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domingo, 14 de noviembre de 2021

16 de noviembre de 1913: Juan Belmonte hace matador de toros a Samuel Solís

Samuel Solís
Foto: Casasola, Cª 1920 INAH  
La historia de Saturnino Frutos Ojitos y su cuadrilla de jóvenes toreros mexicanos ha sido contada de muchas maneras. Quizás las que mejor nos presentan esa etapa de la Historia Patria del Toreo son el libro hagiográfico de Rodolfo Gaona escrito por Carlos Quirós Monosabio, titulado Mis Veinte Años de Torero y el que publicó Guillermo Ernesto Padilla bajo el título de El Maestro de Gaona. Allí hay dos interesantes perspectivas del paso de quien fuera banderillero de la cuadrilla de Frascuelo e implantador, sin duda, en nuestras tierras, en una manera definitiva, de la tauromaquia que hoy conocemos.

Entre 1905 y 1907, Ojitos llevó por las plazas de nuestra República la nombrada cuadrilla integrada por los matadores Rodolfo Gaona, Prócoro Rodríguez y Samuel Solís; los picadores Antonio Rivera y Daniel Morán; los banderilleros Fidel Díaz, Antonio Conde, Pascual Bueno y Manuel Rodríguez y Rosendo Trejo como puntillero. La cuadrilla se deshace cuando Ojitos se dedica en exclusiva a atender los asuntos de Gaona y aunque con posterioridad Manuel Martínez Feria y Enrique Merino El Sordo integran un sucedáneo de ésta, la original, es la aquí anotada.

De esa original cuadrilla llegaron a la alternativa dos de los iniciales matadores, El Califa de León y Samuel Solís, quien recibió tres alternativas, la primera en Puebla el 24 de enero de 1909 de manos de Morenito de Algeciras, la que en este momento me motiva a distraerles y una tercera, el 9 de enero de 1916, con Luis Freg como padrino.

Tercera corrida de la temporada 1913 – 1914

La temporada 1913 – 1914 tenía mucho interés para los aficionados, pues casi todos los toreros que habían triunfado en la campaña española estarían en El Toreo de la Condesa. Vicente Pastor, Luis Freg, Rodolfo Gaona, Manolo Martín Vázquez y Juan Belmonte eran el eje de los carteles y los toros vendrían de las principales ganaderías mexicanas y españolas para que don José del Rivero, director de la empresa La Taurina, S.A., pudiera ofrecer un ciclo con atractivo para la afición. Cuestión aparte, en los cartelillos anunciadores de la prensa, se ofrecía un acceso exclusivo para automóviles por la calle de Salamanca, pagando un peso por usarlo.

La tercera corrida marcaba la reaparición del Pasmo de Triana y la alternativa de uno de los triunfadores del ciclo de novilladas inmediato anterior, el capitalino Samuel Solís, con una bien lograda corrida de Piedras Negras, que se presentaba en la temporada. Durante la semana se publicaron varias notas con fotografías tanto de los diestros actuantes, como del encierro en los corrales de la plaza, animando a aficionados y público a asistir. A propósito de la alternativa de Solís, quien firmó como Pata Larga escribió en El Diario lo siguiente:

Durante la temporada de novilladas dos fueron los toreros que sobresalieron: uno llamado Samuel Solís y otro, Sebastián Suárez “Chanito”, estando el primero más hecho y más cuajado que el segundo, y de aquí que la empresa, y a petición de muchos aficionados, accediera a darle la alternativa a Samuel Solís...

Ese era el ambiente previo al festejo, que se celebró con un lleno hasta la azotea. Porque habrá que aclarar, que en El Toreo de la Condesa, la azotea era una localidad que en las grandes celebraciones, se vendía como cualquiera otra.

La actuación de Samuel Solís

Las crónicas de hogaño dirían que Samuel Solís estuvo discreto esa tarde. Y es que no tuvo una actuación triunfal ante los tres toros de Piedras Negras que enfrentó. El le cedió Juan Belmonte en primer lugar se llamó Pescador, marcado con el número 72 y según la crónica que se lea, era retinto bragado, castaño claro, o colorado hornero. Lo que sí me llama la atención es que ese nombre es frecuente en los toros de Piedras Negras, pues casi 30 años después, Silverio Pérez torearía por sustantivos, según El Tío Carlos a otro Pescador de Piedras, allí mismo, en El Toreo.

Vestido de perla y oro, de la aguja, con vestido encargado a la madrileña sastrería de Uriarte, en la que se vestían las figuras del toreo en aquellas calendas, Samuel Solís estuvo, de acuerdo a la apreciación de Miguel Necoechea Latiguillo en El Imparcial de la capital mexicana, en la siguiente tesitura:

Samuel, torero de otro estilo, idiosincráticamente diverso a Belmonte, hubiera podido estar bien, muy bien, pero siempre hubiera resultado desmedrado y endeble al lado de semejante coloso… Por lo demás, el mexicano en el toro de su alternativa, lució como los buenos con el capote; se adornó con la muleta y entró recto y decidido con el estoque... Con el capote en el sexto, vuelve a ser estilista y parado; busca desquite después con las banderillas, y tras de larga preparación, cuelga tres pares al cuarteo para dar fin a su adversario con una estocada atravesada y otra de igual sospechosa marca… Solís volverá por sus fueros, no hay que dudarlo. La alternativa trae aparejada, entre otras cosas, la obligación de saber llevarla con vergüenza y con donaire...

Belmonte, de rosa y oro, le cortó la oreja al quinto y fue sacado en hombros de la plaza. Por las cuadrillas, a caballo destacaron Conejo Chico, Portugués y Conejo Grande y con las banderillas y en la lidia Pulga de Triana, Magritas, Morenito de Valencia y Patatero.

Del encierro de Piedras Negras, el que firmó como Pelongo, en el diario El Independiente de la Ciudad de México al día siguiente del festejo, escribió:

Aficionados buenos, como son los dueños de la vacada de Piedras Negras, no podían permitir que la divisa roja y negra de sus toros fuera postergada y que su ganadería perdiera el lugar al que había llegado por propios merecimientos. La tarde de ayer vimos una corrida de toros bien cuidados, finos, de bravura no escasa y algunos, como el quinto, grandes y de poder.

Se arrancaron de lejos a los montados, algunos fueron duros y no se dolían al hierro y todos fueron nobles y manejables. Una corrida que, sin ser cosa del otro mundo, sí cumplió y dejó satisfechos a los adeptos a la vacada, que veían con tristeza ir a menos la prestigiada ganadería.

Parece que los señores ganaderos quisieron poner algo de su parte, pues con toros como los de ayer pueden lucirse los diestros…

Así pues, Samuel Solís se alternativó en una buena tarde de toros y eso le valdría para torear otras dos tardes en esa campaña capitalina.

Anuncio de la alternativa de Samuel Solís...

El devenir de Samuel Solís

Ya apuntaba arriba que Samuel Solís recibiría una tercera alternativa en 1916. Y es que para el año de 1914 se fue a buscar fortuna a plazas españolas, donde el doctorado recibido no era válido. La prensa hispana le registra presentándose ante la cátedra madrileña el 19 de mayo de 1914, a puerta cerrada, para matar dos toros, uno de Palha y otro de García de la Lama con los que estuvo bien a secas, en una especie de prueba y promoción ante las empresas. Me llama la atención de que brindó la muerte del portugués al empresario madrileño, quien le correspondió con 50 duros. Esa campaña logra torear allá cuatro o cinco festejos en plazas como Carabanchel, Tetuán, Robledo o Ávila. Regresaría a seguir toreando novilladas allá en 1915.

La despedida de los ruedos

Dentro del ciclo de novilladas del año 1927, para el domingo 27 de marzo, se anunció un festejo con carácter de extraordinario, en el que matarían un toro cada uno Samuel Solís y Carlos Lombardini y actuarían los aspirantes a novilleros Alberto Balderas, José El Negro Muñoz y David Liceaga. El principal reclamo, era la presencia de Rodolfo Gaona para cortarle la coleta a quienes en su día fueron sus compañeros de escuela taurina y de inicios en el andar por los ruedos.

Samuel Solís ya tenía tiempo de no actuar como jefe de cuadrilla, sino como hombre de plata, según lo cuenta quien firmó como Verdugones, en el introito de la crónica de ese festejo y que se publicó en el número de Toros y Deportes aparecido el 21 de marzo de ese año 1927:

Samuel Solís, el finísimo torero mexicano, gracioso diestro en quien hace pocos años todavía abrigábamos grandes esperanzas, nos ha dicho adiós esta tarde. Prácticamente, el discípulo de “Ojitos” estaba ya retirado de matador de toros desde hace mucho tiempo atrás. Veíamosle salir de banderillero, ya en corridas de cierta importancia, y también en novilladas, al lado de toreros noveles, sirviéndole de peón de brega a muchos que no tienen siquiera los méritos suficientes para hacer el paseo a su vera... Se anunció que Samuel mataría un toro de Atenco; después seguirían Alberto Balderas y Pepe Muñoz, discípulos de Samuel, quienes despacharían cuatro toretes, y, por último, cerraría con broche de oro el espectáculo el becerrista David Liceaga, quien en actuaciones anteriores había tenido fortuna...

Samuel Solís estuvo digamos, efectivo esa tarde. Solamente pegó unos lances con la capa en los que hubo algún lucimiento y al final, sin mayor trámite, despachó de un soberbio espadazo al toro de Atenco al que enfrentó. Carlos Lombardini se fracturó un brazo unos días antes, así que no pudo actuar. Gaona bajó al ruedo, le cortó la coleta a sus amigos y el escenario quedó puesto para quienes la crónica de Verdugones señala como discípulos de Samuel.

Samuel Solís y la escuela mexicana del toreo

Y es que Samuel Solís se afincó en la vieja plaza de toros de Tacuba y allí entrenaba y comenzaba a enseñar el toreo. No llegó a ser figura del toreo, pero tenía el toreo en la cabeza, tenía bien aprendidos los conceptos que le transmitió Saturnino Frutos y en el andar por los ruedos, tuvo la ocasión de formarse también los propios. Así que decidió seguir el camino de su primer mentor y como Ojitos, aunque quizás de una manera más callada, se dedicó a formar toreros y a buscar uno que pusiera esto de cabeza.

No tardó mucho en encontrar el primer par de prospectos. Uno, llegaría a ser El Torero de México y lo sería hasta que las astas de Cobijero terminaran con sus días; el otro, encaminaría sus afanes por las veredas de la literatura y la gastronomía. Pero esa pareja de Alberto Balderas y El Negro Muñoz pronto dio bastante de que hablar. Después de ellos vendrían David Liceaga y Ricardo Torres, alcanzando su cota más alta con Carlos Arruza, una de las figuras más destacadas de la historia universal del toreo.

Esa es la verdadera escuela mexicana del toreo, la que continuó las enseñanzas de Ojitos, adaptándolas a nuestra particular manera de ser. Y si no, véanse los logros de los discípulos de éste como formadores de toreros. Alberto Cosío Patatero formó a Heriberto García, Fermín Rivera y a Amado Ramírez entre otros y posteriormente estos alumnos suyos, a su vez también se dedicaron a enseñar toreros y así, por ejemplo, Joselito Huerta fue formado por Heriberto García. Por su parte, otro discípulo de Ojitos, Luis Güemes formó a Pepe Ortiz, quien a su vez ayudó en sus inicios a Jesús Córdoba y a Rafael Larrea y así sucesivamente. 

Como se puede ver, la huella de Ojitos a través de Samuel Solís y de otros que fueron sus discípulos sigue aún vigente en nuestros días. El torero que actuó en el festejo de apertura del Toreo de la Condesa el 22 de septiembre de 1907 y que matara el último astado que se corriera en su ruedo el 19 de mayo de 1946, como fin de fiesta de una corrida en la que actuaron Edmundo Zepeda, Andrés Blando y Miguel López que recibió la alternativa, un eral de San Diego de los Padres llamado Lince, quizás no fue figura vestido de luces, pero se labró un sitio en la historia trasladando el conocimiento del toreo a quienes llegaron a serlo.

Samuel Solís, decía, no alcanzó a ser considerado figura del toreo. Eso no tiene una explicación cierta, le faltó valor, dirán algunos; otros más afirmarán que fue la ausencia de personalidad; alguien terciará que se trató de mala suerte y habrá quien señalará que fue una combinación de todas las anteriores. La realidad es que los caminos del destino de los hombres a veces son inescrutables y lo que parece evidente resulta ser nada más una coartada de la realidad. El futuro de Samuel Solís estaba en trasladar hacia el futuro la tauromaquia que Ojitos nos trajo de España para hacer grande a la fiesta en México.

domingo, 1 de marzo de 2020

En el centenario de Carlos Arruza (III)

1º de marzo de 1953. Carlos Arruza se viste de luces por última vez

¿Por qué vuelven los toreros?

Carlos Arruza, 22/02/1953
Foto: El Ruedo
Las despedidas definitivas de los toreros son infrecuentes. Tanto así que el tema de su vuelta a los ruedos inspiró a Conchita Cintrón a escribir un libro sobre las motivaciones que los hacen volver a los ruedos. Curioso es que de todos aquellos con los que conversó sobre el tema, ninguno dio a la Diosa Rubia una razón igual a la de otro. Cada uno tenía un por qué distinto para volver después de haber dicho que se iba.

Carlos Arruza no sería la excepción. En 1948 anunció que se iba de los ruedos. Tenía apenas ocho años de haber recibido la alternativa y unos cuatro de haberse encaramado a la cumbre. Fueron unos años muy intensos. El torero lo contó así a su biógrafo Barnaby Conrad
Comencé a pensar en retirarme, pues creí que ya no tenía metas por alcanzar en mi vida profesional. Todo lo que había soñado ya lo había conseguido. Con el dinero ganado en México, adquirí un edificio en la calle de Balderas, cerca del lugar en el que nací; después otro en Juan de la Barrera, eso junto con la ganadería en España, me aseguraba el futuro, así que un día apenas iniciado 1948, decidí que me iba a retirar de los toros… Iba a disfrutar de lo que había conseguido…
En esa creencia, la corrida de la despedida se programó para el 22 de febrero de ese 1948. Se celebraría en el casi nuevo Toreo de Cuatro Caminos y alternarían con él Calesero y Antonio Velázquez en la lidia de un encierro de La Punta. Fue una tarde en la que el viento intentó oponerse a los esfuerzos de los toreros. El primero de la tarde, Carabuco, hirió a Calesero en banderillas, y por eso no mató ninguno. En forzado mano a mano, Arruza cortó la oreja al segundo, Portuguero y al quinto, Puntillero. Por su parte, Velázquez mató tercero, cuarto y sexto. Al cuarto, Recóndito, le hizo una gran faena, pero lo pinchó. Sobre ese adiós de Arruza, El Tío Carlos, en su tribuna de El Universal, escribió:
…Hace seis meses apenas – ¡y ya parece tanto tiempo! – despedíamos a uno de los dos cuando lo llevaban en hombros por el camino de Linares a Córdoba. Hoy hemos despedido al otro, en el centro de un ruedo aún estremecido de triunfos… Pero bien ha hecho Carlos Arruza en marcharse. Ha hecho bien porque ya el arte moderno del toreo no necesita más sangre; la de su primer fundador es dolorosamente suficiente para probar la autenticidad y la verdad de este modo que ellos implantaron. Ahora él, Arruza, será – y volvemos al principio de estas líneas – el vivo testimonio de que si en esa escuela se puede morir heroicamente, también es posible vivir íntegramente. Que junto a la gloria ultraterrenal del mártir, pueden subsistir la gloria y el poder actuales y presentes del pontífice. ¡Adiós, Arruza!...
Tras incontables vueltas al ruedo, su mentor, Samuel Solís, le desprendió el añadido.

Comenzaba una nueva vida para Carlos Arruza, era ganadero en España y tenía inversiones inmobiliarias en la Ciudad de México, es decir, tenía asuntos a qué dedicarse. Sin embargo al paso de un par de años, esa actividad no le era suficiente. Cuenta Ignacio Solares:
Me contaba Jacobo Zabludovsky que a los dos años de despedirse Carlos Arruza por primera vez de los toros, en 1950, este lo invitó a comer por la necesidad imperiosa que tenía de un trabajo, no tanto por lo económico – Carlos tenía varios edificios en la ciudad, inversiones en dólares, una ganadería –, sino por tener algo que hacer. 
—Llevo las cuentas de mis negocios, leo mucho, estoy con la familia, veo amigos, pero si no tengo una verdadera responsabilidad voy a volver a torear. Me conozco. 
Jacobo habló con el presidente Miguel Alemán para contarle el caso y este lo remitió enseguida al secretario de Relaciones Exteriores, Manuel Tello. Arruza podía ser representante del país en un buen número de eventos de la Secretaría en el extranjero. 
Así sucedió. Tello le contó a Jacobo, a los pocos meses, que Carlos era un modelo de empleado, pocas veces visto por él. 
—Llega todos los días a las nueve de la mañana a su oficina, atiende enseguida todos los asuntos que se le encomiendan. Habla y lee perfectamente en inglés, que aprendió, dice, por su cuenta en la adolescencia. Su cultura es admirable. Su puro nombre abre puertas insospechadas en todo el mundo. Las cartas que manda reciben respuesta enseguida. Lo conocen hasta en China. “Oh, el torero más famoso del mundo junto con Manolete”, dicen…
De lo que escribe Ignacio Solares se advierte que para 1950 ya le afectaba a Arruza el hambre de miedo y la sed de toros negros a la que se refería Rafael Rodríguez cuando Conchita Cintrón le preguntaba por la súbita vuelta que hacía a los ruedos a torear una corrida de despedida en 1971.

Y así, poco duró Arruza como funcionario de la Secretaría de Relaciones, pues en ese 1950 regresó a los ruedos. Lo hizo en Europa y aunque las relaciones taurinas con España estaban rotas, toreó entre Portugal y Francia 24 corridas ese año. Reaparecería en la Plaza México el 18 de febrero de 1951, para lidiar toros de La Laguna en unión de Fermín Rivera y Calesero.

El adiós de la Plaza México

Llegado el año de 1953, Carlos Arruza decidió nuevamente irse de los ruedos. En esta oportunidad lo hizo con menos aparato que un lustro antes. Para hacerlo escogió una corrida benéfica, la Corrida Guadalupana. Esto es lo que contó a Barnaby Conrad:
Arreglé las cosas para una última corrida en la Ciudad de México. Para el 22 de febrero de 1953. La Corrida Guadalupana, la fecha más importante de la temporada. A diferencia de la mayoría de las corridas, esta sería de seis toros para seis matadores, así que solamente tendría una oportunidad de triunfar. Recé porque el toro que me tocara fuera bravo. 
Antes de cerrar la fecha, llamé a mi madre y a mi esposa y les pedí que prepararan las tijeras, porque cuando cayera ese toro, el número 1260 de mi vida, podrían cortarme la coleta… Ellas me verían torear por primera vez, pero por la televisión… 
Nadie sabía que me iba, sino hasta el momento del brindis, me dirigí al tendido y localicé la cabeza calva de mi amigo y gran aficionado Rico Pani. Había dicho en una ocasión que el día que le brindara un toro, ese día me iría de los ruedos y ese sería mi último toro. Cuando terminé el brindis me dijo: “Esto me causa tristeza, pero te felicito. Tristeza como aficionado, felicidad como amigo”. Esas palabras me llenaron mucho…
Puede causar extrañeza la celebración de una Corrida Guadalupana en febrero. La realidad es que era Guadalupana por el destino de los beneficios que producía, que eran en su día, las obras de preservación y consolidación de la Basílica de Guadalupe. El cartel lo formaron el rejoneador Juan Cañedo, Carlos Arruza, Manolo González, Manolo dos Santos, Jesús Córdoba, Manuel Capetillo, José María Martorell y Juan Silveti. Los toros, por su orden fueron de: Xajay (para rejones), Torrecilla, San Mateo, Heriberto Rodríguez, Tequisquiapan, Zotoluca, Zacatepec y Rancho Seco.

La versión de Daniel Medina de la Serna, en el primer tomo de la Historia de una Cincuentona Monumental sobre lo sucedido esa tarde, es la siguiente:
Carlos Arruza, que unos tres años antes se había “despedido” llenando los periódicos, antes y después de la corrida, con artículos alusivos, panegíricos, entrevistas con él y con sus familiares… Pero esta vez se despidió callada, secretamente. La fecha escogida fue el 22 de febrero (17ª), corrida Guadalupana. Con la emoción íntima de que era su penúltima tarde, pues al siguiente domingo sería la última en Ciudad Juárez y a beneficio de su cuadrilla, Carlos Arruza hizo, quizá, su mejor faena en la que se olvidó de ser “el atleta perfecto”, para realizar su más armoniosa obra; el toro se llamó “Peregrino” y fue de Torrecilla. De lila y oro dijo adiós… (143 – 144)
Por su parte, el semanario madrileño El Ruedo, en el ejemplar aparecido el 26 de febrero de 1953, refiere lo siguiente:
En la Corrida Guadalupana la nota más destacada ha sido la retirada del toreo de Carlos Arruza. Se lidiaban ocho toros de distintas procedencias para el rejoneador mejicano Cañedo y los espadas Arruza, Dos Santos, Manolo González, Jesús Córdoba, José María Martorell, Capetillo y Juan Silveti. La tarde era magnífica; el lleno, rebosante, y se inició la corrida con un desfile de charros realmente pintoresco e impresionante... Carlos Arruza se despidió de la afición de la Monumental toreando al toro «Peregrino» de Torrecilla, que resultó muy bravo. Estuvo admirable con el capote; puso pares de banderillas después de preparar al toro a cuerpo limpio, clavando en todo lo alto e hizo una faena de muleta admirable, con series de naturales y de pecho, pases con la derecha y adornos; pese a que entró a herir tres veces, le concedieron las dos orejas del toro y dio varias vueltas al ruedo entre la emoción del público, que le pedía que no se fuese, mientras éste se quitaba la coleta añadida en el centro del ruedo. Esperemos por bien de la fiesta, que esta retirada, como la primera del mismo Arruza, sea momentánea... La última corrida de la vida torera de Arruza se celebrará el día 1, en Ciudad Juárez, y el diestro la torea a beneficio de su cuadrilla.
La tarde de Ciudad Juárez

Hoy en día sorprenderá a más de uno que un torero que se despidió triunfalmente en olor de multitudes en la Plaza México vaya después a una plaza de provincia a torear una corrida a beneficio de su cuadrilla. Eso hacían los toreros de antaño y no solo cuando dejaban los ruedos, sino en ocasiones al final de cada temporada.

Hemos de tener en cuenta también, que cuando menos dos de los que formaban filas con Carlos Arruza, Alfonso Tarzán Alvírez y Javier Cerrillo estaban junto a él casi desde los días en que iba a aprender el toreo en Tacuba con Samuel Solís, entonces, más que su cuadrilla, eran su familia. Por eso, al menos a mí, me resulta más que comprensible el que les toreara una última corrida a su beneficio.

El cartel de ese 1º de marzo de 1953 lo formaron cuatro toros de La Punta para Arruza y Juan Silveti. Fue el último triunfo de Carlos vistiendo de seda y alamares. La relación del festejo aparecida en el semanario El Ruedo del 5 de marzo de 1953, es de la siguiente guisa:
En Ciudad Juárez y a plaza atestada, se celebró la corrida de toros con la que se despidió de la afición el diestro Carlos Arruza, quien, como ya decíamos, cedió sus honorarios a sus banderilleros y picadores. Arruza estuvo muy bien en todos los tercios, pero en el toro que abrió plaza la faena tuvo mayor relieve, pues todos los pases fueron perfectos. Al matar pinchó varias veces, por lo que perdió la oreja de su enemigo. Sin embargo, dio dos vueltas entre aclamaciones. En su segundo toro Arruza fue ovacionado durante la faena, a la que puso final con una gran estocada. Cortó las dos orejas y el rabo y dio varias vueltas al ruedo. Fue galardonado por la afición con el trofeo de Ciudad Juárez. Juan Silveti, tan torero como artista, cortó una oreja a su primero y las dos del segundo, siendo aclamado repetidamente. Ambos espadas salieron de la plaza a hombros de los entusiastas.
¿El final del camino?

Parecería que Carlos Arruza ya se había ido definitivamente de los ruedos. Era en ese momento ganadero en México y en España. Seguía manteniendo importantes negocios inmobiliarios. El gusanillo por torear lo podía matar en el campo. Sin embargo, los giros de la existencia son difíciles de predecir. En el biopic Arruza, el narrador (minuto 5:00 aproximadamente), siguiendo el guión de Budd Boetticher, el narrador expresa:
“La tranquilidad de la vida en el campo era una bendición, pero la rutina diaria de Pastejé se volvió aburrida y el fastidio era una nueva y misteriosa experiencia para Carlos Arruza… Entonces, una tarde, sucedió… hay un caballo suelto, un vaquero se descuidó al atarlo… una vaca que va a reunirse con la manada… una vaca embravecida embiste a cualquier cosa en movimiento… el plan de Arruza es muy simple, atraer a la vaca hacia él y llevarla hacia la manada… ahora, con el sombrero, está atrayendo a la vaca… Mari Arruza reconoce ese juego por su niñez vivida en Sevilla… se llama rejoneo…”
Carlos Arruza simplemente no podía quedarse quieto...

domingo, 16 de febrero de 2020

En el centenario de Carlos Arruza (II)

17 de febrero de 1920, nace Carlos Arruza en la Ciudad de México

Carlos Arruza
Imagen: Archivo Casasola
Carlos Arruza – civilmente Carlos Ruiz Camino – fue el tercer hijo del matrimonio formado por José Ruiz Arruza y María Cristina Camino Galicia. Le precedieron sus hermanos José, nacido en 1915 y Manuel venido a este mundo en 1918. Ellos dos nacieron en España. 

Nacidos en una familia de clase media, donde el padre era un reputado sastre y la madre tenía un comercio de ropa para niños, los hermanos Ruiz Camino hicieron sus primeros estudios en el Colegio Williams, ubicado en aquella época en Mixcoac, en la finca conocida como la Quinta Limantour – Mariscal y en el caso específico de Carlos y Manuel, iniciaron allí la secundaria, misma que continuarían primero en la Número Uno de las calles de Regina y después en la Nocturna número Cinco que se alojaba en el mismo edificio que la anterior.

Sin antecedentes taurinos en la familia que predispusieran que él y su hermano Manuel se decidieran a ser toreros, la asistencia a un festejo taurino les despertó la afición por la fiesta. Así lo contó el torero a Barnaby Conrad en la autobiografía que en los años cincuenta publicaron en collera titulada My Life as a Matador (1955):
Hasta que tuve trece años, era un muchacho despreocupado que afligía a sus padres. Mi madre, una capaz mujer de negocios, sentía que era tiempo de que comenzara a pensar que hacer de mi vida más allá de ir al cine o de jugar en la selección del colegio americano al que asistía… Es por esta época cuando mi padre se volvió aficionado a los toros… cuando le escuchábamos describir las hazañas de los toreros en la plaza le rogábamos que nos llevara el siguiente domingo. Finalmente, una mañana llegó mostrándonos unos boletos y nos dijo “vamos muchachos, ¡a los toros, a los toros!” 
Nunca olvidaré detalle alguno de esa tarde. Actuaban Armillita y Domingo Ortega mano a mano. No pudo haber mejor presentación para un futuro torero que apreciar al mejor maestro de España, que era Ortega y al más grande maestro de México, que era Armillita (ambos siguen en activo ahora que escribo esto y son los matadores en activo más antiguos…)
La tarde en cuestión, si Arruza tenía 13 años, debió ser o el 24 o el 31 de diciembre de 1933, fechas en las que, en domingos consecutivos actuaron mano a mano los dos Maestros. La primera, con toros de La Punta, cortando Armillita el rabo al primero y Ortega una oreja al segundo y otra al sexto y en la segunda fecha, con toros de Zacatepec, tarde en la que Armillita volvió a cortar el rabo al tercero de la tarde y el de Borox una oreja al segundo. Fueron tardes en las que se comenzó a manifestar la hostilidad del público mexicano hacia Domingo Ortega, calificando de iguales todas sus faenas.

El inicio del camino

Los hermanos Arruza, Manuel y Carlos, después de esa tarde de toros decidieron que querían ser toreros y comenzaron a averiguar la manera de introducirse en el llamado planeta de los toros. Sus constantes charlas en la sastrería de su padre sobre el tema, dieron fruto, un cliente les indicó que en el Café Tupinamba de las calles de Bolívar se reunían aficionados y taurinos y que allí podrían, quizás, obtener respuestas a las dudas que se planteaban.

En el Tupinamba alguien guió sus pasos hacia uno de esos personajes que forman parte de la historia y de la picaresca de la fiesta, José Romero Frascuelillo, que lo mismo era empresario, apoderado, profesor de toreo o torero bufo y que como principal modus vivendi tenía un despacho de alquiler de ropa de torear. Llegaron los Arruza con Frascuelillo y evidentemente les alquiló unos vestidos de torear para que se hicieran una foto con ellos y les enseñó algunos rudimentos de toreo de salón.

Pero lo que Frascuelillo enseñaba no les era suficiente. Así que siguieron frecuentando el Tupinamba y alguien más les informó que Samuel Solís impartía clases más formales en la plaza vieja de Tacuba. Se fueron al domicilio de Solís a buscar su aprobación para ingresar al grupo que se preparaba en Tacuba y lograron convencerlo. Eso motivó que después de que les invitaran a salir del Colegio Williams, sucediera lo mismo de la Secundaria Uno y tuvieran que seguir estudiando en la Nocturna Cinco.

Al obtener enseñanzas con Solís, Arruza conocería a dos personas que le acompañarían prácticamente durante toda su carrera en los ruedos. Uno era entonces un matador de toros con pocos contratos que entrenaba allí en Tacuba, Alfonso Alvírez. El otro acudía también a aprender el toreo del discípulo de Ojitos, era Javier Cerrillo.

Pronto se harían notar los hermanos Arruza, pues el 23 de julio de 1934, durante un festival del gremio de ferreteros que se celebraba en El Toreo, se tiran de espontáneos durante la lidia del cuarto eral. Impresionan a la concurrencia y también a los actuantes, por lo que les permiten estoquearlo. Le correspondería hacerlo a Manolo en esta oportunidad.

Esa improvisada actuación permitió que Samuel Solís les gestionara una más formal. Fue una especie de toro de once que se dio el 23 de agosto siguiente, durante la desencajonada de los novillos de Ajuluapan que se lidiarían el domingo 26. Allí se encerró un eral de Albarrada para cada uno de los hermanos, que impresionaron satisfactoriamente a la afición.

Así iniciaba para Carlos Arruza un camino que le llevaría a ser una de las figuras del toreo más destacadas en la historia. 

Algunos de los hitos más importantes de su trayectoria, a mi entender son estos:

Presentación como novillero en la capital de la República: Fue el 22 de marzo del 1936, en la placita de Vista Alegre. Alternó con su hermano Manuel y Ramón Estrada. El encierro fue de Heriberto Rodríguez.

Presentación en El Toreo de la Condesa: Fue el 5 de abril de 1936, alternando con su hermano Manuel y Andrés Blando en la lidia de novillos de Peñuelas. Carlos se alzó como el triunfador de la tarde al cortar la oreja al segundo novillo.

Alternativa: La recibió en El Toreo de la Condesa el 1º de diciembre de 1940. Le apadrinó Fermín Espinosa Armillita y fue testigo Paco Gorráez. El toro de la ceremonia se llamó Oncito, fue de Piedras Negras y éste le hirió al entrar a matar.

Confirmación de alternativa: La confirmó en Las Ventas de Madrid el 18 de julio de 1944, con el toro Figurón de Vicente Muriel. Su padrino fue Antonio Bienvenida y atestiguó la ceremonia Emiliano de la Casa Morenito de Talavera. También actuó el rejoneador Simao da Veiga. Fue una Corrida de la Concordia, pues con ella se celebraba el restablecimiento de las relaciones taurinas hispano – mexicanas.

Temporada 1945: Carlos Arruza es el torero mexicano que más fechas ha toreado en una temporada española. Lo hizo en la temporada de 1945, cuando sumó 108 festejos toreados. Existe la creencia de que al llegar a ese número interrumpió su campaña por respeto a Juan Belmonte, que había toreado 109 en 1919. La marca establecida por Arruza no fue superada sino hasta 1965, cuando El Cordobés toreó 111 corridas en ruedos hispanos.

A esas actuaciones habrá que sumar las cuatro que tuvo en ruedos de México y los cuatro festivales benéficos en los que se presentó. A este propósito cuenta en la autobiografía ya citada:
Poco a poco el final de la temporada se acercaba y yo toreaba todos los días. Pero un día, el 7 de octubre, no podía más. Toreaba en Valencia, mano a mano con Manolete y al mediar la corrida le dije a Andrés “cancela todo, ya no puedo torear otra corrida”. Andrés pudo apreciar que estaba quemado y dio por terminada mi temporada española ese día. Los números finales fueron así: firmé 154 corridas de las que toreé 108. Están además las 4 en las que actué en México, lo que da un total de 112, más cuatro festivales benéficos. De esos 232 toros que maté, banderilleé a 190 y les corté 219 orejas, 74 rabos y 20 patas. Tengo el orgullo de afirmar que en la mayoría de esas corridas alterné con Manolete…
Entonces, en 1945, Carlos Arruza toreó en realidad 116 festejos en ambos lados del mar, entre corridas de toros y festivales.

Solidaridad gremial: Carlos Arruza fue Presidente del Montepío de Toreros en España. En tal calidad toreó múltiples festejos a beneficio de sus pares, como las del Montepío de 1945 y 1946 en Madrid o la de la Vejez del Torero en Sevilla, también en 1946. Aquí se puede incluir la Corrida Monstruo pro – monumento a Manolete, celebrada en el coso cordobés de Los Tejares en 1951, en la que actuaron cuatro toreros mexicanos (Arruza entre ellos), cuatro hispanos y un rejoneador igualmente de esa nacionalidad. También en México hizo labor por los toreros caídos en desgracia y se recuerdan las corridas que organizó en 1960, corridas a beneficio de Carlos Vera Cañitas y de Curro Ortega, que por cornadas quedaron imposibilitados para seguir toreando. No creo necesario señalar que aparte de ser el organizador, actuó en ambos festejos.

Por esta labor, el 26 de mayo de 1957 le fue concedida por el gobierno español la Cruz de Beneficencia, una de las principales condecoraciones que se otorgan a civiles en aquel país.

Actor cinematográfico y de televisión: Carlos Arruza tuvo papeles estelares en dos películas de cine argumental, Mi Reino por un Torero (1944) donde compartió créditos con María Antonieta Pons y Sangre Torera (1950), en la que su contraparte femenina fue la Chula Prieto. También participó en The Alamo, actuada y dirigida por John Wayne. En la televisión americana participó en un par de episodios de The Chevy Show, conducido por Janet Blair y Ricardo Montalbán, en el que se presentó al torero y su ambiente familiar.

Mención especial merece lo que hoy se llamaría el biopic Arruza, escrito y dirigido por Budd Boetticher y quien comenzó a realizar tomas para el mismo desde el año de 1959 y concluyó abruptamente su obra cuando el torero falleció en un accidente automovilístico. La película se estrenó en México hasta 1973 y refleja la vida dentro y fuera del ruedo Carlos Arruza.

Ganadero de reses de lidia: Carlos Arruza fue criador de reses de lidia, y durante un lapso de tiempo tuvo ese carácter al mismo tiempo en México y España. De 1946 a 1954 mantuvo el hierro que compró a Juan Luis Fraile Valle en España, lidiando a su nombre y en México, a partir de 1953 y hasta 1961 fue titular del hierro de Pastejé. Este hito fue igualado hasta 1997 como torero, por César Rincón, que en Colombia mantiene la ganadería de Las Ventas del Espíritu Santo y en España la de El Torreón y en México por José Moro Jiménez, que en España y México tiene los hierros de La Cardenilla (España 1992, México 1997). En 2014, también don Alberto Bailleres adquiere esa condición al convertirse en España en titular del hierro de Zalduendo.

Tres corridas en un día: Después de que en 1895 Guerrita toreara 3 corridas en un día (San Fernando, Cádiz; Jerez y Sevilla), Carlos Arruza toreó, el 1º de abril de 1951, 3 corridas. Por la mañana en Morelia, por la tarde en la Plaza México y por la noche en Acapulco. En todas actuó mano a mano con Manolo dos Santos. La hazaña fue igualada hasta el 1º de enero de 1972 por Paquirri, quien actuó por la mañana en Querétaro, por la tarde en Guadalajara y por la noche en San Luis Potosí (dos ternas y un mano a mano). Eloy Cavazos en alguna forma superó esta marca el 2 de octubre de 1977 (San Luis de la Paz, Dolores Hidalgo, San Miguel de Allende y Celaya).

Las corridas del millón: Carlos Arruza ha sido el primer torero en cobrar un millón de pesetas (“un kilo”) por torear dos corridas en la Feria de la Merced de Barcelona en 1952. Esos festejos se dieron el 27 y 28 de septiembre de ese año, esta última, fecha de la alternativa de César Girón.

Arruza declaró a Fernando del Arco, para el Diario de Barcelona, en la víspera de su presentación lo siguiente acerca del millón:
- Aquí se ha dicho formalmente que por estas dos corridas de Barcelona, cobra un millón de pesetas, ¿es cierto?
- Eso me han dicho.
- ¿Eso pidió?
- Yo, para torear, nunca pido dinero, es cuestión de Gago...
Triunfador en la Plaza México: Carlos Arruza es el único torero que ha cortado rabos como torero de a pie y como rejoneador en la Plaza México. Vistiendo el traje de luces se llevó los de Holgazán de Pastejé (25/Feb./51); Maestro de Pastejé (03/Feb./52); Tanguero de Pastejé (05/Feb./52) y Bardobián de Zacatepec (16/Nov./52) en tanto que como caballero en plaza cortó el de Gavilán de Tequisquiapan (23/Ene./66).

Esta es pues, una breve relación de algunos hechos que nos permiten conocer a un gran hombre y a un gran torero, que cumple en esta fecha cien años de haber nacido y de haber iniciado una vida que ha refrendado la grandeza de la fiesta de los toros.

domingo, 15 de agosto de 2010

15 de agosto de 1929. Alberto Balderas se presenta en la Plaza de Madrid

El 15 de agosto es la fiesta religiosa más importante de Aguascalientes, que en su carta de fundación es nombrada la Villa de Nuestra Señora de la Asunción de las Aguas Calientes. Igual en Madrid se celebra a la Virgen de la Paloma y en Sevilla a la Virgen de los Reyes y aunque aquí no hay festejos taurinos en la fecha desde que se dejó de cultivar la vid, en la capital de España es tradicional el festejo de esa fecha desde hace muchísimos años.

El del año de 1929 contó con la presentación de dos novilleros. El norteamericano Sidney Franklin – de quien me he ocupado en otro lugar aquí mismo – y el mexicano Alberto Balderas, posteriormente conocido como El Torero de México y que terminó su carrera en los ruedos pasando a engrosar la lista de aquellos diestros que pasan a demostrar que, como lo escribe el padre Ramón Cué, el toreo es juego de tres...

Alberto Balderas Reyes nació en la Ciudad de México en abril de 1910 y su padre, Antonio, era violinista. El mismo Alberto intentó seguir la profesión paterna y para ello ingresó al Conservatorio Nacional de Música, por donde tuvo un fugaz paso y él mismo afirmaba haber sido discípulo del maestro José Rocabruna. Al abandonar los estudios de música, comienza a aprender los secretos del toreo bajo la dirección de Samuel Solís, el que fuera discípulo de Ojitos, quien pronto encuentra una pareja interesante formada por el propio Alberto y José El Negro Muñoz.

Se presenta como novillero en el año de 1926 y la temporada de 1929 decide hacerla en España, en busca de la alternativa, por lo que marcha para allá junto con su compañero El Negro Muñoz, quien terminará destacando en el mundo de las letras y de la gastronomía. Pronto adquiere predicamento en las plazas de Tetuán y Carabanchel, en las cercanías de Madrid, por lo que se anuncia su debut en la de la Carretera de Aragón para el día de la Virgen de la Paloma de ese año, en festejo que se lidiarán novillos de don Andrés SánchezCoquilla – por Joselito Romero y los debutantes Sidney Franklin y Alberto Balderas.

La visión del torero acerca de este acontecimiento

Alberto Balderas logró hacer el viaje trasatlántico gracias a su amigo Arnulfo Reina, quien le facilitó los recursos necesarios, llegando incluso a hipotecar su casa. A Reina le escribía con frecuencia. Tras de la muerte de Balderas, en 1943, don Armando de Maria y Campos publicó un libro titulado Vida y Muerte de Alberto Balderas, en un capítulo de esa obra, don Armando transcribe varias de esas misivas. Una de ellas está dedicada a su presentación madrileña y en lo que interesa, dice lo siguiente:

Madrid, 19 de agosto… Mi debut en la plaza de Madrid fue un triunfo grande; me soltaron una corrida inmensa y muy fuerte, y el toro más grande me tocó a mí y pesaba 30 arrobas, y en el que la armé pesaba 27. Salí con un vestido nuevecito verde y oro y un capote rosa y oro, ¡ya se imaginará como me vería cuando hice el paseo!; ¡me dieron una ovación! Como ya casi todo Madrid me había visto en Carabanchel y en Tetuán, pues en cuanto me anunciaron, se llenó la plaza de bote en bote. La prensa se ha portado muy dura conmigo; desde que llegué han querido pegarme, y como ven que soy el amo, tratan de hacerme como a Rodolfo; pero no le hace, pelearemos como los buenos mexicanos; yo nada más le digo que con lo que he hecho aquí, si fuera español, la prensa y todo el mundo, me pondrían en el cielo. Usted se habrá fijado en los periódicos que le he mandado, que lo que ponen es casi a la fuerza; si pusieran lo que he hecho, más pronto sería el amo, pero lucharé y mi tierra tiene que ser la número uno. Le contaré mi debut. Salió el primero mío con un temperamento y colándose por el derecho una enormidad, pero yo, toreando, agarré banderillas y le puse tres pares inmensos y me hicieron que pusiera otro. Pero va lo grande. Cogí la muleta y como el toro era difícil y con nervio, nadie creía lo que iba a hacer. Este fue el mérito. Salí con el pase de la muerte y en seguida me lié con 7 naturales, que me salieron muy bonitos. Puse en pie a la gente, que rabiaba, y como el toro tenía temperamento, parecía que en cada natural me cogía; le di pases de todas marcas, pero tuve la mala suerte de no agarrarle la estocada, que si no, me dan la oreja y todo el toro; di la vuelta al ruedo y salí a los medios y seguían pidiendo la oreja, pero aquí son así, como le digo, que si hubiera nacido aquí, con lo que hice, me hubieran dado el toro. Salió el sexto que era muy grande y muy gordo, pero muy bonito; a éste lo toree con el capote muy bien, me eché el capote a la espalda y le di cuatro gaoneras que recordé al Indio; me dieron la ovación y le prendí tres pares y siguieron las ovaciones. Pero el toro perdió la vista y ya no le hice lo que quería, le pegué duro y lo mandé de un pinchazo y una entera que bastó, Me despidieron con una fuerte ovación. Fue un debut muy grande, de primera, por ser una verdadera corrida de toros y creyeron que no podría, y demostré que soy torero, no como muchos que hacen el ridículo…
Lo que dijo la prensa

A ocho décadas vista, creo que el trato de la prensa no fue tan malo como Balderas lo describe y para aclarar mi aserto, cito brevemente algunos de los comentarios aparecidos en los principales diarios madrileños que comentaron el festejo.

Eduardo Palacio en el ejemplar del ABC de Madrid del 16 de agosto de 1929 dijo:

...Alberto Balderas en suma, sin lograr, repito, un gran éxito, ha dejado en el paladar de la afición madrileña un excelentísimo sabor. Su repetición será sin duda, un verdadero aliciente en cualquier cartel...
Don Nino en El Heraldo de Madrid, en su edición nocturna del mismo 15 de agosto de 1929 señala:

…a la hora de comenzar el festejo, no hay una sola localidad por ocupar... Balderas requiere las banderillas y pone un par, finísimo de factura. Otros dos medios, superiores de ejecución y uno entero, bastante como para acreditarle como banderillero de alta categoría… Balderas comienza con un ayudado magnífico. Hay un natural bueno, otro mejor, uno más superior, otro enorme, uno más estupendo, otro magnífico. Uno cambiado y otro de pecho. Faena de torero grande y de artista consumado. Cierto que por el lado derecho por la dificultad anteriormente apuntada, Balderas tuvo que emplear todo su saber e inteligencia. Un pinchazo arriba entrando con asco, varios achuchones y una hasta la mano algo contraria. Esto quiere decir que el mejicano ejecutó la suerte sin trampa ni cartón…
Por su parte, EneDé en El Imparcial, edición del 16 de agosto de 1929 manifiesta:

Un lleno rebosante significa algo. ¿Interés, atracción, esperanza? El cartel ofrecía eso y mucho más… Ganado de Coquilla. He aquí satisfechas, en colmo todas las interrogantes. Seis ejemplares preciosos de tipo, bravura, nobleza. En este punto no puede exigirse más. ¡Bien por el ganadero!... el joven mejicano Alberto Balderas, que traía preocupada a la gente, tuvo un excelente debut, aunque sin escándalo, porque probó, que es lo que hay que hacer, que es un torero de los pies a la cabeza...
Por último, Corinto y Plata en La Voz del 16 de agosto de 1929 expresa:

…TERCERO: "Bonito" de nombre, cárdeno de pelo y feo de tipo. El toro arremete con brío y Balderas lancea perdiendo terreno porque el enemigo achucha en serio, particularmente por el lado derecho. No nos divertimos con la actuación de ninguno de los tres espadas que extreman la prudencia con este enemigo nervioso y pronto. Balderas coge las banderillas y prende un par finísimo, aguantando mucho y de superior ejecución. (Ovación). Con gran estilo deja luego medio par y repite con uno entero bueno. (Palmas). Balderas se ve apurado en el primer pase, pero el hombre se rehace y mete acto seguido cuatro naturales, los dos últimos superiores. (Ovación). Continúa con la izquierda y da otro par de naturales, que liga admirablemente con el de pecho. (Otra ovación). Hay vista para librarse de las arrancadas y hay dominio... y a veces hay precauciones, pero desde luego es un torero que además torea con la izquierda. Cuando puede, porque el toro está inquieto en demasía, señala un pinchazo sin ahondar. Luego deja una entera ayudando bastante el toro, que cae delantera y de la parte de acá. Descabella y hay palmas a la faena. La ovación se cuaja a lo último y hay vuelta…
Aclaración pertinente: Los subrayados son obra de este amanuense.

En conclusión

Si acaso, la opinión menos obsequiosa fue la de Corinto y Plata, aunque de la misma se puede ver que le reconoce el que sabe torear al natural. Todas las aquí transcritas le ven como un buen banderillero – signo distintivo de los discípulos de Samuel Solís –, como un torero con poder al torear con la muleta y advierten además que merece ser visto de nueva cuenta en la Plaza de Madrid.

Este fue uno de los prolegómenos de la carrera de un torero que recibiría la alternativa en Morón de la Frontera el 19 de septiembre de 1930 de manos de Manolo Bienvenida y llevando como testigo a Andrés Mérida, mediante la cesión del toro Hocicudo, del Marqués de Guadalest y que concluiría abruptamente el 29 de diciembre de 1940 en las astas del toro Cobijero de Piedras Negras en el Toreo de la Condesa de la Ciudad de México, pero de este y quizás otros aspectos de su vida en los ruedos, me ocuparé después, si así me lo permiten.

domingo, 23 de agosto de 2009

Ricardo Torres

Hay toreros cuya memoria parece perderse en la noche de los tiempos. Esa es la impresión que da caso de Ricardo Torres (nacido Ricardo Rangel Torres, 27 de junio de 1914), que en la tercera y cuarta década del pasado siglo, tuvo un sitio de importancia entre la torería mexicana y hoy, en los recuentos de aquél tiempo, pasa casi siempre desapercibido, aún teniendo los méritos para ser recordado y valorado como uno de los destacados de su día.

Es en el año de 1932 que se presenta como novillero en El Toreo, resultando en esa temporada uno de los triunfadores junto con El Soldado y El Ahijado del Matadero. El saldo para el hidalguense es de tres rabos cortados en siete tardes, lo que le asegura ser el eje de la siguiente campaña en la que repetirá la cosecha de apéndices caudales, obteniendo el derecho a recibir la alternativa en la temporada mayor siguiente.

La Corrida de Covadonga, celebrada el 2 de febrero de 1934 fue el marco de la alternativa de Ricardo, misma que le fue otorgada por Alberto Balderas, quien en presencia de Victoriano de la Serna, le cedió el toro Rumboso de San Mateo, del que obtuvo una oreja. Posteriormente viaja a España, renuncia a la alternativa y se presenta como novillero en Madrid el 15 de abril de 1934. En esa oportunidad, Eduardo Palacio, cronista del diario ABC, ve adecuadamente el fondo del torero hidalguense, al que describe así:

...Ricardo Torres es matador de toros en su país y aquí se presentó como novillero. Su actuación produjo, en conjunto, un excelente efecto. Se ve que está enterado, demasiado enterado tal vez. Dígalo si no aquella manera de dejar el capote en los cuernos para evitar el hachazo y poder salir por pies. Como banderillero es fácil, dominador, elegante y por ambos lados clava con soltura. Lanceó muy bien y con temple su primer enemigo, al que adornó con dos pares y medio de rehiletes. Brindó al público, toreó de muleta con sabor y desahogo y tras de un pinchazo, cobró una buena estocada, pero volviendo demasiado su rostro moreno. Se le otorgó la oreja, dio la vuelta al ruedo y salió a los medios. Al bicho que cerró plaza le adornó con tres pares de rehiletes, superior el segundo y previa una faena voluntariosa, dejó una buena estocada. La muerte de este último toro la brindó a Rafael 'El Gallo', a quien el público, con sus aplausos, obligó a destocar y lucir su conocida calva...

Será en Barcelona donde sea investido nuevamente como matador de toros. La fecha será el 16 de septiembre de ese 1934 y en esa oportunidad lo apadrinará Marcial Lalanda y llevará como testigo a Antonio Posada, siendo los toros de Julián Fernández Martínez.

La alternativa barcelonesa la confirmó en El Toreo el 12 de febrero de 1934 y en Madrid, el 12 de abril de 1936, de manos de Valencia II, con José Amorós y Pepe Gallardo de testigos, con toros de Pallarés. Resultó ser esta confirmación la última que se diera antes de la ruptura de las relaciones taurinas entre México y España, conocida coloquialmente como el boicot del miedo.

El regreso a México daría un panorama difícil a muchos toreros como Ricardo, que con los principales haciendo campaña en Europa, tenían la primavera para abrirse camino y ganarse espacios en la temporada invernal, por eso, en 1939 renuncia otra vez a la alternativa y torea una nueva campaña novilleril, en la que resulta triunfador de nuevo, junto a Calesero, Arruza y Andrés Blando.

La definitiva alternativa la obtiene en El Toreo el 10 de diciembre de 1939, de manos de Pepe Ortiz y con el testimonio de Paco Gorráez, tras la cesión del toro Relicario de Lorenzo Garza. A partir de allí, sus actuaciones son menores en número, pero destacadas. A la llegada de Manolete vuelve a cobrar un leve impulso y logra actuar algunas tardes a su lado, incluso con corte de orejas, pero sin que tenga mayor repercusión.

Su actuación final en la Plaza México se produce el 6 de marzo de 1949, fecha en la que actúa junto a Lorenzo Garza y Luis Procuna, obteniendo la oreja del toro Africano de Pastejé, tras de una faena en la que exhibió sus buenas maneras con las telas y por supuesto, refrendó su calidad de artista del segundo tercio, como todos los discípulos de don Samuel Solís, el que en su día, fuera compañero de Gaona en la Cuadrilla Juvenil Mexicana y por supuesto, discípulo de Saturnino Frutos, Ojitos.

Ricardo Torres fue, como lo señalara R. Capdevila, uno de los diestros que formaron aquella generación de portentosos rehileteros mexicanos, pero tampoco sin constituirse en un exclusivista del segundo tercio, porque su toreo de capa era clásico y con la muleta, tendía a hacerlo con largueza y a la ligazón de las suertes, preconizando un modo de hacer el toreo que sería el signo de los de su tierra, hecho quizás que motivó que no fuera comprendido a cabalidad en su tiempo.

Ricardo Torres falleció el 3 de agosto de 1953 a consecuencia de un accidente automovilístico sufrido 5 días antes y le sucedieron en sus afanes taurinos sus sobrinos Jaime y Manolo Rangel, ambos matadores de toros.

Aldeanos