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domingo, 24 de octubre de 2021

Ponciano Díaz. El ocaso de un ídolo

En busca de un tema para comentar en esta fecha, una publicación me señalaba que, en sus alrededores, pero en 1895, el diestro gaditano Juan José Durán Pipa – un fijo en los carteles de los primeros años de nuestra plaza San Marcos –, había recibido una alternativa en la plaza de toros de Bucareli en la Ciudad de México. Al intentar localizar la información en la prensa de la época, me encuentro con que sí toreó en ese día, pero que no había recibido ninguna alternativa – ya la tenía – y que, en realidad, la novedad de la fecha fue la presentación en la capital mexicana del torero sevillano José Centeno, completando el cartel Diego Prieto Cuatrodedos y toros de Venadero.

El festejo resultó ser insulso, quizás lo destacado fue que se lidiaron dos toros de cruza española, uno de origen Miura y el otro de Concha y Sierra y otros dos fueron devueltos al corral por mansos. Eran los primeros tiempos de la ganadería de lidia en México y el proceso de selección y definición del toro estaba iniciando apenas.

Pero alrededor de la corrida me encontré una información que estimo valiosa. En el prólogo de la crónica que hace Armando Morales Puente Jindama y que aparece en el diario El Universal del día 27 de octubre de 1895, se contiene una prolija precisión acerca de una misiva de Ponciano Díaz, relativa a su actuación en la corrida del domingo 13 de octubre de ese mismo año, en su plaza de Bucareli, tarde en la que, ante toros de Cazadero, le dio la alternativa a Diego Rodríguez Silverio Chico en presencia de Manuel Calleja Colorín.

La tarde inaugural de 1895 en Bucareli

Nadie podría imaginar que la tarde de ese 13 de octubre sería la última que el charro de Atenco torearía en la capital de México, y mucho menos, siendo él mismo el propietario de la plaza de toros y el empresario de ella. Sin embargo, los sucesos que envolvieron esa última actuación dejan entrever que ya había perdido el favor de aquellos que en su día lo encumbraron, y también, quizás, que el toreo, en su evolución, caminaba en una dirección distinta a la que llevaba la tauromaquia de Ponciano.

El Universal es el único diario que recoge los acontecimientos que trataré de presentar aquí, pues ni El Diario del Hogar ni La Raza Latina, que también se ocupaban de dar espacio a los toros, los refieren. La versión es del invocado Armando Morales Puente Jindama y la réplica del mismo Ponciano Díaz y todo gira alrededor de los brindis que hace el torero durante la lidia de los toros tercero y cuarto de la tarde:

... “Bigotes” recibe los trastos de manos de “Silverio” y tiene la increíble osadía de insultar al público al brindar, diciendo que le “causa satisfaisión” que lo silben en México y otras frases que no pude escuchar bien, porque me lo impidieron las justas y enérgicas protestas de los concurrentes, que llenos de indignación reprobaban la osada conducta del infumable maleta... los silbidos y naranjazos son poco, pues los toma como ovaciones y le causan gusto, placer, según su misma confesión, hecha en el primer “brindis” del domingo, en el que, lo mismo en el que hizo al sol y en las ocasiones en las que fue censurado su trabajo, se permitió insultar al público con palabras soeces, motivos por los que, además de otros, recibió orden del presidente de la corrida de retirarse del redondel, orden que no obedeció, no obstante que se le repitió tres veces y de la que se burló después, siendo por esos motivos multado con cien pesos... Ponciano ha hecho la faena más mala que se haya visto, los aficionados le chillan, y el insolente maleta se desata en insultos e improperios, tan soeces, que serían indignos de una taberna. Y eso a ciencia y paciencia de los gendarmes que estaban en el redondel, que debieron dar parte a la presidencia, si no tenían facultad para reprimir al insultador... Un concurrente arroja al redondel una navaja de barba y otro un peso, para que Ponciano pague al peluquero y vuelven a repetirse escenas de desprecio al público, pues “Bigotes” recoge el dinero y lo avienta a la persona que lo arrojó, profiriendo frases de las que no podemos hacer mención...

Esto aparece en el citado diario el miércoles 16 de octubre de 1895, fecha en la que la crónica se publicó, pues curiosamente en esos tiempos los diarios no salían los lunes y en el del martes, el espacio se dedicó a otros temas. Un punto que dejo aparte, es el que el propio Jindama escribe y es en el sentido de que Ponciano Díaz, en una corrida supuestamente celebrada el 4 de octubre de 1894, salió de banderillero, y por ese hecho perdió su alternativa:

…Ud. Sr. Ponciano se cree maestro porque recibió la alternativa de Salvador Sánchez "Frascuelo" por una galantería tenida para con México, no para con Ud., a quién ni conocían ni tenía mérito alguno para ello... Hoy hace Ud. alarde de ello cuando la tiene Ud. perdida, por haber salido de banderillero en la corrida del 4 de octubre del año próximo pasado...

La corrida se dio el día 7 en realidad y en ninguna de las relaciones de ella que pude consultar, ni siquiera en la del propio Jindama, se relata la presencia del torero charro como banderillero en ella, lo que de suyo hubiera sido un verdadero acontecimiento, así que puedo suponer predisposición o total animosidad del cronista hacia el torero.

La réplica de Ponciano Díaz

Hoy el ejercicio del llamado derecho de réplica es una cuestión candente. En aquellos días quizás no lo era tanto, pero se ejercitaba. Así, en la edición de El Universal del 22 de octubre de ese 1895, apareció publicada una carta de Ponciano Díaz que es de la siguiente guisa:

Sr. Director del diario El Universal

Presente

Muy señor mío:

Por circunstancias dependientes de mi falta de salud, hasta hoy he podido tener una conferencia con el señor revistero que hace las crónicas de las corridas de toros para publicarlas en su eficaz diario, con objeto de rectificar lo que expresó en su revista de la corrida de inauguración en Bucareli, aseverando que yo había faltado de palabra al público; más como me asegura que si asentó esto en la crónica fue porque se lo dijeron algunas personas, estoy en la necesidad de hacerlo saber al público, protestando: que si alguna mala interpretación se ha dado a mis palabras, estas nunca las he proferido con tal intención, sino que, por el contrario, siempre he guardado mi cariño y gratitud de artista, para con la concurrencia que voluntariamente se ha dignado presenciar en las plazas donde he trabajado, lo que mis facultades me han permitido hacer.

Siempre he respetado la opinión del público, por adversa que me sea, pero nunca saldrán de mis labios palabras que lo ofendan. Después de haberme tratado el señor revistero de la manera que lo ha hecho, y darme la explicación que antes he relatado, sólo me resta, señor Director, suplicarle que como muestra de imparcialidad se sirva mandar dar publicidad a la presente en El Universal.

Soy como siempre de Ud. Afmo. y S.S. – Ponciano Díaz

Como se puede ver, el torero afirma que el cronista escribe a través de informes obtenidos de terceros, y deja ver que esos hechos evidentemente bochornosos que narra Jindama no ocurrieron de esa manera y reitera su respeto y admiración por la afición y el público que son al final quienes le han dado el sitio que tiene, y por supuesto, pide una rectificación.

La nueva acometida de Jindama

Decía al principio que el proemio de la crónica de la corrida del 27 de octubre de 1895 en la plaza de Bucareli, es una prolija referencia a este asunto. Morales Puente vuelve a hacer referencia a los hechos del domingo anterior y a los de la carta de Ponciano Díaz publicada el día 22 pasado. Entre otras cosas refiere:

Antes de que refiera lo ocurrido en la tercera corrida de la temporada, mis apreciables lectores me permitirán que haga una digresión ocupándome de Ponciano Díaz… Este, envió una comunicación al señor director de El Universal, carta que, en prueba de seriedad... se publica en el número del último domingo... con el fin de señalar que sostuvo una entrevista conmigo y “con el objeto de rectificar” lo que yo expresé en mi revista; pero se calla que yo, categóricamente me negué a hacer tal rectificación como él lo pretendía... Es cierto que las palabras ofensivas dirigidas por Díaz a algunos concurrentes que censuraban su trabajo mientras estaba en la faena de muerte de su segundo toro, no las escuché; pero las personas aludidas que de ello me informaron, me merecen entera fe y crédito y son incapaces de hacer una impostura... La persona a quien arrojó Díaz desde el “estribo de la barrera al tendido” un peso, acción que por sí sola constituye una falta de respeto, que yo vi y que pudieron ver todos los concurrentes, me ratifica que Díaz no sólo hizo esto, sino que le dirigió frases injuriosas... El Sr. Regidor Icaza, que presidió la corrida de inauguración, impuso a Ponciano Díaz una multa de cien pesos, que por causas que ignoro, se redujo a cincuenta, y el motivo de imposición de la multa no fue otro que el “brindis despreciativo” para el público de México pronunciado por Díaz antes de matar su primer toro... Esa multa se ha hecho efectiva... En cuanto a la parte de su carta en que dice: “siempre he respetado la opinión del público, por adversa que me sea...”, recuerdo estos hechos que mis lectores no habrán olvidado y que no quiero comentar... Se empeño en que a los caballos de los picadores se les pusieran “baberos”; la prensa haciéndose eco del público, protestó contra semejante ridiculez tan inútil como anti – estética... se suprimieron los “baberos” porque el público en masa y unánimemente obligó a que se los arrancaran a los caballos enmedio del redondel, y esto, si mal no recuerdo, se vio precisado a hacerlo Juan Jiménez “El Ecijano”... ¿Con los burladeros?, ¿qué pasó? Igual que con los “baberos”. Inútiles fueron las indicaciones de la prensa, inútiles las protestas del público... El último fue sacado del coso enmedio de la rechifla más estruendosa que se haya escuchado... Y basta de disgresiones; si he hecho las anteriores aclaraciones es porque las he juzgado necesarias y porque deseaba que las cosas quedaran en el lugar que les correspondían...

Como se ve, Jindama acaba por reconocer que algunas cuestiones de su narración original sí le fueron comentadas por terceros de entera fe y crédito, pero reitera que presenció los hechos materiales que denuncia en su crónica y establece su sorpresa de que la multa inicialmente impuesta haya sido reducida a la mitad sin que mediara explicación.

El devenir de Ponciano Díaz

Una parte importante de la crónica de Jindama a propósito del festejo del domingo 13 de octubre, señala esta cuestión:

Los tiempos en que por mal entendido patriotismo le toleraban a Ud. sus “mamarrachadas” ya pasaron, Ud. ha renegado hasta de los patrioteros y espero que probará las consecuencias... Los cien pesos que le impusieron a Ud. de multa me parecen poco... Al que no entiende “por buenas”, se le hace entender “por malas”... Al terminar la corrida, el Sr. Icaza mandó a los médicos de plaza que reconocieran el estado de Ponciano y que le rindieran su dictamen... Ponciano, si tiene amor propio, creo que no volverá a salir en ninguno de nuestros redondeles, pues si lo hace, es probable, casi seguro que se armará una bronca, pues el público está muy indignado con su descortés conducta...

Al final de cuentas resultaría ser que esa corrida inaugural de la temporada 1895 – 96 sería la última vez que Ponciano Díaz pisara un ruedo de la capital mexicana vestido de luces. La cuestión de que el regidor Icaza enviara a los médicos a examinar al torero de Atenco, me sugiere que sus problemas con la bebida ya eran evidentes, y fueron los que, al final de cuentas, terminaron con su existencia poco después de haber cumplido los 40 años de edad.

Ponciano Díaz, sin embargo, seguiría toreando por las afueras. Se refiere que toreó su última tarde el 12 de diciembre de 1897, menos de medio año antes de morir, en Santiago Tianguistengo, muy cerca de su lugar de nacimiento, intentando matar tres toros él solo, pero que únicamente alcanzó a finiquitar al primero, pues durante la lidia del segundo perdió el conocimiento y ya no pudo concluir el compromiso.

El torero charro de Atenco falleció el día 15 de abril de 1899.

domingo, 19 de enero de 2014

19 de enero de 1947: Manolete y Boticario. Garza en la cárcel Del Carmen

El cartel anunciador del festejo
La 12ª corrida de toros de la temporada 1946 – 47, celebrada en la Plaza México – ese serial fue el primero y único que se verificó conjuntamente con viejo Toreo de la Condesa – tendría a su término varias razones para ser uno que ocupara un lugar importante en la reciente Historia Universal del Toreo. 

En primer lugar, resultaría ser la última tarde en la que Manuel Laureano Rodríguez Sánchez – en los carteles Manolete – actuara en la capital mexicana, una actuación final no decidida o meditada, sino consecuencia de los sucesos de Linares en agosto de ese mismo año. Después, resultaría también una un legítimo triunfo del torero de Córdoba sería opacado por una de las tempestades que Lorenzo Garza sabía generar en el ruedo y transmitir a los tendidos para encenderlos a su favor y en su contra. Bien decía El Ave de las Tempestades que un requisito indispensable para ser figura era el saber dividir

Todavía el martes 14 de enero de 1947 se ignoraba quien cerraría la combinación con los toros de San Mateo, Lorenzo Garza y Manolete. La impresión de la prensa de la época era que se buscaría un torero que no apretara a las dos figuras de modo tal que se les pudiera facilitar en lo posible el triunfo. Al final el tercer hombre fue Arturo Álvarez Vizcaíno y así la corrida fue una de esas de gran expectación.

Paquiro en el número 216 del semanario La Lidia de la Ciudad de México, aparecido el 21 de enero siguiente al festejo, cuenta lo siguiente:
La corrida anunciada para el domingo pasado despertó en la afición un auténtico alboroto. La colas y los tumultos que se formaron para conseguir boletos, fueron increíbles; desde el jueves hasta el domingo la afición batalló y desesperó, con afán y pasión dignos de auténticas revoluciones. Todo aficionado tenía un solo objetivo: conseguir boletos…
La visión de Antonio Ximénez de algunos
sucesos de ese festejo
Un festejo que produce una espera en esas condiciones por lo general se realiza en un ambiente de tensa espera – lo que hoy se dice cargado de energía – y es que poco más de un mes antes – 11 de diciembre de 1946 –, Lorenzo Garza y Manolete habían realizado grandes hazañas en el mismo ruedo ante una magnífica corrida de Pastejé, cortando dos rabos el de Monterrey y uno el Monstruo – Amapolo, Buen Mozo y Manzanito –, cincelando ambos diestros obras que aún hoy, a casi siete décadas de distancia, se tienen por paradigmáticas del éxito en ese escenario.

El encierro de San Mateo prometía en una importante medida la celebración de otro fasto en la gran plaza. Lorenzo Garza era el torero de la casa de don Antonio Llaguno y al propio ganadero le resultaría ampliamente redituable que el principal torero de España cerrara su campaña en la Ciudad de México con un triunfo ante sus toros antes de emprender el viaje de regreso para iniciar su campaña europea.

De la relación de Paquiro, se expresa lo siguiente acerca del encierro a lidiarse:
Toros de San Mateo; esos bureles que han consagrado a tantos y tantos lidiadores, por su bravura y nobleza extraordinarias. Esos toros siempre constituyen garantía de triunfo, ya que se prestan al lucimiento de los toreros porque por su sangre corre la herencia de castas de prestigio indudable. Toros de San Mateo; los toros de don Antonio Llaguno – creador y criador – que no le ha importado su malestar físico causado por larga y penosa enfermedad, con tal de dar una vez más gusto al público que clama por sus ejemplares. Toros de San Mateo, en fin, los que siempre han lucido – arrogantes y orgullosos – los colores de su divisa que es blanca como la nobleza y rosa como lo imperial…
El resultado final de la corrida

Como lo expreso en el encabezado, Manolete le cortó el rabo al quinto toro de la tarde, llamado Boticario y Lorenzo Garza terminó la tarde en la cárcel Del Carmen de la capital de México. La plaza se llenó hasta el reloj – aquí en México las plazas no tienen bandera – y tras de que la corrida y la bronca concluyeron, la nueva plaza requería de muchas y muy serias reparaciones. Sigo citando a Paquiro con lo que sigue:
…la afición se volcó en los tendidos y dejó muchos miles de pesos en las taquillas. Pero – ya hay que decirlo – solo desde el aspecto económico hubo triunfo. Porque lo que se vio en la arena fue un verdadero y despreciable desastre. Al final de la corrida la bronca era endemoniada; fogatas en todos los graderíos, una auténtica lluvia – tempestad – de cojines, insultos por doquier, la policía en acción y muchas cuadrillas de corajudos y enloquecidos espectadores que, transformados en insaciables condenados, se dieron a destruir todo lo destruible en la Monumental Plaza. Aquello era un motín borrascoso imposible de describir…
Manolete y Boticario

El rabo número seis que se otorgaba en la plaza y segundo y último de su cuenta personal, fue el que Manolete le cortó al quinto San Mateo de la tarde, Boticario. Al final, el torero de Córdoba es quien rescató los valores de la Fiesta en esa tarde. La relación ya citada de Paquiro refiere su actuación triunfal de la siguiente manera:
Salió el quinto y “Manolete” lo saludó con una tanda de verónicas tremendas, de las que sobresalieron las del lado izquierdo. Ellas fueron coplas y poemas de sacra liturgia, que quedaron firmadas con una media de abolengo único… Tomó la muleta y se inició el drama. Sin mayores requisitos se echó el engaño a la mano izquierda y buriló dos series de naturales extraordinarios. En cada lance había confusión de los vuelos del engaño escarlata y de los vaivenes macabros de los pitones del toro tempestuoso. Éste hacía un círculo en torno a la cintura del torero que, más que nunca, lució orgullosamente sus sedas y sus oros. “Manolete” semejaba extraño oficiante de sangriento rito de muerte… Todavía insistió para más naturales, pero el burel se le coló, y lo derribó en la arena. Caído, “Manolete” sufrió otras peligrosas tarascadas. Se quedó inmóvil y pálido. Los gritos de angustia se reprodujeron en ecos de imploración… Las asistencias lo cargaron en brazos y se lo llevaron a la enfermería – la cornada se daba por segura – cuando el cordobés sintió el fuego de su afición y se deshizo, corajudo y temerario, de toda ayuda… Despeinado, lleno de arena y con la taleguilla completamente desgarrada se fue al toro. En medio de la admiración general, logró más derechazos y naturales extraordinarios. El público rugía. Y el torero, que se nos antojó un regio monarca que ha sufrido atroz herida pero conserva el palpitar de su corazón indomable y vencedor, se extasiaba en aquellos pases prodigiosos… Terminó con media en buen sitio y el burel se rindió vencido y admirado por tanto valor. Se concedieron a “Manolete” las orejas y el rabo y se abstuvo de recorrer el redondel en innúmeras ocasiones, porque las fuerzas lo abandonaron y, ahora sí, fue llevado a las manos de los médicos…
Al final de cuentas, Manolete resultó solamente con un palotazo en el muslo izquierdo y una conmoción cerebral leve, que fue la que le impidió continuar en la lidia.

La descoumunal bronca

Rodolfo F. Guzmán, en el diario El Siglo de Torreón del día siguiente del festejo refiere que el festejo fue accidentado. Que independientemente de la importante actuación de Manolete ante el quinto del festejo, la gente se metió con él por considerar que no estuvo a la altura del primero de su lote, que además al saltar al callejón había herido de gravedad a un empleado del servicio de plaza. Tan complicadas estuvieron las cosas, que sin esperar el resultado del segundo de su lote, Manuel Rodríguez ofreció regalar el sobrero para intentar apaciguar los ánimos.

Si a eso se suma la desgana con la que actuó Lorenzo Garza toda la tarde, la situación se acomodaba para que se produjera un cataclismo de considerables dimensiones. Dice la crónica de Guzmán:
En el tercero, que correspondió a “El Vizcaíno”, Lorenzo se limitó a bailar en los quites y volvió la gente a picarse y a insultarlo; del tendido de sombra, de la primera fila, donde se sientan los hombres de dinero y llamados cultos, surgió el grito recordándole al de Monterrey a su señora madre desaparecida; el cuello del señor de Monterrey se estiró como el de una jirafa y se enfrentó al tendido, pero no pudo precisar al anónimo grosero. Hubo una llamada de atención y Lorenzo aguantaría todas las críticas del público pero no toleraría más que se acordaran de su madre de tan fea manera... Y salió “Tapatío”, un negro zaino ancho de cuna, cabezón y feo. Lorenzo le bailó peteneras en el primer tercio y los 55,000 espectadores se dieron a silbarle y a gritarle y de nuevo surgió aquél grito destemplado, de borrachín, grito tabernario que aún los mismos ebrios se guardan de lanzar. No pudo Lorenzo localizar al que lo profirió, pero sí perdió los estribos y acabó con el burel entre una lluvia de cojines y de otros proyectiles, de una media con derrame...
Pero faltaba el episodio final. Un hecho que en la historia de la Plaza México no se ha vuelto a repetir y que hasta donde mi entender alcanza rara vez sido visto en alguna otra plaza de toros. De la narración del invocado Rodolfo F. Guzmán extraigo lo que sigue:
El acto final. – Nacho Carmona pica mal a “Monterillo” el toro que cerró plaza y de nuevo vuelan los cojines sobre el varilarguero. Lorenzo fue al quite, sin ganas, sin entusiasmo, sin nada y el público lo abuchea de lo lindo. Se encrespa el de Monterrey y éste localiza al que ha insultado a su señora madre y brinca al callejón, saca violento y exaltado el estoque de la funda que estaba ya en vías de ser acomodado en la maleta de los trastos de torear y brinca al tendido dando mandobles a diestro y siniestro; siguiéndolo van sus banderilleros Emilio Méndez y Valencia y surge la más espantosa de las broncas entre un público llamado civilizado... Cargan los granaderos y empiezan a llover en los tendidos las bombas lacrimógenas, cortan cartucho los gendarmes y las calibre 45 empiezan a relucir... La policía encontró al que había insultado a Lorenzo y lo sacó a culatazos y a golpes. Mientras tanto se pudo sujetar a Lorenzo y junto con su cuadrilla salieron de la plaza, escoltados por policías, granaderos y empleados del servicio secreto... Todavía vestido de torero, Lorenzo Garza fue conducido a la cárcel de la Delegación del Carmen, donde quedó internado en espera del castigo que le espera por su “hazaña”...
Las sanciones aplicadas

Algunas gráficas de la bronca y de
Garza en la cárcel
Al final de cuentas un evento de esta naturaleza resulta en una serie de sanciones para quienes participan en él. Inicialmente se informaba que a Lorenzo Garza se le había aplicado un arresto inconmutable de 15 días. La realidad de los hechos es que para el viernes siguiente al festejo se anunciaba públicamente que había sido multado con diez mil pesos (unos 1,200 dólares al tipo de cambio de la época), misma suma con la que se sancionó a la empresa de la Plaza México, por el sobrecupo (se hablaba de 10,000 espectadores de más esa tarde). Al ganadero Antonio Llaguno se le sancionó con cinco mil pesos – no me explico el motivo – y a los banderilleros de Garza con quinientos pesos a cada uno. Y en la comunicación de las sanciones se supo que el nombre del que insultaba a Garza era Emilio Mauren, a quien se sancionó también con quinientos pesos – unos 60 dólares – y además se anunció el cese del Juez de Plaza y del delegado de la autoridad en el callejón. (NOTA ACLARATORIA: El buen amigo Gastón Ramírez Cuevas me señala que el nombre correcto del personaje que insultaba a Lorenzo Garza era EMILIO MAURER, persona a la que conoció. El dato lo obtuve yo del semanario La Lidia, que lo publicó tal como quedó transcrito inicialmente, ahora, aclarado y corregido queda).

Una reflexión posterior

Don Luis de la Torre El – Hombre – Que – No – Cree – En – Nada, reflexiona lo que sigue acerca de los sucesos en un artículo titulado Tenía que suceder, aparecido en el número 217 del semanario La Lidia del 30 de enero de 1947:
El alto costo de los derechos de apartado, más tarde la decepción sufrida al conocer que el descenso esperado en el valor de los billetes de entrada al pasarse la fiesta al monumental coso “México”, se convirtió en abusivo aumento, así como el falso anuncio de diestros que nunca llegaron a contratarse, amén de las múltiples incomodidades para trasladarse a la Ciudad de los Deportes, fueron apenas el principio del disgusto del público... Vino el anuncio de la duodécima corrida. A bombo y platillo se propagó la novedad de que serían lidiadas reses zacatecanas por el torero en ellas especializado, reforzándose el cartel con la supuesta competencia entablada con la cuña de nuestros toreros. Se tragó el anzuelo, se hizo el taquillazo; pero nadie fue capaz de percatarse de la justificada indignación del público por todos los antecedentes mencionados, ni se pensó tampoco en su cansancio al soportar por varios años la mofa y el insulto del torero más desaprensivo con que cuenta la historia, cuando habían pasado apenas quince días de un hecho bochornoso, culminación de toda su insolencia... El público, abarrotando el graderío de la anchurosa plaza de Insurgentes, no pudo soportar ya una nueva burla en la que tomaron participación todos los elementos constitutivos de la fiesta, y estalló el cohete ante tanta ignominia, desatándose la bronca más furiosa que pueda recordarse, acallada solamente por breves instantes ante la reflexión momentánea y honrada del torero cordobés, único que, si en un principio contribuyó también a la tormenta, supo cumplir con su deber como artista con el público soberano. A fuerza de valor y pundonor supo acreditarse una vez más como torero de vergüenza, ganándose por ello la voluntad de los espectadores, otorgándosele los máximos galardones...
Garza salió de la cárcel a hombros de sus incondicionales. Así critica ese hecho don Luis de la Torre:
Ahí tenemos al HÉROE sacado en hombros de donde no debió haber salido en mucho tiempo, limpio de toda culpa (según él mismo); libre para seguir actuando ante la ingenuidad de los públicos y el aplauso de sus incondicionales, haciéndose gratuita propaganda para llenar más y más sus escarcelas; no mermadas en nada ni con la multa impuesta, pues según cláusula de contrato, ésta deberá ser pagada por la empresa. Más sí eso no fuere, en justicia, ¿qué significa el monto de la multa para el fabuloso sueldo percibido, a decir, por matar toros y nunca hacerles filigranas? No es de dudarse que con gusto vuelva a pagarla, dándose con ello la satisfacción de burlarse nuevamente del público y autoridades, sí, como lo merece, no se le retira definitivamente de los ruedos ya que su ambición no le ha permitido cumplir con su palabra cuando dijo hacerlo voluntariamente. ¡Oh personalidad, divino tesoro!, que dijera cierto cronista de prensa y de radio…
En fin, que este es uno de los interesantes capítulos de la Historia – escrita aplicando la gramática parda – Universal de la Fiesta.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Una estampa del pasado (III)

Nihil novum sub sole...

Encontrado en el ejemplar de La Nueva Lidia, publicado en Madrid el 10 de mayo de 1886.



Nuestro Dibujo

Representa una de las escenas que con más frecuencia se repiten en la Plaza de Toros.

El público que asiste a las corridas de toros, promueve una bronca mayúscula por el menor motivo, teniendo casi siempre un resultado cómico.

Muy pocas son las corridas en las que no se promueven alborotos por parte de los aficionados con desenlace de estacazos o interviniendo los tranquilos agentes de la autoridad, que saben ganarse alguna silba por intentar conducir a la cárcel al individuo que con su temeridad acaba por desocupar a bastonazos a todo el tendido.

El reputado dibujante, Sr. Alaminos ha demostrado una vez más que sabe dar verdad a sus cuadros y reproducir las escenas difíciles de pintar.

La vista del circo desde una grada y la exactitud y soltura que a nuestra lámina acompañan, la hacen que merezca la atención de nuestros lectores, que han tenido ya ocasión de conocer las artísticas dotes que posee el Sr. Alaminos.
 

Quizás las motivaciones y las consecuencias de las broncas o mítines en las plazas de toros son distintas hoy en día, pero no dejan de ocurrir a casi siglo y cuarto de distancia. ¿Serán parte de la esencia de esta fiesta?

Aldeanos