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domingo, 14 de enero de 2024

Jesús Solórzano y Fedayín de Torrecilla, a 50 años vista

Jesús Solórzano
Foto: Lyn Sherwood

El seguro azar del toreo

José Alameda ha explicado con claridad lo que pudiera considerarse una de las grandes paradojas de la fiesta de los toros, en el sentido de que lo único seguro en ella, sea precisamente el azar, entendido éste, en el sentido de que por más previsiones que se tomen al respecto de una situación determinada, no necesariamente se dará el resultado que se previene, sino uno que puede ser fortuito, accidental o involuntario.

Era quizás miércoles y todavía no estaba definido el cartel de la sexta corrida de la temporada 1973 – 74 de la Plaza México. Muchos rumores circulaban entre la afición y los medios especializados. Dadas las importantes actuaciones de Manolo Martínez y Mariano Ramos el domingo anterior, las voces más fuertes propalaban un mano a mano entre ambos toreros ante el encierro de Torrecilla que era lo único fijo para la fecha. Pero también se decía, que en las oficinas de la empresa se manejaba que en la combinación que se diera podría participar Jesús Solórzano, anunciado en el apartado y que a esa fecha aún no se había presentado ante la afición capitalina.

Cuenta don Alberto A. Bitar que ante la sola mención de que Jesús Solórzano podría entrar en el cartel en el que se lidiarían los toros de Torrecilla, don José Julián Llaguno montó en cólera:

José Julián Llaguno, llevado por su encono en contra de Jesús – nunca se supo bien a bien el fondo de la cuestión – amenazó con que su familia no permitiría que se lidiaran los de Torrecilla, que convocaría a una conferencia de prensa y que entablaría una demanda contra la empresa… José Julián Llaguno era famoso por dos motivos: el primero, por sus chistes, y el segundo, por lo violento de su carácter, sólo que no tomó en cuenta a la Delegación, que amenazó con retirar del cartel a la ganadería para el Distrito Federal, amén de aplicarle una cuantiosa multa… (La Jornada, 29 de octubre de 2017)

Bastó el apercibimiento de la autoridad para que la ira de don José Julián se apagara y aceptara la terna de toreros que la empresa formó para enfrentar a los toros de su hermano José Antonio, que se completó con Eloy Cavazos y Mariano Ramos, para dar cuerpo a ese sexto festejo del serial 73 – 74. De esa manera el azar jugó la primera de sus cartas, abriendo una puerta que inicialmente estaba casi absolutamente cerrada para Jesús Solórzano.

El segundo pase del azar se produjo con los toros de Torrecilla. La corrida llegó a los corrales de la Plaza México seguramente la tarde del día 8 de enero de ese 1974, con la idea de que estuviera allí los cinco días anteriores al festejo, según lo marcaba el Reglamento. Pero el jueves siguiente, dos toros se pelearon y uno quedó inutilizado. Así lo cuenta don Francisco Madrazo Solórzano en su libro El Color de la Divisa:

…una llamada de Carlos González me inquietó, me contó con detalle como el toro número 38, inutilizó durante una pelea, al número 31, quebrándole una pata… Llamé por teléfono a Carmelita Llaguno y le pedí que embarcara otro toro a la mañana siguiente. Y como yo no podía ir, llamé también a “Chemel” para que me sustituyera: “Entre el 50 y el 49, que escoja Toño el que más le guste, están muy iguales en trapío y peso”, le dije… El jueves 10 de enero festejan sus aniversarios de nacimiento mi tío Jesús Solórzano Dávalos – 1908 –, y Manuel Martínez Ancira – 1947 –, les llamé a ambos para felicitarlos. Ese mismo día nació mi hijo, Antonio Manuel. Mientras acompañaba a Esperanza, me enteré por la prensa que mi primo, Chuchito Solórzano Pesado, completaría el cartel de la corrida del domingo… Toño, acompañado por su primo “Chemel” Garamendi, embarcaba al toro número 49, sustituyendo al lastimado. Cuatro días después, el solitario viajero y el diestro postergado, se unirían – cómplices felices – en una de las más grandes, bellas y mejor trazadas faenas en la historia de la Plaza México: la de Jesús Solórzano Pesado, al toro “Fedayín”, No 49, negro, de Torrecilla, con divisa verde y blanca...

La segunda carta del azar fue la del triunfo. Fedayín no iba, en principio, a esa tarde en la Plaza México, tuvo que darse un percance en los corrales para que de manera emergente fuera llevado a sustituir a uno de sus hermanos que se inutilizó. Y jugó también para que en el sorteo le correspondiera a Jesús Solórzano quien lo aprovechó a plenitud.

Jesús Solórzano y Fedayín ante la crónica

El quinto toro de esa corrida, el que de acuerdo a la voz popular, nunca es malo, fue nombrado Fedayín y ante él, Jesús Solórzano realizó una faena que hoy es considerada por muchos como de culto, pero que, en el fondo, es una de esas que, cuando se haga un recuento de las grandes obras realizadas en el ruedo de la Plaza México, tendrá que ser considerada, necesariamente. José Alameda, en su tribuna de el Heraldo de México, entre otras cosas, expresó lo siguiente a propósito de ella:

Siempre que el arte hace su aparición, la fiesta se desintoxica. Porque, no lo dude usted, la fiesta vive intoxicada. Intoxicada de monotonía… Pero el arte verdadero, ¡aparece tan de tarde en tarde! Sin embargo, es suficiente con que asome para que cambie toda la valoración del toreo. Solórzano acabó ayer, de un solo golpe, con esa faena de molde, monótona e industrial, esa faena que se imprime en serie, como las estampas de calendario, la misma que hemos visto ya este año y el anterior y el otro y el otro… ¿hasta cuándo?... Lo que hizo ayer Solórzano fue poner en evidencia la realidad del arte auténtico, fragante, inspirado, sincero, frente al arte de “los pintores de calendario”. Dicho con bíblico lenguaje: Solórzano vino a correr a los mercaderes del templo… La obra de arte tiene siempre que dar la impresión de algo único, distinto, sin par. Es todo lo contrario de la copia fotostática. La obra de arte, hija de la inspiración, es un modelo único. Por eso vale tanto. El público de la plaza México, este público dotado de tan impalpable sensibilidad y tan implacable juicio, lo comprendió, también de golpe, de corazón, con el alma desnuda. Y se entregó al artista con voto unánime para poner en las manos de Solórzano las dos orejas del toro. Porque en los grandes momentos, hay una emoción de la mente y un juicio del corazón… Solórzano, sí. Pero no sólo él. Fue también el aficionado mexicano, en su puesto de honor de la plaza México, el que dio el ejemplo: moralmente, expulsó a los mercaderes del templo… (Heraldo de México, 14 de enero de 1974)

Por su parte, Carlos León, en su crónica epistolar, dirigida a don Lucas Lizaur, de la zapatería El Borceguí, apunta:

Jesús Solórzano II, que inesperadamente entró al cartel como con calzador, parecía que iba a ser el “Ceniciento” de la tarde; un simple “arrimado”, marginado en un rincón de la cocina mondando patatas, mientras otros se despachaban el caldo gordo con la cuchara grande… ¿Qué fue lo que hizo Chucho para armar la que armó y colocarse, de golpe y porrazo, en un sitial que nunca había tenido? Pues muy sencillo: Volver los ojos hacia el toreo de antaño, al toreo clásico, al torear rondeño. En vez de dejarse llevar por el camino herético de la supuesta e iconoclasta “Escuela Mexicana del Toreo”, retornó a la verdad y a la naturalidad, a la pureza de procedimientos, a la estética desahogada. Y con eso tuvo para abrirle los ojos al público, que en una revelación volvía a ver los viejos moldes que creían haber roto los falsos profetas… Si bien con el capote anduvo desdibujado – lo estuvieron todos –, en lo demás, hasta en adornarse en banderillas que ya casi nadie las clava, hizo una faena de “las de ayer”, un trasteo de los que quitan años de encima, con muletazos y buenas maneras de otras épocas. Todo lo gris que había estado en su primero, fue luminosidad con este quinto toro, que en mala hora bautizaron “Fedayín”, nombre aborrecible para personas civilizadas. Para tan bella faena, pocas nos parecieron dos orejas y dos vueltas al ruedo. Pero eso era lo de menos, había resucitado el bien torear y eso nos llenaba de regocijo… (Novedades, 14 de enero de 1974)

Por su parte, el licenciado Antonio García Castillo Jarameño, titular de la sección taurina del diario deportivo Ovaciones de la capital mexicana se pronunció en el sentido siguiente:

Con la franela, la obra cumplida; la faena en que estuvo impreso un estilo personalísimo, tanto en las formas como en la construcción, muletazos acendrados, con el ritmo preciso, a la distancia justa, a la altura necesaria, engolosinando al noble y bravo burel de Torrecilla, haciendo que el enorme coso fuera un solo olé, y que la gente sintiera que admiraba algo distinto, nuevo, que no era más que eso: el personal sentir de un hombre frente a un toro... ¡nada más! Ahí trenzados en magníficas formas derechazos y naturales; ahí la culminación con el muletazo de pecho cumplido en su cabal dimensión; ahí la arrucina, pero la arrucina sin aprovechar el viaje, sino citando, embarcando, es decir, toreando y el remate justo con uno de pecho de cabo a rabo. Y los adornos – suficiencia y torerismo – en esos derechazos en redondo citando casi de espaldas, los medios pases ligados con otros por bajo sobre la diestra. Pero sobre todo y además de todo, todo ejecutado con un aliento de personal calidad... sí, “El estilo del hombre”. Dos orejas, tras un pinchazo y una más de media. Ovación inacabable y dos vueltas al anillo con salida a los medios... (Ovaciones, 14 de enero de 1974)

La relación de Alameda anota una cuestión importantísima que parece hoy de actualidad, pero que es un mal, que pareciera ser crónico para la fiesta, en el sentido de que llegan momentos en que el toreo se estereotipa, y las faenas se parecen demasiado unas a otras. La crónica de Carlos León resalta el valor intrínseco y esencial de la faena, la pureza en su trazo y en los procedimientos utilizados y que no resultan ser más que el reflejo de una tauromaquia concebida a partir de la naturalidad en su ejecución y en una técnica muy depurada en su concepción. Es por eso que el cronista del Novedades, al describirla, la señala como una faena de las de ayer. Por su parte, Jarameño deja en claro que la obra realizada por el hijo del Rey del Temple ante Fedayín no era cosa de cualquier domingo, sino una de esas que se recordarían por siempre.

El juicio personal de Jesús Solórzano

Cinco años después del hito, en el programa de televisión Toros y Toreros del entonces Canal 11 de la capital mexicana, que, en esas fechas, (1979) conducían Julio Téllez, Luis Carbajo y José Luis Carazo Arenero, se proyectó el vídeo de la faena y lo comentó el propio Jesús Solórzano, quien entre otras cuestiones dijo sobre ella lo siguiente: 

Esa tarde era de mucho compromiso, el único vestido que tenía para estrenar era ese y yo me dije: “o me retiro de los toros, o me compro más vestidos…”, me la estaba jugando al todo por el todo… son faenas que te ponen en tu sitio y que te dan aire para caminar… no podía yo fallar con el toro, todo lo que tenía que hacer era muy pensado, ya después te vas gustando, te olvidas de todo y te entregas al placer de torear… había que darle la pausa al toro, dejarle respirar… mi toreo tiene la influencia de la buena tauromaquia… hoy me doy cuenta de lo grande que puede ser la amalgama de las suertes que tiene el toreo… los toreros hemos perdido mucho porque estamos haciendo un toreo estándar, un toreo igual… esta faena recurre al toreo clásico… lo de ahora es muy bueno, pero con lo de ahora y lo de antes, hay que hacer algo mejor…

Como se aprecia, a un lustro de distancia, Jesús Solórzano distinguía, sin petulancia, el valor de su obra ante Fedayín, y establecía las líneas divisorias entre el toreo puro y lo que se pudiera considerar el toreo moderno. No se mostraba refractario a lo que algunos han dado en llamar la evolución del toreo, pero sí dejaba bien claro que las bases fundamentales de la tauromaquia son inamovibles, que son esenciales y cualquier modificación que se plantee, ha de ser a partir de ellas.

En conclusión

En este día se cumplen cincuenta años de esta gran obra de Jesús Solórzano, una faena clásica, en la que se reiteró una vez más que el toreo puro, ese toreo en el que, como lo dejó dicho Rafael Ortega, para transmitir, primero se tiene que sentir, es y será siempre el que mueva las fibras sensibles de afición y público, el que deje en nosotros su huella indeleble y que nos invite a volver a la plaza el siguiente domingo, con la esperanza de volver a encontrar esa conjunción entre toro y torero que es la razón de nuestra afición, eso que llaman el toreo eterno.

domingo, 12 de enero de 2014

Jesús Solórzano y Fedayín de Torrecilla, a 40 años vista

Jesús Solórzano
(Aguascalientes, 1970)
Hace un año – días más, días menos – había publicado una primera versión relacionada con estos mismos hechos. Hoy retomo la remembranza, porque mañana lunes se cumplen cuarenta años de la realización de esta obra imperecedera y que a mi juicio, debe tenerse en cuenta en cualquier relación que se haga de los principales fastos de la historia de la Plaza México. Aprovecho la ocasión también para insertar una nueva relación de la faena que encontré y un par de nuevas imágenes del torero, que creo que revitalizan el recuerdo de este importante momento de la historia reciente de la fiesta en México.

En otro sitio de esta Aldea había señalado que Jesús Solórzano Pesado pertenece a una generación de toreros que bien pueden ser considerados los hidalgos – hijos de algo – de la torería mexicana. Su padre, lo decía la pasada semana, es una de las columnas fundamentales de nuestra Edad de Oro y él sin duda es uno de los fundamentales en lo que, con todo el compromiso que implica – Benjamín Flores Hernández dixit – me atrevo a calificar como nuestra Edad Moderna. Su decisión de hacerse torero, se la contó así a Carmelita Madrazo:

Me hice torero porque comprendí que lo más bello de la vida era torear un toro como mi padre lo había hecho. Desde niño supe ponerme un traje de luces y jugaba a los toros con José Escutia, quien entonces era el chofer de mi abuela. Mi padre jamás me obligó o entusiasmó a que yo fuera torero. Más bien, todo lo contrario. Recuerdo que el día que le dije que quería ser torero, puso el grito en el cielo, diciéndome que estaba totalmente loco. Se lo dije enfrente de Arruza, y los dos me dijeron horrores. Pero yo estoy completamente convencido, que en el fondo de sus corazones a los dos les fascinó la idea…

Las plazas y su historia

Creo que no incurro en ninguna exageración si afirmo que la temporada 1973 – 74 marcó la historia de la Plaza México con tres grandes hitos: La gravísima cornada que Borrachón de San Mateo infirió a Manolo Martínez y que le hizo ingresar clínicamente muerto a la enfermería; la triunfal despedida de los ruedos de Luis Procuna y la gran faena que el 13 de enero de 1974 realizara Jesús Solórzano al toro Fedayín de Torrecilla, en tarde en la que alternaba con Eloy Cavazos y Mariano Ramos y que es la que da la ocasión para que yo esté aquí por ahora.

La historia de las plazas de toros se escribe a partir de los hechos que los toreros escriben frente a los toros sobre su arena. Algunos serán gloriosos, otros estarán firmados con sangre, muchos más tendrán tintes épicos, pero todos ellos construirán la trama de una relación viva que a través del tiempo dejará constancia de que son escenarios vivos, órganos de la comunidad en la que están enclavados y para la que en una armonía bien entendida, son puntos necesarios de confluencia y de convivencia.

Jesús Solórzano y Fedayín

Algunas informaciones de prensa de la época, sugieren que se tenían dificultades para cerrar el cartel del 13 de enero de 1974, sexta corrida de la temporada. Creo importante señalar que en esos días la ganadería de Torrecilla era una de las que los diestros más importantes se disputaban para lidiar sus toros y en consecuencia, sus encierros, en la Plaza México, eran los que las figuras mataban. Al parecer iban fijos Eloy Cavazos y Mariano Ramos, pero el tercero en discordia era la complicación. Al final, la empresa (DEMSA), se decidió por llevar a Jesús Solórzano, que iría como segundo espada.

Jesús Solórzano
Ya arrancado el festejo, la corrida no dejó mal la fama de su divisa, aunque la falta de fuerza de los toros no permitió el lucimiento de los toreros ante la mayoría de ella. Y es que en ese año de 1974 el campo mexicano estaba convulso, agitado por una nueva implementación de la legislación agraria que regía en esos años, que afectó grandemente a la crianza del toro de lidia, lo que en ese tiempo y en el venidero, tendría consecuencias que aún no han sido debidamente justipreciadas.

El quinto toro de esa tarde fue llamado Fedayín – al socaire de las circunstancias políticas internacionales del momento – y le tocó en suerte a Jesús Solórzano hijo. Ante ese toro, Jesús Solórzano Pesado escribiría uno de los capítulos más trascendentes de la historia de la Plaza México.

Recurro al testimonio de Carlos León, quien en su sección titulada Cartas Boca Arriba, publicada en el desaparecido diario Novedades de la Ciudad de México – 14 de enero de 1974 –, dirigía en forma epistolar, a algún destacado personaje de la vida nacional o internacional, la crónica de la corrida en un tono a veces jocundo y casi siempre mordaz:

Con Chucho “Superstar” renació el toreo estelar: Dos orejas 
Sr. Don Lucas Lizaur
El Borceguí
Bolívar 27
México 1, D.F. 
En la Plaza México, el domingo 13 de enero de 1974 
Jesús Solórzano II, que inesperadamente entró al cartel como con calzador, parecía que iba a ser El Ceniciento de la tarde; un simple “arrimado”, marginado en un rincón de la cocina mondando patatas, mientras otros se despachaban el caldo gordo con la cuchara grande. Pero resultó que el “arrimado” salió a arrimarse, que es, si no lo primordial, sí indispensable para pisar fuerte. Pues, como tu bien sabes, esto del oficio del toreo es como un remendón poniendo medias suelas: Unos le dan al clavo y otros se destrozan los dedos… ¿Qué fue lo que hizo Chucho para armar la que armó y colocarse, de golpe y porrazo, en un sitial que nunca había tenido? Pues muy sencillo: Volver los ojos hacia el toreo de antaño, al toreo clásico, al torear rondeño. En vez de dejarse llevar por el camino herético de la supuesta e iconoclasta “Escuela Mexicana del Toreo”, retornó a la verdad y a la naturalidad, a la pureza de procedimientos, a la estética desahogada. Y con eso tuvo para abrirle los ojos al público, que en una revelación volvía a ver los viejos moldes que creían haber roto los falsos profetas… Por supuesto que, en esto del toreo, como en el bien calzar, cada quien necesita un ejemplar “a su medida”. Ni chicos que le aprieten, ni otros que le vengan grandes, para que el asunto camine. Ni duros, como los de anca de potro, a los que hay que amansar, pues normalmente, entre la torería moderna, se sienten más a gusto con los que ya vienen amansados… Pero Chucho, a la inversa del popular slogan, es un joven con ideas antiguas, con la añeja solera de su padre, el “Rey del Temple”. Si bien con el capote anduvo desdibujado – lo estuvieron todos –, en lo demás, hasta en adornarse en banderillas que ya casi nadie las clava, hizo una faena de “las de ayer”, un trasteo de los que quitan años de encima, con muletazos y buenas maneras de otras épocas. Todo lo gris que había estado en su primero, fue luminosidad con este quinto toro, que en mala hora bautizaron “Fedayín”, nombre aborrecible para personas civilizadas. Para tan bella faena, pocas nos parecieron dos orejas y dos vueltas al ruedo. Pero eso era lo de menos, había resucitado el bien torear y eso nos llenaba de regocijo…

La crónica de Carlos León resalta el valor intrínseco y esencial de la faena de Jesús Solórzano a Fedayín, la pureza en su trazo y en los procedimientos que utilizó y que no resultan ser más que el reflejo de una tauromaquia concebida a partir de la naturalidad en su ejecución y en una técnica muy depurada en su concepción. Es por eso que el cronista, al describirla, la señala como una faena de las de ayer.

La unanimidad de los cronistas fue notable. Don Antonio García Castillo Jarameño, titular de la sección taurina del diario deportivo Ovaciones de la capital mexicana se pronunció en el sentido siguiente:

Con la franela, la obra cumplida; la faena en que estuvo impreso un estilo personalísimo, tanto en las formas como en la construcción, muletazos acendrados, con el ritmo preciso, a la distancia justa, a la altura necesaria, engolosinando al noble y bravo burel de Torrecilla, haciendo que el enorme coso fuera un solo olé, y que la gente sintiera que admiraba algo distinto, nuevo, que no era más que eso: el personal sentir de un hombre frente a un toro... ¡nada más! Ahí trenzados en magníficas formas derechazos y naturales; ahí la culminación con el muletazo de pecho cumplido en su cabal dimensión; ahí la arrucina, pero la arrucina sin aprovechar el viaje, sino citando, embarcando, es decir, toreando y el remate justo con uno de pecho de cabo a rabo. Y los adornos – suficiencia y torerismo – en esos derechazos en redondo citando casi de espaldas, los medios pases ligados con otros por bajo sobre la diestra. Pero sobre todo y además de todo, todo ejecutado con un aliento de personal calidad... sí, “El estilo del hombre”. Dos orejas, tras un pinchazo y una más de media. Ovación inacabable y dos vueltas al anillo con salida a los medios...
Menos ditirámbica que la de Carlos León, la relación de Jarameño deja en claro que la obra realizada por Jesús Solórzano ante Fedayín no era cosa de cualquier domingo, sino una faena de esas que se recordarían por siempre.

Cinco años después del hito, en el programa de televisión Toros y Toreros del Canal 11 de la capital mexicana, que en ese entonces (1979) conducían Julio Téllez, Luis Carbajo y José Luis Carazo Arenero, se proyectó el vídeo de la faena y lo comentó el propio Jesús Solórzano, quien entre otras cuestiones dijo sobre ella lo siguiente: 

Esa tarde era de mucho compromiso, el único vestido que tenía para estrenar era ese y yo me dije: “o me retiro de los toros, o me compro más vestidos…”, me la estaba jugando al todo por el todo… son faenas que te ponen en tu sitio y que te dan aire para caminar… no podía yo fallar con el toro, todo lo que tenía que hacer era muy pensado, ya después te vas gustando, te olvidas de todo y te entregas al placer de torear… había que darle la pausa al toro, dejarle respirar… mi toreo tiene la influencia de la buena tauromaquia… hoy me doy cuenta de lo grande que puede ser la amalgama de las suertes que tiene el toreo… los toreros hemos perdido mucho porque estamos haciendo un toreo estándar, un toreo igual… esta faena recurre al toreo clásico, se inspira por ejemplo en Pepe Luis Vázquez, Manolo Vázquez, Paco Muñoz… lo de ahora es muy bueno, pero con lo de ahora y lo de antes, hay que hacer algo mejor…

Jesús Solórzano (hijo)
Apunte de Pancho Flores
Como se aprecia, a un lustro de distancia, Jesús Solórzano distinguía, creo que sin petulancia, el valor de su obra ante Fedayín, y establecía las líneas divisorias entre el toreo puro y lo que se pudiera considerar el toreo moderno. No se mostraba refractario a lo que algunos han dado en llamar la evolución del toreo, pero sí dejaba bien claro que las bases fundamentales de la tauromaquia son inamovibles, que son esenciales y cualquier modificación que se plantee, ha de ser a partir de ellas.

La leyenda de Jesús Solórzano Pesado no se constriñe solamente a Fedayín. Los capítulos de su historia en la Plaza México llevan también nombres como Bellotero, Pirulí, Sardinero o Billetero y aunque el epílogo pareció escribirse en ese ruedo el 8 de marzo de 1992 con un toro de nombre Joronguito, de vez en cuando se calza la guayabera y la calzona y se amarra los zahones para dejar en los ruedos lecciones de una torería que no se debe perder.

Concluyo con esta reflexión que sobre el torero hace Leonardo Páez:

Estilista, entendido no sólo como el torero de refinado estilo sino, más ampliamente, como el diestro poseedor de un estilo acentuado, interesante, distinto, capaz de provocar en las masas la necesidad de acudir a verlo cada vez que es anunciado…
Decía al inicio que en este día se cumplen cuarenta años de esta gran obra de Jesús Solórzano, misma que resulta ser una de las faenas que son consideradas de culto por la afición y verdaderamente trascendentes en las ya casi siete décadas de existencia de la plaza de toros más grande del mundo.

Pertinente aclaración: Los resaltados en las crónicas de Carlos León y de Jarameño son imputables exclusivamente a este amanuense, pues no obran así en el original.

Aldeanos