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domingo, 12 de junio de 2022

7 de junio de 1942. Domingo Dominguín recibe la alternativa en Barcelona

Domingo y Pepe Dominguín, Morenito de Valencia
Las Ventas, Madrid, 5 de septiembre de 1940
Foto: Archivo Martín Santos Yubero - Comunidad de Madrid

Domingo González Mateos, natural de Quismondo, hoy en Castilla – La Mancha, había recibido la alternativa de matador de toros el 26 de septiembre de 1918 en Madrid, de manos nada menos que de Gallito, en una tarde en la que fue también investido Manuel Varé Varelito, de triste fortuna en los ruedos. Dominguín tendría relativo éxito con la muleta y la espada en sus manos, pero no era hombre de estarse quieto, así que pronto empezó a entreverar con sus actuaciones en los ruedos, la realización de negocios taurinos. Menos de una década después de esa ceremonia de alternativa, ya había descubierto a un torero de Triana que será per sécula, un referente en cuestiones de arte: Cagancho y poco tiempo después a otro, este, casi paisano suyo, toledano, de Borox: Domingo Ortega, uno de los epítomes del poderío con los toros.

Los tres hijos varones de Dominguín fueron toreros, y se hicieron cuando España estaba inmersa en una cruel Guerra Civil. En 1936 se los trajo a México, pero ante la imposibilidad de que pudieran actuar, regresó con ellos a Portugal para que se formaran como toreros, sin embargo, es en estas tierras donde se prueban por primera vez, según lo cuenta Pepe Dominguín en su libro Mi Gente:

En la hacienda de don Wiliulfo González, dueño de las ganaderías de Piedras Negras y La Laguna, toreamos unas vacas en un tentadero. Los resultados fueron buenos y mi padre pensó en lanzarnos a torear en público, pero otra vez el odioso pleito entre toreros españoles y mexicanos lo hizo imposible, por más gestiones que a altos niveles se hicieron, viendo así desparecer otra posibilidad de ganar algún dinero para casa… Imposibilitados para nuestro quehacer, pensó mi padre en el regreso a España. Habían transcurrido nueve meses desde nuestra llegada y el panorama no estaba ni medianamente claro…Después de unos meses de permanencia en una casa situada a un lado de la playa de San Pedro en Estoril… nos mudamos a la capital, a Lisboa… Un día, terminadas las clases, nos reunió a Domingo (dieciséis años), Luis Miguel (diez años) y a mí (catorce años) en su despacho y seriamente nos trasladó la proposición que le habían hecho. Él sabía que aquel primer paso de torear en público, podía significar el comienzo de una vida profesional que hasta entonces en nosotros no había pasado de ser una diversión sin más trascendencia… Casi al unísono, juntándose sus últimas palabras con las primeras nuestras, dijimos: ‘¡Adelante! ¡Queremos torear! ¡Yo sí! ¡Yo también! ¡Y yo! ...

Tres años después estaría Dominguín moviendo los hilos con sus conocidos para obtener un crédito que le permitiera que los dos mayores, Domingo y Pepe, pudieran iniciar sus carreras en forma en los ruedos españoles. Se asegura que fue el subdirector del Banco de España, Ramón Artigas, el que le prestó al de Quismondo la cantidad de 3,000 pesetas para que avituallara a sus hijos decididos a ser toreros. Así, los presenta en Linares, en junio de 1939 y harán lo propio en Madrid el 1º de septiembre del año siguiente. 

Ese debut madrileño de Domingo y de Pepe Dominguín no fue triunfal. La prensa y la afición esperaban una presentación digamos, mejor cuidada y ante la poca presencia y fuerza de los novillos que lidiaron junto a Mariano Rodríguez Exquisito, fueron juzgados con inusual dureza. Tuvieron que repetir el jueves siguiente, ante un encierro de Miura – una corrida de toros – ante la que pudieron, al fin, demostrar su valía, según cuenta Manuel Sánchez del Arco Giraldillo en el ABC madrileño del día siguiente del festejo:

Fue un gesto. Un gesto de pundonor como se registran pocos... Los que desean que los chiquillos de Dominguín tropiecen, quedaron servidos en la intención, pero burlados en el resultado... la plaza se llenó... y Domingo y Pepe triunfaron... Ellos, que pudieron buscar otro ganado, se complacieron en torear Miuras... No hubo ocasión para cortar oreja... pero al aficionado imparcial, al que los mide en sus justas proporciones, agradaron... Toreros, toreros buenos con amor propio que todo lo intentan, que tienen extensión y en la extensión, detalles buenos...

Con ese bagaje comenzó Domingo, junto con su hermano Pepe, a recorrer las plazas de España, Francia y Portugal y las del Sur del continente americano, porque México estaba fuera de toda cuestión en esos días.

El inusual reencuentro de tres figuras

Tras de cerca de dos años de torear novilladas, el hijo mayor de Dominguín fue anunciado para recibir la alternativa en Barcelona, el domingo 7 de junio de 1942. Le apadrinaría Cagancho en la presencia de Morenito de Talavera. Los toros serían gamerocívicos de Domingo Ortega. La remembranza acerca del reencuentro con éste último y Cagancho era inevitable, y Eduardo Palacio, el cronista titular de La Vanguardia de Barcelona, abre su crónica titulada Danza de tres nombres con una disertación en ese sentido:

La base de este trenzado es el nombre del ex diestro de Quismondo Domingo González «Dominguín». Arribó de chaval a la capital de España, donde ejerció un modesto oficio, hasta que su voluntad férrea y su clarísimo talento natural decidieron de consuno poner punto a la situación aquella, con la siguiente resolución: «Yo seré torero» … Se doctoró como matador el 26 de septiembre de 1918, en Madrid. Llevaban «Gallito» v Belmonte seis y cinco años de alternativa, respectivamente. Toreó con ellos, ganó dinero y se retiró... Hombre de gran talento, repito, se dedicó a negocios taurinos en gran escala. Adivinó en Cagancho una primera figura, le firmó un contrato de exclusiva, le cuidó, le mimó y contribuyó poderosamente a que destacase en la forma que destacó... Tres años más tarde mataba seis toros en Aranjuez el gran Marcial, y por puro compromiso sacó de sobresaliente de espada a un labrador de Borox que se llamaba Domingo López Ortega Marcial le dejó alternar en quites en los dos últimos toros. Dominguín vio en aquel labrador un «grullo», como había sido él al llegar a Madrid. Le buscó y hablaron. Aquel año trajo a López Ortega a Barcelona, donde se reveló como lo que es: un enorme torero. Se firmó una exclusiva se borró el López y quedó Domingo Ortega, a secas… Todo lo apuntado justifica que la casa de «Dominguín» en Madrid, calle de Atocha, 30, fuese una verdadera agencia taurina., por la que correteaban sus tres hijitos: «Domingo, le decían algunos amigos, tus hijos serán toreros». «Antes los mato», respondía... El cartel de la Monumental rezaba, así: Seis toros de Domingo Ortega, para Cagancho, Morenito de Talavera y Domingo González, «Dominguín» que tomará la alternativa. Esas líneas fueron las culpables de que bailasen en mi imaginación tres nombres a lo largo de la corrida, que voy a reseñar...

En estas páginas virtuales he sostenido que la historia camina en círculos. En estos hechos que intento contar, podemos encontrar un ejemplo de ello. Tras de diversas vicisitudes y el transcurso del tiempo, los Dominguín, Cagancho y Domingo Ortega volvían a encontrarse en una plaza de toros. En esos días, todos bajo la vigilante mirada de el Dominguín mayor, que entonces ya era el principal y más sagaz hombre de negocios taurinos en el planeta descrito por Díaz – Cañabate.

El anuncio de la corrida
Mundo Deportivo, Barcelona, 5 de septiembre 1940

La alternativa

Los hijos de Dominguín aprendieron bien el oficio de ser toreros, y también, el tiempo lo diría más adelante, el de atender con eficiencia, asuntos taurinos. Pero ese domingo de hace 80 años, se trataba de investir como matador de toros a Domingo hijo, quien tuvo una actuación decorosa, según nos sigue contando Eduardo Palacio:

Negro, con el número 28 en los lomos y por nombre «Discípulo» era el toro que rompió plaza. Con él había de licenciarse un casi licenciado en Derecho. de 21 años de edad, llamado Domingo González, «Dominguín». Vestía de blanco y oro. Mozo espigado, sereno y sabiendo andar entre los toros con esa difícil facilidad característica de cuanto se realiza con naturalidad. El muchacho veroniqueó con estilo y guapeza, escuchando, como en los quites, grandes aplausos. Cagancho cede los trastos al hijo de sin más fiel mentor, y lo abraza. El muchacho busca con ojos febriles otros ojos que se descubren pronto, porque en ellos titilan unas lágrimas, y brinda el toro de su alternativa. El chiquillo sube para ello al estribo de la barrera, y por sobre ella asoma una cabeza que besa con la máxima ternura al inminente matador de toros. El «grullo» de antaño, que pudo educar a sus hijos señoritos a fuerza de exponer la vida, ve acongojado, emprender al primogénito aquellos peligros que tan bien conoce. Toda esta meditación mía dura un instante. El nuevo «Dominguín» se arrodilla ante el toro de la alternativa, y lo saluda con dos pases escalofriantes. Sigue la faena en pie, valiente, seguro de sí y de que conoce la profesión, y esmalta gallardamente una labor inteligente. Junta «Discípulo» las manos, y el espada, señala, un superior pinchazo que agarra hueso y cobra enseguida, arrancando también sobre corto y por derecho una gran estocada. Estalla una ovación y el ya matador de toros da la vuelta al ruedo y sale a los medios a saludar…

Al final de la tarde, Cagancho había resultado el triunfador del festejo al cortarle el rabo a Campesino, segundo de la corrida y por su parte, Morenito de Talavera dio un par de celebradas vueltas al ruedo. Esos fueron los hechos en los cuales, Domingo Dominguín iniciaba su andar por los ruedos como matador de toros.

El devenir de Domingo Dominguín

Castigado por los toros, pronto empezó a buscar otras actividades, dentro y fuera del ambiente de los toros que colmaran sus ambiciones. Con la orientación de su padre, fue adentrándose en el mundo de los despachos y también fue buscando opciones intelectuales para realizarse. Así, se afilió al entonces ilegal Partido Comunista de España y trabó amistad con Jorge Semprún, Javier Pradera, Juan Antonio Bardem y otros proscritos, con los que hacía actividades políticas, pero también los llevaba a los toros. Así, se cuenta que, en la última etapa del franquismo, varios exiliados en Francia, veían los toros de San Isidro en el tendido de los sastres instalado tras de la puerta de caballos de Las Ventas, por obra y gracia de Domingo, quien además era el más eficaz salvoconducto para que ellos pudieran entrar y salir de España sin ser incomodados, porque aparte, era, familiarmente, amigo del entonces Jefe del Estado.

La vida de Domingo González Lucas a partir de la tarde del 16 de septiembre de 1948, en Mora de Toledo – don Carlos Abella lo sitúa en Lorca, pero la prensa de la época lo fija en la nombrada Mora – sería una para ser contada en un gran libro biográfico o en una interesantísima novela histórica. Apoderó figuras del toreo – Rafael Ortega, su hermano Luis Miguel o su cuñado Antonio Ordóñez –, también fue empresario de plazas de toros – es autor de los ciclos de La Oportunidad en Carabanchel – y hasta productor cinematográfico, pues con el nombrado Bardem y otros más, fue causante directo de la realización de Viridiana, una de las grandes cintas de Luis Buñuel.

Como empresario fue audaz, tanto, que es uno de los autores intelectuales de ese par de festejos que se dieron en Belgrado el 2 y el 3 de octubre de 1971, en el marco de la vuelta a los ruedos de su hermano Luis Miguel. Una experiencia en la que no se ganó dinero, pero se abonó a la universalidad de la fiesta de los toros.

La vida de Domingo fue azarosa, sin duda y él mismo le puso – según la versión oficial – punto y final en Guayaquil, Ecuador, el 13 de octubre de 1975.

domingo, 7 de marzo de 2021

1947: Eva Perón va a los toros en Madrid

Eva Perón en el Palco Real de Las Ventas
Foto: EFE - La Fototeca
Eva Duarte de Perón tenía la obsesión de obtener la presidencia de la importante Sociedad de Beneficencia de Buenos Aires, regentada por las damas de la más alta sociedad de la capital de Argentina. Dado su origen y su actuar en política, de manera sistemática su intención fue rechazada de manera elegante. En 1947, el jefe del Estado Español, Francisco Franco, invitó al presidente de Argentina, Juan Domingo Perón a visitar tierras ibéricas. La invitación tenía motivos comerciales, España necesitaba los granos que en las tierras australes americanas se producían y que con la exclusión de España del Plan Marshall, eran escasos de otras partes del mundo para los países no beneficiados con este.

Perón declinó la invitación, pero su esposa, una inteligente mujer en cuestiones de política – independientemente de sus métodos – consiguió que el presidente aceptara la invitación para ella. Y surgió la llamada Gira del Arco Iris, misma que Eva Duarte aprovecharía para relacionarse con las diversas casas reales europeas y de esa manera obtener, desde su personal punto de vista, el pedigree suficiente para poder presidir la mencionada Sociedad de Beneficencia.

Su primera parada europea fue en Madrid. Escribe W. A. Harbinson:

Parando primero en España, ofreció los saludos de un dictador al otro, diciendo al General Franco: ‘no he venido aquí a establecer un eje, sino solamente como un arco iris entre nuestras naciones…’. El General Franco, un viejo zorro, le otorgó a la belleza forrada en mink la Gran Cruz de Isabel la Católica y la mandó a las plazas a saludar a los españoles. Los españoles, quienes siempre se enamoran de mujeres envueltas en plumas de avestruz y abrigos de piel, le dieron una extraordinaria recepción, mientras Evita daba obsequios en mano, a veces hasta de 1000 libras diarias…

Eva Perón en los toros

Había que mostrar España a la ilustre visitante y llevarla a los toros estaba dentro de la cuestión, indudablemente. Para ello se programó para el jueves 12 de junio de 1947, una corrida de toros en la plaza de toros de Las Ventas de Madrid en la que se lidiarían seis toros de don Clemente Tassara y un novillo de don Manuel Arranz, para el rejoneador Pepe Anastasio, Rafael Vega de los Reyes Gitanillo de Triana, Pepe Luis Vázquez y Raúl Acha Rovira. Sin dudar de los méritos de este último, quiero pensar que su inclusión en el cartel tenía su ingrediente político, pues, aunque su nacionalidad era peruana, nació en tierras de Argentina.

Las crónicas de los diarios españoles narran un festejo que fue anodino hasta que Rovira cortó la única oreja que en él se otorgó, pero la prensa extranjera habla de que tuvo sus accidentes, entre otros, que comenzó con algo así como media hora de retraso, porque la invitada de honor simplemente… llegó tarde. Dice la edición de la revista norteamericana Time del 23 de junio de 1947:

Una rubia apresurada ...Era el día más caluroso del año cuando el Dictador Franco le impuso a Evita la Gran Cruz de Isabel la Católica incrustada de diamantes, pero Evita vestía una larga estola de mink. En la función especial de Fuente Ovejuna ofrecida en el Teatro Español, Evita lució una larga capa de plumas de avestruz. En los toros, que iniciaron media hora tarde por su causa (ni para Alfonso XIII se difirió el inicio de una corrida), Evita deslumbró de nueva cuenta a los españoles. Se presentó de mantilla (tradicionalmente lucida rigurosamente recta) colocada sobre una peineta levantada desenfadadamente sobre su oreja...

Como se ve, fue a Roma, pero no hizo lo que vio. Se comportó como si estuviera en su casa – seguramente se tomó a la letra aquello de mi casa es su casa – y no entendió o no quiso entender que hay cosas que tienen una sola manera de ser. Y una de esas cosas, son los toros, que deben comenzar siempre a la hora anunciada.

El triunfo de Rovira

Raúl Acha le cortó la oreja al tercero de la tarde. Si hemos de atender a la descripción de la faena que hizo en su día R. Capdevila en el diario Arriba de la capital española, la realizó en un palmo de terreno, pues entre otras cosas, dice esto:

…Lo que recuerdo bien, señora, es que al salir Rovira a su faena al tercer toro, los arrastres – y varias incidencias de la lidia en los medios – habían emborronado aquel escudo que estaba ya lo mismo que los mapas que pintan los niños con sus cajas de lápices cuando después les pasan torpemente el difumino o la goma, e incluso los dedos. Quedaba solamente intacto, limpio, un sector de cenefa hacia la puerta de cuadrillas, iluminado en parte por el sol y en él, precisamente, la bandera de ustedes, señora, con sus franjas azules encima y debajo del blanco.

Fue allí donde Rovira, en su propia bandera, plantó un pabellón de gallardía y de audacia. Iba a decir que parecía que los colores argentinos le trasfundían su entusiasmo, a través de las suelas flexibles de sus zapatillas de torear; pero no sería exacto señora, porque Rovira no llegó a pisarlos. Ni en la angostura, difícil, de la brega. Estuvo al filo de ellos justamente. Se podría decir que a su sombra. Y que a su sombra obtuvo el éxito. Ese éxito que es en los toros, la oreja. La vuelta al redondel, con la oreja en la mano, después de la nevada de pañuelos volando por toda la plaza.

De esta forma, señora, merced a Rovira – Rovira de ustedes – tuvo usted un apunte de toros que incorporar a su álbum de estampas de España: de sus días – ojalá inolvidables – de España. Porque aparte Rovira, señora, la corrida de toros solo estaba pasando. Pasando, nada más. Sin pena ni gloria, decimos aquí…

Manuel Sánchez del Arco Giraldillo, en el ABC de Madrid, por su parte, relata:

La tarde fue para el argentino Raúl Ochoa “Rovira”. No triunfó al hilo de la ocasión sentimental, sino que esta fue para él un estímulo... A la hora definitiva clavó los pies en el suelo. Citó, cruzadísimo, aguantó la entrada espeluznante y logró los pases. ¡Había corrida de toros! El público ponía un son hondo de ovaciones. A “Rovira” se le discute mucho. Yo le he visto torear poco y, sin enjuiciar, me limito a referir. Aquello era hacer una faena a pulso. Aquello era dar a una tarde desvaída tensión española... fundiéndose con el toro, pero con movimiento distinto, sin confusión ni barullo, dejando ver la faena, su calidad y su emoción, dijeron que había toros en Madrid. Estaba toreando “Rovira”, el discutido... Un volapié clásico, y la mano de “Rovira” llega al pelo mojado en sangre. Descabella a pulso, y la ovación, que no ha cesado, reclama la oreja para el argentino, quien da la vuelta al ruedo luciendo en sus manos el galardón supremo de su tarde de toros en Madrid. Ello en una tarde en que no había toros y que por él tuvo vibración española...

Hoy en día el corte de una sola oreja puede parecer hasta minimalista, pero en aquellos días, una oreja en Madrid era casi siempre el signo de un triunfo rotundo. Y Rovira se alzó con él y eso le valió en su día, ser considerado como torero de Madrid, un título que no es gratuito y que en muchas ocasiones pesa como una losa.

El resto del festejo y el fin de la fiesta

Voy a retornar a la crónica de don Celestino Espinosa R. Capdevila, para tratar de condensar lo demás que sucedió en esta corrida, que sin duda, por las causas que la motivaron, merece el calificativo de extraordinaria y así, el cronista escribe:

Esto son cosas solo de nosotros, que así pudimos ver lo deslucido que estuvo el rejoneo de principio de tarde, a cargo de Pepe Anastasio, y lo incoloro de las actuaciones de Gitanillo de Triana y de Pepe Luis Vázquez, por culpa fundamental del tono de moruchos que sacó la corrida de Tassara. Eso son cosas de nosotros, que dejo entre nosotros. Y que pueden quedar entre nosotros, porque ayer, realmente, la Fiesta no estaba en el ruedo. La Fiesta, señora, la fiesta de nuestros ojos y de nuestros corazones, estaba en su palco. Y esa sí que fue fiesta cumplida…

Me tranquiliza, sin embargo, el sentir hondamente que los españoles todos, al conjuro de su sonrisa clara, tenemos algo que decirla: los españoles todos, hasta el de menos importancia. Como yo. Y que en ese decir, de mi escribir constante en los tendidos de las plazas de toros, no podía ser hoy sino esto: Señora, en la corrida de ayer tarde, a no ser por Rovira el argentino, ha habido poca fiesta en la arena del ruedo, sería que la fiesta, la verdadera fiesta de la plaza para todos nosotros – los aficionados madrileños – estaba y bien cumplida en el palco de usted.

Así fueron los sucesos de un festejo taurino de hace casi 74 años, en el que la política se entreveró con los toros y en el que al final, lo taurino, vino a ser lo que terminó reluciendo. Y es que, quiérase o no, la grandeza de la fiesta es como el sol, no se puede tapar con un dedo – o con más –, por más torpes intentos que se hagan.

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