Mostrando entradas con la etiqueta Edad de Oro del Toreo en México. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Edad de Oro del Toreo en México. Mostrar todas las entradas

domingo, 21 de agosto de 2022

21 de agosto de 1960. La tragedia de Cañitas

Cañitas en Madrid
10 de junio de 1945
Foto: Martín Santos Yubero
Ya había dejado escrito por estas páginas algunas de las hazañas de Carlos Vera Cañitas, torero mexicano que tuvo por divisa el valor cabal y sin cortapisas. Surgido en una época en la que tuvo que competir con toreros que o dominaban la técnica y el oficio o eran artistas consumados, resultó un ingrediente interesante para integrar carteles en los cuales su manera de hacer el toreo contrastaba con la sabiduría o el refinamiento de sus alternantes, a quienes con sus alardes de temeridad muchas veces empujaba a dar ese paso hacia adelante que en otras condiciones no se produciría.

Alternativado el 26 de octubre de 1941 por Lorenzo Garza en Ciudad Juárez y confirmado en El Toreo el día 9 del mes siguiente por Armillita, en esa tarde comenzó a recorrer las enfermerías de las plazas, pues el segundo de su lote lo hirió de consideración, pero eso no detuvo su actuar por las arenas de nuestro país, aunque en la capital mexicana se le relegara a las temporadas económicas de verano, en las que tuvo faenas como las del toro Serranito de don Carlos Cuevas, o las dos realizadas la tarde de la despedida del Tigre de Guanajuato Juan Silveti.

Al mediar 1944 se reanudó el intercambio taurino con España y de inmediato buscó colocarse en los carteles de aquellas tierras. Logró sumar 19 tardes a pesar de que llegó allá ya avanzada la temporada y confirmó su alternativa en Las Ventas el 10 de septiembre, recibiendo los trastos de manos de Paquito Casado, en presencia de Rafael Albaicín y Arturo Álvarez Vizcaíno, también confirmante. El toro de la ceremonia, primero de la tarde, fue Atendido, de Concha y Sierra y de su actuación, escribió para El Ruedo, Benjamín Bentura Sariñena Barico:

Carlos Vera, Cañitas es un torero valiente, un fácil banderillero y certero estoqueador. Se para a veces con el capote y se ciñe muy decidido con la muleta. No es de los que se asustan con facilidad, y sus rasgos de valor son de los que emocionan al público. Su fuerte, a nuestro parecer, es la muleta, y no porque con ella logre pases de irreprochable factura, sino porque en cada muletazo pone una gran cantidad de valor y un empeño decidido de pasarse al toro…

Esa sería la primera de catorce tardes en las que actuaría en la principal plaza del mundo y que, hasta el 10 de mayo de 2018, lo tendrían como el torero mexicano que más veces había actuado en ese ruedo con catorce festejos. Su facilidad con las banderillas le emparejó con Emiliano de la Casa Morenito de Talavera, con quien toreó allí en seis de esas fechas, y también compartió cartel en distintas tardes con diestros como Antonio Bienvenida, Luis Miguel Dominguín, Pepe Luis Vázquez o Ángel Luis Bienvenida y abrió la puerta grande el día 10 de junio de 1945, después de cortarle las dos orejas a Javaíto el quinto de los de Juan Pedro Domecq corridos esa tarde. 

Cañitas tuvo vitola de figura dentro y fuera del ruedo en España. Escribe Francisco Olivencia en El Faro de Ceuta:

Estaba yo en uno de los primeros cursos de aquel bachiller de siete años, cuando, de pronto, irrumpió en las vías públicas de Ceuta un coche extraordinario, aerodinámico, increíble, que dejó pasmada a toda la población… Pronto se supo que era el coche del torero mejicano Carlos Vera “Cañitas”, reconocido por su arte y, sobre todo, por su valor. “Cañitas” acababa de contraer matrimonio con una chica emparentada con el juez Francisco Bocanegra, quien vivía en una de las primeras casas de la calle Real (entonces “Falange Española”) a cuya familia vinieron a visitar los recién casados. Durante los días que estuvieron en Ceuta, el coche de “Cañitas” solía estar aparcado en ese tramo, y generalmente se le podía ver rodeado de curiosos que examinaban su interior y su exterior. Era de una marca estadounidense que ya no recuerdo. En realidad, se trataba del primer “haiga” que pudimos contemplar los ceutíes. Ese curioso apodo de “haiga” se debió a una peculiar circunstancia… Se suponía que cuando uno de tales nuevos ricos, poco cultos, se disponía a comprar un coche, decía siempre: “el mejor que haiga”. Y así se les llamó. El torero “Cañitas” logró triunfar en muchos cosos mejicanos y españoles, sufriendo, por su arriesgado valor, numerosas y graves cogidas… Murió a los 58 años, en 1985, a consecuencia de un infarto. Pero en la retina de todos cuantos vimos aquel majestuoso “haiga” y podemos contarlo todavía, siempre quedará la imagen de un automóvil que nos parecía algo así como venido del espacio…

Sus actuaciones triunfales en plazas como Madrid, Barcelona y Bilbao le valieron sumar 94 corridas en sus campañas por esos ruedos, los años de 1944, 1945, 1946 y 1951 y en el año del 46 fue el torero mexicano que más tardes actuó en esas tierras.

De vuelta en México

A pesar de sus éxitos en los ruedos europeos, resulta paradójico que Cañitas no pudiera actuar en la Plaza México. Su única actuación allí se produjo a las doce del día del 10 de abril de 1955, alternando con Fermín Rivera y Nacho Treviño en la lidia de toros de Santa Martha. Ese festejo con entrada gratuita, fue organizado para la filmación de la película El Niño y El Toro – en inglés The Brave One –, dirigida por Irving Rapper y con guion del proscrito Dalton Trumbo. No había pisado antes ese ruedo vestido de luces y, los hados apuntaban a que ya no lo haría tampoco después.

Bajaron los contratos y se tuvo que buscar una ocupación fuera de los ruedos, colocándose en la Dirección de Policía y Tránsito del entonces Distrito Federal, pero nunca dejó de pensar en recuperar su sitio en los ruedos.

Agosto de 1960

La temporada de toros 1960 de la capital mexicana se repartió entre las plazas México y el Toreo de Cuatro Caminos y se dio sin el concurso de toreros españoles – se vivía una enésima ruptura entre ambas torerías – por lo que muchos diestros nacionales que tenían poco espacio en los carteles, encontraron oportunidades para actuar en distintas plazas. Ese fue el caso de Cañitas que se vio anunciado en Naucalpan, para el domingo 21 de agosto de 1960 para lidiar toros de Ayala, alternando con Luis Briones y Juan Estrada, otros dos sobrevivientes de la Edad de Oro mexicana. Así se resumió la actuación de Cañitas esa tarde:

Carlos Vera “Cañitas” con el que abrió plaza se lució con capa y banderillas. Inició la faena sentado en el estribo y estuvo muy valiente y enterado, terminando con estocada y descabello, para dar vuelta al ruedo. A su segundo, que saltaba al callejón, poco pudo hacerle y sufrió voltereta. Al pasar de muleta lo cogió de forma impresionante. Luis Briones acabó con el causante del desaguisado. La cornada interesó la femoral y es de las que ponen en peligro la vida...

El parte facultativo rendido por el Dr. Javier Ibarra hijo, encargado de los servicios médicos de El Toreo de Cuatro Caminos, decía:

Sufre una herida por cuerno de toro situada en el Triángulo de Scarpa derecho, de cuatro centímetros de orificio de entrada, que interesa piel, tejido graso, aponeurosis, desgarrando los músculos de la región, contundiendo la arteria femoral común y seccionando la arteria femoral profunda, además de la vena femoral. Gran hemorragia arteriovenosa, por lo que hubo de practicársele una transfusión sanguínea de 1,200 centímetros cúbicos. Pronóstico reservado.

La herida, independientemente de la zona anatómica en la que fue inferida, delicada por su naturaleza, fue recurrente con otras anteriores, las que, conforme a los procedimientos quirúrgicos comúnmente aplicados en la época, se repararon ligando los cabos de los vasos seccionados para inhibir la hemorragia, pero con una consecuencia hacia el futuro, que se comprometía la circulación en el miembro afectado. La afectación por cornadas similares de forma reiterada en la misma zona, podría tener consecuencias graves. Así lo refleja la nota aparecida en el diario El Siglo de Torreón fechado el 23 de agosto siguiente:

Quizá sea necesario amputarle una pierna a Carlos Vera “Cañitas” que sufrió una cornada al lidiar el cuarto toro en la Plaza El Toreo, donde alternó con Luis Briones y Juan Estrada... Esta tarde le fue practicada una operación. La intervención tuvo por objeto restablecer la circulación sanguínea en las arterias femoral superficial y profunda de la pierna derecha... Aunque la intervención fue exitosa, el pronóstico sobre la normalización de funciones de la pierna afectada sigue siendo reservado, durante la operación se le aplicaron sueros y transfusiones, el estado general de salud del diestro ha evolucionado satisfactoriamente, sin dejar de ser muy grave...

Al día siguiente, en el mismo diario, se seguía reportando la gravedad del diestro y el hecho de que el miembro afectado seguía sin recobrar la circulación:

Su estado sigue siendo delicado y todavía no ha desaparecido el peligro de que se le ampute la pierna derecha, pues no se ha restablecido la circulación sanguínea... La Unión Mexicana de Matadores de Toros y Novillos reveló que “Cañitas” toreaba por un sueldo miserable de mil pesos y que podrá exigir responsabilidades a la empresa, ya que el sueldo mínimo para los matadores debe ser de cinco mil pesos, dijo hoy el Secretario General de ese organismo, Guillermo Carvajal...

El 25 de agosto, de nueva cuenta El Siglo de Torreón daba cuenta de una nueva re – intervención. En esta oportunidad participó en ella, aparte de los médicos de plaza, el cirujano vascular Manuel Castañeda Uribe:

El parte facultativo facilitado por los médicos que intervinieron en la laboriosa operación, es el siguiente: “Se hizo una revisión de la herida operatoria anterior, encontrando la arteria femoral común, la superficial y la profunda, trombosadas hasta la rodilla... Debido al traumatismo que sufren estos vasos, la nueva intervención fue hecha con el objeto de extirpar los trombos formados, cosa que se llevó a cabo con éxito, pues se dejó la sangre circulando en ellos”.

El parte médico continúa reservado para la función del miembro. Se hizo una transfusión de 1200 centímetros cúbicos y suero. Aparte de los médicos de plaza, intervino el especialista en cirugía vascular doctor Manuel Castañeda Uribe. Se espera que con esta nueva operación la recuperación del infortunado diestro sea completa.

Al salir el sol una vez más, la tragedia se había consumado. En el diario El Informador, de Guadalajara del 26 de agosto se relata lo siguiente:

Al mediodía de hoy fue amputada la pierna derecha, hasta arriba de la rodilla, al torero Carlos Vera “Cañitas”, cornado el pasado domingo... Los médicos tomaron esta medida extrema ante el peligro de que se presentara la septicemia gaseosa, al no haberse restablecido la circulación sanguínea en el miembro herido, el torero, al salir de la anestesia, sufrió un ataque nervioso.

Todavía cuando era llevado a la sala de operaciones, “Cañitas” confiaba en que se le practicase una operación más para restablecer la circulación, pero el intenso color amoratado, en algunas partes negruzco de la pierna derecha, indicaba que la amputación debería hacerse desde luego.

Al principiar la operación, la suegra del herido, señora Ana Huerta, presa de una crisis nerviosa pedía a gritos que no le amputaran el miembro, la esposa del diestro Socorro Mendoza de Vera, estuvo a punto de sufrir un desmayo. El doctor Javier Ibarra tuvo que salir del quirófano a calmarlas diciendo: “si existiera una brizna de esperanza no amputaríamos el miembro”.

Dijo inicialmente que se había temido que la amputación se haría casi desde la cadera. El tipo de corte que le fue hecho permite la rehabilitación del lisiado por miembros artificiales.

Al conocerse la noticia de este desenlace, el doctor Alfonso Gaona, empresario de la Plaza México, ofreció el coso para que se organice una corrida en beneficio de “Cañitas”, igual ofrecimiento hará la empresa de El Toreo, en donde toreaba “Cañitas” cuando sufrió la cogida que le seccionó la vena y la arteria femoral.

De esa manera, la cornada que le infirió Buen Mozo, terminó con el andar por los ruedos de Carlos Vera Cañitas.

La solidaridad hacia Cañitas

Carlos Arruza es reconocido como el que organiza el beneficio de Cañitas. Por su parte, Daniel Medina de la Serna, afirma que también se unieron al proyecto don José Murillo Alvírez, Manuel González Pinocho y José Juárez Gitanillo de México. Consiguieron una corrida de don Jesús Cabrera y para el 16 de septiembre de 1960, en la Plaza México, se anunció al propio Carlos Arruza, quien se presentaría como rejoneador en ese escenario, Alfonso Ramírez Calesero, Luis Procuna, Rafael Rodríguez, Jorge El Ranchero Aguilar y José Zúñiga Joselillo de Colombia.

La gran plaza se llenó y aunque el clima y los toros no colaboraron, pues se devolvió al quinto por manso y fue sustituido por uno de Santín y el sexto se inutilizó y fue reemplazado por otro de Ajuluapan. In extremis, Joselillo de Colombia le realizó una faena vibrante, al anunciado como Sombrerero y le cortó las dos orejas. Se afirma, sin desglosar cifras, que Carlos Vera Cañitas recibió de sus iguales y de la afición una suma cercana al medio millón de pesos, cantidad que le permitió reencaminar sus pasos por la vida ya fuera de los ruedos.

Cañitas falleció en la Ciudad de México el 19 de febrero de 1985, a causa de un infarto de miocardio a los 64 años de edad.

domingo, 21 de febrero de 2021

20 de febrero de 1966: Lorenzo Garza se despide de los ruedos en su plaza de Monterrey

El anuncio de la despedida
Diario El Porvenir
Todo principio tiene un final. Algo más de treinta y cinco años después, Lorenzo Garza, el torero que consideró que uno de los ingredientes para ser figura del toreo era saber dividir decidió dejar de vestir el terno de luces. Quedaban atrás aquellas ilusiones que cultivó siendo un muchacho, cuando en una peluquería de su barrio leyó, seguramente en un ejemplar de Toros y Deportes, que Rodolfo Gaona cobraba cuatro mil pesos – en oro – por corrida.

También quedaba para la historia aquella tarde en la que, entrenando de salón ya en El Toreo de la Condesa, se le acercó Adolfo Aguirre El Conejo y le preguntó si era capaz de hacerle lo mismo a los toros y ante su respuesta afirmativa, lo anunció para el siguiente domingo, el 3 de mayo de 1931, con Jesús González El Indio y Antonio Popoca, para lidiar novillos de La Punta. Fue tal la premura de su anuncio, que su nombre apareció en los carteles como Lázaro Garza.

Se volvió un agradable recuerdo el viaje a España, con un puñado de pesetas en la bolsa, su hospedaje en el gran Hotel México de Santander y su feliz y providencial encuentro con don Eduardo Pagés, que casi de inmediato lo puso a torear en aquellas tierras y lo ayudó a salir adelante hasta llegar a recibir la alternativa de manos de Juan Belmonte e iniciar la andadura que lo llevó a ser una de las grandes figuras históricas del toreo.

Todo principio tiene un final y don Lorenzo lo decidió para esta fecha, en su tierra, ante sus paisanos que siempre lo apoyaron.

Los prolegómenos de la despedida

Cuenta Alejandro Arredondo, en Lorenzo Garza, El Ave de las Tempestades, lo siguiente:

“El Magnífico” regresó a los ruedos por última ocasión a los 58 años de edad con un jugoso contrato por tres corridas con la empresa de Leodegario Hernández Campos, la alternativa del joven maestro, una corrida en León y finalmente la despedida de nuevo en Monterrey, para no volver nunca más a vestir de luces…

Lorenzo Garza, de acuerdo a los recuentos estadísticos de don Luis Ruiz Quiroz toreó ese 1966, la de León el 19 de enero con Joselito Huerta, José Fuentes y Manolo Martínez con toros de Mimiahuápam en la que se alzó como el triunfador al cortar la oreja del quinto de la tarde y la de su despedida en Monterrey.

El 22 de enero de ese 1966, días después de su triunfo en León, la agencia Informex, en nota publicada en el diario El Siglo de Torreón, anunciaba ya la despedida del Califa, en estos términos:

México, 21 de enero. – (Informex). – Lorenzo Garza, el veterano espada mexicano anunció que su despedida definitiva de los ruedos tendrá lugar el día 6 de febrero en la plaza de Monterrey, que es su ciudad natal.

En tal fecha alternará con Joselito Huerta y Raúl Contreras “Finito”. La supervivencia del genial muletero regiomontano en el arte que le dio fama ha sido increíble.

Muy cerca de los 60 años de edad, es capaz todavía de lograr hazañas como las de ayer en la plaza de León, donde fue el máximo triunfador, alternando con tres toreros jóvenes que están en su mejor momento.

Lorenzo Garza era uno de los últimos bastiones de la Edad de Oro del toreo mexicano que estaba en activo, pues tras de la tarde que hoy me ocupa, de ella quedarían activos solamente Alfonso Ramírez Calesero, quien en campaña de despedida torearía hasta 1968 y Luis Procuna que tendría su última tarde hasta 1974.

Lorenzo Garza había hecho pausas en su carrera en varias ocasiones antes de esta última tarde. Así, toreó por última vez el 30 de junio de 1943 en Barcelona, con Carlos Arruza y Jaime Marco El Choni con toros de Marceliano Rodríguez, para reaparecer hasta el 20 de noviembre de 1946 en Irapuato, alternando con Manolete y Luciano Contreras, consciente de su responsabilidad de figura que tenía que salir a dar la pelea al Monstruo de Córdoba

Volvió a dejar de torear el 16 de octubre de 1949, en Palmira, Colombia, con alternando con Morenito de Valencia y Félix Briones en la lidia de toros de José Estela. Reapareció el 20 de abril de 1958 en Ciudad Juárez acartelado con Juan Silveti y Jaime Bolaños y toros de Jesús Cabrera, toreando 6 corridas ese año, otras 5 en 1959, 6 en 1960 y 3 en 1961. No toreó en 1962 y 63 y toreó 2 corridas cada uno de los años 1964, 65 y 66. En total en su carrera, sumó nada más 331 festejos toreados.

La tarde de la despedida

Al final de cuentas y a pesar de las noticias previas, don Leodegario Hernández confeccionó un interesante cartel para arropar la despedida de la gran figura. Le acompañaría uno de las figuras emergentes del momento, Raúl Contreras Finito y cerraría la tercia un torero español, de Salamanca, que también era de alternativa reciente Paco Pallarés y que se malograría después a causa del toro negro de la carretera. Los toros serían de José Julián Llaguno, ganadería que gozaba de un excelente momento.

Lorenzo Garza se fue en olor de triunfo, con las orejas y el rabo del último toro que mató en las manos. La crónica de Antonio Córdova, en el diario El Porvenir, de Monterrey, del día siguiente del festejo, entre otras cosas, nos cuenta:

“Joyero” se llamó el cuarto de la tarde. Un joyero de mucha categoría, pues trajo consigo toda la gama de la orfebrería taurina presentada en ese estuche de lujo que se llama Lorenzo Garza.

La exhibición dio principio con una tanda de verónicas de oro que, el señor de Monterrey remató con media verónica rodilla en tierra y, no conforme con ello, volver a prender al de José Julián para llevarlo de los tercios a los medios con 3 lances colosales y media verónica de ensueño.

Pero lo más rico de la exposición vino en cuanto Lorenzo tomó la muleta en sus manos, para ir bordando como gemas valiosísimas un trasteo con naturales garcistas que no volveremos a ver, derechazos de maravilla, y sus medios pases con la derecha que fueron el aderezo a su obra maestra.

El toque final fue esa media estocada en el hoyo de las agujas, con la cual tuvo “Joyero” para entregarse al cachetero, y al grito de ¡Torero! ¡Torero!, se le entregaran las orejas y el rabo del toro de José Julián a Dn. Lorenzo que, aclamado por la multitud dio tres vueltas al ruedo con la arena tapizada de sombreros y prendas de vestir. Un triunfo grandioso para quien ha sabido honrar durante toda su trayectoria taurina el terno de luces…

Una tarde triunfal, pues Paco Pallarés cortó tres orejas a los toros de su lote y Finito con la parte dura del encierro le cortó una al tercero, con petición de la segunda, no concedida, lo que generó una gran bronca a quien presidía el festejo.

En suma, Lorenzo Garza se fue de los ruedos ejemplificando la grandeza de la fiesta, la que siempre fue su bandera.

En el diario El Norte, también de Monterrey, en una publicación sin firma, pero que puedo atribuir a don Ángel Giacomán – esa era su tribuna – se le pedía a don Lorenzo lo siguiente:

... ‘No te vayas Lorenzo’, diría don Alfonso Junco recordando el tiempo ido, que fundió en su cerebro prodigio aquellos versos, que al fin pudieron describir la grandeza del torero, que sembró pasiones y ahora cosecha cariño y admiración.

‘No te vayas Lorenzo’, y sabemos que no te irás, porque quedará para siempre en la mente, tu personalidad incomparable, el sello de tu pase natural inigualable, y al igual que entonces, aún siembras pasiones de matices tan diferentes que te han hecho inmortal...

Ya quedaba solamente paso para la nostalgia, para el recuerdo, para la memoria. Lorenzo Garza seguiría en los ruedos, pues torearía algunos festivales selectos a beneficio de causas nobles, pero la competencia que implica ir vestido de seda y alamares había llegado a su punto y final. Una época había terminado. Y terminó con grandeza, con la grandeza que corresponde tanto a la fiesta de los toros, como al personaje que en este caso la representa.

Aviso parroquial: Agradezco a mi Patrón, don Francisco Tijerina, haberme proporcionado los materiales provenientes del diario El Porvenir de Monterrey, pues de no ser así, no hubiera podido armar esto. Igualmente, el resaltado en la crónica de Antonio Córdova es imputable exclusivamente a este amanuense, pues no obra así en su respectivo original.

domingo, 13 de septiembre de 2020

En el centenario de Carlos Arruza (XII)

Carlos Arruza, el solidario. México (I)

Carlos Arruza

La mitad del siglo XX representó un tiempo de profundo cambio para la fiesta en México. Personalmente considero que fue el momento del tránsito de una Edad de Oro brillante en lo histórico y en lo taurino, hacia una Edad de Plata que representó también una etapa de gran lucimiento para nuestra tauromaquia, ya cimentada en nuevos valores y sobre todo en la transformación del toro mexicano, que a partir de esas calendas sería ya el único en lidiarse en nuestras plazas.

Una década después, los toreros que tomaron la estafeta de manos de los maestros de la etapa dorada eran ya quienes tenían en sus manos el devenir del toreo en nuestra patria, aunque todavía por esas fechas, algunas de las figuras de la etapa anterior tuvieran actuaciones esporádicas como en los casos de Lorenzo Garza, Luis Castro El Soldado o Fermín Rivera

Cañitas

Entre esos toreros de la Edad de Oro que seguían activos se encontraba Carlos Vera Cañitas, quien recibió la alternativa en 1941 y que fuera parte importante de la etapa final en la historia del Toreo de la Condesa. También Cañitas gozó de popularidad en ruedos españoles y en esos momentos, quizás la estadística de la fiesta no tenía la importancia que hoy se le adjudica, pero ya era el diestro nacional que más tardes había actuado en la plaza de Las Ventas en Madrid con catorce, sitio que conservó desde junio de 1951 y hasta mayo de 2018, cuando Joselito Adame alcanzó primero y superó después esa marca.

En 1960, Cañitas trataba de relanzar su carrera en los ruedos y llegar a actuar formalmente en la Plaza México, pues su única actuación allí tuvo lugar el mediodía del 10 de abril de 1955, alternando con Fermín Rivera y Nacho Treviño en la lidia de toros de Santa Martha. Ese festejo con entrada gratuita, fue organizado para la filmación de la película El Niño y El Toro – en inglés The Brave One –, de Irving Rapper. Ni antes, ni después había pisado ese ruedo vestido de luces y, los hados apuntaban a que ya no lo haría.

En ese plan de relanzamiento, Carlos Vera se contrató para actuar en el Toreo de Cuatro Caminos el 21 de agosto de 1960 para alternar con Luis Briones y Juan Estrada – otros dos sobrevivientes de la etapa dorada – en la lidia de toros de Ayala. El cuarto de la tarde se llamó Buen Mozo y a juzgar por las fotografías de la época, lo era. En la parte final de la faena, que tuvo sus momentos de brillantez, el toro de Ayala prendió a Cañitas en la entrepierna derecha. La gravedad del percance se percibió de inmediato, pues el terno blanco con pasamanería negra que vestía el torero se tiñó de sangre.

El parte médico rendido por los doctores Javier Ibarra hijo y Manuel Castañeda Uribe fue devastador:

Sufre una herida por cuerno de toro situada en el Triángulo de Scarpa derecho, de cuatro centímetros de orificio de entrada, que interesa piel, tejido graso, aponeurosis, desgarrando los músculos de la región, contundiendo la arteria femoral común y seccionando la arteria femoral profunda, además de la vena femoral. Gran hemorragia arteriovenosa, por lo que hubo de practicársele una transfusión sanguínea de 1,200 centímetros cúbicos. Pronóstico reservado.

La reserva del pronóstico derivaba de la situación que tenía la circulación sanguínea del torero herido en el miembro afectado. No era la primera cornada que recibía en la región y con los procedimientos médicos comúnmente aceptados en la época, los vasos afectados eran ligados en los cabos afectados y la continuidad circulatoria se dejaba a lo que los médicos llaman circulación colateral. Así pues, admitiendo que se usara el mismo procedimiento en esta herida de Cañitas, esa reserva derivaba de la necesidad de esperar que tras la ligadura de las femorales – arteria y vena – afectadas por el cuerno de Buen Mozo, la circulación se restableciera en la extremidad afectada.

Pero la suerte y el destino de Cañitas ya estaban echados. Cinco días después de la cornada, la prensa nacional daba a conocer lo siguiente:

Hubo necesidad de amputarle la pierna herida a Cañitas. – México, D.F., agosto 25. – Al mediodía de hoy fue amputada la pierna derecha, hasta arriba de la rodilla, al torero Carlos Vera “Cañitas”, cornado el pasado domingo… Los médicos tomaron esta medida extrema ante el peligro de que se presentara una septicemia gaseosa, al no haberse restablecido la circulación sanguínea en el miembro herido… Todavía cuando era llevado a la sala de operaciones, “Cañitas” confiaba en que se le practicase una operación más para restablecer la circulación, pero el intenso color amoratado, en algunas partes negruzco de la pierna derecha, indicaba que la amputación debería hacerse desde luego… El doctor Javier Ibarra afirmó: “si existiera una brizna de esperanza, no amputaríamos el miembro”… Dijo inicialmente que se había temido que la amputación se haría casi desde la cadera. El tipo de corte que le fue hecho permite la rehabilitación por miembros artificiales… (El Informador, Guadalajara, 26 de agosto de 1960)

Así pues, el valentísimo Carlos Vera Cañitas había terminado su carrera en los ruedos, como El Tato, como más recientemente Rocky Moody. Quedaba entonces, condenado a seguir sus labores en la Procuraduría de Justicia de la capital mexicana, donde obtuvo un empleo cuando las oportunidades de vestirse de torero comenzaron a escasear.

Cañitas falleció en la Ciudad de México el 19 de febrero de 1985. 

Curro Ortega

El surgimiento del precoz Curro Ortega – curiosamente también “Cañitas” fue un torero que se inició casi desde niño – transcurre ya en la Edad de Plata del toreo mexicano. La alternativa la recibió en Acapulco en 1950 y tuvo actuaciones en ruedos hispanos, aunque no confirmara su alternativa en Madrid. 

Curro Ortega es de la generación de toreros que surgieron en la primera temporada novilleril de la Plaza México con Joselillo y Fernando López y paradójicamente es uno de los que a despecho de no haber encabezado el llamado escalafón menor en esos días, realizó una carrera más o menos larga en los ruedos del mundo.

En la frontera norte era un fijo en las temporadas veraniegas que por esos rumbos se daban y en esa frontera se encontraría con el final de su paso por los ruedos, pues en el mismo 1960, el 25 de septiembre, paradójicamente un mes exacto después de la retirada forzada de Cañitas, se anunció para lidiar toros de Pozo Hondo con Antonio Velázquez y Jaime Bravo en El Toreo de Tijuana.

Esa corrida pareció torcérsele a Curro Ortega desde el inicio. Aunque las notas de prensa publicadas en la época señalan que fue herido por el segundo de la tarde, en realidad la grave cornada que recibió fue al abrirse el festejo, pues Jim Fergus, testigo presencial, en su revista Toros correspondiente al mes de octubre de ese 1960, refleja que por un error de los torileros, el primero del lote de Curro – teóricamente el segundo de la tarde – salió al ruedo para iniciar el festejo:

25 de septiembre (Tijuana – Centro) Curro Ortega fue gravemente herido por el primer toro de la corrida. Curro era el segundo espada del cartel, pero por un error en los chiqueros, se abrió el festejo con el primero de su lote. Un incierto toro de Pozo Hondo de aproximadamente 400 kilos de peso prendió a Curro durante la faena de muleta. El torero, que acababa de completar una primera tanda de naturales, iniciaba la segunda al momento del percance. Al caer al suelo, se hizo evidente que la herida era de varias trayectorias, pues el cuerno le penetró el muslo izquierdo, arrancando tanto la vena como la arteria femoral…

Fue atendido en la enfermería por el equipo comandado por los doctores José Rodríguez Olivas y Gustavo Arévalo, quienes inhibieron inicialmente la hemorragia y posteriormente lo trasladaron al hospital del Dr. Rodríguez Olivas para continuar el tratamiento de la herida. El pronóstico se reservó, pero la visión general era más o menos optimista, pues los facultativos declararon al citado Fergus, que quizás el sábado siguiente el diestro estaría en condiciones de volver a la Ciudad de México y continuar su tratamiento allá y descartaron definitivamente un desenlace como el de Cañitas:

Curro fue trasladado a la enfermería de inmediato y en unos 12 minutos, un equipo de cinco cirujanos, encabezados por el Dr. Gustavo Arévalo hicieron una cura de urgencia, procedimiento que duró más de dos horas. Después fue trasladado al hospital del Dr. José Rodríguez Olivas, jefe de los servicios médicos de la plaza… El lunes fue un día crítico para Curro y para el martes comenzó a dar muestras de mejoría, pudiéndose anticipar que sería trasladado a la Ciudad de México el siguiente sábado. El Dr. Rodríguez descartó la posibilidad de que el diestro herido perdiera la extremidad lesionada, como en el caso de “Cañitas”...

Sin embargo, en el número siguiente de Toros se desplegaba esta información:

Una mala circulación consecuencia de percances anteriores, derivaron en la amputación de la pierna derecha de “Cañitas”. Por ese mismo motivo Curro Ortega ha quedado impedido de continuar toreando. Después de la cornada de hace unos días en Tijuana, los médicos le han advertido que otra herida podría causarle daños irreparables...

Como datos curiosos, el día que Curro Ortega fue herido, Carlos Arruza también toreaba en Tijuana, en la Monumental, formando cartel con Calesero y Manolo dos Santos para lidiar toros de la Viuda de don Miguel Franco y ganadería de Pozo Hondo que lidió ese 25 de septiembre del 60 en Tijuana, es la que hoy se anuncia como San Lucas y fue formada por José Antonio Llaguno García en 1955, con vacas y sementales de San Mateo. Lidió su primera novillada en 1958 en Acapulco y su primera corrida ese mismo año en Nogales.

Así pues, también la suerte de Curro Ortega quedó echada en un ruedo mexicano. Tendría que dedicarse a otra cosa, pues ya la vuelta a las plazas no quedaba en su futuro.

Curro Ortega falleció en la Ciudad de México el 30 de septiembre de 2012.

Carlos Arruza y sus gestos solidarios

En el caso de Cañitas, en cuanto se supo el final triste que tuvo su carrera en los ruedos, tanto el doctor Alfonso Gaona, como quienes hacían empresa en el Toreo de Cuatro Caminos pusieron a la disposición del diestro esos escenarios para que se organizara un festejo benéfico. En el caso de Curro Ortega no tengo información publicada de que así haya sido. De cualquier forma, faltaba que alguien pusiera manos a la obra para lograr la celebración de esas fechas para auxiliar y honrar a los toreros caídos en el ejercicio de su ministerio.

Carlos Arruza surge como el que tomaría el bastón de mando para lograr aliviar, cuando menos en lo económico, las penas de sus iguales. Daniel Medina de la Serna, para el caso de Cañitas, afirma que también se unieron al proyecto don José Murillo Alvírez, Manuel González Pinocho y José Juárez Gitanillo de México. Consiguieron una corrida de don Jesús Cabrera y para el 16 de septiembre de 1960, en la Plaza México, se anunció al propio Carlos Arruza, quien se presentaría como rejoneador en ese escenario, Alfonso Ramírez Calesero, Luis Procuna, Rafael Rodríguez, Jorge El Ranchero Aguilar y José Zúñiga Joselillo de Colombia.

La gran plaza se llenó y aunque el clima y los toros no colaboraron, pues se devolvió al quinto por manso y fue sustituido por uno de Santín y el sexto se inutilizó y fue reemplazado por otro de Ajuluapan, in extremis, Joselillo de Colombia realizó una faena vibrante al sexto, anunciado como Sombrerero y le cortó las dos orejas. Se afirma, sin desglosar cifras, que Carlos Vera Cañitas recibió de sus iguales y de la afición una suma cercana al medio millón de pesos, cantidad que le permitiría reencaminar sus pasos por la vida ya fuera de los ruedos.

Escribía en alguna parte de esta serie que Carlos Arruza era un hombre inquieto. Y a fe mía que esa inquietud la desplegaba siempre en causas nobles. Anunciado el final del paso por los ruedos de Curro Ortega, aprovechó el impulso adquirido con la organización del festejo pro Cañitas y se avocó a actuar en igual forma a favor de Ortega. Tomó la palabra de los empresarios del Toreo de Cuatro Caminos, dada en principio para auxiliar a Cañitas y para el 30 de octubre de ese mismo año, consiguió una corrida de Valparaíso para volver a actuar como rejoneador y anunciar su despedida de la afición de la capital mexicana en esa faceta de su paso por los ruedos y completar el cartel con Manolo dos Santos, Manuel Capetillo, Juan Silveti, Alfredo Leal, Joselito Huerta y Antonio del Olivar. Es de señalarse que el toro que enfrentó Arruza fue uno de San Mateo, lo que le agrió un poco la amistad con don Valentín Rivero, quien esperaba que el Ciclón se enfrentara a uno de sus toros en esa tarde. Arruza cumpliría varios compromisos más y torearía su última corrida en este ciclo el 6 de noviembre siguiente en Tijuana, plaza en la que retornaría a los ruedos el 20 de junio de 1965.

A diferencia de la corrida a favor de Cañitas, la de Curro Ortega fue un éxito redondo. Arruza le cortó las dos orejas a Azteca; Manuel Capetillo una a El Diablito; Juan Silveti, el rabo a Farolero – toro de arrastre lento – y Joselito Huerta también obtuvo el rabo de Soldado, que recibió el homenaje de la vuelta al ruedo a sus despojos. Manolo dos Santos, Alfredo Leal y Antonio del Olivar estuvieron empeñosos y tuvieron momentos de lucimiento. Como afirma Horacio Reiba, todos estuvieron a la altura en este festejo que resultaría histórico.

Curro Ortega también recibió una suma importante para reencaminar sus pasos por la vida. Jim Fergus, en el número correspondiente al mes de noviembre de su citada publicación, refleja algunas cifras de la siguiente manera:

Curro Ortega recibirá $252,877.70 pesos ($20,230.00 dólares) como producto de la corrida celebrada en su beneficio el pasado 30 de octubre en El Toreo. Dicha suma incluye además diversos donativos por $19,753.00 dólares y $12,000.00 dólares por concepto de la venta de la carne de los toros lidiados ese día, sumando en total lo que se entregará al torero la cantidad de $455,175.00...

En ambas situaciones – la de Cañitas y la de Curro Ortega – la inquietud y el sentido de solidaridad de Carlos Arruza para con sus iguales, lograron algún alivio para sus aflicciones y demostraron que los toreros se pueden ayudar entre sí en momentos de tribulación.

El próximo 16 de septiembre se cumplen 60 años del primer festejo al que he hecho referencia y el segundo, al decir del nombrado Horacio Reiba, resultó un punto de inflexión en nuestra historia patria taurina:

Esta corrida memorable – siete orejas y dos rabos de los de antes – marcó la frontera entre la década de transición que clausuraba y la de realizaciones plenas que estaba a punto de comenzar. Porque los años sesenta serían muy diferentes: las figuras de esa tarde histórica afianzaron su soberanía; la reanudación del convenio trajo la gran generación de los Camino, Puerta, Viti y El Cordobés; Arruza volvió a montar para maravillarnos fugazmente hasta su muerte. Y mediado el decenio, Manolo Martínez lanzaría el guante que iban a recoger los Cavazos, Rivera y Ramos, para adentrar nuestra Fiesta en una época bajo cuyos aparentes esplendores iba a germinar, por desgracia, la semilla de su posterior degradación…

Así pues, es como Carlos Arruza mostró que no solamente en los ruedos es donde los toreros deben responder a los estados de necesidad de sus iguales. Y en este caso con un valor añadido, se hizo historia y se encaminó la del porvenir. Más no serían estos los únicos hechos notables del Arruza solidario como veremos en la siguiente entrega de estos pergeños…

Aviso parroquial: Agradezco al amigo Doblón (@toritosyburros), el haberme facilitado la información aparecida en la revista Toros de Jim Fergus.

domingo, 13 de enero de 2013

El Rey del Temple y Revistero de Aleas

Jesús Solórzano
El Rey del Temple

El pasado jueves, 10 de enero, se cumplieron ciento cinco años del natalicio, en Morelia, Michoacán, de Jesús Solórzano Dávalos, uno de los toreros mexicanos que integraron lo que con justeza puede ser considerada la Edad de Oro del Toreo en esta vertiente del Atlántico. Jesús Solórzano recibió la alternativa en El Toreo de la Ciudad de México el 15 de diciembre de 1929, de manos de Félix Rodríguez, que le cedió al toro Cubano, de Piedras Negras, en presencia de Heriberto García. Viaja a España el año siguiente y renuncia a ese doctorado, presentándose en Madrid como novillero el 20 de julio de 1930, dejando una muy buena impresión, lo que le lleva a recibir una segunda y definitiva alternativa en Sevilla, el 28 de septiembre de ese calendario llevando como padrino a Marcial Lalanda y de testigo a Cayetano Ordóñez Niño de la Palma, siendo el toro de la ceremonia Niquelado, de Pallarés Hermanos.

Jesús Solórzano fue un torero que desde sus inicios – su quinta novilleril se integró con toreros como Carmelo Pérez, Esteban García y Carnicerito de México – se distinguió por la naturalidad con la que realizaba el toreo y por la forma en la que templaba a los toros, razón por la cual, pronto fue apodado El Rey del Temple, apelativo que le seguiría durante toda su trayectoria en los ruedos y en la vida.

Confirmó su alternativa sevillana el 6 de abril de 1931, con el toro Espartero de Bernardo Escudero, previa la cesión de trastos que le hiciera Nicanor Villalta ante el testimonio de Joaquín Rodríguez Cagancho y Francisco Vega de los Reyes Gitanillo de Triana y en ese mismo calendario, el domingo 7 de junio, tendría una de las más grandes actuaciones que diestro mexicano alguno haya firmado en Madrid, cuando alternando con Valencia II y José Amorós, enfrentó una corrida de la ganadería colmenareña de don Manuel García, antes Aleas. Es la tarde en la que le corta las dos orejas al toro Revistero, tercero de los corridos ese día.

La versión de Federico M. Alcázar

En el semanario Crónica, Madrid, junio 1931
El primer testimonio al que recurro para recordar el suceso, es el de Federico M. Alcázar, publicado en el diario madrileño El Imparcial, del martes 9 de junio. La crónica de Alcázar es lo que los escritores de hogaño llamarían una crónica de concepto. No abunda en los detalles de la faena del Rey del Temple, sino que, intentando transmitir a sus lectores la sorpresa que le produjo la magnitud de la obra que presenció en el ruedo de la Carretera de Aragón, más bien pretende expresarles la impresión que aún lleva, considerando que por la Ley del Descanso Dominical vigente, tuvo más tiempo para escribir y no lo hizo a matacaballo inmediatamente después de la corrida. Lo más destacado de la crónica de Alcázar es lo siguiente:

Ha terminado la corrida y todavía no hemos salido de nuestra sorpresa, mejor dicho, de nuestro asombro. La faena de Solórzano al tercer toro ha sido un deslumbramiento. Mucho esperábamos del torero mejicano, pero la realidad ha superado nuestras esperanzas. Creíamos en su valentía, en su magnífico estilo de torero, en sus excelentes condiciones de matador y esperábamos el momento, no de la revelación, porque ya se reveló como novillero, sino de la faena de su consagración. Para nosotros era una cosa prevista, prevista y descontada. Era cuestión de fecha. Lo que no creíamos, debemos confesarlo lealmente, lo que no esperábamos, lo que no habían previsto nuestros cálculos, es que una tarde se remontara a las cumbres más altas de la inspiración torera y realizara una de las faenas más acabadas y perfectas de la historia en estos últimos quince años. Dice un poeta que las montañas sólo se unen por la parte más baja; lo más alto se eleva solitario al infinito. Así ocurre con las faenas que marcan una fecha y quedan como punto de referencia... ¿Cómo ha sido?, preguntará el lector impaciente. Ya he dicho en otra ocasión que los momentos de más sublime y gozosa emoción, son por su misma naturaleza inefable, intraducibles en palabras, inexpresables en imágenes. Hasta la hipérbole, tan socorrida otras veces, no nos sirve, porque la grandeza de la faena excede los términos de la ponderación. Ha sido algo tan asombroso, tan definitivo, que su recuerdo parece un sueño más que una realidad. Está tan viciado el toreo, tan mixtificado el estilo, tan corrompido el gusto, tan falseada la fiesta, que cuando nos encontramos con una faena como ésta, sentimos la misma alegría gozosa que el pueblo israelita al pisar la tierra de promisión... Para describirla tenemos que prescindir de toda esa visión amanerada y violenta, ramplona y cursi, del toreo de oralina y encajarla en las definiciones clásicas del arte del toreo. Clásica por su factura, por su porte, por su rumbo, la faena de Solórzano es un modelo de bien torear. Por las circunstancias, por el momento, por la época, es un punto de referencia, una cima ideal de suprema belleza clásica. Eso es el toreo; así se torea, esa es la verdadera escuela del arte. Cuando algún curioso nos pregunte cómo se ha de dar el pase natural, le remitiremos a esta faena memorable de Solórzano en la Plaza de Madrid... Cuando termina la corrida, un significado belmontista comenta la faena diciendo: «Ese toro va a ser el mejor toreado que se arrastre esta temporada»... «¿Esta temporada nada más?», preguntamos... Un gesto de duda, que es más expresivo que las palabras, corta el diálogo...

Como vemos, Alcázar llega incluso al riesgo de calificar la faena de Solórzano a Revistero, como la mejor de la temporada – que apenas mediaba – y quizás la de muchas más.

Cómo fue que vio la corrida Corinto y Oro

Una segunda versión de lo sucedido el 7 de junio de 1931 es la de Maximiliano Clavo Corinto y Oro, publicada en La Voz, menos abundante en impresiones, algo más concentrada en los detalles y que repara – importante detalle – en la presencia y comportamiento del toro y dejando ver además, que conoce en alguna medida la importancia de Solórzano en el medio taurino mexicano. Extraigo de la crónica de Corinto y Oro esto:

La tarde en que el año pasado debutó Jesús Solórzano en la plaza «grande» tuvo una actuación tan brillante, que mereció este título en la crítica del revistero que suscribe: «Solórzano; la estatua que torea». La estatua volvió ayer a manifestársenos en toda su original pureza de arrogancia, quietud, sabor y gesto estético... Los acontecimientos han surgido, traídos de la mano por la lógica. Solórzano arma recientemente un alboroto en Barcelona, repite en Granada, en el Corpus, y ayer, en Madrid, en la renovación del abono, acaba de consagrarse... Entra el tercero en escena. Es un «mozo» y es colorao retinto, más «Colmenar» que el arrastrado. Se acerca el momento cumbre de la corrida. ¡Ya está! Solórzano busca al retinto, le ofrece el capote con firmeza y se le escapa. Otra tentativa, ya sin dejarlo escapar. Tres lances maravillosos y una preciosa serpentina entre los mismos pitones arrancan una ovación e inician el alboroto. Otros tres lances con los pies clavados y juntos y media verónica formidable. ¡Qué bien torea este «Chuchito»! El bicho, voluntario, tardea; pero tiene buen estilo. Ahora viene un tercio de quites que se recordará toda la temporada... El público, frenético de entusiasmo, obliga a los tres matadores a salir a los medios montera en mano. (¡Viva la fiesta española!) Solórzano coge los palos y se banderillea al colmenareño con tres pares por la cara, el segundo, gramaticalmente monumental. El alboroto sigue sin interrupción, para verse inmediatamente coronado por una faena que es un asombro de valor y arte... La ovación y los olés puede que se oyeran hasta Chapultepec. Dos pinchazos superiorísimos, en los que el diestro se va tras la espada; un estoconazo y el toro rueda. Ovación inenarrable, la oreja y vuelta al ruedo entre merecidas aclamaciones. También al colmenareño se le da la vuelta al redondel. Esta decisión – ¿de quién ha sido esta decisión? – es un poco arbitraria, porque el toro, aunque muy dócil, ha embestido realmente obligado por el torero. El toro no ha sido de bandera ni mucho menos; el que ha sido de bandera es el nuevo embajador de la tauromaquia mejicana, al que sin reservas lo ha proclamado el público figura del toreo…

El recuento de Federico Morena

Así lo vio Roberto Domingo
(La Libertad, Madrid, 9/06/1931)
Dejo al final la primera crónica que apareció, la del Heraldo de Madrid, firmada por Federico Morena y salida a los quioscos la noche del 8 de junio. Es esta la que más abunda en detalles – desde proporcionar el nombre del toro – y también en establecer una comparación que los demás no hacen, en el sentido de establecer que la tauromaquia de Jesús Solórzano es similar a la de Antonio Márquez. No obstante, coincide con las dos anteriores, en la grandeza de la obra del moreliano y difiere con la de Corinto y Oro en dos aspectos, primero, en el número de apéndices otorgados y después, en el hecho de la concesión de la vuelta al ruedo al toro, que según Morena no se otorgó y según Maximiliano Clavo sí, pero de manera indebida.


La relación que hace Morena repara además en un hecho que parece que se repite a través de los tiempos. La selección del ganado según la conspicuidad del diestro que enfrentará y por lo visto, en ese verano madrileño Valencia II, José Amorós y Jesús Solórzano tenían que mucho que justificar tanto a la cátedra como al resto de la afición española. De esta última crónica extraigo esto:

En la Academia de Tauromaquia - vulgo Universidad taurina de la carretera de Aragón - hubo ayer, en la tarde, sesión solemne. El ilustre doctor mejicano D. Jesús Solórzano ha ocupado, con el ceremonial de costumbre, el sillón que en la docta casa – casa sin tejado, pero con tejadillo – dejó vacante, por renuncia, el insigne D. Antonio Márquez… El recipiendario explicó prácticamente una magistral conferencia de tema de tanta monta en tauromaquia como «El valor, el temple y la naturalidad». El nuevo académico recibió muchas y muy enardecidas felicitaciones… Quiere decir esto, bien traducido, que Solórzano ha triunfado plenamente en la primera plaza de la República. Y como yo creo que la función del crítico es hacer justicia y dar a cada uno lo que es suyo, sin detenerse a averiguar en qué tierra, próxima o apartada, indígena o exótica, rodó la cuna del torero, digo y proclamo a los cuatro vientos de la celebridad que Jesús Solórzano, el flamantísimo matador de toros mejicano, se colocó ayer en las avanzadas de la torería por méritos indiscutibles y generalmente reconocidos que contrajo en la lidia y muerte del toro «Revistero», colorao, número 96, de la ganadería colmenareña de D. Manuel García, antigua y famosa vacada de D. Manuel Aleas… «Revistero» fue un toro. Un toro con la edad y el peso reglamentarios. No fue uno de esos toretes al uso del campo de Salamanca – y a veces también del campo andaluz –, criados expresa y deliberadamente para que los conspicuos de la tauromaquia se enriquezcan con el menor riesgo posible. ¡Un toro! Siquiera no mereciese los honores de la vuelta al ruedo. Salió con muchos pies, y un peón excelente, conocedor como pocos de su arte, el gran «Rerre», lo prendió en la punta de su capotillo y tiró de él en zig – zag portentoso, matemático, desde los medios hasta el tercio. Y allí pasó «Revistero», sin brusquedades, en una solución de continuidad perfecta, del capote de «Rerre» al capote de Solórzano. Y al grito entusiasta y justiciero que decía «¡Así se torea a punta de capote!», hubo de suceder otra voz fervorosa e igualmente justa: «¡Así se torea a la verónica!»... lances largos, templadísimos; bien cargada la suerte; las manos bajas – que no es vicioso el procedimiento, aunque yo prefiera, en esta como en todas las suertes, la naturalidad –; el pecho fuera, sobre el balconcillo del capote y el mentón clavado en el pecho para ver pasar «todo» el toro... Una media verónica finísima, elegante, majestuosa, de la escuela de Antonio Márquez – llevaba el sello característico, inconfundible –, y al rojo vivo los entusiasmos populares... Solórzano cogió las banderillas. Había que redondear la lidia tan admirable tan admirablemente comenzada... Jesús colocó tres pares al cuarteo citando sobre corto y casi sin salida. Valor y dominio de la suerte... Así llegamos al gran momento. El toro, en el tercio del 2. El espada avanzó despaciosamente a su encuentro, la muleta en la diestra mano. «Revistero» escarba en la arena y retrocede. Inquietud en el público. ¿Tendremos toro? El espada citó de nuevo. Se arrancó el toro suave y la muleta peinó los lomos de la res y salió por la penca del rabo. Se revolvió el toro y Solórzano se lo echó por delante en un gran pase cambiado por arriba que arrancó las primeras exclamaciones de asombro. Otro pase por alto, con colada. Y la muleta a la zurda. El toro tardo en la embestida. El torero adelantó la muleta bravamente para provocar la arrancada. Y se llevó prendido a «Revistero» en un buen pase al natural, que ligó con el de pecho, magnífico. (Ovación)... Una serie de tres naturales... la mano del torero deslizóse suavemente, templadamente y la figura del torero no perdió un solo instante la naturalidad, cosa esencialísima y en la que el público, el gran público, apenas para mientes... la muleta, vencedora, triunfante, volvió a la derecha para dibujar unos pases muy toreros. Y en un instante en que el toro se arrancó brusca e inopinadamente, se libró el espada del embroque jugando con soberana habilidad la mano zurda para ganar la acción a «Revistero» y echárselo otra vez por delante en un pase de pecho que levantó en el graderío murmullos de admiración... Tres veces entró a matar. Las tres sobre corto y sin separarse un milímetro de la línea recta. Dos pinchazos magníficos y una estocada corta superior. Toda la faena fue coreada por el público, y cuando el toro dobló, millares de pañuelos se agitaron en el aire. Y no volvieron a los bolsillos hasta que el espada cortó las dos orejas del noble animal... Entonces estalló una verdadera tempestad de aplausos... ¡Salud, Solórzano ilustre!...

En el semanario Mundo Gráfico, Madrid, junio 1931
(Foto: Alfonso)
Es así como fue contada a la afición de Madrid y de España una de las páginas brillantes de la historia del toreo.

Concluyendo

El paso en los ruedos de Jesús Solórzano no solamente está señalado por la tarde de Revistero. También la gloria le llegó con los nombres de Granatillo, Redactor, Cuatro Letras, Batanero, Brillante, Príncipe Azul, Pies de Plata, Tortolito, Picoso o Pimiento y que lograron construir la historia y la leyenda de El Rey del Temple.

Jesús Solórzano se despidió de los ruedos el 10 de abril de 1949 en la Plaza México, en una corrida de toros en la que alternó con Luis Procuna y Rafael Rodríguez en la lidia de un encierro de Matancillas. El último toro que mató vestido de luces fue Campasolo y llevaba en el anca el hierro de La Punta – ganadería hermana de la anunciada – también propiedad de sus cuñados Francisco y José C. Madrazo, al que le cortó una oreja. Falleció en la Ciudad de México el 21 de septiembre de 1978.

Aclaración necesaria: Los resaltados en los textos de Corinto y Oro y Federico Morena no obran en sus respectivos originales, son imputables exclusivamente a este amanuense.

domingo, 28 de marzo de 2010

Una ventana digital a la Edad de Oro del Toreo en México

Contextualizando

Cuando los hermanos Lumiere secularizan la cinematografía, por allá al final del siglo XIX, usan la cotidianeidad de la vida familiar como argumento. El descubrimiento de que la proyección de imágenes concatenadas a una cierta velocidad para reproducir casi en su integridad el movimiento de personas y de cosas, consigue a través de un impulso comercial, convertirse en una de las nuevas maravillas de un mundo que estaba por ingresar a una centuria en la que los avances de las ciencias superarían todo lo logrado hasta entonces por la humanidad.

Pronto el cinematógrafo abandonó el confín de la vida diaria en familia y se aplicó para perpetuar otros aspectos del tránsito de las comunidades por el tiempo y a la vez, provocó la gestación de una industria que devendría en poderosa y que tendría por finalidad el simplificar la presentación de diversas obras literarias, originalmente destinadas a los teatros, con presentaciones en vivo y sujetas a todo el trajín y conjunto de contingencias que el movimiento de las compañías implicaba.

También se advierte que las manifestaciones de la cultura popular pueden ser trascendidas por el cine y la fiesta de los toros no debería ser refractaria a ello. Hoy, gracias al vídeo y a otras tecnologías digitales podemos coleccionar y conservar diversos testimonios de épocas que parecían irremisiblemente condenadas a ser conocidas únicamente por las relaciones escritas de quienes las vivieron, por las pinturas, grabados y apuntes recogidos en esos momentos y más recientemente, a través de la fotografía fija, medios que nos proporcionan la visión subjetiva del cronista, del pintor o del que seleccionó las fotos que habrían de conservarse para la posteridad. Estos medios son una valiosa ayuda para conocer el pasado remoto, pero tienen el estigma de no reproducir en su integridad los sucesos.

En el mundo de los toros, en cuanto la tecnología lo permitió, se inició un movimiento tendiente a preservar y a difundir los testimonios captados para la posteridad por el cine y así surgen firmas de coleccionistas, como las de Fernando Achucarro y José Gan en España, o las de Julio Téllez, Ramón Ávila Salceda o Nadim Alí Modad en México, mismas que por distintos vehículos han puesto a la disposición de los aficionados a los toros, selectas piezas de sus filmotecas, en formatos que permiten apreciarlas en la comodidad de sus hogares.

La colección Daniel Vela

Daniel Vela, originario de Guadalupe, Zacatecas, fue propietario de una compañía distribuidora de gas denominada Vel – A – Gas que se anunciaba en el cintillo que formaba el friso de loa palcos de contrabarrera del viejo Toreo de la Ciudad de México. Era también – se advierte por el legado que ahora comentamos –, un gran aficionado al llamado séptimo arte y a la fiesta de los toros, logrando en su tiempo, conjuntar ambas aficiones, capturando con su cámara de cine una serie importante de imágenes, que constituyen hoy, una magnífica ventana a lo que puede calificarse como la Edad de Oro de la fiesta en México.

Las filmaciones de Daniel Vela que se recuperan en el DVD objeto de este comentario, muestran por una parte, la destreza de éste como operador de la cámara y su idea sobre las cuestiones trascendentes de los festejos taurinos y por la otra, la ya mencionada afición por el cine y por los toros, pues la mayoría de los testimonios fílmicos que ahora son divulgados, son capturados en color y sobre esto, habrá que hacer notar un par de cuestiones: la primera es que en el cine comercial se comienza a filmar en color desde la década de los treinta, pero solo para aquellas cintas calificadas como de gran presupuesto, popularizándose el formato sólo hasta los años cincuenta, cuando entra en el mercado general el formato de ocho milímetros. La segunda es que el filmar en color de una manera diríamos casera, representaba un costo altísimo en la década de los cuarenta, pues la película virgen y el revelado debían adquirirse y hacerse en los Estados Unidos.

Todas estas cuestiones agregan valor histórico al acervo puesto a la disposición de la comunidad por la filmoteca de la UNAM durante el rectorado del Médico Juan Ramón de la Fuente, uno de los pocos hombres públicos de este tiempo que no se abochornan al reconocer y al vivir su afición a los toros, como lo demostró apenas el pasado 28 de febrero al recibir un brindis de Manolo Mejía en la Plaza México y llevarse por amplio margen, la ovación de la tarde. Hoy el Rector de esa casa de estudios es el abogado José Narro Robles, de quien no tengo noticias acerca de su afición por todo esto, pero al menos su silencio respecto de ellas, en estos tiempos que corren, es confortante.

La Edad de Oro

No es tema de discusión, que la Edad de Oro de la fiesta de los toros en México corresponde al lapso de tiempo que va entre la mitad de la década de los treinta y la mitad de la década siguiente. Se produce cuando, por consecuencia del llamado boicot del miedo y la guerra civil española, quedan interrumpidos los intercambios de toros y toreros con España y la fiesta de los toros en México tiene que desarrollarse exclusivamente con elementos domésticos.

Es en este tiempo cuando toreros y ganaderías mexicanas alcanzan las cotas más altas de su historia. Es cuando Armillita, Jesús Solórzano, Lorenzo Garza, El Soldado y Silverio establecen su imperio enfrentándose a toros de San Mateo, Piedras Negras, Coaxamalucan, La Laguna, La Punta, Matancillas o Carlos Cuevas, dejando ver que en ese momento de la historia, no era indispensable la comparecencia de toreros hispanos para hacer atractivas las temporadas, pues la maestría, la clase, la personalidad y el sentimiento que imprimían a sus faenas ante los bravos toros mexicanos colmaban las aspiraciones de los aficionados de esa época y daban pábulo a esperar más el siguiente día de toros.

La fiesta en México era autosuficiente en esos días. Tanto, que a través de los testimonios capturados por Daniel Vela, nos encontramos con la presencia de toreros que, en lo que pudiéramos llamar la historia oficial de la fiesta mexicana, son considerados solo como elementos colaterales de ella. Carlos Vera Cañitas, Manuel Gutiérrez Espartero, Gregorio García, Ricardo Torres y Juan Estrada son toreros que se recuerdan por haber sido parte de corridas memorables, una especie de convidados de piedra para aderezar las hazañas de los que trascendieron como figuras, pero inexplicablemente sin pasar a la historia el por qué de su inclusión en esos momentos que hoy, constituyen los grandes hitos de nuestra fiesta.

México tenía en ese tiempo, muchos y muy buenos toreros. Las películas de Daniel Vela nos muestran la profundidad y la clase de Ricardo Torres al torear a la verónica; la planta torera de Gregorio García y su facilidad con las banderillas; el valor y la calidad torera de Cañitas, un torero que hoy, sería un fuera de serie, pero que saltó a los ruedos en una época en la que para ser primera figura, uno tenía que ser tan grande como Fermín o Lorenzo o Silverio. También entendemos por estas filmaciones por qué Juan Estrada ganó dos veces la Oreja de Plata en El Toreo y por qué Espartero fue impulsado y protegido por El Magnífico.

Por otra parte, bien decían Julio Téllez, Paco Coello y Luis Ramón Carazo al comentar en la televisión este DVD (2003) que rompería algunos mitos relacionados con el toro de lidia mexicano. En primer término, creo que concluye con aquél que hablaba de las catedrales con cuernos que se decía se toreaban en esos días y también da fin a aquél que dice que el toro de hoy es más bravo que el de antes.

El vídeo disco que hoy les comento nos deja ver que el toro que se lidiaba en ese tiempo, como producto de una crianza por métodos extensivos era de poco volumen, pero de gran pujanza. Son frecuentes las escenas en las que vemos que toman tres o cuatro puyazos, dados sin barrenar y sin hacer la carioca. Puyazos en los que los toros recargan, empujan y producen tumbos o llevan al caballo hasta las tablas y en alguna oportunidad – la alternativa de Cañitas – matando al equino aún a pesar del peto. En fin, que se advierte que los toros de entonces tenían edad y tenían raza, condiciones que hoy se ven, como diría Pepe Alameda, por rarísimo acaso.

Así pues, la colección de Daniel Vela nos presenta en un interesante panóptico, la fiesta de los toros mexicana en la edad mas grande que ha vivido, cuando los toros y los toreros nacionales eran de una calidad y categoría tales, que novillada o corrida, los tendidos del coso de la colonia Condesa se encontraban repletos domingo a domingo y a veces, con festejo en el jueves intermedio, hecho que en estos tiempos, se produce una o dos veces por temporada.

El DVD y su contenido

Al inicio hablaba de la subjetividad en la selección de los testimonios y aunque el cine y hoy, el vídeo reducen esa posibilidad, se advierte que en la selección de los materiales, se practicó algún trabajo de edición que dejó fuera algunas escenas que quizás no reproducen momentos trascendentes en sí, pero que tienen trascendencia por su valor histórico. A guisa de ejemplo, haré referencia a la tarde de Rafael Osorno con Mañico de Matancillas. Al comentarse en el programa Toros y Toreros del Canal 11 de la Televisión Mexicana la salida al mercado del DVD, se proyectó, creo que casi completa, la película filmada por Daniel Vela en esa oportunidad y así, vimos las actuaciones de Rutilo Morales y de Luis Briones esa tarde de 1942, mismas que no se recogen en el documento digital. La faena de Osorno con Mañico es la que pasó a la historia, pero hoy, las imágenes recogidas de la totalidad del festejo, tienen un importante valor histórico. ¿Por qué no dejarlas?

Por otra parte, considero que se pudo dar un mejor tratamiento al material reutilizado, en cuanto a que al inicio de cada apartado se indica la fecha y el cartel del festejo a que se refiere, pero deja al espectador la tarea de adivinar que diestro es el que actúa, sobre todo, si partimos de la realidad de que las filmaciones, dada la condición de las cámaras con las que se realizaron, no contienen en muchas partes, una división lógica de los diversos estadios de la lidia, ni de la actuación de los diestros que forman el cartel, identificables por quienes les vieron en su tiempo, pero un enigma para aquellos que solamente los conocen por las referencias que la historia hace de ellos y que – como dijera el amigo Claudio Vargas –, por un accidente meramente demográfico, constituyen quizás más de tres cuartas partes de los posibles espectadores. ¿No se pudo poner en subtítulos el nombre de los diestros recogidos por la imagen? Lo anterior se vuelve necesario, sobre todo, si consideramos que la mayor parte de las imágenes transcurren silentes, dado que tras una breve noticia histórica expuesta por Paco Coello, se reproduce un pasodoble de la época, cuya duración llega apenas a los dos o tres minutos y los cortes de película son de mucha mayor duración.

En fin, el esfuerzo realizado es importante y su resultado a mi juicio, extraordinario. El equipo de trabajo integrado por Sergio Iván Trujillo Bolio, José Francisco Coello Ugalde, Ángel Martínez Juárez, Francisco Ohem, Jesús Brito, Enrique Ojeda Castol, Alejandra Montalvo, Julio Téllez García, Juan Felipe Leal, Eduardo Barraza, Carlos Arturo Flores Villela, Jesús Flores y Escalante, Pablo Dueñas Herrera, Clara Guadalupe García y Ricardo Orozco Ríos tienen derecho a disfrutar de la satisfacción que deja una labor bien realizada y concluida en esta etapa.

Así pues, si se quiere conocer mejor la Edad de Oro de la fiesta de toros en México, el DVD que contiene la selección de la Colección de Daniel Vela constituye una extraordinaria ventana digital para asomarse a ella.

Post – scriptum: En la época de la aparición de este vídeo disco, había publicado ya una versión distinta de este mismo artículo, misma que pueden consultar aquí. La colección de DVD’s sobre tauromaquia de la UNAM comprende cuatro de ellos, por lo que próximamente me ocuparé de los siguientes ejemplares.

domingo, 1 de febrero de 2009

El Tío Carlos


Un buen amigo me ha hecho llegar una obra titulada Crónicas Taurinas (Colección Autores de Querétaro, número 20, selección de Carlos Jiménez Esquivel, Gobierno del Estado de Querétaro, 1991), una recopilación de crónicas escritas por el abogado, político y periodista queretano, don Carlos Septién García (1915 – 1953), mayoritariamente conocido por su alias periodístico que titula este post, pero que también firmó en lo taurino como Don Pedro y El Quinto.

El Tío Carlos cubre con su narrativa de los acontecimientos taurinos una etapa que resulta importante para la comprensión del devenir actual de la Fiesta en México, pues entre 1941 y el año de su defunción, tuvo la ocasión de presentar a la afición mexicana una visión más o menos ecuánime – su preferencia por Silverio y por Arruza trascienden a su obra – y absolutamente desinteresada de lo que sucedía en las plazas de toros de la Ciudad de México, las principales de esta República.

En sus propias palabras:

…la valorización simplemente técnica de las corridas – tan útil y necesaria a la pureza de la tauromaquia – no podía constituir por sí misma el atractivo principal de una reseña para esas grandes multitudes que llenan las plazas con más sed de emoción plástica o dramática que de perfección de procedimientos… el olvido de la pureza técnica podía desviar al toreo por las sendas del barroquismo sin sustancia, del esteticismo decadente o del drama sin dignidad… consideró por todo eso que si alguna misión habría de cumplir como cronista de toros ella sería la de servir el inagotable buen gusto del público mexicano ayudando tanto a definir los valores estéticos que cada torero representa, como a darles una jerarquía justa y fundada…


Esta cita la hago del prólogo que hace al primer libro que sobre el tema publicó, titulado Crónicas de Toros, que vio una primera edición en 1948 y una segunda 30 años después, en la que recopila en una primera sección las crónicas que escribió bajo el seudónimo de El Quinto en el semanario La Nación, del cual fue fundador y en la otra, las que como El Tío Carlos alumbró en el diario El Universal de la Ciudad de México, dándose el caso, de que de algunos festejos, seleccionó las dos para integrar la publicación.

La mayoría de los historiadores de la prensa taurina en México le ubican como cronista solamente entre 1941 y 1948, pero la obra que motiva este comentario nos deja en claro que siguió adelante prácticamente hasta su muerte, cubriendo entonces la cúspide de la Edad de Oro del toreo en México y su transición hacia la Edad de Plata, dejándonos en sus crónicas una imagen escrita con la pluma sobre el papel, que nos permite conocer con bastante fidelidad lo que representó en su momento cada uno de los ganaderos y diestros a los que se refiere en sus relaciones.

Horacio Reiba Alcalino, evocando a Ryszard Kapucinski comenta que varias de las virtudes del periodismo taurino se han perdido hoy en día y hace especial énfasis en dos: la cultura general del escribidor y la falta de estilo personal, lo que no permite ni identificar, ni disfrutar el contenido del relato de los sucesos acaecidos en los festejos, pues o como decía El Tío Carlos, se cae en una sesuda descripción técnica que tiene como característica principal su ininteligibilidad o en una serie de barroquismos hueros que dicen menos que nada. Por eso, considera el cronista de la Puebla mexicana, Carlos Septién García pertenece a una aristocracia que está prácticamente extinta.


Los textos contenidos en Crónicas Taurinas hacen una transición casi silenciosa del primer libro de Septién. Si bien se repiten algunos textos que son obligados, como aquél de El Castaño Expiatorio, los relativos a la muerte de Manolete y el entierro de Joselillo, extraídos de lo que el autor titulara como el Martirologio de 1947, el relativo a la tarde de Garza con Amapolo y El Monstruo con Murciano o el de la faena de Armillita a Nacarillo de Piedras Negras, el resto constituyen un interesante panóptico del desarrollo de la Fiesta mexicana en el lapso de tiempo que cubre su actividad como cronista, en el que podemos ver la consolidación de toreros como Rafael Rodríguez El Volcán de Aguascalientes, Manuel Capetillo y Jesús Córdoba, o conocer, prácticamente de primera mano, el transcurso del hacer de Manolo González, José María Martorell o Julio Aparicio en la cumbre de sus carreras por los ruedos de México.

Concluyo con otra reflexión de Carlos Septién García, que a mi juicio resulta enriquecedora:

…los toros son más que una simple “fiesta” sujeta a tales o cuales costumbres… tenemos en ella una de las mejores expresiones populares del genio de nuestra raza y de muchos de sus más nobles impulsos. Gracia, valor, autenticidad, liturgia, capacidad de hazaña, sentido del sacrificio, religiosidad, belleza, generosidad, entrega… Todo esto y más forma la sustancia humana de las corridas de toros, caudal de temperamento, de tradición y de anhelos que fluye en los toros con poderío y libertad incomparables… Es la misma sustancia de que está hecha la Patria; la misma de que están amasadas las grandes creaciones de nuestra estirpe en cualquier otro campo del espíritu. Resulta entonces no sólo legítimo sino aun en cierta forma debido el dar a los toros el rango de magnífica creación popular de nuestra cultura…


En suma, estamos ante una obra que aparte de servir de referencia, nos lleva por los caminos de un conocimiento culto de lo que fue en su día, la Fiesta de los Toros en México.

Aldeanos