«¿Qué, que yo codilleo? Tiene gracia. ¿Qué codilleo? Es gracioso eso. Codilleo, codilleo, ¿y qué es codillear? Pero vamos a ver: ¿Qué es torear? Si yo codilleara, me cogerían los toros. Al toro, mire, se le presenta la muleta así y se le llama aquí y se le lleva allá. Yo podría llevarlo lejos, porque sé mandar, tengo recursos y además brazo y estatura para dejarlo en la otra parte de la plaza, ¿me entiende? Pero eso no es torear. Al toro hay que llevarlo detrás de la cadera. El toreo no es en línea recta, sino en circunferencia. Circunferencia es el ruedo y circunferencia es el recorrido del toro tal como yo lo entiendo. Y bueno, a lo mejor doblo el brazo para hacerlo, ¿Qué quiere que le diga? Lo encuentro tan irrelevante que apenas merece comentario»…
En un párrafo exponía el torero de Jerez los entresijos de su tauromaquia, entresijos que le encontrarían un sitio en la afición de Madrid, la que tuvo que esperar tres lustros después de que recibiera la alternativa para verle actuar en sus plazas. No fue porque no lo quisiera el torero, según le contó a José Antonio Ayuste:
A mí me llamaba todos los años la empresa de Madrid para torear en Las Ventas. Eso sí, en agosto. Las corridas de los leones, como yo les decía. Y yo año tras año decía: «a los leones que vaya tu padre». Cuando haya una corrida con garantías ya iré…
Por eso, cuando en el San Isidro de 1974, el 28 de mayo, le confirmó la alternativa José Luis Galloso en presencia de Julio Robles, quien sustituyó al originalmente anunciado Francisco Núñez Currillo, con los toros de Osborne, hasta ese momento, en Madrid, Rafael de Paula era una incógnita. Al final de cuentas cautivó a los asistentes al festejo, que ocuparon tres cuartas partes de las localidades con un quite al tercero de la corrida. Escribió Alfonso Navalón para el diario Pueblo del día siguiente al del festejo:
Rafael de Paula dejó eso tan importante como es un manojo de lances para que los aficionados tengan tema de conversación. Fueron cuatro verónicas y media en el primer toro de Robles; fueron cuatro suspiros de arte dejando correr los duendes por los vuelos del capote y meciéndose con empaque lento y solemne; fueron cuatro pinceladas para que sus amigos de Jerez se vuelvan tocando las palmas y dejar entre la afición de Madrid un sello de toreo distinto. Cómo sería la cosa que la ovación partió y se acabó entre los contestatarios de la andanada. Con eso basta. Sin embargo, a mí me gustaron mucho...
Por su parte, Vicente Zabala Portolés, en el ABC madrileño del 30 de mayo siguiente, en primer lugar, calificó la tarde como una de ambiente de película de Estrellita Castro, talante que seguiría empleando en tardes futuras hacia el diestro gitano, al que también acusaba de no torear de verdad. A propósito del quite relatado por Navalón, dijo:
Tan solo una vez se arrancó el gitano jerezano por «seguiriyas»: fueron tres verónicas en un quite. Ahí sí, ahí toreó de verdad y el público de Madrid se puso boca abajo, como si estuviera contemplando al mismísimo Francisco Vega de los Reyes. «Er Paula» se cimbreó, adelantó el capote, embarcó la embestida y moviendo los brazos rítmicamente se pasó por la faja – Paula lleva faja, que no otros toreros de fuste – a su enemigo, rematando con limpieza y enlazando los tres monumentos del bien torear con una cadencia de sueño. ¡Eso, de sueño! Porque a todos nos parecía que estábamos soñando cuando veíamos torear así de despacio, precisamente ahora que los que se dicen los mejores ejecutan a velocidades supersónicas... Eso fue todo lo que hizo Paula. Después volvió a lo que es él: el Peret del toreo...
La Feria de San Francisco de Carabanchel en 1974
Esos tres lances y su remate le dejaron en el gusto y la memoria de la afición madrileña, y así, Paco Rodríguez empresario de la Chata de Vista Alegre y también de Almuñécar, se propuso dar una feria otoñal en Carabanchel. La Feria de San Francisco la llamó y comprendería nueve festejos entre el 29 de septiembre y el 6 de octubre de ese año, de los que serían cinco corridas de toros, tres novilladas y un espectáculo cómico – taurino.
La consecución del anuncio de la feria fue accidentada, porque muchos toreros simplemente se negaron a contratarse con la empresa y alguno otro, se vería más adelante, ya puesto en un cartel, simplemente no compareció a la tarde que tenía comprometida. Las presencias destacadas en el serial fueron las de Palomo Linares, que mató una corrida en solitario; las de Miguel Márquez, José Luis Parada y Joaquín Bernadó y señaladamente, los nombres que componían el cartel del séptimo festejo, que eran los de Antonio Bienvenida, Curro Romero y Rafael de Paula, que se enfrentarían a un encierro de don Fermín Bohórquez. La corrida se anunció como la de la despedida de los ruedos del hijo del Papa Negro.
Rafael de Paula y Barbudo
El tercer toro de la corrida de Fermín Bohórquez se llamó Barbudo, negro y si hemos de seguir lo que las crónicas afirman, apenas adecuado de presencia, como toda la corrida lidiada esa tarde. Pronto descubrió Rafael de Paula las bondades del murubeño y retomó el punto y seguido que anotó la tarde de su confirmación el mes de mayo anterior. Escribió Mariví Romero para el diario Pueblo del 7 de octubre siguiente:
Lo que hizo Rafael de Paula es para verlo, no para contario. Su toreo fue sentido, desgarrado, hondo y pluscuamperfecto. Tan profundo que su arte fue infinito. No se podía ser ni estar mejor. No se podía improvisar de la forma que lo hizo y moldear con suavísimos toques la franca embestida de su oponente La faena que Paula hizo al tercero de la tarde fue el epílogo a la obra que ya comenzó en la Monumental de las Ventas en ya lejano San Isidro, con su magistral quite. Pienso que bien pudo ser ésta que vimos en Vista Alegre la obra cumbre de un artista. De un colosal artista como Paula, al que muchos taurinos tachaban de regionalista. O sea, de ser un producto exclusivo de ese rincón gaditano que crea y mantiene con fervor sus ídolos. El argumento se ha caído por su base, porque es imposible limitar el arte. Y el arte, el de los toros, o cualquier otro, no tiene fronteras y sacude a cualquier humano con sensibilidad...
Apunta la cronista un dato fundamental, importantísimo. Rafael de Paula ya no sería a partir de ese momento un torero para los diletantes del llamado Rincón del Sur, había abierto las puertas de las plazas importantes de todo el mundo taurino, en el que querría ser visto.
Por su parte Juan Antonio Pérez Mateos, en el ABC de Madrid, el martes siguiente a la corrida, reflexiona en su crónica en el siguiente sentido:
El apogeo, amigo lector, nació cuando hizo su aparición en el ruedo «Barbudo», un bonito animal de Bohórquez. El bicho no cesa en barbear, incluso se dedica a escarbar… Llega el apogeo: Ahí está Rafael de Paula. Silencio. Paula lleva el capote muy recogido y se lo ofrece, como una dádiva, a su enemigo, que se embelesa y sigue al alado engaño en cuatro verónicas. Un clamor. Un recorte, otro clamor. «Barbudo» toma una vara. Paula se dispone a hacer el quite. Un silencio claustral. Dos verónicas y una media. Otro clamor. Verónicas estas de Paula que levantan a la gente del asiento. El viento, este viento artístico, se nos antoja refrescante ante tanto y tanto capotazo como actualmente se prodiga. El capote, en las manos de Paula, es sutil, ligero, inspirador de formas… Paula inicia la faena de muleta: unos ayudados por alto en los que «Barbudo» pasa obediente ante el muletero. La plaza continúa siendo un clamor. Redondos, naturales. «¡Que no toque la música!» La música deja de oírse para dar paso a las notas de acompañar una faena. Oles, oles y oles siguen cada pase del torero, que embruja con su arte, que hechiza. Paula emerge, se transfigura. Sus pases se nos antojan como algo nuevo, distinto y ahí está su fuerza. Paula mata de una media tras pinchar en dos ocasiones y corta las dos orejas. En la vuelta al ruedo, Sebastián Miranda, desde una barrera del cinco, le arroja su sombrero…
Pérez Mateos relata que Paula silenció a la banda de música. Sí, es que él iba a interpretar la música callada del toreo. Se afirma que tras de esta tarde, fue cuando José Bergamín, gallista confeso, embelesado por lo que pudo apreciar en el ruedo de La Chata, adquirió la inspiración y los elementos para escribir su obra así titulada y dedicada al torero de Jerez.
Las consecuencias de ese triunfo
Don Antonio Abad Ojuel, en El Ruedo, afirma al titular su crónica del festejo que en esa señalada tarde había nacido un nuevo partido taurino, el de Rafael de Paula. Y escribía:
Yo quería haber dicho esto en una pequeña cena que alrededor de Rafael – un artista con capacidad de convocatoria para literatos, pintores, intelectuales – habían organizado, con intuición de triunfo, los portavoces de Jerez y del vino de Jerez. Me ganaron por la mano. Pero lo quiero decir aquí porque ésta, y no la orden oficial, fue la causa del retraso de hora en la noche bruja del sábado...
Un partido de los de antes, de artistas, pintores, literatos, intelectuales… Así subyugó el torero esa tarde de otoño en Vista Alegre a propios y extraños.
En la misma línea de razonamiento se expresó Manuel Molés en su columna de Pueblo:
Lo dije hace tiempo: de mi siesta taurina me ha despertado, en buena parte, ese gitano que se llama Rafael de Paula. Declararme «paulista» fue una hermosa temeridad. Algo así como aceptar la excomunión taurina. Los taurinos por lo general ven el «paulismo» y el «romerismo» como religiones taurinas cargadas de herejía. ¿A cuántos habría que excomulgar ahora? Y es que dicen los «entendidos» que lo de Paula y Romero no es torear. Y estoy de acuerdo. Torear, si ellos quieren, es una cosa inferior a lo que estos toreros hacen. Recondo, uno de los apoderados más en boga, proponía con acierto: «Yo invito a la mayoría de los toreros para que intenten torear como ellos, incluso sin toro. Ni siquiera de salón mejorarían su embrujo». Pues eso...
Así es como se abrió una puerta en el toreo que al día de hoy sigue vigente, que es espacio para la discusión y que permite explorar y disfrutar la memoria y el recuerdo como en estos momentos.