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domingo, 31 de diciembre de 2023

Una fotografía con historia (IX)

Una tarde redonda, dos brindis y un Faraón por testigo…

Cagancho recibiendo el brindis de Litri
Madrid, 18 de mayo de 1966

La solidaria generosidad de Carlos Arruza siempre encontró resquicios para hacer el bien. En el año de 1966 logró reunir a varias figuras del toreo en el retiro, para organizar una especie de gira internacional y torear festivales benéficos con ellos, permitiendo, por una parte, que los productos de esas tardes de toros aliviaran en algo las vicisitudes de alguna obra que favoreciera a los que se encontraban en algún estado de necesidad y por la otra, que los nuevos aficionados pudieran apreciar la tauromaquia de diestros como Armillita, Cagancho, Lorenzo GarzaGitanillo de Triana, Silverio Pérez o él mismo. 

Así, se fueron a Lima, para torear en la Feria del Señor de los Milagros el Festival del Bicentenario, junto con Alejandro Montani, Luis Miguel Dominguín y el aficionado práctico Hugo Bustamante, dejando una honda huella en la afición de allá. Ese día el Maestro Fermín cortaría una oreja y Silverio Pérez se llevaría la tarde cortándole las orejas al novillo de La Viña que le tocó en suerte. Un momento emotivo se produjo cuando Cagancho fue a brindarle a Antonio Ordóñez su novillo, delante de Luis Miguel y de Ángel Luis Bienvenida, brindis que arrancó quizás la ovación más cerrada de la tarde.

De regreso en México, Armillita, Cagancho, Lorenzo Garza, Silverio Pérez y Carlos Arruza se reunieron en la finca de don Carlos Trouyet para preparar el viaje a España y continuar con la preparación de los festivales benéficos. Así lo contó Joaquín Rodríguez al redactor de El Ruedo en su día:

Unos días antes de salir para España – cuenta Cagancho – nos reunió a cenar el señor Trouyet a Garza, Silverio, Arruza y a mí. Todos, con la enorme ilusión del viaje, animamos a Carlos a que se uniera a la expedición. Y se hubiera unido a nosotros con la misma alegría, pero tenía firmadas unas corridas y aplazó la travesía para los primeros días de junio. ¡Fíjate qué pena! …

Carlos Arruza fallecería a causa de un accidente de carretera el 20 de mayo de ese 1966 y todos los planes que había trazado se fueron por la borda, pero eso no impidió que Cagancho, Lorenzo Garza y Silverio Pérez acudieran a presenciar algunos festejos de la Feria de San Isidro de ese año, evento en el que se generaron los acontecimientos que dan pie a que meta hoy yo los míos.

El San Isidro de 1966

Escribe José Luis Suárez Guanes a propósito de este ciclo:

La mejor feria de la historia es la de 1966. Las dos siguientes le van a la zaga. Están encuadradas en una época (hablamos en general) en que existían veintiún matadores de toros en el grupo especial. En este periodo podíamos percibir los penúltimos destellos de arte de un Antonio Bienvenida... las presencias históricas de Julio Aparicio y el valor personalísimo de “Litri”, la clase fuera de serie de Antonio Ordóñez... Jaime Ostos; el buen lidiar... de Gregorio Sánchez; las diferentes maneras de hacer de Diego Puerta, Paco Camino y “El Viti”... el arte de un resurgido “Antoñete”...

Fue una feria en la que se dieron 16 corridas de toros, y en la que no se anunciaron novilladas. En ella se produjo la hoy todavía legendaria faena de Antoñete a Atrevido el llamado toro blanco de Osborne – el 15 de mayo, en la segunda de feria – y aparte, en la décimo tercera, confirmó el regiomontano Raúl García, de manos de Paco Camino y llevando de testigo a El Cordobés, con toros de Francisco Galache, representando la única presencia mexicana en el ciclo.

Eran los días en los que la Corrida de la Beneficencia se anunciaba después de que terminaba la feria, sabiéndose quién o quienes habían triunfado en ella, para ofrecer en esa fecha un cartel de auténticos triunfadores y no anunciar un festejo preconcebido, únicamente membretado como tal. La Beneficencia en Madrid era entonces, el principal acontecimiento taurino del calendario español. Hoy es solamente una fecha más a cumplir dentro de un pliego de condiciones y un abono.

La quinta corrida del San Isidro del 66

Para el miércoles 18 de mayo de 1966 se anunció un encierro del Marqués de Domecq y hermanos para Antonio Ordóñez, Andrés Vázquez y Gregorio Tébar El Inclusero quien confirmaría su alternativa. Ordóñez había sufrido una cornada en Málaga el 10 de abril anterior, calificada, según el medio que se leyera, de grave o muy grave. Los hechos al final llevarían a decantarse por la segunda interpretación del parte médico, porque para esa quinta corrida de San Isidro, Antonio Ordóñez presentó parte médico que señalaba que estaba imposibilitado para actuar. La sustitución la tomó Miguel Báez Litri, quien, con ella, sumaría una tercera actuación en el serial, pues originalmente estaba anunciado en dos carteles.

En ese festejo, en la zona de barreras del tendido dos, se ubicaban cuatro conspicuos espectadores: Joaquín Rodríguez Cagancho, natural de la calle del Evangelista, en Triana, Sevilla; Lorenzo Garza El Magnífico, de Monterrey, Nuevo León, México; Silverio Pérez, de Texcoco, México y Manolo Caracol, del Corral de los Frailes, en la Alameda de Hércules, Sevilla. Para esas alturas de la historia de la feria, la presencia de notables en los tendidos no era de llamar mucho la atención, por ese motivo, de inmediato, no se levantó mayor polvareda por la presencia de ese auténtico póker de ases por allí.

El brindis de Litri a Cagancho

Cagancho había actuado en Madrid por última ocasión los domingos 31 de mayo – festejo de apertura de la Feria del Campo – y 14 de junio de 1953. Tenía casi una década de no dejarse ver por allí. Ese par de tardes, cautivó a una renovada afición madrileña. Su actuación en el primero de festejos la resumió así Alfredo Marquerie para el semanario El Ruedo:

“Cagancho”, que habla hecho exhibición de espanto “calé” en su primero, se acordó de su fama y de su nombre en su segundo y volvió a ser Joaquín Rodríguez, y a darnos, entre explicaciones mímicas y desplantes personalísimos e inconfundibles – el recorte flamenco, el engaño elevado a su suprema condición de burla, la mano en la cadera –, el regusto de cómo se toreaba antes y de verdad, con ligazón y trabazón, con vista, temple y mando y, sobretodo, con sabor, aroma y solera... El sol en el ocaso tiene relumbres y destellos llenos de poesía, de gracia y de melancolía...

Litri era ahijado de alternativa de Cagancho, que lo doctoró a él y a Julio Aparicio el 12 de octubre de 1950 en Valencia y el gesto que tuvo en ese festejo isidril fue señalado. Así lo recoge la crónica publicada en El Ruedo fechado el 31 de mayo de ese 1966:

Fue Litri quien presentó al público de la Feria al gitano Cagancho. Litri descubrió en una contrabarrera del 2 a su padrino de alternativa y cruzó el ruedo para brindarle la muerte de un toro del marqués de Domecq. Joaquín, señalado por la montera del ahijado, se puso en pie, y la gente, al reconocerlo, le dedicó una cariñosa ovación… ¡Es Cagancho! ¡Es Cagancho! … «La talla de Montañés», sobre el pedestal de su fabulosa fama, se humanizó abriendo los brazos en forma de aspa, echándole mucho temple al toro afectivo que le golpeaba en el corazón. Desde aquel justo momento Cagancho fue la estrella civil de la Feria taurina más larga; estrellato que compartió con sus vecinos de localidad…

De la actuación de Miguel Báez, relata entre otras cosas Manuel Álvarez Díaz firmando como Manolo Castañeta, para el Diario Madrid, aparecido al día siguiente de la corrida:

La tarde de Litri no es sólo el “litrazo” con el cite largo y el aguante impasible. Esta tarde del Litri es el brote de unas flores de torería que, por la armonía de sus colores, por el aroma que exhalan y por su pureza y su belleza bien pueden ser calificadas de excepcionales... La plaza entera aclama y ovaciona al Litri en la espléndida floración de ese arte. Así, cuando su primera faena es coronada con media estocada, el gran torero de Huelva corta una oreja, con vuelta al ruedo y saludos. Y así, al rematar la otra - ¡qué extraordinaria faena! - con un pinchazo, estocada corta y tres descabellos, le otorgan el premio de otra oreja, con recorrido por el ruedo entre ovaciones...

Litri se sujetó al canon de su padrino de alternativa y a lo asumido dentro de su madurez taurina, toreando con reposo e imprimiendo calidad a lo que hacía delante de los toros. El reconocer y hacer evidente la presencia de Cagancho en el tendido de Las Ventas no se saldaba solamente con el brindis, había que justificarlo delante del toro. Y lo hizo.

Andrés Vázquez y Lorenzo Garza

El Ave de las Tempestades se había presentado por última ocasión en Las Ventas el 15 de julio de 1945 y en esa oportunidad le cortó las dos orejas al segundo toro de Alipio Pérez Tabernero que le tocó en suerte. De nuevo voy a recurrir al testimonio de Alfredo Marquerie, quien para el número de El Ruedo salido el 18 de julio siguiente escribió:

Garza tiene nombre y perfil de pájaro. Cuando se encorva se acentúa su parecido aquilino. Su espléndida lección «de cómo se puede dar el natural hasta el infinito», sonriendo y mirando al público con alegría, fue lo mejor de lo corrida. Y por eso tuvo que triplicar, con las orejas, el premio de botas de vino que le echaron los «morenos» …

Las ilustraciones de Antonio Casero en ese ejemplar del semanario madrileño nos presentan a un Garza pletórico y la crónica que Manuel Sánchez del Arco Giraldillo escribió para el ABC, refleja que ejecutó en repetidas ocasiones el pase del desprecio… Hoy en día es un adorno que sirve para rematar series bastante manido, pero no es por mucho, reciente, según podemos leer.

El quinto toro de la corrida fue el número 19, llamado Hablador y al final de la feria sería premiado como el mejor del ciclo. Ese toro, al que le cortó las dos orejas, lo brindó el Nono de Villalpando a Lorenzo Garza, y recurro otra vez al recuento de Manolo Castañeta, quien resumió así la triunfal tarde de Andrés Vázquez:

Hay que decir una vez más que, por esas cosas extrañas que se dan en la vida, en el bello estilo de este torero se mezclan y funden los acentos sinceros y nobles de su naturaleza castellana y los de una cierta gracia, un garboso donaire de la tierra sevillana. Con este singular injerto, con esta extraña amalgama – extendida ahora con la suerte de banderillas, que hoy no tomó en ninguno de sus toros –, Andrés Vázquez ha encontrado y logrado una fuerte e interesante personalidad...

A pesar de que los regiomontanos son tradicionalmente considerados como cicateros o rácanos cuando de los dineros se trata, Lorenzo Garza correspondió en el sitio al brindis, devolviendo la montera con un valioso reloj de oro dentro. Se relata en El Ruedo:

El reloj de Lorenzo Garza fue a parar a las manos de Andrés Vázquez, quien le había brindado un toro. Un bravo toro del marqués de Domecq. Quien triunfó con el mismo y le cortó las dos orejas. Andrés ha cruzado Madrid, en dos estancias, con el mismo resuello triunfal de esta su nueva etapa…

Y páginas más adelante, declaraba el autor del brindis, en entrevista posterior a la corrida:

Era un toro noble y suave, pero anduvo bastante suelto y pese a su excedente bondad para el torero murió buscando el refugio de las tablas... ¿Supone mucho este triunfo? ... Reconciliarme con Madrid, este público que me hizo torero... ¿Algo más? ... ¡Una gran satisfacción! Lorenzo Garza me tiró el reloj de oro que llevaba. Por cierto, que tiene una inscripción por detrás de mucho valor personal, y pienso devolvérselo porque debe significar mucho para él...

Revisé la prensa especializada de los días siguientes y no hay referencia de que Lorenzo Garza y Andrés Vázquez se hayan reunido, así que no hay noticia cierta de que el torero de Villalpando haya efectivamente devuelto a El Magnífico su apreciado reloj. Pero el gesto pintó de cuerpo entero al brindado.

Y ambos brindis, el que Litri hizo a su padrino de alternativa y el de Andrés Vázquez a Lorenzo Garza, reitero, tuvieron dos testigos de excepción, el Faraón Silverio Pérez y a Manolo Caracol. Una pena que el hecho haya sucedido la antevíspera del deceso de Carlos Arruza y que el suceso haya acaparado toda la información.

Agradecimiento: Expreso mi gratitud a doña Carmen Milla, de la Fundación Diario Madrid por haberme facilitado la crónica del festejo aparecida en ese periódico, misma que me ha servido para ilustrar estos comentarios.

domingo, 12 de marzo de 2023

Felipe Fernández Valdemoro, in memoriam

Felipe Fernández y López Valdemoro, hijo del jurista y político español don Luis Fernández Clérigo y doña María Luisa López Valdemoro Fernández de las Cuevas nació en Marchena, Sevilla en el año de 1919 de acuerdo con la documentación migratoria que se conserva en el Archivo General de la Nación. Solicitó su ingreso a México, en calidad de asilado político, en el Consulado de México en París, en octubre de 1939 y allí manifestó como su nombre, el que encabeza este texto y declaró como su ocupación la de estudiante. Ingresó a territorio mexicano por la ciudad de Nuevo Laredo, el 1º de marzo de 1940, al menos junto con su hermano Luis Carlos – después universalmente conocido como José Alameda – y su madre, estableciéndose en la Ciudad de México en la calle Roma de la colonia Juárez. 

Su relación con la fiesta de los toros le venía, podríamos afirmar, casi de manera dinástica. Por línea materna estaba emparentado con Juan Gualberto López Valdemoro de Quesada, Conde de Las Navas, quien fuera bibliotecario del rey Alfonso XIII y autor de una de las obras clásicas de la historiografía de la tauromaquia: El Espectáculo más Nacional, en el que cuenta, desde su perspectiva, el origen y diversos acontecimientos que generan la afición y la actual fiesta de los toros. Por el lado paterno, don Luis Fernández Clérigo también dedicó en momentos su pluma a escribir sobre el tema, firmando como El Bachiller de Córdoba.

Felipe Fernández Valdemoro, incipiente escritor taurino

El paso del hermano de José Alameda por las letras del toreo sería fugaz. No por su voluntad, sino por los hechos inexorables de la existencia y demostraría, a mi juicio, entender lo que sucedía en el ruedo, aunque desde una óptica planteada por su hermano mayor en el primer ensayo que publicó en el medio intelectual mexicano, titulado Disposición a la muerte, donde refuta lo planteado por José Bergamín en su Arte de Birlibirloque, postura que rectificaría en tiempos posteriores y que sería el giro copernicano de la concepción histórica de la evolución del toreo.

El punto de partida del extenso comentario de Felipe Fernández Valdemoro es el análisis que en su día hicieron el doctor Carlos Cuesta Baquero Roque Solares Tacubac y Martín Garrido Sagitario en las páginas de La Lidia acerca de la corrida del 31 de enero de 1943 en El Toreo de la Condesa, sí, aquella de la alternativa de Antonio Velázquez y en la que Armillita bordó a Clarinero y Silverio Pérez inmortalizó a Tanguito, enseñas de un completísimo encierro de Pastejé.

El artículo apareció publicado en el número de La Lidia correspondiente al 26 de febrero de 1943, se tituló ¿Clase o personalidad? y dice literalmente:

He leído con interés los artículos publicados en este gran semanario por Roque Solares Tacubac y “Sagitario”, sobre los trasteos de “Armillita” y Silverio el 31 de enero, en los cuales cada uno de los citados escritores expone sus puntos de vista sobre las citadas faenas, derivando “Sagitario” hacia el concepto de CLASE en el sentido taurino.

Joven y, por lo tanto, impetuoso, me decide a echar mi cuarto a espadas en este debate, en el que, como podrá ver el que leyere, la vejez y la juventud coinciden. Y digo esto, porque Roque Solares Tacubac – el más antiguo escritor taurino – y un humilde servidor – que por primera vez hace crítica pública –, coincidimos.

Se trata de dos clases, formas o modos de concebir el toreo. A mi juicio, “Armillita” tiene “clase”, pero no personalidad; Silverio posee la segunda condición, pero carece de la primera. Más no divaguemos y entremos en el asunto.

“Sagitario”, en su artículo intitulado CLASE Y MAESTRÍA, hace unas cuantas divagaciones sobre lo que es la clase y dice: “la clase es lo que le falta al ganso para ser cisne, al aguardiente barato para ser cognac, etc.”. No creo que esto tenga que ver mucho con el toreo, aunque me hago cargo perfectamente de lo que “Sagitario” quiere decir con esas comparaciones.

A mi juicio, CLASE quiere decir clasicismo – de ahí viene precisamente la palabra – y autenticidad. Tiene CLASE todo aquello que se ejecuta con PERFECCIÓN. Por eso se dice, en términos taurinos, “tal torero es muy corto, pero tiene clase”; con esto se quiere decir que no es un maestro, que realiza o conoce pocas suertes, pero que las que ejecuta las practica con perfección, con CLASE. Y aquí llegamos a la interrogante: ¿Es que Silverio tiene clase? En mi modesta opinión, no. No porque si clase es clasicismo, no puede tener clase quien no ejecuta, como muy bien dice Roque Solares Tacubac, la suerte más clásica, perfecta y difícil del arte del toreo: el pase natural. Dice “Sagitario” que esto no tiene importancia, pues Silverio torea con la derecha como no ha toreado nadie ni con una ni con otra mano. Error lamentable; cualquiera que conozca algo de toros y más el que alguna vez haya toreado, sabe la diferencia que hay entre ejecutar un derechazo, con la muleta armada con el estoque – con lo cual aumenta considerablemente de tamaño y el diestro puede taparse más – y citando de perfil, a citar de frente, con la muleta sin armar y cayendo verticalmente en pliegues, como requiere el pase natural. He aquí una diferencia fundamental entre torear con una y otra mano y la prueba está en que todos los toreros torean bien, y al menos aseadamente, con la derecha; pocos ¡qué pocos!, lo hacen con la izquierda.

Me dirá “Sagitario”, que esto es una cuestión de dificultad que nada tiene que ver con la CLASE y que el pase natural podrá ser más meritorio que el derechazo, pero que ningún natural de nadie puede compararse con el derechazo de Silverio. A esto le responderé que el pase natural, por el mero hecho de su DIFICULTAD, de su EXPOSICIÓN y de su BELLEZA (no olvide esto “Sagitario”), es el pase más clásico que existe y que el torero que ejecuta ese pase a la perfección es el torero de más clase, desde el punto de vista taurino. Y esto dejando aparte el que, si “Sagitario” quiere ignorar o no dar importancia a la DIFICULTAD en el arte taurino, tendrá que empezar por ignorar la mayor dificultad que, naturalmente, es el toro, en cuyo caso, huelga todo comentario sobre el arte de lidiar reses bravas.

Pero dejemos lo de la muleta en la izquierda – por ser tema demasiado discutido y sabido – y pasemos a analizar el toreo “derechista” – el único que ejecuta – del diestro de Texcoco.

Afirma “Sagitario” que no puede saber lo que es “clase”, quien no haya “sentido” el toreo de Garza, Solórzano, Silverio... Me remito al caso de Garza, que es precisamente con Juan Belmonte, el prototipo de torero que posee lo que hemos dado en llamar “clase”, porque a esta se une también la personalidad.

Garza tiene CLASE porque cita, deja llegar y cuando el toro mete la cabeza en el capote o en la muleta, adelanta, sin exageración, la pierna (ABRE LIGERAMENTE EL COMPÁS) cargando la suerte y después gira sobre la cintura, haciendo el lance más largo y despidiendo al toro POR SU SITIO. Durante toda esta ejecución, que es técnica y artísticamente perfecta, Lorenzo no descompone la figura; no se encorva ni mete la barriga ni se dobla exageradamente sobre el costado: tiene el cuerpo erguido y flexible, y eso es la CLASE; la ejecución bella y perfecta técnicamente – porque el toreo tiene su técnica – de una suerte.

Pasemos a Silverio. Comienza por no cruzarse con el toro, es decir, por citar fuera de la cuna. Cita, generalmente, de perfil, con los pies juntos y, en el momento en que el toro mete la cabeza, no separa los pies, sino que gira sobre ellos, es decir, NO CARGA LA SUERTE, sino que – permítaseme el vocablo – LA DESCARGA. Y esto, con la agravante de que se encorva demasiado y mete la barriga en el momento en que los cuernos pasan. Esto último que digo no es una apreciación subjetiva mía, sino una cosa demostrada por las más recientes fotografías del texcocano. Es más, determinado cronista, creyendo elogiar a Silverio, ha dicho: “Y Silverio no se enmendó, sino que se hizo un arco fantástico (METIÓ LA BARRIGA) y el toro pasó inverosímilmente”. Así pues, cuando el público cree que Silverio ha toreado más cerca que nadie está en un error, porque así de cerca, como el público cree, no ha toreado ni el propio Silverio. Esto no quiere decir que yo considere a Silverio un torero medroso, pues me consta que una de sus cualidades es el valor. Cosa demostrada es que nunca, ni ante el peligro ni ante el éxito ajeno, Silverio se achica, sino que, por el contrario, se crece.

Pero continuemos en lo de “meter la barriga”, porque esto de METER LA BARRIGA tiene más importancia de lo que a primera vista parece, pues además de ser antiestético, significa UN RETROCESO en el arte del toreo.

Aunque “Sagitario” afirme que Silverio es un genio y que los genios no pueden acomodarse ni a normas ni a reglas, yo no concibo el toreo sin esas reglas, porque entonces no sería toreo; no se le denominaría Tauromaquia, sería otra cosa. Y Silverio, que es torero, tiene sus reglas, pero unas reglas que, como digo más arriba, significan un retroceso por lo siguiente:

Antes de aparecer Belmonte, se toreaba dejando pasar al toro, es decir, el toro arrancaba; el diestro daba un paso atrás y con el capote lo despedía: se toreaba, pues, dejando pasar al toro sin variarle el viaje. Vino Belmonte y la cosa cambió. Había que desviar al toro en su viaje, es decir, no quitarse el torero para que el toro pasase, sino dar un paso hacia adelante y obligar al toro a variar su camino; lo que se llama, en términos taurinos, “sacarse al toro de la faja”. La diferencia entre una y otra cosa puede “Sagitario” preguntársela a Rodolfo Gaona, que fue el único torero – para gloria suya – que pudo sobreponerse al cambio introducido por Belmonte. Y por esto digo que el toreo de Silverio es un retroceso en el arte taurino, pues si mete la barriga para que el toro pueda pasar, es evidente que ejecuta el toreo antiguo de esquivar al toro para que este pase en su viaje, en lugar de hacer el toreo moderno de adelantar la pierna y, con el engaño, hacer al toro cambiar la dirección de su embestida.

Por todo lo que antecede, creo que no puede haber discusión entre la faena de “Armillita” y la de Silverio. El de Saltillo – y conste que no es mi corte de torero, pues le faltan gracia y personalidad – ejecutó una faena clásica, auténticamente clásica, porque cargó la suerte, mandó en el toro con la derecha y con la izquierda y ni un solo momento dio “parones” o giró sobre los talones. Realizó, en fin, un TOREO PURO Y CLÁSICO y, además, como certeramente juzga Solares Tacubac, añadió “Armillita” a todo eso su maestría innegable.

Sé que “Sagitario” no quedará nunca convencido, porque conozco y sé lo que es la pasión taurina. Para él, Silverio es el mejor, el de más clase. Yo creo que Silverio es un torero valiente, con lo que se ha dado en llamar hoy “casta” y, sobre todo, con personalidad. He ahí el secreto del triunfo de Silverio y de la influencia que logra sobre las masas. Su toreo no es bueno técnicamente, ni artístico, pues ya he dicho que torea siempre encorvado y como agarrotado, pero llega indiscutiblemente al público. Ahora bien, hay en el mundo muchas cosas que tienen personalidad, que emocionan y que apasionan y, sin embargo, no tienen nada que ver con el toreo. Una cosa es que determinado toreo guste y otra que tenga “clase”, que sea bueno.

El arte no significa solamente belleza – suponiendo que esta cualidad existiera en el toreo de Silverio –, sino dominio y perfección en la ejecución. Además de que en el toreo no puede concebirse el capricho arbitrario del artista, como, por ejemplo, en la pintura. El toreo tiene sus normas fundamentales: los terrenos, la forma y el sitio de citar, las querencias de los toros, etc., son en el fondo siempre los mismos y ni el mismo Belmonte, el máximo revolucionario, cambió totalmente estos fundamentos, los reformó, los adaptó a su personal estilo, pero nunca los ignoró, ni mucho menos los despreció.

Podremos admitir que el de Texcoco estuvo por encima del de Saltillo, si ignoramos todo lo que acabo de enumerar; pero mientras seamos aficionados conscientes y nos guste analizar las complejidades que forman el arte del toreo y no nos conformamos con ver simplemente que el toro pasa y vuelve a pasar, creemos que lo auténtico, lo puro, lo bueno, lo que tuvo clase y sabor torero de lo que se hizo en la plaza el domingo 31 de enero, fue la faena que realizó “Armillita”, a quien en España se le llama “El Sabio”.

De todo lo que he expresado, se deduce que “Armillita” es un gran torero, que puede, que ejecuta las más difíciles suertes a la perfección, con clase y maestría; pero que carece de personalidad, de enjundia y que, a pesar de ser un estupendo lidiador, le falta para dar la nota arrebatadora, no la clase, sino la atracción personal.

Silverio es, por el contrario, un lidiador sin clase. No ejecuta más que pocas suertes y éstas no las realiza con perfección ni soltura, sino forzado, tragando paquete o haciendo el puente trágico de “Nacional” y de “Valencia II”; pero frente a esto, posee personalidad y valor, cosas ambas que llegan mucho más al gran público, que la maestría y la perfección.

Y respecto a una frase que deja caer al vuelo “Sagitario”, le diré: Belmonte era desgarbado, pero cuando se ponía frente al toro, se estiraba, se enardecía y aquella figura deforme aparecía como la de un gigante frente a la fiera desafiándola: ¡Qué gallarda! ¡Qué saber el de Juan cuando empinándose e irguiéndose para dar uno de sus personales pases naturales! Silverio es desgarbado, y cuando deja de serlo, no tiene garbo ni flexibilidad, sino una actitud forzada y violenta.

Creo, pues, que “Sagitario” ha confundido la CLASE con la personalidad. Silverio tiene, y en gran cantidad, personalidad. “Armillita”, clase y dominio, pero nada más. Por eso cuando la clase y la personalidad se juntan, se dan los fenómenos taurinos como Belmonte, Gaona, Garza.

He echado ya mi cuarto a espadas y creo que es hora de dejar descansar a los sufridos lectores de LA LIDIA, aunque todavía le falten por analizar a este comentarista numerosas facetas, de las muchas y complejas que tiene el arte taurino.

No quiero acabar sin declarar que lo que he dicho no está inspirado por la pasión. No conozco a ninguno de los diestros a que me he referido y lo que he dejado expuesto, es producto de mi criterio taurino. Si ha sido necesario citar nombres es porque se trataba de una corrida determinada y de una cuestión circunscrita, pero este criterio expresado por mi no es ni “antisilverista” ni “armillista”, sino la defensa de un estilo de torear frente a otro. Siempre ha habido otras discusiones teóricas sobres las diferentes formas de concebir y practicar el toreo. No combatimos ni elogiamos a las personas, sino los estilos y formas. He censurado un toreo cuyo representante más relevante es Silverio y si he dicho cosas que puedan parecer fuera de lugar o molestar a alguien, lo he hecho para dar las razones y los motivos que me llevan a sostener mi opinión, porque lo que no hubiera sido lícito es que yo hubiese dicho simplemente: “El toreo de Silverio es inferior al de Armillita”. Entonces se me habría exigido, y con razón que explicase por qué pienso así, y es lo que he hecho.

Doy gracias a LA LIDIA, por la oportunidad que da a los aficionados para expresar sus opiniones, al tiempo que me congratulo de que este periódico, tan magníficamente orientado, haya adoptado esta línea de conducta, pues siempre en beneficioso que los aficionados demos a conocer nuestro pensamiento y que se publiquen críticas taurinas que son siempre mucho más interesantes que las meras reseñas y que contribuyen en grado sumo a orientar a la afición.

Como se puede apreciar del extenso análisis que Felipe Fernández Valdemoro hace de las colaboraciones de Roque Solares Tacubac y de Sagitario, toma como eje de la tauromaquia – como era verdad sabida en la época – la técnica belmontina; aunque reconoce el saber y el dominio de Armillita, parece no percibir la esencia de su hacer – aunque también en su día se le acusó de ser frío – y entre líneas se confiesa admirador de Lorenzo Garza. Muchas líneas interesantes a seguir para lo que, según confesión incluida en el segundo párrafo del artículo, era una primera participación en un medio impreso.

El trágico final de Felipe Fernández Valdemoro

El número de La Lidia salido el 5 de marzo de 1943, tenía en su sección de noticias esta breve gacetilla:

GRAVE ACCIDENTE A CAÑITAS. El domingo a las 20:15 de la noche, al regresar a la ciudad de México procedente de Puebla y en el sitio denominado La Junta, el matador de toros Carlos Vera “Cañitas” sufrió un grave accidente al chocar el auto en que viajaba en compañía de su padre y su cuadrilla, con otro coche que se dirigía a la Angelópolis. En los momentos de escribir esta nota carecemos de datos concretos sobre la colisión y el estado de los heridos, sabiendo únicamente que el padre del diestro y los banderilleros Aguilar y Olascoaga se hallan seriamente lesionados, habiéndoseles internado para su curación en el sanatorio del doctor Cruz y Célis.

En principio no parece tener relación con lo que trato de exponerles aquí, pero dos semanas después, aparece esta otra:

LAMENTABLE FALLECIMIENTO. El día 13 del actual, dejó de existir, a los veintitrés años de edad, el talentoso y malogrado escritor taurino, don Felipe Fernández Valdemoro, hijo del ilustre jurisconsulto y hombre público español, don Luis Fernández Clérigo, a consecuencia de las heridas que sufrió en el choque automovilístico registrado en la carretera de Puebla a retornar a México en compañía de su amigo, el matador de toros Carlos Vera “Cañitas”, el 28 de febrero. Hacemos presente a sus padres, a su señora esposa y a sus familiares todos, entre ellos a su hermano, el cronista “José Alameda”, de la revista “Estampa”, que es también Jefe de Publicidad de Radio Mil, el testimonio de nuestra más sincera y cordial condolencia.

Lo que la primera nota no recogió, es que junto con Cañitas, su padre y su cuadrilla, venía viajando también el incipiente escritor taurino Felipe Fernández Valdemoro, quien sobrevivió al accidente, pero no pudo superar las lesiones que del mismo le resultaron.

El día de mañana se cumplen 80 años de su fallecimiento y después de leerle, me quedé pensando acerca de qué podría haber sucedido entre dos hermanos de una sólida formación intelectual, dedicados a hurgar en la historia del toreo.

domingo, 26 de febrero de 2023

La redondez de una tarde de toros

La estocada de David Liceaga a Afinador
Antonio Ximénez en La Lidia
4 de enero de 1944

En estos días que vivimos, el concepto de tarde redonda está indisolublemente ligado al triunfo de los toreros vinculado al corte de un incontable número de apéndices, de una importante suma de vueltas al ruedo y por supuesto, de una inexcusable salida en hombros por la puerta principal de la plaza de que se trate, salida hogaño a cargo de un costalero a sueldo, cuando en otros tiempos la realizaba la multitud que se tiraba del tendido a la arena y se llevaba al triunfador hasta el hotel o a pasear sin rumbo por las calles del lugar del festejo. 

Pero hubo días en los que si bien se cortaban apéndices, la redondez de la tarde no descansaba precisamente en el marcador de orejas y rabos y tampoco era mandatorio que el torero triunfador fuera sacado en volandas de la plaza. Se valoraba más la presencia de los toros, el hacer de los diestros delante de ellos y el conjunto del festejo para determinar si ese festejo merecía pasar a la memoria y a la historia de la fiesta.

Tarde redonda fue, sin duda, la del domingo 2 de enero de 1944, cuando en El Toreo de la Condesa se encontraron los toros enviados por don Julián Llaguno para que los lidiaran Luis Castro El Soldado, Silverio Pérez y David Liceaga. Ese día se recuerda principalmente por dos faenas, la del Compadre a Azulito y la de David Liceaga a Afinador. Pero hay más todavía que contar.

Los toros de Torrecilla

Refiere acerca del encierro de la divisa verde y blanco, Roque Armando Sosa Ferreyro, Don Tancredo, en el ejemplar de La Lidia salido a los puestos el 4 de enero siguiente:

Se lidiaron seis hermosos ejemplares de Torrecilla, la prestigiada ganadería de don Julián Llaguno, que no pelearon con la alegría característica de su divisa por el exceso de carnes y por el tremendo castigo que les infringieron los del castoreño. Sobresalieron en el encierro los toros segundo, quinto y sexto, que se llamaron “Azulito”, “Churumbelo” y “Afinador”. Al diestro de Mixcoac tocaron en suerte los menos propicios a la faena de escándalo: "Changuito", el primero, y “Argelino”, el cuarto; y “Tabaquero”. el tercero de la corrida, tuvo mucha fuerza y desarrolló nervio. En conjunto, los bureles zacatecanos dieron magnífico juego y se prestaron al éxito de los toreros, siendo desorejado “Azulito” por Silverio y Liceaga cortó las orejas y el rabo de “Afinador”…

En el mismo ejemplar de La Lidia, don Luis de la Torre, El – Hombre – Que – No – Cree – En – Nada, hace una comparativa de este encierro con el de la misma ganadería lidiado en la fecha inmediata anterior y concluye en que aquel fue infinitamente superior en fuerza y en clase, aunque el de esta última tarde no hubiera causado dificultades a sus lidiadores.

La tarde de El Soldado

Se puede triunfar sin cortar orejas. Esa fecha, en la que se conmemoraba el año nuevo taurino y se guardó un minuto de silencio en recuerdo de Alberto Balderas, el diestro de Mixcoac reiteró que la clase y el arte no están reñidos con el oficio y el poderío ante los toros. Le correspondieron por su orden Changuito y Argelino – brindados respectivamente a don Miguel Lanz Duret, director de El Universal y a don Daniel Vela, director de Vel – A – Gas – al decir de las relaciones del festejo, los dos malos del lote de Torrecilla corrido esa tarde. A propósito de su actuación, escribió El – Hombre – Que – No – Cree – En – Nada:

La forma como Luis Castro lidió al toro de obsequio el domingo anterior, causó efectiva sorpresa, no precisamente por el triunfo alcanzado... sino debido a que la técnica empleada en el trasteo de muleta fue en realidad bien distinta de la que ahora usan la mayoría de los modernos diestros. Sus pases admirablemente rematados, no valiéndose solamente de la bravura de su enemigo como ayuda eficaz, sino poniendo el torero de su parte, aguante y mando, peleándole de verdad, derrotándolo, que es precisamente lo que los cánones establecen para la labor de un diestro que se precie de serlo, fueron el motivo de tal sorpresa y admiración... Pues bien, “El Soldado”, en esta su siguiente actuación, prosiguió la misma táctica y debido a ello lo vimos en todo momento desahogado, pudiendo con el toro, no obstante haberle correspondido en el sorteo algo de lo más malito que salió por la puerta de chiqueros...

Luis Castro El Soldado ha pasado a la historia como uno de los toreros – artistas más grandes que ha dado este país, pero también ha dejado estampas de reciedumbre torera, imponiéndose a las condiciones de los toros que no tenían aptitudes para lucir la clase delante de ellos. Esta primera tarde del año 44, fue una de esas.

Silverio y Azulito

Silverio Pérez, lo había manifestado hace un par de semanas, es un torero irrepetible. Y lo es tanto en su proceder ante los toros, como en sus estados de ánimo que lo llevaban del triunfo que provocaba el delirio en los tendidos, a la tarde en la que incomprensiblemente hacía que las cañas se volvieran lanzas en su contra. Y sin embargo, era el torero más querido por la afición mexicana. Para Silverio, siempre había un compás de espera, porque se sabía que llegaría ese domingo en el que se entendería con un toro y con una faena, se pondría a mano con los que acudían a verlo a las plazas.

Ese segundo día del año 44, fue uno de esos fastos silveristas, se encontró en primer término con Azulito, un buen toro de don Julián Llaguno, que le permitió desplegar su personalísima tauromaquia, faena acerca de la que Don Tancredo, escribió:

“Azulito” el segundo Torrecilla, fue saludado por Silverio con ceñidos y emotivos lances a pies juntos, media verónica y un remate con el capote plegado. Y en su quite, el texcocano provocó un terremoto en los tendidos con sus chicuelinas angustiosas, inverosímiles, trágicas, incrustándose en el toro, que hicieron que las palmas sonaran en su honor con entusiasmo y asombro. El cornúpeta pasó con sólo dos varas, pues la segunda, a cargo de Lindbergh, valió por tres, y lo hizo sangrar hasta la pezuña. Y vino el faenón: doblones con una rodilla en tierra, como prólogo del trasteo, y luego los derechazos silveristas que fueron rubricados con una ovación, pases por alto, un cambio de muleta por la espalda instrumentado en la propia cara del burel y rodillazos de escándalo mientras la arena se alfombraba de sombreros. Finalizó con una estocada honda, delantera y desprendida, y se le otorgaron las dos orejas de “Azulito”, aplausos delirantes, dianas, dos vueltas al ruedo y dos salidas a los medios.

En este caso, El Faraón de Texcoco sí salió con las orejas en las manos, las cosas se acomodaron, el sorteo le deparó un toro propicio y él supo darle la lidia adecuada para hacer lucir sus cualidades y hacer destacar las propias, de forma tal, que fue así recompensado, pero más que las orejas, el hecho de que la faena de Silverio Pérez a Azulito sea una de las que se recuerdan como una de las importantes de su carrera, es el triunfo real.

David Liceaga y Afinador

Los nombres de los toros Ilustrado, Risquero, Zamorano y Bonfante entre otros lidiados en el coso de la colonia Condesa, llevaban la signatura de David Liceaga, un torero que tenía por divisa el poderío ante los toros y la expresión de aquellos que hacen evidente que llevan el toreo dentro de la cabeza.

La tarde que hoy me ocupa, se llevó quizás el mejor toro del encierro lidiado, el sexto, nombrado Afinador y agregaría un nombre ilustre más a la prolongada estela de triunfos que le fueron consolidando como una de las figuras históricas de nuestra fiesta y como cabeza de una de las dinastías toreras más largas que la historia del toreo reconoce.

Acerca de esa tarde, escribió el ya invocado Don Tancredo:

Con “Afinador”, el sexto, vino lo grandioso, lo espectacular e impresionante al mismo tiempo que de calidad y valía. Sus lances por el lado derecho fueron buenos de verdad, al quitar se adornó con vistosos faroles y pinturero recorte. A petición del público tomó los garapullos y derrochando facultades, alegría y majeza, galleó como sólo él sabe hacerlo: dándole todas las ventajas, dejándose pisar su terreno cambiándole el viaje al toro. El prodigioso banderillero clavó cuatro pares de emocionante preparación e impecable ejecución dando categoría al segundo tercio. Y con la muleta, refrendó sus mejores éxitos. El toro tenía fuerza y alegría, pero era tardo en la embestida, y David le llegó hasta la propia cara y tiró de él obligándole a seguir el engaño. En su trasteo hubo ayudados por abajo, derechazos y de pecho, naturales que remató con el afarolado, y en la zona de toriles lasernistas y de costado en que provocó la embestida encelando al cornúpeta con el cuerpo, teniendo la muleta a la espalda. Entre ovaciones y dianas epilogó su faena citando a recibir, y dejó una estocada a un tiempo que le valió las orejas y el rabo de “Afinador”, los más entusiastas aplausos, vueltas al ruedo y el homenaje del paseo en hombros.

También David Liceaga se llevó trofeos en la espuerta y a ellos sumó el que se lo llevaran los enfebrecidos aficionados en hombros de la plaza. Ese paseo triunfal no fue montado, sino espontáneo, sincero, surgido de la emoción que generó en los tendidos la actuación del torero guanajuatense. 

La redondez de la tarde

De lo presentado hasta aquí, creo que podemos apreciar que todos los factores de la corrida confluyeron en una misma dirección y el resultado fue una tarde de toros de esas que por mérito propio ingresan en la historia de la fiesta como ejemplo de lo que es una tarde de toros que llega a buen puerto, una tarde de toros redonda en la que todos sus participantes, desde el punto que les toca estar, quedan satisfechos, sin necesidad de externalidades que en nada engrandecen lo que ante el toro y la afición se lleva a cabo.

domingo, 12 de febrero de 2023

13 de febrero de 1944: Silverio Pérez y Zapatero de La Punta

Un brindis de Silverio

La temporada 1943 – 44 en El Toreo de la Condesa se inició en medio de una ruidosa controversia. En el verano del 43, trascendió a los medios que la Unión Mexicana de Matadores había enviado a España a un grupo de toreros mexicanos, encabezados por Luis Briones, a tratar de negociar un reencuentro entre las torerías de ambos lados del Atlántico, separadas desde mayo de 1936. También se pudo saber que detrás de esa embajada se encontraba el empresario de El Toreo, don Antonio Algara, quien poco más de un lustro después de la ruptura, calculaba necesario el introducir algunos cambios de fondo en la oferta de festejos taurinos en México.

Las publicaciones especializadas, y muy señaladamente La Lidia, se censuró abiertamente ese hecho de tratar de negociar con los españoles. Así, los columnistas de ese semanario, don Flavio Zavala Millet, quien firmaba como Paco Puyazo, Luis de la Torre El – Hombre – Que – No – Cree – En – Nada y el politólogo e historiador Roberto Blanco Moheno criticaron y diría que hasta maltrataron a Briones y a aquellos que lo enviaron a negociar la paz, por considerar que traicionaban un movimiento que podía generar, lo que ellos consideraban, una total independencia de la fiesta de toros en México.

Pero esos críticos ignoraban, o pretendían hacerlo, que la iniciativa la impulsaba realmente Maximino Ávila Camacho, quien era el tenedor de la mayoría accionaria de la sociedad que era propietaria de la plaza de la colonia Condesa y de la empresa que daba los festejos taurinos y que la intención de fondo era que a la brevedad, Manolete viniera a presentarse a la capital mexicana. Al general Ávila Camacho en ciertas cosas – casi todas – no se le podía contradecir, y me atrevo a asegurar que esta, era una de ellas.

Así, el 11 de julio de 1944 se anunció que el Sindicato Nacional del Espectáculo en España autorizaba la contratación de toreros mexicanos para actuar en sus plazas, pactándose como única condición que torero español o mexicano que pretenda actuar en México o España, deberá llevar firmados cuando menos tres contratos, mínimo que entiendo perdura hasta nuestros días. Y así, una semana después, en Martes, en la plaza de Las Ventas, se daba lo que puede considerarse la primera corrida de la concordia, con la confirmación de alternativa de Carlos Arruza.

La 11ª corrida de la temporada 43 – 44

Para el domingo 13 de febrero de 1944, se anunciaron toros de La Punta para Luis Castro El Soldado, Silverio Pérez y Carlos Arruza. La combinación, vista en retrospectiva, es de suyo interesante y si añadimos como ingrediente al cartel, el hecho de que el domingo anterior en Puebla, al Faraón se le había ido vivo un toro a los corrales, había un ingrediente adicional para ir a verle a la plaza y ver si entregaba a su público cal o arena.

La narración más extensa sobre esa tarde la hace para La Lidia don Roque Armando Sosa Ferreyro Don Tancredo y la inicia citando una crónica suya de un año antes, reflexionando sobre el hecho de que no era posible exigir a Silverio Pérez el desplegar una tauromaquia clásica:

...hemos de repetir que el arte de Silverio está al margen de la técnica de ayer y de hoy, al margen del clasicismo, y que el exigirle torear de igual manera a reses que no sean francas y claras en su acometida, es poner a este innovador de la tauromaquia en las astas de los toros...

Y es que Silverio Pérez tenía su propia concepción de lo que era lidiar a los toros. No se guiaba por los principios generalmente aceptados en el arte y por esa misma razón ha sido un diestro que no dejó escuela. Es un caso único, auténtico e irrepetible en la historia del toreo. 

Pero Silverio Pérez ese domingo quería salir a refrendar su sitio de figura del toreo. Al primero de esa tarde, que le correspondía a El Soldado, le realizó un gran quite por fregolinas. Relata El – Hombre – Que – No – Cree – En – Nada:

Con el primero de la tarde, correspondiente a “El Soldado”, después del primero quite de éste, el diestro de Texcoco se llevó el capote a la espalda para ligar de modo maravilloso hasta cinco fregolinas que levantaron una tempestad de aplausos. Difícil resulta decir que se haya visto en “El Toreo” la suerte de Romero Freg tan magistralmente ejecutada como la cinceló el faraón de Texcoco con el toro “Cachucho” de La Punta, el domingo 13 de febrero de 1944. ¡VAYA MANERA DE TOREAR! …

Don Luis de la Torre remató su comentario del festejo celebrando que en esa tarde no se hubieran dado chicuelinas. Yo hoy, casi ocho décadas después, agregaría que también se reveló que Silverio Pérez no era un torero tan corto como a veces nos lo han querido presentar.

Zapatero, número 117, negro como todos los de su casa, fue el segundo de la tarde. No se distinguió precisamente por bravo, pues, aunque se acercó cuatro veces a los montados, salió a dos refilonazos y otros dos puyacitos señalados, eso sí, se movía, y requirió una faena de muleta con poderío para someterlo. De ese último trance, cuenta Don Tancredo:

...Silverio inició su trasteo con magníficos doblones, que remató con un gran derechazo y cambiándose el engaño por la espalda, mientras el punteño mugía cobardemente... Vino luego un pase de costado, y tres naturales atropellados, en los medios, que le valieron estruendosa ovación. Y otra vez con la franela en la diestra, un derechazo que intentó rematar con otro cambio del engaño por la espalda; al hacerlo, cortó el viaje el toro, que viéndolo descubierto movió la cabeza y lo prendió, zarandeándolo en forma impresionantísima más de medio minuto. Cuando Silverio fue arrojado a la arena, intentó levantarse; pero se fue de bruces, revelando en la expresión de su rostro y en la actitud de sus manos, sobre la ensangrentada taleguilla, la importancia y la gravedad de la herida que sufrió...

Por su parte, El – Hombre – Que – No – Cree – En – Nada lo apreció así:

...tomó en sus manos la muleta y estoque decidido a armar la escandalera, empezando con una serie de pases ayudados por abajo de su exclusiva, recibiendo fuerte achuchón en el segundo de ellos, por lo que ordenó el cambio de terreno, logrado lo cual, continuó toreando por alto en forma irreprochable; hizo un paréntesis y echándose la muleta a la zurda toreó al natural, si no con perfección, pues no hubo el temple en Silverio acostumbrado y sí, en cambio, enmendadura constante de terreno, con un valor extraordinario en cada uno de los muletazos rematados a la altura de la cadera, tal como debe ser tan meritoria suerte. Mas sin acordarse tal vez del achuchón recibido al principio del trasteo, llevó de nuevo el engaño a la derecha para repetir el doblón con mando y poderío; pero al iniciar el siguiente muletazo, también a la altura de la cintura, fue enganchado por la parte superior de la pierna, recibiendo tremenda cornada que pudo ser mortal como lo fuera para el inolvidable Alberto...

Ambos escribas coinciden en que Silverio salió decidido a triunfar, sin importar la condición de Zapatero y el precio que pagó al primer parpadeo fue el siguiente, según el parte rendido por los doctores Javier Ibarra y José Rojo de la Vega:

Herida por cuerno de toro, de ocho centímetros de longitud, en la región inguinoescrotal derecha, con exteriorización del testículo; presenta tres trayectorias: una hacia arriba, que llega hasta la fosa ilíaca externa, interesando piel, tejido celular subcutáneo, aponeurosis y músculos ampliamente desgarrados, y tejido celular subperitoneal; la segunda hacia afuera, que llega a la cara externa del muslo; y la tercera que llega al tercio medio del muslo, interesando piel, tejido celular subcutáneo y aponeurosis, y fibras musculares. Mide en total veintidós centímetros de extensión. Anestesia con balsoformo, desinfección con agua oxigenada, clorazena y sulfatiazol; contraabertura en la cara externa, tercio medio del muslo; ligadura de vasos; resección de porciones musculares; reducción testicular y canalización con cinco tubos de hule. En caso de no presentarse complicaciones, tardará en sanar alrededor de cuarenta y cinco días.

Al final de cuentas, Silverio Pérez requirió de 72 días para volver a vestirse de luces y no solamente los 45 calculados por los médicos. Volvió a torear hasta el 25 de abril de 1944 aquí en Aguascalientes, mano a mano con Armillita, toros de Torrecilla. Y lo hizo triunfando.

Silverio y su percepción sobre el miedo

Ya en estas páginas he transcrito lo que Silverio Pérez creía entender por el miedo. Juan Belmonte también le contó a Chaves Nogales la manera en la que él lo racionalizaba. Pero de lo que el Faraón de Texcoco escribió para su compadre José Pagés Llergo, extraigo estas pocas líneas:

Llegaba en forma de escalofrío y me engarrotaba los músculos, como sudor viscoso que hacía resbalar el capote sobre mis manos, como dolor en los muslos y sabor de cloroformo en la boca... No te imaginas lo que es presentir el olor de la anestesia y sentir que por las piernas resbala la vida. Con decirte que se le oye gotear...

Silverio Pérez sobrevivió a sus miedos y nos dejó, afortunadamente, grandes lecciones de vida. Lecciones que solamente puede dar alguien que tiene grandeza.

domingo, 13 de diciembre de 2020

El gozo del toreo al natural...

13 de diciembre de 1942: David Liceaga y Zamorano de San Mateo

David Liceaga, foto: Orduña
Tomada "prestada" de: Toro, torero y afición

La temporada 1942 – 43 fue quizás la cumbre de lo que se ha dado en llamar la independencia taurina de México posterior a la ruptura de las relaciones con la torería española en mayo de 1936. Es el ciclo capitalino en el que se escribieron grandes páginas de la historia taurina mexicana y en el que quedó preparado el terreno para la reanudación de ese intercambio con la Península. Armillita se mostró poderoso con Pichirichi de Zacatepec y artista con Clarinero de Pastejé; Silverio remontó el toreo a lo onírico con Tanguito y nos dejó también la obra de Cocotero de Torrecilla; Pepe Ortiz, en una tarde de inspiración bordó para la posteridad el Quite de Oro y David Liceaga recordó que allí estaba para lo que hubiera menester con Bonfante de Xajay.

Pero este día y parafraseando un feliz título de mi amigo Horacio Reiba, voy a recordar en su aniversario otra de las grandes tardes de esa temporada. Una tarde en la que Lorenzo Garza, Silverio Pérez y David Liceaga enfrentaron, según las crónicas, un extraordinario encierro de don Antonio Llaguno. Esa tarde el que estaba designado a ser el convidado de piedra fue el que salió de la plaza en volandas. Garza y Silverio, al decir de las relaciones del festejo, realizaron también grandes obras, pero no las culminaron con la espada, como decía el Tesoro de la Isla, Rafael Ortega, escribieron la carta, pero no la firmaron, no fue suya y por ende, agrego yo, el gran triunfo tampoco.

David Liceaga y Zamorano de San Mateo

Decía que David Liceaga era una especie de convidado de piedra en ese cartel. Y es que, aunque había ganado la Oreja de Oro en 1931 y tenido actuaciones triunfales en años posteriores, se le había ido relegando a las corridas económicas en las temporadas primaverales que se organizaban en El Toreo en aquellas calendas. La fuerza con la que arrancaron ese domingo sus alternantes no lo arredró, salió a darlo todo. La prolija crónica de Don Tancredo publicada en el número 4 del semanario La Lidia del 18 de diciembre de 1942, relata con emoción su actuación y de ella recojo algunos pasajes:

…Corrida de verdadera prueba para Liceaga fue la del 13 de diciembre de 1942, porque salía a la sombra de Garza y de Silverio alternantes que están en el mejor momento de su carrera taurina y que tienen con que borrar a cualquiera... menos a David Liceaga, que reverdeció sus laureles, que no solo hizo un papel decoroso al lado de los ases, sino que estuvo en el mismo plano que ellos y además los superó con la espada y por ello cortó los apéndices del bravo y noble “Zamorano”.

Después de las grandes faenas de Garza y Silverio con los toros que se lidiaron en primero y segundo turnos, ¿qué podría hacer David? Con ímpetu juvenil, decidido a colocarse de una vez en el lugar que le corresponde, toreando con gran valor y con finura, con sabor y con elegancia, con gracia y alegría, Liceaga hizo que el público se le entregara; primero con dos cambios de rodillas; luego con verónicas en las que vimos los tres tiempos de cada lance y media monumental como remate; y después un gran quite por gaoneras estatuarias, ganándose la simpatía, los aplausos y la admiración general.

Y con las banderillas, tercio en el que es el amo, hizo derroche de valor, de facultades y de alegría, obligando a la música a tocar en su honor. Inició su epopeya de gran rehiletero con un par al quiebro en las tablas, tan comprometido y sin salida, que nadie creyó pudiera salir limpio de la suerte. Fue algo pocas veces visto, por la auténtica exposición del torero, por lo cerrado que estaba el toro, porque era un par que solo podría intentarlo un suicida, un loco o un maestro de los garapullos como David Liceaga. Después, adornándose con un vistoso galleo, clava el segundo para cambiando el viaje para cuartear en la propia cara y repite el adorno del galleo con vistosa vuelta para dejar los palos en lo alteo y finalizar con carreras de frente y de espaldas, encelando al maravilloso toro de bandera, “Zamorano”, que cubrió de gloria el prestigio de la ganadería de San Mateo.

Con la muleta en la mano izquierda inició David la faena de la reconquista, y toreó por alto y al natural, como en las tardes en que se reveló como un astro del toreo, como en la corrida que le valiera la Oreja de Oro en 1931. Siguió con la derecha corriendo la mano, templando como un maestro, y engranó pases de costado, lasernistas, afarolados, de la firma, de pecho, cambios de muleta por la espalda, todos con un colorido y una luminosidad de solera sevillana, muy mandón y muy alegre, adornos oportunos, con gracia, con arte... Y como digno remate de su hazaña, un estoconazo en que dio el pecho – no el hombro, que así no se matan los toros – y salió rebotado por cómo se entregó al clavar la tizona, y el toro de bandera rodó sin puntilla a los pies de Liceaga, que por unánime petición de la parroquia fue premiado con las orejas y el rabo de “Zamorano”, cuyos despojos se pasearon triunfalmente por la arena, mientras su criador, don Antonio Llaguno y su matador recorrían el ruedo devolviendo sombreros y agradeciendo las palmas al compás de la torerísima marcha “Zacatecas”. En este homenaje también compartieron las ovaciones Lorenzo y Silverio por sus imponentes quites, dando la vuelta al anillo con David y el ganadero de los grandes éxitos…

La manida frase de que David Liceaga puso en esta faena, alma, vida y corazón, viene al caso. Se entregó como hombre y como torero y sin que las importantes actuaciones de sus alternantes le redujeran el ánimo, salió a hacer lo suyo y a aprovechar a cabalidad al gran toro que el sorteo le deparó.

Pero no todo fueron halagos. Don Carlos Septién le vio de otra manera. Su crónica epistolar, publicada en el semanario La Nación, bajo el seudónimo de El Quinto, hace una analogía del festejo con la construcción de una columna salomónica, en la que Garza y Silverio son el fuste, la basa y el capitel – sobre todo el fuste – y David Liceaga

…Lo que Liceaga puso en las columnas fueron las flores y los frutos que adornan los paños desnudos que va dejando la espiral de cantera. Alegró los espacios con júbilo de banderillas y decoró los claros con valor indomable. No es posible recordar detalles porque sería excesivo pedirle a él tales cosas. Su obra fue un conjunto feliz de facultades y esfuerzo: tarea de ágil decorado indispensable…

Eso es lo que escasamente concede El Quinto a lo que la historia ha considerado como una de las grandes obras de David Liceaga. Cuestión de gustos y de pareceres, sin duda alguna.

El resto del festejo

Tanto Roque Armando Sosa Ferreyro Don Tancredo, como Carlos Septién García, firmando en esta ocasión como El Quinto, coinciden en que en los toros primero Colombiano y Divertido segundo de la tarde Lorenzo Garza y Silverio PérezDon Tancredo llama Papa al texcocano – estuvieron magníficos toreando y desastrosos con la espada. Afirma Septién:

Con menos facultades que antes, con menos poderío que en su época de gloria, Lorenzo Garza ha llegado en lo interno a su madurez artística. Y lo que se ha perdido en voluntad, se ha ganado en belleza… Si Lorenzo imprimió el tono e hizo nacer en el centro del ruedo la voluta del goce, Silverio la llevó a sus más altas posibilidades. En su primera faena, con ese toque de arrebato y con esas pinceladas que son como jirones temblorosos de un genio que no conoce límites de línea ni fronteras de perfil depurado. Nada tiene que hacer con la filigrana y la línea perfecta el choque humanamente bello de la sombra que es la angustia creadora y la luz que es la creación. Claridad y tiniebla se penetran y se apartan mutuamente en un absurdo encuentro amoroso; y hay por ello dolor y goce de alumbramiento en cada muletazo de Silverio. Si Garza es el drama de la voluntad, Pérez es el drama del alma… Y Silverio no cortó orejas, pero fue el más alto triunfador. Posiblemente porque la exaltación de los humildes es una promesa de la doctrina cristiana…

Los toros de San Mateo

Por su orden de salida se llamaron Colombiano, número 7; Divertido, número 19; Zamorano, número 33; Manzanito, número 14; Mosquetero, número 68 y Sardinero, número 11.

Acerca de Zamorano, en el referido ejemplar de La Lidia, quien firma como El Resucitado, analiza:

Zamorano. – Marcado con el número 33, negro, bragado, listón de pinta, descarado, abierto y vuelto de pitones y caribello, enchiquerado en cuarto lugar, fue el tercero de la tarde. Desde su salida mostró claramente su perfecto estilo de embestir pues aceptó magníficamente dos cambios de rodillas, y luego se dejó lancear a la verónica, ya en las tablas, ya en el tercio. Recibió tres puyazos arrancándose de largo con gran codicia, metiendo la cabeza abajo y empujando al caballo sin despegarse de él en la pelea. Dio un formidable tumbo; permitió tres largos y lucidos quites, el último de ellos por lances naturales, doblando, lo que no restó un ápice a sus excelentes condiciones de lidia.

En banderillas siguió demostrando su docilidad y nobleza, pues tanto en el primer par, que fue quebrado al hilo de las tablas, como en los que le siguieron con los terrenos cambiados, el toro hizo la reunión a la perfección, sin hacer un extraño al torero. Fue toreado largamente de muleta con pases por arriba y por abajo, con la derecha e izquierda, sin que nunca hubiese hecho un extraño que demostrara haber aprendido algo con la larga lidia de que fue objeto. No era un borrego, sabía para qué traía los pitones y prueba de ello fue el achuchón que dio al matador durante el trasteo, y la zarandeada cuando éste se quedó en la cara al entrar a matar. Justamente se le dio la vuelta al ruedo y el ganadero hizo su aparición...

Lanfranchi afirma que solamente se dio la vuelta al ruedo a Zamorano, pero que a su juicio, algunos más del encierro merecieron también tal honor.

Para concluir

En suma, aquí dejo este recuerdo de lo que las crónicas refieren que fue una redonda tarde de toros y de toreros, independientemente de los apéndices que se hayan cortado, espero resulte de su interés.

Aviso parroquial: El resaltado en la transcripción de la crónica de Don Tancredo es imputable exclusivamente a este amanuense, pues no obra así en su respectivo original.

domingo, 26 de abril de 2020

Hoy hace 75 años: Silverio se presenta en España como matador de toros

Silverio y España

Silverio Pérez visto por Carlos Ruano Llopis
Silverio Pérez fue uno de los toreros perjudicados por el llamado Boicot del Miedo y la Guerra Civil española. Habiéndose presentado en Madrid al final de septiembre de 1935 como novillero, todo estaba dispuesto, seguramente, para que recibiera la alternativa al final de la campaña siguiente, sin embargo, las cosas se torcieron para la fiesta en España y al final quien unos años después sería El Faraón de Texcoco tendría que esperar hasta 1938 para recibir la borla e iniciar su camino hacia la inmortalidad.

Ya matador de toros, la conseja popular es que no quiso o no pudo en los ruedos hispanos. Sin embargo, durante la temporada de 1945 tuvo 13 actuaciones en plazas de importancia en aquellas tierras. Después de torear una corrida en Gijón y tras de la modificación del encierro que lidiaría en la corrida de su confirmación en Madrid, decidió dar por terminada su temporada allá. 

Se atribuye eso al miedo silveriano. Sin embargo, mi teoría personal se apoya en dos vertientes. La primera es que Silverio Pérez es quizás uno de los primeros toreros mexicanos que se dio a valer ante el establishment taurino español y que ante los cambios injustificados de condiciones e imposiciones indebidas, simplemente decidió rescindir sus contratos y volver. 

La segunda es de un orden más humano y artístico. En 1947 Armillita le decía al Tío Carlos que a él le acomodaba más la temporada española porque allá se toreaba a diario. Que el torear cada ocho días como se hacía aquí, le quitaba afición y facultades al torero. Para un torero apolíneo como él, esa línea de razonamiento es perfectamente entendible, entre más tiempo se esté delante de la cara del toro, mejor para el desarrollo de su arte. 

Pero un torero dionisiaco como Silverio, que hace residir su tauromaquia fundamentalmente y de un modo intenso, en el sentimiento, necesita de espacios de reflexión, de reposo, que le permitan alimentar el espíritu y de esa manera seguir avanzando por las veredas del arte. Entonces, una campaña como la española, en la que desde el final de la primavera y hasta el principio del otoño, se puede estar toreando casi todos los días, un torero de esta cuerda puede ser materialmente reventado si no se le sabe llevar y eso es lo que a mí me parece que se quiso hacer con Silverio y por eso es que compró su pasaje de regreso. Pero insisto, esta teoría es mía y me responsabilizo de ella.

Barcelona 26 de abril de 1945

Para el jueves 26 de abril de 1946, don Pedro Balañá Espinós anunció la presentación en ruedos hispanos del Faraón de Texcoco. No está de más recordar que Barcelona, tradicionalmente, fue el puerto de entrada de la torería mexicana a las plazas de España. Es mítico ese muro del despacho de don Pedro, en el que tenía colocadas fotografías de casi todos los toreros de México que había puesto a torear en sus plazas y que entre 1909 y 1975, 18 toreros mexicanos recibieron la alternativa allí. A Silverio le acompañarían en el cartel Aurelio Puchol Morenito de Valencia y el madrileño Manolo Escudero, quienes en principio lidiarían un encierro salmantino de Benito Martín, antes Terrones.

¿Qué sucedió esa tarde? La crónica de Eduardo Palacio, aparecida en el diario La Vanguardia de Barcelona del día siguiente del festejo, entre otras cosas nos dice esto:
A no hallarse esta pluma tan convencida como lo está, de su modestia, hubiese sentido algo así como ligero remusgo de engreimiento, al ver que lo que ella predijo va a hacer diez años en «ABC», de Madrid, ha tenido plena confirmación. Porque el mejicano Silverio Pérez, que en tal plaza, sólo toreó una corrida, el 26 de septiembre de 1935, novillada concurso en la que disputóse un toro de oro modelado por Benlliure que ganó la res de Coquilla, mostró entonces una facilidad y un arte manejando la muleta, que tres años más tarde, el 38, le hizo ser la más destacada figura de su país. Y qué su fuerte es la muleta lo afirmó ayer en esta su segunda presentación en Barcelona. Digo segunda, porque como novillero lo había hecho ya en 1935, toreando los días 8 y 23 del aludido septiembre. 
Hizo el paseo montera en mano saludándosele con grandes aplausos que le obligaron a salir a los medios, a los que sacó a sus dos compañeros de terna. Su primer enemigo, de Marzal, pues el Terrones se devolvió a los corrales, era un bicho flacón y mansote cuya muerte brindó al público, haciendo una faena amenizada por la música, muy artística, dominadora y revelando que el «Faraón de Texcoco» como le apoda la «afición» de su país, es mucha, muchísima «gente» con la franela. Un pinchazo y una estocada en las agujas concluyeron con la res, a la que se silbó en el arrastre, mientras su matador daba la vuelta al ruedo y salía, a los medios entre una ovación de bienvenida cariñosa. Su segundo toro, grande y manso, salió suelto de las varas correteando miedoso en todas direcciones. Silverio Pérez brindó a su competidor de novillero Carlos Arruza — a quien la multitud saludó con grandes aplausos —, y enjaretó una faena que careció de ligazón a causa del fuerte viento que reinaba. No obstante, su dominio con ella quedó de nuevo bien patente. Despenó al Terrones de un pinchazo sin soltar el acero y un volapié de través, y los aplausos obligáronle a salir al tercio a saludar...”
Como podemos apreciar, entre los elementos y los toros, la tarde no se prestó para que Silverio pudiera desplegar toda la magia de su toreo, sin embargo pudo demostrar a la afición catalana la calidad de su trazo y la afición que le permitía poder con los toros y definitivamente gustó a la afición barcelonesa, que le recordó, de sus anteriores presentaciones novilleriles, debidamente apuntadas por el cronista. Puede afirmarse que tuvo, una buena tarde, aún sin redondear un triunfo.

La presencia de México

Manolo Escudero cortó la única oreja de la tarde. Reaparecía después de una muy grave cornada que recibió en San Sebastián el 21 de agosto del año anterior, al hacer un quite al torero potosino Gregorio García. De la misma crónica, extraigo lo que sigue:
Y voy a lo grande de la corrida de ayer, que estuvo a cargo del madrileño Manolo Escudero; pero antes, recordaré, unos breves datos: Toreando la pasada temporada la «Semana grande» de San Sebastián, exactamente el 21 de agosto, Escudero sufrió una tremenda cornada que le dejó cuatro meses en lucha con la muerte que, por fortuna, fue derrotada. El percance no tuvo por móvil ni un descuido ni un desplante; fue algo más digno, más hermoso, más caballeresco, más español en suma. Un toro había derribado a un espada mejicano, Gregorio García, y lo tenía en el suelo a su merced. Las astas iban a prender al caído sin defensa, y Escudero se metió con su capote y su cuerpo entre ellas y el inerme, y se llevó majamente al toro a costa de una gravísima cornada. A la enfermería no fue el mejicano; el madrileño empezó en ella una lucha en defensa de la vida, encomendándose a la Virgen de la Paloma, cuya imagen, rutilante de oro y pedrería, campeaba ayer en la espalda de su capote de paseo... 
Ahora permítame usted. Manuel Escudero, que yo le envíe un abrazo de gratitud en nombre del diestro mejicano Gregorio García, como recuerdo en esta su primera salida vestido de luces, de aquella tarde del 21 de agosto pasado, en la «Semana grande», de San Sebastián...
Esa tarde del 21 de agosto de 1944 toreaban en San Sebastián una corrida concurso toros de Domecq, Félix Moreno, Antonio Pérez, Galache, Tassara y Atanasio Fernández, Manuel Álvarez Andaluz, Manolo Escudero y Gregorio García

Manolo Escudero, en entrevista concedida a quien firmó como A.R.A. en el número de El Ruedo, fechado el 6 de septiembre de 1944, describe como ocurrió el percance:
«... ¿Cómo fue la cogida?
- Una cogida tonta. Era el último toro de la tarde y Gregorio García prendía el último par de banderillas, Yo iba andando hacia la barrera para abandonar el ruedo, cuando vi al mejicano que caía y abrí el capote para hacer el quite. El toro se arrancó ciego, le atropelló y se me echó encima. Me enganchó y sentí perfectamente que me pegaba la cornada en el pecho. Me tuvo prendido unos instantes, durante los cuales no sólo sentí un dolor terrible, sino que me di cuenta de cómo se desgarraba la carne. Pensé que me había matado y ya no pude levantarme...»
El parte médico de la cornada fue el siguiente:
«Durante la lidia del sexto toro ha ingresado el diestro Manolo Escudero, que presenta herida penetrante en el pulmón, por la región axilar izquierda, con rotura de costillas y fuerte conmoción. Pronóstico, muy grave. El torero, al ingresar a la enfermería, fue asistido por los doctores Urbina y Garmendia. Sufrió un fuerte colapso, que inquietó a los facultativos, así como la gran pérdida de sangre. La primera impresión era de que el diestro sufría una cogida de las que pueden hacer peligrar su vida. A la media hora de su permanencia en la enfermería reaccionó algo, lo que permitió a los médicos su traslado a la Clínica San Ignacio, donde se le hará nueva intervención.»
Una cornada penetrante de tórax que le supuso una larga recuperación al diestro de Madrid, pero que afortunadamente le permitió continuar su carrera en los ruedos. Pude conversar con el maestro Raúl García, sobrino de Gregorio, acerca de ese incidente. Me comentó que su tío recordaba con desazón esa cornada que era para él y que nadie pudo hacer por evitarla, sin dar más detalles.

Una coda numérica

Decía líneas arriba que los toreros como Silverio Pérez necesitaban administrar sus actuaciones. El Faraón toreó apenas 372 corridas en los 14 años y meses que duró su carrera de matador de toros, lo que promedia unas 26 al año, es decir, una cada dos semanas. Si los guerreros necesitan reposo, los artistas requieren de meditar y para ello se requiere tiempo.

domingo, 25 de agosto de 2019

Cayetano Palomino Palomino de Méjico

Cayetano Palomino, Palomino de Méjico
Foto: Búscame en el ciclo de la vida
En el primer tercio del siglo XX, apareció brevemente por las plazas mexicanas y con más frecuencia por las españolas, un torero que de este lado del Atlántico se anunció con su nombre, Cayetano Palomino y de aquél otro lado, fue más conocido como Palomino de Méjico, quizás para diferenciarlo de otro novillero del mismo apellido, Miguel Palomino, originario de Teruel, contemporáneo suyo y que gozó de cierto predicamento por aquellas calendas.

Cossío establece que Cayetano Palomino Benito – ese es su nombre completo – nació en la Ciudad de México el 7 de agosto de 1910. A partir de ese hecho se le considera un torero mexicano, pero existen evidencias que establecen como su lugar de nacimiento la ciudad de Madrid, el 7 de agosto de 1906. De esto me ocuparé un poco más adelante y estableceré mi particular teoría al respecto.

Cayetano Palomino no llegó a ser una figura del toreo. Es un caso interesante, pues su momento de mayor desarrollo coincide con el estallido de la Guerra Civil en España, misma que detuvo la carrera de muchos diestros y terminó con la de otros.

Palomino de Méjico se presentó en el Toreo de la Condesa el sábado 14 de septiembre de 1929, en la víspera de la novillada de la Oreja de Plata. Alternó en la lidia de novillos de Ajuluapan, anunciados como fracción de Tepeyahualco con Jesús Quintero, Paco Hidalgo, Miguel Gutiérrez, Pedro Peña y Juan Prieto y el cronista de El Taurino – semanario continuador de Toros y Deportes – señala que se le vieron buenas maneras y mucha habilidad con las banderillas.

En España

De sus actuaciones en ruedos hispanos pude localizar relaciones de algunas de ellas, de las que por orden cronológico extraigo lo siguiente:

En Tetuán el 7 de mayo de 1933: Novillos de Juan Belmonte (ganadería debutante) para José Vera Niño del Barrio. Manuel Suárez Magritas hijo y Palomino de Méjico. (Magritas herido, no mató ninguno). La crónica publicada en el ABC de Madrid del 9 de mayo relata lo siguiente:
En Cayetano Palomino, el torero mejicano, vimos apuntar más netamente en su actuación el estilo de un buen estoqueador de toros, aparte de otros detalles que le acreditan como poseedor de excelentes condiciones de torero. Con el capote supo parar y mandar con temple; quitando estuvo oportuno y adornadísimo, y como banderillero hizo gala de formidables facultades en el momento de unir los brazos, clavar y salir limpiamente de la reunión. Sus faenas de muleta en los tres bichos fueron de dominio, sobre todo en el quinto, al que muleteó por bajo de forma inmejorable, para entrar tres veces a herir, en corto y despacio, agarrando la última vez una magna estocada… Al sexto no le supo sacar todo el partido que permitían las condiciones del bravo novillo; no obstante logro lucidos muletazos de pecho y repitió su estilo de buen estoqueador. En este muchacho hay masa para moldear una buena figura taurina. – J. Carmona.
En Barcelona, el 3 de marzo de 1935: Novillos del Marqués de Albayda para Edmundo Zepeda El Brujo, Jesús González El Indio y Cayetano Palomino. En la crónica que se publicó en el semanario Fiesta Brava del 8 de marzo siguiente se dice:
Gustó el debutante Palomino y para él fueron las palmas más sinceras de la tarde… Desde el primer momento se apreciaron en el muchacho destellos de torero de buena clase… Está enterado del oficio y da en todo momento la sensación de que hay en él un novillero cuajado... La faena de su segundo tuvo más consistencia. Bravo y con temperamento el novillo, Palomino pudo desarrollar un toreo que produjo legítimo entusiasmo… Llevando siempre toreado a su enemigo, pasó por el de pecho varias veces en unos muletazos largos y ceñidísimos, dibujó unos trincherazos magníficos de aguante y mando y entre ovaciones y música, cada vez más metido en el toro, hizo un faenón al que puso por contera un estoconazo a un tiempo quedando prendido de un pitón… Se le ovacionó, cargaron con él en hombros y entre aplausos dieron con él la vuelta al ruedo y se lo llevaron hasta el coche... Gustó Palomino. Puso vibración en todo lo que hizo y junto a la frialdad de sus compañeros, su trabajo destacó notablemente... Trincherilla  
En Salamanca, el 23 de junio de 1935: Novillos de María Montalvo para Cayetano Palomino, Silverio Pérez y Jaime Coquilla. La crónica publicada en el ABC de Madrid del 25 de junio siguiente cuenta:
Salamanca 24, 12 mañana. – Ayer se celebró la novillada para la presentación profesional del joven ganadero Jaime Coquilla… El ganado, de doña María Montalvo, fue excelente; a dos bichos se les dio la vuelta al ruedo… Palomino de Méjico dio buenos lances al primero y le clavó tres buenos pares de banderillas; muleteó embarullado y movido, sacando algún pase aceptable para estocada ladeada y un descabello al tercer golpe. En el cuarto lanceó vulgarmente y puso tres pares de banderillas formidables. Hizo faenas de muleta buenas y adornadas para media estocada delantera, que le valieron ovación y oreja…
Presentación en Madrid, el 25 de agosto de 1935: 6 de Ramón Ortega y 2 de Lorenzo Rodríguez para Silvino Zafón Niño de la Estrella, Paco Bernal, Cortijero y Cayetano Palomino. La crónica de Eduardo Palacio publicada en el ABC de Madrid el 27 de agosto siguiente cuenta:
Cayetano Palomino es un diestro mejicano que hacía en esa fiesta su presentación dando la impresión en ella de ser un muchacho valiente, si bien manejando el percal ignora casi lo más rudimentario. Se banderilleó fácilmente sus dos enemigos, menester que domina, y se le aplaudió, y con la franela se mostró también un tanto verde. Por la muerte de su primero, realizada de media estocada en lo alto, se le ovacionó, haciéndole salir a los medios, y concluyó con el que cerró plaza, ya encendidos los focos, de tres pinchazos y media estocada... E.P.
En Tetuán, el 22 de septiembre de 1935: Novillos de Clemente Tassara, antes González Nandín para Palomino de Méjico, Manuel Suárez Magritas hijo y Pedro Martín Carmona. La crónica aparecida en el ABC de Madrid del 24 de septiembre siguiente relata:
En ese ambiente de alegría que hemos hablado vimos a Palomino de Méjico manejar con suavidad el capote y tirar con lentitud del toro, con ese estilo moderno que ha borrado el antiguo lance, movido y desajustado, y en los quites torear por chicuelinas y verónicas de rodillas, y después banderillear aguantando fuertes arrancadas con magníficos pares de frente, por ambos lados, y al cambio, verdaderos alardes de arrogancia y de arte. Y si bien estuvo en su primer novillo, al que, después de dominarle en tablas, le hizo rodar de soberbio pinchazo y media estocada en las agujas, logró superarse en la lidia cuidada que le dio a su segundo, al torearle con suavidad a la salida y en los quites, al clavarle cuatro pares de banderillas y al desarrollar con la muleta una teoría de naturales ligados con los de pecho, cambiándose la muleta de mano, molinetes y rodillazos que culminaron en un gran pinchazo, una estocada y un descabello. Palomino de Méjico cortó la oreja, dio la vuelta al ruedo y tuvo una apoteosis triunfal... J. Carmona
De lo que se transcribe hasta aquí podemos deducir que Cayetano Palomino fue un torero que era eficaz con la capa, un muy buen banderillero y también un eficaz estoqueador. Tanto así, que el año de 1935, según Cossío, logró sumar la friolera de 30 fechas, lo que lo dejaba a mi juicio en la antesala de una alternativa para el año de 1936, pero la actividad taurina quedó truncada por el estallido de la Guerra Civil y seguramente por eso no ocurrió.

El mismo Cossío señala que recibió la alternativa en Talavera de la Reina el 12 de octubre de 1937 de manos de Antonio Márquez y llevando a Victoriano de la Serna como testigo siendo los toros que se lidiaron de Galache. Por otra parte he de señalar que Antonio Fernández Casado en su obra Garapullos por Máuseres, fija la fecha un año antes, es decir el 12 de octubre de 1936, a unos cuantos días de la toma de la ciudad por las llamadas tropas nacionales.

El mismo Cossío señala que Palomino de Méjico toreó en Talavera y en Salamanca en el año de 1938 y que es a partir de ese año que se le pierde la pista en los ruedos hispanos.

¿Mexicano o Español?

Publicación aparecida en el ABC de Madrid el
11 de noviembre de 1978
Decía al principio que Cossío establece su lugar de nacimiento como la Ciudad de México. En la búsqueda de información acerca de este torero – he de aclarar que llevo una bitácora de los toreros mexicanos que han recibido la alternativa en plazas españolas y francesas – me encontré con un aviso judicial publicado en el diario ABC de Madrid el 17 de noviembre de 1978 en el que la que supongo ya entonces viuda del torero, promovía su declaración de muerte por ausencia prolongada.

Mi deformación profesional me hizo referirme a la legislación civil sustantiva y procesal vigente en el momento de la publicación para ver los alcances de la información allí contenida, sobre todo la que se refiere al lugar y fecha del nacimiento del diestro, que se señala como ocurrido en Madrid el 7 de agosto de 1906.

La iniciadora del proceso de declaración de muerte de Cayetano Palomino Benito tuvo que acreditar la celebración de su matrimonio con él y para celebrar ese acto del estado civil ambos contrayentes tuvieron que demostrar entre otras cosas su lugar de nacimiento y su filiación, razón por la cual, puedo concluir con algún margen de error que Cayetano Palomino nació efectivamente en Madrid, que su nacionalidad era española y que el único motivo por el cual se le anunciaba como Palomino de Méjico era quizás porque inició su carrera como novillero aquí en México antes que en España.

Existe otro motivo que puede reforzar mi anterior argumento, es que de haber sido efectivamente mexicano, el decreto publicado en la Gaceta de Madrid el 3 de mayo de 1936 y que desencadenó lo que se ha dado en llamar el boicot del miedo le hubiera impedido seguir actuando en España y hubiera tenido que regresar a México a bordo del Cristóbal Colón junto con los otros seis matadores de toros, trece subalternos y dieciocho novilleros que fueron deportados tras la puesta en vigor de la disposición firmada por Enrique Ramos, Subsecretario del Trabajo y Acción Social del Gobierno de la Segunda República Española.

En fin, que esta es una historia que tiene mucho todavía por escribirse, según se ve de todos los datos que están aquí.

En La Fiesta Brava, Barcelona
13 de abril de 1934

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