba casi al mismo tiempo en la plaza de Madrid, tuvo una tarde, según a quien se lea, cercana al desastre o de acuerdo a los más ecuánimes, esforzada. J.C., en el ABC madrileño, describe así su labor:

Casielles, que había estado lucido con la capa y regular en la muerte del primero y del tercero – al que tuvo que despachar por haberse inutilizado el debutante –, fue cogido aparatosamente en el segundo pase, ingresando en la enfermería con un varetazo en un costado y conmoción visceral…

Por su parte, el anónimo cronista de El Imparcial, también de Madrid, relata su actuación de la siguiente manera:

Miguel Casielles, que en las anteriores corridas en que actuó ya había fracasado, quedó, así como para retirarse. Derrochó enorme miedo en su primero, y en el cuarto no hizo absolutamente nada; pero el toro le dio un achuchón y se fué a la enfermería, no volviendo al ruedo, aunque sólo le apreciaron «excitación nerviosa»…

Así pues, Casielles también terminó en la enfermería, anotando quizás el destino trágico al que iba encaminada su existencia. Cossío lo incluye en su tratado señalando sus inicios en 1924 y ya vemos aquí que arranca al menos un par de años antes; luego, señala su paso a las filas de los de plata en 1927, pero actuó como jefe de cuadrillas en Madrid cuando menos en tres novilladas en agosto de 1928, marzo de 1929 y agosto de 1931. Murió el 23 de agosto de 1934, tras de sufrir una cornada penetrante de vientre precisamente en Tetuán, cuando salió de banderillero en una novillada que torearon Edmundo Zepeda, Miguel Cirujeda y Rafael de la Serna, ante novillos de María Montalvo.

Enrique García Hilacho

El torero de Marchena que reveló la fiesta a José Alameda estuvo a punto de quedarse con cuatro toros en esta fecha de hace 101 años. Los dos de su lote, el segundo de Casielles y el segundo de José Ángel. De hecho, terminó matando tres. Y un sector de la crónica le tomó en cuenta el esfuerzo que realizó, como Jusepe, quien para el semanario El Toreo, escribió:

Lancea regular en su primero y se luce en quites. Muletea valiente y enterado, y da fin del novillo con un pinchazo y una buena estocada. Es ovacionado. En su segundo desiste de lancear por no reunir condiciones el bicho. Como llegó difícil a la muerte, lo muletea con inteligencia, para un pinchazo, media bien puesta y tres intentos de descabello. Por las cogidas de Casielles y José Ángel, tuvo que matar el cuarto, haciéndolo gracias a su inconmensurable valor; pues el novillo se puso muy difícil. Intentó matar el sexto, y no pudo por resultar cogido en el primer pase. El toro fué retirado al corral por no haber matadores…

Las relaciones más duras, criticaron el hecho de que Hilacho se haya retirado a la enfermería por apenas un palotazo en la mandíbula, cuando veremos más adelante, que recibió una cornada en la cara que le penetró la cavidad bucal.

Por esa razón el presidente Pérez de Soto, suspendió la corrida antes de morir el sexto de la tarde – de Llorente – pues hirió a Hilacho cuando toreaba de capa, y al quedarse las cuadrillas sin matadores, no había manera de finiquitar el festejo, a pesar de las protestas de la concurrencia. Recorte, en La Libertad, recomendaba ecuanimidad al público por esa situación. 

Esa actuación le valió un par de actuaciones más en Tetuán y el 15 de agosto, Hilacho logró presentarse en Sevilla. Dice Cossío que permaneció en los ruedos hasta el año de 1930 y que se quedó a vivir en Madrid, dedicándose a empleos completamente extraños al taurinismo.

Los partes facultativos

El semanario El Toreo publicó los partes que rindió el doctor Fernández Almiñaque, encargado del servicio en la plaza de Tetuán, y son de la siguiente guisa:

Durante la lidia del cuarto toro ingresó en la enfermería el espada Miguel Casielles, con una fuerte excitación nerviosa y diversos palotazos que le impiden continuar la lidia.

Durante la lidia del sexto toro ha ingresado en esta enfermería Enrique García (Hilacho), con una herida contusa en la región maxilar inferior derecha, de unos seis centímetros de extensión, penetrante en la cavidad bucal. Pronóstico reservado.

Aparte, recibieron atención en la enfermería, según las crónicas el alguacil Isidro Agamias, por un toro que saltó la barrera, al igual que un empleado del servicio de plaza identificado como El Cubano; el banderillero Malagueñín; tres monosabios que no fueron debidamente identificados; el delegado de la autoridad Antonio Martínez; y, un par de crónicas mencionan a un sobresaliente, sin identificarlo también.

Así pues, el de Tetuán fue un festejo muy accidentado y con mucho trabajo para los médicos en la enfermería.

En otros frentes

En Madrid fueron heridos Manolete II y el picador Formalito; en Carabanchel, Francisco Navarro recibió una cornada calificada de muy grave, y el fotógrafo Arturo Torres también fue lesionado al saltar el segundo de la tarde al callejón. En Valencia, pasaron por la enfermería Eugenio Ventoldrá y Algabeño; en tanto que en Bilbao, Gallito de Zafra también tuvo un pronóstico de muy grave.

Como podemos ver, el domingo 9 de julio de 1922 fue uno de esos que pasan a la historia, pero no por la luz del triunfo, sino por las sombras que generan el dolor y la sangre derramada por los toreros heridos. También esos momentos de la historia del toreo, se deben recordar.

domingo, 12 de marzo de 2023

Felipe Fernández Valdemoro, in memoriam

Felipe Fernández y López Valdemoro, hijo del jurista y político español don Luis Fernández Clérigo y doña María Luisa López Valdemoro Fernández de las Cuevas nació en Marchena, Sevilla en el año de 1919 de acuerdo con la documentación migratoria que se conserva en el Archivo General de la Nación. Solicitó su ingreso a México, en calidad de asilado político, en el Consulado de México en París, en octubre de 1939 y allí manifestó como su nombre, el que encabeza este texto y declaró como su ocupación la de estudiante. Ingresó a territorio mexicano por la ciudad de Nuevo Laredo, el 1º de marzo de 1940, al menos junto con su hermano Luis Carlos – después universalmente conocido como José Alameda – y su madre, estableciéndose en la Ciudad de México en la calle Roma de la colonia Juárez. 

Su relación con la fiesta de los toros le venía, podríamos afirmar, casi de manera dinástica. Por línea materna estaba emparentado con Juan Gualberto López Valdemoro de Quesada, Conde de Las Navas, quien fuera bibliotecario del rey Alfonso XIII y autor de una de las obras clásicas de la historiografía de la tauromaquia: El Espectáculo más Nacional, en el que cuenta, desde su perspectiva, el origen y diversos acontecimientos que generan la afición y la actual fiesta de los toros. Por el lado paterno, don Luis Fernández Clérigo también dedicó en momentos su pluma a escribir sobre el tema, firmando como El Bachiller de Córdoba.

Felipe Fernández Valdemoro, incipiente escritor taurino

El paso del hermano de José Alameda por las letras del toreo sería fugaz. No por su voluntad, sino por los hechos inexorables de la existencia y demostraría, a mi juicio, entender lo que sucedía en el ruedo, aunque desde una óptica planteada por su hermano mayor en el primer ensayo que publicó en el medio intelectual mexicano, titulado Disposición a la muerte, donde refuta lo planteado por José Bergamín en su Arte de Birlibirloque, postura que rectificaría en tiempos posteriores y que sería el giro copernicano de la concepción histórica de la evolución del toreo.

El punto de partida del extenso comentario de Felipe Fernández Valdemoro es el análisis que en su día hicieron el doctor Carlos Cuesta Baquero Roque Solares Tacubac y Martín Garrido Sagitario en las páginas de La Lidia acerca de la corrida del 31 de enero de 1943 en El Toreo de la Condesa, sí, aquella de la alternativa de Antonio Velázquez y en la que Armillita bordó a Clarinero y Silverio Pérez inmortalizó a Tanguito, enseñas de un completísimo encierro de Pastejé.

El artículo apareció publicado en el número de La Lidia correspondiente al 26 de febrero de 1943, se tituló ¿Clase o personalidad? y dice literalmente:

He leído con interés los artículos publicados en este gran semanario por Roque Solares Tacubac y “Sagitario”, sobre los trasteos de “Armillita” y Silverio el 31 de enero, en los cuales cada uno de los citados escritores expone sus puntos de vista sobre las citadas faenas, derivando “Sagitario” hacia el concepto de CLASE en el sentido taurino.

Joven y, por lo tanto, impetuoso, me decide a echar mi cuarto a espadas en este debate, en el que, como podrá ver el que leyere, la vejez y la juventud coinciden. Y digo esto, porque Roque Solares Tacubac – el más antiguo escritor taurino – y un humilde servidor – que por primera vez hace crítica pública –, coincidimos.

Se trata de dos clases, formas o modos de concebir el toreo. A mi juicio, “Armillita” tiene “clase”, pero no personalidad; Silverio posee la segunda condición, pero carece de la primera. Más no divaguemos y entremos en el asunto.

“Sagitario”, en su artículo intitulado CLASE Y MAESTRÍA, hace unas cuantas divagaciones sobre lo que es la clase y dice: “la clase es lo que le falta al ganso para ser cisne, al aguardiente barato para ser cognac, etc.”. No creo que esto tenga que ver mucho con el toreo, aunque me hago cargo perfectamente de lo que “Sagitario” quiere decir con esas comparaciones.

A mi juicio, CLASE quiere decir clasicismo – de ahí viene precisamente la palabra – y autenticidad. Tiene CLASE todo aquello que se ejecuta con PERFECCIÓN. Por eso se dice, en términos taurinos, “tal torero es muy corto, pero tiene clase”; con esto se quiere decir que no es un maestro, que realiza o conoce pocas suertes, pero que las que ejecuta las practica con perfección, con CLASE. Y aquí llegamos a la interrogante: ¿Es que Silverio tiene clase? En mi modesta opinión, no. No porque si clase es clasicismo, no puede tener clase quien no ejecuta, como muy bien dice Roque Solares Tacubac, la suerte más clásica, perfecta y difícil del arte del toreo: el pase natural. Dice “Sagitario” que esto no tiene importancia, pues Silverio torea con la derecha como no ha toreado nadie ni con una ni con otra mano. Error lamentable; cualquiera que conozca algo de toros y más el que alguna vez haya toreado, sabe la diferencia que hay entre ejecutar un derechazo, con la muleta armada con el estoque – con lo cual aumenta considerablemente de tamaño y el diestro puede taparse más – y citando de perfil, a citar de frente, con la muleta sin armar y cayendo verticalmente en pliegues, como requiere el pase natural. He aquí una diferencia fundamental entre torear con una y otra mano y la prueba está en que todos los toreros torean bien, y al menos aseadamente, con la derecha; pocos ¡qué pocos!, lo hacen con la izquierda.

Me dirá “Sagitario”, que esto es una cuestión de dificultad que nada tiene que ver con la CLASE y que el pase natural podrá ser más meritorio que el derechazo, pero que ningún natural de nadie puede compararse con el derechazo de Silverio. A esto le responderé que el pase natural, por el mero hecho de su DIFICULTAD, de su EXPOSICIÓN y de su BELLEZA (no olvide esto “Sagitario”), es el pase más clásico que existe y que el torero que ejecuta ese pase a la perfección es el torero de más clase, desde el punto de vista taurino. Y esto dejando aparte el que, si “Sagitario” quiere ignorar o no dar importancia a la DIFICULTAD en el arte taurino, tendrá que empezar por ignorar la mayor dificultad que, naturalmente, es el toro, en cuyo caso, huelga todo comentario sobre el arte de lidiar reses bravas.

Pero dejemos lo de la muleta en la izquierda – por ser tema demasiado discutido y sabido – y pasemos a analizar el toreo “derechista” – el único que ejecuta – del diestro de Texcoco.

Afirma “Sagitario” que no puede saber lo que es “clase”, quien no haya “sentido” el toreo de Garza, Solórzano, Silverio... Me remito al caso de Garza, que es precisamente con Juan Belmonte, el prototipo de torero que posee lo que hemos dado en llamar “clase”, porque a esta se une también la personalidad.

Garza tiene CLASE porque cita, deja llegar y cuando el toro mete la cabeza en el capote o en la muleta, adelanta, sin exageración, la pierna (ABRE LIGERAMENTE EL COMPÁS) cargando la suerte y después gira sobre la cintura, haciendo el lance más largo y despidiendo al toro POR SU SITIO. Durante toda esta ejecución, que es técnica y artísticamente perfecta, Lorenzo no descompone la figura; no se encorva ni mete la barriga ni se dobla exageradamente sobre el costado: tiene el cuerpo erguido y flexible, y eso es la CLASE; la ejecución bella y perfecta técnicamente – porque el toreo tiene su técnica – de una suerte.

Pasemos a Silverio. Comienza por no cruzarse con el toro, es decir, por citar fuera de la cuna. Cita, generalmente, de perfil, con los pies juntos y, en el momento en que el toro mete la cabeza, no separa los pies, sino que gira sobre ellos, es decir, NO CARGA LA SUERTE, sino que – permítaseme el vocablo – LA DESCARGA. Y esto, con la agravante de que se encorva demasiado y mete la barriga en el momento en que los cuernos pasan. Esto último que digo no es una apreciación subjetiva mía, sino una cosa demostrada por las más recientes fotografías del texcocano. Es más, determinado cronista, creyendo elogiar a Silverio, ha dicho: “Y Silverio no se enmendó, sino que se hizo un arco fantástico (METIÓ LA BARRIGA) y el toro pasó inverosímilmente”. Así pues, cuando el público cree que Silverio ha toreado más cerca que nadie está en un error, porque así de cerca, como el público cree, no ha toreado ni el propio Silverio. Esto no quiere decir que yo considere a Silverio un torero medroso, pues me consta que una de sus cualidades es el valor. Cosa demostrada es que nunca, ni ante el peligro ni ante el éxito ajeno, Silverio se achica, sino que, por el contrario, se crece.

Pero continuemos en lo de “meter la barriga”, porque esto de METER LA BARRIGA tiene más importancia de lo que a primera vista parece, pues además de ser antiestético, significa UN RETROCESO en el arte del toreo.

Aunque “Sagitario” afirme que Silverio es un genio y que los genios no pueden acomodarse ni a normas ni a reglas, yo no concibo el toreo sin esas reglas, porque entonces no sería toreo; no se le denominaría Tauromaquia, sería otra cosa. Y Silverio, que es torero, tiene sus reglas, pero unas reglas que, como digo más arriba, significan un retroceso por lo siguiente:

Antes de aparecer Belmonte, se toreaba dejando pasar al toro, es decir, el toro arrancaba; el diestro daba un paso atrás y con el capote lo despedía: se toreaba, pues, dejando pasar al toro sin variarle el viaje. Vino Belmonte y la cosa cambió. Había que desviar al toro en su viaje, es decir, no quitarse el torero para que el toro pasase, sino dar un paso hacia adelante y obligar al toro a variar su camino; lo que se llama, en términos taurinos, “sacarse al toro de la faja”. La diferencia entre una y otra cosa puede “Sagitario” preguntársela a Rodolfo Gaona, que fue el único torero – para gloria suya – que pudo sobreponerse al cambio introducido por Belmonte. Y por esto digo que el toreo de Silverio es un retroceso en el arte taurino, pues si mete la barriga para que el toro pueda pasar, es evidente que ejecuta el toreo antiguo de esquivar al toro para que este pase en su viaje, en lugar de hacer el toreo moderno de adelantar la pierna y, con el engaño, hacer al toro cambiar la dirección de su embestida.

Por todo lo que antecede, creo que no puede haber discusión entre la faena de “Armillita” y la de Silverio. El de Saltillo – y conste que no es mi corte de torero, pues le faltan gracia y personalidad – ejecutó una faena clásica, auténticamente clásica, porque cargó la suerte, mandó en el toro con la derecha y con la izquierda y ni un solo momento dio “parones” o giró sobre los talones. Realizó, en fin, un TOREO PURO Y CLÁSICO y, además, como certeramente juzga Solares Tacubac, añadió “Armillita” a todo eso su maestría innegable.

Sé que “Sagitario” no quedará nunca convencido, porque conozco y sé lo que es la pasión taurina. Para él, Silverio es el mejor, el de más clase. Yo creo que Silverio es un torero valiente, con lo que se ha dado en llamar hoy “casta” y, sobre todo, con personalidad. He ahí el secreto del triunfo de Silverio y de la influencia que logra sobre las masas. Su toreo no es bueno técnicamente, ni artístico, pues ya he dicho que torea siempre encorvado y como agarrotado, pero llega indiscutiblemente al público. Ahora bien, hay en el mundo muchas cosas que tienen personalidad, que emocionan y que apasionan y, sin embargo, no tienen nada que ver con el toreo. Una cosa es que determinado toreo guste y otra que tenga “clase”, que sea bueno.

El arte no significa solamente belleza – suponiendo que esta cualidad existiera en el toreo de Silverio –, sino dominio y perfección en la ejecución. Además de que en el toreo no puede concebirse el capricho arbitrario del artista, como, por ejemplo, en la pintura. El toreo tiene sus normas fundamentales: los terrenos, la forma y el sitio de citar, las querencias de los toros, etc., son en el fondo siempre los mismos y ni el mismo Belmonte, el máximo revolucionario, cambió totalmente estos fundamentos, los reformó, los adaptó a su personal estilo, pero nunca los ignoró, ni mucho menos los despreció.

Podremos admitir que el de Texcoco estuvo por encima del de Saltillo, si ignoramos todo lo que acabo de enumerar; pero mientras seamos aficionados conscientes y nos guste analizar las complejidades que forman el arte del toreo y no nos conformamos con ver simplemente que el toro pasa y vuelve a pasar, creemos que lo auténtico, lo puro, lo bueno, lo que tuvo clase y sabor torero de lo que se hizo en la plaza el domingo 31 de enero, fue la faena que realizó “Armillita”, a quien en España se le llama “El Sabio”.

De todo lo que he expresado, se deduce que “Armillita” es un gran torero, que puede, que ejecuta las más difíciles suertes a la perfección, con clase y maestría; pero que carece de personalidad, de enjundia y que, a pesar de ser un estupendo lidiador, le falta para dar la nota arrebatadora, no la clase, sino la atracción personal.

Silverio es, por el contrario, un lidiador sin clase. No ejecuta más que pocas suertes y éstas no las realiza con perfección ni soltura, sino forzado, tragando paquete o haciendo el puente trágico de “Nacional” y de “Valencia II”; pero frente a esto, posee personalidad y valor, cosas ambas que llegan mucho más al gran público, que la maestría y la perfección.

Y respecto a una frase que deja caer al vuelo “Sagitario”, le diré: Belmonte era desgarbado, pero cuando se ponía frente al toro, se estiraba, se enardecía y aquella figura deforme aparecía como la de un gigante frente a la fiera desafiándola: ¡Qué gallarda! ¡Qué saber el de Juan cuando empinándose e irguiéndose para dar uno de sus personales pases naturales! Silverio es desgarbado, y cuando deja de serlo, no tiene garbo ni flexibilidad, sino una actitud forzada y violenta.

Creo, pues, que “Sagitario” ha confundido la CLASE con la personalidad. Silverio tiene, y en gran cantidad, personalidad. “Armillita”, clase y dominio, pero nada más. Por eso cuando la clase y la personalidad se juntan, se dan los fenómenos taurinos como Belmonte, Gaona, Garza.

He echado ya mi cuarto a espadas y creo que es hora de dejar descansar a los sufridos lectores de LA LIDIA, aunque todavía le falten por analizar a este comentarista numerosas facetas, de las muchas y complejas que tiene el arte taurino.

No quiero acabar sin declarar que lo que he dicho no está inspirado por la pasión. No conozco a ninguno de los diestros a que me he referido y lo que he dejado expuesto, es producto de mi criterio taurino. Si ha sido necesario citar nombres es porque se trataba de una corrida determinada y de una cuestión circunscrita, pero este criterio expresado por mi no es ni “antisilverista” ni “armillista”, sino la defensa de un estilo de torear frente a otro. Siempre ha habido otras discusiones teóricas sobres las diferentes formas de concebir y practicar el toreo. No combatimos ni elogiamos a las personas, sino los estilos y formas. He censurado un toreo cuyo representante más relevante es Silverio y si he dicho cosas que puedan parecer fuera de lugar o molestar a alguien, lo he hecho para dar las razones y los motivos que me llevan a sostener mi opinión, porque lo que no hubiera sido lícito es que yo hubiese dicho simplemente: “El toreo de Silverio es inferior al de Armillita”. Entonces se me habría exigido, y con razón que explicase por qué pienso así, y es lo que he hecho.

Doy gracias a LA LIDIA, por la oportunidad que da a los aficionados para expresar sus opiniones, al tiempo que me congratulo de que este periódico, tan magníficamente orientado, haya adoptado esta línea de conducta, pues siempre en beneficioso que los aficionados demos a conocer nuestro pensamiento y que se publiquen críticas taurinas que son siempre mucho más interesantes que las meras reseñas y que contribuyen en grado sumo a orientar a la afición.

Como se puede apreciar del extenso análisis que Felipe Fernández Valdemoro hace de las colaboraciones de Roque Solares Tacubac y de Sagitario, toma como eje de la tauromaquia – como era verdad sabida en la época – la técnica belmontina; aunque reconoce el saber y el dominio de Armillita, parece no percibir la esencia de su hacer – aunque también en su día se le acusó de ser frío – y entre líneas se confiesa admirador de Lorenzo Garza. Muchas líneas interesantes a seguir para lo que, según confesión incluida en el segundo párrafo del artículo, era una primera participación en un medio impreso.

El trágico final de Felipe Fernández Valdemoro

El número de La Lidia salido el 5 de marzo de 1943, tenía en su sección de noticias esta breve gacetilla:

GRAVE ACCIDENTE A CAÑITAS. El domingo a las 20:15 de la noche, al regresar a la ciudad de México procedente de Puebla y en el sitio denominado La Junta, el matador de toros Carlos Vera “Cañitas” sufrió un grave accidente al chocar el auto en que viajaba en compañía de su padre y su cuadrilla, con otro coche que se dirigía a la Angelópolis. En los momentos de escribir esta nota carecemos de datos concretos sobre la colisión y el estado de los heridos, sabiendo únicamente que el padre del diestro y los banderilleros Aguilar y Olascoaga se hallan seriamente lesionados, habiéndoseles internado para su curación en el sanatorio del doctor Cruz y Célis.

En principio no parece tener relación con lo que trato de exponerles aquí, pero dos semanas después, aparece esta otra:

LAMENTABLE FALLECIMIENTO. El día 13 del actual, dejó de existir, a los veintitrés años de edad, el talentoso y malogrado escritor taurino, don Felipe Fernández Valdemoro, hijo del ilustre jurisconsulto y hombre público español, don Luis Fernández Clérigo, a consecuencia de las heridas que sufrió en el choque automovilístico registrado en la carretera de Puebla a retornar a México en compañía de su amigo, el matador de toros Carlos Vera “Cañitas”, el 28 de febrero. Hacemos presente a sus padres, a su señora esposa y a sus familiares todos, entre ellos a su hermano, el cronista “José Alameda”, de la revista “Estampa”, que es también Jefe de Publicidad de Radio Mil, el testimonio de nuestra más sincera y cordial condolencia.

Lo que la primera nota no recogió, es que junto con Cañitas, su padre y su cuadrilla, venía viajando también el incipiente escritor taurino Felipe Fernández Valdemoro, quien sobrevivió al accidente, pero no pudo superar las lesiones que del mismo le resultaron.

El día de mañana se cumplen 80 años de su fallecimiento y después de leerle, me quedé pensando acerca de qué podría haber sucedido entre dos hermanos de una sólida formación intelectual, dedicados a hurgar en la historia del toreo.

Aldeanos