domingo, 31 de marzo de 2024

1º de abril de 1908: Rodolfo Gaona actúa por primera vez en ruedos de España

Rodolfo Gaona 1º de abril de 1908
Foto: Yrigoyen - La Fiesta Nacional

Rodolfo Gaona y Jiménez
, natural de León, Guanajuato, discípulo de Saturnino Frutos Ojitos y matador de la cuadrilla juvenil que éste dirigía, había iniciado ya sus pasos como novillero en el año de 1905 y un par de calendarios después ya había logrado presentarse en el Toreo de la Condesa, despertando un interés tal, que incluso, en la temporada de corridas de toros, se le incluyó, para matar un novillo, como fin de fiesta para cerrar algunos festejos que en el papel revestían alguna flojedad.

Esas actuaciones exitosas durante 1907 animaron a Ojitos a llevar a su discípulo más aventajado a España en 1908, con la finalidad de que allá recibiera la alternativa, a ser posible en Madrid. Una vez allá, quien en su día fuera banderillero de Frascuelo, se dedicó a tratar de reencontrarse con los amigos de su tiempo. Así se lo contó Gaona a Monosabio, en Mis Veinte Años de Torero:

En casa de la hermana de “Ojitos”, en los barrios bajos madrileños, en lo más clásico y típico, vivimos algún tiempo. Tan pronto como descansamos del viaje, nos echamos a la calle. “Ojitos” en busca de sus amigos. Yo acompañándole, para ir conociendo la ciudad. Los amigos de “Ojitos” ya no eran de este mundo. Casi todos habían muerto. Restaba uno que otro viejecillo – toreros retirados – que lo abrazaban con cariño. Entre esos amigos estaban el ex – matador Valentín Martín y el crítico taurino Eduardo Rebollo, “El Tío Campanita”, que escribía en “Sol y Sombra”…

La narración de quien después sería renombrado El Califa de León nos deja ver con claridad que el conocimiento de Ojitos de la taurinidad de Madrid se quedó estacionado en el entresiglos del XIX al XX, y que la consecución de una oportunidad para su torero sería algo complicada. No obstante, fue a visitar a don Indalecio Mosquera, quien apenas el año anterior había ganado la subasta del arriendo de la plaza de Madrid, tras de que Pedro Niembro, el anterior arrendatario, abandonara la empresa, acuciado por las pérdidas que esta le generaba. El gallego Mosquera manifestó no saber quien era Gaona, no obstante que los toreros que habían hecho campaña en estas tierras debieron darle referencias suyas. Así pues, Ojitos se buscó otro valedor:

“Ojitos” buscó a Mazzantini y pidióle lo recomendara con la empresa. Nada. En Madrid nos vimos solos... en quien Saturnino ponía todas sus esperanzas era Rebollo. Y Rebollo, un buen aficionado, chapado a la antigua, y cuya opinión se oía con respeto, no tenía ningún valimiento...

Por lo visto, Indalecio Mosquera no pensaba correr riesgo alguno con un torero ultramarino, así que prefirió mejor voltear hacia otro lado e ignorar incluso la recomendación que pudiera hacerle una figura del toreo en el retiro como lo era en ese momento don Luis Mazzantini.

Ojitos pone manos a la obra

Ante la imposibilidad de conseguir, aunque fuera novilladas para su pupilo, Ojitos tuvo que urdir la manera de que la afición, los taurinos y la prensa madrileña vieran a su torero. Así, rentó la placita de la Puerta de Hierro para que, en un festejo privado, por invitación, le vieran matar dos toros y pudieran apreciar sus aptitudes. Sigue contando Gaona:

Hasta que Saturnino dio señales de vida; viendo que no había manera de darse a conocer, fue y se compró dos toros de Bañuelos y alquiló la placita de Puerta de Hierro, para dar una encerrona de invitación. Fueron invitados Mazzantini, los más conocidos aficionados, los toreros, los críticos de todos los periódicos… Ese acto de “Ojitos” me parece que estuvo bien. Era para que vieran que yo no era un equivocado…

La placita se llenó y Gaona enfrentó esos dos toros, que las relaciones de la prensa que pude recopilar, califican desde dos becerrotes, hasta dos cuatreños. Al final de cuentas, las fotografías que se conservan del evento, reflejan, a mi juicio, que eran adecuados para la prueba de la que se trataba. Los recuentos de la prensa son favorables, según podremos ver a continuación:

En El Correo Español del 3 de abril siguiente, escribió Bruno del Amo Recortes:

Dos toreros mejicanos: Aquél se apellidaba Segura, éste Gaona. Al primero nos lo presentó Antonio Fuentes; la prensa adicta, por ser cosa del maestro, lo ensalzó, relatando sus hazañas. Al segundo lo presenta el antiguo banderillero Saturnino Frutos, “Ojitos”; nadie hasta hoy sabía que existía tal torero… Llegó Segura a Madrid, y se anuncia para tomar la alternativa, resultando su aparición en el ruedo un completo fracaso. Viene Gaona, y su padrino quiere que la afición madrileña dé su fallo antes de presentarlo en la Plaza de Madrid; al efecto, celebra una corrida en la Plaza de Puerta de Hierro, el muchacho torea y mata dos novillos… Puede estar satisfecho el veterano banderillero, su discípulo será un buen torero. Con la capa toreó con habilidad y soltura, y a la hora de matar se le ve engendrar el viaje en corto y por derecho, cruzando perfectamente con la muleta y dejando en lo alto la estocada… Resumen: que sin golpes de bombo ni platillos hay aquí un muchacho que en día no lejano se hará aplaudir en la Plaza de Madrid, que las empresas pueden contar con un novillero más al que no arredran los pitones ni desconoce el arte, y que no me equivocaré en augurarle un porvenir en el toreo.

Es interesante la comparación que hace Recortes acerca de la manera en la que fueron acercados a la empresa y afición de Madrid los toreros mexicanos Vicente Segura y Rodolfo Gaona. El primero iba apadrinado en su día por la principal figura de su tiempo y quien hoy me ocupa, no. Aparte de la diferencia de trato, también resalta la de aptitudes, distinguiendo a Gaona como un torero completo.

En El Imparcial de la misma fecha, se publicó sin firma:

El nuevo diestro se llama Rodolfo Gaona; ya ha toreado con éxito grande en las plazas mejicanas, y aquí se ha ofrecido al juicio de aficionados, críticos, toreros y terribles entendedores en una fiesta íntima celebrada en la placita de la Puerta de Hierro… Gaona tuvo que habérselas con dos becerrotes adelantados, grandes y con «respeto», mansurrones y broncos, y en ambos demostró tranquilidad; valor, conocimiento, destreza y una decisión y una habilidad tales al arrancar a matar, que le aseguran un porvenir de aplauso y de dinero en esta profesión… La opinión de los técnicos es que Gaona es un torero y un matador de toros seguro y valiente. Con la muleta sabe más que muchos que bullen, lucen y cobran; con el estoque tiene decisión para atacar por derecho, sobre corto y mirando al lugar sagrado de los billetes... El voto del público, selecto y entendido, le fue totalmente favorable…

El semanario El Toreo, salido el 6 de abril siguiente, sin firma también, sacó a la luz:

El principal objeto de la fiesta, era el de presentar el antiguo ex banderillero del inolvidable “Frascuelo”, Saturnino Frutos (“Ojitos”), a su ahijado y discípulo el mejicano Rodolfo Gaona a la afición madrileña, y para ello dispuso que se lidiaran dos toritos cuatreños de la propiedad de D. Félix Sanz… Rodolfo Gaona, que era el protagonista de la fiesta, dejó buena impresión en todos los que acudimos a presenciar esta encerrona. Gaona es un joven de unos veinte años y de buen tipo para torero. Maneja el capote y la muleta con desenvoltura, parando los pies y estirando los brazos, y al herir, se arranca desde corto y por derecho y pincha en lo alto. Los dos toretes los tumbó: al primero de una estocada contraria y un descabello, y al segundo, de una buena, que le valió palmas…

La información de El Toreo, refiere que los toros que se lidiaron en la fecha, fueron de Félix Sanz, ganadero de Colmenar, ubicación también de la de Manuel Bañuelos, que es la que el propio torero y la mayoría de las relaciones dan como origen de los toros que enfrentó Gaona.

Y en La Fiesta Nacional, de Barcelona, aparecido el 16 de abril siguiente, quien firmó como Pepe escribió:

A juzgar por cuanto de este muchacho se ha dicho en México, es indudable que debe valer algo. De no ser así, su maestro Saturnino Frutos “Ojitos” – antiguo banderillero de “Frascuelo” – no se hubiera arriesgado a presentar a Rodolfo ante un público tan distinguido y tan inteligente como lo era el que juzgó la labor del novillero mexicano, el día 1o del corriente en la plaza de la Puerta de Hierro. Gaona salió bien librado de la prueba, lo que no es poco decir, sabiendo que entre el público que le juzgaba había una buena porción de coletas que a buen seguro deseaban fracasase Gaona…

Como podemos ver, Rodolfo Gaona pasó con una calificación que pudiéramos señalar como sobresaliente, la prueba a la que lo sometió su mentor. Él mismo se juzga, en retrospectiva, de la siguiente manera:

Los dos toros salieron mansos y no los pude torear con lucimiento ni con el capote ni con la muleta. Pero los maté bien. Me felicitaron de don Luis para abajo. Y al día siguiente los periódicos me ponían por las nubes y todos encomiaban mi valentía y el buen estilo que tenía para matar. No pudieron juzgarme como torero y afirmaron que era matador…

Rodolfo Gaona y Paco Frascuelo
1º de abril de 1908
Foto: Yrigoyen - La Fiesta Nacional


Lo que después vendría

Después de la prueba de Puerta de Hierro, su mentor Ojitos volvió a visitar a Indalecio Mosquera y éste volvió a fingir que no sabía quien era Gaona. Eso motivó que, ante el evidente desprecio del empresario de la Plaza de la Carretera de Aragón, el propio Saturnino Frutos le organizó la corrida de su alternativa a Rodolfo Gaona en la plaza de Tetuán de las Victorias el 8 de mayo siguiente y tras de ella, una corrida en solitario en la misma plaza el 28 de junio siguiente. 

Hasta que eso sucedió, fue cuando cedió Mosquera, que por fin le ofreció a Gaona su presentación en Madrid y la confirmación de su alternativa y es así como la triunfal historia de Rodolfo Gaona como matador de toros se empezó a escribir en los ruedos de España y del mundo.

domingo, 17 de marzo de 2024

18 de marzo de 1979. El Pana recibe la alternativa en la Plaza México

El Pana junto a su cartel de alternativa
La asistencia más o menos continuada a los festejos taurinos nos permite en ocasiones, ser testigos de hechos que pueden marcar o cambiar el rumbo de la historia del toreo. Perdóneseme por hablar en primera persona, pero en esta oportunidad llega la ocasión de hacerlo acerca de algunos hechos vividos por este amanuense. Por motivos que aquí no vienen al caso, residí en la Ciudad de México de 1977 a 1981 y tuve la oportunidad de ver temporadas de novilladas y corridas de toros en la Plaza México y en esa etapa pude conocer de primera mano el desarrollo inicial allí de Rodolfo Rodríguez El Pana, desde aquel domingo 9 de octubre de 1977, cuando se le tiró de espontáneo a José Antonio Ramírez El Capitán en el cuarto novillo de la tarde, Pelotero de San Martín, con el cual, el hijo de Calesero realizaría al final de cuentas, una faena que es considerada una de las modélicas para un novillero en la historia de la gran plaza.

Esa tarde de Pelotero, me enteré por la cofradía que habitaba el balcón dos de sol donde me agregué desde mi primera entrada a esa plaza, que se trataba de un maletilla de Tlaxcala apodado El Panadero y que se dedicaba principalmente a recorrer la legua y a tirársele de espontáneo a quien fuera posible, ante la falta de oportunidades para torear.

Alrededor de año después, la temporada de novilladas del año 78 se inició después de que en las fechas previas dos novilleros, José Pablo Martínez y Gabriel de la Cruz hicieran una huelga de hambre a las puertas de la México. Arrancada la temporada, levantaron su protesta, pero el comentario generalizado era en el sentido de que el doctor Gaona nunca les daría una oportunidad, al menos en esa temporada concreta.

Pero la sorpresa llegó para el tercer festejo del ciclo, cuando se anunció una atípica novillada de selección como culminación de los festejos del Día del Novillero y en ella formaron cartel Rodolfo Rodríguez El Pana, Jesús Trigueros El Tabaco, Héctor de Alba El Pinturero, Longinos Mendoza y sorpresivamente, los huelguistas José Pablo Martínez y Gabriel de la Cruz, quienes enfrentarían un encierro de la debutante ganadería de Santa María de Guadalupe, propiedad del doctor Alfonso Castro Flores y que originariamente fuera fundada por el maestro Juan Silveti Reynoso.

La revelación del festejo fue precisamente El Pana, quien le cortó las dos orejas a Reyezuelo, el que abrió plaza y eso le valió para convertirse, en unión de César Pastor, en el eje de una temporada de festejos menores que es una de las verdaderamente importantes en la historia del llamado Coso de Insurgentes.

Rodolfo Rodríguez El Pana terminó siendo, tras de torear diez novilladas y un festival en ese año, el candidato natural a ser alternativado en la temporada grande siguiente, pero su grandilocuencia y su personalidad desenfadada le granjearon animadversión en el ambiente entre los profesionales. Escribe Daniel Medina de la Serna:

…le gustaba hablar y faltarle al respeto al pinto de la paloma; de hecho, las figuras le tenían decretado un boicot que se prolongó hasta el momento de encontrarle padrino para la alternativa…

Por su parte, el abogado y librero José Rodríguez Téllez – coloquialmente Pepe Rodríguez – expone en su extraordinaria obra El Pana, torero surrealista. Los inicios de una leyenda:

Se anunció la alternativa de “EL PANA” en primera página del periódico “El Redondel”, anunciándose al diestro como un “TORERO DE LEYENDA”, era su primera tarde corno matador de toros y ya era considerado ¡UN TORERO DE LEYENDA"… En esas condiciones cuesta arriba llegó “EL PANA” en la fecha 12 de la temporada a tomar la alternativa el día 18 de marzo de 1979, de manos de Mariano Ramos y de testigo Curro Leal, completando cartel el Caballero en Plaza Gastón Santos, quien abrió el festejo…

Así fue la manera en la que el doctor Alfonso Gaona dio cumplimiento a una regla no escrita de nuestra fiesta, que establecía que el triunfador del ciclo de novilladas anterior, recibiría como una especie de trofeo, su alternativa en la siguiente temporada de corridas de toros.

La corrida del 18 de marzo del 79

La crónica completa que he podido rescatar es la de Carlos León, quien en sus Cartas Boca Arriba publicada en el diario Novedades al día siguiente del festejo, dirigida en la ocasión a don José Ángel Conchello, proclamaba en su exordio lo siguiente:

Llamarse Rodolfo, como el inolvidable califa leonés, que fue el máximo Petronio de la fiesta nacional. Y apellidarse Rodríguez, como el ojiverde “Cagancho”, aquel gitano de leyenda, que a su vez encajó en el gusto de nuestro público como uno de sus ídolos predilectos. Y después de eso, salir a los ruedos desde una modesta tahona de Apizaco, donde en la paz provinciana, lejos del nublumo que envenena la metrópolis, aún se respira lo que López Velarde cantó en las tardes olfativas de su Suave Patria, “El santo olor de la panadería”…

Esa era la expectación que producía la presencia del toricantano que llegó en calesa o jardinera a la plaza y que por alguna razón hasta esas fechas solamente usaba vestidos bordados en plata o en pasamanería. Un torero que, como se deduce del párrafo del cronista, penetró profundamente en el gusto de la afición de la capital mexicana.

De su hacer ante los toros, sigue contando Carlos León:

Verá usted. “El Pana” se ha hecho matador de toros con el astado “Mexicano”, de la vacada de don Alfredo Ochoa Ponce de León, que ha enviado un lote muy bien presentado en cuanto a trapío y con varios de sus ejemplares de bondadosa bravura. Así fue el doctorado, estupendo para el torero, que no pudo con él. Con detalles sensacionales que provocaban un clamor, pero con torpezas que desataban las rechiflas. Pésimo con la espada llegó a escuchar un aviso, mientras se concedió arrastre lento al toro tan lamentablemente desaprovechado. Más tarde, con “Serenito” otro burel que vino de las dehesas de Zinapécuaro con más nobleza que un duque, tampoco pudo “El Pana” justificar la expectación que despertó su alternativa. Cierto que, tanto con el capote como con las banderillas y la muleta, ejecutó cosas que parecen imposibles, pero las hace. Mostró la clase, el aguante, su manera diferente de interpretar el toreo, pero otra vez la faena total se le escapó de las manos, a pesar de contar con otro toro de “Campo Alegre” que fue un dechado de boyantía y fue aplaudido en el arrastre, mientras para su matador hubo división de opiniones. Cosa encomiable, pues provoca pasiones, quedando en incógnita interesante lo que este singular matador pueda dar cuando madure…

Al final de cuentas, el peso de la púrpura superó la voluntad de El Pana. No estuvo absolutamente mal, pero se vio superado por las circunstancias de ese momento y quienes esperaban ver en la corrida de su doctorado una prolongación de los triunfos obtenidos en la temporada novilleril anterior, quedaron de alguna manera, defraudados.

Pepe Rodríguez, en su libro antes citado, lo resume de esta manera:

“EL PANA” recibió la borla de matador de toros con el toro “Mexicano” de Campo Alegre, con el que estuvo voluntarioso y bien a secas, sin lograr el triunfo grande, lo mismo sucedió con su segundo, sin nada digno que comentar, salvo la pasión que empezaba a despertar en los tendidos, unos apoyaban al toricantano, y otros no estaban convencidos de la torería de este diestro, lo que no se discutía era la personalidad del mismo…

La apreciación de Pepe Rodríguez, hecha en retrospectiva, refleja en una importante medida lo que sería una gran porción de la carrera de El Pana en los ruedos, la exposición de una personalidad arrolladora que muchas veces ocultaba al gran torero que llevaba dentro. Pasarían casi dos décadas de altibajos para que la personalidad y la torería encontraran su punto de equilibrio y pudiera eclosionar la figura del toreo que había anunciado ser desde ese domingo 6 de agosto de 1978 en una novillada de selección que nadie, quizás ni él mismo, esperaba.

En conclusión

Decía el pasado domingo, a propósito de otro genio, que el camino hacia la cima no está siempre pavimentado, sino que más bien es pedregoso y lleno de baches. El caso de El Pana que se tuvo que enfrentar a todos y principalmente a sí mismo, es otro ejemplo palpable de que eso es cierto. Ya cerca del ocaso de su andar por los ruedos es cuando pudo vivir el triunfo y su final, fue quizás el que él mismo hubiera esperado, en las astas de los toros. La fiesta es y seguirá siendo porque la nutren hombres como El Pana.

domingo, 10 de marzo de 2024

10 de marzo de 1974: triunfal despedida de Luis Procuna en la Plaza México

Luis Procuna
15 de febrero 1953
Desde 1964 las cosas estaban enrarecidas en el sindicato de los matadores. Fermín Rivera estaba a punto de concluir su gestión al frente del mismo y se formaron dos grupos que pretendían sucederlo, uno encabezado por Jorge El Ranchero Aguilar y el otro, que era liderado por Luis Procuna. El 1º de enero de 1965 se verificó una asamblea de la Unión de Matadores y en un ambiente muy revuelto salió electo como Secretario General El Ranchero Aguilar.

La asamblea se impugnó y unas semanas después se volvió a celebrar, repitiéndose el triunfo en las urnas del torero de Tlaxcala. Luis Procuna y sus seguidores quedaron desde entonces en entredicho y, al final los toreros se dividieron en dos asociaciones sindicales, una nueva, la Asociación Nacional de Matadores de Toros y Novillos, encabezada por El Ranchero Aguilar y lo que sobrevivió de la Unión Mexicana de Matadores de Toros y Novillos, con jurisdicción solamente en la Ciudad de México, encabezada por Luis Procuna, en la que se alinearon toreros como Jesús Córdoba, Víctor Huerta, Guillermo Sandoval o Fernando de la Peña, y casi todos ellos, a partir de ese momento vieron languidecer sus carreras.

Luis Procuna no resintió de pronto la reticencia de las empresas de los Estados que no tenían vínculos con DEMSA, que tenía el control de la Plaza México y de otras varias de importancia en la República, pero a partir del año 1966, el número de sus actuaciones decreció, hasta llegar al paro total en 1968 y hasta 1970. Dirían los cronistas de la política de hoy: Procuna fue cancelado.

Una pausa inesperada

Casi de repente, el último torero activo de la Edad de Oro del toreo en México se vio detenido en su andar por los ruedos. Y tuvo que buscarse la vida en otros menesteres. Tuvo, como le contó a Javier Santos Llorente, que encontrar trabajo:

Me mandaron a trabajar, cosa que nunca había sabido hacer. Un amigo me llevó a la compañía del ron “Castillo”, aprendí, y allí me quedé diez años que pasé como cualquier empleado hasta llegar a gerente de marca... En todo ese tiempo no frecuenté ni toreros, ni ganaderos. Me olvidé completamente de los toros y de todo aquello que fuera en función de lo taurino... (Javier Santos Llorente, Luis Procuna. Retrato surrealista de un torero. Pág. 61)

La medición del tiempo que hace Procuna es un poco exagerada, porque en realidad volvió a empezar a torear otra vez en 1972, cuando le dio la alternativa en Ciudad Juárez a su hijo Luis y al año siguiente junto con él, en plazas de menor entidad, casi siempre acompañando a su vástago, sumó catorce tardes. Más bien, de lo que se trataba, era de ir dándole cuerpo a la idea que ya tenía El Berrendito, de irse de los ruedos por la puerta grande, como figura del toreo que era.

Los prolegómenos de una despedida

Aunque ya habían pasado algunos años de las disputas sindicales que causaron el ostracismo de Luis Procuna y de varios toreros más, la empresa de la capital – DEMSA – parecía no haber olvidado los agravios, presuntos o ciertos, que la actividad sindical del torero les haya causado. Entonces, cuando éste se acercó para plantear la posibilidad de torear una corrida de despedida en la Plaza México, don Javier Garfias, representante de la empresa en ese coso, dijo el torero al citado Javier Santos Llorente, no estuvo por la labor de hablar con él:

Ya se había anunciado que me despediría, pero el contrato no era legal... Entonces le dije a Carlos González: “Te voy a agradecer que le digas a Javier Garfias que quiero hablar con él”, a lo que contestó: “A Javier Garfias ni en helicóptero lo haces salir de donde está”. Era viernes. “Bueno, pasado mañana es la supuesta despedida y Luis Procuna no va a torear si no se le paga algo decoroso... (Santos Llorente, op. cit., Págs. 62 – 63)

Como se puede ver, el camino a la tarde redonda que tuvo Luis Procuna en la Plaza México hace medio siglo, fue pedregoso y lleno de baches. Pero las vías que llevan al triunfo, por lo regular, no son pavimentadas.

La tarde del 10 de marzo de 1974

El cartel de la última tarde se anunció con un encierro del ingeniero Mariano Ramírez para Luis Procuna, Eloy Cavazos y Jesús Solórzano. La corrida, para la afición del resto de la República, tenía el incentivo de que sería transmitida en abierto por el canal 2 de televisión y narrada por José Alameda.

Vi esa corrida por televisión y si mi memoria no me traiciona, la plaza se llenó hasta el tope y el ambiente que reflejaba, aunque en las crónicas se le llegó a calificar hasta de sensiblero, sí estaba cargado de un gran sentimiento de admiración y de respeto, reitero, a la única figura que quedaba en activo, de la mejor etapa que haya tenido la fiesta en México en toda su historia y que en esa señalada tarde, pondría punto final a su andar por los ruedos.

La guinda de ese ambiente sentimental y festivo lo pondría Luis Procuna al enfrentar al cuarto de la tarde, Caporal, número 160 y con 448 kilos de peso, al que le cortaría el rabo. Escribió Carlos León desde su tribuna del Novedades capitalino a ese propósito:

Pocas despedidas habrán tenido un mejor marco de cariño, de entusiasmo y de entrega populares para quien fue uno de sus favoritos. Pero Luis no se limitó a dejarse querer aprovechando el sentimentalismo que propiciaba su adiós, sino que salió cual si tuviera el hambre novilleril de sus inicios, a demostrar que “aquí ‘nomás’ mis chicharrones truenan”... Y le sonrió la fortuna en el sorteo, confirmando que “al que nació pa’ tamal, del cielo le caen las hojas”. Si bueno fue “Brillantito” el penúltimo de su carrera, excepcional fue “Caporal”, con el que epilogó su luminosa trayectoria. El toro soñado para irse “a lo grande”, cuajando uno de sus personalísimos trasteos, con esa infinita variedad de suertes que dan alegre tono a las faenas sacándolas de la monotonía y del aburrimiento de quienes nunca salen de lo mismo. Los aficionados nuevos, que no habían alcanzado la época de oro de Procuna, apenas salían de su asombro. No era la “batea de mondongo” con la que se conformaban otras tardes, creyendo que ese era el único “rancho” pues se daban cuentan gratamente sorprendidos, de que existen otras “delicatessen” en la infinita gama de la lidia. Los que ya estaban ahítos de tunas potosinas y charamuscas norteñas, descubrían de pronto que había otras golosinas. Demasiado tarde, por desgracia, pues el confitero capaz de endulzar la lidia agria, se estaba despidiendo para siempre... Muy justas las orejas y el rabo concedidos a Luis, que, hasta el último aliento de su vida torera y bañado en lágrimas, despedido por una ovación interminable después de que "El Soldado" le mutiló la coleta, se fue de los ruedos heroicamente, escribiendo una página memorable, una tarde de torero de los pies a la montera...

Sin apartarse de la mordacidad en sus comentarios, sobre todo al referirse a las figuras del momento, Carlos León describe con precisión la esencia de la faena final de Luis Procuna, la fidelidad a un estilo y a una tauromaquia personalísima que le convirtió en un diestro que fue admirado y reconocido por aficionados y por toreros, sobre todo por estos últimos, que reconocían la dificultad de mantener, ante todo, un estilo personalísimo y original.

Por su parte, en el diario deportivo Esto, Francisco Lazo, cronista titular de esa publicación, relata lo siguiente:

Y Luis hizo su toreo. Allí en el centro del anillo. Ayudados, cortos de extensión, pero a ritmo lento, ligeramente doblada la cintura, firmes las plantas., quebrando el cuello y encajaba la barbilla en el pecho. Y ahora al natural y las “sanjuaneras” y los afarolados y las manoletinas, más quieto que un poste. ¡Ese toreo por alto de Luis! Emocionado y entregado, como entregado estaba el toro y emocionado el público, Luis siguió adelante. En un arrebato, le cogió los pitones al toro y le hizo seguir el viaje de la muleta. Bonita faena, de principio a fin. Pinchó... ¡Y no quería trofeos “simbólicos”! Fue allá a “borrar” el pinchazo con dos afarolados y un desplante... Otra punzadura y más ayudados tratando de limpiar el manchón de la falla con la espada. Ahora sí, dejó tres cuartos que hicieron doblar. Petición unánime. Orejas y rabo. Y vino lo demás, los abrazos, las vueltas, “Las Golondrinas” con su acento melancólico, y sacó al ganadero, que se llevó gran ovación...

Por descriptiva, la crónica de Lazo resulta complementaria de la anterior, porque hace, quizás a vuelapluma, un recuento de las suertes, en esas fechas – y hoy también – casi en desuso que Luis Procuna realizó al toro de su adiós y que para muchos que quizás lo vimos esa única vez, solamente las conocíamos de nombre o en las descripciones literarias. En lo que hay coincidencia en ambas, es en el hecho de que el rabo que se le concedió al torero que se iba, no fue cuestionado y desde mi punto de vista, uno de los mejor concedidos en la historia de esa plaza.

El resto de la corrida

Jesús Solórzano le cortó una oreja al segundo de la tarde, Billetero. Pero antes, invitó a Luis Procuna a poner banderillas cuando decidió cubrir el segundo tercio. La cuadrilla de Jesús se esforzó por poner al toro en el que El Berrendito consideraba adecuado y allí se invirtió una buena cantidad de capotazos. Al final, Procuna pudo lucirse en un buen par al cuarteo y Solórzano en otro al sesgo por los adentros, porque Billetero, aunque fue bravo y con clase, empezó a acusar falta de fuerza y se movía mejor hacia los terrenos de tablas. Tras de culminar su actuación, recuerdo que Jesús declaró ante los micrófonos de la televisión que transmitía a nivel nacional que no se arrepentía de no haber cuidado al toro, que de lo que se trataba era que el Maestro se despidiera en un ambiente de triunfo y que lo hecho, bien invertido estaba.

Por su parte, Eloy Cavazos se encontró con los dos toros del ingeniero Mariano Ramírez que no caminaron. Tanto así, que, en un gesto casi inusitado, regaló un séptimo de Javier Garfias, que para mayor contrariedad, tampoco se prestó a su lucimiento. Así que en esta señalada tarde, terminó pasando de puntitas.

Lo que después vino

El ejemplar del semanario madrileño El Ruedo salido el día 9 de abril de 1974, daba a conocer que el día 5 anterior se habían dado a conocer los resultados del jurado que elegía a los ganadores de los Trofeos Domecq a lo más destacado de la temporada de la capital mexicana. En el caso, tres protagonistas de esta memorable tarde fueron objeto de mención en esa premiación: el ingeniero Mariano Ramírez, quien se llevó el trofeo al Mejor Encierro; el toro Billetero, tercero de esa corrida y primero del lote de Jesús Solórzano, que al empatar a cinco votos con Abarrotero de José Julián Llaguno, motivó que el correspondiente al Mejor Toro se declarara desierto y que a Luis Procuna se le otorgó, por decisión unánime de ese jurado un Trofeo Especial en reconocimiento a su brillante trayectoria y triunfal despedida.

Así se dieron las cosas un domingo como hoy de hace cincuenta años. Se despidió de los ruedos un singularísimo torero que fue el exacto reflejo de las luces, las sombras y, sobre todo, de los claroscuros que hay en esta fiesta, cosa que muy pocos en la historia del toreo han podido alcanzar.

domingo, 3 de marzo de 2024

3 de marzo de 1912: interesante concurso de ganaderías celebrado en El Toreo de la Condesa

El anuncio de la corrida concurso
El Diario 2 de marzo 1912

La temporada 1911 – 12 de la capital mexicana constó de 21 festejos que se celebraron entre el 15 de octubre de 1911 y el 10 de marzo de 1912. El peso del ciclo recayó sobre el madrileño Vicente Pastor, quien toreó en 10 de esas tardes y Rodolfo Gaona, quien actuó en 9. Es también necesario destacar que la mayor parte del elenco eran toreros ultramarinos, porque aparte del Califa de León, solamente actuaron Luis Freg y Pedro López por los diestros nacionales. En el renglón ganadero de los toros que salieron al ruedo, solamente 15 fueron españoles, de Veragua, Miura, Arribas y Anastasio Martín. De nuestras fincas, Piedras Negras fue la que más ejemplares presentó, en número de 46, seguida por San Diego de los Padres con 20. Pero no abundó lo bueno, según escribe Ceniza en su crónica aparecida en el diario El Tiempo de la capital mexicana:

La temporada ha sido tan endeble; en ella hemos visto tanto malo y tan poco bueno, que los aficionados cansados y aburridos habían visto con indiferencia carteles de tanto fuste como sea aquellos en que figuran los nombres de Pastor y de Gaona, pues el público bien sabe que aunque a estos diestros les sobra corazón y manera para enfrentarse con astados brutos, sus esfuerzos se estrellan cuando tienen que habérselas con bichos que no llevan una gota de sangre brava en el cuerpo, los cuales, por desgracia, han menudeado en la temporada que terminará el próximo domingo...

La penúltima fecha de ese ciclo lo dedicó don José del Rivero a un festejo con carácter benéfico. Organizó una corrida de concurso de ganaderías, a beneficio de la Cruz Blanca Neutral, un servicio de atención médica fundado por la enfermera Elena Arizmendi Mejía y que tenía por función el suplir las funciones de la Cruz Roja en los puntos en los que se combatía en la Revolución Mexicana y ésta última se negaba a socorrer a los revolucionarios heridos. Ya distintas personalidades del mundo del espectáculo como Virginia Fábregas, María Conesa o Leopoldo Beristaín habían organizado eventos para recaudar fondos a favor de las causas de esta asociación.

Seis ganaderías de primera línea ofrecieron toros de irreprochable presencia para el festejo de concurso, como lo fueron Atenco, San Diego de los Padres, Santín, San Nicolás Peralta, Piedras Negras y Tepeyahualco y los enfrentarían Vicente Pastor, Fermín Muñoz Corchaíto y Rodolfo Gaona.

El toro de mejor presencia y el toro más bravo serían calificados por un jurado integrado por el periodista Eduardo Noriega Trespicos quien además lo presidía, el doctor Pedro Pablo Rangel, el licenciado Abel Botello, el profesor Benjamín Liz, el señor Fernando A. Colín, el matador de toros Diego Prieto Cuatrodedos y el banderillero Manuel Barciela Ostión.

El encierro y el toro mejor presentado

De acuerdo con los reclamos que a página completa aparecieron en la prensa generalista de la época, los toros que los ganaderos presentaron al concurso fueron Canastero, número 30 de Atenco, castaño, ojo de perdiz, bien armado; Grillito, número 35 de San Diego de los Padres, negro zaíno, bien armado; El Colibrí, número 12 de Santín, castaño, ojo de perdiz, bien armado y se hacía la precisión de que no tenía cruza española; El Chato, número 530 de San Nicolás Peralta, negro entrepelado, bien armado; Recluta, número 18 de Piedras Negras, negro zaíno, bien armado y Tordo, número 13, de Tepeyahualco, negro zaíno, bien armado. Como veremos más adelante, no todos los anunciados fueron lidiados.

El jurado se reunió en la víspera de la corrida para examinar a los seis toros, que de conformidad a las fotografías que se publicaron en la prensa y con las cuales, dicen las crónicas del festejo, don Pepe del Rivero hizo extensa difusión en aparadores y vitrinas de los principales comercios de la capital mexicana, hacían un conjunto bien presentado. El acta de esa sesión se publicó en el diario El Imparcial del día de la corrida y en lo conducente dice:

Previa votación secreta y firmando cada uno de los jurados su voto, fue concedido el premio de presentación al toro de Tepeyahualco por mayoría de cinco votos correspondientes a los votos de los señores Noriega, Rangel, Colín, Botello y Liz, contra uno del señor Barciela a favor de San Nicolás y otro de Diego Prieto a favor de Atenco… Se concedió un “accésit” al toro de Atenco, también por mayoría de cinco votos y mención honorífica al de Santín, por cuatro votos… El toro de Tepeyahualco, premiado en lo que a presentación se refiere, será jugado en sexto lugar, por ser el toro de la ganadería más moderna, el cual será estoqueado por Rodolfo Gaona…

Como se puede ver, los aficionados concurrieron de manera unánime a favor del toro de Tepeyahualco, en tanto que los toreros dividieron su opinión al votar Cuatrodedos por el toro de Atenco y el banderillero Ostión por el de San Nicolás Peralta.

El juego de los toros y el resultado del concurso en el ruedo

El toro es el que determina todo lo que en el ruedo ocurre, incluso cuando se trata de examinar preponderantemente su comportamiento. No me queda duda de que los seis ganaderos que concurrieron al evento, anunciado como primicia en el coso de la Colonia Condesa, enviaron ejemplares de irreprochables notas que pudieran prever un juego destacado en una circunstancia como la que los reunió en una misma tarde. Pero a veces lo que el ganadero espera no resulta exactamente así, y eso le sucedió a los señores de Atenco, San Diego de los Padres y San Nicolás Peralta. Escribe Ceniza, para el diario El Tiempo:

“Canastero”, de la ganadería de Atenco, castaño, ojo de perdiz, de gran romana, muy bien colocado de pitones y de hermosísima presencia... Su salida es acogida con una salva de aplausos, los cuales en breve se tornaron en sonoros pitos al ver que tenía tanta mansedumbre como hermosura, por cuya razón, y muy justificadamente, regresó al chiquero. ¡Lástima de toro! ... Fue sustituido por otro de la misma ganadería de nombre “Grifo”, retinto, rebarbo, algo sacudido de carnes y con las armas cortas... Después apareció el toro de San Diego de los Padres a quien decían “Grillito” y es un toro negro, muy largo, gordo y bien armado... “Grillito” resultó un manso de solemnidad, por cuya razón salió a substituirlo “Herrero”, retinto, albardado, gordo, muy bien armado y grande... se arrancó siempre de largo, con gran codicia y bravura y recargó muchísimo. ¡Vaya un toro bravo! ¡Mi aplauso muy entusiasta, señores Barbabosa, y muchos toros como éste! ... “El Chato”, negro, entrepelado, más gordo que una pelota, recogido de cuerna y una figura digna de una corrida de concurso... El bicho tenía mucha fachada, pero poca vivienda, o lo que es lo mismo, mucha hermosura, pero más mansedumbre que ésta, circunstancia por la cual fue “p’adentro”... Lo sustituyó un toro castaño, gordo, grande y bien armado, el cual fue más manso que su antecesor, siendo condenado justamente, al tueste...

Los toros titulares de Atenco, San Diego de los Padres y San Nicolás Peralta fueron devueltos al corral por mansos. Los sustitutos de las dos primeras ganaderías salvaron el honor de sus casas y el de San Diego, de hecho, fue valorado en las crónicas como el toro más bravo de la tarde, pero sin posibilidad de ser premiado. El caso de San Nicolás Peralta es patético, porque devolvieron al titular y foguearon al sustituto y, sin embargo, veremos adelante que la actuación más redonda de la tarde fue ante este bicharraco.

El gran triunfo de Vicente Pastor

El cuarto – bis de la tarde de San Nicolás Peralta fue condenado al tuesten, porque ya no podía ser devuelto a los corrales y sustituido por otro, dada su notoria mansedumbre, pero el torero de la calle de Embajadores no quería irse de la plaza sin un triunfo, considerando que la temporada, al menos en el renglón ganadero, como comentaba antes, no había dejado mucho margen de lucimiento para los toreros. Miguel Necoechea Latiguillo, en su tribuna de El Imparcial, resume así su actuación ante el buey de don Ignacio de la Torre y Mier:

Tocó este hueso a Pastor. Menos mal. Vicente que es como el Tenorio, hombre capaz de hacer platos con las calaveras de todos los mansos, desplególe la sarga en los hocicos, le porfió en todos los terrenos y hecho un fenómeno logró hacer del manso, no un toro bravo, porque eso es imposible, pero sí lo que él solo es capaz, es decir, consiguió que el toro le tomara la muleta en tres o cuatro ocasiones… Todavía rebosando venía el toro rebrincando con los cohetes y ya había caído sobre él la muleta – garra del madrileño, primero en un esbozo de pase de rodillas y después en varios pases redondos en que el estoque golpeando el anca hacía revolver al manso sobre el bulto que se le metía entre los pitones… La faena entusiasmó al público y el éxito más colosal fue proclamado cuando Vicente, arrancándose para hacerlo todo por el animal, le hundió el estoque, ¡qué ovación! Lejos está Madrid, pero hasta la misma Puerta del Sol debe haberse estremecido ante la tempestad desencadenada en el coso… Una vuelta al ruedo, otra vuelta, otra, la oreja y no cesó aquel entusiasmo extraordinario sino hasta que ya se banderilleaba al quinto toro. El ruedo se llenó de sombreros y Vicente debe haber valorizado aquella ovación como una de las más estruendosas y merecidas de su vida...

El resultado del concurso

Al final de cuentas, el jurado declaró desierto el premio del concurso. Del acta publicada en el periódico El Diario, extraigo:

Que tratándose de un concurso de ganaderías bravas, al dar el diploma al toro que mereciese el premio, daban a la ganadería un justificante con el cual pudiera hacer presente la sangre y bravura de sus reses, y que, como entre todas las lidiadas no hubo una que mereciera propiamente el título a que el ganadero aspiraba, convinieron en no otorgar el premio ofrecido por la empresa, dejándolo vacante… Hacemos constar que conforme a la segunda de las bases generales para el concurso, entregadas a cada uno de los jurados, el toro de reserva en caso de lidiarse, quedaba fuera de concurso… Eduardo Noriega, Pedro Pablo Rangel, Benjamín Liz, Abel Botello Garay, Fernando A. Colín, Diego Prieto. – Rúbricas… En vista de la determinación del jurado, nos manifiesta el señor José del Rivero, director de la empresa de toros El Toreo y organizador de esta corrida, que ha dispuesto que los 1,000 pesos del premio, se den a la Cruz Blanca Neutral.

Al final, aparte del beneficio que le representó el producto del impresionante lleno hasta las azoteas, la Cruz Blanca Neutral se llevó un beneficio adicional, pues el premio que pudo ser para alguno de los ganaderos concursantes, también se aplicó para sus causas.

Un par de personajes en ese entonces, menores

La narración de la lidia del quinto toro de la tarde, el Recluta de Piedras Negras, refleja que fue picado por Ramón Frontana Portugués chico y por Aurelio Sánchez Mejías, quien llegara a México un par de años antes a cargo de los encierros españoles que se lidiarían en El Toreo y que después se quedó en el coso como guardaplaza. El segundo tercio de ese mismo toro fue cubierto por Alvaradito, que resultó prendido sin consecuencias en el segundo par y por un jovencito llamado Ignacio Sánchez Mejías.

Unos cuantos años después volvería este último a El Toreo, pero ya no colocado en la cuadrilla de algún paisano suyo, sino en calidad de figura del toreo y para ocupar un importante sitio entre la afición mexicana. Los giros de la existencia son inexplicables a veces, pero el camino siempre se recorre andando y en los ruedos de México fue donde lo inició Ignacio Sánchez Mejías.

Así estaban las cosas de la fiesta en este país hace 112 años.

Aldeanos