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domingo, 24 de febrero de 2013

Relecturas de invierno (VI)


Joselito. El Verdadero

La Historia del Toreo refleja pocas oportunidades en las cuales un torero deja en letra impresa, expresado en primera persona su transcurso por la vida sin referirse en exclusiva a su paso por los ruedos. Y es que cuesta a los hombres que se visten de luces el hacer público ese espacio de su existencia que se produce en el claroscuro que se genera en el tramo que media entre su vida doméstica y su hacer en las plazas de toros.

Es por eso que cuando un torero toma la pluma y pone sobre el papel sus impresiones sobre esa zona de su existencia o cuando el torero se sienta con quien tiene la habilidad de transcribir las palabras y los sentimientos del diestro para dejarlos en blanco y negro, la obra resultante adquiere singular valor, porque nos presenta el retrato del torero y del hombre que lo encarna, cosa que a veces el fulgor del oro del vestido de torear, la aureola del triunfo o el estruendo del fracaso nos llevan a olvidar.

El torero comenzará por explicar el por qué del nombre artístico que eligió, considerado sacrílego por muchos, pero con razón de ser, según se lee:

En la escuela era Joselito para acá y Joselito para allá, así que cuando iba a torear en público, ya tenía claro como me iba a anunciar… yo nunca quise ofender ni usurpar el apodo de nadie. Ha habido otros Joselito en la historia del toreo, aunque pocos han llegado tan arriba. Y lo que nadie quiso reconocer entonces que fue Joselito el Gallo nunca apareció en los carteles así, sino como Gallito o Gallito Chico. Lo de Joselito fue un apelativo cariñoso de su familia y de los aficionados desde que aquél fenómeno empezó tan joven a torear. Así que, señores, a ver si se enteran de una puta vez: ¡Joselito soy yo! El verdadero... (Pág. 105)

Y creo que lleva razón, tanta, que cuando se presentó en la Ciudad de México, al comentarse el hecho en el noticiero televisivo que conducía por esas fechas el histórico Jacobo Zabludovsky, con sorna preguntó: ¿Joselito?, ¿entonces, cualquier mariachi puede llamarse ya Beethoven?, a ese grado llegó la incomodidad que produjo la elección de su nombre artístico.


Así es como José Miguel Arroyo Joselito, en unión de Paco Aguado nos presentan la vida del primero desde sus primeros pasos por la vida, en una concepción que desde mi punto de vista, da la impresión, según las expresiones del torero, impregnado de ideas de José Ortega y Gasset, pues aunque ni Joselito, ni Paco Aguado hubieran expresamente recorrido al Filósofo para estructurar la obra, el sentido de muchas ideas expresadas en la obra nos llevan en ese sentido.

Un recuento con marcado sabor orteguiano

Dice Ortega citando al pedagogo italiano Enrico Pestalozzi:

La escuela es un solo momento de la educación. La casa y la plaza pública son los verdaderos establecimientos pedagógicos…

En el repaso que Joselito hace de su infancia y adolescencia, refleja claramente esa noción de que una educación profunda se obtiene en la casa y en la calle. Así, relatará su relación ambivalente con su padre biológico Bienvenido Arroyo a quien llama El Bienve y sus correrías por La Guindalera, donde aprendió a sobrevivir y a conducirse en un mundo en el que sin el complemento de la formación escolar, su fin no hubiera sido el de ser una de las más destacadas figuras del toreo del entresiglos del XX y el XXI, sino quizás el terminar en una prisión por haber figurado en el dominio de actividades como el trasiego y tráfico de drogas o el robo de autopartes, en lo que también tuvo posibilidad de instruirse.

Ese temor le siguió durante toda la vida de El Bienve. Hay un pasaje en el libro, cuando relata sus primeras campañas en América, donde dice que hay muchos días entre corrida y corrida y afirma que no quisiera imaginar qué es lo que hubiera pasado con El Bienve por estos pagos, bien avituallado y con tiempo de sobra para la diversión.

Narra su paso por lo que entonces era la incipiente y entonces Escuela Nacional de Tauromaquia – a la que fue llevado por El Bienve –, cuando Enrique Martín Arranz, Manuel Martínez Molinero, Joselito de la Cal, Macareno o Félix Saugar Pirri, llevaban adelante con más corazón que recursos el centro que ya funcionaba en la Casa de Campo. Habla de la admiración que sentía por José Cubero Yiyo y de la manera en la que con dureza, pero con justicia, Martín Arranz les hacía prepararse física, mental y humanamente para enfrentar una vida en la que el camino no sería mullido.

Joselito se distinguió desde el inicio de su paso por la Escuela, por su inteligencia y por la claridad de sus maneras al interpretar el toreo. Sobre la inteligencia y la elegancia, dice Ortega y Gasset lo siguiente:

Los latinos llamaban al hecho de elegir, escoger, seleccionar, “eligere” y al que así lo hacía, “eligens” o “elegans”. El “elegans” o elegante no es más que el que elige y elige bien. Así pues, el hombre tiene de antemano una determinación elegante, tiene que ser elegante… El latino advirtió… que después de un cierto tiempo la palabra “elegans” y el hecho del “elegante” – la “elegantia” – se habían desvaído algo, por ello era necesario agudizar la cuestión y se empezó a decir “intellegans”, “intellegantia”, inteligente… Así pues, el hombre es inteligente, en las cosas que lo es, porque necesita elegir…

En suma, la elegancia es atributo de la persona inteligente y en el caso de Joselito, evidente es que esa claridad de maneras que le distinguió al interpretar el toreo, era fundada en la elegancia.

Pero independientemente de esa actividad relacionada con su formación y paso por los ruedos, José Miguel Arroyo procura mantener el énfasis en el lado humano de toda la cuestión, de señalar en algunos casos lo que él considera el por qué de algunas decisiones que en su día se consideraron polémicas, siempre partiendo de la idea de que se trató siempre de un ejercicio de su libertad, independientemente de que al ser él una figura pública, el ejercicio de ella pudiera considerarse limitado o influenciado por el ambiente que lo rodeaba.

Dice Ortega:

Vivir es sentirse fatalmente forzado a ejercitar la libertad, a decidir lo que vamos a ser en este mundo. Ni un solo instante se deja descansar a nuestra actividad de decisión… Es, pues, falso decir que en la vida “deciden las circunstancias”. Al contrario, las circunstancias son el dilema, siempre nuevo, ante el cual tenemos que decidirnos. Pero el que decide es nuestro carácter.

Y el carácter de los hombres se forja en el diario vivir y al confrontar la adversidad.

Una lectura que considero obligada

Creo que la obra es una de las que son, en estos tiempos que corren, de las que no se pueden dejar de leer para entender en una importante medida el estado actual de las cosas de la Fiesta en estos días. Además, nos expresa de una manera fresca y de primera mano, el camino que sigue un torero en estos tiempos en su formación desde el inicio y hasta llegar a ser una figura del toreo. Un buen corolario se puede deducir de este pasaje:

Aunque los medios quieren hacernos pasar como unos personajes libertinos, catetos, machistas, sangrientos y violentos, los toreros somos gentes normal en la calle y ejemplar cuando ejercemos nuestro oficios. Yo no me he peleado en la vida y odio la violencia, esa que no existe ni en el ruedo ni en los tendidos de una plaza de toros durante de la celebración de un espectáculo cruento pero no cruel… En todas las que he pisado, que han sido cientos, nunca he presenciado las barbaridades que de tarde en tarde se dan en los campos de fútbol. Lo que un niño puede ver y escuchar durante un partido llega a niveles demenciales. Pero lo peor del caso es que es el propio padre quien le incita a imitarle, ayudando a formar a otro salvaje que descargue sus frustraciones en los demás… Estoy convencido de que el toreo, en cambio, es una escuela perfecta. Porque el ruedo puede ser para un niño un reflejo de la propia vida, la pizarra de donde sacar conclusiones para aplicarlas al día a día. Y mi caso es un buen ejemplo…(Pags. 299 - 300)

Es por eso que considero que Joselito El Verdadero al paso de los años, será considerado un clásico, a la altura del Belmonte de Chaves Nogales, por la extensión y la claridad con la que narra el paso por la vida y por los ruedos de su protagonista.

Aún así, de la manera en la que Joselito plantea sus ideas, me queda una duda, ¿habrá leído a Ortega y Gasset?

Referencia Bibliográfica: Joselito. El Verdadero. – José Miguel Arroyo Delgado con Francisco Aguado Montero. – Espasa Libros, S.L.U. – 5ª edición, Madrid, 2012, 303 páginas, con ilustraciones en blanco y negro. – ISBN 978 – 84 – 670 – 0284 – 3.

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