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domingo, 13 de agosto de 2023

Relecturas de verano (XII)

En la Puerta

Fernando López Vázquez, un torero de exquisitos procedimientos ante los toros vio publicado en 1991 su valiente ensayo biográfico que llevó por título el apodo que, en una crónica aparecida en el diario capitalino Excélsior, le impusiera para la posteridad, firmando como Don Inmodesto, el que después pasaría a la historia universal del toreo y de las letras como José Alameda: El Torero de Canela, partiendo quizás de aquella idea que externara Arthur Miller, en el sentido de que el aroma de algo es aquello que no se puede ver, pero se puede percibir y sobre todo, se puede recordar.

Aproximadamente una década después – tengo en mi poder la segunda edición del año 2001 –, El Torero de Canela volvió a las arenas editoriales, en esta oportunidad con una novela, en la que, evidentemente, el tema de la fiesta es el eje de la trama y en el que a través del andar de un personaje – Fermín Conde – estudiante de música en el Conservatorio Nacional, que como él, accidentalmente acudió a un festejo taurino y en cuanto observó lo que allí sucedía quedó seducido por el ambiente, construye una historia que, de acuerdo con los sucesos de la actualidad reciente, cobra a mi personal juicio, mucho interés.

La trama de En la Puerta

Fermín Conde, decía, era un estudiante del Conservatorio Nacional de Música, originario de Pachuca, Hidalgo y en una visita de fin de semana a la casa de su familia, se reúne con su novia que era hija de uno de los profesores más importantes de la Escuela de Música de la Universidad de Hidalgo, profesor que ese domingo, fue llamado in extremis, a suplir a su amigo el director de la banda de música que amenizaba los festejos taurinos de la plaza Vicente Segura de la llamada Bella Airosa.

El profesor universitario y director suplente invita a los toros a su hija y al que después sería su yerno a acompañarlo al festejo y ambos acuden a regañadientes, porque, sintiéndose cultos, no admiten la existencia ni la subsistencia de una fiesta como la de los toros. Concluida la corrida, el autor escribe los siguientes diálogos:

Al término de la corrida se reunieron con don Evodio, salieron lentamente hacia el vehículo y ya en él, se escuchó a Grecia decir:

- No me gustó, es sangriento, pobres animales…

- Me gustaría aprender a torear, dijo Fermín.

- ¡No! Dijeron ambos al mismo tiempo.

- Sí – ratificó Fermín – el toreo es bello, rítmico, aunque estoy de acuerdo con usted maestro, en que la música no es la apropiada y contigo Greci, en que el espectáculo es sangriento, pero quitando esas dos “cosas”, el toreo es hermoso…

Lo que una supuesta afiliación cultural impedía ver a dos personas, fue precisamente la ventana que se abrió para una tercera, que en los términos del decurso de la obra, a partir de ese año de 1997, empezó a buscar la manera de aprender a torear, como una manera de entender lo que había visto esa tarde de domingo, en la que accidentalmente, sin proponérselo, asistió a una corrida de toros.

Posteriormente Fermín Conde se acercaría a los más conspicuos aficionados de su ciudad natal y se dedicaría a leer las principales obras escritas a propósito de la tauromaquia, ello sin descuidar por una parte sus estudios de música, pero tampoco su aprendizaje de los secretos de la lidia de los toros, que emprendía con verdadero interés.

De allí a la triunfal presentación como novillero en León, Guanajuato, el siguiente enero, transcurrió un suspiro y a la alternativa en olor de multitudes, apenas otro. Fermín Conde, un virtuoso de la música y del toreo ocupaba las todavía principales páginas de los medios que difundían la fiesta sin temor a ser considerados políticamente incorrectos.

Los conceptos conflictivos en la novela

Pronto Fermín Conde se encontraría inmerso en los principales acontecimientos de la fiesta en este país. La corrida del 5 de febrero no podía prescindir de su presencia y apenas con unos cuantos años de alternativa, era el principal atractivo de ella. En ese festejo, realizó un ejercicio que no es precisamente ortodoxo y que se relata por el autor así:

Ahora – continuó el cronista – ya se abrieron las medias puertas del ruedo donde aparecen los picadores; en el tercio contrario Pablo Samperio toca al toro quedándose con él, mientras Fermín Conde llega hasta donde están los picadores dialoga con ellos, retroceden y vuelve a cerrarse el ruedo. Por medio de serias con un brazo en alto Fermín trata de explicar al público que los picadores no saldrán; por el interfón la autoridad del callejón informa a la autoridad de la plaza que los de a caballo, a pedimento del matador Fermín Conde, aceptaron no salir, por lo que el matador queda autorizado para continuar la lidia; mientras todo esto sucede, el público de las localidades cercanas a los sucesos se entera que ese toro se lidiará sin picar y empieza a aplaudir y la noticia se va regando por el tendido y cuando la autoridad lo anuncia por el sonido local estallan los aplausos de un público que no sabe exactamente lo que va a suceder pero que intuye que algo está modificando la tradición en la fiesta de toros y si ustedes me lo permiten – decía el locutor – yo con ellos.

Al final de cuentas, el toro así lidiado, fue indultado. Ni siquiera se pudo calibrar su bravura ante los picadores, solamente se pudo ver que era un dulce para la muleta y por eso se le perdonó la vida… La mesa estaba puesta para un giro copernicano – nada propicio – en la fiesta de los toros.

Posteriormente el torero Fermín Conde intentaría imponer lo que hoy son llamadas las corridas del velcro, en las que no se pica a los toros y la suerte de banderillas se simula pegando al morrillo de los toros una capa de velcro, para que las banderillas se sujeten a ella por acción de ese mecanismo de adhesión plástico. El autor narra que la Unión de Subalternos se opuso a la celebración de tales festejos, amenazando vetos a las plazas que los llevaran a cabo, por lo que el torero – músico desistió de ello, cumpliendo con sus compromisos a la usanza tradicional y después de ello, haciendo un paréntesis en su carrera en los ruedos, para dedicarse por completo a la música.

- ¿Qué has pensado sobre lo de los subalternos?

- Creo – contestó Fermín – que aún no tengo la fuerza suficiente para cambiar el rumbo del toreo y, pensándolo bien, creo que nunca lo podré hacer... no seré yo quien acabe lo que lleva siglos de ser... continuaremos con lo tradicional, pero yo estoy en esto por el arte que en ello existe y también creo que para que llegue a ser arte puro, deberán limarse asperezas; tal vez estoy equivocando el camino y no deba hacerlo en las plazas, el tiempo lo dirá.

El epílogo de la novela

Fernando López, El Torero de Canela, cierra su novela con una supuesta crónica, fechada el año 2055, en la que, entre otras cuestiones, se dice:

Con la eliminación de los picadores, se acabó, se cerró el capítulo del toreo nacido a caballo con los señores feudales... El toro, con tres años cumplidos y cuatrocientos kilos de peso, salió en las plazas con el beneplácito del público... Generalmente los tres toreros hacen dos “quites” cada uno en cada toro, con los aplausos y ovaciones que merezcan, durando el tercio de capa, diez o quince minutos... El tercio de banderillas también se modificó, se usan las banderillas con el velcro adhesivo y se desterró el arpón. El largo de las mismas se redujo a cuarenta centímetros resultando más emotiva la suerte, la que sigue ejecutándose de poder a poder, al sesgo, al cambio, andándole hasta la cara, con giros, con cambios de espalda, galleando, por la izquierda, por la derecha, por dentro, por fuera, colocándose tantos pares como el público pida... Al llegar al último tercio, fue una sorpresa comprobar que sin el castigo del picador y los arpones de las banderillas, la mayoría de los toros embisten mejor; sin el tiempo limitado, las faenas con muleta son tan largas o cortas como el toro, torero y público quiere... la suerte de matar se ejecuta sin estoque y el toro regresa vivo a los corrales... ahora ya el único en peligro de muerte es el torero y esto aumentó el interés por el espectáculo, aún en aquellos que antes la repudiaron con el pretexto de “la protección a los animales”...

¿Apología o premonición?

Los sucesos de fechas recientes, como el anuncio de toros sin sangre en un cortijo privado, que al final, vistas las pocas imágenes que del mismo circularon, fueron una lamentable mojiganga en la que participaron toros de lidia y un matador de toros, me llevaron a recordar que hace algunos años leí esta novela del Torero de Canela. En una primera lectura, archivé el libro molesto, decepcionado, porque quedé convencido de que don Fernando López, después de haber sido un torero importante en la historia patria del toreo, se había convertido en un apologista de esas corridas sin sangre.

Pero ahora, a la vuelta de los años, y vistos los sucesos recientes, me quedo con la duda acerca de sí efectivamente su obra tenía por objeto el defender ese tipo de festejos taurinos o sí por el contrario, su intención era la de advertirnos, como torero que ha sido y como aficionado, del mal que se nos venía encima, por la penetración en los medios de la fiesta de personas que desconocen su historia, sus tradiciones y sus entrañas.

Hoy dejo este intento de reseña bibliográfica con una duda. No obstante, si pueden conseguir el libro, léanlo y entérense de los peligros que se nos vienen encima.

Aviso parroquial: Los resaltados en los textos transcritos son obra imputable exclusivamente a este amanunense, por no obrar así en su respectivo original.

Referencia bibliográfica: En la Puerta. – Fernando López Vázquez. – Grupo Editorial Alternativa, segunda edición, México, 2001, 187 páginas, con ilustraciones en blanco y negro. – ISBN 970 – 9030 – 02 – 7.

domingo, 10 de julio de 2022

Relecturas de verano (XI)

La otra vida de Joselito


La ucronía es un modo de abordar la historia en la que, sin negar la realidad ocurrida, se establece una forma de enlazar los sucesos de manera tal en la que su curso se deriva por un itinerario distinto al que en los hechos avanzó. Afirma Renouvier

…alguien que se aproxima a un relato ucrónico se encuentra ante la aparición de una historia imaginaria, destinada a sentar como una verdad filosófica, superior a la misma historia…

Ante eso nos enfrentamos con la lectura de la obra de Domingo Delgado de la Cámara, titulada La otra vida de Joselito, en la que nos relata, de una manera fluida y sin ausencia de interés, lo que la historia hubiera sido si el 16 de mayo de 1920, la víctima de las astas de Bailaor de doña Josefa Corrochano vida de Ortega, hubiera sido Juan Belmonte.

Debo señalar, desde mi personal punto de vista, que Domingo parte de la versión oficial de los hechos, toda vez que acepta, para construir su relato, que tras del desastre de la corrida del 15 de mayo de 1920 en Madrid, que el cartel de Talavera de la Reina estaba anunciada con Rafael El Gallo y Larita para enfrentar los toros de la señora viuda de Ortega y que después de ese desaguisado, tanto Gallito como Belmonte se desligaron de su compromiso de Madrid, a efecto de separarse de las presiones de la afición de la capital española.

Hay información en la prensa de la época que deja claro que el cartel de Talavera, desde el inicio se formó con Joselito y Sánchez Mejías. En el en el semanario El Toreo de Madrid, en su número del 10 de mayo de 1920, se puede leer el anuncio de que el cartel de las fiestas de Talavera sería el mano a mano entre Gallito y Sánchez Mejías con los toros de Ortega y en los días subsecuentes, el diario Heraldo de Madrid se anunciaba que la Compañía de Ferrocarriles de Madrid, Cáceres y Portugal ofrecía un tren especial para la corrida de Talavera, además de los ordinarios, que saldría a las 7:30 de la mañana y regresaría a Madrid a las 8:30 de la noche de esa misma fecha.

De esa información periodística podemos desprender con claridad que la versión de El Gallo y Larita es una mera composición literaria, que a los ojos del lector lleva congruencia, pero la realidad es en otro sentido, según se puede demostrar documentalmente.

El verdadero interés de la obra de Delgado de la Cámara es la forma en la que nos presenta la evolución de los hechos a partir de que Juan Belmonte actuara ese 16 de mayo en Talavera. Lo que Alameda ha llamado el hilo del toreo hubiera tomado un derrotero bien distinto, porque la evolución histórica del toreo transitaría por veredas distintas a las que caminó después de esa fecha. 

Juan Belmonte, en los hechos ocurridos, sabemos que se agregó al establishment de la fiesta y continuó con las realizaciones de los que lo antecedieron. En el planteamiento de la obra, vemos como Gallito hubiera definido, sobre todo, el camino de la crianza del toro de lidia, buscando un toro que fuera más adecuado a la teoría del toreo en redondo que planteó, en Madrid, el 3 de julio de 1914, cuando, de acuerdo con las imágenes captadas entonces, se ve que intenta hacer el toreo, ligando los muletazos, manteniéndose en un mismo espacio, intentando que el toro – un berrendo de los sucesores de Vicente Martínez – girara en torno al diestro, sin que éste tuviera que reponerse.

También Domingo nos presenta cual sería el resultado del encuentro de Joselito con los toreros de la generación siguiente a la suya. El hipotético encuentro que tendría con Marcial Lalanda, Armillita, Vicente Barrera, Manolo Bienvenida y otros de la siguiente edad del toreo en España, nos revela la esencia de la obra que intento comentarles. La fiesta de los toros sin duda, mantuvo su interés con quienes en los hechos sucedieron a José tras los eventos de Talavera, pero si él hubiera sido partícipe de ellos, algún camino distinto se hubiera marcado en algunas circunstancias, y tiene muy presente la importancia de Fermín El Sabio en esa etapa evolutiva del toreo.

Por otra parte, la obra resalta la importante influencia que tuvo Gallito en la transformación del toro de lidia del primer cuarto del siglo XX en el que comenzaría a imperar a la mitad de esa centuria. Bien se podrá afirmar que el toro andaluz se distribuyó por toda la península ibérica – también en el resto del orbe taurino – en detrimento de otros encastes históricos, pero ese toro, principalmente el de origen Murube Ybarra Parladé en el caso que nos ocupa, sería el que tendría mejor acoplamiento al toreo que se empezaba a gestar en el tiempo que ocupa la narrativa.

Pero, creo que ya no debería de seguir adelante con estas notas. La lectura de la obra es la mejor manera de captar la calidad del mensaje que lleva y la idea de su autor de exponer lo que pudo ser de haberse producido los acontecimientos de Talavera de la Reina de una manera diametralmente opuesta a la que tuvieron en la realidad. El libro es de esos que no se le caen a uno de las manos y que es de lectura obligada para el aficionado y también para el bibliófilo, porque, aunque se modifica a los actores, la trama histórica del mismo es impecable, lo que refuerza su valor y su narrativa.

Referencia bibliográfica: La otra vida de Joselito. – Domingo Delgado de la Cámara. – Modus Operandi – Marqués, Madrid, 1ª edición, 2021, 303 Págs. – ISBN 978 – 84 – 18016 – 18 – 9.

domingo, 27 de junio de 2021

Relecturas de verano (X)

Antonio Velázquez. Corazón de León

En días recientes ha salido a los estantes – físicos y virtuales – una obra que es un acto de justicia que los aficionados no hemos sido capaces de hacer a favor de Antonio Velázquez, figura mexicana del toreo que recibió la llave de la Edad de Plata del toreo en México y representó con valor y con una enorme dignidad a su patria y a su tierra en cualquier ruedo en el que se haya presentado.

Afirmo que los aficionados no hemos sido capaces de hacer ese acto de justicia literaria a favor de la memoria de Antonio Velázquez, es porque ésta es limitada a tres o cuatro acontecimientos: el hecho de ser la última figura del toreo salida de las filas de los banderilleros; su tímido asomo a las filas de los matadores de toros aquella tarde del gran encierro de Pastejé en El Toreo de la Condesa; su resurgir del ostracismo una noche ante Cortesano de Torreón de Cañas o aquella horrorosa cornada que en Cuatro Caminos le diera el toro Escultor

Pero afortunadamente el licenciado Antonio Velázquez de la Osa nos ha presentado, con el amor del hijo, pero al mismo tiempo con el rigor del profesional, un interesante recorrido por la vida del torero y del hombre desde que llegara a este mundo en el barrio del Coecillo, uno fundacionales de León, Guanajuato, donde en principio su destino parecía estar designado a ser parte del taller familiar de zapatería. Pero la afición de Antonio y su tenacidad le llevaron por las veredas de la fiesta de los toros y le convirtieron en uno de los símbolos de la torería mexicana.

La narración que hace Velázquez de la Osa es apasionada, pero anclada en la objetividad. Narra los triunfos de su padre y también presenta aquellas tardes en las que la suerte le fue adversa y procura, en la medida de lo posible, ligar su apreciación personal con la de aquellos que en los medios de comunicación de la época en la que los hechos se produjeron, para dejar claro el equilibrio de su narración. Y es que, me consta, hablar o escribir de la gente de uno, es una de las tareas más complicadas que existen.

Pero quizás algo que nos presenta la obra y es algo de lo que poco se habla en la trayectoria del torero, es su paso como dirigente de la Asociación de Matadores de Toros en el último tramo de la década de los cincuenta del siglo pasado. Le correspondió un asunto delicado para poner orden en las relaciones con la torería hispana, cuando, cuenta:

En 1957, varios diestros mexicanos fueron a España con la mira de hacer campaña en cosos de ese país, lo cual casi nadie logró. Entre los toreros que fueron a la península estuvo Jesús Córdoba, quien tenía un cargo sindical en la asociación. Mucho después de su arribo a Madrid, vio con pena que ninguno de los mexicanos, ni él, eran contratados por las empresas españolas… se planteó en las oficinas del sindicato español, un problema. ¡Qué en México existía un adeudo con un diestro hispano!, y se le exigió a Jesús Córdoba… un espada mexicano que se encontraba en España debía liquidar un dinero que se debía…

Al final, Antonio Corazón de León, se dirigió al Sindicato Nacional del Espectáculo en España y declaró suspendido – roto – el convenio que permitía la actuación de toreros mexicanos allá y españoles aquí, pues decía que en cuanto llegara el invierno, casi de manera milagrosa, los problemas que impedían que los nuestros torearan allá se solucionarían para que los hispanos pudieran actuar aquí. Justicia a secas fue lo que impartió y al final, después de un par de años, se resolvieron las cuestiones de manera equilibrada para ambas partes.

Otra cuestión que aborda y que es algo de lo que la mayor parte de las veces poco o nada se habla, es de la silente y discreta labor de Lupe Vargas, su mozo de espadas, ese personaje de la fiesta que es un poco de todo. Escribe Antonio Díaz – Cañabate:

No creo que ningún magnate del mundo, por muy poderoso que sea, pueda tener nunca a su lado un servidor de las condiciones excepcionales y valiosas de un mozo de espadas. Hablo claro está, de los verdaderos mozos de espadas, porque ya sé que en el planeta de los toros abundan los pícaros que a todos los menesteres taurinos llevan su picardía. Un auténtico mozo de espadas es el hombre de confianza del matador y algo más: sus pies y sus manos. Un torero puede prescindir de mucha gente que le rodea en la plaza y fuera de la plaza, pero jamás de su mozo de espadas…

Lupe Vargas, nos cuenta Toño Velázquez de la Osa, se convirtió en la sombra de su padre, y en el decurso de la narración al hablar de quienes fueron integrantes de su cuadrilla, dejaba ver como era suficiente una mirada para poner orden en la lidia. En el caso del mozo de espadas, ni siquiera es necesario eso, él tiene que pensar en avanzada y anticipar lo que su torero quiere o va a necesitar, pues como escribió un día Conchita Cintrón, es una figura ejemplar del fiel servidor y Toño cumple, siguiendo la idea de la Diosa Rubia, el hecho de que nunca se le puede olvidar cuando ha servido bien a su torero, en este particular caso, hasta el último día.

Antonio Velázquez. Corazón de León, nos relata cómo ganó el torero trofeos como la Prensa de Oro en 1944; la Oreja de Oro en 1945 y 1950; el Estoque de Oro en 1948; y la historia de los 9 rabos que cortó en la capital mexicana 2 en el Toreo de la Condesa: el de Cortesano de Torreón de Cañas, y el de Segador de Rancho Seco y 7 en la Plaza México a los toros Amapolo de Piedras Negras; Arlequín y Fandanguero de Coaxamalucan; Rey de Copas de La Punta; Bandido de Piedras Negras; Cubanito de Torrecilla y Asturiano de Pastejé

Amigo Antonio, has logrado una obra de prosa fluida, equilibrada, con testimonios que son invaluables, recabados con paciencia al paso del tiempo para estructurar una obra que recuerda y hace un sentido y justo homenaje a un torero, tu padre, al que, como decía al principio, los que tenemos afición por esto, no le hemos hecho la justicia que le es debida y tu obra es un acto que, puede y debe ser el punto de partida para que se revise la historia de nuestra fiesta y se le otorgue el sitio que le corresponde.

A los potenciales lectores, recurriré a la manida expresión que me transmitió Leonardo Páez, estamos delante de un libro de esos que no se caen de las manos. Se trata de un libro que puede servir de punto de partida para investigar historias particulares de la vida del torero y de las circunstancias particulares en la que ésta se desarrolló. En suma, es una obra que puedo recomendar – si en algo vale mi recomendación – de manera amplia.

¡Enhorabuena Antonio!

Nota bibliográfica: Antonio Velázquez. Corazón de León. – Antonio Velázquez de la Osa. – Rafael Cue. Comunicación Taurina. – 1ª Edición, 2020. – 415 Págs. – Sin ISBN.

domingo, 5 de julio de 2015

Relecturas de verano (IX)

Jorge Aguilar “El Ranchero”. Un gran torero. Un gran hombre

Ejercer de biógrafo es una actividad riesgosa. La actividad entraña la dificultad de tener que anteponer la objetividad a la narración de la vida del personaje, a los sentimientos del autor. Y eso siempre cuesta mucho, sobre todo, como en el caso presente, cuando se tienen lazos afectivos y de familia, que pueden impedir el ver las cosas con claridad y hacer juicios que van más allá de los sucesos como realmente ocurrieron.

Pero en esta ocasión, Carlos Hernández González, Pavón para los amigos, superó con creces la difícil prueba que se puso por delante y nos presenta un repaso por la historia y la memoria de uno de los toreros mexicanos que más hondo ha calado en la afición – sobre todo la de la Plaza México – en lo que yo considero que es la Edad de Plata del toreo mexicano. Jorge Aguilar González, El Ranchero Aguilar en las arenas, es un diestro de esos pocos que tienen la facilidad de cautivar con su hacer ante los toros todas las sensibilidades y en Jorge Aguilar “El Ranchero”. Un gran torero. Un gran hombre, Pavón nos enseña la manera en la que ese hombrón nacido en la Hacienda de San Mateo Huiscolotepec, en el Estado de Tlaxcala fue encontrando los diversos matices al ser y al hacer delante de los toros bravos para lograrlo.

El libro inicia narrando los antecedentes familiares de El Ranchero, su emparentamiento con los señores de Piedras Negras, su integración a la vida de la Hacienda y al manejo del toro de lidia en el campo y sus primeros escarceos en las plazas de tienta de las ganaderías que llevan en su familia materna. Nos deja notar de manera clara que uno de los fundamentos básicos que le permitirían andar largo por los ruedos, fue precisamente el conocimiento del toro, adquirido en el campo, donde aprendió a ser también un gran garrochista y derribador.

La segunda parte de la obra está dedicada a analizar la trayectoria de El Ranchero en los ruedos, de cómo logra una primera alternativa en el año de 1949 en Tlaxcala, misma a la que renunció para hacer una reaparición como novillero y ser el máximo triunfador de la temporada novilleril de 1950 en la Plaza México, cortando tres rabos y recibir el doctorado definitivo el 28 de enero de 1951 de manos de Manolo dos Santos, con el testimonio de Jesús Córdoba, siendo el toro de la cesión Cartonero de La Laguna.

En esa segunda parte vamos a advertir que El Ranchero fue un torero de calidad, no de cantidad, pues entre ese 28 de enero de 1951 y el 11 de febrero de 1968 que toreó en la Plaza México la última corrida de su vida, apenas sumó 271 festejos vestido de luces. Pero lo hizo siempre en las mejores condiciones y en las mejores plazas de lo que Díaz Cañabate llamó en su día el planeta de los toros

La parte final de la obra se refiere a las actividades de Jorge Aguilar después de dejar de vestir el terno de luces. Ya fuera toreando festivales benéficos, practicando la charrería – nuestro deporte nacional – o dedicándose a las actividades agropecuarias, El Ranchero mantuvo una posición destacada en Tlaxcala y en México y se distinguió como un gran tentador, gracias al conocimiento que tenía del toro en el campo, aprendido desde su infancia.

La narración que nos hace Pavón de los hechos relacionados con la muerte de El Ranchero es conmovedora. Reúne una serie de testimonios acerca de los hechos ocurridos en el tentadero de Coaxamalucan la mañana del 27 de enero de 1981, cuando delante de una vaca que era tentada, Jorge Aguilar sufrió un infarto masivo de miocardio que terminó con su vida. Diríamos aquí en México: se murió en la raya...

Ya lo decía al principio de estas líneas decía que la tarea del biógrafo es complicada, pero en este caso Pavón ha realizado la faena con limpieza y con lucimiento. Y lo que es más, ha dejado al descubierto que la afición mexicana está en deuda con uno de sus grandes héroes, con un torero al que aclamó en sus días de gloria, pero que ahora que descansa, le tiene en un relativo olvido. Ojalá que este libro sirva para que se rinda un homenaje a su historia y a su memoria, sobre todo en la Plaza México, donde fue y ha sido uno de sus toreros.

La frase es manida, pero Jorge Aguilar “El Ranchero”. Un gran torero. Un gran hombre, es un libro de esos que no se caen de las manos, de esos que vale la pena leer. Si quienes lean esto tienen afición a la fiesta y a su historia, hagan un esfuerzo por conseguirlo, conocerán un jirón de la historia del toreo en México y de uno de los hombres que la han hecho posible.

Ficha bibliográfica: Jorge Aguilar “El Ranchero”. Un gran torero. Un gran hombre. – Carlos Hernández González. – Gobierno del Estado de Tlaxcala – CONACULTA – Instituto Tlaxcalteca de la Cultura. – 1ª Edición, 2015. – 383 Págs. – Sin ISBN.  

domingo, 13 de julio de 2014

Relecturas de Verano VIII; Escrito con Tiza. Memorias de Pepe Manteca

Hoy les presento un libro que no es estrictamente de toros, pero que nos presenta a un personaje que está vinculado con la fiesta y con sus personajes de una manera tal, que tiene cabida en una biblioteca taurina y por supuesto, en esta Aldea.

Francisco Javier Orgambides Gómez y José María Otero Lacave son colaboradores del Diario de Cádiz. En Escrito con Tiza, recogen las memorias de José Ruiz Calderón – Manteca – coloquialmente Pepe Manteca –, quien regenta una popular taberna en el barrio de La Viña en la llamada tacita de plata que es parte del paisaje más castizo de esa ciudad.

Pepe Manteca nació en 1934 en el barrio de la Viña, en la calle Lubet esquina a la Palma, donde su padre tenía un almacén de ultramarinos. “Creo que fui el primer niño, o el segundo, que se bautizó en La Palma, ya  que a esa iglesia la acababan de hacer parroquia”.  Cuando Pepe tiene muy pocos años, su padre, Lorenzo Ruiz Manteca, se traslada a la calle Libertad, esquina a Desamparados, enfrente de la plaza de Abastos, para hacerse cargo del almacén ‘El nuevo mundo’. En ese ambiente del mercado transcurren los primeros años de Pepe Manteca. Allí se aficiona a los gallos de pelea, a jugar al toro y a escuchar a los flamencos. “Yo no quería ir al colegio. Yo quería torear con los chiquillos, espatarrarme. No quería estudiar, me gustaba pasear los gallos, darles de comer y estar en la calle…” 
Pepe Manteca fue aspirante a torero, inició su formación en la escuela taurina de la calle Mateo de Alba de Cádiz y comenzó a torear en la época en la que iniciaban sus armas Juan García Mondeño, Curro Girón y Miguel Mateo Miguelín entre los notables y fue apoyado por los ganaderos de la familia Sánchez Ibargüen. Actuó en las plazas de su región de nacimiento y en los pueblos aledaños a Madrid.

Sigo el relato de Otero:
El padre de Pepe, un montañés de Tesanillo, era gran aficionado a los toros y al flamenco. Puso su empeño en que su hijo fuera torero y lo llevó a la escuela taurina que había en la calle Mateo de Alba. El director de la escuela era Manuel Jiménez Chicuelín, de Córdoba,  y de profesor figuraba  Sebastián Suárez Chanito. Junto a Manteca asistían a la escuela, entre otros, los hermanos Villodres, Manuel Irigoyen, Antonio Pica, Servando Muñiz y Chano Rodríguez. Después de debutar con la Escuela Taurina, Manteca inicia un largo recorrido por los pueblos de la provincia. Becerradas y tientas acompañado de otros jóvenes aficionados de Cádiz. Lorenzo Ruiz mantenía gran amistad con el ganadero Sánchez Ibargüen y Pepito pasa largas temporadas en la finca ‘Las Posadas’, donde comienza a aprender el oficio. Manteca cuenta con su propia cuadrilla. Pacorro, El Aceitunero y Manuel Jiménez Chele lo acompañan en sus actuaciones por la provincia…
José María Otero, José Ruiz Calderón Pepe Manteca y
Francisco Javier Orgambides
Tras de dejar los ruedos fue emigrante en Alemania; se dedicó a exportar gallos de pelea a Puerto Rico y a Estados Unidos y terminó administrando la bodega que es actualmente un símbolo de Cádiz – Casa Manteca – un comercio que en una sección expende abarrotes, pescado y mariscos y en la otra, tiene una especie de bar en el que se sirven al por menor bebidas y alimentos y al que han ocurrido toda clase de figuras del toreo y del flamenco, como Antonio Mera Almendrita,  Cojo Peroche, Manuel El Fotógrafo, Eugenio Salas Niño de los Rizos, Curro Balilla, Antonio Pérez El Torrija o el mismo Camarón de la Isla. Por los de los toros, asistían el crítico Antonio Rosales Don Puyazo, Manolo Belmonte, Enrique Bernedo Bojilla, Antonio Burgos, Curro Romero, Rafael de Paula, Joaquín Núñez del Cuvillo, Rafael Ortega, Jaime y Francisco Mora – Figueroa o Francisco Ruiz Miguel.

En ese mismo relato a José María Otero, José Ruiz Calderón cuenta lo que sigue:
Ha sido exportador de gallos de pelea a América y durante varios años viajaba con los gallos a Miami. Pepe no olvida nunca cuando fue detenido por el FBI en el aeropuerto de Miami. “Creí que me moría. Me llevaron a un cuarto para interrogarme porque habían encontrado unas medicinas en el equipaje. Creían que era droga y se trataba de medicina para los gallos. Y yo venga a dar voces y a decir que era para los gallos, para los kikirikis…hasta que vino el intérprete y todo se aclaró. Luego me hice amigo del policía y nos fuimos a tomar unos vasitos”.
Estas y otras vivencias están reunidas en Escrito con Tiza, un libro en el que el anecdotario propio de un hombre que quiso ser torero y que terminó siendo un punto de referencia para los más variopintos personajes de la fiesta y del cante y que en Cádiz es un paso obligado para todo aquél que tenga intención de conocer las reales entrañas de la antigua Gades.

Escrito con Tiza. Memorias de Pepe Manteca. – Francisco Javier Orgambides Gómez y José María Otero Lacave. – Industrias Gráficas Gaditanas, Puerto Real, Cádiz, 1ª edición, 2003, 199 Págs. (Con ilustraciones en blanco y negro). ISBN 84 – 88837 – 35 – 6.

domingo, 6 de julio de 2014

Relecturas de verano VII: El Toreo Puro

Esta obra contiene en una primera parte un repaso biográfico, expresado en primera persona y en una segunda, la tauromaquia de uno de los diestros que han ejecutado el toreo con más pureza en los últimos tiempos. Perdido para su generación – Manolete, Manuel Álvarez Andaluz, Pepe Luis Vázquez y Antonio Bienvenida – por tener que hacer el servicio militar durante la Guerra Civil Española en Ceuta, tuvo que ver pasar incluso a los de una posterior a la suya – Luis Miguel Dominguín, Pepín Martín Vázquez, Manolo González – y competir con Manolo Vázquez, Litri, Julio Aparicio y Antonio Ordóñez. Su tenacidad y su sentido de la pureza del toreo fueron los que le sacaron avante. Sobrino de Rafael Ortega Cuco de Cádiz, banderillero de los años 20, que militó entre otras, en la cuadrilla de Juan Belmonte.

Pese a la integridad con la que ejecutaba el toreo, la mala suerte le persiguió. Cuando debuta en Sevilla (1948) lo hace también Frasquito, a quien se le señaló esa tarde como un Manolete redivivo y aunque él hizo el toreo, todos se quedaron con la impronta del primero, y ni Antonio Olmedo Don Fabricio, cronista del ABC sevillano le daría crédito aunque esa tarde estoqueara cinco de los seis novillos corridos esa tarde. 

En el ocaso de su carrera (1966) sufriría otra trastada del destino, cuando después de cuajar un toro de Miguel Higuero en Madrid con la mano izquierda, Curro Romero se negó a matar al segundo de su lote aduciendo que estaba toreado. Al final, todos se acuerdan de la bronca del Faraón y nadie de la postrera lección del Tesoro de la Isla

De la vida y de la obra de Rafael Ortega me he ocupado en otro espacio de esta Aldea, por lo que aquí mejor dejo una serie de párrafos extraídos de su libro, los que reflejan su concepto del toreo y que, cotejados con su hacer en el ruedo y en la vida, nos dejan claro que El Tesoro de la Isla es un torero que la historia de la fiesta tiene injustamente infravalorado: 
A mí siempre me ha gustado el toreo rondeño, el toreo puro que han hecho, por ejemplo, Ordóñez y Antoñete, sin menospreciar también el toreo sevillano cuando se hace con pureza…

El toreo puro es… como cuando llega un señor y le saludas: ¿Cómo está Usted? Muy bien, gracias. Vaya Usted con Dios.

Para hacer el toreo puro, es esta continuidad: citar, parar, templar y mandar y a ser posible cargando la suerte…

El toreo de adorno es otra cosa… pero yo no siento ese toreo…

El toreo, lo mismo que en el cante, que en todo lo que hagas, que en todas las profesiones artísticas, es sentimiento: el que lo ejecuta tiene que “sentir” lo que hace, para poderlo “transmitir”…

Es muy importante que el torero se enfrente a cada toro con frescura, improvisando lo que el toro le pida, porque el toreo no se puede traer hecho de casa…

Mi tío El Cuco me decía siempre: nunca le levantes la mano ni al toro, ni al hombre… al toro siempre hay que bajarle la mano y hay que empezar a hacerlo con el capote, porque para mandarle al toro, éste tiene que humillar…

El toro tiene que venir humillado, metido en la panza de la muleta y con la suerte cargada… el toreo bueno es aquél en el que cargas la suerte y apoyas el peso sobre la pierna contraria…

El toreo no tiene sentido si no matas tu mismo al toro. Es como la rúbrica de una carta, que si no la firmas, no es tuya…

Rafael Ortega fue encasillado como un as de espadas, siendo que fue un torero completo que hacía todas las suertes según los cánones. De allí la injusticia de la historia a su legado y a su memoria. Escribe Joaquín Vidal
Le faltaron relaciones públicas y le faltó literatura. No tuvo un Hemingway, como Antonio Ordóñez, que novelara sus andanzas, ni un Felipe Sassone, como Antonio Bienvenida, que le hiciera la crónica de sus gestas. En una época donde se enriquecían los tremendistas con el litrazo o el pase del fusil y estaba de moda torear de espaldas -qué barbaridad-, en una época precursora del salto de la rana, que se veía venir y llegó enseguida, un diestro como el de la Isla, que toreaba con pureza y fragante genialidad interpretativa, era un tesoro inapreciable para revalorizar el toreo y robustecer el negocio empresarial. Sin embargo el negocio lo dominaba un monopolio donde Ortega no podía cuadrar, pues al toro le ligaría naturales arremataos, pero en los despachos no sabía dar ni un pase…
Afortunadamente, su perenne lección magistral está impresa en blanco y negro en la obra que aquí intento comentar.

Ficha bibliográfica: El Toreo Puro. – Rafael Ortega Domínguez, prólogo de Ángel Fernando Mayo. – Ediciones del Umbral, Madrid, 2ª edición, 2003, 95 Págs. (Con fotografías en blanco y negro. Viñetas de Antonio Casero). ISBN M – 84 – 95457 – 38 – 5.

domingo, 29 de junio de 2014

Relecturas de verano VI: Tauromaquia Mexicana. Imagen y Pensamiento

Cubierta de la primera versión
En estos tiempos en que la fiesta de los toros es uno de los símbolos más notables de lo que es la incorrección política, vale la pena revisitar esta obra coordinada en sus dos ediciones por Heriberto Murrieta y publicada en dos formatos distintos, pero sin variar la sustancia de su contenido.

Ambas ediciones contienen una serie de reflexiones, impresiones y recuerdos sobre la fiesta, sus valores y su raigambre en nuestro medio por personajes del medio del arte y la cultura en México. Raúl Anguiano (pintor), Carlos Prieto (músico), Alí Chumacero (poeta), José Solé (director de teatro), José Luis Cuevas (pintor), Juan José Arreola (escritor), Leonardo Páez (periodista), quienes expresan lo que a través de sus vivencias la tauromaquia en México les ha dejado en su vida o en su quehacer artístico.

Del texto del violoncelista Carlos Prieto extraigo lo que sigue:
Tuve el privilegio de conocer a Stravinsky desde mi niñez… Su último viaje a México fue en 1962 y en esa ocasión no sólo venía el compositor a dirigir dos conciertos… vivimos mi hermano y yo la insólita experiencia de presenciar una novillada en la Plaza México en compañía de Igor y Vera Stravinsky y de su amigo, el director Robert Craft… Pronto pudimos advertir que su afirmación de conocer bien la fiesta brava había sido algo exagerada y que el insigne compositor era, en realidad, un villamelón insigne. Al ver los petos de los caballos durante el paseíllo quiso saber cuál era el propósito de los “matelas” (los “colchones”) y, al aparecer en el ruedo el primer novillo, nos hizo esta sorprendente pregunta acerca del sexo del cornúpeta. “C’est un Monsieur o c’est une dame?” (“¿Es un señor o es una dama?”) y nos confesó que la última vez que había ido a los toros fue en Barcelona en 1904 o 1905…
De la participación de Juan José Arreola destaca:
Perdónenme todos ustedes, pero nunca sentí yo tanto la afinidad de vida o muerte, de pérdida o salvación, como en una plaza de toros, como en una de esas capillas donde los toreros rezan y se encomiendan, de rodillas a la Macarena o a la Guadalupana. Que conste, cuando después de una larguísima agonía murió Francisco Vega de los Reyes “Gitanillo de Triana”, mi hermana Elena y yo rezamos todo un novenario… Creo en lo que vive, no en lo que sobrevive. Creo en los sacerdotes como creí en los toreros valientes. Y en materia de toros y de religión, nadie puede valer más de lo que vale ante el toro de la Verdad, ya sea ante el altar o a la mitad del ruedo, ya sea que el sacerdote y el matador se juegan la vida por nosotros. La vida que nos toca en suerte puede ser noble y pastueña o resentida y derrotera…
Los textos de esta edición fueron escritos ex – profeso para la obra. Heriberto Murrieta aporta el capítulo titulado Antes del Paseíllo, que es una especie de introducción a la temática del libro y Sentido Amplio del Toreo en el cuerpo de la obra.

La segunda versión

Una década después de la aparición de la primera edición – 2004 –, la Universidad Nacional Autónoma de México re – publica la obra, en formato distinto. Ya no lleva la serie de fotografías de Sergio Rivero, pero se ilustra con imágenes de la Tauromaquia de Francisco de Goya y Lucientes.

Cubierta de la segunda versión
En esta segunda edición, de formato más pequeño, el prólogo es del Dr. Juan Ramón de la Fuente, Rector de la institución – personaje digno de encomio, quien en lo público y en lo privado, jamás ha abjurado de su afición a los toros – y se agregan otros textos, publicados en lugares diversos anteriormente por: José Alameda, Tomás Pérez Turrent, Rafael Ramírez Heredia, Luis Rius, Ignacio Solares, Xavier Villaurrutia, y Jacobo Zabludovsky. No obstante, no desentonan con los que formaron inicialmente la obra, sino que la complementan y enriquecen.

Me llama la atención particularmente el texto del poeta y dramaturgo Xavier Villaurrutia. Es una crónica del festejo taurino organizado en homenaje y beneficio de los deudos de Alberto Balderas en la que actuaron Armillita, Jesús Solórzano, Silverio Pérez, Carnicerito de México, Carlos Arruza, Andrés Blando y Conchita Cintrón. Su contenido es interesante ya no tanto por el hecho que narra, sino por la forma en la que lo hace. De ella, extraigo las siguientes líneas:
El toreo tiene, además de sus víctimas, sus mártires. El público que en esta fiesta es, como pocas veces, sinónimo del pueblo, se ha reunido ahora con doble fin: el de la ceremonia taurina por sí misma, “Armillita” no sugiere sino fórmulas precisas, que nunca lo serán tanto como su arte, en que la pasión está ausente… “Tan abierto de brazos como de piernas” toreó Silverio al cuarto de la tarde: toro que, para no ser menos, abrió sin medida los pitones. Silverio lo torea no conforme a las reglas sino conforme a excepciones… Pero ¿y la amazona? Un decidido sabor de intrusión tuvo, después de los seis toros, la suerte de rejonear. La corrida había terminado. Un viejo y sabio proverbio oriental aconsejaba no herir a la mujer ni con la hoja de una rosa, menos aún – añadiremos – con el pétalo de una revista semanal…
Así pues, tenemos aquí otro claro ejemplo de que la fiesta de los toros es cultura y motivo para otras manifestaciones culturales. Solo aquellos que padecen de una ceguera y sordera autoinducida, no lo quieren ver ni oir.

Fichas bibliográficas:

De la primera versión: Tauromaquia Mexicana. Imagen y Pensamiento. – Heriberto Murrieta (coordinador). Sergio Rivero Beneitez (imagen). – Fernández Cueto Editores, México, 1ª edición, 1994, 127 Págs. (Con ilustraciones a color). ISBN 968 – 6510 – 20 – 6. 

De la segunda versión: Tauromaquia Mexicana. – Heriberto Murrieta (coordinador). Francisco de Goya y Lucientes (imagen). – Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1ª edición, 2004, 162 Págs. (Con ilustraciones a color). ISBN 970 – 32 – 1220 – 4. 

domingo, 8 de septiembre de 2013

Relecturas de Verano (V)

Sol y Moscas

La portada de Sol y Moscas
La formación de una ganadería de toros de lidia generalmente se convierte en uno de los secretos mejor guardados por quienes se dedican a esa actividad y por sus pares y que en mayor o menor medida resultan ser partícipes de esa gestación de la nueva vacada, sea por aportar ideas o conocimientos, o sea por aportar la simiente necesaria para la integración del nuevo hato.

Es por eso que Sol y Moscas, escrito por Gabriel Lecumberri Pando resulta ser una novedad en el campo de la literatura dedicada a la vida en el campo y a la crianza del toro de lidia. Y lo es porque cuenta, con una inusitada sinceridad, la manera en la que, una afición que prácticamente podría considerarse como de fin de semana fue evolucionando a través de la construcción de instalaciones, de la adquisición de vacas y toros padres y del aprendizaje por la vía empírica – el camino de la prueba y el error – hasta llegar a obtener un hierro y divisa reconocidos por la Asociación Nacional de Criadores de Toros de Lidia (ANCTL).

Decía hace unas líneas que el libro es sincero. Y es que, en el decurso de sus capítulos, encabezados cada uno con expresiones alusivas a su contenido extraídas del riquísimo refranero mexicano, Gabriel Lecumberri expone la manera en la que él y su familia adquirieron tierras y ganados, haciendo especial hincapié respecto de estos últimos de la forma selectiva que actuaron en su adquisición, comprando siempre después de ver la tienta de hembras y machos y primando la bravura de los ejemplares sobre lo que hoy se califica por los más como toreabilidad. En estos tiempos que corren, la vía fácil hubiera sido adquirir el número mínimo exigido por la ANCTL en una ganadería al alza e iniciar con la vacada prácticamente hecha, pero en Sol y Moscas la historia nos es contada de la manera en la que ocurrió, creo que diametralmente opuesta.

Las vacas fueron llegando a La Necedad – las otras dos fincas en las que se lleva la ganadería son Ojoazul y Jarauta – en el Estado de Querétaro lo hicieron dijéramos a cuentagotas, primero, porque Gabriel y Carlos Lecumberri comenzaron a hacerse de ellas a manera de pasatiempo y después, porque cuando decidieron acometer la empresa en forma organizada, recurrieron a ganaderos amigos de los que sabían que eran depositarios de buena simiente – principalmente de origen Llaguno – y con vista de los resultados de la tienta, seleccionaban los que serían las fundadoras de su ganadería. En varias de las oportunidades, las vacas seleccionadas no eran precisamente las que hubiera preferido el ganadero anfitrión.

También es importante el recuento que Gabriel hace acerca de la importación de una serie de pajuelas de unos sementales de la ganadería de Hermanos Ozcoz de casta navarra. Nos hace un breve recuento de la leyenda de Atenco y de la presencia de la sangre de este origen que vía Zalduendo llegó a esa ganadería en el siglo XIX, misma que se perdió por absorción y de los esfuerzos que los hermanos Sergio y Félix Ozcoz Gracia hacen por recuperar para las plazas  a los toros royos originarios de Navarra. En la aplicación de algunas de esas pajuelas, logran un toro que ahora es semental de la ganadería, llamado Navarrito, que tiene la importante misión de hacer la ganadería.

Los sesenta y cuatro capítulos de Sol y Moscas transcurren contándonos el camino que sigue todo work in progress. Me resulta interesante enterarme de la manera en la que se fueron construyendo las instalaciones para el manejo del ganado y de cómo se fueron percatando los ganaderos de que algunas, pese a sus mejores ideas e intenciones, simplemente no funcionaron como se creyó que lo harían. Luego, resulta también edificante el advertir la manera en la que personas que han trabajado en el campo toda la vida, pero sin tener contacto con el ganado de lidia, pronto le toman cariño y respeto. 

Aparte, Gabriel Lecumberri nos participa, casi llevándonos de la mano, de las duras y de las maduras cuando se trata de ver las bajas causadas entre los becerros por el frío, la muerte súbita de vacas en los potreros y el tener que enfrentar en algunos círculos de taurinos – personas con intereses dentro de la fiesta, término opuesto a mi juicio al de aficionados – el sambenito de la tenencia de sangre española en su hato. Todos esos tragos amargos eran compensados con ver la lidia de novillos sueltos en pueblos y festivales, en los que algunos demostraron que el camino elegido es el correcto.

Todo el capitulado de la obra tiene una generosa dotación de notas a pie de capítulo, en las que Gabriel Lecumberri aclara al enterado y al catecúmeno cualquier situación que pueda ser motivo de duda o controversia. Ganaderías, ganaderos, toreros, personajes, tunantes, lugares y otras minucias son objeto de una clara y a veces extensa explicación que agregada a la narración sentida y en una prosa que bordea en momentos lo poético, le permite a uno leerse el libro de un solo tirón.

Hierro y divisa de Lecumberri Hermanos
Y es que, retomando lo que decía al principio acerca de la sinceridad de la obra, recuerdo una lectura que hice hace bastantes ayeres – creo que fue en mis años de primaria –, en la que se explicaba el origen del término sinceridad y se explicaba que una escultura de mármol era sincera cuando el escultor no había utilizado la cera para ocultar imperfecciones del mármol o errores en su realización. En este caso particular, la sinceridad de Sol y Moscas la percibo en el hecho de que Gabriel Lecumberri cuenta las cosas tal y como él las vivió, sin maquillar los sucesos, en un ejercicio de un gran valor literario y humano.

Creo que por eso Sol y Moscas es un libro que debe estar en la biblioteca de todo aficionado a la fiesta de los toros, por lo que lo recomiendo totalmente. El libro se publica mediante un novedoso sistema llamado impresión por demanda o print on demand (POD), lo que implica que se vuelve asequible en costo en cualquier lugar del mundo, pues se reducen sus costos de envío, carece casi de gastos de almacenaje, etc., y curiosamente, el trabajo editorial se hace en los Estados Unidos.

Sol y Moscas puede obtenerse con tapas duras, tapas blandas y en versión de e – book en las siguientes direcciones electrónicas: ventas@palibrio.com y http://solymoscas.com/ 

Referencia Bibliográfica: Sol y Moscas. – Gabriel Lecumberri – Palibrio. – 1ª edición, Bloomington, Indiana, E.U.A., 2013, 384 páginas, con ilustraciones en blanco y negro, de Óscar Matchaín. – ISBN 978 – 1 – 4633 – 5556 – 2.

domingo, 7 de julio de 2013

Relecturas de Verano IV: Ignacio Sánchez Mejías. Sobre Tauromaquia

Uno de los argumentos más manidos de los que se oponen a la Fiesta de los Toros consiste en intentar negar el valor cultural que tiene. No hay espacio para la duda en cuanto al hecho de que en torno a las cosas de los toros, muchas y muy variadas expresiones culturales se han tejido. Pero aún crece esa vertiente cultural cuando los propios actores de la Fiesta son quienes aportan a esas manifestaciones su visión desde dentro.

Las expresiones literarias de Ignacio Sánchez Mejías parecen hacerse públicas poco tiempo después de su primera retirada de los ruedos en 1922. Aunque solo un año dejará los redondeles, para actuar sin interrupciones hasta 1927, año en el que se mete de lleno, ahora sí, a las cuestiones literarias. Paco Aguado  refiere así esta dedicación a la literatura y la conjunción de Ignacio con la Generación del 27:

Sánchez Mejías fue un humanista, un hombre que mezcló en una sola persona acción y pensamiento y al que la gran Literatura le debe la iniciativa de convocar, congregar y aglutinar a los entonces incomprendidos e inadaptados poetas de la que llamarían Generación del 27. Si Belmonte se puso a la sombra de los consagrados, Ignacio apostó por los malditos en aquella reunión en el Ateneo de Sevilla y la posterior fiesta en su finca de Pino Montano. Su amigo Federico, a quien salvó de la depresión de poeta en Nueva York, se lo pagó con creces escribiendo el epitafio más hermoso que nunca pudo tener un torero. Fue aquel llanto por una muerte que le tenía obsesionado desde la tragedia de Talavera y que los gitanos, como la de Joselito o la de Granero, hacía tiempo que venían oliendo. Porque, volviendo de nuevo a Luján, durante veinte años, se salvó de ella emborrachándola con su propia sangre a cada cornada feroz que recibía, y siempre se libró por milagro...

Entre los incomprendidos a los que se refiere Paco Aguado, se encontraban Rafael Alberti, José Bergamín, Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Luis Cernuda y Federico García Lorca y a partir de ellos, organiza en Sevilla las conmemoraciones del tercer centenario de la muerte de Góngora, las que tienen lugar el 11 de diciembre de 1927. Después, preparará Las Calles de Cádiz, para reivindicar la pureza y la autenticidad del flamenco y del cante jondo. Las Calles de Cádiz se presentó en el Teatro Español de Madrid el 14 de octubre de 1933 y en él participarán Encarnación López La Argentinita y los bailaores gaditanos Rafael Ortega, La Macarrona, La Malena y La Fernanda, ésta última compañera de cartel de La Gabriela y de La Mejorana en el café sevillano del Burrero.

Es también en 1929 cuando pronuncia su célebre conferencia en la Universidad de Columbia en Nueva York y cuando comienza a publicar artículos de opinión en El Heraldo de Madrid, sobre cosas de toros, pero también, abordando temas complicados como los relativos a la censura a la que oficialmente estaba sujeta la prensa de su época.

Posteriormente abordará también la crítica y la crónica taurinas en el diario sevillano La Unión, en el que contaba a la afición su punto de vista sobre las corridas que toreaba en esos días, llegando incluso a cuestionar con profundidad y calidad de argumentos, la actuación de quienes presidían las corridas en las que él actuaba, mismas que por lo regular eran el objeto de sus narraciones.

Sánchez Mejías, el escritor

El profesor de la Universidad de Sevilla, Juan Carlos Gil González, novillero en su día – Carlos de la Serena fue su alias artístico – es quien estudia a detalle los escritos periodísticos de Sánchez Mejías y hace una interesantísima selección de ellos, de manera tal que pueden cubrir las distintas temáticas que el torero abordaba en esas comunicaciones. Sobre ellas señala el profesor Gil:

…se observa con meridiana claridad su tozuda defensa de la libertad y la fecundidad aplastante de sus reflexiones sociopolíticas. Y algo más, suficientemente inusual como para ser recordado tras el paso de su historia: la decencia de su postura inalterable ante las dictaduras de la pluma periodística al servicio de intereses espurios era una actitud vital. Que se sepa, Ignacio Sánchez Mejías jamás coqueteó con los filibusteros del periodismo para ganarse su favor con fraude de ley. Al contrario, pudo exhibir sin complejos una decencia poco usual en su gremio, muy dado a dejar en manos de terceros sin escrúpulos la fontanería de los bajos fondos. Su aventura de intentar combatir de frente los hechos injustos no mordió su prestigió taurino aunque sí le generó un sinfín de enemistades…

La recta personalidad de Ignacio Sánchez Mejías se mantuvo inalterada aún en los medios literario y periodístico. Igual se condujo delante de los toros, que en los despachos de los empresarios – recuérdese el veto al que fue sometido en 1925 –, como ante los círculos gobernantes del llamado cuarto poder y quizás fuera por ello, que luchara contra esa censura existente de manera oficial en los días en los que publicaba sus pensamientos en los diarios españoles.

El libro

Juan Carlos Gil González reúne en la obra una interesante variedad de textos y prepara el terreno al lector con un minucioso estudio previo. Se incluyen en él dos conferencias. La primera seguramente es – por su temática – la que pronunció en la Universidad de Columbia y hay una segunda dedicada al análisis de los encastes del toro de lidia. Particularmente destacaré un tríptico dedicado a lo que hoy llamamos la defensa de la fiesta, en el que de manera inteligente y por demás amena, aborda el caso de las llamadas sociedades protectoras de animales, mismas que he transcrito en esta misma bitácora y que pueden consultar en estas tres ubicaciones: 1, 2 3.

La publicación de Sobre Tauromaquia, es una especie de continuación del rescate de la obra del torero – literato, dado que unos meses antes, la propia Editorial Berenice sacó a la luz una novela inédita de Sánchez Mejías titulada La Amargura del Triunfo, obra acerca de la que Andrés Amorós considera lo siguiente:

…un retrato prototípico del ascenso y desengaño de un torero, con claves y un trasfondo muy originales debido a las manos, de sobra autorizadas, de las que procede… un verdadero hallazgo literario, por tratarse de un personaje tan importante en la literatura y la cultura española…

La colección recopilada y analizada por el profesor Juan Carlos Gil se formó con materiales procedentes del archivo de la familia del torero y con una concienzuda revisión hemerotecas y se centra principalmente en el ambiente de la fiesta, el campo y – como lo señalaba antes – en la defensa de la Fiesta de los toros. Algunos de los textos seleccionados por el profesor Gil eran inéditos y otros muchos resultaban desconocidos, por estar en las profundidades de las hemerotecas.

Más como en relecturas anteriores, detengo aquí la explicación sobre el contenido de la obra, con la idea de invitarles a su lectura, a descubrir en sus páginas el rigor y la inteligencia con la que Ignacio Sánchez Mejías trataba – sobre todo – los temas de esta Fiesta. Agrego mi acostumbrada coletilla, en el sentido de que no me parece justo el descubrir el total de la obra, pues eso creo que va en detrimento de la posibilidad de que sea leída, lo que contraría la intención de todo autor. 

Sobre Tauromaquia se presentó en Sevilla el 15 de diciembre de 2010 y fue comentado por Antonio García Barbeito, Juan Carlos Gil González y David González Romero.

Referencia Bibliográfica: Sobre Tauromaquia. Obra periodística, conferencias y entrevistas. – Ignacio Sánchez MejíasJuan Carlos Gil González (selección de textos, edición y estudio previo). – Editorial Berenice. – 1ª edición, Sevilla, 2010, 232 páginas, con ilustraciones en blanco y negro. – ISBN 978 – 84 – 92417 – 48 – 3. 

Nota aclaratoria: Esta imagen, que sirve para ilustrar la portada del libro fue tomada en México. Precisamente en la ganadería de La Punta, en donde los hermanos Francisco y José C. Madrazo y García Granados implantaron la moda de practicar el acoso y derribo con un automóvil. La escena resulta interesante, porque todo el atavío andaluz quedó desechado para su práctica en esa forma y si no, obsérvese el sarakoff que adorna la cabeza de Ignacio Sánchez Mejías en la escena campera.

domingo, 8 de julio de 2012

Relecturas de verano III: Por qué Morante


Hace algunos años ya – que si los cuento resultarán muchos –, Salvador Pinoncelly (Torreón, 1932  Ciudad de México, 2007) quien fuera mi profesor de Teoría de la Arquitectura – en un paso poco feliz por esa Facultad – nos decía que el creador tiene muy escasas posibilidades de ser absolutamente original. Afirmaba que dentro del proceso creativo, todos obtenemos información de nuestro subconsciente de algo que hemos visto, oído o leído en alguna parte, en algún momento de nuestra vida, aunque no lo recordemos de inmediato. De allí concluía Pinoncelly, la absoluta originalidad, era casi imposible, aunque la nueva obra tenga el sello personal y la firma de su autor.

Recurro a ese recuerdo de una de mis etapas estudiantiles, porque tengo la impresión de que esa es la aproximación que generalmente hacemos los aficionados cuando un torero comienza a despertar interés. Primero, nos causa asombro, pero después, empiezan a salir de las profundidades de nuestro subconsciente recuerdos que llevan más o menos tiempo allí refugiados, que nos conducen a compararle con otros a los que hemos visto en las plazas, en el cine o en los vídeos, en las fotografías o aún en la literatura.

Allí reside a mi juicio el gran mérito de la aproximación que hace Paco Aguado a la vida, pero sobre todo, a la tauromaquia de Morante de la Puebla, cuando al analizarla desde su parentesco con las generadas en ambas márgenes del Guadalquivir y aún asumiendo la referida apreciación del pintor y arquitecto mexicano, tira de la memoria, pone sobre la mesa los nombres y los datos y expresa su juicio del por qué de cada una de esas apreciaciones. La originalidad en este caso, el de Paco, reside no solo en el hecho de establecer o de proponer esa especie de genealogía al hacer en el ruedo de Morante, sino de exponer los hechos que a su juicio la fundamentan.

Y es que, como podemos leer en la obra y pese a que a veces nuestros sentidos nos quieran guiar a encontrarle parangón, Morante no es un imitador de estilos ajenos, aunque busque en ellos la particularidad de su propia esencia. Y es así que a partir de escuchar, de leer y de ver imágenes fijas y en movimiento de los toreros sevillanos y trianeros que le precedieron en la historia encontrará las influencias que se reflejarán en la manera en la que se conduce ante los toros, pero siempre con un marcado acento personal que lo hace diferente y único. 

Paco Aguado, tras de su análisis, sitúa la tauromaquia de Morante de la Puebla en la cuerda de Chicuelo, pasando por Pepín Martín Vázquez y Manolo González, aunque recuperando esencias de toreros icónicos de la afición del lado del Arenal como El Pío, Antonio Gallardo, El Vito, Macandro o Rafaelito Chicuelo. Toreros todos ellos que sin ocupar un sitio de aquellos que son llamados figuras, si llevan entre ellos lo que Alameda llama el hilo del toreo de esa margen del Guadalquivir.

Los dos Morantes

Uno de los planteamientos que me resultaron más interesantes dentro de la lectura, es la manera en la que nos presenta la evolución de la figura de Morante de la Puebla y la manera en la que prácticamente, nos puede resultar en dos toreros distintos, dependiendo del momento de su evolución. Le cito:

Con el utrero y los primeros cuatreños, caminó por la senda marcada por los toreros sevillanos de la facilidad y la gracia natural. Pero a medida que avanzó su carrera y el toreó dejo de ser para él un sueño de adolescentes para convertirse en una lucha de hombres, con las exigencias que imponen el toro y las propias estructuras del negocio t,aurino, José Antonio Morante fue encauzando sus dotes por otras formas de expresión. Un renovado concepto que, sin dejar de ser coherente con el que tenía asumido desde niño, se debía antojar mejor lenguaje para transmitir el cúmulo de sentimientos que iba añadiéndole la vida, como persona y como artista. Para expresar en suma, un mensaje más profundo…

Creo necesario aclarar que el concepto que Paco Aguado considera novedoso ya sumado a la original tauromaquia de Morante de la Puebla, es la influencia que produce la manera de hacer el toreo que se genera al cruzar el Puente de Isabel II, en Triana.

A partir de allí, vendrá una extraordinaria presentación de la evolución del torero hasta su hacer actual, sin dejar de lado las vicisitudes personales que le han afectado en su paso por los ruedos, más no es mi cometido hacer una síntesis completa de la obra aquí, ni de justicia con el autor el no dejar nada para la lectura del libro, misma que no tengo empacho en recomendar.

En suma, Por qué Morante resulta ser una interesante manera de recoger el hilo del toreo desde el punto de vista de un torero en particular, con una extraordinaria prosa y un excelente manejo del lenguaje, un libro que insisto, a mi juicio merece ser leído y analizado, pues nos da medios para poder comprender la evolución de uno de los diestros más destacados de nuestros días y también, de la tauromaquia que se ha generado en una de las regiones más emblemáticas de lo que en algún tiempo fue llamado el planeta de los toros.

Referencia bibliográfica: Por qué Morante. – Paco Aguado, con prólogo de Agustín Díaz Yanes. – 1 Más Uno Editores, primera edición, Madrid, 2011, 193 páginas, con ilustraciones a color y en blanco y negro. – ISBN 978 – 84 – 938722 – 1 – 2. 

domingo, 26 de septiembre de 2010

Relecturas de verano II: El aroma del toreo

El autor

El doctor Alfonso Pérez Romo que ha ejercido exitosamente la medicina, ha sido un destacado académico y en ese campo llegó a ocupar la Rectoría de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, además de que en las diversas actividades profesionales, humanísticas y literarias que ha abordado en el decurso de su existencia, se ha destacado como una persona triunfadora y reconocida por la calidad y la mesura de sus juicios.

Alfonso Pérez Romo es también aficionado a la Fiesta de los Toros, por la que siente:

Una atracción irresistible; un aprecio del toreo que va mucho más allá de su abigarrado colorido, su pintoresquismo, su derroche de valentía y su efusión de sangre; un asombro siempre nuevo por esa hermosa y noble bestia que es el toro de lidia; y una admiración respetuosa por el torero, extraño personaje del arte hispánico que cumple su actuación dramática al filo de la muerte.
Es afición le llevó a constituirse como empresario de la Plaza de Toros Monumental Aguascalientes en la década de los 80, junto con Julio Díaz Torre y el matador en el retiro Eduardo Solórzano, dando un giro radical a la manera en la que se organizaba nuestra Feria de San Marcos y en la combinación de sus aficiones, fue quien animó al Poeta del Toreo, Alfonso Ramírez Calesero, para que reuniera las memorias que son la base del libro que hoy da pie para que yo meta los míos.

La obra en cuestión

Solo el que vive los hechos sabe lo que son. Eso es lo que nos demuestra la recopilación de memorias y vivencias de un torero que se fue por la puerta grande. Aquí nos encontramos con lo que pasa por la mente del que se viste de luces por última vez, con lo que recuerda y con lo que ve en lontananza.

Al fin y al cabo, la obra que hoy intento comentarles contiene la expresión del valor humano en lo taurino, el reconocimiento de que el torero no lo debe ser solo en el ruedo y delante del toro, sino que el torero es un hombre y como tal interactúa con la afición, con la comunidad en la que convive y con su círculo más cercano, con su familia. Los toreros son humanos, aunque para oficiar, se vistan de dioses.

¿Cuándo se debe ir un torero? Decía un contemporáneo de Calesero, también su compañero de muchas batallas, que buena parte de la grandeza de don Rodolfo Gaona residía en que se fue de los ruedos cuando aun le podía a los toros. Seguramente y de lo revelado por Alfonso, el de Triana, ese tema es uno de los principales en esos momentos en los cuales los toreros hablan entre ellos de las cosas de su ministerio y es también quizá por ello, que El Calesa dio la vuelta a la página de su historia vestido de luces cuando lo hizo y como lo hizo, es decir, demostrando que el adiós se debía a una decisión personal y no a aquello que decía Guerrita, a que lo echaban. El contemporáneo al que me refiero es don Arturo Muñoz Nájera La Chicha, inolvidable torero de plata y personaje de la torería de Aguascalientes.

Otras revelaciones interesantes se contienen en la obra del doctor Alfonso Pérez Romo. Por ejemplo, nos cuenta el destino final de aquel toro de Vicente MartínezTerciopelo se llamó – que en la década de los treinta importara don Miguel Dosamantes Rul para Peñuelas, ejemplar único que en la historia de la ganadería brava mexicana es ya mítico.

Hombre de a caballo; significado tentador, Alfonso Ramírez Alonso hizo, ya hace casi medio siglo un análisis, que por lo que hoy vemos, resultó premonitorio. Lo hace cuando habla del toro de esos días, de su comparación con el que lidiaba en las plazas cuando inició su camino por los ruedos y de lo que veía para el futuro. En 1966 escribió:

En México, por el exceso de celo por conservar un tipo de toro y una sola línea genética, la casta se ha ido perdiendo y creo que esta experiencia ya se agotó. Nos guste o no, ha llegado el momento de refrescar, porque cuando la sosería se repite constantemente, la gente acaba por aburrirse y deja de ir a las plazas...

Y sigue diciendo:

...otra cosa que yo veo es que en mis tiempos de matador en activo, todos éramos diferentes; pienso en Armillita, “El Soldado”, Antonio Bienvenida, Garza, Silverio, Solórzano, Arruza, Manolete, Pepe Luis, Procuna, yo mismo. Todos inconfundiblemente personales y distintos. Y lo más importante: cada uno de nosotros hacíamos nuestro toreo totalmente diferente y original; ninguno llevábamos una faena hecha de antemano o estereotipada y el público que nos iba a ver siempre estaba a la expectativa de la sorpresa, de la espontaneidad, del momento inspirado…

Y lapidariamente concluye:

...la gente ya no va a los toros con la esperanza de ver el milagro de lo inesperado, sino a resignarse a ver la repetición interminable de lo mismo, así sea de buena calidad. ¡Como el arte y la artesanía otra vez!
Es a partir de esas reflexiones que Calesero penetra en los terrenos de la creatividad, del sello, de lo que lleva el titulo de la obra que pretendemos comentar, del aroma del torero y del aroma del toreo, aroma que dijera Arthur Miller, no se puede ver, pero se puede percibir y se puede recordar.

También nos habla de aquello que decía Lorca, había que buscar en las últimas habitaciones de la sangre, el duende, que brota cuando menos se espera y que no es de producción en serie; las condiciones deben estar dadas para que el torero se transfigure y en un momento y lugar determinado haga a los toros cosas que no son humanamente imaginables y aunque a Jesús Eduardo Martín Jáuregui no le parezca, he de afirmar como Pepe Alameda, esta es otra evidencia del seguro azar que representa el toreo.

La personalidad del hombre determina por anticipado la medida de su posible fortuna, expresó alguna vez Arthur Schopenhauer y por su parte, Óscar Wilde pareció agregar; cualquiera puede hacer historia, pero solo un gran hombre puede escribirla.

En El aroma del toreo estamos delante de una fracción de esa historia, bien delimitada en su esfera temporal; pero también, bien relacionada con sus antecedentes próximos y remotos.

Estamos delante de lo que considero es el legado de un torero a la afición y muy principalmente a sus pares. Vemos en sus pensamientos un examen preciso de su pasado y del presente que vivía cuando lo hizo y muy especialmente, del futuro que veía venir, y que hoy es para nosotros el presente.

Estamos delante de una breve parte de las memorias de un hombre que siendo padre y abuelo de toreros nunca dejo de tener presentes a su esposa, que a su vez, hija y hermana de ganaderos, conoce la fiesta desde sus entrañas y sabe que ese ver cara a cara a la muerte los días de corrida o de tentadero puede lastimar o fortalecer la armonía familiar, dependiendo de la manera de aproximarse a ella. En este caso, el lazo de unión entre Calesero, su esposa doña Alicia y sus hijos y nietos, después del amor, sin duda ha sido el vivir con autenticidad su taurinidad.

Esta es mi apreciación acerca de este interesante testimonio de vida y aprovecho el viaje para invitarles a leerlo, disfrutarlo y encontrar una a una, las múltiples aristas que representa la vida de un hombre dedicada por entero a la fiesta de los toros, siguiendo la máxima taurina:
Para el logro del triunfo siempre ha sido indispensable pasar por la senda del sacrificio.

Aldeanos