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domingo, 15 de enero de 2023

13 de enero de 1963: Diego Puerta corta cuatro orejas en su segunda tarde en la México


Hace seis décadas se vivía un profundo ambiente en México dentro de la fiesta de los toros. Se podía hablar y escribir libremente acerca del tema, con el respeto de quienes no tenían afición por ella y la reciprocidad de los que sí eran aficionados. Fueron días en los que una tradición casi religiosa, era el dedicar la tarde del domingo a asistir a la plaza de toros. No es mi imaginación la que construye esa afirmación. Al abrir la crónica del festejo que hoy me tiene aquí, don Alfonso de Icaza Ojo, en su semanario El Redondel, hace el siguiente aserto:

Cero y van seis los llenazos que se han venido sucediendo en esta temporada… El público se alborota por una u otra causa: acude presurosamente al coso; colma su cupo; se divierte a sus anchas y sale comentando los resultados de la corrida, que le sirven de conversación durante toda la semana… En otras palabras, más breves desde luego: México está metido en toros…

Hoy el ambiente social se inunda de los comentarios que organizadamente – muy bien organizada – vierten en contra de la fiesta en sí y en contra de quienes tenemos afición por ella, grupos de personas con intenciones nada claras y evidentemente, con un financiamiento que roza las lindes de lo inconfesable. En estos días, ser aficionado a la fiesta de los toros resulta ser una especie de estigma que nos convierte, ante los ojos de algunos, en verdaderos parias.

Por otra parte, habrá que reconocer que en aquellas calendas, quienes llevaban los asuntos de los toros, parecieron tener mejores intenciones y mucha más imaginación que los de hogaño. La oferta que transmitían al público para invitarlo a asistir a las plazas era intrínsecamente atractiva, pocas dudas se tenían sobre la asistencia a los festejos, porque los carteles ofertados destacaron, en su mayoría por su redondez.

Así se construyó una sólida afición que tenía, insisto, casi de una manera religiosa, el gusto por asistir a las plazas. Hoy ante cualquier anuncio, casi siempre hay una señal en los carteles que nos pone a dudar sobre asistir o no. ¿Recuperaremos alguno de estos días ese interés que parece cosa de tiempos idos?

La sexta corrida de la temporada 62 – 63 

El doctor Alfonso Gaona aprovechaba las cartas que tenía contratadas y las barajaba con destreza a partir de los resultados que los diestros iban generando en sus actuaciones, de modo tal que domingo a domingo, tuviera un reclamo convincente para seguir haciendo a la afición presentarse en las taquillas primero y en la plaza después. El día de año nuevo había confirmado su alternativa un jovencito sevillano llamado Diego Puerta y en esa tarde materialmente se echó a la bolsa al cónclave de la capital mexicana. Así, un par de domingos después, lo repitió y lo arropó con dos toreros mexicanos de distintas hechuras, pero de gran atractivo: Alfredo Leal y José Ramón Tirado. Para ese redondo cartel de toreros, puso un encierro de Tequisquiapan, ganadería queretana que estaba en la punta de la ola.

A pesar del reciente triunfo de Diego Puerta, la concurrencia se abrió más hacia sus paisanos. Escribe de nueva cuenta Ojo, en el número de El Redondel salido el 13 de enero de 1963, día de la corrida a la que me refiero:

Hoy se lidian seis de la prestigiada ganadería de Tequisquiapan, propiedad de don Fernando de la Mora, y están encargados de despacharlos Alfredo Leal, José Ramón Tirado y Diego Puerta… Hay palmas a la hora del paseo, pero menos entusiastas que otras veces. ¿Por qué? Al fin se aplaude a Alfredo Leal, que saluda desde el tercio...

El llamado Príncipe del Toreo se llevó la ovación de apertura y sería prácticamente la única que conquistaría en la tarde, pero el corolario aquí, es que la afición mexicana arropaba e impulsaba a sus paisanos toreros.

El gran triunfo de Diego Puerta

En esta tarde de hace seis décadas, Diego Puerta asegundó lo realizado en su tarde de confirmación. Salió en hombros de la plaza con cuatro orejas en la espuerta, tarea que refleja, en la opinión externada por Ojo el día de la confirmación del diestro del barrio de San Bernardo, en cuanto al valor de las orejas en la capital mexicana: …para obtener un apéndice en la plaza “México” hay que hacer cosas extraordinarias…

El primero de su lote se llamó Tortolito y fue negro con bragas. No fue un toro de esos de entra y sal. Más bien tuvo sus complicaciones, puesto que prácticamente al salir del segundo puyazo – con tumbo de latiguillo y toda la cosa – se dedicó a gazapear y a meter en conflictos a los encargados del segundo tercio. Carlos León, desde su tribuna del diario Novedades, en crónica epistolar dirigida a la actriz mexicana Dolores del Río, reflexiona lo siguiente:

…mérito tuvo su primera labor muleteril con “Tortolito”, pues la res no tenía la candorosa ingenuidad de la xochimilca María Candelaria. Mas, como el chavalillo sevillano es un pecho honrado de corazón gigante, le cuajó un trasteo cumbre que valió un Potosí, enhebrando los naturales y los derechazos como quien va ensartando perlas para hacer un collar. Y con media estocada que valía lo que el diamante del rajá de Borneo, tuvo para ser premiado con el primer par de orejas…

La opinión de Carlos León es puntillosa y ditirámbica, pero ilustrativa también. Deja ver que Diego Puerta se impuso a un toro dificultoso y salió adelante en su empeño, llevándose ambas orejas, mismas que paseó en triunfo en varias vueltas al ruedo.

El sexto de la corrida se llamó Bandolero, negro listón. Tampoco fue un dechado de cualidades el toro, pero tenía delante suficiente torero como para ser aprovechado en aras de otro trasteo triunfal. Escribe quien firmó como Juan de Dios, en calidad de corresponsal del semanario madrileño El Ruedo, salido el 24 de enero siguiente:

…Cuando llegó a la muleta, «Bandolero» aún levantaba la de «pensar»; Diego se dobla con él. Y aquí, amigos, instrumenta unos ayudados por bajo que podrían haber servido de modelo para la escultura del pase más bello que se pudiera esculpir. Eficacia y, al mismo tiempo, «un son con cadencia por soleares», que hace que los cuarenta y seis mil espectadores de la Plaza Monumental Méjico se enardezcan y la corrida vuelva otra vez a alcanzar el alto nivel que en el tercer toro tuvo. De aquí para arriba, encelando a su enemigo, corrigiendo sus defectos, enseñándole a embestir, y con todo ello consiguiendo una de las faenas más completas que en ruedo alguno se hayan podido presenciar. Cante grande por soleares y alegrías, tientos, veridales, serranas, martinetes y unas «tarantas» cantados con la muleta en la derecha, que conmocionan en «frenesí» a todo el respetable. Todo fue bueno, pero, vuelvo a insistir, según mi modesto entender, los cadenciosos pases en redondo que dio a «Bandolero» fueron superiores… Cuando Diego hace rodar al «bandido» con media delantera (por esto perdió el rabo), le traen las dos orejas, y los entusiastas se echan al ruedo para así pasearlo por él y sacarlo por la puerta grande…

Resume así esta tarde Carlos León:

En esta tarde luminosa, Diego Puerta ha estado positivamente diamantino: duro, persistente, inquebrantable. Fue firmeza y luz, como cristal de roca. Y en forma tan tremenda se arrimó a sus enemigos, que la amatista de su terno acabó fundida en la sangre de pichón del rubí de los morrillos... Y fue que, en sus dos esplendorosas faenas – dos señoras faenas – Diego resultó un artífice que atendió al consejo de Calderón de la Barca: “Todos vuestros pesares, señoras, cúbranse con joyas y aderezos”. Y de esa labor de filigrana, se encargó el orfebre sevillano... Porque así resultó aquello, Lolita. No fueron dos trasteos de desnuda y sobria belleza, sino adornados en forma preciosista con la orfebrería luminosa de la escuela sevillana...

No creo poder agregar algo más a esta tarde que fue de epopeya para el inconmensurable Diego Puerta.

El resto de la corrida

Alfredo Leal, anticipaba yo, no tuvo una tarde merecedora de ser recordada. Los toreros de su cuerda a veces salen destemplados a la plaza y difícilmente encuentran la manera de abandonar ese estado. Podría decirse que a pesar de la ovación tras el paseíllo, terminó por pasar de puntitas por el ruedo de Insurgentes.

Por su parte, José Ramón Tirado tuvo de cal y de arena. Le tocó el mejor toro de la corrida y ahora sí, según a quien se lea, estuvo a la altura o simplemente lo dejó ir. A pesar de las cuatro orejas cortadas por Diego Puerta, la cabeza de la crónica de don Alfonso de Icaza se dedica precisamente a la actuación del diestro mazatleco, pero si leemos al corresponsal de El Ruedo o en Novedades a Carlos León, podríamos entender que Tirado solamente apuntó, pero se abstuvo de disparar. Jardinero, ese quinto toro de la tarde, fue premiado con el arrastre lento, pero se fue al destazadero con las orejas en su sitio. 

La trascendencia de estos hechos

No sería esta la última tarde en la que Diego Puerta se destacara con triunfos en nuestras plazas. De hecho, estaba enfilado a ser parte de algunos eventos taurinos que pasarían con lustre a la historia patria del toreo, estableciéndose como un diestro del gusto de la afición mexicana y correspondiendo él siempre, con su inagotable entrega.

Como decía al principio, hoy nos lo pensamos para asistir a los toros, en aquellos días era difícil privarse de ir. Algo y alguien tienen que revolucionar el estado de cosas que actualmente vivimos, pues es la única manera en la que la fiesta tendrá futuro. 

Aldeanos