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domingo, 17 de septiembre de 2023

10 de septiembre de 1933: Edmundo Zepeda El Brujo se presenta en Madrid

Edmundo Zepeda es, junto con Emilio Sosa uno de los dos matadores de toros mexicanos nativos del Estado de Oaxaca, tierra en la que desde la prohibición que decretara don Benito Juárez, siendo gobernador de esa entidad, la fiesta de los toros dejó de tener arraigo entre su población y a esta fecha, aunque se hacen reiterativamente intentos de volver a llevarla a esas tierras, no han prosperado, porque a una buena parte de los habitantes de esa región de México, no se le ha imbuido el interés por estas fiestas.

El empleo del padre de Edmundo le llevó a una edad temprana a la capital de la república y es allí en donde se aficiona a los toros y comienza a aprender el toreo. Le confió a Rafael Morales Clarinero, en una entrevista publicada en El Redondel el 21 de abril de 1957:

...empecé a salir de banderillero en Xochimilco y en Tepeji del Río... estuve colocado con “El Negro" Muñoz, con Alberto Balderas y con Juan Silveti. Este último me dejaba matar algún toro, en algunos pueblos, como Charcas, Concepción del Oro, Cárdenas S.L.P., etc., y así me inicié...

Esa confesión me hace suponer, sin mayores medios probatorios, que Edmundo Zepeda se formó como torero en la placita de Tacuba, donde los discípulos de Ojitos, Samuel Solís, Luis Güemes y Alberto Cosío El Patatero enseñaban el toreo, porque de allí salieron a la fama, entre otros importantes, Alberto Balderas y José El Negro Muñoz y acostumbraban llevar en sus cuadrillas a compañeros formados o que al menos entrenaban en el mismo lugar.

Se presentó como novillero en el Toreo de la Condesa el 16 de agosto de 1931, alternando con Agustín García Barrera y Liborio Ruiz en la lidia de novillos de Ayala y se alzó como el triunfador del festejo al cortarle el rabo al tercero de la tarde. Tres domingos después volvería acartelado con Eduardo Tercero y Lorenzo Garza y tanto él como quien después sería llamado El Ave de las Tempestades saldrían en hombros de la plaza tras desorejar a los novillos de Rancho Seco que les tocaron en suerte.

La novillada de la Oreja de Plata de 1931 se celebró el 27 de septiembre de 1931 y a diferencia de otros años, se la disputaron solamente Lorenzo Garza, Liborio Ruiz y Edmundo Zepeda ante novillos de Piedras Negras. Edmundo Zepeda le cortaría la oreja al tercero y el rabo al sexto de la función para llevarse el trofeo en disputa. Como fin de fiesta, se lidiaron dos novillos de Zacatepec para Alfredo Ochoa – años después sería ganadero de Campo Alegre – y Justo Alcíbar Cordobesito.

A Edmundo Zepeda ya le comenzaban a llamar El Brujo. En la entrevista anteriormente citada, le refirió a Clarinero:

No tengo inconveniente en decirle el origen de mi apodo. Cuando debuté y tuve suerte, me apoderó al año siguiente, “Don Dificultades”, y fue él quien me puso “El Brujo de la Muleta”. Como, además, soy del Istmo, donde hay mucha brujería, ya que la mayoría de las tehuanas tratan de embrujar a sus quereres, se comprenderá el porqué del alias...

Su campaña española de 1933

El semanario valenciano El Clarín fechado el 25 de febrero de 1933, relataba lo siguiente:

El diestro mejicano, Edmundo Zepeda, que viene precedido de un gran cartel como novillero puntero, llegará a España a bordo del vapor Habana, a fines del corriente mes, y su apoderado ya le tiene preparado el debut en la plaza de toros de Madrid para una fecha del mes de marzo, teniendo además firmadas varias novilladas en provincias y en Francia, lo que demuestra la expectación que existe por conocer a tan renombrado torero mejicano. Sea bienvenido...

Al final de cuentas, El Brujo cerraría el calendario con 8 actuaciones en ruedos españoles, en las plazas de Pamplona, Zaragoza (3), Alfaro, Cuenca y Corella, además de la que me ocupa en este momento y dos en Francia, en Perpiñán y en Burdeos. Como podemos observar, su actividad se circunscribió a plazas del Norte de España. Los otros novilleros mexicanos que actuaron en ruedos hispanos por esas calendas fueron Lorenzo Garza (18), Luis Castro El Soldado (14) y Eduardo Solórzano (9).

La presentación en Madrid

Para el domingo 10 de septiembre de 1933 se anunció una novillada en la que se presentaría la ganadería de don Esteban González, de Utrera y que, según Carlos Revenga Chavito, cronista del diario madrileño La Nación:

Los carteles anunciaban una novillada; pero D. Esteban González, ganadero andaluz, que debutaba ayer, embarcó una verdadera corrida de toros... Los seis bichos fueron grandes, gordos, y tuvieron mucha leña en la cabeza... El público fue de asombro en asombro, al ver salir por los chiqueros aquellos seis toracos, poderosos y con trapío...

En parecido sentido se pronunció Recorte en La Libertad, diario también de Madrid, como vemos enseguida:

La novillada que el domingo preparó la Empresa de Madrid merece un caluroso aplauso. Así debían de ser no sólo las novilladas, sino muchas corridas de toros que sólo lo son por el nombre. Así, con reses grandes, gordas, bien armadas y con los años que marca el reglamento, es como los toreros pueden demostrar que lo son. Lástima que como un jarro de agua fría venga a apagar nuestros entusiasmos el recuerdo de que esa novillada, de que esa corrida de toros no se había encerrado para tres fenómenos, sino para tres muchachos modestos de esos que no le pueden decir a las empresas: «Esa corrida gorda, vieja y con pitones la torea usted o su madre de usted. Yo no, porque no estoy dispuesto a ir al fracaso»...

La empresa de don Eduardo Pagés puso una verdadera prueba a los novilleros actuantes, que eran Manuel Zarzo Perete, Juan Jiménez y el debutante mexicano Edmundo Zepeda.

La actuación de El Brujo Zepeda

Las opiniones de la prensa de Madrid se dividieron acerca del hacer de Edmundo Zepeda. Si hemos de atender a lo que escribió el ya citado Chavito, saldó con algo más que dignidad el compromiso y se ganó la repetición:

Ayer debutó otro novillero mejicano, y su labor satisfizo al público... Maneja capote y muleta bien, y con el acero está decidido... Zepeda es un buen banderillero. Ayer clavó unos pares de frente superiores, y uno al sesgo, por dentro, colosal... Edmundo está bien colocado en la plaza, y ello le permite acudir oportuno a los quites. Fue muy aplaudido, y se ganó la repetición...

También es comedido Eduardo Palacio, quien, en su tribuna del ABC, expresa:

Debutar en Madrid con un toro como “Navarrito” es una cosa indudablemente muy seria, que no fue obstáculo para que Zepeda lo lancease voluntariosamente, le clavase tres pares de banderillas, el último de dentro afuera, que se premió con una gran ovación, y, previa una faena valentona, lo despachase de una estocada casi entera, delanterilla... El muchacho escuchó palmas...

Pero si hemos de tener en cuenta la opinión de quien redactó la crónica de la Hoja del Lunes madrileña del día siguiente del festejo – no aparece firmada –, veremos que no ha sido tan considerado con nuestro paisano:

El mejicano debutante Edmundo Cepeda causó mala impresión. A sus dos enemigos, lo mismo con el capote que con la muleta, los trapeó feamente por la cara; sin correr el engaño, sin tirar del toro y moviéndose con él en un continuo desasosiego... Con el estoque, entrando siempre con el brazo suelto... En los quites no hizo nada tampoco... Edmundo Cepeda se banderilleó sus dos toros, con más suerte al primero que al que cerró plaza. En aquel oyó palmas...

En parecido sentido se expresa Cayetano, en el diario Luz:

Un novillero mejicano más, con el sentimental nombre de Edmundo y una "Z" en el comienzo del apellido, completamente antitaurina. No sabemos si a consecuencia de un volteo que sufrió al intentar una larga afarolada al segundo o a una particular idiosincrasia, se pasó toda la tarde dudando y moviéndose más de lo debido... En fin, Zepeda tuvo un debut vulgar, pero quedó en condiciones de la repetición...

Luces y sombras, la eterna verdad del toreo son las referencias que nos quedan acerca de lo que sucedió en la presentación de El Brujo Zepeda en la plaza de toros de la Carretera de Aragón, hoy hace una semana que se cumplieron 90 años.

Edmundo Zepeda recibiría la alternativa en Jiquilpan, Michoacán el 20 de noviembre de 1941, de manos del Rey del Temple Jesús Solórzano, con toros de Xajay y la confirmaría en el Toreo de la Condesa el 18 de abril del año siguiente, apadrinándole David Liceaga, en presencia de Andrés Blando, con la cesión del toro Borrachito de San Mateo.

Actuaría como matador de alternativa, hasta entrados los años 50, señalando el torero que su última tarde vestido de luces se verificó en Acapulco, alternando con Carlos Arruza y Julio Aparicio en la lidia de toros de Pastejé.

Los Cuatro Siglos de Toreo en México

Cuando Edmundo Zepeda dejó de vestir el terno de luces, formó una especie de compañía para


presentar en las plazas de todo el país un espectáculo que denominó Los Cuatro Siglos de Toreo en México. Así lo contó el torero a Clarinero:

La formación del conjunto se me ocurrió una noche leyendo la “Historia del Toreo en México” de don Nicolás Rangel... Pensé en la conveniencia de resucitar suertes antiguas de las que muchos aficionados apenas tenían referencia por láminas o grabados... Entre las suertes están “La Mamola” de origen azteca; el “Don Tancredo”, relativamente moderna; banderillas con la boca; banderillas en silla; banderillas en barril; la suerte de los comprometidos; torear en zancos, etc... Presenté el espectáculo aquí, en la Plaza México, el 14 de agosto de 1955. Hemos toreado en esta plaza dos veces aparte, siempre con gran éxito... no es precisamente un negocio fantástico, pero nos deja para vivir, y tiene la ventaja, de que le permite a uno estar dentro del ambiente del toro...

Quizás el entrevistado omitió señalar que al final de la presentación de las suertes propias del espectáculo, se soltaban, de acuerdo con la categoría de la plaza, dos o cuatro novillos para ser lidiados y muertos a estoque por novilleros a la usanza tradicional, lo que coloquialmente se llama la parte seria del espectáculo, misma que ha sido la cuna de muchos toreros que han llegado a ser figuras y en el que participó también más de algún personaje que llegara a destacar en otros campos de la tauromaquia, como en el caso de José Luis Carazo Arenero, que lo hizo como cronista. Hace algo más de un par de años, escribió su hijo Luis Ramón, a propósito de un espectáculo de toreo bufo:

Recordé con Patorro que mi padre, José Luis Carazo se vistió de diablo en el ruedo de La México en la parte seria de los Cuatro Siglos del Toreo organizada por mi padrino El Brujo Zepeda...

Al final, El Brujo Zepeda intentó llevar la fiesta de los toros a las masas por la vía de la diversión. Encontró un buen vehículo para acercar la tauromaquia en sus distintas vertientes a quienes en principio no tenían afición a ella y de esa manera, captar nuevos aficionados. La compañía que formó terminó por diluirse, pero seguramente todavía quedan en los tendidos aficionados que tuvieron su primer contacto con el espectáculo que ideara una noche de insomnio este torero oaxaqueño.

Aviso parroquial: Por razones de todos conocidas, me vi en la necesidad de posponer una semana estas notas. Espero sabrán entenderlo.

domingo, 10 de septiembre de 2023

1963 – 64. La gran temporada de Jaime Rangel

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El Redondel 12 de enero 1964
La temporada de toros 1963 – 64 en la capital mexicana constó de la friolera de 32 corridas, aunque se diera en una especie de plaza partida, porque 18 de ellas se celebraron en la Plaza México y los 14 festejos restantes, tuvieron lugar en el hoy difunto Toreo de Cuatro Caminos. Las cabezas del elenco de Insurgentes eran Paco Camino, Joselito Huerta, Diego Puerta, Juan García Mondeño y Santiago Martín El Viti, en tanto que el ciclo de Naucalpan fue construido por doña Dolores Olmedo en sociedad con el ingeniero Alejo Peralta alrededor de la personalidad de Manuel Benítez El Cordobés, quien tendría como alternantes a los integrantes de la Edad de Plata mexicana: Antonio Velázquez, Rafael Rodríguez, Jesús Córdoba, Manuel Capetillo, Jorge El Ranchero Aguilar, Juan Silveti y Alfredo Leal, así como el as venezolano César Girón.

En ambos elencos había varios toreros que podríamos llamar emergentes de ambas orillas del Atlántico. De los de allá podemos encontrar a Joaquín Bernadó y a Manuel García Palmeño y entre los nuestros, a Guillermo Sandoval, Antonio Duarte El Nayarit, Raúl García, Oscar Realme, Víctor Huerta y muy significadamente un torero hidalguense de dinastía: Jaime Rangel, quien estuvo siempre anunciado en la Plaza México, regentada por el doctor Alfonso Gaona.

A propósito de esos días, recuerda el torero de San Miguel Vindhó, en entrevista concedida en el año de 1968 al periodista de Guadalajara, Pacorro Páez, recopilada en su libro Soñadores de Gloria:

Mi primer traje de luces lo vestí en Matamoros, Tamaulipas, en 1957... vino la alternativa en la Plaza México el 1º de enero de 1962... En mayo confirmé el doctorado en Madrid... Las tardes de fortuna en la nueva categoría que me dieron el sitio deseado han sido el 22 de diciembre de 1964, en México, alternando con Joselito Huerta y “El Viti”. Otra con toros de La Punta, en la que Oscar Realme sufrió grave cornada antes de recibir el doctorado y siendo el otro alternante “Palmeño” y recuerdo otras tardes muy completas lidiando toros extraordinarios...

Esa temporada que inició el 1º de diciembre de 1963 y que casi todos los domingos tuvo corridas en las dos plazas y casi siempre llenos en ambas, Jaime Rangel fue el torero que sumó más actuaciones, con siete tardes, seguido por El Cordobés del elenco de El Toreo, con seis. Y de esas tardes logró para la historia cuatro actuaciones que le consolidaron en un sitio de figura del toreo, porque lo logrado en ellas, sin duda, no puede calificarse de manera distinta.

22 de diciembre de 1963

La cuarta corrida de la temporada se conformó con un encierro de don Jesús Cabrera para Joselito Huerta, Jaime Rangel y Santiago Martín El Viti. La entrada esa tarde fue casi un lleno, a causa de unos cuantos claros en los tendidos generales. La actuación triunfal de la tarde estuvo a cargo del torero del Estado de Hidalgo, que le cortó una oreja al quinto de la tarde Turronero. A propósito de esa actuación escribió para El Redondel don Alfonso de Icaza Ojo:

Entiende por “Turronero” pesa 450 kilos y es negro como sus hermanos y bien armado... Rangel liga varios excelentes derechazos con los que logra armar la escandalera. El muchacho tiró del toro, se lo pasó a dos dedos de la faja y lo despidió con suavidad, para volverlo a meter en la muleta y repetir una y otra vez. Ovacionaza. Repite la hazaña con igual éxito y cuando acaba por ser desarmado, lo aclama la plaza entera. También con la izquierda hace Jaime un buen toreo, obligando mucho a su adversario que se ha ido quedando poco a poco… Hay naturales cumbres y sobre todo hay un valor heroico y un propósito firme de triunfar. Lo logra clamorosamente cuando da un primoroso pasa por la espalda y después de señalar un pinchazo, sigue toreando confiadísimo y deja más de media estocada desprendida, mortal de necesidad. Ovación, música, nutrida petición de oreja que concede la autoridad y vueltas triunfales a la arena devolviendo sombreros y prendas de vestir…

Esa misma tarde, en Cuatro Caminos, El Cordobés cortó cuatro orejas a los toros que enfrentó alternando con Manuel Capetillo y El Ranchero Aguilar. Como nota adicional, el Juez de Plaza esa tarde era el Faraón Silverio Pérez.

5 de enero de 1964

La sexta de la temporada en Insurgentes se conformó con toros de La Punta para Jaime Rangel, Manuel García Palmeño y Oscar Realme quien confirmaría la alternativa que recibió en Oviedo el 21 de septiembre del año anterior. Señorito el abreplaza, mandó al presunto confirmante a la enfermería y la tarde quedó en un forzado mano a mano entre el hidalguense y el cordobés. Esa tarde la redondeó Jaime Rangel ante el cuarto punteño, Malicioso, al que le cortó las dos orejas. Vuelvo a recurrir al testimonio de Ojo, quien en su crónica dictada por teléfono a la redacción de El Redondel, entre otras cosas dijo:

Jaime brinda al presidente de la Federación Internacional de Futbol, nuestro huésped, que es ruidosamente ovacionado y después de recoger a su enemigo con pases de tanteo, da dos naturales, mejor el primero que el segundo, por en este le cabeceó el socio. Cambia de mano Jaime y con la derecha torea muy bien, con absoluta frescura y corriendo la mano de aquí hasta allá. Pierde la franela, pero cuando la recupera la usa magistralmente, ligando derechazos tan largos como sentidos. Sigue el muleteo de maestro, y cuando remata la serie con un pase de pecho muy ceñido, el público se le entrega totalmente. Aguanta Jaime hasta lo increíble; vuelve a barrer los lomos de su enemigo, pasándoselo muy cerca; torea al natural, con auténtica maestría, cuantas veces le da la gana; sufre un desarme, torna a poner cátedra y entre gritos de "¡torero, torero!", busca la igualada, dando magníficos trincherazos, y termina su gran faena con media estocada contraria que hace doblar… Jaime Rangel oye la ovación más clamorosa de su vida, concediéndole la autoridad las dos orejas del noble astado punteño al que toreó tan bien…

La declaración de intenciones de Jaime Rangel quedó efectivamente expresada y le ganó la repetición – costumbre hoy perdida, parece que para siempre – para dos domingos después, en uno de los carteles señeros del ciclo, como enseguida veremos.

19 de enero de 1964

La octava corrida ofrecida por la empresa del doctor Gaona se formó con toros de don Reyes Huerta para Joselito Huerta, Paco Camino y Jaime Rangel. No queda duda de que la entrada fue un lleno hasta el reloj de la Plaza México. Dos figuras consagradas y un diestro que, en la temporada en curso, pidió sitio y lo aseguró repitiendo actuaciones macizas y triunfales. Esa tarde Jaime se llevó todo ante Moctezuma y Húngaro, tercero y sexto de la función. En primer término, dice Alfonso de Icaza Ojo:

Logra Jaime que “Moctezuma” embista una y otra vez y arma la escandalera con sus pases naturales que ni dibujados serían más bonitos. Vuelve a irse el toro; lo sujeta otra vez Rangel, lo cita a mínima distancia y desde allí se lo pasa en muletazos de maravilla. ¡Eso es torear! Qué tal estarían los ánimos de caldeados, que cuando el espada es desarmado nuevamente, estalla una ovación delirante… Más naturales, y van cincuenta: cites en la propia cara; un muletazo monstruo en el que de tanto ceñirse es atropellado; nuevo trompicón al dar un pase por alto y lograda y conseguida la igualada, viene el estoconazo hasta el puño, haciendo la suerte con perfección y convirtiendo la plaza entera en un manicomio. La espada queda un poquitín contraria y no surte demasiados efectos, pero el astado dobla al fin, concediéndosele a Jaime Rangel las dos orejas y el rabo de un toro difícil, admirablemente toreado y matado. Parte del público protesta este último trofeo, en nuestra opinión muy bien concedido por el licenciado Pérez Verdía. Tira Rangel el rabo, por las exigencias de marras y con las dos orejas recorre el anillo quién sabe cuántas veces, devolviendo sombreros y prendas de vestir… Ha estado inconmensurable, a un toro que no se dejaba torear le ha dado más de cincuenta pases naturales de extraordinaria calidad y lo ha matado de una estocada hasta el puño, practicando a ley la suerte suprema… ¡Así se triunfa!

Como nota adicional. La faena de Jaime Rangel a Moctezuma se puede ver en el cuarto DVD de la colección Tesoros Taurinos de la Filmoteca de la UNAM, titulado Recuerdos del Toreo en México (1947 – 1964). Dejo aquí la información para quienes tengan en su poder esa joya.

22 de marzo de 1964

La décima séptima y penúltima corrida de la temporada se dio con un cartel integrado por Paco Camino, Jaime Rangel y Antonio Duarte El Nayarit, quienes enfrentarían un encierro de Torrecilla. Al final de cuentas, solamente se lidiaron cinco de los toros de la ganadería titular, puesto que el cuarto de los que salieron al ruedo, fue de Mimiahuápam, en esas calendas, de don Luis Barroso Barona.

De lo que he podido leer, quizás esa tarde, ante Solitario de Torrecilla, Jaime Rangel tuvo su actuación más contundente, aunque solamente haya saldado su tarde con una vuelta al ruedo, a causa del defectuoso manejo de los aceros. Otra vez es la crónica de Ojo, precedida por un cintillo en la portada de El Redondel que dice Faenón de Jaime Rangel en la Plaza México, que nos cuenta:

Rangel brinda a la plaza entera, manda retirar a la gente e inicia su faena con dos pases en el estribo, que resultan espectaculares. Ya de pie, torea, ahora sí, con verdadero primor. Sus trincherazos le resultan plásticos y sus derechazos de asombro, pues corriendo la mano con lentitud indescriptible, da varios pases en redondo que arman verdadera escandalera. El toro es bueno y Jaime lo está aprovechando de maravilla. Hay un pase que ni dibujado y nuevos derechazos en los que el hidalguense mide admirablemente el arranque de su enemigo. Sufre una interrupción, reanuda su cátedra de bien torear con la zurda, con la misma perfección con que lo había hecho con la diestra. Varios de sus naturales son de maravilla y no fueron dos o tres, sino diez o doce, obligando a la embestida y tirando del toro prodigiosamente bien… En estos momentos se produce una escena espectacular: dobla los remos “Solitario” como si quisiera rendir homenaje a quien tan bien le ha toreado. Naturales increíbles y el de pecho, digno de ellos, como digno resulta el adorno que se produce entre dianas y gritos de entusiasmo. Dos riverinas muy ceñidas, toreo por delante en busca de la igualada y conseguida esta, entra Jaime y pincha. Segundo pinchazo. Tercero; el toro que se echa, que se vuelve a parar y que se entrega, al fin y al cabo, estallando entusiasta la ovación en honor de Jaime Rangel, a pesar de sus desaciertos con la espada. Si ha matado bien y a la primera, a estas horas estaría recorriendo el ruedo con las orejas y el rabo del noble astado de Torrecilla. Tan grande fue la faena, que Jaime recorre el anillo devolviendo sombreros y prendas de vestir...

Sin abandonar el rigor de sus apreciaciones, don Alfonso de Icaza al justipreciar la actuación de Jaime Rangel en esa tarde, deja claro que lo único que le impidió volver a alzarse con los máximos trofeos en sus manos, fue el defectuoso uso de la tizona para rematar su faena, pero también deja claro que, en ese momento, asegundó con contundencia, su asalto a la cumbre.

Más breve es la reseña que hizo en su día Ernesto Navarrete Don Neto, para la AFP y publicada en el diario El Informador de Guadalajara al día siguiente del festejo:

Jaime Rangel dio esta tarde una de cal y otra de arena... tuvimos que esperarnos hasta la lidia del quinto de la tarde, toro bravo, toro de Torrecilla con el que Rangel cuajó una faenaza a base de naturales... Faena de hombre y de torero. Faena ribeteada con el celo y la casta de este joven y magnífico matador de toros... Una faena puramente izquierdista, la que lamentablemente no fue coronada con la espada, pues necesitó de tres viajes para terminar con la vida de ese bravísimo toro... Una vuelta al ruedo devolviendo prendas de vestir...

Coincide Don Neto en el hecho de que la faena de Jaime Rangel a Solitario de Torrecilla se generó a partir de poderle primero al toro y de bordarlo con la mano izquierda después. No hace pronóstico de los apéndices que pudo haber cortado, pero deja entrever que fue una de esas obras que se quedan para la historia.

Lo que vendría enseguida

Jaime Rangel fue un diestro que ocupó siempre un lugar en los carteles de importancia durante un cuarto de siglo, pues toreó su última tarde el domingo 5 de mayo de 1985 en la Plaza México, en el mismo ruedo en el que había recibido la alternativa. 

Se dedicó a representar y a formar toreros, dando continuidad a la escuela mexicana del toreo que iniciara Ojitos y que llegara a él por conducto de su padre y de su tío Ricardo, quienes a su vez la abrevaron de Samuel Solís, quien fuera discípulo del llamado Maestro de Gaona.

Jaime Rangel entró en la inmortalidad el pasado 7 de septiembre. Hoy le recuerdo con estas estampas de sus triunfos en la plaza más grande del mundo y espero que su paso por los ruedos sirva de ejemplo para todos aquellos que aspiran a ser toreros. 

domingo, 6 de marzo de 2022

Jesús Córdoba, a 95 años de su natalicio

Jesús Córdoba, Luis Miguel DominguínJoaquín Bernadó
Madrid, 29 de septiembre de 1957
ARCM Fondo Martín Santos Yubero

Una de las grandes guerras civiles que registra la Historia de México es la llamada Revolución Mexicana, con la que, diría, se abrió el siglo XX en nuestro país. Los historiadores señalan que uno de sus saldos negros fue la causación de un millón de muertes, pero omiten o no mencionan otra cuenta, aquella que debe sumar el importante número de familias y de personas, que, huyendo del horror de la violencia, emigraron a otras tierras buscando horizontes de tranquilidad para desarrollar sus actividades y sacar adelante a sus allegados.

Ese fue el caso del matrimonio formado por Benjamín Córdoba Razo y María de Jesús Ramírez, quienes durante el año de 1920 tomaron sus bártulos y el camino hacia el Norte, con la intención de establecerse en los Estados Unidos de América y así formar en paz a su familia. Decía un tío abuelo mío – reclutado por el ejército y enviado al frente europeo en la Primera Guerra Mundial – que pasó por lo mismo, que en aquellos años las leyes migratorias americanas no eran tan duras y que bastaba con que tuviera uno el cuarto de dólar que costaba el cruce del puente para que casi sin preguntas, le permitieran el paso a quien quisiera entrar.

Así, muchas de las familias mexicoamericanas que actualmente residen en diversos sitios de la Unión Americana, son descendientes de aquellos migrantes por necesidad del inicio del siglo pasado y se situaron no solamente en los lugares en los que la población tenía raíces nuestras, sino que entraron a las profundidades de los Estados Unidos – la familia de mi abuela fue a parar a Nebraska –, por lo que no nos debe resultar extraño encontrar casi paisanos en cualquier rincón de ese país.

Winfield, Kansas

Winfield, en el Estado de Kansas, es una ciudad fundada en el año de 1870 y nombrada así en honor de Winfield Scott, aquel que comandaba las tropas americanas que ocuparon la Ciudad de México el 15 de septiembre de 1847. Ese fue el sitio, de unos 9,500 habitantes, elegido por el matrimonio Córdoba Ramírez para retomar la vida familiar y es allí donde el 7 de marzo de 1927, diría un buen amigo mío, por un mero accidente demográfico, nació su hijo Jesús, quien siempre se consideró originario de León, Guanajuato, pues de esa región eran sus padres.

Allí aprendió las primeras letras y conoció de la intolerancia de muchos hacia aquellos que tienen alguna diferencia con la mayoría. Eso le templó el carácter y le enseñó que para superar a esos que se conforman con integrar una mayoría, hay que cultivar las habilidades y las virtudes con las que uno cuenta.

 De León, Guanajuato… ¡Para el mundo! 

Es a finales de los años treinta que los Córdoba Ramírez regresan a León, Guanajuato, aunque el padre permanecería en Kansas para mantener su empleo en el ferrocarril local y allí Jesús Córdoba emprenderá sus estudios que llevará hasta la secundaria. Será también el lugar en el que tendrá por primera vez contacto con la fiesta de los toros. Escribe Ann D. Miller:

...asistió por primera vez a una novillada a los 16 años. Si tuvo alguna duda acerca de lo que era el toreo antes de esa tarde, ninguna le quedó después del festejo... la impresión que le causó lo que vio le decidió a ser torero. Junto con otros aspirantes, recorrió de un pueblo a otro y de ganadería en ganadería buscando la oportunidad de probarse y de aprender... Pronto pudo actuar en algún festival...

El recorrer ganaderías le llevó a la que tenía Pepe Ortiz en la Hacienda de Calderón. Allí, frente a las vacas, El Orfebre Tapatío le advierte cualidades y le imparte sus enseñanzas. Jesús Córdoba tuvo la ocasión de adquirir el conocimiento de la real Escuela Mexicana del Toreo, la que viene en línea directa de Saturnino Frutos Ojitos, en este caso por vía de Luis Güemes, que fue el mentor de Pepe Ortiz y éste a su vez, el formador inicial de quien sería después conocido mundialmente como El Joven Maestro.

Eso le permitió desarrollar una tauromaquia de una técnica impoluta y de un notable sello artístico. Así, llega al año de 1948 a una serie de novilladas que daba en el Rancho del Charro el varilarguero y ganadero Juan Aguirre Conejo Chico, prácticamente calando novilleros para después llevarlos a la Plaza México, pues después del fenómeno de Joselillo el doctor Gaona buscaba noveles que le siguieran llenando la plaza en la temporada chica.

Conejo Chico le vio posibilidades al joven Jesús y se lo propuso al empresario de la gran plaza, quien lo presentó allí el 18 de julio de ese año, formando cartel con Luis Solano, Paco Ortiz y Rafael García. Los novillos serían de La Laguna, dando la vuelta al ruedo tras la lidia de Apizaquito y Rondinero, cuarto y octavo del festejo. 

Esa tarde, sin saberlo, Jesús Córdoba abría una de las etapas más brillantes de la historia del toreo en México. Al cabo de trece fechas, esa temporada de novilladas, la del 48, era la de Los Tres Mosqueteros, pues con Rafael Rodríguez y Manuel Capetillo, se formó una terna de toreros que, trascendieron y llevaron el aire de la fiesta mexicana a todos los rincones del mundo.

Ganó la Oreja de Plata en el festejo del 31 de octubre y ya se le empezaba a llamar El Joven Maestro. Escribe Daniel Medina de la Serna:

Sí todo iba bien hasta la sexta corrida, mejor iba a ir a partir de la séptima. El 18 de julio se presentó el primero de los que serían bautizados más tarde como “Los Tres Mosqueteros”: Chucho Córdoba, quien esa tarde dio dos vueltas al ruedo, pero llegó a completar ocho actuaciones, confirmando una a una que no era mentira aquello de “El Joven Maestro”...

Recibió la alternativa el 25 de diciembre de ese 1948 en Celaya de manos de Armillita con toros de Xajay y la confirmó el 16 de enero siguiente de manos nuevamente de Fermín Espinosa y llevando como testigo a Luis Sánchez Diamante Negro, siendo ahora los toros de La Punta.

La confirmación en Madrid tuvo lugar el 21 de mayo de 1952, apadrinándole Pepín Martín Vázquez y llevando como testigo a José María Martorell, con toros de Fermín Bohórquez y en abril de 1953, la Feria de Sevilla será suya, cuando el 24 de abril corta una maciza oreja a un toro de Miura y al día siguiente, el de San Marcos, se lleve otra de un sobrero que los Maestrantes le obsequiaron, de Benítez Cubero.

De Los Tres Mosqueteros, fue Jesús Córdoba el que tuvo mayor permanencia en los ruedos de ultramar, pues estuvo presente en ellos hasta bien entrados los años sesenta del pasado siglo.

La suerte para Jesús Córdoba estuvo en los nombres de Criticón y Pastelero de La Laguna, Luminoso de San Mateo, Muñequito y Cortijero de Zotoluca o Espinoso de Xajay y la mala fortuna en los de Cañonero de La Laguna, Colmenareño y Gordito de Jesús Cabrera o Cumparsito de Rancho Seco

Jesús Córdoba, el hombre

La vida me dio la ocasión – la gran ocasión – de conocer y de tratar a Jesús Córdoba. La profesión de mi padre me acercó a un gran abanico de personas y un grupo importante de ellas fueron las que estaban relacionadas con la fiesta de los toros. A esa profesión de mi padre le debo – y le agradezco – mi afición, que me ha llevado por caminos insospechados y me ha permitido conocer a muchas personas de un gran valor.

La cercanía profesional de mi padre con Rafael Rodríguez y su familia devino en una cercanía familiar después. Mi amistad con Nicolás, uno de los hijos de El Volcán de Aguascalientes me acercó a Jesús Córdoba, su padre político y me permitió conversar con él, de la vida y de los toros y en un par de ocasiones quizás, sentarme con él en el tendido de una plaza. Así percibí a un hombre de un carácter fuerte, pero sensible. De convicciones bien arraigadas y sin duda, enamorado de una fiesta a la que dio mucho y de la que también mucho recibió.

Ejemplo de esa firmeza es cuando se mantuvo en su posición de defender la libertad de asociación de los toreros ante el embate de las empresas, que querían utilizar a la asociación sindical de ellos como arma arrojadiza para fijar precios, plazos y fechas y convertir a los artistas en una especie de funcionarios o burócratas que cobrarían un sueldo fijo y estarían siempre a disposición de esas organizaciones. Le costó terminar abrupta y anticipadamente su carrera en los ruedos y por la puerta de atrás…

Ejemplo de su sensibilidad es la buena familia que formó. Tengo la fortuna de conocer a su esposa y a sus hijos y la seguridad de afirmar que son personas de bien. En estos días eso es un activo invaluable y escaso. Se afirma con insistencia – casi hasta convertirlo en lugar común – que nadie nos enseña a ser padres. Hay mucho de cierto en ese aserto, pero se requiere, como ante los toros, echarse el trapo a la izquierda y darle a cada miembro de la casa, la lidia que requiere, y como los dedos de una mano, no hay dos iguales. Para entender eso, se necesita sensibilidad, y mucha. De esa tuvo, y de la buena Jesús Córdoba.

Mañana se cumplen 95 años del nacimiento de Jesús Córdoba, repito, por un “mero accidente demográfico”, en los Estados Unidos, pero era de León, Guanajuato de corazón. ¡Qué tenga un feliz día Maestro, allí donde se encuentre!

domingo, 14 de noviembre de 2021

16 de noviembre de 1913: Juan Belmonte hace matador de toros a Samuel Solís

Samuel Solís
Foto: Casasola, Cª 1920 INAH  
La historia de Saturnino Frutos Ojitos y su cuadrilla de jóvenes toreros mexicanos ha sido contada de muchas maneras. Quizás las que mejor nos presentan esa etapa de la Historia Patria del Toreo son el libro hagiográfico de Rodolfo Gaona escrito por Carlos Quirós Monosabio, titulado Mis Veinte Años de Torero y el que publicó Guillermo Ernesto Padilla bajo el título de El Maestro de Gaona. Allí hay dos interesantes perspectivas del paso de quien fuera banderillero de la cuadrilla de Frascuelo e implantador, sin duda, en nuestras tierras, en una manera definitiva, de la tauromaquia que hoy conocemos.

Entre 1905 y 1907, Ojitos llevó por las plazas de nuestra República la nombrada cuadrilla integrada por los matadores Rodolfo Gaona, Prócoro Rodríguez y Samuel Solís; los picadores Antonio Rivera y Daniel Morán; los banderilleros Fidel Díaz, Antonio Conde, Pascual Bueno y Manuel Rodríguez y Rosendo Trejo como puntillero. La cuadrilla se deshace cuando Ojitos se dedica en exclusiva a atender los asuntos de Gaona y aunque con posterioridad Manuel Martínez Feria y Enrique Merino El Sordo integran un sucedáneo de ésta, la original, es la aquí anotada.

De esa original cuadrilla llegaron a la alternativa dos de los iniciales matadores, El Califa de León y Samuel Solís, quien recibió tres alternativas, la primera en Puebla el 24 de enero de 1909 de manos de Morenito de Algeciras, la que en este momento me motiva a distraerles y una tercera, el 9 de enero de 1916, con Luis Freg como padrino.

Tercera corrida de la temporada 1913 – 1914

La temporada 1913 – 1914 tenía mucho interés para los aficionados, pues casi todos los toreros que habían triunfado en la campaña española estarían en El Toreo de la Condesa. Vicente Pastor, Luis Freg, Rodolfo Gaona, Manolo Martín Vázquez y Juan Belmonte eran el eje de los carteles y los toros vendrían de las principales ganaderías mexicanas y españolas para que don José del Rivero, director de la empresa La Taurina, S.A., pudiera ofrecer un ciclo con atractivo para la afición. Cuestión aparte, en los cartelillos anunciadores de la prensa, se ofrecía un acceso exclusivo para automóviles por la calle de Salamanca, pagando un peso por usarlo.

La tercera corrida marcaba la reaparición del Pasmo de Triana y la alternativa de uno de los triunfadores del ciclo de novilladas inmediato anterior, el capitalino Samuel Solís, con una bien lograda corrida de Piedras Negras, que se presentaba en la temporada. Durante la semana se publicaron varias notas con fotografías tanto de los diestros actuantes, como del encierro en los corrales de la plaza, animando a aficionados y público a asistir. A propósito de la alternativa de Solís, quien firmó como Pata Larga escribió en El Diario lo siguiente:

Durante la temporada de novilladas dos fueron los toreros que sobresalieron: uno llamado Samuel Solís y otro, Sebastián Suárez “Chanito”, estando el primero más hecho y más cuajado que el segundo, y de aquí que la empresa, y a petición de muchos aficionados, accediera a darle la alternativa a Samuel Solís...

Ese era el ambiente previo al festejo, que se celebró con un lleno hasta la azotea. Porque habrá que aclarar, que en El Toreo de la Condesa, la azotea era una localidad que en las grandes celebraciones, se vendía como cualquiera otra.

La actuación de Samuel Solís

Las crónicas de hogaño dirían que Samuel Solís estuvo discreto esa tarde. Y es que no tuvo una actuación triunfal ante los tres toros de Piedras Negras que enfrentó. El le cedió Juan Belmonte en primer lugar se llamó Pescador, marcado con el número 72 y según la crónica que se lea, era retinto bragado, castaño claro, o colorado hornero. Lo que sí me llama la atención es que ese nombre es frecuente en los toros de Piedras Negras, pues casi 30 años después, Silverio Pérez torearía por sustantivos, según El Tío Carlos a otro Pescador de Piedras, allí mismo, en El Toreo.

Vestido de perla y oro, de la aguja, con vestido encargado a la madrileña sastrería de Uriarte, en la que se vestían las figuras del toreo en aquellas calendas, Samuel Solís estuvo, de acuerdo a la apreciación de Miguel Necoechea Latiguillo en El Imparcial de la capital mexicana, en la siguiente tesitura:

Samuel, torero de otro estilo, idiosincráticamente diverso a Belmonte, hubiera podido estar bien, muy bien, pero siempre hubiera resultado desmedrado y endeble al lado de semejante coloso… Por lo demás, el mexicano en el toro de su alternativa, lució como los buenos con el capote; se adornó con la muleta y entró recto y decidido con el estoque... Con el capote en el sexto, vuelve a ser estilista y parado; busca desquite después con las banderillas, y tras de larga preparación, cuelga tres pares al cuarteo para dar fin a su adversario con una estocada atravesada y otra de igual sospechosa marca… Solís volverá por sus fueros, no hay que dudarlo. La alternativa trae aparejada, entre otras cosas, la obligación de saber llevarla con vergüenza y con donaire...

Belmonte, de rosa y oro, le cortó la oreja al quinto y fue sacado en hombros de la plaza. Por las cuadrillas, a caballo destacaron Conejo Chico, Portugués y Conejo Grande y con las banderillas y en la lidia Pulga de Triana, Magritas, Morenito de Valencia y Patatero.

Del encierro de Piedras Negras, el que firmó como Pelongo, en el diario El Independiente de la Ciudad de México al día siguiente del festejo, escribió:

Aficionados buenos, como son los dueños de la vacada de Piedras Negras, no podían permitir que la divisa roja y negra de sus toros fuera postergada y que su ganadería perdiera el lugar al que había llegado por propios merecimientos. La tarde de ayer vimos una corrida de toros bien cuidados, finos, de bravura no escasa y algunos, como el quinto, grandes y de poder.

Se arrancaron de lejos a los montados, algunos fueron duros y no se dolían al hierro y todos fueron nobles y manejables. Una corrida que, sin ser cosa del otro mundo, sí cumplió y dejó satisfechos a los adeptos a la vacada, que veían con tristeza ir a menos la prestigiada ganadería.

Parece que los señores ganaderos quisieron poner algo de su parte, pues con toros como los de ayer pueden lucirse los diestros…

Así pues, Samuel Solís se alternativó en una buena tarde de toros y eso le valdría para torear otras dos tardes en esa campaña capitalina.

Anuncio de la alternativa de Samuel Solís...

El devenir de Samuel Solís

Ya apuntaba arriba que Samuel Solís recibiría una tercera alternativa en 1916. Y es que para el año de 1914 se fue a buscar fortuna a plazas españolas, donde el doctorado recibido no era válido. La prensa hispana le registra presentándose ante la cátedra madrileña el 19 de mayo de 1914, a puerta cerrada, para matar dos toros, uno de Palha y otro de García de la Lama con los que estuvo bien a secas, en una especie de prueba y promoción ante las empresas. Me llama la atención de que brindó la muerte del portugués al empresario madrileño, quien le correspondió con 50 duros. Esa campaña logra torear allá cuatro o cinco festejos en plazas como Carabanchel, Tetuán, Robledo o Ávila. Regresaría a seguir toreando novilladas allá en 1915.

La despedida de los ruedos

Dentro del ciclo de novilladas del año 1927, para el domingo 27 de marzo, se anunció un festejo con carácter de extraordinario, en el que matarían un toro cada uno Samuel Solís y Carlos Lombardini y actuarían los aspirantes a novilleros Alberto Balderas, José El Negro Muñoz y David Liceaga. El principal reclamo, era la presencia de Rodolfo Gaona para cortarle la coleta a quienes en su día fueron sus compañeros de escuela taurina y de inicios en el andar por los ruedos.

Samuel Solís ya tenía tiempo de no actuar como jefe de cuadrilla, sino como hombre de plata, según lo cuenta quien firmó como Verdugones, en el introito de la crónica de ese festejo y que se publicó en el número de Toros y Deportes aparecido el 21 de marzo de ese año 1927:

Samuel Solís, el finísimo torero mexicano, gracioso diestro en quien hace pocos años todavía abrigábamos grandes esperanzas, nos ha dicho adiós esta tarde. Prácticamente, el discípulo de “Ojitos” estaba ya retirado de matador de toros desde hace mucho tiempo atrás. Veíamosle salir de banderillero, ya en corridas de cierta importancia, y también en novilladas, al lado de toreros noveles, sirviéndole de peón de brega a muchos que no tienen siquiera los méritos suficientes para hacer el paseo a su vera... Se anunció que Samuel mataría un toro de Atenco; después seguirían Alberto Balderas y Pepe Muñoz, discípulos de Samuel, quienes despacharían cuatro toretes, y, por último, cerraría con broche de oro el espectáculo el becerrista David Liceaga, quien en actuaciones anteriores había tenido fortuna...

Samuel Solís estuvo digamos, efectivo esa tarde. Solamente pegó unos lances con la capa en los que hubo algún lucimiento y al final, sin mayor trámite, despachó de un soberbio espadazo al toro de Atenco al que enfrentó. Carlos Lombardini se fracturó un brazo unos días antes, así que no pudo actuar. Gaona bajó al ruedo, le cortó la coleta a sus amigos y el escenario quedó puesto para quienes la crónica de Verdugones señala como discípulos de Samuel.

Samuel Solís y la escuela mexicana del toreo

Y es que Samuel Solís se afincó en la vieja plaza de toros de Tacuba y allí entrenaba y comenzaba a enseñar el toreo. No llegó a ser figura del toreo, pero tenía el toreo en la cabeza, tenía bien aprendidos los conceptos que le transmitió Saturnino Frutos y en el andar por los ruedos, tuvo la ocasión de formarse también los propios. Así que decidió seguir el camino de su primer mentor y como Ojitos, aunque quizás de una manera más callada, se dedicó a formar toreros y a buscar uno que pusiera esto de cabeza.

No tardó mucho en encontrar el primer par de prospectos. Uno, llegaría a ser El Torero de México y lo sería hasta que las astas de Cobijero terminaran con sus días; el otro, encaminaría sus afanes por las veredas de la literatura y la gastronomía. Pero esa pareja de Alberto Balderas y El Negro Muñoz pronto dio bastante de que hablar. Después de ellos vendrían David Liceaga y Ricardo Torres, alcanzando su cota más alta con Carlos Arruza, una de las figuras más destacadas de la historia universal del toreo.

Esa es la verdadera escuela mexicana del toreo, la que continuó las enseñanzas de Ojitos, adaptándolas a nuestra particular manera de ser. Y si no, véanse los logros de los discípulos de éste como formadores de toreros. Alberto Cosío Patatero formó a Heriberto García, Fermín Rivera y a Amado Ramírez entre otros y posteriormente estos alumnos suyos, a su vez también se dedicaron a enseñar toreros y así, por ejemplo, Joselito Huerta fue formado por Heriberto García. Por su parte, otro discípulo de Ojitos, Luis Güemes formó a Pepe Ortiz, quien a su vez ayudó en sus inicios a Jesús Córdoba y a Rafael Larrea y así sucesivamente. 

Como se puede ver, la huella de Ojitos a través de Samuel Solís y de otros que fueron sus discípulos sigue aún vigente en nuestros días. El torero que actuó en el festejo de apertura del Toreo de la Condesa el 22 de septiembre de 1907 y que matara el último astado que se corriera en su ruedo el 19 de mayo de 1946, como fin de fiesta de una corrida en la que actuaron Edmundo Zepeda, Andrés Blando y Miguel López que recibió la alternativa, un eral de San Diego de los Padres llamado Lince, quizás no fue figura vestido de luces, pero se labró un sitio en la historia trasladando el conocimiento del toreo a quienes llegaron a serlo.

Samuel Solís, decía, no alcanzó a ser considerado figura del toreo. Eso no tiene una explicación cierta, le faltó valor, dirán algunos; otros más afirmarán que fue la ausencia de personalidad; alguien terciará que se trató de mala suerte y habrá quien señalará que fue una combinación de todas las anteriores. La realidad es que los caminos del destino de los hombres a veces son inescrutables y lo que parece evidente resulta ser nada más una coartada de la realidad. El futuro de Samuel Solís estaba en trasladar hacia el futuro la tauromaquia que Ojitos nos trajo de España para hacer grande a la fiesta en México.

Aldeanos