domingo, 31 de mayo de 2009

¡Los dos solos!: Como era antes y como es hoy

Ha terminado la Feria de San Isidro y hay mucho material para la reflexión. El éxito se apareció muy de momento en momento en la Plaza de Las Ventas y los momentos amargos fueron los que se sucedieron con más regularidad de la que todos quisiéramos y confirmando al final, que los presagios que se hicieron sobre la inadecuada y cicatera confección del serial, tenían fundamento lógico y que solo era cuestión de tiempo su confirmación.

En el entretiempo de la Feria de Abril de Sevilla y la de Madrid, comenzó a circular la especie de que en septiembre se daría en el Coliseo Romano de Nimes, un mano a mano entre dos de los toreros ausentes del ciclo de Madrid y que en consecuencia Enrique Ponce y José Tomás dirimirían ante los toros las diferencias que mediáticamente han hecho públicas.


La nota esencial que de esto se puede deducir sería que después de hablarse por años de vetos, de ventajas tiradas en los despachos, de evasiones premeditadas y de otras cuestiones que a la hora de la verdad poco o ningún sustento tienen, los directamente involucrados darían su versión en el lugar en donde realizan su principal forma de expresión: el ruedo de una plaza de toros.

El anuncio de esa posibilidad induce a la reflexión. El encuentro de esos dos toreros en una corrida de toros, que sin duda han de ser los que más atractivo de taquilla representan en este momento, es uno que se gestó en los medios. Antes, ese tipo de enfrentamientos se barruntaban en el ruedo, delante de los toros y de cara a la afición, que era la que los exigía. Hoy, tal parece que es a dimes y diretes como se gestionan las carreras de los toreros. Y parece ser que si es en la prensa rosa, mucho mejor.


Hace ya algunos ayeres sucedió un hecho, en Madrid mismo, en el que al mediar una corrida de toros, la afición congregada en la Plaza de la Carretera de Aragón, pedía a la empresa la actuación de dos diestros solos. Recurro a la Hemeroteca y a la Biblioteca y paso a contarles…

El 21 de junio de 1917 tuvo lugar en la vieja plaza de Madrid la Corrida del Montepío de Toreros, fasto que anualmente se celebraba para fondear a la mutualidad que se hacía cargo de costear los costos que generaba la estancia hospitalaria y la inacción de los diestros heridos. La fundación de la Asociación Benéfica de Auxilios Mutuos de Toreros – es su nombre oficial – se debe principalmente a la iniciativa de Ricardo Torres Bombita, que toma en 1909 – este año sería el de su centenario – el testigo de la labor que en el siglo anterior iniciaron Luis Mazzantini y Minuto.


En ese cartel de 1917, se lidiaron tres toros de la Viuda de Concha y Sierra (1º, 2º y 6º), dos de Gregorio Campos (3º y 4º) y uno del Marqués de Salas (5º), éste en sustitución de uno de Campos, devuelto por inválido. Los diestros que enfrentaron esos toros fueron Rodolfo Gaona, Joselito y Juan Belmonte, quien de acuerdo con sus propios recuerdos y lo que las crónicas de esa tarde reflejan, realizó una de las mejores faenas de su historia en la capital española.

Sobre esa tarde particular, Manuel García Santos, cuenta lo siguiente en su libro Juan Belmonte. Una Vida Dramática, publicado en México en el año de 1962, a poco de la muerte del torero de Triana:

… El público, enfebrecido, reclamó a Gaona también para que diera la vuelta al ruedo con Joselito, y aquello era el triunfo más grande que se recordaba para dos toreros. Al final de unas ovaciones que parecían interminables, la gente se volvió de espalo das al ruedo para dirigirse al representante de la empresa, que era Manolo Retana, y gritarle a coro:

- ¡Una corrida para los dos solos!... ¡Para los dos solos!...

Y todavía señalaron más, y gritaron estentórea mente: - ¡Fuera Belmonte!... ¡Que se vaya Belmonte!... Cuando sonó el clarín para la salida del sexto toro el público se disponía a abandonar la plaza. ¡Ya qué se iba a ver después de aquello!...



… Se abrieron los toriles, salió a la arena el toro, y el público se quedó un momento al ver a Juan Belmonte irse hacia la bestia. ¿Haría algo Juan?... ¡Era difícil!...

… Se fue al toro a la salida del caballo en la última vara, y dice él refiriéndose a ese instante:

"Dejándome de adornos y alegrías llamé a la res como manda la ley del toreo rondeño puro y, entregándome al placer de torear, con una confianza ciega, le di media verónica que acaso sea la mejor que haya dado en mi vida torera. Guardo de aquel lance la impresión de que el toro era una masa moldeable que se enroscaba en mi cuerpo y se plegaba inverosímilmente a mi cintura y a mi capote..."

"Dicen que fue aquella la mejor faena que yo he hecho en mi vida. Quizá. Yo sé únicamente que en aquel trance en que me había puesto mi abandono, hice lo que de modo inexcusable había que hacer para seguir siendo torero. Por eso seguí siéndolo. No se me concedió la oreja del toro porque la estupefacción de la multitud ante lo que sus ojos habían visto era tanta que nadie se preocupaba más que de llevarse las manos a la cabeza y dar rienda suelta a su emoción. La familia real, que presenciaba la corrida, permanecía también en la plaza terminada la corrida – cosa desusada en ellas –, y los buenos aficionados deliraban. Creo que un momento como aquel vale por todas las amarguras de la vida del torero. Porque así me lo parece es por lo que caigo en la impertinencia de contarlo yo mismo con una pueril inmodestia..."



Las crónicas de la fecha narran lo siguiente. En El Imparcial del 22 de junio de 1917, Barbadillo dice:

No se podría, por mucha voluntad que se pusiera en ello, relatar calmosa y ordenadamente lo sucedido en la fiesta de ayer. Vibra la pluma como si tuviera alma, y parece que sola, sin la mano nerviosa que la guía, podría correr atropellada y loca sobre el papel, trazando una vez y otra el nombre heroico, Belmonte, Belmonte, Belmonte. Siempre Belmonte y Belmonte no más. Inevitablemente, fatalmente, cuando se intenta concretar los mezclados recuerdos de la tarde, solo se ve salir de los chiqueros aquel torillo largo, flaco y feo, pelear tan suave y noblemente en la lidia más bella, más bizarra, más pinturera que ha visto la Plaza de Madrid desde hace muchos años, por parte de Rodolfo, José y Juan y por parte también del estupendo rehiletero Magritas y acabar cayendo a los pies de un magno artista tras la soberbia faena que nunca, nunca, nunca podrá ni él mismo superar…

…Nadie se mueve. Algunas manos ondean pidiendo la oreja. Luego caen lacias, sin insistir. La gente está rendida por la paliza de la enorme emoción. Unos muchachos se echan al ruedo, cogen al espada, lo pasean por el redondel. La Plaza entera, aún las personas de la Familia Real que siguen en su palco, prorrumpe en un aplauso cariñoso. Sale Belmonte por la puerta en triunfo. Sale la gente luego…

¡La mejor tarde de una vida torera!

¡Tal vez la mejor tarde desde que el toreo se inventó!


En la edición matutina del diario La Correspondencia, de Madrid, también del 22 de junio de 1917, el cronista P. Álvarez relata:

SEXTO. ‘Barbero’ número 45, negro y con abundante cornamenta. De Concha y Sierra. Belmonte veroniquea en las tablas del 1, y luego, después de un quite, administra dos verónicas apretadísimas y media, tan ceñida, que se arrolla el toro a la cintura. Gaona luego torea sublimemente de rodillas. José se mete dentro del toro con tres medias verónicas. Sigue el de Triana que pone de pie al público con sus medias verónicas y un farol limpio y diáfano. Finalmente acaba el asunto Gaona con unas gaoneras monumentales. Los tres toreros tienen que saludar, descubriéndose, cuando acaba el tercio, que ha sido como pocas veces se ve. Magritas está colosal en banderillas y Maera cumple. Belmonte nos pone de pie, pues cada pase es una ovación ensordecedora. Hay molinetes, naturales y se queda de rodillas toreando. Media estocada, entrando bien y se queda muleteando de una forma tan ceñida, que es imposible describir. Descabella a la primera, y hay ovación y petición de oreja. A Belmonte lo pasean en hombros por la plaza, entre una imponente ovación.



Por su parte, Don Severo, en La Lidia, del día 25 de ese mismo mes, describe lo que sigue:

…Los dos, los dos repetía el público.

Esto significaba la inutilización, la proscripción de Belmonte, que había quedado mal en el tercer toro y que se había echado al público encima en una caída peligrosa por dejar al piquero a merced del bicho.

Pero Juan Belmonte tiene amor propio, y sabe aprovechar las ocasiones. Y como la ocasión se presentó al poco rato, vino con ella la rehabilitación del trianero…

…Muchas veces he visto a Juan, bien, muy bien, superior. Pero como la tarde del jueves, no lo he visto nunca. Tan variado, tan preciso, tan suave, tan emocionante, no le había visto nunca.

Tenía que realizarse esa faena en la plaza de Madrid y tenía que venir yo verla yo desde Barcelona. Yo que admiro a Juan Belmonte en lo que vale; pero que no soy un partidario incondicional suyo, como muchos de los que ni siquiera le han visto torear...

Belmonte vuelve a ser lo que era. El Belmonte de las grandes tardes de emoción y de arte incomparable. El que se transforma delante de los toros y compone figuras magníficas. ¿Que ahora volverá a estar tres, cinco, diez corridas apático, indolente, sin afición? Es fácil; pero el día que le salga otro toro a propósito hará lo que hizo el jueves.

Hoy Juan Belmonte se parece en este detalle, a Rafael el Gallo. El día que quieren ó les sale un toro que embista...

Yo siento que el amigo Durá no haya hecho la crónica de esta corrida. Habría dicho del trianero lo que acabo de consignar y mucho más. Adolfo Durá, es de los belmontistas conscientes…



¿Sería esta la tarde en la que se inspiró Alameda para escribir su soneto de la Estampa de Gaona con Gallito? Suena a tal, porque fue, según las relaciones que llegan a nuestros días, una de esas fechas en la que los dos colosos salieron a defender su sitio de privilegio, así como también, ante el apremio, lo hizo también Belmonte y de una manera inenarrable.


Pero como podemos ver, el modo de hilar las cosas de ayer a hoy ha variado radicalmente. Gaona y Gallito precisamente ante el toro lograron convencer a la afición madrileña de su día de la necesidad de verles solos, sin prensa, juego de despachos u otro tipo de campaña de por medio, pero no contaban con que El Pasmo despertaría y volvería a poner las cosas en su sitio. Hoy, bastan dos o tres ditirambos mediáticos y ya está, cuando para dar verdadero fondo a esas confrontaciones hay que cocinarlas, ante el toro.

Así era entonces y así es hoy. ¿Veremos algún día que se pida, en las plazas de estos tiempos, algo similar?

1 comentario:

  1. Muchas gracias por tu seguimiento de mi blog, torosgradaseis, que hago desde España. Me parece estupendo que vivamos juntos en este planeta de los toros. Además me parece muy bien tu intención de no olvidar el pasado y utilizarlo para ilustrar el presente. Quizás si todo el mundo mirara de vez en cuando para atrás, se cometerían menos atropellos. Un saludo.

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