domingo, 27 de diciembre de 2020

25 de diciembre de 1950: Calesero y Trianero de Mimiahuápam

Calesero según Pancho Flores
La tradición verbal del toreo nos hace llegar la versión de que Alfonso Ramírez Calesero fue un torero de un arte quintaesenciado y de valor medido, sambenito colgado a todos los diestros de su cuerda. Esas dos cuestiones nadie se atreve a ponerlas en duda, simplemente se toman como artículos de fe respecto de la vida torera del diestro de la Triana de Aguascalientes y a partir de allí se generan los análisis de su historia y se hace el recuento de su memoria.

Sin embargo, a veces en ese examen que se hace del paso de un diestro por los redondeles, sin malicia, se pasan por alto hechos o sucesos que tienen que ver con la definición del carácter y de la verdadera naturaleza de la esencia del torero de que se trate. En el caso de Calesero o se omite o se deja como algo meramente anecdótico lo que me ocupa este día.

Los días de Navidad y Año Nuevo fueron durante muchas décadas fechas muy señaladas para dar festejos postineros en las principales plazas del país. El caso de Guadalajara no era la excepción y para el 25 de diciembre de 1950, don Ignacio García Aceves anunció un cartel encabezado por Calesero, quien alternaría con Luis Briones y Gregorio García en la lidia de un encierro de la debutante ganadería de Mimiahuápam, propiedad de don Luis Barroso Barona en aquellas calendas.

Por confesión propia, la plaza de El Progreso era una en las que Calesero se sentía más cómodo y en la que, a la vuelta de los años, confesaría a Paco Coello, realizó la mejor faena de su vida a un toro de Tequisquiapan, llamado Hortelano. En esas condiciones y vista la inteligencia con la que don Nacho armó el cartel, pues Alfonso el Trianero podría alternar en quites con otro artista del percal como lo era Luis Briones y en el segundo tercio con un gran banderillero como en su día lo era el potosino Gregorio García.

La corrida de don Luis Barroso, bien presentada, salió con complicaciones. Ante los tres primeros de la tarde, los diestros solamente pudieron limitarse a cumplir, con el consiguiente desencanto de la concurrencia que llenaba el coso de la calle del Hospicio. En esas condiciones es a los toreros a quienes queda el tratar de componer el rumbo de la tarde. 

El cuarto toro se llamó, según la fuente que se consulte, Platanero o Trianero, era negro y estaba marcado con el número 34. Tras de los primeros compases de la lidia, Calesero entendió que no tenía otra opción que pegarse el arrimón, que su tauromaquia de arte quedaría para una mejor ocasión porque el adversario no estaba para florituras. La crónica sin firma aparecida en el diario El Informador de Guadalajara al día siguiente del festejo, entre otras cuestiones dice:

…en su primer toro “Calesero” había estado desconfiado con el capote y con la muleta, Ramírez se concretó a torear de lejos, con la punta de la muleta y cobrarle asco a un toro que merecía algo más.

Tal vez esto en mucho contribuyó a la entrega de “Calesero” en su segundo, un toro rápido, que huía de los capotes y que se defendía y que fue mal castigado. Sin embargo, Alfonso quiso triunfar, quizá arrepentido de lo hecho en el primero. Inició la faena hincado y hasta en seis ocasiones se pasó al toro en esa forma y buscándolo en todos los terrenos.

De pie siguió adornándose con un vasto repertorio de suertes, aguantando porque el toro empujaba más de la cuenta. Y cuando sacó a relucir ese pase cambiado, que es de lo mejor que puede hacer con la muleta, que no es el exactamente llamado de la “vitamina”, sino algo muy personal de “Calesero”, las dos veces que lo ejecutó le salió perfecto, solo que en el segundo quedó entablerado para sufrir el grave percance que hemos relatado.

La conmoción entre el público y los alternantes fue de esas que echan abajo una corrida. Y “Calesero” en lugar del triunfo por su emotiva y adornada faena que venía haciendo, aunque un tanto atropellada, se llevó seis cornadas en vez de las orejas y el rabo de su enemigo, que hubiera merecido de haber seguido en ese plan…

El percance fue de esos que capturan la atención de los tendidos desde que ocurre y no sale de ella en el resto de la tarde, sigue narrando el ignoto cronista del El Informador:

…La cogida fue tan fuerte como aparatosa. en una faena en la que Alfonso Ramírez estaba poniendo de su parte todo entusiasmo por triunfar y lo iba consiguiendo hasta poner de pie a los espectadores, después de prodigar un segundo pase cambiado muy personal de él, con que había obtenido estruendosas ovaciones, se echó el toro encima y estando entablerado, fue trompicado y enseguida levantado en vilo, arrojado contra las tablas y vuelto a recibir por los pitones hasta que el toro se le vino en gana…

… El diestro fue conducido al producirse la cogida al sanatorio de la calle Garibaldi donde estuvo en manos de los doctores Mota Velasco y Pérez Lete hasta después de las nueve de la noche en que terminaron de operarle. La cogida es muy seria por el número de heridas, la natural extenuación del herido, el choque traumático y lo intenso de la intervención quirúrgica. Pero también se dijo anoche que afortunadamente los cuernos del toro, que ambos había empleado para herir a “Calesero”, no habían interesado vasos importantes en las piernas, que fueran un peligro inminente para su vida…

Dentro de los límites de la desgracia, se adelantaba que las cornadas eran extensas, pero de las que la jerigonza médica de estos tiempos llama limpias, es decir, que no afectaron estructuras vasculares de importancia y por ende, salvo la naturaleza misma de las heridas, no comprometieron la vida del torero.

En el número de La Lidia de México aparecido el 5 de enero siguiente, quien firma como Antoñico A.D., hace también una serie de reflexiones acerca de este percance, señala como nombre del toro heridor el de Trianero – el de Platanero aparece en la crónica de El Informador – y lo más relevante, transcribe el parte médico completo que rindieron los doctores Ramírez Mota Velasco y González Pérez Lete y que es de la siguiente guisa:

Durante el último tercio de la lidia del cuarto toro de la tarde ingresó a esta enfermería el diestro Alfonso Ramírez, quien presenta las siguientes heridas por cuerno de toro: la primera cornada está situada en la cara interna del muslo derecho, al nivel del tercio inferior y con una extensión de catorce centímetros. Interesó piel, tejido celular, aponeurosis y músculos de la región. Las otras dos cornadas que tiene en el muslo derecho están situadas entre sí a una distancia de seis centímetros. Las dos comunican en la misma trayectoria y se dirigen hacia arriba y hacia adentro, interesando piel, tejido celular, aponeurosis y músculos de la región, que es el tercio medio, caras anterior e interna del citado muslo. con una extensión de quince centímetros, de abajo hacia arriba, siguiendo todo el pliegue inguinal. Las cornadas quinta y sexta se encuentran también en el muslo izquierdo y también en el tercio inferior. Ambas tienen un trayecto común hacia arriba y hacia adentro, en una extensión de treinta y cinco centímetros, desgarrando piel, tejido celular, aponeurosis y músculos de la región, teniendo ocho centímetros de profundidad, dejando al descubierto muchos vasos que sangraron en intensidad mediana. La séptima y última cornada está situada en el hipocondrio derecho con una extensión de tres centímetros que interesó piel y tejido celular. Se operó bajo anestesia de pentotal ciclo; se hizo la debridación correspondiente de las heridas, lavándolas con suero fisiológico. Se le aplicó sulfatiazol, afrontándole las heridas, músculos, aponeurosis y piel, dejándole siete tubos de canalización. Transfusión sanguínea. Aplicación de sueros antigangrenoso y antitetánico. De no presentarse ninguna complicación tardará en sanar unos veinte días.

Un parte muy extenso en el que se describen de manera prolija cada una de las siete heridas que sufrió Calesero, en el que llama la atención el hecho de que se haya aplicado sulfatiazol para prevenir la infección de las heridas reparadas, no obstante que ya había penicilina disponible en esa época y la necesidad de transfundirle sangre sin precisar el volumen aplicado.

Años después, en entrevista ex – profeso para el libro Las Cornadas, Calesero contó a Ignacio Solares y Jaime Rojas Palacios lo siguiente acerca de este pasaje de su vida en los ruedos:

Me trajo tanto tiempo entre los pitones, que me dio oportunidad a pensar ¿a quién le habré hecho tanto mal para que este toro me haga tanto daño? Cuando al fin me soltó, me paré y vi que entre las dos vías me salía un río de sangre. Creí que me había roto la femoral. Me quiso dar un shock, pero vino la reacción del hombre; si mi mal tiene remedio, ¿para qué me apuro?, y si no lo tiene… Entré tranquilo a la enfermería. Yo mismo me desamarré los machos, me puse en manos de Dios y me dispuse a que los médicos me “echaran mano”. Pasé las famosas 72 horas entre la vida y la muerte. Tenía mucha fiebre. Los médicos estaban temerosos de que se les hubiera quedado sin explorar alguna trayectoria de tantas heridas. Siempre he sido muy sano y metódico, entregado por completo a mi profesión. Lleno de sol y aire puro, estaba y estoy muy fuerte. Por eso, sané muy aprisa. Reaparecí el 14 de enero siguiente, a las tres semanas de lo de “Trianero” …

Efectivamente, la reaparición fue en la fecha indicada por el torero, en la feria de El Grullo, aún con los puntos en las heridas, toreando mano a mano con Manuel Capetillo y le cortó el rabo a uno de los toros de Lucas González Rubio que sacó en el sorteo y enseguida volvería a la Plaza México el 18 de febrero de 1951, alternando con Fermín Rivera y Carlos Arruza, para lidiar toros de La Laguna.

Iniciaba esta remembranza partiendo de la noción de que a Calesero generalmente se le concibe como un torero de valor medido. Creo que el hecho de haberse levantado de esta serie de cornadas, recibidas en un solo envite y haberse mantenido en un sitio de privilegio en el escalafón mexicano – lo llegó a encabezar los años de 1958, 59 y 60 – desmienten la forma y el fondo de esa concepción.

Alfonso Ramírez Alonso todavía recorrió los ruedos de México y de América del Sur durante casi dos décadas más, escribió en esos tiempos algunas de las páginas más grandes de su historia, como la de la tarde del 10 de enero de 1954, cuando el atildado y puntilloso Carlos León lo postuló para un hipotético Premio Nóbel del Toreo; o la del 18 de enero de 1959, allí mismo en Guadalajara, con el toro Yuca de Tequisquiapan, esa tarde en la que don Nacho García Aceves dijera que si Calesero” toreara así todos los domingos, sería dueño del Banco de México, o la del 25 de abril de ese mismo año, aquí en su tierra y otras muchas que ahora se me escurren de la memoria.

Un torero de valor medido no se habría quedado en los ruedos tanto tiempo, y sin embargo Calesero permaneció y permanece todavía entre nosotros, siempre habrá, cuando se necesite un referente del torero artista, que recurrir al justamente llamado Poeta del Toreo.

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