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domingo, 1 de agosto de 2021

1º de agosto de 1971: Antonio Lomelín y Querendón de Mimiahuápam

El sangriento verano de 1971

Antonio Lomelín
La llamada Sentencia de Frascuelo se hace presente en los ruedos de cuando en cuando. Pero hay épocas en la historia del toreo en las que los toros parecen empeñados en repartir cornadas graves una tarde y la siguiente también. Así, en el verano de hace medio siglo, el día de Santiago aquí en México, Manolo Martínez se llevó una grande en Ciudad Juárez de un toro de Valparaíso y del otro lado del mar, en el festejo inaugural de la plaza de Villanueva de los Infantes, el toro Cascabel de Luis Frías Piqueras infería otra, que a la postre resultó ser mortal, al torero canario José Mata, que había acudido a actuar esa tarde sustituyendo al originalmente anunciado Juan Calero, que se cayó del cartel.

Al siguiente domingo, en la plaza mallorquina de Inca, Adolfo Ávila El Paquiro, que alternaba con Gabriel de la Casa y Antonio José Galán fue lesionado por el toro de la ganadería de Pepe Luis Vázquez que abrió plaza, resultando con una una fractura y luxación de cuarta y quinta vértebras cervicales y aplastamiento de médula que lo dejó parado por el resto de la temporada y en nuestra frontera Norte, de este lado del mar, ocurrieron los hechos que trataré de contar enseguida.

Tijuana, México 1º de agosto de 1971

El festejo anunciado en la Plaza Monumental de Las Playas ese día se integraba con toros de San Miguel de Mimiahuápam para Jesús Solórzano, Antonio Lomelín y Arturo Ruiz Loredo. La corrida era una de las primeras que don Luis Barroso Barona lidiaba en México después de su gran triunfo en Madrid el 22 de mayo anterior. El encierro y la presencia del acapulqueño Lomelín, triunfador también de la Feria de San Isidro, redondeaban lo que podía ser una gran tarde de toros.

Se dice que las cornadas son consecuencia de errores de los toreros. El cuarto toro de ese festejo fronterizo, llamado Querendón por su criador, correspondía a Jesús Solórzano quien era un buen banderillero. Invitó a Antonio a compartir con él el segundo tercio y es allí donde se produjo el percance. José Alameda, en su Crónica de Sangre, lo describe de la siguiente manera:

Acaba Lomelín de regresar de España. Y el primero de agosto de ese año 71, reaparece en Tijuana. Chucho Solórzano le ofrece banderillas en el cuarto de la tarde, “Querendón” de Mimiahuápam. Lomelín rompe los palos sobre el testuz y cuadra con las cortas. Pero los palos se caen. Emberrinchado, los recoge y repite la suerte. Para no volver a fallar, se queda un instante en la cara, suficiente para que el toro, con sólo alargar el cuello, lo alcance en su derrote frontal y lo despide a la arena… Yo estoy transmitiendo por radio la corrida y cuando Lomelín pasa ante el burladero de trabajo, en brazos de los monosabios, lo veo enconchado, como sumido, y con una sombra que le cambia el color del rostro…

Ingresó en la enfermería para quedar en las manos del equipo que en esas fechas dirigía el doctor José Rodríguez Oliva, avezado cirujano que había enfrentado ya varios percances graves, como aquel de Antonio Ordóñez el 29 de abril de 1962, complicado por la alergia del rondeño a los antibióticos y a determinados analgésicos y que le hizo perder su paso por las ferias de Sevilla y Madrid, teniendo firmadas en esta última la friolera de ¡seis tardes!

Sigue contando Alameda:

El Dr. Rodríguez Oliva, clínico de experiencia, levanta la camisa del torero. Una incisión limpia aparece a nivel del hígado. El médico alza la cara y me ve de frente. Luego, sin mover la cabeza, dirige la mirada hacia la herida y vuelve a levantarla hacia mí. Es un diálogo sin palabras. Los dos pensamos en lo mismo: Alberto Balderas. La cornada, aparentemente, es la misma. Sólo una mínima diferencia, providencial. Rodríguez Oliva me lo explica después: el derrote frontal, que interesa el hígado, es tan rápido que rechaza y despide al torero limpiamente, sin tiempo para que el pitón desgarre la víscera. De haber sucedido esto último, el estrago sería irreparable…

La impresión que cuenta José Alameda, que narraba por radio el festejo mano a mano con Valeriano Salceda Giraldés, se corrobora con el parte que el médico rindió después de la intervención al diestro:

Herida por asta de toro, penetrante de vientre, que se localiza en el hipocondrio derecho, exactamente en el reborde costal derecho y a nivel de la línea media clavicular con un solo orificio de entrada, como de 8 centímetros de diámetro aproximadamente, que interesó músculo recto anterior, peritoneo y porción de epiplón. Se amplió la región lesionada en una extensión de 25 centímetros y, al examinarla, se apreció que el asta del toro interesó el lóbulo hepático derecho, desgarrándolo en una superficie de 8 centímetros y con una profundidad de 10 centímetros en el parénquima hepático. Su pronóstico es grave y esa lesión es de las que ponen en peligro la vida del torero. Dr. José Rodríguez Oliva.

El torero fue intervenido e internado en la Clínica Primavera de Tijuana y posteriormente trasladado a la capital de la República donde se le ingresó en el Sanatorio Español donde en principio, terminaría su recuperación.

Años después, en 1987, el doctor Rodríguez Oliva contó a Jeannette DeWyze, del semanario norteamericano San Diego Reader lo siguiente acerca de su actuación para atender este percance:

Rodríguez afirma que quizás algunas de las cornadas más graves se han producido en las plazas de Tijuana. Una de ellas fue la de agosto de 1971 sufrida por Antonio Lomelín.

El famoso torero acababa de colocar un par de banderillas y giró buscando salir de la suerte, cuando el toro tiró la cornada y prendió a Lomelín en el abdomen, bajo la última costilla. En la enfermería, el doctor Rodríguez se preparó a ritmo frenético y estando listo realizó la incisión en el sitio dañado, mostrando el hígado “estallado en la forma que quedan los cristales de los automóviles cuando se les arroja una piedra”, recuerda.

Hoy el doctor Rodríguez simula la manera en la que de manera rápida suturó el órgano lesionado, haciéndolo de dentro hacia afuera. Cuenta que después aplicó compresas calientes al hígado y dijo a sus asistentes: “Relájense, ya podemos contar chistes”. Cuando después de diez o quince minutos removió las compresas, el sangrado se había detenido y el doctor Rodríguez concluyó la cirugía. 

Lomelín, una vez recuperado de esa cornada, le obsequió al médico un bisturí de oro en muestra de agradecimiento y de reconocimiento a su habilidad quirúrgica…

Contado así, el procedimiento parece sencillo, pero se requiere un gran conocimiento de la anatomía y fisiología humanas y también una extensa experiencia quirúrgica para tener la frialdad suficiente para enfrentar un evento traumático de esa naturaleza.

Las complicaciones de la rebeldía

Antonio Lomelín no tenía el ánimo como para permanecer quieto en la situación en la que se encontraba. Sus triunfos en Madrid le abrieron las puertas de muchas plazas y de muchas ferias importantes en ruedos europeos. Así, en cuanto las peores molestias de la cornada de Querendón cedieron, aún en la cama del hospital, comenzó a urdir la manera de retomar su andar por los ruedos y quiero pensar que se fijó como meta reaparecer en un cartel de tronío. Esto le contó a Jaime Rojas Palacios e Ignacio Solares para su libro Las Cornadas a este propósito:

Yo creo que es la cornada más grave que he tenido – nos dice Antonio –. También ha sido la más dolorosa y la que dejó penosas consecuencias. Después de ocho días, de Tijuana me trajeron al Sanatorio Español de esta capital para que me atendiera el Dr. Hernán Cristerna, especialista en gastroenterología. Ahí estuve dos semanas y media. Sin que los médicos se enteraran, ordené a mi mozo de estoques que comprara boletos de avión y que dispusiera todo para un viaje. Yo tenía una corrida importantísima para mí en Almería, España, pues alternaría con “El Cordobés” y Diego Puerta, y de ningún modo quería perdérmela. Del hospital salí a escondidas y directo me fui al aeropuerto. Llegué a Madrid y al otro día estaba en Almería para torear, sólo 28 días después de mi percance en Tijuana. Corté oreja…

Sin embargo, Antonio Lomelín no estaba plenamente recuperado de sus heridas y pronto las secuelas de la interrupción del tratamiento que se le debió dar empezaron a pasarle factura, cada vez le costaba más recuperarse de los esfuerzos que le representaba el lidiar toros, según contó a Rojas Palacios y Solares:

Me sentía muy desganado. Solo toree en España siete corridas. Cada vez tardaba más tiempo en recuperarme. Primero eran dos o tres horas; luego, un día, y después, dos o tres días en los que no podía levantarme. Regresé a México y otra vez al Sanatorio Español, donde me encontraron un gran hematoma en el hígado. Duró mucho tiempo mi restablecimiento. Estuve más de un mes hospitalizado. Afortunadamente, no hubo necesidad de intervenirme otra vez. El Dr. Cristerna prefiere evitar la cirugía mientras sea posible...

La juventud permite a los seres humanos retar a la naturaleza en muchos aspectos, pero esta acabará imponiéndose en algún determinado momento. Creo que eso le sucedió en este caso a Antonio Lomelín.

La temporada 71 de Antonio Lomelín

El año de 1971 lo inició toreando en Irapuato el 1º de enero y lo terminó en Acapulco el 26 de diciembre. En México actuó en 17 festejos, cortando 24 orejas, 2 rabos y una pata. En ruedos de Europa toreó igualmente 17 tardes, 14 en España y 3 en Francia. También actuó 2 tardes en Lima, sumando consecuentemente 36 corridas toreadas ese año.

Afirmó a Ignacio Solares y Jaime Rojas Palacios que tras de su reaparición el 26 de agosto en Almería, solamente pudo torear 7 corridas más en España. La realidad es que solamente fueron tres más, Peñaranda de Bracamonte, Mérida y Barcarrota, esta última el 9 de septiembre con la que cerró su campaña allende el mar y las fechas perdidas en esas tierras que pude encontrar fueron únicamente las de Vitoria, Bayona y Frejus.

Aquí en México reapareció hasta el domingo 10 de octubre, alternando con Luis Miguel Dominguín y Adrián Romero en la lidia de toros de José Julián Llaguno y al día siguiente volvería a actuar al lado de El Número Uno, junto con Joselito Huerta en Guadalajara, pero ante toros de Torrecilla.

Antonio Lomelín fue el ganador del trofeo Mayte por el año 1971 al mejor quite de la Feria de San Isidro (en la que cortó 3 orejas). En 1970, había ganado el de la mejor estocada. El jurado lo integraron en ese año el Conde de Colombí, Antonio Bellón, Manuel Lozano Sevilla, Domingo Ortega, Luis Gómez Estudiante, Ricardo García K – Hito, José María del Rey Caballero Selipe, César Jalón Clarito y Rafael Campos de España

El Mayte al triunfador de la feria se lo otorgaron a Antonio Bienvenida, que cortó cuatro orejas en la corrida concurso del 30 de mayo, en festejo en el que su alternante, Andrés Vázquez, fue herido por el primero de su lote y el hijo del Papa Negro se quedó con casi toda la corrida.

Concluyendo

Así pues, estos son los hechos y algunas de sus consecuencias ocurridos hoy hace medio siglo. El personaje de estas líneas, Antonio Lomelín, nos debe dejar bien claro que, así como en los tendidos hay sol y hay sombra, para quienes se juegan la vida en el ruedo hay triunfo y hay también tragedia y éstas, a veces, se encuentran en un muy breve espacio de tiempo.

Aviso Parroquial: Quiero agradecer a mi amigo Doblón (@toritosyburros) por haberme acercado a la ubicación exacta de la plaza en la que ocurrieron los hechos aquí narrados y por haberme proporcionado la ubicación del artículo del San Diego Reader citado arriba.

domingo, 27 de diciembre de 2020

25 de diciembre de 1950: Calesero y Trianero de Mimiahuápam

Calesero según Pancho Flores
La tradición verbal del toreo nos hace llegar la versión de que Alfonso Ramírez Calesero fue un torero de un arte quintaesenciado y de valor medido, sambenito colgado a todos los diestros de su cuerda. Esas dos cuestiones nadie se atreve a ponerlas en duda, simplemente se toman como artículos de fe respecto de la vida torera del diestro de la Triana de Aguascalientes y a partir de allí se generan los análisis de su historia y se hace el recuento de su memoria.

Sin embargo, a veces en ese examen que se hace del paso de un diestro por los redondeles, sin malicia, se pasan por alto hechos o sucesos que tienen que ver con la definición del carácter y de la verdadera naturaleza de la esencia del torero de que se trate. En el caso de Calesero o se omite o se deja como algo meramente anecdótico lo que me ocupa este día.

Los días de Navidad y Año Nuevo fueron durante muchas décadas fechas muy señaladas para dar festejos postineros en las principales plazas del país. El caso de Guadalajara no era la excepción y para el 25 de diciembre de 1950, don Ignacio García Aceves anunció un cartel encabezado por Calesero, quien alternaría con Luis Briones y Gregorio García en la lidia de un encierro de la debutante ganadería de Mimiahuápam, propiedad de don Luis Barroso Barona en aquellas calendas.

Por confesión propia, la plaza de El Progreso era una en las que Calesero se sentía más cómodo y en la que, a la vuelta de los años, confesaría a Paco Coello, realizó la mejor faena de su vida a un toro de Tequisquiapan, llamado Hortelano. En esas condiciones y vista la inteligencia con la que don Nacho armó el cartel, pues Alfonso el Trianero podría alternar en quites con otro artista del percal como lo era Luis Briones y en el segundo tercio con un gran banderillero como en su día lo era el potosino Gregorio García.

La corrida de don Luis Barroso, bien presentada, salió con complicaciones. Ante los tres primeros de la tarde, los diestros solamente pudieron limitarse a cumplir, con el consiguiente desencanto de la concurrencia que llenaba el coso de la calle del Hospicio. En esas condiciones es a los toreros a quienes queda el tratar de componer el rumbo de la tarde. 

El cuarto toro se llamó, según la fuente que se consulte, Platanero o Trianero, era negro y estaba marcado con el número 34. Tras de los primeros compases de la lidia, Calesero entendió que no tenía otra opción que pegarse el arrimón, que su tauromaquia de arte quedaría para una mejor ocasión porque el adversario no estaba para florituras. La crónica sin firma aparecida en el diario El Informador de Guadalajara al día siguiente del festejo, entre otras cuestiones dice:

…en su primer toro “Calesero” había estado desconfiado con el capote y con la muleta, Ramírez se concretó a torear de lejos, con la punta de la muleta y cobrarle asco a un toro que merecía algo más.

Tal vez esto en mucho contribuyó a la entrega de “Calesero” en su segundo, un toro rápido, que huía de los capotes y que se defendía y que fue mal castigado. Sin embargo, Alfonso quiso triunfar, quizá arrepentido de lo hecho en el primero. Inició la faena hincado y hasta en seis ocasiones se pasó al toro en esa forma y buscándolo en todos los terrenos.

De pie siguió adornándose con un vasto repertorio de suertes, aguantando porque el toro empujaba más de la cuenta. Y cuando sacó a relucir ese pase cambiado, que es de lo mejor que puede hacer con la muleta, que no es el exactamente llamado de la “vitamina”, sino algo muy personal de “Calesero”, las dos veces que lo ejecutó le salió perfecto, solo que en el segundo quedó entablerado para sufrir el grave percance que hemos relatado.

La conmoción entre el público y los alternantes fue de esas que echan abajo una corrida. Y “Calesero” en lugar del triunfo por su emotiva y adornada faena que venía haciendo, aunque un tanto atropellada, se llevó seis cornadas en vez de las orejas y el rabo de su enemigo, que hubiera merecido de haber seguido en ese plan…

El percance fue de esos que capturan la atención de los tendidos desde que ocurre y no sale de ella en el resto de la tarde, sigue narrando el ignoto cronista del El Informador:

…La cogida fue tan fuerte como aparatosa. en una faena en la que Alfonso Ramírez estaba poniendo de su parte todo entusiasmo por triunfar y lo iba consiguiendo hasta poner de pie a los espectadores, después de prodigar un segundo pase cambiado muy personal de él, con que había obtenido estruendosas ovaciones, se echó el toro encima y estando entablerado, fue trompicado y enseguida levantado en vilo, arrojado contra las tablas y vuelto a recibir por los pitones hasta que el toro se le vino en gana…

… El diestro fue conducido al producirse la cogida al sanatorio de la calle Garibaldi donde estuvo en manos de los doctores Mota Velasco y Pérez Lete hasta después de las nueve de la noche en que terminaron de operarle. La cogida es muy seria por el número de heridas, la natural extenuación del herido, el choque traumático y lo intenso de la intervención quirúrgica. Pero también se dijo anoche que afortunadamente los cuernos del toro, que ambos había empleado para herir a “Calesero”, no habían interesado vasos importantes en las piernas, que fueran un peligro inminente para su vida…

Dentro de los límites de la desgracia, se adelantaba que las cornadas eran extensas, pero de las que la jerigonza médica de estos tiempos llama limpias, es decir, que no afectaron estructuras vasculares de importancia y por ende, salvo la naturaleza misma de las heridas, no comprometieron la vida del torero.

En el número de La Lidia de México aparecido el 5 de enero siguiente, quien firma como Antoñico A.D., hace también una serie de reflexiones acerca de este percance, señala como nombre del toro heridor el de Trianero – el de Platanero aparece en la crónica de El Informador – y lo más relevante, transcribe el parte médico completo que rindieron los doctores Ramírez Mota Velasco y González Pérez Lete y que es de la siguiente guisa:

Durante el último tercio de la lidia del cuarto toro de la tarde ingresó a esta enfermería el diestro Alfonso Ramírez, quien presenta las siguientes heridas por cuerno de toro: la primera cornada está situada en la cara interna del muslo derecho, al nivel del tercio inferior y con una extensión de catorce centímetros. Interesó piel, tejido celular, aponeurosis y músculos de la región. Las otras dos cornadas que tiene en el muslo derecho están situadas entre sí a una distancia de seis centímetros. Las dos comunican en la misma trayectoria y se dirigen hacia arriba y hacia adentro, interesando piel, tejido celular, aponeurosis y músculos de la región, que es el tercio medio, caras anterior e interna del citado muslo. con una extensión de quince centímetros, de abajo hacia arriba, siguiendo todo el pliegue inguinal. Las cornadas quinta y sexta se encuentran también en el muslo izquierdo y también en el tercio inferior. Ambas tienen un trayecto común hacia arriba y hacia adentro, en una extensión de treinta y cinco centímetros, desgarrando piel, tejido celular, aponeurosis y músculos de la región, teniendo ocho centímetros de profundidad, dejando al descubierto muchos vasos que sangraron en intensidad mediana. La séptima y última cornada está situada en el hipocondrio derecho con una extensión de tres centímetros que interesó piel y tejido celular. Se operó bajo anestesia de pentotal ciclo; se hizo la debridación correspondiente de las heridas, lavándolas con suero fisiológico. Se le aplicó sulfatiazol, afrontándole las heridas, músculos, aponeurosis y piel, dejándole siete tubos de canalización. Transfusión sanguínea. Aplicación de sueros antigangrenoso y antitetánico. De no presentarse ninguna complicación tardará en sanar unos veinte días.

Un parte muy extenso en el que se describen de manera prolija cada una de las siete heridas que sufrió Calesero, en el que llama la atención el hecho de que se haya aplicado sulfatiazol para prevenir la infección de las heridas reparadas, no obstante que ya había penicilina disponible en esa época y la necesidad de transfundirle sangre sin precisar el volumen aplicado.

Años después, en entrevista ex – profeso para el libro Las Cornadas, Calesero contó a Ignacio Solares y Jaime Rojas Palacios lo siguiente acerca de este pasaje de su vida en los ruedos:

Me trajo tanto tiempo entre los pitones, que me dio oportunidad a pensar ¿a quién le habré hecho tanto mal para que este toro me haga tanto daño? Cuando al fin me soltó, me paré y vi que entre las dos vías me salía un río de sangre. Creí que me había roto la femoral. Me quiso dar un shock, pero vino la reacción del hombre; si mi mal tiene remedio, ¿para qué me apuro?, y si no lo tiene… Entré tranquilo a la enfermería. Yo mismo me desamarré los machos, me puse en manos de Dios y me dispuse a que los médicos me “echaran mano”. Pasé las famosas 72 horas entre la vida y la muerte. Tenía mucha fiebre. Los médicos estaban temerosos de que se les hubiera quedado sin explorar alguna trayectoria de tantas heridas. Siempre he sido muy sano y metódico, entregado por completo a mi profesión. Lleno de sol y aire puro, estaba y estoy muy fuerte. Por eso, sané muy aprisa. Reaparecí el 14 de enero siguiente, a las tres semanas de lo de “Trianero” …

Efectivamente, la reaparición fue en la fecha indicada por el torero, en la feria de El Grullo, aún con los puntos en las heridas, toreando mano a mano con Manuel Capetillo y le cortó el rabo a uno de los toros de Lucas González Rubio que sacó en el sorteo y enseguida volvería a la Plaza México el 18 de febrero de 1951, alternando con Fermín Rivera y Carlos Arruza, para lidiar toros de La Laguna.

Iniciaba esta remembranza partiendo de la noción de que a Calesero generalmente se le concibe como un torero de valor medido. Creo que el hecho de haberse levantado de esta serie de cornadas, recibidas en un solo envite y haberse mantenido en un sitio de privilegio en el escalafón mexicano – lo llegó a encabezar los años de 1958, 59 y 60 – desmienten la forma y el fondo de esa concepción.

Alfonso Ramírez Alonso todavía recorrió los ruedos de México y de América del Sur durante casi dos décadas más, escribió en esos tiempos algunas de las páginas más grandes de su historia, como la de la tarde del 10 de enero de 1954, cuando el atildado y puntilloso Carlos León lo postuló para un hipotético Premio Nóbel del Toreo; o la del 18 de enero de 1959, allí mismo en Guadalajara, con el toro Yuca de Tequisquiapan, esa tarde en la que don Nacho García Aceves dijera que si Calesero” toreara así todos los domingos, sería dueño del Banco de México, o la del 25 de abril de ese mismo año, aquí en su tierra y otras muchas que ahora se me escurren de la memoria.

Un torero de valor medido no se habría quedado en los ruedos tanto tiempo, y sin embargo Calesero permaneció y permanece todavía entre nosotros, siempre habrá, cuando se necesite un referente del torero artista, que recurrir al justamente llamado Poeta del Toreo.

domingo, 15 de marzo de 2020

3 de marzo de 1974: El encuentro de Borrachón de San Mateo y Manolo Martínez

Manolo Martínez al natural
Las cornadas de los toreros

Ya en algunas entradas anteriores había comentado lo que es conocido como la sentencia de Frascuelo, la expresión aquella que indica que los toros dan cornadas porque no pueden dar otra cosa. ¿Pero es esto nada más así? ¿Son las cornadas meramente azar?

Para conformar esta participación busqué corroboración de la idea que se propaga en el sentido de que las cornadas son resultado de errores de los toreros. Resulta complicado encontrar en blanco y negro el reconocimiento de tal afirmación. Sin embargo, esta se hace y por allí algo queda. Hace unos once años, el 26 de julio de 2009, con motivo de haber cumplido setenta años, se publicó en el Diario Vasco una entrevista a Santiago Martín El Viti y a este propósito dijo lo siguiente:
...todas las cornadas o las cogidas son por un error del torero. Es cierto que el toro avisa casi siempre pero incluso cuando no lo hace te coge por algo que tú no has hecho bien. Y de los errores se aprende. Como en todos los aspectos de la vida...
Por otro lado, don Javier Villán, en su obra Tauromaquias. Lenguaje, liturgias y toreros, bajo la voz Error, define entre otras cuestiones, lo siguiente:
Error. Las cornadas acaecen casi siempre por un error de los toreros. Es dogma universalmente aceptado que el toro avisa pero nunca se equivoca...
Seguramente habrá más opiniones y comentarios al respecto, pero los que cito creo que ilustran suficientemente la situación. Entonces, aunque queda un breve espacio para el azar o para la influencia de los elementos, sin duda las cornadas pueden atribuirse en gran medida debidas a errores de los toreros.

Plaza México, temporada 1973 – 74 

Este ciclo, organizado por DEMSA y segundo que encabezaba como gerente el ganadero Javier Garfias, constó de 16 corridas y una extraordinaria. El elenco de toreros lo conformaron, por orden de aparición Alfredo Leal, Eloy Cavazos, Antonio Lomelín, Curro Rivera, Mariano Ramos, Francisco Ruiz Miguel, Raúl Contreras Finito, Adrián Romero, Raúl Ponce de León, José Mari Manzanares, Jesús Solórzano, Pepe Cáceres, Manolo Espinosa Armillita, Mario Sevilla y Jaime Rangel. Actuaron también los rejoneadores Pedro Louceiro y Gastón Santos. Confirmaron su alternativa El Niño de la Capea y Curro Leal (1ª) y Jorge Blando (12ª) y se despidió de la profesión Luis Procuna (14ª).

Los grandes hechos de esa temporada fueron sin duda la faena de Mariano Ramos a Abarrotero de José Julián Llaguno que fue indultado en la 5ª del serial; la de Jesús Solórzano a Fedayín de Torrecilla en la 6ª; la del Niño de la Capea a Alegrías de Reyes Huerta en la 7ª, malograda con la espada; la de Luis Procuna, a Caporal con la que cortó el último rabo de su carrera y la de Jesús Solórzano a Billetero, ambos toros del Ing. Mariano Ramírez, estas dos en la 14ª.

Los efectos del número 13

El domingo 3 de marzo de 1974 se celebraba la 13ª corrida de la temporada. Alternaban Manolo Martínez, José Mari Manzanares y Mariano Ramos. El encierro anunciado era de San Mateo. La tarde y la temporada se presentaban cuesta arriba para el torero de Monterrey. Era su sexta presentación del ciclo y hasta el momento no había tenido una tarde en la que se pudiera decir que había justificado su posición de eje del mismo.

En el renglón de resultados, no había cortado un solo apéndice y sí al contrario, llevaba dos toros devueltos al corral, Campanero de Mimiahuápam en la segunda – esta tarde también el Niño de la Capea se dejó uno vivo – y Huapanguero de Reyes Huerta en la séptima. 

En esta última tarde ocurrió un hecho que vale para la anécdota, pues el juez de plaza, mi paisano don Jesús Dávila, le sonó a Manolo el primer aviso cuando intentaba meter al toro en la muleta. El torero, furioso, arrojó los trastos a la arena y se metió al burladero de matadores a esperar que le sonaran los otros dos avisos. Cuando sonó el tercero, salió, tomó su muleta y comenzó a torear por naturales, salieron los cabestros, uno de ellos arrolló al subalterno Chucho Morales, mientras, Manolo Martínez le metió la espada a Huapanguero que cayó muerto y después los cabestros también arrollaron al diestro. La gente pedía los trofeos para el torero. Gran bronca al juez, vueltas al ruedo al torero. Al final, multa al torero y hecho inusitado para la historia de la plaza.

Pero volviendo al tema, la decimotercera corrida de la temporada 73 – 74 era de fuerte compromiso para Manolo Martínez. Los toros de San Mateo, con edad, resultaron complicados. El cuarto de la tarde, llamado Borrachón, número 13, era el segundo del lote del llamado Milagro de Monterrey. Y era un toro con cierta historia. Gustavo Castro Santanero, caporal – mayoral – entonces de la ganadería relata lo siguiente:
Manolo Martínez, de novillero, le cortó el rabo a un novillo de nombre “Toledano”, número 50, al que me había dicho don Javier Garfias que le pusiera nombre. Cuando me preguntó por qué lo había bautizado así, le dije: “porque va a salir con mucho temple, igualito que las espadas de Toledo”. No recuerdo si era la segunda o la primera novillada que Manolo toreaba en Guadalajara. Estuvo sensacional; desde entonces apuntaba el cante. 
Ya de matador, a Manolo le salió el toro número 13 en la Plaza México, aquél famoso “Borrachón” que puso en peligro su vida por la cornada tan grave que le pegó en la corrida del 3 de marzo de 1974. A este toro, en el embarque, me le escapé gracias a que andaba muy bien “montao” en mi caballo “El Charrasqueao”; me hizo dos veces el viaje en un terreno muy corto, y en una corraleta me le salí. Eso fue nomás gracias a que andaba bien montado... (Gustavo Castro Cuna “El Santanero” Capítulo 7, Págs. 77 – 78)
El peso de la responsabilidad hizo a Manolo Martínez intentar hacerle fiestas al toro número 13. De las relaciones que pude leer, quizás pensó que podría someterlo como a Jarocho, de la misma ganadería, un par de años antes. Esto escribió Daniel Medina de la Serna sobre lo sucedido esa tarde:
Sin mencionar en ningún momento que se trataba de una corrida vieja, pasada de edad; lo que también puede corroborarse con las fotografías que publicaron los diarios, porque se ha venido creando la leyenda de que algunos de esos toros, especialmente el primero y “Borrachón”, tenían nueve años de edad y que hasta habían estado padreando en la ganadería. El causante del desaguisado era un toro resabiado, sí, de indudable peligro, al que Manolo Martínez, a pesar de haber sido avisado antes, trató de pasárselo por la faja hasta que sobrevino el percance; y es que las figuras, si lo son, tienen que pisar esos terrenos comprometidos cuando su jerarquía puede estar en entredicho, y la temporada, para el de la Sultana del Norte, se había venido dando en forma bastante adversa y necesitaba el triunfo… o la cornada…
La crónica de la agencia Excélsior, aparecida en el diario El Informador de Guadalajara al día siguiente del festejo, señala como mecánica del percance la siguiente:
El percance se registró en el tercio, cerca del burladero de matadores, cuando Manolo intentaba dar un pase natural a “Borrachón”, toro negro astifino, marcado con el número 13 y con 444 kilos. 
El burel, que había manifestado casta, se quedó y se venció; prendió a Manolo con el pitón izquierdo y derrotó. Todavía en el suelo el torero, el burel hizo por él y lo levantó impresionantemente por la casaquilla…
El parte facultativo presentado por el doctor Javier Campos Licastro, en esa fecha Jefe de los Servicios Médicos de la Plaza México fue del siguiente tenor:
Estado de shock traumático intenso. Herida de cuerno de toro como de 8 centímetros de extensión situada el tercio medio de la cara interna del muslo izquierdo. Hemorragia profusa. Se apreciaron dos trayectorias, la primera hacia arriba y afuera casi hacia el trocánter mayor, como de 36 centímetros de longitud. La segunda hacia fuera y abajo como de 24 centímetros de longitud. Están lesionados ampliamente los músculos vasto interno, vasto externo y recto anterior, con sección de la arteria y la vena femoral profunda. Pronóstico grave. Tardará en sanar más de quince días.
Sección de la arteria y la vena femoral profunda... En otros tiempos esa leyenda era una sentencia de muerte para un torero. El avance de la cirugía y quizás también, el destino, permitieron que Manolo Martínez superara esa gravísima lesión – aunque el parte facultativo use solamente el término grave – y continuara su carrera en los ruedos.

El día después

Entrevistado por periodistas de la agencia Excélsior en su habitación de hospital, el torero de Monterrey expresó lo siguiente al día siguiente del percance:
La temporada presente ha estado llena de percances para Manolo, 2 toros que oficialmente se fueron vivos al coral, aunque uno murió en el ruedo por su espada. La competencia de nuevas figuras, las broncas, los pleitos y en veces el arte de una capa que silenciosa recorre el espacio entre él y la res que bufa y estalla de nervios...
- “¿Contribuyó esto a la cornada?”
- “No creo. Lo que pasa es que el público cada vez me exige más. Competencia no creo, yo no tengo competencia, nadie...”
- “¿Pérdidas económicas?”
- “Pues en las plazas pequeñas – dice José Chafic – un promedio de 60,000 pesos por corrida. Lo que no toree en la México equivale a 250,000 por cada domingo”.
Pero lo que me duele es no poder torear las corridas que ya tenía firmadas...
Y ya tiempo después, con espacio para la reflexión, Manolo Martínez le contó esto a Ignacio Solares y Jaime Rojas Palacios:
¿Puede ser el mismo un hombre después de una experiencia así?
- Dicen que influyó determinantemente la impresión nerviosa que tuve al saberme herido de tanta gravedad… La verdad es que desde el principio, desde que entró el cuerno de Borrachón en mi carne, yo sentí que me moría, que la vida se me iba por la herida. Nunca me había sucedido, pero también es cierto que nunca había sufrido una cornada tan grave.
- ¿Te hizo más temeroso la cornada de Borrachón?
- Al contrario. Después de haberme salvado de esa cornada todo lo que viniera era ganancia. Nunca aprecia uno tanto la vida como cuando acaba de ver el rostro de la muerte. (Las Cornadas, Pág. 251)
La realidad es que en el imaginario colectivo, la cornada de Borrachón se percibe como un parteaguas en la historia taurina de Manolo Martínez. Recurro nuevamente a la apreciación de mi amigo Gastón Ramírez Cuevas, quien señala que el Manolo Martínez anterior al percance era el de blanco y negro y el posterior era en technicolor. El eterno contraste del antes y el después.

Sea como fuere, errores de los toreros, mero azar o simplemente, como decía El Negro, retribución de los toros porque no pueden hacerlo de otro modo, la historia de los toreros también se puede escribir a partir de las cornadas que reciben.

Manolo Martínez reapareció en Morelia el 31 de marzo de ese 1974. Alternó con Eloy Cavazos y Curro Rivera en la lidia de toros de Javier Garfias. Cortó tres orejas y un rabo. Yo le vi reaparecer aquí la noche del 23 de abril de ese año, flanqueado por mi padre y don Toño Ramírez González. Para lidiar toros de Gustavo Álvarez se acarteló con Eloy Cavazos y Mariano Ramos. Vestía un terno negro y oro y en el tendido corría la especie de que era el mismo que vestía la tarde del 3 de marzo anterior...

Y fuera de tema. En estos tiempos difíciles, cuiden su salud y la de quienes los rodean.

domingo, 1 de marzo de 2020

En el centenario de Carlos Arruza (III)

1º de marzo de 1953. Carlos Arruza se viste de luces por última vez

¿Por qué vuelven los toreros?

Carlos Arruza, 22/02/1953
Foto: El Ruedo
Las despedidas definitivas de los toreros son infrecuentes. Tanto así que el tema de su vuelta a los ruedos inspiró a Conchita Cintrón a escribir un libro sobre las motivaciones que los hacen volver a los ruedos. Curioso es que de todos aquellos con los que conversó sobre el tema, ninguno dio a la Diosa Rubia una razón igual a la de otro. Cada uno tenía un por qué distinto para volver después de haber dicho que se iba.

Carlos Arruza no sería la excepción. En 1948 anunció que se iba de los ruedos. Tenía apenas ocho años de haber recibido la alternativa y unos cuatro de haberse encaramado a la cumbre. Fueron unos años muy intensos. El torero lo contó así a su biógrafo Barnaby Conrad
Comencé a pensar en retirarme, pues creí que ya no tenía metas por alcanzar en mi vida profesional. Todo lo que había soñado ya lo había conseguido. Con el dinero ganado en México, adquirí un edificio en la calle de Balderas, cerca del lugar en el que nací; después otro en Juan de la Barrera, eso junto con la ganadería en España, me aseguraba el futuro, así que un día apenas iniciado 1948, decidí que me iba a retirar de los toros… Iba a disfrutar de lo que había conseguido…
En esa creencia, la corrida de la despedida se programó para el 22 de febrero de ese 1948. Se celebraría en el casi nuevo Toreo de Cuatro Caminos y alternarían con él Calesero y Antonio Velázquez en la lidia de un encierro de La Punta. Fue una tarde en la que el viento intentó oponerse a los esfuerzos de los toreros. El primero de la tarde, Carabuco, hirió a Calesero en banderillas, y por eso no mató ninguno. En forzado mano a mano, Arruza cortó la oreja al segundo, Portuguero y al quinto, Puntillero. Por su parte, Velázquez mató tercero, cuarto y sexto. Al cuarto, Recóndito, le hizo una gran faena, pero lo pinchó. Sobre ese adiós de Arruza, El Tío Carlos, en su tribuna de El Universal, escribió:
…Hace seis meses apenas – ¡y ya parece tanto tiempo! – despedíamos a uno de los dos cuando lo llevaban en hombros por el camino de Linares a Córdoba. Hoy hemos despedido al otro, en el centro de un ruedo aún estremecido de triunfos… Pero bien ha hecho Carlos Arruza en marcharse. Ha hecho bien porque ya el arte moderno del toreo no necesita más sangre; la de su primer fundador es dolorosamente suficiente para probar la autenticidad y la verdad de este modo que ellos implantaron. Ahora él, Arruza, será – y volvemos al principio de estas líneas – el vivo testimonio de que si en esa escuela se puede morir heroicamente, también es posible vivir íntegramente. Que junto a la gloria ultraterrenal del mártir, pueden subsistir la gloria y el poder actuales y presentes del pontífice. ¡Adiós, Arruza!...
Tras incontables vueltas al ruedo, su mentor, Samuel Solís, le desprendió el añadido.

Comenzaba una nueva vida para Carlos Arruza, era ganadero en España y tenía inversiones inmobiliarias en la Ciudad de México, es decir, tenía asuntos a qué dedicarse. Sin embargo al paso de un par de años, esa actividad no le era suficiente. Cuenta Ignacio Solares:
Me contaba Jacobo Zabludovsky que a los dos años de despedirse Carlos Arruza por primera vez de los toros, en 1950, este lo invitó a comer por la necesidad imperiosa que tenía de un trabajo, no tanto por lo económico – Carlos tenía varios edificios en la ciudad, inversiones en dólares, una ganadería –, sino por tener algo que hacer. 
—Llevo las cuentas de mis negocios, leo mucho, estoy con la familia, veo amigos, pero si no tengo una verdadera responsabilidad voy a volver a torear. Me conozco. 
Jacobo habló con el presidente Miguel Alemán para contarle el caso y este lo remitió enseguida al secretario de Relaciones Exteriores, Manuel Tello. Arruza podía ser representante del país en un buen número de eventos de la Secretaría en el extranjero. 
Así sucedió. Tello le contó a Jacobo, a los pocos meses, que Carlos era un modelo de empleado, pocas veces visto por él. 
—Llega todos los días a las nueve de la mañana a su oficina, atiende enseguida todos los asuntos que se le encomiendan. Habla y lee perfectamente en inglés, que aprendió, dice, por su cuenta en la adolescencia. Su cultura es admirable. Su puro nombre abre puertas insospechadas en todo el mundo. Las cartas que manda reciben respuesta enseguida. Lo conocen hasta en China. “Oh, el torero más famoso del mundo junto con Manolete”, dicen…
De lo que escribe Ignacio Solares se advierte que para 1950 ya le afectaba a Arruza el hambre de miedo y la sed de toros negros a la que se refería Rafael Rodríguez cuando Conchita Cintrón le preguntaba por la súbita vuelta que hacía a los ruedos a torear una corrida de despedida en 1971.

Y así, poco duró Arruza como funcionario de la Secretaría de Relaciones, pues en ese 1950 regresó a los ruedos. Lo hizo en Europa y aunque las relaciones taurinas con España estaban rotas, toreó entre Portugal y Francia 24 corridas ese año. Reaparecería en la Plaza México el 18 de febrero de 1951, para lidiar toros de La Laguna en unión de Fermín Rivera y Calesero.

El adiós de la Plaza México

Llegado el año de 1953, Carlos Arruza decidió nuevamente irse de los ruedos. En esta oportunidad lo hizo con menos aparato que un lustro antes. Para hacerlo escogió una corrida benéfica, la Corrida Guadalupana. Esto es lo que contó a Barnaby Conrad:
Arreglé las cosas para una última corrida en la Ciudad de México. Para el 22 de febrero de 1953. La Corrida Guadalupana, la fecha más importante de la temporada. A diferencia de la mayoría de las corridas, esta sería de seis toros para seis matadores, así que solamente tendría una oportunidad de triunfar. Recé porque el toro que me tocara fuera bravo. 
Antes de cerrar la fecha, llamé a mi madre y a mi esposa y les pedí que prepararan las tijeras, porque cuando cayera ese toro, el número 1260 de mi vida, podrían cortarme la coleta… Ellas me verían torear por primera vez, pero por la televisión… 
Nadie sabía que me iba, sino hasta el momento del brindis, me dirigí al tendido y localicé la cabeza calva de mi amigo y gran aficionado Rico Pani. Había dicho en una ocasión que el día que le brindara un toro, ese día me iría de los ruedos y ese sería mi último toro. Cuando terminé el brindis me dijo: “Esto me causa tristeza, pero te felicito. Tristeza como aficionado, felicidad como amigo”. Esas palabras me llenaron mucho…
Puede causar extrañeza la celebración de una Corrida Guadalupana en febrero. La realidad es que era Guadalupana por el destino de los beneficios que producía, que eran en su día, las obras de preservación y consolidación de la Basílica de Guadalupe. El cartel lo formaron el rejoneador Juan Cañedo, Carlos Arruza, Manolo González, Manolo dos Santos, Jesús Córdoba, Manuel Capetillo, José María Martorell y Juan Silveti. Los toros, por su orden fueron de: Xajay (para rejones), Torrecilla, San Mateo, Heriberto Rodríguez, Tequisquiapan, Zotoluca, Zacatepec y Rancho Seco.

La versión de Daniel Medina de la Serna, en el primer tomo de la Historia de una Cincuentona Monumental sobre lo sucedido esa tarde, es la siguiente:
Carlos Arruza, que unos tres años antes se había “despedido” llenando los periódicos, antes y después de la corrida, con artículos alusivos, panegíricos, entrevistas con él y con sus familiares… Pero esta vez se despidió callada, secretamente. La fecha escogida fue el 22 de febrero (17ª), corrida Guadalupana. Con la emoción íntima de que era su penúltima tarde, pues al siguiente domingo sería la última en Ciudad Juárez y a beneficio de su cuadrilla, Carlos Arruza hizo, quizá, su mejor faena en la que se olvidó de ser “el atleta perfecto”, para realizar su más armoniosa obra; el toro se llamó “Peregrino” y fue de Torrecilla. De lila y oro dijo adiós… (143 – 144)
Por su parte, el semanario madrileño El Ruedo, en el ejemplar aparecido el 26 de febrero de 1953, refiere lo siguiente:
En la Corrida Guadalupana la nota más destacada ha sido la retirada del toreo de Carlos Arruza. Se lidiaban ocho toros de distintas procedencias para el rejoneador mejicano Cañedo y los espadas Arruza, Dos Santos, Manolo González, Jesús Córdoba, José María Martorell, Capetillo y Juan Silveti. La tarde era magnífica; el lleno, rebosante, y se inició la corrida con un desfile de charros realmente pintoresco e impresionante... Carlos Arruza se despidió de la afición de la Monumental toreando al toro «Peregrino» de Torrecilla, que resultó muy bravo. Estuvo admirable con el capote; puso pares de banderillas después de preparar al toro a cuerpo limpio, clavando en todo lo alto e hizo una faena de muleta admirable, con series de naturales y de pecho, pases con la derecha y adornos; pese a que entró a herir tres veces, le concedieron las dos orejas del toro y dio varias vueltas al ruedo entre la emoción del público, que le pedía que no se fuese, mientras éste se quitaba la coleta añadida en el centro del ruedo. Esperemos por bien de la fiesta, que esta retirada, como la primera del mismo Arruza, sea momentánea... La última corrida de la vida torera de Arruza se celebrará el día 1, en Ciudad Juárez, y el diestro la torea a beneficio de su cuadrilla.
La tarde de Ciudad Juárez

Hoy en día sorprenderá a más de uno que un torero que se despidió triunfalmente en olor de multitudes en la Plaza México vaya después a una plaza de provincia a torear una corrida a beneficio de su cuadrilla. Eso hacían los toreros de antaño y no solo cuando dejaban los ruedos, sino en ocasiones al final de cada temporada.

Hemos de tener en cuenta también, que cuando menos dos de los que formaban filas con Carlos Arruza, Alfonso Tarzán Alvírez y Javier Cerrillo estaban junto a él casi desde los días en que iba a aprender el toreo en Tacuba con Samuel Solís, entonces, más que su cuadrilla, eran su familia. Por eso, al menos a mí, me resulta más que comprensible el que les toreara una última corrida a su beneficio.

El cartel de ese 1º de marzo de 1953 lo formaron cuatro toros de La Punta para Arruza y Juan Silveti. Fue el último triunfo de Carlos vistiendo de seda y alamares. La relación del festejo aparecida en el semanario El Ruedo del 5 de marzo de 1953, es de la siguiente guisa:
En Ciudad Juárez y a plaza atestada, se celebró la corrida de toros con la que se despidió de la afición el diestro Carlos Arruza, quien, como ya decíamos, cedió sus honorarios a sus banderilleros y picadores. Arruza estuvo muy bien en todos los tercios, pero en el toro que abrió plaza la faena tuvo mayor relieve, pues todos los pases fueron perfectos. Al matar pinchó varias veces, por lo que perdió la oreja de su enemigo. Sin embargo, dio dos vueltas entre aclamaciones. En su segundo toro Arruza fue ovacionado durante la faena, a la que puso final con una gran estocada. Cortó las dos orejas y el rabo y dio varias vueltas al ruedo. Fue galardonado por la afición con el trofeo de Ciudad Juárez. Juan Silveti, tan torero como artista, cortó una oreja a su primero y las dos del segundo, siendo aclamado repetidamente. Ambos espadas salieron de la plaza a hombros de los entusiastas.
¿El final del camino?

Parecería que Carlos Arruza ya se había ido definitivamente de los ruedos. Era en ese momento ganadero en México y en España. Seguía manteniendo importantes negocios inmobiliarios. El gusanillo por torear lo podía matar en el campo. Sin embargo, los giros de la existencia son difíciles de predecir. En el biopic Arruza, el narrador (minuto 5:00 aproximadamente), siguiendo el guión de Budd Boetticher, el narrador expresa:
“La tranquilidad de la vida en el campo era una bendición, pero la rutina diaria de Pastejé se volvió aburrida y el fastidio era una nueva y misteriosa experiencia para Carlos Arruza… Entonces, una tarde, sucedió… hay un caballo suelto, un vaquero se descuidó al atarlo… una vaca que va a reunirse con la manada… una vaca embravecida embiste a cualquier cosa en movimiento… el plan de Arruza es muy simple, atraer a la vaca hacia él y llevarla hacia la manada… ahora, con el sombrero, está atrayendo a la vaca… Mari Arruza reconoce ese juego por su niñez vivida en Sevilla… se llama rejoneo…”
Carlos Arruza simplemente no podía quedarse quieto...

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