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domingo, 11 de junio de 2023

8 de junio de 2000: El Califa se adueña de Madrid

El Califa
Foto: Avance Taurino
José Pacheco El Califa, natural de Canals, en Valencia, era hijo de Francisco Pacheco y en la época de su breve ascensión a las cumbres de la tauromaquia, se afirmaba en mentideros y medios de comunicación, que Francisco Pacheco había sido compañero de correrías de Manuel Benítez El Cordobés, en los días que prometió a Ángela su hermana que o le compraría una casa o llevaría luto por él. Por esa razón, se decía que Benítez aceptó vestirse una vez más de luces – la antepenúltima de su dilatada carrera en los ruedos – para darle la alternativa al hijo de su amigo en Xátiva, Valencia, el 1º de mayo de 1996, delante del granadino Fernando Martín Sacromonte, cediéndole al toro Fundador de la ganadería de Nazario Ibáñez

Cierta o falsa la historia de la añeja relación entre El Cordobés y Francisco Pacheco, la verdad es que el hecho de que la última alternativa que el hoy Quinto Califa de Córdoba del toreo le otorgó a un diestro que ostentaba ese apodo, le permitió caminar un breve tiempo por las primeras filas del escalafón y escribir tardes que han quedado en la memoria colectiva, como la que hoy pretendo traer al recuerdo, y que tuvo su aniversario este pasado Jueves de Corpus.

El San Isidro del año 2000

Toresma 2 la sociedad que regentaban los hermanos Lozano, ofreció para la isidrada del año en el que, según se lea, finalizaba un milenio o iniciaba otro, un serial de 21 corridas de toros, 3 de rejones, 3 novilladas con picadores y fuera del abono, la Corrida de la Prensa. Eran el principal reclamo de ese ciclo nombres como Enrique Ponce, Francisco Rivera Ordóñez, Vicente Barrera y Morante de la Puebla. El único confirmante era El Juli y se anunciaban todavía nombres como el de Carlos Escolar Frascuelo, José Luis Bote, José Pedro Prados El Fundi o Miguel Abellán. Entre los novilleros se ve a Fernando Robleño, Sebastián Castella, Javier Castaño y a Sergio Aguilar, entre los que caminaron más o menos largo en esto.

“El Califa” había confirmado su alternativa en Las Ventas el 2 de julio de 1998, cuando José Antonio Campuzano, en presencia de José Ignacio Ramos le cedió los trastos para despachar a toro “Tonto” de Juan Albarrán. Así que “El Califa” no era ningún desconocido para la afición de la capital española. Y así, su anuncio en las corridas 25ª y 26ª – miércoles 7 y jueves 8 de junio –, dentro de lo que se dio a llamar la “semana torista”, con toros de Celestino Cuadri y de doña Dolores Aguirre, en principio no era precisamente una novedad en la plaza. 

La 26ª corrida de feria

Toros de doña Dolores Aguirre Ybarra, ganadería asentada en la Dehesa de Frías en Constantina, Sevilla, para Miguel Rodríguez, Víctor Puerto y José Pacheco El Califa, quien la víspera, ante los toros de Cuadri, había saludado una ovación en los medios en el primero de su lote y que, al decir de las crónicas del día, de haberle repetido más su segundo, le hubiera formado un lío. Así pues, la afición de Las Ventas le esperaba con interés para el día siguiente. 

A El Califa le correspondieron en el sorteo, por su orden, Carafeo II, número 23, con 541 kilos de peso, nacido en enero de 1996 y de pelo negro bragado y Pitillo, número 22, de la misma capa, con un peso de 538 kilos, nacido en noviembre de 1995. Una nota curiosa de ese encierro, es que los toros segundo y cuarto se llamaron Carafeo I y Carafeo III.

La plaza de Madrid fue puesta de cabeza cuando El Califa, vestido, según las crónicas, de celeste y oro – hoy dirían que de purísima y oro – tomó en sus manos la muleta. Se plantó en los medios de la plaza e inició con un pase cambiado por la espalda, y allí mismo recogió a Carafeo para darle una primera serie con la mano diestra. La crónica que en su día escribió Miguel Ángel Moncholi para el extinto portal burladero.com entre otras cosas cuenta:

Es el caso del tercero al el que “El Califa” apenas meció con el capote, pero con la muleta aprovechó de principio a fin. Primero en el cambiado, en los medios, como los bravos toreros, al que siguió con la diestra en una serie de largos pases que llegaron a los tendidos… Luego, en tandas con la izquierda, en base a naturales en los que aprovechaba con toques imperceptibles la bondad de su humillada embestida. La primera mandona, la segunda suave, encajado en los riñones, asentadas las zapatillas, aguantando la desafiante presencia del de Dolores… Faena medida, que se hizo corta, que complementó con ayudados por bajo, doblado el torero, erguido en su torería, preparando con ellos la entrega del morlaco para la suerte suprema… Había que jugarse el todo por el todo. Montó la espada Pacheco. Se encunó “El Califa” y dejó una entera caída tan entregada que a punto estuvo de verse prendido en el ajustado embroque del volapié… Y así cayeron una, dos orejas, – la segunda se me antoja excesiva –, pero ciertamente a una faena de valor y torería…

Más prolija y literariamente mejor compuesta es la que publicó al día siguiente Vicente Zabala de la Serna en el diario madrileño ABC. Seguramente las cuestiones del tiempo para preparar y salir a los puestos. En su desarrollo, cuenta:

El Califa ha conquistado el trono de Madrid con una faena muy de verdad, muy pura y auténtica y otra que murió a medio camino con la cornada ante el sexto. La emoción recorrió los tendidos como un reguero de pólvora, como una conexión eléctrica que provocaba el olé colectivo. El gentío se levantaba como impulsado por un resorte. El peregrinaje ha sido árido hasta alcanzar semejante momento… Fue al natural cuando resquebrajó los cimientos de la Monumental con un toreo lento, estático y ligado, con la muleta a rastras y la cintura tronchada, rota, antes de hilvanar con el obligado, pese al parón y a la duda del bicorne. Y la plaza, loca, ronca, rendida a este califa de Játiva, conquistada por otra media docena de zurdazos de calidad, naturales despatarrrados, en los medios, donde se desarrolló toda la faena… Pañosa de seda en la mano izquierda de El Califa, látigo dominante, muñeca elástica. La espada había de rubricar la gran obra, no podía fallar. Se perfiló lejos, con metros de por medio, y ejecutó la suerte con los tiempos irregularmente marcados, más a tumba abierta… el acero se había hundido arriba, o casi. Un par de centímetros, quizá menos, no debían de robarle el triunfo de la puerta grande, la gloria. La petición fue como las últimas elecciones, abrumadora; sólo que ayer nadie perdía, no había derrotada oposición, porque el pupilo de Aguirre, doña Dolores, también se erigía como ganador. Dos orejas cayeron en las manos jóvenes del torero, que abrazó emocionado al alguacil…

Esa corrida la vi por el canal internacional de Televisión Española (TVE), en esos días cuando era más plural y menos sectaria y pacata, en compañía de mi compadre Nicolás Rodríguez Arellano. Pensamos los dos que atestiguábamos el nacimiento de una nueva figura del toreo, pero la vida y el destino le tenían otro camino por andar a El Califa, sin embargo, cuando había que llevar a la discusión un torero de esos que surgen de cuando en cuando, el nombre de José Pacheco era el primero que sacábamos a la discusión.

El segundo del lote de El Califa le permitió un momento de gran lucimiento nada más, antes de arrebatarle las llaves de la Puerta de Madrid y enviarlo a la enfermería. El parte rendido por el doctor Máximo García Padrós fue el siguiente:

Presenta dos heridas por asta de toro, una en el triángulo de Scarpa del muslo izquierdo con una trayectoria ascendente de 10 centímetros, que interesa tejido celular subcutáneo. Desgarro en el escroto y otro en la región tercia de la mano derecha de otros 10 centímetros, pendiente de estudio radiológico. Fue intervenido bajo anestesia general. Pronóstico menos grave que le impide continuar la lidia. Fue trasladado a la clínica de la Fraternidad.

Su entrega le hizo trocar la puerta del triunfo por la de la sangre, pero su obra allí quedó, para la posteridad. Y al final de la feria, El Califa fue declarado el triunfador del ciclo – fue el único diestro que le cortó dos orejas a un mismo toro – por el Real Casino de Madrid, por la Peña El 7 y también por el jurado que asignó por cuadragésima primera vez los resonantes Premios Mayte.

En perspectiva

Ya nos había anunciado Joaquín Vidal, desde el julio valenciano anterior, que allí había un torero:

Para ser califa no hace falta haber nacido en Córdoba; se puede ser de Xàtiva. Ni hace falta llamarse Abderramán; con Pepe basta. Demostración: en Xàtiva tienen un califa de nombre José Pacheco, para los íntimos Pepe. Y es torero. No hay más que verlo: se pone delante de los Cuadri, y ya le pueden venir rabiosos o reservones, francos o inciertos, que les aguanta las intemperancias, los templa y los manda. El Califa consiguió un éxito en la primera corrida de la famosa Fira de Julio valenciana. No porque ofreciese una exhibición pegapasista como es habitual; no porque se pusiera tremendista, que es el sucedáneo del valor en quienes van de suicidas. Sino porque aquello de parar, templar y mandar lo hizo con cabal cumplimiento de los cánones y a toda costa. Lo hizo incluso a costa de la cornada, que no se llevó sin que se sepa con exactitud el motivo…

Los toros respetaron a José Pacheco a medias, porque al final las lesiones que las cornadas causan terminaron por hacerle dejar los ruedos con esas probadas de gloria, pero sin haberla alcanzado plenamente. Todavía volvería a Madrid con los toros de doña Dolores, la señora de Bilbao, para cortarle otro par de orejas a Langosta y, esta vez sí, salir en hombros por la Puerta Grande de Las Ventas. Esta vez su padre no pudo verle en la plaza, pero lo hizo desde el infinito, a donde se había marchado pocos días antes.

Carlos Bueno escribió acerca del torero de Xátiva a propósito del vigésimo quinto aniversario de su alternativa:

El Califa fue, sin duda, el torero de la emoción. Su entrega fue siempre total, su valor sorprendente, su abandono al toreo excitante. Hizo el paseíllo con todos los compañeros, sin rehuir ninguna divisa y estuvo anunciado en todas las ferias. Le costó entrar en Valencia, pero nunca perdió la afición ni la confianza y el coso de Monleón acabó siendo su feudo, como lo fue Madrid, la dura y exigente capital donde José fue venerado por su cite adelantado, toreo ceñido, largo y hacia dentro. Sobre su arena se proclamó soberano rotundo. Fue el primer valenciano que triunfó de forma absoluta en un San Isidro y el único en conseguirlo por partida doble…

Esos son algunos de los recuerdos que tengo de José Pacheco El Califa, un torero que la historia de la fiesta nos recuerda que siempre hay lugar para quienes hacen las cosas con verdad, pureza y entrega.

Aviso parroquial: Los resaltados en los textos transcritos son imputables exclusivamente a este amanuense, pues no obran así en sus respectivos originales.

domingo, 29 de mayo de 2022

27 de mayo de 1972: La última epopeya de un mexicano en Madrid

Eloy Cavazos a hombros, Madrid, 27/05/1972
Foto: Hemeroteca y biblioteca Mario Vázquez Raña

En los inicios de noviembre de 1965, un jovencito recién llegado de Monterrey a la capital mexicana entrenaba en la Plaza México. Ya sonaba su nombre en las relaciones de la prensa como uno de los novilleros que encabezaban el escalafón y las preferencias de la afición en ese momento. En ese lugar le entrevistó Luis Ortega Gómez para la Revista Taurina y entre otras cosas, el muchacho llamado Eloy Cavazos, le dijo acerca del lugar en el que se encontraba y de lo que esperaba del futuro:

Es grande, pero no me asusta. Si Dios me ayuda he de llenarla muchas veces. Al cabo que saliendo en hombros nadie me ha de ver chiquito... Aquí la plaza es grande y el público mucho, Hay que hacerle como con los toros. Hay que hacerse primero con los chicos y arrimarse mucho hasta que se llega. Así pienso llegar yo... arrimándome...

Eloy Cavazos no cejó en su intento, pues se presentó en la gran plaza el 12 de junio del año siguiente y recibió la alternativa en su tierra, Monterrey, el 28 de agosto de ese mismo 1966, de manos de Antonio Velázquez quien en presencia de Manolo Martínez le cedió los trastos para dar cuenta del toro Generoso de Mimiahuápam. Esa alternativa la confirmó en la Plaza México el 14 de enero de 1968, siendo apadrinado por Alfredo Leal. A partir de allí, el torero inició una vertiginosa ascensión a la cumbre en la que no se detendría hasta alcanzar la cima.

Logradas esas iniciales metas, la siguiente etapa a cubrir sería la presentación en ruedos europeos y el año de 1971 fue el decidido para ello. Su primera actuación de aquel lado del mar fue en Málaga, el 11 de abril, después actuó en Barcelona el 9 de mayo y con ese bagaje el siguiente compromiso que tenía por cumplir era en la plaza de Las Ventas, para confirmar su alternativa, compromiso pactado para el 20 del llamado mes florido.

La 7ª del San Isidro de ese año se conformó con Miguel Mateo Miguelín, Gabriel de la Casa y Eloy Cavazos, quien confirmaría su alternativa. Los toros fueron de José Luis Osborne. Esa tarde el torero regiomontano le cortó una oreja al toro de la confirmación, Retoñito, primero de la tarde, y a Floripondio, el sexto de la corrida le arrancó otra. Así, Eloy Cavazos, en su presentación, abría la Puerta de Madrid por primera vez. 

En su segunda tarde, tres días después de la inicial, Noguero, de Francisco Galache lo heriría casi al abrirse de capa. Un percance grave, según se lee del parte médico rendido por el doctor Máximo García de la Torre:

El diestro Eloy Cavazos sufre una herida por asta de toro en la región axilar izquierda, con una trayectoria hacia la línea media de 20 centímetros que produce destrozos en los músculos pectoral mayor y menor e intercostales, con rotura de pleura parietal, contusiones y erosiones múltiples. Pronóstico grave…

Esa cornada no lo detuvo, terminó esa campaña española con 30 corridas toreadas, cortando 55 orejas y 7 rabos y por supuesto, pasando por las principales plazas españolas y francesas.

El San Isidro de 1972

La Feria de San Isidro de 1972 ha pasado a la historia por mérito propio. Mucho hay para escribir de ella, pero en este momento lo que me ocupa es lo sucedido la tarde del sábado 27 de mayo de ese año, cuando se habían anunciado toros de don Joaquín Buendía para Fermín Murillo, José Fuentes y Eloy Cavazos, quien cerraba así su participación en ese ciclo isidril.

Los santacolomeños de Buendía no superaron el reconocimiento veterinario y fueron sustituidos por cuatro toros de doña Amelia Pérez Tabernero y otros dos de El Jaral de la Mira, entre los que venía un voluminoso colorado, que al llegar a la plaza pesó 600 kilos, nombrado Azulejo. La suerte se lo depararía a Eloy Cavazos y le representaría la llave para abrir, por segunda ocasión en su carrera, la puerta grande de Las Ventas.

Lo que Eloy Cavazos le hizo a Azulejo, lo relata así Carlos Briones, en esos días director del semanario madrileño El Ruedo:

Era digna de verse la despreocupación del mejicano ante dos toros más altos que él... la alegre desenvoltura con que se estaba quieto y a pies juntos en una lidia alegre, con graciosa sevillanía, andando con garbo – como debe andar un torero – cuando necesitaba mejorar sus terrenos para continuidad de sus faenas... Su triunfo, sin lugar a dudas, vino con «Azulejo», un señor toro de doña Amelia, colorao y serio, al que recibió con tres verónicas y una larga sin enmendarse, y dio luego otras tres verónicas aún mejores, como lo fue el quite. Brindó al público e inició su faena sobre la derecha, por altos y redondos, molinetes para enlazar las series, naturales a pies juntos, trincherillas, más redondos, – en uno de los cuales sufre un desarme, pero recupera la muleta del testuz de «Azulejo» – y remate mariposeando la muleta frente al toro por delante y detrás de su figurilla dominadora, y una vueltecilla para salir de cacho después de hacer un desplante de rodillas. Una perfecta estocada en la cruz, al hilo de las tablas de la que el toro sale fulminado, y el torero, rebotado una vez más como piedra disparada con honda, desata el clamor de la plaza y el premio de doble oreja, que se completa con vuelta al ruedo y salida a hombros...

El resto de la prensa madrileña no terminó por digerir la contundencia del triunfo del regiomontano. Así, don Antonio Díaz Cañabate, en el ABC madrileño – que publicó la crónica tres días después de la corrida –, notorio por su disgusto con lo que de este lado del mar llegaba a su tierra, apenas le reconoce:

…Cavazos es un torero efectista. Como casi todos los de corta estatura. Su toreo unas veces es bullicioso y otras embarullado y muy apegado a dar vueltas, que hace tan bonito. Le tocaron los dos toros más aparentes para un toreo de calidad, del que está muy lejos el animoso y valeroso Cavazos… al sexto, al que cortó las dos orejas, un toro de gran aparato, de romana y cabeza, pero dulce como el merengue y como la tarde, lo mató con mucho coraje, en el peligroso terreno de las tablas. Esta estocada fue lo más relevante que se hizo con los seis toros, que embistieron como empujados por el reflejo de la belleza del sol, de la luminosidad del azul, sin que empañara esas embestidas la menor nubecilla. Toros sin codicia con los caballos, que, por esa influencia, para mí indudable del sol y del azul, nos proporcionaron una muy entretenida corrida…

Por su parte, quien firmó como Pepe Luis en la Hoja del Lunes madrileña del 29 de mayo siguiente, en su resumen de la feria, dijo:

Mejicanos... Otro azteca triunfó anteayer: Eloy Cavazos. El pequeño torero tuvo para su lucimiento un bravo y bonito ejemplar de doña Amelia Pérez Tabernero. Toro con edad, cara, cuajo y pitones. Eloy triunfó más por su arte en lo adjetivo, la bullanga y el adorno, que en lo sustantivo. Valiente siempre, no acertó a medir las distancias y ahogaba el pase al citar en corto. Sus defectos – de ejecución, no de decisión – quedaron borrados por su coraje al irse tras la espada en un difícil terreno y dejar, a cambio de un serio achuchón, todo el acero arriba. Dos orejas y salida a hombros...

Hay distintas maneras de tratar de entender las cosas. Cañabate y Pepe Luis juzgaron a Eloy Cavazos por un método comparativo, valorando su hacer ante los toros a partir de lo que a ellos les gustaba, lo que, a mi juicio, le quita objetividad a sus versiones, pero conocerlas nos presenta la realidad del ambiente que en esos días se vivía.

Un comentario adicional. Eloy Cavazos en ese San Isidro del 72, se enfrentó a los toros más pesados que en ella se corrieron. Ya decíamos que Azulejo llegó a la plaza con 600 kilos justos, pero en su primera tarde de ese ciclo, ya había despachado a Indiano, el sexto de una infumable corrida de Manuel Francisco Garzón, que dio en la báscula 615 kilos.

El peso de la historia

Se ha cumplido medio siglo de que un matador de toros mexicano, llamado Eloy Cavazos, abriera por última ocasión la Puerta Grande de la plaza de toros de Las Ventas en Madrid, vestido de luces. Y lo hizo después de cortarle dos orejas a un mismo toro. Así, el torero de Monterrey pasó a formar parte de un pequeño grupo de toreros de México que han logrado esa particular hazaña.

Fermín Espinosa Armillita (1933), Lorenzo Garza (2 veces, en 1935 y 1945), Carlos Arruza (3 veces, en 1944, 1945 y 1946), Carlos Vera Cañitas (1945), Fermín Rivera (1945), Juan Silveti (1952), Antonio Lomelín (1970), Curro Rivera (1972) y Eloy Cavazos (1972). Por los novilleros lo han hecho José Ramón Tirado (1956) y Antonio Sánchez Porteño (1964).

Otros diestros mexicanos han salido en triunfo por allí cortando orejas sueltas a distintos toros de sus lotes, pero cobra mayor mérito la apertura del monumental portón y la salida en volandas, cuando se cortan las dos de un solo toro, que, para efectos prácticos, resultan ser los máximos trofeos que se conceden en la plaza de Madrid.

En estos días se abre paso una nueva generación de toreros mexicanos y varios de ellos estarán presentes en la primera plaza del mundo. Tienen la fortuna de tener a la vista a uno de los hacedores de la historia, a un ejemplo a seguir, de tenacidad, de esfuerzo y de la forma de encontrar al triunfo.

domingo, 13 de junio de 2021

Detrás de un cartel (XVII)

Curro Rivera: A hombros en la Beneficencia del 71

La Corrida de la Beneficencia de Madrid es una reminiscencia de aquella disposición real que establecía que los beneficios que generaran las corridas de toros serían destinados a los hospitales de la capital de España. Era un festejo fuera del abono, posterior a la Feria de San Isidro y se esperaba su anuncio hasta conocer a los triunfadores de ese ciclo – toreros y ganaderos – para ofrecer a la afición un verdadero cartel de tronío y de esa manera recaudar fondos bastantes para una causa noble.

Hoy se ha tergiversado en mucho el sentido de ese festejo que en su día fue extraordinario en el sentido estricto del término. Se le anuncia junto con la Feria, con el cartel ya constituido y sin esperar a que, seguro azar del toreo – Alameda dixit – una sorpresa pudiera proporcionar a algún integrante de esa combinación que pudiera generar interés en la afición. Esa práctica le ha quitado interés y sentido a una corrida tradicional.

La Beneficencia de hace 50 años

El doctor Carlos González – Bueno, presidente de la Diputación de Madrid en esa época, anunció casi al cierre de la Feria de San Isidro de 1971, que la corrida de Beneficencia se daría el jueves 3 de junio de ese año y que el cartel lo integrarían un encierro de don Felipe Bartolomé para ser lidiado por Antonio Bienvenida, Andrés Vázquez y Curro Rivera, uno de los diestros mexicanos que habían cautivado a la afición española esa campaña.

Los tres toreros anunciados habían tenido actuaciones importantes durante el ciclo isidril a punto de concluir y con su presencia en el festejo benéfico se aseguraba el lleno en la plaza. El encierro santacolomeño de Felipe Bartolomé, por su parte, en aquellos días era considerado de los de garantía y en esas condiciones el cartel podría considerarse como redondo.

Pero los imponderables son activos fijos de esta fiesta. El 30 de mayo, en la 17ª corrida de San Isidro, un toro Aguilucho de Alonso Moreno de la Cova hirió a Andrés Vázquez y por ello Antonio Bienvenida, con quien toreaba mano a mano, tuvo que quedarse con el resto de la corrida. La cornada, en la zona axilar y con contusión en el pecho, mandó al torero de Villalpando al dique seco por cuando menos quince días.

En el ejemplar de El Ruedo del 1º de junio de 1971, donde se da cuenta del percance de Andrés Vázquez, también se da cuenta de esta información:

A mediodía del lunes, don Leopoldo Matos nos informó gentilmente de que en la imposibilidad de que toree Andrés Vázquez, que mejora de su grave cornada el cartel de la prestigiosa corrida de Beneficencia queda en un mano a mano entre la gloriosa veteranía de Antonio Bienvenida y la prometedora juventud de Currito Rivera. Con ello se recoge el sentir de la afición madrileña… Un cartel de contrastes. Experiencia contra ilusión. Veteranía contra aspiraciones. Cartel hispano – americano...

Así pues, el festejo quedó en un interesante mano a mano entre Antonio Bienvenida y Curro Rivera con los toros de Felipe Bartolomé.

Los toros que se lidiaron

El hombre propone, Dios dispone y llega el toro y todo lo descompone…, dice un adagio de esta fiesta. La corrida de Felipe Bartolomé condicionó en mucho el hacer de los toreros esa tarde. Esa ganadería había lidiado un buen encierro el 29 de mayo y eso fue quizás lo que animó a los organizadores de la Beneficencia a pedir otro para su corrida. En El Ruedo del 8 de junio de 1971, se analiza en estos términos:

Sea ello la culpa por el buen sabor de boca dejado por el juego, presencia y trapío de los toros lidiados el sábado 29, en plena isidrada, lo cierto es que los toros salidos en la clasicísima corrida de Beneficencia defraudaron a propios y a extraños.

Suponemos que todos han dado la edad en el reconocimiento “post mortem”. Suponemos que la mejor fe y la mayor entrega informó a los funcionarios de la Diputación Provincial que comprometieron la corrida de toros. Pero lo cierto es que, tras sucesivas salidas, salvo el tercero y el sexto, tuvieron poco de toros. Trapío justo para convencer al frío Reglamento; caras jóvenes y comportamiento – esto no es achacable a nadie – irregular.

Si a la muleta llegaron más que dóciles, bobalicones, los diestros no les concedieron el margen de confianza por el incierto comportamiento en otros tercios.

£l sexto fue protestado y devuelto a los corrales y el sustituto, sexto bis, de salida, saltó al callejón y proporcionó un susto mayúsculo y algunas contusiones a los espectadores de barrera y callejón.

El triunfo de Curro Rivera

En esas condiciones, Curro Rivera logró abrir la Puerta de Madrid por primera vez en su historia personal esa tarde, cortando una oreja al primero de su lote Grajador, número 7 con 492 kilos y otra al sexto – bis, Niño, con 577 kilos de peso. La tarde fue pasada por agua, con los paraguas como telón de fondo en los tendidos, pero con la afición aguantando a pie firme en ellos. Así vio Julio de Urrutia, en su tribuna del diario Madrid su faena al segundo de la tarde:

Era natural que, a esta falta de pulso de la corrida, impuesta ante unos toros terciados, con casta, pero de escasa fuerza, por el veteranísimo Antonio, no pudiera replicar como era de desear el voluntarioso Rivera, que bastante hizo con sacar partido del segundo Bartolomé de la tarde, caído lastimosamente en los medios tras tomar las varas reglamentarias, pero que aceptó por la izquierda tres buenas series de naturales de la muleta del mexicano. El escaso poder del toro no estaba para más y Curro lo mandó al desolladero de una casi entera, algo tendidilla, que hizo rodar al cornúpeta. Rivera cortó la oreja...

Ante el sexto – bis, Niño, Curro Rivera cortó la segunda oreja que le permitió abrir la Puerta Grande de Las Ventas. La impresión que le causó a Andrés Travesí, quien hizo la crónica para el ABC madrileño en esa oportunidad, fue la siguiente:

En el sexto, que era el sustituto, llovía. Con paraguas la gente permanecía en el tendido. El toro tenía buenas defensas. Rivera se creció y se olvidó del gris, y de la lluvia, y de la hora... No fue su faena variada. Pero consiguió algunos pases excelentes con la derecha y con la izquierda, y sus desplantes, sus adornos, tuvieron gracia y belleza. También cortó una oreja y fue despedido con aplausos, negados en ese momento a Bienvenida. Eran las ocho y llovía. La tarde seguía en gris...

Algunas otras curiosidades de este festejo

El ejemplar de El Ruedo aparecido el 8 de junio de 1971, señala que el brindis preceptivo que hizo Curro Rivera a Francisco Franco, Jefe del Estado Español por esas fechas, que presidía el festejo, fue de la siguiente guisa:

Por su bienestar y el de España entera. ¡Arriba España y Arriba México!

Y, por otra parte, el sexto – bis, Niño, al que Curro Rivera le cortó la segunda oreja de su cuenta personal, saltó las tablas por el rumbo del tendido 8 y casi llegó a las graderías, lesionando a varias personas en el callejón y en la primera fila de barreras. El parte facultativo publicado en el ABC madrileño fue el siguiente:

Fueron asistidos por el doctor García de la Torre el banderillero Rafael Martín Velasco «Rubichi», de fractura abierta del antebrazo derecho, contusiones y erosiones múltiples, de pronóstico grave (pasó al Sanatorio de Toreros); el diplomático americano Luis María Chefardet Urbina, de una herida leve en la región frontal, de pronóstico leve; el ganadero don Juan Martín (Carreros), de herida en la cara y labio superior, de pronóstico leve y don Manuel García González, de una herida incisa en la región superciliar derecha, contusiones y erosiones múltiples, de pronóstico leve, salvo complicaciones...

El lunes siguiente, Antonio García – Ramos, abogado, aficionado y bibliófilo, en la Hoja del Lunes, escribía un interesante artículo recordando que fue José Daza, en el siglo XVIII, el que propuso y diseñó el cable tensado que se coloca en muchas de las plazas de toros en la contrabarrera como mecanismo de protección, precisamente para evitar que los toros que saltan alcancen las localidades ocupadas por los aficionados.

Aviso Parroquial: Diría alguien que conozco: tarde pero sin sueño... Hace unos días de la fecha de la efeméride, pero aquí está el recuerdo de una de las últimas grandes hazañas de una figura del toreo de México en la principal plaza de toros del mundo.

Aldeanos