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martes, 3 de mayo de 2011

En el centenario de Armillita, V

3 de mayo de 1911: Nace en Saltillo, Coahuila, Fermín Espinosa Saucedo, Armillita

Hoy se cumple el centenario del natalicio de quien con poco margen de discusión puede ser considerado el más grande torero que ha dado México. Vino al mundo en la casa número 10 de las calles de Guerrero, en el barrio entonces llamado del Águila de Oro, en la capital del Estado de Coahuila, siendo el octavo hijo del matrimonio formado por don Fermín Espinosa Orozco, natural de Guadalupe, Zacatecas, banderillero de toros y zapatero y doña María Saucedo Flores, originaria de Saltillo, Coahuila.

En algún otro apartado de esta serie de remembranzas, apunté que el Maestro Armillita, en los meses anteriores a su deceso, comenzó a escribir sus memorias, mismas que comienzan a partir del momento de su llegada a este mundo y que alcanzan a cubrir los días previos a su alternativa española en Barcelona, el día 3 de abril de 1928, con su llegada a Madrid y su instalación en la capital española. Esos apuntes biográficos, de puño y letra del torero, fueron entregados por su familia a don Mariano Alberto Rodríguez, quien los publicó en su libro Armillita, El Maestro y de los cuales, extraigo lo siguiente, que cubre desde el natalicio del diestro, hasta su primer contacto con el mundo de los toros:

Nací el 3 de Mayo de 1911, en el barrio de Arteaga, en la ciudad de Saltillo, Coahuila. Mis padres fueron Fermín Espinosa Orozco y María Saucedo Flores. Por lo que cantaban mis padres fui un niño sano y mi principal alimento fueron los frijoles que me gustaban con locura ya que a todas horas los comía antes que cualquier otro alimento. Mis primeras andanzas en esta vida desde que yo tengo uso de razón recuerdo una vez que el e hato mi hermano que trabajaba en el ferrocarril le entregó su sueldo en puras monedas de veinte centavos a mi madre y en un descuido que ella tuvo le cogí una moneda y yo sintiéndome ya muy hombre fue a una tienda compre cigarros y refrescos, convidé a un amigo y en el corral de mi casa sobre unas piedras que hacían la vez de un mostrador de cantina nos pasamos toda la tarde tomando los refrescos como si fueran tequila y nuestros cigarrillos, pero no terminamos nuestra parranda porque mi madre nos descubrió y desde luego vinieron los manazas en la parte trasera de mi cuerpecillo pues en ese entonces tendría yo 3 años. Con el Chato me encariñé en mi niñez mucho pues él me atendía en todo y me consentía en mis caprichos y a todos lados me llevaba. 

Una vez que en un descuido al atravesar una calle me atropelló una carretela ligera, me paso por una pierna, afortunadamente no hubo fractura. Otra vez jugando con un amiguito en el corral de su casa al entrar corriendo a la cocina me tropecé con la señora madre de mi amigo la cual llevaba un cazo con dulce hirviendo del que se le cayó gran parte con tan mala suerte que me cayó en el brazo o sea la muñeca de la mano derecha, y fue tal la quemada que me dio el dulce que a la fecha tengo una gran cicatriz todo al rededor de la muñeca. 

Mis aficiones taurinas empezaron yo creo que cuando todavía no tenia uso de razón pues me cuentan mi padre y mis hermanos que una vez de tantas veces que me llevaron a los toros a una corrida que por cierto toreaba mi padre de banderillero, saltó un toro al tendido. Este es el único detalle que vagamente recuerdo, y que se armo un lío tremendo en el tendido, al grado que tuvieron que matar a tiros al toro allí mismo, y para esto mi padre estaba prendido de la cola pues vestido de torero subió al tendido a tratar de coger al toro corno fuera para evitar desgracias entre el público. Una vez terminado todo este lío y ya todo en calma mi hermano el chato se volvía loco buscándome pues me dejo solo y con el lio y contusiones que hubo en esos momentos no supo de mi para donde gane yo. Al mucho rato y después de terminada la corrida me encontró en un balcón de la plaza que daba a la calle. Como digo de esto creo no tenia uso de razón pues casi no lo recuerdo. Dicen que yo de niño ya toreaba muy bien, me gustaba torear en la calle a las puertas de mi casa, y una vez estando yo echando mis capotazos vi llegar un coche de caballos que paro frente a la casa. Bajaron de él mi padre y un charro muy bien ajuareado, y una señora. Me llamaron pero me asustó ver ese hombrote tan raramente vestido que salí corriendo para la casa y fui a parar hasta bajo de una cama, de donde no salí hasta como a las dos horas que me sacaron a jalones pues después de comer y estar un rato con mi familia se acordaron de mi y antes de marcharme este señor quiso que me llevaran con él. Una vez que lo lograron me acaricio dándome palmaditas en la cabeza y en la cara y de su bolsa saco una moneda de oro de $20.00 pesos y me la regalo. Yo me sentí feliz pues a esa edad, 3 años, en esos tiempos piara mi era algo único. Ese detalle del charro tan llamativamente vestido nunca lo olvidaré. Ese charro era el que fuera famoso matador de toros Juan Silveti. 

Al poco tiempo sin saber yo los motivos tuvimos que trasladarnos a San Luis Potosí, seguramente porque mi padre buscaba nuevos horizontes para sacar avante a la familia que era muy numerosa y en Saltillo había pocos toros y con el trabajo de zapatería que él ejercía en la misma casa, (remiendos y composturas) no era seguramente suficiente para poder vivir y mantenernos a todos pues mis hermanos mayores todavía no sabían ganar dinero para aportarlo para ayuda de los gastos de la casa. De este traslado solo recuerdo que pase mucho frío en la estación de Saltillo durante la espera del tren que nos tenía que llevar a San Luis. 

De los primeros años que pasamos en San Luis mi primer recuerdo, por cierto desagradable, fue cuando me llevaron a la escuela. Yo no quería ir y cuando llegamos al colegio mi madre tuvo que meterme a rastras y llorando como un desesperado. Esto sucedió cuando yo tenía entre seis y siete años. Curse normalmente los dos primeros años y al tercero me reprobaron, menos mal que al empezar nuevamente a repetir el 
3º 
nos tuvimos que venir a México, confieso que no me gusto estudiar. Fui muy flojo en mis calificaciones, siempre fueron lo más bajo posible, y siempre que podía me iba de pinta, pero mis pintas por lo regular eran muy buenas. Por no saber a dónde irme pasaba todo el tiempo recorriendo todas las iglesias que me encontraba y que conocía en San Luis, hasta que una vez por no calcular la hora llegue antes de tiempo a la casa y por no saber en ese momento mentir me receto mi madre una buena tunda. Desde esa vez no volví a faltar al colegio, Escuela Modelo, pero de nada sirvió, no aprendí nada más que a leer y casi nada en cuestión de números. Mientras tanto, en esos siete años que pase en San Luis, mis aficiones al toro recuerdo yo que las tenia adentro pues todos los días, a media calle, organizábamos nuestras corridas de toros. Unos de mis amigos decían que eran Gaona, otros Belmonte, o Mejías, pero a mí nadie me quitaba de que yo era Juan Silveti y es que era mi ídolo y además no olvidaba el detalle que había tenido conmigo. Los domingos formábamos una cuadrilla más en serio; o sea los que estábamos mejor con el toro (un muchacho con unos cuernos), nos íbamos a una corraleta que estaba acondicionada de tal forma que parecía plaza, teníamos público y todo, y ante ellos procurábamos hacer con el aparato grandes faenas, y lo que yo sí recuerdo es que Juan Silveti nunca se dejaba ganar la pelea de “Gaona” y “Belmonte”. ¡Menuda tercia alternábamos en esa corraleta de San Luis!...”

Partida de bautizo de Armillita
Con esta breve remembranza, recuerdo hoy el centenario de la llegada a este mundo de uno de los más grandes toreros que ha conocido este inmortal arte y cabeza de una importante dinastía de toreros, don Fermín Espinosa Saucedo, Armillita.

domingo, 21 de diciembre de 2008

21/XII/1908. Llega a Piedras Negras la simiente de Salitllo

Hoy 21 de diciembre se cumple un siglo de que la sangre saltilla se estableciera definitivamente en el campo bravo tlaxcalteca. Si bien desde 1874 los señores González Muñoz y González Pavón se decidieron por la crianza del ganado de lidia, la base genética de la que partieron fue influenciada primeramente por la existencia nacional y así lo demuestra el comienzo con el ganado de Atenco, adquirido a los señores Barbabosa y los posteriores agregados que hicieron de toros padres de Miura, Murube y Pablo Benjumea, siendo predominantes las dos líneas genéticas mencionadas primero, pues entre 1896 y 1906 se agregan 6 toros de procedencia Murube y 3 de Eduardo Ybarra y 6 de Miura.

Aparte de esa simiente predominante, los primos González Muñoz y González Pavón trajeron para sus ganaderías de Tepeyahualco, Piedras Negras y Coaxamaluca, una par de sementales de procedencia lesaqueña, uno de Saltillo y el otro de Pérez de la Concha y que una vez analizado el producto de la cruza con los ganados que ya tenían una bien lograda fama en el ambiente taurino mexicano, quizás comenzó a sembrar en los señores de Piedras Negras y Tepeyahualco la idea de enfocar genéticamente su ganadería hacia lo del Marqués del Saltillo. Considero importante resaltar que este hecho que ocurrió en 1889.

En 1904, José María González Pavón, por conducto del diestro Francisco Bonal Bonarillo y Alberto Parrés, inicia los tratos para traer a México vacas y toros del Marqués del Saltillo, pero ya no vería la llegada de esa simiente que sería el punto de inflexión en la historia de esta casa ganadera, pues es este el año de su fallecimiento.

Sus herederos continuarían con la ganadería hasta 1907 e incluso recibirían las 12 vacas y 4 toros de Saltillo, pero la muerte de Antonio Montes causada por Matajacas, en la antigua Plaza México de la Calzada de la Piedad, el 13 de enero de 1907, les hizo vender la ganadería, víctimas del descrédito social que tal hecho les causó. El nuevo adquirente fue don Manuel Fernández del Castillo y Mier, que pronto la trasladó a la Hacienda de la Concepción en el Estado de México.

Poco duraría en la propiedad de Fernández la vacada, pues en el año de 1908, apremiado por las deudas que le causó su participación en la construcción de la plaza de toros El Toreo se vio en la necesidad de venderla, adquiriéndola los hermanos Carlos, Lubín y Romárico González Muñoz y su cuñado Aurelio Carvajal. Entre el ganado readquirido, venían las diez vacas y los cuatro toros de Saltillo, que se agregarían a los hierros familiares de Piedras Negras, Coaxamaluca, La Laguna y a Zotoluca, que ocuparía el lugar de Tepeyahualco y usaría como hasta la fecha, su hierro.

La historia ganadera de la familia González giró ciento ochenta grados con la recompra de Tepeyahualco, pues es a partir de allí que se define una línea genética en la crianza del ganado de lidia que mantendrá el renombre de la familia en el ámbito ganadero nacional y además, adaptará al toro de Tlaxcala a los cambios que la lidia iba presentando en el devenir de los tiempos.

El centro de gravedad de las cuatro ganaderías sería la finca madre, Piedras Negras, que proveería a las demás de la simiente necesaria para mantener las cotas de calidad necesarias para representar un símbolo de garantía en todas las plazas mexicanas, pero la sangre pura estaría allí, como una fuente de reserva, accesible a todos los hierros familiares.

Lo que llegó de Saltillo

El ganado llegado en 1907 para Tepeyahualco y que resulta ser la base de la actual Piedras Negras fueron cuatro toros de nombres Tinajito número 58, negro entrepelado bragado; Tabaquero número 61, negro lucero; Barrileto, que fue lidiado en El Toreo de la Condesa el mismo año de su llegada y Lucerito, que no aparece en los libros de la ganadería.

Las vacas fueron: Garbosa número 423, cárdena clara; Campanera número 523, cárdena oscura bragada; Conductora número 544, negra entrepelada bragada; Cantarera número 548, chorreada bragada; Carriona número 554, negra entrepelada bragada; Recobera número 564, chorreada bragada; Andaluza número 566, cárdena clara; Fantasía número 583, cárdena clara; Murciana número 586, chorreada bragada y Trianera número 587, cárdena caribella.

Aquí resulta interesante destacar una cuestión, la Recobera número 564, la Andaluza número 566, y la Trianera número 587 son tres nombres que también venían dentro del ganado que importaron don Antonio y don Julián Llaguno para San Mateo, dos con las vacas y uno con un toro semental (el Trianero) que tiene una función aún no esclarecida en la historia de la ganadería zacatecana. La diferencia se dará, en el antecedente de mezcla para extender esa base hispana y en la cantidad de sementales españoles, que en el caso de los González ya vimos que fueron dos, más el Fantasío, engendrado en España, pero nacido en México de la vaca Fantasía y que es, al final de cuentas, el definidor de la ganadería.

Así pues, este 21 de diciembre se cumple un siglo de la llegada de la base saltilla definitiva de la ganadería de lidia en Tlaxcala, que es una de las cuatro columnas fundamentales de la cabaña brava mexicana y que hoy, tras de una gran problemática causada por el manejo de las cosas del campo y de la tenencia de la tierra en estos pagos, parece que vuelve por sus fueros, recuperando el sitio de privilegio que por su origen le corresponde.



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