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domingo, 12 de noviembre de 2023

John Fulton, a 60 años de su alternativa

John Fulton
Foto: Santos Yubero
Hay toreros que son calificados de exóticos por no ser de origen hispano. Quizás a John Fulton, natural de Filadelfia, en Pennsylvania en los Estados Unidos, se le pueda tratar de encasillar allí, pero no es precisamente así su caso. El hecho de no llamarse hispanamente Juan y apellidarse López, Gutiérrez o Martínez, no le hace precisamente una especie de bicho raro en el ambiente de los toros en los lugares donde se verifican festejos, pues, aunque su apariencia física, su manera de hablar la llamada lengua de Cervantes y su nombre delataban su origen anglosajón, su manera de comportarse en los ambientes propios de la fiesta denotaban que se había asimilado plenamente a ella.

John Fulton fue discípulo de Pepe Ortiz, el Orfebre Tapatío, quien en San Miguel de Allende tenía su ganadería de toros de lidia en la Hacienda de Calderón. Allí se convirtió en uno de los continuadores de la verdadera Escuela Mexicana del Toreo, la iniciada por Saturnino Frutos Ojitos y llegada a él por la vía de Luis Güemes, quien fuera banderillero en la cuadrilla juvenil del maestro de Gaona y después también en la cuadrilla del Petronio de los ruedos. A la vera de Pepe Ortiz se formaron toreros como Jesús Córdoba y Pepe Luis Méndez y es significativo que varios de nacionalidad norteamericana, como Robert Ryan, Diego O’Bolger o el mismo Fulton, aprendieron el toreo allí en la casa del gran artista de Guadalajara.

En ese orden de cosas se presentó como novillero en la Plaza de Toros Oriente en 1953 y tras de observar que era complicado actuar en tierras mexicanas, en 1956 marcha a España, estableciéndose en Sevilla, logrando presentarse como novillero en Cádiz, el 29 de junio de 1958, alternando con Pepe Álvarez y Emilio Oliva, en la lidia de novillos de Pepe Luis Vázquez. Álvarez no mató ninguno por haber sido herido por el que abrió plaza y Fulton fue herido por su primero, pero salió de la enfermería a matar al quinto y al sexto, dando vuelta al ruedo en ambos.

Se presentó en Madrid el 15 de octubre de 1961, para lidiar novillos de Jesús Sánchez Arjona en unión de Luis Alviz y Francisco Raigón. A propósito de esta tarde, Benjamín Bentura Sariñena Barico, en su crónica de El Ruedo, aparecido el día 19 siguiente, dice:

Se presentaba el norteamericano John Fulton, mocetón sobrado de facultades y bastante enterado de las reglas fundamentales del arte de torear... Se adivina en el norteamericano el adiestramiento en las placitas de tienta y una cuidadosa observación de lo hecho por toreros de categoría... Mató al tercero de media estocada caída y perpendicular. En el sexto oyó los tres avisos después de trece pinchazos y diez intentos de descabello...

Esa campaña sumó dos festejos más, uno en Sanlúcar de Barrameda, el 14 de mayo, enfrentando novillos de Álvarez Hermanos, junto con el rejoneador Baldomero Gaviño, Facultades y Joaquín Ceballos Quinito y otro, el 12 de octubre, en el Puerto de Santa María, cuando para lidiar novillos de José G. Barroso, se le acarteló con Mondeño II y Antonio Ruiz.

El número de El Ruedo fechado el 31 de mayo de 1962, daba cuenta de que en el Ateneo de Sevilla, se inauguró una exposición de pintura taurina, obra de John Fulton:

En el Ateneo de Sevilla  ha inaugurado una exposición de pintura taurina John Fulton, el torero de Filadelfia, afincado en la ciudad de la Giralda, y que alterna los pinceles con su afición a los toros. John tenía - y tiene - la ilusión de llegar a doctorarse en tauromaquia. Le anima a ello Antonio Ordóñez, su gran amigo. Fulton no quisiera volver a su tierra sin recibir su alternativa de manos de aquel, y en la Plaza de Ronda. De las dieciséis obras que expone en el Ateneo sevillano, la mitad son interpretaciones del artista sobre temas poéticos de Federico García Lorca. Concretamente, cuatro de los cuadros están dedicados a dar vida al celebérrimo "Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías"...

En los ruedos, esa campaña la cerró con dos festejos toreados.

La tarde de la alternativa

Santiago Sánchez Traver, en su obra Un siglo de corridas de la prensa de Sevilla, narra lo siguiente:

Curioso y original el cartel de la Asociación de la Prensa de 1963, el 18 de julio de nuevo. (se) hablaba de estar orgullosos de haber "logrado formar un cartel verdaderamente revolucionario. Ya está listo para su uso el cartel de no hay billetes. Grandioso cartel que forman Susoni, El Bala y Gabriel Aguilar"… Susoni como El Bala fueron cogidos en esos días… Y sigue la previa: "los periodistas sevillanos cambian la novillada por una corrida. A tal fin han conseguido la contratación de tres diestros hace tiempo alejados de nuestro ruedo". Y no era cierto porque ese cartel del 18 de julio ya estaba organizado mucho antes de la suspensión del día 14. Y destaca: "La primera alternativa que se otorga en España a un torero de ese país"...

La Corrida de la Asociación de la Prensa de Sevilla se anunció finalmente para el jueves 18 de julio de 1963, con seis toros de Félix Moreno Ardanuy (Saltillo) y un novillo de Barcial para rejones que enfrentarían don Rafael Peralta, José María Montilla, César Faraco y John Fulton, que recibiría la alternativa.

Antonio de los Santos Cutiño Santiño, fue el encargado de escribir la crónica para el ABC hispalense, misma de la que extraigo lo que sigue:

John Fulton cumplió plausiblemente su quehacer como matador de toros, teniendo en cuenta sus propias aptitudes y las circunstancias adversas en las que hubo de desenvolverse. A su primero, que cabeceaba ostensiblemente al embestir, lo recogió bien en unos lances, y, tras de recibir los trastos de su padrino Montilla, realizó una faena de reducido repertorio... aprovechando las inconstantes acometidas del enemigo, hasta lograr que la música alegrara el trasteo. Se quitó de enmedio al bruto de un pinchazo, estocada contraria y media en buen sitio y hubo vuelta a la redonda, acreditativa de su primera actuación en la categoría superior... En el sexto, bronco e incierto... el diestro de Filadelfia anduvo decidido con capa y muleta, pero la faena adoleció de falta de ligazón, aunque fueron estimables algunos derechazos... repitiéndose en su honor los aplausos que el respetable le otorgase a lo largo de su voluntariosa actuación...

Por su parte, Don Celes, en el ejemplar de El Ruedo del 25 de julio siguiente, opinó en el siguiente sentido:

De John Fulton no sabemos aún si pensar que es un pintor que torea o es un torero que pinta. Ambas aficiones se dan vigorosas en su curiosa personalidad, que esta tarde afrontó valientemente la suprema ocasión de la alternativa. Recibió ésta, en un toro que cabeceaba, de manos de Montilla, teniendo que limitarse, dadas las condiciones del bicho, a un escaso repertorio de pases con la derecha, acabando de un pinchazo, estocada contraria y media en su sitio, dando la vuelta al redondel. El sexto, que también le correspondió, era bronco; pero el diestro de Filadelfia – ¿qué tal le suena, lector? – mostró decisión, tanto en el capote como con la muleta. Lástima que la faena no lograse un poco de ligazón, pues los derechazos que la integraron tuvieron gallardía y mando. Terminó de pinchazo, media y descabello...

Su alternativa sevillana, en la que el toro de la cesión se llamó Espartoncillo, la confirmaría en Madrid el 29 de octubre de 1967, de manos de José Mata con el toro Dormido de Benítez Cubero, junto a Luis Navarro El Isleño quien también revalidaba ese día. La función la abrió el rejoneador Manuel Vidrié quien enfrentó un novillo de Pío Tabernero de Vilvis.

Torearía su última corrida en España el 30 de septiembre de 1973, en Torremolinos, actuando mano a mano con Bartolomé Sánchez Simón y la rejoneadora Antoñita Linares en la lidia de toros de Isaías y Tulio Vázquez para los de a pie y uno de Pérez Valderrama para la caballista.

Después andaría a caballo entre Sevilla y México, donde actuaba esporádicamente, principalmente en las plazas de la frontera Norte y tendría su última actuación en nuestras plazas el 14 de abril de 1995, donde todo comenzó, en San Miguel de Allende, alternando con Mariano Ramos y llevando por delante al rejoneador José María Fuentes para enfrentar un encierro de San Antonio de Triana.

El Estudio de John Fulton

Después de dejar los ruedos, John Fulton instaló su estudio – galería de arte. Lo hizo en la Plaza de la Alianza número once, a unos pasos de los Reales Alcázares de Sevilla. Allí se dedicó a desarrollar su otra pasión, la pintura y pronto adquirió una gran reputación como ilustrador de temas taurinos. Desarrolló una técnica para pintar obra con sangre de toro, tratada con anticoagulantes para que no perdiera su color característico.

Escribió Félix Machuca para el ABC madrileño en 2022:

…Pintaba con la sangre de los toros. Cosa que descubrió en un viaje a las cuevas de Altamira, quedando impresionado de los que los hombres de la saga del Oso cavernario habían pintado en las rocas de sus paredes. Fulton los imitó. Habló con amigos médicos que le aconsejaron qué hacer para que la sangre no se diluyera. Y dibujó sus toros y toreros con la sangre totémica de un animal al que siempre consideró sagrado…


También quiso ser apoderado y se dedicó a introducir en el planeta de los toros a Atsuhiro Shimoyama, un gimnasta originario de Tokio, a quien anunciaba como El Niño del Sol Naciente, quien después de ver la versión de Sharon Stone de Sangre y Arena se fue a Sevilla, se inscribió en la escuela taurina de Alcalá de Guadaira e intentó hacerse torero.

El 16 de agosto de 1995, El Niño del Sol Naciente fue volteado por un utrero en Pedro Bernardo, en la provincia de Ávila y a consecuencia de ello sufrió, según unas informaciones, una cuadriplejia, según otras, una hemiplejia, pero el resultado final fue que se tuvo que quitar de torero. Actualmente reside en Sevilla, recuperado, pero sin perder su afición.

John Fulton sufrió una serie de eventos cardiovasculares el 7 de febrero de 1998, en Sevilla y no se pudo recuperar de ellos, falleciendo el día 20 siguiente.  

Concluyo estas líneas con una reflexión que hizo el torero de Filadelfia a Lyn Sherwood, para su libro Yankees in the Afternoon, acerca de su manera de entender el por qué a los toreros extranjeros y en particular a los norteamericanos, les cuesta tanto trabajo entrar en el ambiente taurino hispano:

Considero que el factor más determinante que ha impedido que los norteamericanos se conviertan en verdaderas figuras del toreo en España y México, es la creencia de que solamente un español, en particular el andaluz, puede llegar a ser figura. El español puede admitir el valor de un extranjero, pero de inmediato lo etiqueta como suicida o temerario, en lugar de valorarlo como sereno, como el de ellos. El torero extranjero jamás recibirá el apoyo o la pasión incondicional de las masas que pudiera recibir el más torpe o desangelado de los suyos...

domingo, 14 de noviembre de 2021

16 de noviembre de 1913: Juan Belmonte hace matador de toros a Samuel Solís

Samuel Solís
Foto: Casasola, Cª 1920 INAH  
La historia de Saturnino Frutos Ojitos y su cuadrilla de jóvenes toreros mexicanos ha sido contada de muchas maneras. Quizás las que mejor nos presentan esa etapa de la Historia Patria del Toreo son el libro hagiográfico de Rodolfo Gaona escrito por Carlos Quirós Monosabio, titulado Mis Veinte Años de Torero y el que publicó Guillermo Ernesto Padilla bajo el título de El Maestro de Gaona. Allí hay dos interesantes perspectivas del paso de quien fuera banderillero de la cuadrilla de Frascuelo e implantador, sin duda, en nuestras tierras, en una manera definitiva, de la tauromaquia que hoy conocemos.

Entre 1905 y 1907, Ojitos llevó por las plazas de nuestra República la nombrada cuadrilla integrada por los matadores Rodolfo Gaona, Prócoro Rodríguez y Samuel Solís; los picadores Antonio Rivera y Daniel Morán; los banderilleros Fidel Díaz, Antonio Conde, Pascual Bueno y Manuel Rodríguez y Rosendo Trejo como puntillero. La cuadrilla se deshace cuando Ojitos se dedica en exclusiva a atender los asuntos de Gaona y aunque con posterioridad Manuel Martínez Feria y Enrique Merino El Sordo integran un sucedáneo de ésta, la original, es la aquí anotada.

De esa original cuadrilla llegaron a la alternativa dos de los iniciales matadores, El Califa de León y Samuel Solís, quien recibió tres alternativas, la primera en Puebla el 24 de enero de 1909 de manos de Morenito de Algeciras, la que en este momento me motiva a distraerles y una tercera, el 9 de enero de 1916, con Luis Freg como padrino.

Tercera corrida de la temporada 1913 – 1914

La temporada 1913 – 1914 tenía mucho interés para los aficionados, pues casi todos los toreros que habían triunfado en la campaña española estarían en El Toreo de la Condesa. Vicente Pastor, Luis Freg, Rodolfo Gaona, Manolo Martín Vázquez y Juan Belmonte eran el eje de los carteles y los toros vendrían de las principales ganaderías mexicanas y españolas para que don José del Rivero, director de la empresa La Taurina, S.A., pudiera ofrecer un ciclo con atractivo para la afición. Cuestión aparte, en los cartelillos anunciadores de la prensa, se ofrecía un acceso exclusivo para automóviles por la calle de Salamanca, pagando un peso por usarlo.

La tercera corrida marcaba la reaparición del Pasmo de Triana y la alternativa de uno de los triunfadores del ciclo de novilladas inmediato anterior, el capitalino Samuel Solís, con una bien lograda corrida de Piedras Negras, que se presentaba en la temporada. Durante la semana se publicaron varias notas con fotografías tanto de los diestros actuantes, como del encierro en los corrales de la plaza, animando a aficionados y público a asistir. A propósito de la alternativa de Solís, quien firmó como Pata Larga escribió en El Diario lo siguiente:

Durante la temporada de novilladas dos fueron los toreros que sobresalieron: uno llamado Samuel Solís y otro, Sebastián Suárez “Chanito”, estando el primero más hecho y más cuajado que el segundo, y de aquí que la empresa, y a petición de muchos aficionados, accediera a darle la alternativa a Samuel Solís...

Ese era el ambiente previo al festejo, que se celebró con un lleno hasta la azotea. Porque habrá que aclarar, que en El Toreo de la Condesa, la azotea era una localidad que en las grandes celebraciones, se vendía como cualquiera otra.

La actuación de Samuel Solís

Las crónicas de hogaño dirían que Samuel Solís estuvo discreto esa tarde. Y es que no tuvo una actuación triunfal ante los tres toros de Piedras Negras que enfrentó. El le cedió Juan Belmonte en primer lugar se llamó Pescador, marcado con el número 72 y según la crónica que se lea, era retinto bragado, castaño claro, o colorado hornero. Lo que sí me llama la atención es que ese nombre es frecuente en los toros de Piedras Negras, pues casi 30 años después, Silverio Pérez torearía por sustantivos, según El Tío Carlos a otro Pescador de Piedras, allí mismo, en El Toreo.

Vestido de perla y oro, de la aguja, con vestido encargado a la madrileña sastrería de Uriarte, en la que se vestían las figuras del toreo en aquellas calendas, Samuel Solís estuvo, de acuerdo a la apreciación de Miguel Necoechea Latiguillo en El Imparcial de la capital mexicana, en la siguiente tesitura:

Samuel, torero de otro estilo, idiosincráticamente diverso a Belmonte, hubiera podido estar bien, muy bien, pero siempre hubiera resultado desmedrado y endeble al lado de semejante coloso… Por lo demás, el mexicano en el toro de su alternativa, lució como los buenos con el capote; se adornó con la muleta y entró recto y decidido con el estoque... Con el capote en el sexto, vuelve a ser estilista y parado; busca desquite después con las banderillas, y tras de larga preparación, cuelga tres pares al cuarteo para dar fin a su adversario con una estocada atravesada y otra de igual sospechosa marca… Solís volverá por sus fueros, no hay que dudarlo. La alternativa trae aparejada, entre otras cosas, la obligación de saber llevarla con vergüenza y con donaire...

Belmonte, de rosa y oro, le cortó la oreja al quinto y fue sacado en hombros de la plaza. Por las cuadrillas, a caballo destacaron Conejo Chico, Portugués y Conejo Grande y con las banderillas y en la lidia Pulga de Triana, Magritas, Morenito de Valencia y Patatero.

Del encierro de Piedras Negras, el que firmó como Pelongo, en el diario El Independiente de la Ciudad de México al día siguiente del festejo, escribió:

Aficionados buenos, como son los dueños de la vacada de Piedras Negras, no podían permitir que la divisa roja y negra de sus toros fuera postergada y que su ganadería perdiera el lugar al que había llegado por propios merecimientos. La tarde de ayer vimos una corrida de toros bien cuidados, finos, de bravura no escasa y algunos, como el quinto, grandes y de poder.

Se arrancaron de lejos a los montados, algunos fueron duros y no se dolían al hierro y todos fueron nobles y manejables. Una corrida que, sin ser cosa del otro mundo, sí cumplió y dejó satisfechos a los adeptos a la vacada, que veían con tristeza ir a menos la prestigiada ganadería.

Parece que los señores ganaderos quisieron poner algo de su parte, pues con toros como los de ayer pueden lucirse los diestros…

Así pues, Samuel Solís se alternativó en una buena tarde de toros y eso le valdría para torear otras dos tardes en esa campaña capitalina.

Anuncio de la alternativa de Samuel Solís...

El devenir de Samuel Solís

Ya apuntaba arriba que Samuel Solís recibiría una tercera alternativa en 1916. Y es que para el año de 1914 se fue a buscar fortuna a plazas españolas, donde el doctorado recibido no era válido. La prensa hispana le registra presentándose ante la cátedra madrileña el 19 de mayo de 1914, a puerta cerrada, para matar dos toros, uno de Palha y otro de García de la Lama con los que estuvo bien a secas, en una especie de prueba y promoción ante las empresas. Me llama la atención de que brindó la muerte del portugués al empresario madrileño, quien le correspondió con 50 duros. Esa campaña logra torear allá cuatro o cinco festejos en plazas como Carabanchel, Tetuán, Robledo o Ávila. Regresaría a seguir toreando novilladas allá en 1915.

La despedida de los ruedos

Dentro del ciclo de novilladas del año 1927, para el domingo 27 de marzo, se anunció un festejo con carácter de extraordinario, en el que matarían un toro cada uno Samuel Solís y Carlos Lombardini y actuarían los aspirantes a novilleros Alberto Balderas, José El Negro Muñoz y David Liceaga. El principal reclamo, era la presencia de Rodolfo Gaona para cortarle la coleta a quienes en su día fueron sus compañeros de escuela taurina y de inicios en el andar por los ruedos.

Samuel Solís ya tenía tiempo de no actuar como jefe de cuadrilla, sino como hombre de plata, según lo cuenta quien firmó como Verdugones, en el introito de la crónica de ese festejo y que se publicó en el número de Toros y Deportes aparecido el 21 de marzo de ese año 1927:

Samuel Solís, el finísimo torero mexicano, gracioso diestro en quien hace pocos años todavía abrigábamos grandes esperanzas, nos ha dicho adiós esta tarde. Prácticamente, el discípulo de “Ojitos” estaba ya retirado de matador de toros desde hace mucho tiempo atrás. Veíamosle salir de banderillero, ya en corridas de cierta importancia, y también en novilladas, al lado de toreros noveles, sirviéndole de peón de brega a muchos que no tienen siquiera los méritos suficientes para hacer el paseo a su vera... Se anunció que Samuel mataría un toro de Atenco; después seguirían Alberto Balderas y Pepe Muñoz, discípulos de Samuel, quienes despacharían cuatro toretes, y, por último, cerraría con broche de oro el espectáculo el becerrista David Liceaga, quien en actuaciones anteriores había tenido fortuna...

Samuel Solís estuvo digamos, efectivo esa tarde. Solamente pegó unos lances con la capa en los que hubo algún lucimiento y al final, sin mayor trámite, despachó de un soberbio espadazo al toro de Atenco al que enfrentó. Carlos Lombardini se fracturó un brazo unos días antes, así que no pudo actuar. Gaona bajó al ruedo, le cortó la coleta a sus amigos y el escenario quedó puesto para quienes la crónica de Verdugones señala como discípulos de Samuel.

Samuel Solís y la escuela mexicana del toreo

Y es que Samuel Solís se afincó en la vieja plaza de toros de Tacuba y allí entrenaba y comenzaba a enseñar el toreo. No llegó a ser figura del toreo, pero tenía el toreo en la cabeza, tenía bien aprendidos los conceptos que le transmitió Saturnino Frutos y en el andar por los ruedos, tuvo la ocasión de formarse también los propios. Así que decidió seguir el camino de su primer mentor y como Ojitos, aunque quizás de una manera más callada, se dedicó a formar toreros y a buscar uno que pusiera esto de cabeza.

No tardó mucho en encontrar el primer par de prospectos. Uno, llegaría a ser El Torero de México y lo sería hasta que las astas de Cobijero terminaran con sus días; el otro, encaminaría sus afanes por las veredas de la literatura y la gastronomía. Pero esa pareja de Alberto Balderas y El Negro Muñoz pronto dio bastante de que hablar. Después de ellos vendrían David Liceaga y Ricardo Torres, alcanzando su cota más alta con Carlos Arruza, una de las figuras más destacadas de la historia universal del toreo.

Esa es la verdadera escuela mexicana del toreo, la que continuó las enseñanzas de Ojitos, adaptándolas a nuestra particular manera de ser. Y si no, véanse los logros de los discípulos de éste como formadores de toreros. Alberto Cosío Patatero formó a Heriberto García, Fermín Rivera y a Amado Ramírez entre otros y posteriormente estos alumnos suyos, a su vez también se dedicaron a enseñar toreros y así, por ejemplo, Joselito Huerta fue formado por Heriberto García. Por su parte, otro discípulo de Ojitos, Luis Güemes formó a Pepe Ortiz, quien a su vez ayudó en sus inicios a Jesús Córdoba y a Rafael Larrea y así sucesivamente. 

Como se puede ver, la huella de Ojitos a través de Samuel Solís y de otros que fueron sus discípulos sigue aún vigente en nuestros días. El torero que actuó en el festejo de apertura del Toreo de la Condesa el 22 de septiembre de 1907 y que matara el último astado que se corriera en su ruedo el 19 de mayo de 1946, como fin de fiesta de una corrida en la que actuaron Edmundo Zepeda, Andrés Blando y Miguel López que recibió la alternativa, un eral de San Diego de los Padres llamado Lince, quizás no fue figura vestido de luces, pero se labró un sitio en la historia trasladando el conocimiento del toreo a quienes llegaron a serlo.

Samuel Solís, decía, no alcanzó a ser considerado figura del toreo. Eso no tiene una explicación cierta, le faltó valor, dirán algunos; otros más afirmarán que fue la ausencia de personalidad; alguien terciará que se trató de mala suerte y habrá quien señalará que fue una combinación de todas las anteriores. La realidad es que los caminos del destino de los hombres a veces son inescrutables y lo que parece evidente resulta ser nada más una coartada de la realidad. El futuro de Samuel Solís estaba en trasladar hacia el futuro la tauromaquia que Ojitos nos trajo de España para hacer grande a la fiesta en México.

miércoles, 29 de julio de 2020

En el centenario de Carlos Arruza (X)

29 de julio de 1951: Triunfo de Arruza en la despedida de Chicuelo

Chicuelo, Arruza y Manolo González
Barcelona, 29 de julio 1951
Foto: Mateo
Manuel Jiménez Chicuelo fue el primer torero que tuvo la intuición necesaria para ejecutar completa la sinfonía del toreo de la que Gallito, Gaona y Belmonte habían dejado compuestos por separado los movimientos que representan lo que hoy concebimos como el toreo moderno. Y no lo hizo con un signo meramente imitativo, sino que le dio su propio acento y su propia signatura, lo que le convirtió indudablemente en uno de los constructores del edificio que es la tauromaquia contemporánea.

Chicuelo, nacido en 1902, recibió la alternativa en septiembre de 1919 de manos de Juan Belmonte en la plaza de Sevilla. Él a su vez alternativó a 29 toreros, de los que quizás el más señalado sea Manolete, a quien se dice entregó el testigo de la evolución del toreo. Esto último es un buen recurso literario, más no un acto consciente, sin embargo, quienes han escrito sobre esta arista de la historia del toreo, así lo consideran.

Para el 29 de julio de 1951, Pedro Balañá – el viejo – anunció una corrida salmantina de Alipio Pérez Tabernero Sanchón para el ya nombrado Manuel Jiménez, Carlos Arruza y Manolo González. El anuncio de la corrida señalaba que era la despedida del diestro sevillano de la afición barcelonesa y la reaparición de Arruza tras de cuatro años de ausencia, causada esta por la ruptura de las relaciones entre las torerías de México y España.

Ese 1951 Chicuelo toreó solamente tres corridas. Abrió el año allí en Barcelona, luego, el 26 de agosto actuaría en El Puerto de Santa María con José María Martorell y Litri en la lidia de toros de Juan Pedro Domecq y cerraría su brillante trayectoria en Utrera el 1º de noviembre cuando ante toros de Concha y Sierra se acarteló con Juan Doblado y Juan de Dios Pareja Obregón a quienes dio la alternativa, para poner el punto y final a una carrera que sin duda es crucial para la fiesta de los toros.

Aunque después en una entrevista que le realizó Fausto Botello en 1967, publicada en el ejemplar del semanario El Ruedo correspondiente al 2 de febrero de ese año, el maestro diría que él jamás se despidió, que Balañá anunció la corrida con esa finalidad en su propio beneficio… 

La gran tarde de Chicuelo

Lo que realizó el diestro de la Alameda de Hércules puede observarse desde distintas ópticas, como la de A. de Castro, cronista del diario Mundo Deportivo de la Ciudad Condal, quien al día siguiente del festejo publicó lo que sigue:
...La vieja gloria – léase Manuel Jiménez «Chicuelo» – no se dejó pisar los talones por las glorias de hoy y tal fue su labor que faltó un tris para que se llevara la oreja de su primer toro, y si no la obtuvo fue por culpa del puntillero que levantó al toro con el cachete cuando ya «Chicuelo»  había cumplido brillantemente su labor. Hubo sin embargo de dar la vuelta al ruedo y salir a los medios. Del cuarto toro se llevó en la espuerta las dos orejas y su éxito fue de los que dejan «mascar» una repetición inmediata...
Pero también puede analizarse su actuación a la luz de lo que su paso por el ruedo de la Monumental representó para la historia del toreo y es así como lo trata Eduardo Palacio en su tribuna de La Vanguardia, quien entre otras cosas, reflexiona lo siguiente:
Diré sólo que en Barcelona toreó su última corrida el 29 de agosto de 1948, tarde en que se presento Manolo González, que salió al coso herido en la cabeza, como ocurrió el domingo, que hubo de salir destocado pues venía de ser pisoteado en la feria valenciana por un toro, que le hirió en la frente. Bien, pues «Chicuelo», que el aludido domingo pasado reapareció en la Monumental, donde se apretujaba la gente y, gracias a Dios, se dejaba sentir, ¡al fin!, un fuerte calor, fue ovacionado en el paseo, se le obligo a salir a los medios, y después sacó a éstos a sus dos compañeros de terna, que eran nada menos que Carlos Arruza y Manolo González. Vestía el reaparecido de perla y oro, y traía de peón de confianza al que siempre lo fue suyo; al fiel amigo, al auxiliar incondicional, Benito Martin, «Rubichi», persona conocedora como nadie de las alegrías y dolores del «maestro», quien le quiere tanto y tan predilectamente, que lo hizo padrino de pila de una de sus hijitas. No es de extrañar que «Rubichi» cuando el público aclamaba el domingo a «Chicuelo» y se le otorgaban las dos orejas del cuarto toro de la tarde, fingiese reír o por lo menos sonreír, y en vez de ello sollozase y de sus ojos desprendiéranse lágrimas, que enjugaba en su capote de brega, como el peón que siente escozor al recibir en un parpado las arenas que los toros levantan con sus remos y bufidos al corretear por los cosos. Total, que la corrida, fue un éxito, un gran éxito para los tres espadas y una delicia para los veintitantos mil espectadores que la presenciaron, entre los que había no pocos sevillanos venidos expresamente «a vé a Manué». ¿Y sabéis quien vino también de allí? Lo explicaré. Me saludo un señor, cuya cara me era conocida y ocupaba la quinta localidad a mi derecha; yo le respondí con el mismo afecto que él había puesto en el ademán y hacíame señas cuando toreaba «Chicuelo» y se tropezaban nuestras miradas, siguiendo yo sin reconocerle. Pregunté a un peón y me dijo: «Es don José Zarco, de Sevilla también». «Bien — repliqué —, ¿pero qué es?». «Pues un señor millonario que fue torero, lo dejó, se metió en negocios y ha hecho un fortunón». Entonces caí en que era José Zarco Carrillo, novillero puntero que mataba de manera extraordinaria y que se doctoró en Madrid en 1921 de manos de «Ale», para, al poco tiempo retirarse de la circulación taurina, lo que ahora juzgo muy bien hecho...
Ese cuarto toro al que Chicuelo le cortó las orejas se llamó Canastillo, número 31 y por su parte, Antonio Santainés pone esa faena al nivel de una de un toro Rebujina de Villamarta el 5 de mayo de 1932 y a su vez Don Quijote, al narrar esa faena, la reúne con otras realizadas allí como la de un toro de Pérez de la Concha en 1920, la de Vividor de Contreras en 1921, uno de Cruz del Castillo en Las Arenas también ese año, la de Sulimán de Vicente Martínez en 1923, uno de Albaserrada en el 26, otro de Contreras en el beneficio de Conejito en el 27... Y Santainés reitera que esa del Rebujina de Villamarta era la última gran obra de Chicuelo antes de esta tarde del 51...

El triunfo de Carlos Arruza

Con el recorrido realizado hasta este punto por la trayectoria de Carlos Arruza nos queda ya claro que Barcelona era una especie de plaza talismán para el Ciclón Mexicano. Es quizás, la plaza española en la que más toreó y también en la que muchos triunfos resonantes obtuvo. No creo incurrir en error si señalo también que era una plaza en la que era también muy querido.

Esa tarde del último domingo de julio de 1951, Carlos Arruza volvió a triunfar en la Monumental barcelonesa. Y lo hizo sin perder un ápice del toreo entregado y emotivo que fue su divisa desde su primera actuación allí. Eduardo Palacio, en la crónica ya citada, nos cuenta:
...Desde que Arruza ha echado a torear esta temporada lleva cinco corridas de actuación y en cuatro ha sido orejeado. Ello parece, lógico y natural viendo lo artista que está y el valor que le acompaña. El domingo recibió su primer toro con cuatro faroles de rodillas, y en pie tres verónicas majestuosas, seguidas de un quite, centelleante, iniciación de un tercio de maravilla que amenizó la música, pues González dibujó en el suyo seis lances con el capote a la espalda que fueron un verdadero primor, «Chicuelo» por «chicuelinas», y tornó Arruza a hacer otro con el capotillo a la espalda. No habían cesado las ovaciones, cuando Arruza cosechaba otras tres en sendos pares de rehiletes, y ya sonaba de nuevo la música amenizando la siguiente faena... Señaló un pinchazo sin soltar el arma y arreó un volapié entero en el propio hoyo de las agujas. Concediéronsele las dos orejas del cornúpeta y dio la vuelta al ruedo y salió a ¡os, medios entre una ovación unánime y calurosa. Al quinto toro de la fiesta clavóle dos pares y medio de banderillas, formidable el segundo, y con la muleta enjaretó una faena porfiona, acompañada por la música... La faena del mejicano, valerosa en alto grado, fue interrumpida por el toro, que prendió al artista, derribólo y lo tuvo entre las patas, tirándole fuertes derrotes, pero sin encarnar hondo por fortuna. Levantóse el muchacho con el vestido deshecho y con sangre en la pantorrilla derecha, requirió los avíos, dio cinco panes más, plenos de coraje, y entró a herir con mil toneladas de valor, enterrando todo el estoque en la misma cruz. Se le entregó una oreja, dio la vuelta, al ruedo, salió a los medios y saltó al callejón para que le recompusieran el traje...
Como se puede leer, fue la actuación de Arruza en estado puro, lo que le permitió mantener su empatía con la afición de la capital de Cataluña y a la cual correspondería siempre que tuviera la ocasión de hacerlo.

Finalizando

Hasta los carteles de la despedida de un torero tienen que organizarse con imaginación. Aquí al viejo Balañá no le faltó de esto. Manuel Jiménez Chicuelo, quien en la década anterior toreaba intermitentemente y promediaba unas tres corridas anuales tenía que ir bien arropado en su adiós en una plaza de categoría. Pero no solamente en el papel. Así, por una parte se le acompañó en el cartel con Carlos Arruza, representante de la verdadera escuela mexicana del toreo, la de Ojitos, recibida vía las enseñanzas de su maestro Samuel Solís y el toreo de la sevillanía más pura encarnado en Manolo González que mutatis mutandis, era la prolongación de la obra del torero que decía adiós.

Como se ve, hasta para eso hay que saber poner las cartas sobre la mesa, tanto para que la gente vaya a la plaza, como para que, en una actitud de respeto al torero que se despide, su tauromaquia luzca debidamente. Pero esos eran otros días. Hoy, decía un personaje de una novela de la revolución mexicana, las cosas se jilan de otro modo…

Agradecimiento

Agradezco a Joaquín Albaicín el haberme puesto sobre la pista de este interesantísimo asunto.

domingo, 22 de septiembre de 2013

El toreo llamado moderno. Cosa de tres (cuando menos)

Gaona y Gallito
Madrid 15 de mayo de 1918
Últimamente se han alzado voces que se proclaman gallistas, señalando a partir de algunos señalamientos de José Alameda, que José Gómez Gallito o Joselito es el padre del toreo moderno por haber sido el que realizó con mayor frecuencia el toreo de muleta ligado y en redondo. La afirmación de Alameda parte del análisis comparativo del natural de Belmonte, al que atribuye la traza de un muletazo de trinchera – toreo de expulsión, le llama – con una serie de naturales que el diestro de Gelves logró en la plaza vieja de Madrid el 3 de julio de 1914, la tarde de los siete toros de Martínez, reproducida en una película.

Creo que la apreciación que pretende conceder en exclusiva a Joselito la paternidad del toreo llamado moderno tiende a ser reduccionista. No es solamente la ligazón y el giro del toro en torno al eje que forma el torero en torno a su trayectoria lo que distingue a esa tauromaquia que representó el giro copernicano de la manera en la que los toros se lidiaban. Hay otros factores y personajes que aportaron lo suyo para que ello fuera posible y por ello, intentaré, a partir del mismo Alameda y de los personajes de la época en la que se dio ese giro, exponer lo que considero la realidad de su origen.

¡Déjalo que romanee…!

En su “Historia Verdadera de la Evolución del Toreo” – que resulta ser una versión anterior y políticamente incorrecta de El Hilo del Toreo – José Alameda explica lo siguiente:
Capítulo fundamental sobre el toro. Del toro determinante al toro determinado. En el arco que va de fines del siglo XIX a principios del XX acontece algo que tiene la mayor importancia en la evolución de la fiesta. Se precipita la selección del toro. Es algo que el público no ve, solo lo verá después, por sus resultados. En la etapa anterior, el toro determina el toreo; de ahora en adelante el toreo determinará al toro… Ya hemos visto que en el toreo anterior a “Cúchares”, la época del “Paquiro”, el toreo gravitaba sobre el primer tercio. El encuentro del toro y el picador era fugaz y multiplicado… Pero el toreo de muleta, por la propia condición de este instrumento y por el tipo de sus posibilidades, iba a descubrir pronto que requería… otra suerte de varas, nada de la suerte ligera de los tiempos de “Paquiro”, sino exactamente lo contrario; una suerte quieta y lenta… para que cobre la fijeza y el aplomo para el toreo de muleta… se trataba de obtener un toro al que se pudiera pisar otro terreno. Belmonte se lo pisa en 1912…(Historia Verdadera de la Evolución del Toreo, Págs. 67 – 69)
Culmina Alameda esta argumentación con una cita del doctor Gregorio Marañón – sin especificar la fuente – en la que el endocrinólogo madrileño augura que a través de ese proceso de selección se obtendrá un toro que más que pelear, colaborará con el diestro.

Recojo un diálogo imaginario, escrito por Juan Posada en su obra Belmonte. El sueño de Joselito – Premio José Mª de Cossío 1991 –, supuestamente producido a la salida del sexto toro de la corrida del 21 de junio de 1917, la famosa corrida del Montepío de Toreros en la que Rodolfo Gaona, Joselito y Juan Belmonte enfrentaron un encierro de la Viuda de Concha y Sierra:
Suerte Juan. Gracias. Vamos a ver si este quiere… Nada más aparecer la res, le dijo a su peón “Blanquet”: Ya tenemos aquí el toro del escándalo de “ese”. Acuérdate. Pero parece que gazapea un poco, respondió el banderillero. No importa. ¿No te das cuenta de que es un borrico y trota a su aire, sin molestar? Y acertó… (Belmonte. El Sueño de Joselito (1892 – 1962). Pág.78)
No dejo fuera de estos apuntes que Joselito influye notablemente en la busca de ese toro que Alameda llama determinado para la nueva lidia en cuya epifanía tiene parte fundamental. Así, adquirirá la ganadería de Benjumea y la enviará casi completa al matadero y por otro lado, facilitará la adquisición de una parte importante de la ganadería de la familia Murube por los Urquijo y los orientará – por breve tiempo – en los procesos de selección y formación de sus hatos, precisamente en la busca del toro requerido para hacer ese toreo diferente al que le fue inculcado.

El toreo en redondo

Sentado queda pues que Alameda parte de la corrida de los siete toros de Martínez como el punto de inflexión de la historia y del nacimiento de una nueva manera de enfrentar el último tercio de la lidia. Aunque también apunta que en algunos escritos se atribuye o a Cayetano Sanz o a Lagartijo o al mismo Guerrita el haber toreado al natural en redondo alguna vez. Hace una mención más extensa a una referencia que hace el doctor Carlos Cuesta Baquero – quien firmaba sus escritos como Roque Solares Tacubac – de haber visto a Fernando El Gallo, padre de Joselito hacerlo en la vieja plaza Colón de la ciudad de México. Busqué alguna referencia a ese hecho en los escritos del médico Cuesta y encontré lo que sigue:
Los aficionados antiguos, siguiendo las indicaciones de Montes “Paquiro”, admitimos que torear “en redondo” es que el espada practique una serie de pases naturales, perfectamente ligados – enlazados –. Que por esta continuidad, el toro describa un círculo en derredor del diestro, siendo éste el centro… El autor moderno, acepta que hay un pase natural que ha de nombrarse “en redondo”. Que a un solo muletazo puede darse esa calificación, siempre que el espada lleve su mano izquierda hacia atrás al cargar la suerte, haciendo que el trapo de la muleta describa una porción de círculo… En otra época también tuvieron esa equivocación los críticos de nacionalidad mexicana. Frecuentemente escribían: “Fulano dio un pase redondo”. Tal error culminó cuando estuvo toreando en los redondeles capitalinos – “Colón” y “El Paseo”, en el año 1889 – Fernando Gómez “El Gallo”. Era un artista en todo el torear, pero singularizaba su maestría haciendo los trasteos… practicaba pases al natural dando al vuelo de la muleta semejanza con un abanico al abrirse, cuando lo maneja una dama. Esa forma de segmento de círculo que tomaba el vuelo de la muleta fue lo que indujo a que dijeran; “pase redondo”. Igual sucedía cuando “El Gallo” toreaba en el pase ayudado bi – manual, haciéndolo con remate por abajo… Actualmente no admiramos en cada pase al natural esa forma de arco de círculo en el vuelo de la muleta, porque los espadas no dan suficiente rotación en la muñeca, por el afán de que el toro no se aleje… por consiguiente no debe decirse a un solo muletazos “pase en redondo”. Hay que decir PASAR EN REDONDO. (Lo que indica una manera artística, no un solo pase)”. (Los preceptos taurómacos, en La Lidia. Revista Gráfica Taurina. México, D.F., número 60, 14 de enero de 1944, Pág. 14.)
Entonces, de lo anterior resultaría que Cuesta no vio precisamente al señor Fernando torear en redondo y que la aportación de Alamedadescubrimiento si se quiere – resulta medular para entender cómo el toreo ha llegado a ser como es en la actualidad. 

Sin duda que lo que Joselito realizó al toro de Martínez y también lo que revelan unas fotografías de una actuación suya en Lima – probablemente ante un toro mexicano de Piedras Negras – nos dejan en claro que su entendimiento de las condiciones de los toros y su poderío para dominarlos, le permitía torear de esa manera a reses de condiciones aún no muy definidas como las de su tiempo y eso es sin duda otra de las piedras angulares de lo que es lo que se da en llamar el toreo moderno.

El que le quiera ver, que se de prisa…

Se afirma que Juan Belmonte tuvo la inmensa fortuna de haber sido acogido por los intelectuales de su tiempo y de haber sido biografiado por Manuel Chaves Nogales. Yo creo que eso es un intento – injusto – de demeritar lo que por sí solo hizo en su paso por los ruedos y por la vida. Hijo de un quincallero, cuando decidió ser torero, no tuvo más camino que recorrer la legua y torear, a la luz de la luna y a escondidas en el campo. El lugar elegido era la dehesa de Tablada, lugar en el que había alguna cantidad de ganado de media casta que a veces embestía y que permitía a aspirantes a toreros, golfos y tunantes calmar las ansias.

Belmonte desarrolló en Tablada una peculiar técnica para torear, misma que Manuel García Santos describe de la siguiente manera:
Él estaba acostumbrado a torear en Tablada ganado de media sangre… en el campo tenía que torear muy ceñido y muy en corto para que los toros no se le fueran, por eso su toreo comenzó y siguió siendo así, no despedía bien al animal… los aficionados decían que tenía el defecto de ser “codillero”… se llamaba “codilleros” a los diestros que no despegaban bastante los brazos. (Juan Belmonte. Una vida dramática. Págs. 57 – 58)
El codilleo era, creo, un efecto de ese torear ceñido y corto que describe García Santos y que no era más que un recurso para sujetar a los toros, que en la libertad del campo y respondiendo a su nada preclaro origen, intentarían huir de quien los hostigaba. Pero al mismo tiempo ese codilleo facilitaba al torero el atemperar las embestidas, agregando un nuevo ingrediente al hacer de las suertes: el temple.

La idea de Belmonte de hacer el mismo toreo a todos los toros de su tiempo hizo que muchos toros le cogieran en sus inicios. El toro al que Alameda se refiere como determinado salía, como escribía Corrochano, por rarísimo acaso y ese toreo de brazos pegados al cuerpo, ceñido, de corto trazo, por su naturaleza requería de un toro que permitiera que su embestida fuera atemperada por el diestro de manera que pudiera reponer el espacio necesario entre suerte y suerte.

Esa manera de torear generó también una cortedad en el repertorio del torero. El testimonio de Rodolfo Gaona sobre este particular es el siguiente:
Rompió moldes rancios. Hizo lo que nadie podía hacer y lo que todos juzgaban imposible de hacerse. Toreó en todos los terrenos. Y con los toros mansos o difíciles realizó faenas a que ninguno se atrevió, porque sabíamos por tradición que eso sólo podía ejecutarse con los toros bravos y nobles… Ahora, la verdad es que no siempre salía triunfante. Como es natural, algunas veces daba en el clavo y otras muchas en la herradura. Pero, el pase natural, a nadie se lo he visto dar como a Juan. Y esa verónica tan suave, templada, tan espaciosa, ni lo cerca que supo estar de los toros… Porque nadie, entiéndase bien, nadie, ha sabido estar más tranquilo en ese terreno. Todos los demás fuimos llevados a él por la fuerza… Pero supo hacer muy poquitas cosas. Comenzó con un repertorio corto y con ese acabó… Aprendió a torear, a defenderse de los toros… pero no tomó empeño por aumentar el repertorio… Juan no tuvo corte de torero largo... Su prestigio radica en la innovación que trajo al toreo; en que demostró que puede hacerse lo que se creía imposible. Y en lo poquito suyo, fue único… (Mis veinte años de torero, Págs. 288 – 290)
Esa era la reflexión que hacía El Petronio al tiempo de su despedida de los ruedos sobre la aportación de Juan Belmonte a la tauromaquia.

Ajustar los pies al verso de Horacio...

Rodolfo Gaona y Jiménez, natural de León de los Aldamas, México, fue formado como torero por Saturnino Frutos Ojitos, quien en su día fuera banderillero de Frascuelo. Pero más que enseñar Ojitos a su discípulo la tauromaquia que Salvador Sánchez desarrollara en los ruedos, le inculcó los modos de hacer y de comportarse de Lagartijo” y de acuerdo con la narración que hace Gaona en Mis Veinte Años de Torero, muchas reminiscencias hacía el banderillero de los ojos zarcos de otro torero calificado de elegante en el decurso de sus enseñanzas: Cayetano Sanz.

Alameda, en la obra que da pie para que yo meta aquí los míos, atribuye a Rodolfo Gaona una revolución en el toreo. Afirma que es un revolucionario porque lo universaliza. Y hace esa afirmación a partir del hecho de que hasta su irrupción en el ambiente taurino de España, todas las figuras del toreo habían nacido y se habían hecho en la piel de toro, pero que a partir de Gaona se admitió la posibilidad de que un torero de un origen distinto podría llegar a figura, incluso, sin pasar la reválida de la afición española.

Pero ese hecho histórico no es el que pone a Rodolfo Gaona en este espacio. Lo que le incluye aquí es lo que hacía delante de los toros. Como esto ya se pasa de extenso, cito directamente a Alameda que propone lo que sigue:
Llamarle a Gaona “Petronio del toreo” no es lo más, es lo menos que se puede decir de él. La consideración preferente de los valores espaciales, de postura o de plasticidad, es una trampa en la que ha caído la crítica y la historiografía taurina de ciertas épocas. Los valores de tiempo son esenciales en el toreo. Y Gaona los tenía. Ahí está el secreto: Gaona les andaba a los toros, pero no solo en banderillas – en lo que fue insuperable – también con la muleta. No solo para ir al toro para citarlo, sino dentro del desarrollo de la faena, para mantener la reunión entre suerte y suerte, en el enlace de ellas. Andándole, recolocándole sobre la marcha, siempre armónicamente. Por supuesto, en los toros que se acomodaba y en sus momentos felices, como todo artista. Hay pocos testimonios sobre Gaona. Pero en las pocas filmaciones que se conservan, se encuentran algunos momentos en que le anda al toro con un “tempo”, con una cadencia, que no es frecuente hoy día, pero menos lo eran en aquellos días. Esa cualidad de “andarle al toro”, después tan conocida y tan situada, la lleva a su cumbre Domingo Ortega… Pero el primero en la cronología del toreo moderno, es Rodolfo Gaona…” (Historia Verdadera de la Evolución del Toreo. Págs. 64 – 65)
Creo que esta aportación es la tercera piedra angular del edificio de la tauromaquia de la modernidad. El ritmo. O en la jerigonza de los músicos, el tempo.

Intentando terminar

El cambio en la manera de seleccionar al toro para las plazas es quizás el punto de partida de todo esto. Pero es un cambio que se funda en una nueva manera de enfrentarlo. Para ello, los toreros de la punta del escalafón comenzarán a influenciar de una manera directa las decisiones que el ganadero toma y la afición comenzará a aceptar eso como algo normal. Hoy quizás estemos pagando las consecuencias de eso y el toro que sale a las plazas sea, tomando la reflexión del doctor Marañón, demasiado colaborador.

En cuanto al toreo, recuerdo que un profesor de cuestiones de la administración pública nos decía que las instituciones y los sistemas, para progresar requerían avanzar con ritmo, con rumbo y con modo. Creo, mutatis mutandis, que esa misma idea se puede aplicar a la evolución del toreo. Y así, diré que el rumbo lo señaló Joselito, el modo lo indicó Belmonte y el ritmo lo marcó Gaona. Entonces, me es dable concluir que no es dable señalar que uno de ellos en lo individual, con exclusión de los otros dos es el padre o el creador del llamado toreo moderno.

Escribía don Guillermo F. Margadant, jurista e historiador que la historia no se puede entender como una sucesión de vistas fijas, sino como una película en la que todos los personajes de la trama van en evolución continua rumbo al desenlace y que en esa evolución y desenlace, cada uno de ellos, tendrá una influencia mayor o menor de acuerdo con su participación en el guión.

Por último, Gaona, Joselito y Belmonte – citados por orden de alternativa – dejaron las piezas de un rompecabezas – puzzle – que sería armado años después. El mismo Alameda nos expresa que la primera faena moderna fue realizada por Manuel Jiménez Chicuelo en México en enero de 1925 – ante el toro Lapicero de San Mateo – y después en Madrid, el 24 de mayo de 1928, con el toro Corchaíto de Graciliano Pérez Tabernero. En ambas faenas – con la del toro Dentista de San Mateo de intermedio – Chicuelo reúne el toreo en redondo, con el temple y el ritmo, todo al mismo tiempo, dejando tal impronta en la afición, que a partir de entonces, se exige y solo se entiende esa clase de faena.

domingo, 23 de agosto de 2009

Ricardo Torres

Hay toreros cuya memoria parece perderse en la noche de los tiempos. Esa es la impresión que da caso de Ricardo Torres (nacido Ricardo Rangel Torres, 27 de junio de 1914), que en la tercera y cuarta década del pasado siglo, tuvo un sitio de importancia entre la torería mexicana y hoy, en los recuentos de aquél tiempo, pasa casi siempre desapercibido, aún teniendo los méritos para ser recordado y valorado como uno de los destacados de su día.

Es en el año de 1932 que se presenta como novillero en El Toreo, resultando en esa temporada uno de los triunfadores junto con El Soldado y El Ahijado del Matadero. El saldo para el hidalguense es de tres rabos cortados en siete tardes, lo que le asegura ser el eje de la siguiente campaña en la que repetirá la cosecha de apéndices caudales, obteniendo el derecho a recibir la alternativa en la temporada mayor siguiente.

La Corrida de Covadonga, celebrada el 2 de febrero de 1934 fue el marco de la alternativa de Ricardo, misma que le fue otorgada por Alberto Balderas, quien en presencia de Victoriano de la Serna, le cedió el toro Rumboso de San Mateo, del que obtuvo una oreja. Posteriormente viaja a España, renuncia a la alternativa y se presenta como novillero en Madrid el 15 de abril de 1934. En esa oportunidad, Eduardo Palacio, cronista del diario ABC, ve adecuadamente el fondo del torero hidalguense, al que describe así:

...Ricardo Torres es matador de toros en su país y aquí se presentó como novillero. Su actuación produjo, en conjunto, un excelente efecto. Se ve que está enterado, demasiado enterado tal vez. Dígalo si no aquella manera de dejar el capote en los cuernos para evitar el hachazo y poder salir por pies. Como banderillero es fácil, dominador, elegante y por ambos lados clava con soltura. Lanceó muy bien y con temple su primer enemigo, al que adornó con dos pares y medio de rehiletes. Brindó al público, toreó de muleta con sabor y desahogo y tras de un pinchazo, cobró una buena estocada, pero volviendo demasiado su rostro moreno. Se le otorgó la oreja, dio la vuelta al ruedo y salió a los medios. Al bicho que cerró plaza le adornó con tres pares de rehiletes, superior el segundo y previa una faena voluntariosa, dejó una buena estocada. La muerte de este último toro la brindó a Rafael 'El Gallo', a quien el público, con sus aplausos, obligó a destocar y lucir su conocida calva...

Será en Barcelona donde sea investido nuevamente como matador de toros. La fecha será el 16 de septiembre de ese 1934 y en esa oportunidad lo apadrinará Marcial Lalanda y llevará como testigo a Antonio Posada, siendo los toros de Julián Fernández Martínez.

La alternativa barcelonesa la confirmó en El Toreo el 12 de febrero de 1934 y en Madrid, el 12 de abril de 1936, de manos de Valencia II, con José Amorós y Pepe Gallardo de testigos, con toros de Pallarés. Resultó ser esta confirmación la última que se diera antes de la ruptura de las relaciones taurinas entre México y España, conocida coloquialmente como el boicot del miedo.

El regreso a México daría un panorama difícil a muchos toreros como Ricardo, que con los principales haciendo campaña en Europa, tenían la primavera para abrirse camino y ganarse espacios en la temporada invernal, por eso, en 1939 renuncia otra vez a la alternativa y torea una nueva campaña novilleril, en la que resulta triunfador de nuevo, junto a Calesero, Arruza y Andrés Blando.

La definitiva alternativa la obtiene en El Toreo el 10 de diciembre de 1939, de manos de Pepe Ortiz y con el testimonio de Paco Gorráez, tras la cesión del toro Relicario de Lorenzo Garza. A partir de allí, sus actuaciones son menores en número, pero destacadas. A la llegada de Manolete vuelve a cobrar un leve impulso y logra actuar algunas tardes a su lado, incluso con corte de orejas, pero sin que tenga mayor repercusión.

Su actuación final en la Plaza México se produce el 6 de marzo de 1949, fecha en la que actúa junto a Lorenzo Garza y Luis Procuna, obteniendo la oreja del toro Africano de Pastejé, tras de una faena en la que exhibió sus buenas maneras con las telas y por supuesto, refrendó su calidad de artista del segundo tercio, como todos los discípulos de don Samuel Solís, el que en su día, fuera compañero de Gaona en la Cuadrilla Juvenil Mexicana y por supuesto, discípulo de Saturnino Frutos, Ojitos.

Ricardo Torres fue, como lo señalara R. Capdevila, uno de los diestros que formaron aquella generación de portentosos rehileteros mexicanos, pero tampoco sin constituirse en un exclusivista del segundo tercio, porque su toreo de capa era clásico y con la muleta, tendía a hacerlo con largueza y a la ligazón de las suertes, preconizando un modo de hacer el toreo que sería el signo de los de su tierra, hecho quizás que motivó que no fuera comprendido a cabalidad en su tiempo.

Ricardo Torres falleció el 3 de agosto de 1953 a consecuencia de un accidente automovilístico sufrido 5 días antes y le sucedieron en sus afanes taurinos sus sobrinos Jaime y Manolo Rangel, ambos matadores de toros.

domingo, 28 de junio de 2009

28 de junio de 1908. La epifanía de Rodolfo Gaona al matar 4 toros en solitario en la Plaza de Tetuán


El año de 1908 fue el elegido por Saturnino Frutos Ojitos para que el discípulo más adelantado de la Cuadrilla Juvenil que iniciara en México, Rodolfo Gaona, tomara la alternativa en España. El que en su día fuera banderillero en la cuadrilla de Frascuelo, creyó que sus relaciones en Madrid con los taurinos de su época y su buen juicio, le abrirían paso a su torero, pero nada de eso le valió, pues Indalecio Mosquera, el empresario de entonces, le ignoró olímpicamente.

No les sirvió una prueba tampoco en la plaza de la Puerta de Hierro y tuvieron que organizar ellos mismos la alternativa en Tetuán de las Victorias, lugar en el que unos domingos después y ante la persistente actitud de don Indalecio de que Gaona no existía, Saturnino Frutos dio un segundo festejo en la Plaza de Tetuán, en la que su torero mataría cuatro toros de don Basilio Peñalver.


Acerca de este festejo en sus memorias dictadas en 1925 a Carlos Quirós, Monosabio, Gaona dijo lo siguiente:

…Pude torear y estuve bien con el estoque. Y los aficionados salieron haciéndose lenguas. Y aquella noche en los cafés solo se habló de Gaona… Al lunes siguiente, vinieron las proposiciones de la empresa madrileña. Mosquera me ofrecía seis mil reales porque confirmara la alternativa con Saleri y Mazzantinito y toros de don Juan González Nandín. Seis mil reales es algo menos que quinientos pesos. Los aceptó “Ojitos”. Y por supuesto que, si en vez de ofrecer seis mil, ofrece dos reales, toreo también, porque, lo que yo quería era salir en la plaza de Madrid…


Es pues esta corrida, la epifanía de Rodolfo Gaona para la afición de Madrid y para el mundo. La crónica de Camacho, en el diario La Correspondencia de Madrid del 29 de junio de 1908, es la siguiente:

Muchísima gente -y entre ella, distinguidos aficionados- acudió ayer tarde a Tetuán, llenando por completo todas las localidades de la plaza.

El caso no era para menos, puesto que en Madrid había sustitución y encima de ello, el niño de Tomares toreaba a disgusto, el público se decidió por Tetuán y no estuvo desacertado en la elección.

Se lidiaron cuatro toros de D. Basilio Peñalver por el novel espada mejicano Rodolfo Gaona.

Los bichos en general fueron bravos en todos los tercios; pero dos de ellos no pasaban de novillos.

El espada se portó como un maestro toreando de capa y muleta, en lo que oyó muchísimos y justos aplausos. Dio el quiebro de rodillas con limpieza y en los quites se mostró muy adornado y haciéndonos recordar las alegrías y elegancia del Bomba.


En la muerte de los cuatro toros estuvo valiente de verdad, tirándose de cerca y recto, por lo que gustó mucho.

Las estocadas no fueron del todo buenas que él hubiera querido. Se deshizo del primero de media buena, un pinchazo y una entera algo caída. Del segundo, de una poco baja. Del tercero de una hasta la mano, tendenciosa y al último, lo tumbó de estocada algo tendida.

Trabajó mucho bregando y compartió los quites con Gaona el sobresaliente de espada Algeteño.

Jeromo también bregó bien y banderilleó brevemente.

Picando aplaudimos mucho al 'abuelo' Agujetas, a Cerrajas y a Pajero.

Todos los demás, con muy buenos deseos, pero nada más.



La afición de Madrid se había enterado muy pronto de que en el que después sería llamado El Petronio del Toreo o El Califa de León había un gran torero, pues aún toreando Bombita en la Plaza de Madrid, acudieron a llenar la de Tetuán.

Este es mi recuerdo hoy que se cumplen 101 años de esa manifestación pública de un fenómeno que universalizó la fiesta de los toros.

Aldeanos