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domingo, 11 de junio de 2023

8 de junio de 2000: El Califa se adueña de Madrid

El Califa
Foto: Avance Taurino
José Pacheco El Califa, natural de Canals, en Valencia, era hijo de Francisco Pacheco y en la época de su breve ascensión a las cumbres de la tauromaquia, se afirmaba en mentideros y medios de comunicación, que Francisco Pacheco había sido compañero de correrías de Manuel Benítez El Cordobés, en los días que prometió a Ángela su hermana que o le compraría una casa o llevaría luto por él. Por esa razón, se decía que Benítez aceptó vestirse una vez más de luces – la antepenúltima de su dilatada carrera en los ruedos – para darle la alternativa al hijo de su amigo en Xátiva, Valencia, el 1º de mayo de 1996, delante del granadino Fernando Martín Sacromonte, cediéndole al toro Fundador de la ganadería de Nazario Ibáñez

Cierta o falsa la historia de la añeja relación entre El Cordobés y Francisco Pacheco, la verdad es que el hecho de que la última alternativa que el hoy Quinto Califa de Córdoba del toreo le otorgó a un diestro que ostentaba ese apodo, le permitió caminar un breve tiempo por las primeras filas del escalafón y escribir tardes que han quedado en la memoria colectiva, como la que hoy pretendo traer al recuerdo, y que tuvo su aniversario este pasado Jueves de Corpus.

El San Isidro del año 2000

Toresma 2 la sociedad que regentaban los hermanos Lozano, ofreció para la isidrada del año en el que, según se lea, finalizaba un milenio o iniciaba otro, un serial de 21 corridas de toros, 3 de rejones, 3 novilladas con picadores y fuera del abono, la Corrida de la Prensa. Eran el principal reclamo de ese ciclo nombres como Enrique Ponce, Francisco Rivera Ordóñez, Vicente Barrera y Morante de la Puebla. El único confirmante era El Juli y se anunciaban todavía nombres como el de Carlos Escolar Frascuelo, José Luis Bote, José Pedro Prados El Fundi o Miguel Abellán. Entre los novilleros se ve a Fernando Robleño, Sebastián Castella, Javier Castaño y a Sergio Aguilar, entre los que caminaron más o menos largo en esto.

“El Califa” había confirmado su alternativa en Las Ventas el 2 de julio de 1998, cuando José Antonio Campuzano, en presencia de José Ignacio Ramos le cedió los trastos para despachar a toro “Tonto” de Juan Albarrán. Así que “El Califa” no era ningún desconocido para la afición de la capital española. Y así, su anuncio en las corridas 25ª y 26ª – miércoles 7 y jueves 8 de junio –, dentro de lo que se dio a llamar la “semana torista”, con toros de Celestino Cuadri y de doña Dolores Aguirre, en principio no era precisamente una novedad en la plaza. 

La 26ª corrida de feria

Toros de doña Dolores Aguirre Ybarra, ganadería asentada en la Dehesa de Frías en Constantina, Sevilla, para Miguel Rodríguez, Víctor Puerto y José Pacheco El Califa, quien la víspera, ante los toros de Cuadri, había saludado una ovación en los medios en el primero de su lote y que, al decir de las crónicas del día, de haberle repetido más su segundo, le hubiera formado un lío. Así pues, la afición de Las Ventas le esperaba con interés para el día siguiente. 

A El Califa le correspondieron en el sorteo, por su orden, Carafeo II, número 23, con 541 kilos de peso, nacido en enero de 1996 y de pelo negro bragado y Pitillo, número 22, de la misma capa, con un peso de 538 kilos, nacido en noviembre de 1995. Una nota curiosa de ese encierro, es que los toros segundo y cuarto se llamaron Carafeo I y Carafeo III.

La plaza de Madrid fue puesta de cabeza cuando El Califa, vestido, según las crónicas, de celeste y oro – hoy dirían que de purísima y oro – tomó en sus manos la muleta. Se plantó en los medios de la plaza e inició con un pase cambiado por la espalda, y allí mismo recogió a Carafeo para darle una primera serie con la mano diestra. La crónica que en su día escribió Miguel Ángel Moncholi para el extinto portal burladero.com entre otras cosas cuenta:

Es el caso del tercero al el que “El Califa” apenas meció con el capote, pero con la muleta aprovechó de principio a fin. Primero en el cambiado, en los medios, como los bravos toreros, al que siguió con la diestra en una serie de largos pases que llegaron a los tendidos… Luego, en tandas con la izquierda, en base a naturales en los que aprovechaba con toques imperceptibles la bondad de su humillada embestida. La primera mandona, la segunda suave, encajado en los riñones, asentadas las zapatillas, aguantando la desafiante presencia del de Dolores… Faena medida, que se hizo corta, que complementó con ayudados por bajo, doblado el torero, erguido en su torería, preparando con ellos la entrega del morlaco para la suerte suprema… Había que jugarse el todo por el todo. Montó la espada Pacheco. Se encunó “El Califa” y dejó una entera caída tan entregada que a punto estuvo de verse prendido en el ajustado embroque del volapié… Y así cayeron una, dos orejas, – la segunda se me antoja excesiva –, pero ciertamente a una faena de valor y torería…

Más prolija y literariamente mejor compuesta es la que publicó al día siguiente Vicente Zabala de la Serna en el diario madrileño ABC. Seguramente las cuestiones del tiempo para preparar y salir a los puestos. En su desarrollo, cuenta:

El Califa ha conquistado el trono de Madrid con una faena muy de verdad, muy pura y auténtica y otra que murió a medio camino con la cornada ante el sexto. La emoción recorrió los tendidos como un reguero de pólvora, como una conexión eléctrica que provocaba el olé colectivo. El gentío se levantaba como impulsado por un resorte. El peregrinaje ha sido árido hasta alcanzar semejante momento… Fue al natural cuando resquebrajó los cimientos de la Monumental con un toreo lento, estático y ligado, con la muleta a rastras y la cintura tronchada, rota, antes de hilvanar con el obligado, pese al parón y a la duda del bicorne. Y la plaza, loca, ronca, rendida a este califa de Játiva, conquistada por otra media docena de zurdazos de calidad, naturales despatarrrados, en los medios, donde se desarrolló toda la faena… Pañosa de seda en la mano izquierda de El Califa, látigo dominante, muñeca elástica. La espada había de rubricar la gran obra, no podía fallar. Se perfiló lejos, con metros de por medio, y ejecutó la suerte con los tiempos irregularmente marcados, más a tumba abierta… el acero se había hundido arriba, o casi. Un par de centímetros, quizá menos, no debían de robarle el triunfo de la puerta grande, la gloria. La petición fue como las últimas elecciones, abrumadora; sólo que ayer nadie perdía, no había derrotada oposición, porque el pupilo de Aguirre, doña Dolores, también se erigía como ganador. Dos orejas cayeron en las manos jóvenes del torero, que abrazó emocionado al alguacil…

Esa corrida la vi por el canal internacional de Televisión Española (TVE), en esos días cuando era más plural y menos sectaria y pacata, en compañía de mi compadre Nicolás Rodríguez Arellano. Pensamos los dos que atestiguábamos el nacimiento de una nueva figura del toreo, pero la vida y el destino le tenían otro camino por andar a El Califa, sin embargo, cuando había que llevar a la discusión un torero de esos que surgen de cuando en cuando, el nombre de José Pacheco era el primero que sacábamos a la discusión.

El segundo del lote de El Califa le permitió un momento de gran lucimiento nada más, antes de arrebatarle las llaves de la Puerta de Madrid y enviarlo a la enfermería. El parte rendido por el doctor Máximo García Padrós fue el siguiente:

Presenta dos heridas por asta de toro, una en el triángulo de Scarpa del muslo izquierdo con una trayectoria ascendente de 10 centímetros, que interesa tejido celular subcutáneo. Desgarro en el escroto y otro en la región tercia de la mano derecha de otros 10 centímetros, pendiente de estudio radiológico. Fue intervenido bajo anestesia general. Pronóstico menos grave que le impide continuar la lidia. Fue trasladado a la clínica de la Fraternidad.

Su entrega le hizo trocar la puerta del triunfo por la de la sangre, pero su obra allí quedó, para la posteridad. Y al final de la feria, El Califa fue declarado el triunfador del ciclo – fue el único diestro que le cortó dos orejas a un mismo toro – por el Real Casino de Madrid, por la Peña El 7 y también por el jurado que asignó por cuadragésima primera vez los resonantes Premios Mayte.

En perspectiva

Ya nos había anunciado Joaquín Vidal, desde el julio valenciano anterior, que allí había un torero:

Para ser califa no hace falta haber nacido en Córdoba; se puede ser de Xàtiva. Ni hace falta llamarse Abderramán; con Pepe basta. Demostración: en Xàtiva tienen un califa de nombre José Pacheco, para los íntimos Pepe. Y es torero. No hay más que verlo: se pone delante de los Cuadri, y ya le pueden venir rabiosos o reservones, francos o inciertos, que les aguanta las intemperancias, los templa y los manda. El Califa consiguió un éxito en la primera corrida de la famosa Fira de Julio valenciana. No porque ofreciese una exhibición pegapasista como es habitual; no porque se pusiera tremendista, que es el sucedáneo del valor en quienes van de suicidas. Sino porque aquello de parar, templar y mandar lo hizo con cabal cumplimiento de los cánones y a toda costa. Lo hizo incluso a costa de la cornada, que no se llevó sin que se sepa con exactitud el motivo…

Los toros respetaron a José Pacheco a medias, porque al final las lesiones que las cornadas causan terminaron por hacerle dejar los ruedos con esas probadas de gloria, pero sin haberla alcanzado plenamente. Todavía volvería a Madrid con los toros de doña Dolores, la señora de Bilbao, para cortarle otro par de orejas a Langosta y, esta vez sí, salir en hombros por la Puerta Grande de Las Ventas. Esta vez su padre no pudo verle en la plaza, pero lo hizo desde el infinito, a donde se había marchado pocos días antes.

Carlos Bueno escribió acerca del torero de Xátiva a propósito del vigésimo quinto aniversario de su alternativa:

El Califa fue, sin duda, el torero de la emoción. Su entrega fue siempre total, su valor sorprendente, su abandono al toreo excitante. Hizo el paseíllo con todos los compañeros, sin rehuir ninguna divisa y estuvo anunciado en todas las ferias. Le costó entrar en Valencia, pero nunca perdió la afición ni la confianza y el coso de Monleón acabó siendo su feudo, como lo fue Madrid, la dura y exigente capital donde José fue venerado por su cite adelantado, toreo ceñido, largo y hacia dentro. Sobre su arena se proclamó soberano rotundo. Fue el primer valenciano que triunfó de forma absoluta en un San Isidro y el único en conseguirlo por partida doble…

Esos son algunos de los recuerdos que tengo de José Pacheco El Califa, un torero que la historia de la fiesta nos recuerda que siempre hay lugar para quienes hacen las cosas con verdad, pureza y entrega.

Aviso parroquial: Los resaltados en los textos transcritos son imputables exclusivamente a este amanuense, pues no obran así en sus respectivos originales.

Aldeanos