domingo, 22 de marzo de 2020

Aguascalientes 2020. Otro abril sin toros

Plaza de Toros San Marcos
En los últimos 73 años nuestro mes de abril se ha quedado sin toros en tres ocasiones, mismas en las que se han invocado motivos de salubridad general para dejar de ofrecer el espectáculo a los asistentes a las fiestas del santo patrono. 1947, 2009 y este 2020 son los calendarios en los que la tauromaquia ha dejado de estar presente en nuestras vidas durante la primavera.

1947: La fiebre aftosa

A finales de 1946 se decretó que era cuestión de interés general el combate y erradicación de la fiebre aftosa del ganado – principalmente vacuno –, que como epizootia se declaró cuando sin terminar el periodo de cuarentena de unas reses en la Isla de Sacrificios, Veracruz, se introdujeron a tierra firme unos ejemplares de ganado vacuno infectados. El mal se diseminó rápidamente y motivó la formación de una comisión binacional con los Estados Unidos para la erradicación de la enfermedad y el sacrificio, mediante el llamado rifle sanitario de alrededor de un millón de cabezas, de una cabaña que se estimaba en 14 millones. A este último propósito, sería interesante saber en qué medida afecto a la ganadería de lidia la aplicación de esa medida.

El 5 de febrero de 1947 se presentó en la plaza San Marcos Manolete. Alternó con Manuel Jiménez Chicuelín y Luis Procuna. El encierro que se anunció en los carteles para esa corrida fue de Pastejé, pero por venir de la zona del país que se consideraba afectada por la aftosa, no se pudo trasladar a nuestra ciudad, razón por la cual se le sustituyó con una de Peñuelas, ganadería situada en las afueras de Aguascalientes, que en una división que practicaron las autoridades, se encontraba en una zona de contención del mal.

Llegado el mes de abril se preparó la celebración de la verbena anual. Se organizaron las peleas de gallos, se instaló el casino y se prepararon las exposiciones y distintos eventos de tipo social que ocurrían durante las dos semanas que en ese entonces duraban las festividades, pero se anunció que debido a la fiebre aftosa, no se ofrecerían corridas de toros.

En el número 231 del semanario La Lidia de México, aparecido el 9 de mayo de 1947, don Luis de la Torre El – Hombre – Que – No – Cree – En – Nada, hacía entre otras, las siguientes reflexiones:
Tradicional, sin punto de comparación, ha sido en la ciudad de Aguascalientes la Feria de San Marcos o Fiestas de Primavera, con sus vendimias y apetitosos platillos regionales, sus incomparables paseos matutinos y vespertinos reuniones de sabor netamente provinciano; sus peleas de gallos, partidas y ruletas, centros de reunión ampliamente animados con el contingente de enorme cantidad de visitantes de todos los rincones de la República. Pero a todos estos atractivos, como acontece en los lugares en los que ha tenido asiento la fiesta, les eran indispensables las corridas de toros, para las que siempre se tuvo cuidado especial en la confección de los carteles, con ganaderías escogidas y lidiadores postineros... 
Pues bien, en este año de gracia de 1947, tomándose infantil pretexto la decantada fiebre aftosa, las autoridades, haciéndose cómplices en el decaimiento del espectáculo, tuvieron a bien no autorizar las corridas de toros durante la feria que acaba de celebrarse. En cambio, no tuvieron empacho en dejar libertad absoluta a las peleas de gallos, partida de ruleta, con beneplácito de viciosos y tahúres, no obstante la prohibición legal existente para tales manejos... 
No ignoran tampoco la afición aguascalentense ni los numerosos asistentes a la feria, las exigencias monetarias de elevadísimo monto puestas en juego para la concesión de la licencia, así como tampoco lo improcedente de tal determinación, contándose, como se cuenta, en las cercanías de la población del pequeñísimo Estado, con ganaderías bravas de una de las cuales, recientísimamente se trajeron toros para ser lidiados en la Plaza México, sin la más insignificante traba, sin tomar en cuenta los peligros de la fiebre aftosa. Sábese además, que en los propios corrales de la plaza descansaba plácidamente un encierro completo, no habiéndose permitido su lidia ni siquiera para seguir la tradición en la fecha central de tan renombradas fiestas primaverales...
Como lo expone don Luis, en el 47, hubo feria pero no hubo toros. Y más gravedad adquiere la afirmación cuando se desprende de ella que para ofrecer al menos un festejo, un encierro estaba confinado en los corrales de la plaza. Entonces, en esos días, simplemente no hubo voluntad de ofrecer a la afición el espectáculo, pero al final el resultado es el mismo, la feria se quedó sin toros.

2009: El año de la influenza

Para el ciclo sanmarqueño de 2009 se anunciaron once festejos. Nueve corridas de toros y dos novilladas. José Tomás era quizás el atractivo del programa aunque venía a una sola tarde y El Juli, Sebastián Castella y Antonio Barrera llevaban el peso por los toreros ultramarinos a dos fechas cada uno. Por los nacionales, Zotoluco, Ignacio Garibay, Rafael Ortega y Joselito Adame eran los que hacían doblete.

Los primeros tres festejos se dieron sin mayores incidencias. Así, el domingo 19 de abril, en la primera novillada, actuaron Fernando Labastida, Jorge Adame y Fernando Alzate con novillos de Malpaso; el viernes 24 de abril se dio la primera corrida de toros con Rafael Ortega, Antonio Barrera, Juan Antonio Adame y Fabián Barba con toros de Medina Ibarra y el sábado 25 de abril, día de San Marcos, actuaron Zotoluco, José Tomás y Arturo Macías, con un encierro de Teófilo Gómez

Para el domingo 26 de abril estaba programada la tercera corrida de la feria. Formaban el cartel el rejoneador Rodrigo Santos y los toreros de a pie Ignacio Garibay, Antonio Barrera y Víctor Mora, quienes enfrentarían un toro de El Vergel para rejones y seis de Carranco para la lidia ordinaria.

Todo estaba dispuesto para que el festejo se llevara a cabo, se celebró el sorteo; a la hora indicada los toreros llegaron a la plaza y a las seis de la tarde, del palco de la autoridad se ordenó el inicio del festejo, se abrieron las puertas y los charros que hacen de alguaciles hicieron el despeje y de pronto… regresaron al patio de cuadrillas, las puertas se cerraron y la concurrencia cayó en la perplejidad.

En el palco del Gobernador del Estado se verificaba al tiempo una airada conversación telefónica. Al otro extremo de la línea se encontraba el Secretario de Salud ordenando la inmediata suspensión de la feria y de todos los eventos y espectáculos que le eran consustanciales. Se imponían desde el Gobierno Federal medidas de distanciamiento social para evitar la propagación de lo que inicialmente se llamó influenza porcina y que después se conoció por su nombre técnico de influenza tipo AH1N1 entre la población.

Entonces, se anunció por el sonido local que la corrida, que estuvo a punto de iniciar quedaba suspendida y de paso se informó a los asistentes que todas las actividades feriales igualmente quedaban concluidas desde ese momento por disposición gubernativa.

Así pues, en 2009 quizás no nos quedamos absolutamente sin feria y absolutamente sin toros, pero fue un año en el que las cosas terminaron abruptamente “por motivos de salud”.

2020: El año del coronavirus

Para este calendario que corre apenas se iba a anunciar la feria. Primero se pospuso el anuncio del programa general de la misma y hace apenas un par de días el Gobernador del Estado tomó la decisión de posponer los festejos para el próximo verano, cuando se estima que la pandemia declarada por la Organización Mundial de la Salud estará superada.

En esta oportunidad ni siquiera se habían anunciado los carteles que compondrían el serial sanmarqueño. De hecho, tampoco se habían iniciado en los medios locales aún las cábalas o especulaciones de quienes serían los toreros, sobre todo los extranjeros que participarían en esos festejos.

Habrá que esperar. Se espera que para finales de junio o principios de julio se pueda ofrecer a la afición y a los feriantes una verbena que sea al menos un sucedáneo de la de San Marcos. Nadie puede predecir, primero, cuál será el resultado de la situación sanitaria que vive el planeta y después, si fuera de las fechas primaverales, esa feria tendrá el mismo impacto en lo económico, en lo artístico y en lo taurino.

Lo que sí es cierto, es que en menos de un siglo, es la tercera vez que nos quedamos sin toros aquí en abril y eso sin duda, para nosotros, es un hecho histórico.

domingo, 15 de marzo de 2020

3 de marzo de 1974: El encuentro de Borrachón de San Mateo y Manolo Martínez

Manolo Martínez al natural
Las cornadas de los toreros

Ya en algunas entradas anteriores había comentado lo que es conocido como la sentencia de Frascuelo, la expresión aquella que indica que los toros dan cornadas porque no pueden dar otra cosa. ¿Pero es esto nada más así? ¿Son las cornadas meramente azar?

Para conformar esta participación busqué corroboración de la idea que se propaga en el sentido de que las cornadas son resultado de errores de los toreros. Resulta complicado encontrar en blanco y negro el reconocimiento de tal afirmación. Sin embargo, esta se hace y por allí algo queda. Hace unos once años, el 26 de julio de 2009, con motivo de haber cumplido setenta años, se publicó en el Diario Vasco una entrevista a Santiago Martín El Viti y a este propósito dijo lo siguiente:
...todas las cornadas o las cogidas son por un error del torero. Es cierto que el toro avisa casi siempre pero incluso cuando no lo hace te coge por algo que tú no has hecho bien. Y de los errores se aprende. Como en todos los aspectos de la vida...
Por otro lado, don Javier Villán, en su obra Tauromaquias. Lenguaje, liturgias y toreros, bajo la voz Error, define entre otras cuestiones, lo siguiente:
Error. Las cornadas acaecen casi siempre por un error de los toreros. Es dogma universalmente aceptado que el toro avisa pero nunca se equivoca...
Seguramente habrá más opiniones y comentarios al respecto, pero los que cito creo que ilustran suficientemente la situación. Entonces, aunque queda un breve espacio para el azar o para la influencia de los elementos, sin duda las cornadas pueden atribuirse en gran medida debidas a errores de los toreros.

Plaza México, temporada 1973 – 74 

Este ciclo, organizado por DEMSA y segundo que encabezaba como gerente el ganadero Javier Garfias, constó de 16 corridas y una extraordinaria. El elenco de toreros lo conformaron, por orden de aparición Alfredo Leal, Eloy Cavazos, Antonio Lomelín, Curro Rivera, Mariano Ramos, Francisco Ruiz Miguel, Raúl Contreras Finito, Adrián Romero, Raúl Ponce de León, José Mari Manzanares, Jesús Solórzano, Pepe Cáceres, Manolo Espinosa Armillita, Mario Sevilla y Jaime Rangel. Actuaron también los rejoneadores Pedro Louceiro y Gastón Santos. Confirmaron su alternativa El Niño de la Capea y Curro Leal (1ª) y Jorge Blando (12ª) y se despidió de la profesión Luis Procuna (14ª).

Los grandes hechos de esa temporada fueron sin duda la faena de Mariano Ramos a Abarrotero de José Julián Llaguno que fue indultado en la 5ª del serial; la de Jesús Solórzano a Fedayín de Torrecilla en la 6ª; la del Niño de la Capea a Alegrías de Reyes Huerta en la 7ª, malograda con la espada; la de Luis Procuna, a Caporal con la que cortó el último rabo de su carrera y la de Jesús Solórzano a Billetero, ambos toros del Ing. Mariano Ramírez, estas dos en la 14ª.

Los efectos del número 13

El domingo 3 de marzo de 1974 se celebraba la 13ª corrida de la temporada. Alternaban Manolo Martínez, José Mari Manzanares y Mariano Ramos. El encierro anunciado era de San Mateo. La tarde y la temporada se presentaban cuesta arriba para el torero de Monterrey. Era su sexta presentación del ciclo y hasta el momento no había tenido una tarde en la que se pudiera decir que había justificado su posición de eje del mismo.

En el renglón de resultados, no había cortado un solo apéndice y sí al contrario, llevaba dos toros devueltos al corral, Campanero de Mimiahuápam en la segunda – esta tarde también el Niño de la Capea se dejó uno vivo – y Huapanguero de Reyes Huerta en la séptima. 

En esta última tarde ocurrió un hecho que vale para la anécdota, pues el juez de plaza, mi paisano don Jesús Dávila, le sonó a Manolo el primer aviso cuando intentaba meter al toro en la muleta. El torero, furioso, arrojó los trastos a la arena y se metió al burladero de matadores a esperar que le sonaran los otros dos avisos. Cuando sonó el tercero, salió, tomó su muleta y comenzó a torear por naturales, salieron los cabestros, uno de ellos arrolló al subalterno Chucho Morales, mientras, Manolo Martínez le metió la espada a Huapanguero que cayó muerto y después los cabestros también arrollaron al diestro. La gente pedía los trofeos para el torero. Gran bronca al juez, vueltas al ruedo al torero. Al final, multa al torero y hecho inusitado para la historia de la plaza.

Pero volviendo al tema, la decimotercera corrida de la temporada 73 – 74 era de fuerte compromiso para Manolo Martínez. Los toros de San Mateo, con edad, resultaron complicados. El cuarto de la tarde, llamado Borrachón, número 13, era el segundo del lote del llamado Milagro de Monterrey. Y era un toro con cierta historia. Gustavo Castro Santanero, caporal – mayoral – entonces de la ganadería relata lo siguiente:
Manolo Martínez, de novillero, le cortó el rabo a un novillo de nombre “Toledano”, número 50, al que me había dicho don Javier Garfias que le pusiera nombre. Cuando me preguntó por qué lo había bautizado así, le dije: “porque va a salir con mucho temple, igualito que las espadas de Toledo”. No recuerdo si era la segunda o la primera novillada que Manolo toreaba en Guadalajara. Estuvo sensacional; desde entonces apuntaba el cante. 
Ya de matador, a Manolo le salió el toro número 13 en la Plaza México, aquél famoso “Borrachón” que puso en peligro su vida por la cornada tan grave que le pegó en la corrida del 3 de marzo de 1974. A este toro, en el embarque, me le escapé gracias a que andaba muy bien “montao” en mi caballo “El Charrasqueao”; me hizo dos veces el viaje en un terreno muy corto, y en una corraleta me le salí. Eso fue nomás gracias a que andaba bien montado... (Gustavo Castro Cuna “El Santanero” Capítulo 7, Págs. 77 – 78)
El peso de la responsabilidad hizo a Manolo Martínez intentar hacerle fiestas al toro número 13. De las relaciones que pude leer, quizás pensó que podría someterlo como a Jarocho, de la misma ganadería, un par de años antes. Esto escribió Daniel Medina de la Serna sobre lo sucedido esa tarde:
Sin mencionar en ningún momento que se trataba de una corrida vieja, pasada de edad; lo que también puede corroborarse con las fotografías que publicaron los diarios, porque se ha venido creando la leyenda de que algunos de esos toros, especialmente el primero y “Borrachón”, tenían nueve años de edad y que hasta habían estado padreando en la ganadería. El causante del desaguisado era un toro resabiado, sí, de indudable peligro, al que Manolo Martínez, a pesar de haber sido avisado antes, trató de pasárselo por la faja hasta que sobrevino el percance; y es que las figuras, si lo son, tienen que pisar esos terrenos comprometidos cuando su jerarquía puede estar en entredicho, y la temporada, para el de la Sultana del Norte, se había venido dando en forma bastante adversa y necesitaba el triunfo… o la cornada…
La crónica de la agencia Excélsior, aparecida en el diario El Informador de Guadalajara al día siguiente del festejo, señala como mecánica del percance la siguiente:
El percance se registró en el tercio, cerca del burladero de matadores, cuando Manolo intentaba dar un pase natural a “Borrachón”, toro negro astifino, marcado con el número 13 y con 444 kilos. 
El burel, que había manifestado casta, se quedó y se venció; prendió a Manolo con el pitón izquierdo y derrotó. Todavía en el suelo el torero, el burel hizo por él y lo levantó impresionantemente por la casaquilla…
El parte facultativo presentado por el doctor Javier Campos Licastro, en esa fecha Jefe de los Servicios Médicos de la Plaza México fue del siguiente tenor:
Estado de shock traumático intenso. Herida de cuerno de toro como de 8 centímetros de extensión situada el tercio medio de la cara interna del muslo izquierdo. Hemorragia profusa. Se apreciaron dos trayectorias, la primera hacia arriba y afuera casi hacia el trocánter mayor, como de 36 centímetros de longitud. La segunda hacia fuera y abajo como de 24 centímetros de longitud. Están lesionados ampliamente los músculos vasto interno, vasto externo y recto anterior, con sección de la arteria y la vena femoral profunda. Pronóstico grave. Tardará en sanar más de quince días.
Sección de la arteria y la vena femoral profunda... En otros tiempos esa leyenda era una sentencia de muerte para un torero. El avance de la cirugía y quizás también, el destino, permitieron que Manolo Martínez superara esa gravísima lesión – aunque el parte facultativo use solamente el término grave – y continuara su carrera en los ruedos.

El día después

Entrevistado por periodistas de la agencia Excélsior en su habitación de hospital, el torero de Monterrey expresó lo siguiente al día siguiente del percance:
La temporada presente ha estado llena de percances para Manolo, 2 toros que oficialmente se fueron vivos al coral, aunque uno murió en el ruedo por su espada. La competencia de nuevas figuras, las broncas, los pleitos y en veces el arte de una capa que silenciosa recorre el espacio entre él y la res que bufa y estalla de nervios...
- “¿Contribuyó esto a la cornada?”
- “No creo. Lo que pasa es que el público cada vez me exige más. Competencia no creo, yo no tengo competencia, nadie...”
- “¿Pérdidas económicas?”
- “Pues en las plazas pequeñas – dice José Chafic – un promedio de 60,000 pesos por corrida. Lo que no toree en la México equivale a 250,000 por cada domingo”.
Pero lo que me duele es no poder torear las corridas que ya tenía firmadas...
Y ya tiempo después, con espacio para la reflexión, Manolo Martínez le contó esto a Ignacio Solares y Jaime Rojas Palacios:
¿Puede ser el mismo un hombre después de una experiencia así?
- Dicen que influyó determinantemente la impresión nerviosa que tuve al saberme herido de tanta gravedad… La verdad es que desde el principio, desde que entró el cuerno de Borrachón en mi carne, yo sentí que me moría, que la vida se me iba por la herida. Nunca me había sucedido, pero también es cierto que nunca había sufrido una cornada tan grave.
- ¿Te hizo más temeroso la cornada de Borrachón?
- Al contrario. Después de haberme salvado de esa cornada todo lo que viniera era ganancia. Nunca aprecia uno tanto la vida como cuando acaba de ver el rostro de la muerte. (Las Cornadas, Pág. 251)
La realidad es que en el imaginario colectivo, la cornada de Borrachón se percibe como un parteaguas en la historia taurina de Manolo Martínez. Recurro nuevamente a la apreciación de mi amigo Gastón Ramírez Cuevas, quien señala que el Manolo Martínez anterior al percance era el de blanco y negro y el posterior era en technicolor. El eterno contraste del antes y el después.

Sea como fuere, errores de los toreros, mero azar o simplemente, como decía El Negro, retribución de los toros porque no pueden hacerlo de otro modo, la historia de los toreros también se puede escribir a partir de las cornadas que reciben.

Manolo Martínez reapareció en Morelia el 31 de marzo de ese 1974. Alternó con Eloy Cavazos y Curro Rivera en la lidia de toros de Javier Garfias. Cortó tres orejas y un rabo. Yo le vi reaparecer aquí la noche del 23 de abril de ese año, flanqueado por mi padre y don Toño Ramírez González. Para lidiar toros de Gustavo Álvarez se acarteló con Eloy Cavazos y Mariano Ramos. Vestía un terno negro y oro y en el tendido corría la especie de que era el mismo que vestía la tarde del 3 de marzo anterior...

Y fuera de tema. En estos tiempos difíciles, cuiden su salud y la de quienes los rodean.

domingo, 8 de marzo de 2020

José Tomás: ¡así no!

Simón Casas escribió hace siete años
José Tomás se deja ver con cuentagotas, no accede a ninguna entrevista, rechaza las actuaciones televisivas e impone sus elecciones: fechas de compromisos, ganaderías que lidiará, matadores que le acompañarán e incluso la ilustración de los carteles destinados a anunciar sus escasas corridas... Cada veinte años surge un torero llamado «de época», es decir, cuyo estilo expresa efectivamente la época a la que pertenece... A comienzos de la década de 2000, aparece José Tomás... Cuando torea, José Tomás suspende el tiempo, la vida y la muerte se funden en una unidad con la incertidumbre de la gracia. José Tomás nos transporta más allá de la angustia que la muerte impone... (La Tarde Perfecta de José Tomás, 2013, Págs. 25 – 27)
Ilustra el empresario francés – aunque le guste que le llamen productor – en esas breves palabras, el profundo significado que tiene el torero de Galapagar para la fiesta de hoy en día. No es un torero de cantidad, sino de calidad. Es un torero que cuida personalmente de los detalles, hasta del más mínimo y sin duda, ha marcado a la afición de su tiempo y seguramente a los que venimos de otro también. Y es que toreros de ese calibre no surgen, como dice Casas, cada dos décadas, yo más bien creo que surgen una sola vez en la vida.

Lo que sí tiene veinte años de distancia, es el hecho de que José Tomás comenzara a dosificar su presencia en los ruedos. Y viene de aquella rueda de prensa celebrada en marzo del año 2000 en el Hotel Victoria para establecer su postura respecto de la cuestión de los festejos televisados. Allí, entre otras cosas, por voz de Enrique Martín Arranz en aquella ocasión, dejó ver que la presencia de un torero debe dosificarse para potenciar su interés en la afición. Y lo llevó a cabo.

Después vino lo de Navegante, un tabaco que a cualquiera otro lo hubiera quitado de torero. La historia de la fiesta tiene en sus páginas muchos nombres que por percances similares han decidido poner punto final a carreras más o menos destacadas, pensando en mantener su integridad y considerando también que el día de decir adiós fue precisamente ese. En el caso de José Tomás no ha sido así, ha decidido continuar, con medida, pero seguir andando el camino.

En esa tesitura el pasado viernes se anunció que el presente año reaparecería en el anfiteatro de Nimes el día 31 de mayo, para actuar junto al rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza y que después lo haría en el mismo escenario el 20 de septiembre también con una rejoneadora, en este caso Lea Vicens. Ambos festejos serán matinales. Unas horas más tarde, se informó también que se tenía pactada también una presentación en la Feria del Corpus de Granada, pero sin precisar fecha o composición del cartel.

Los comentarios no tardaron en surgir. En primer término fueron encomiásticos por la esperada presencia en los ruedos del llamado Príncipe de Galapagar, pero enseguida en muchos corrillos se empezó a soltar la expresión: así no. Debo confesar que yo soy uno de los que la emitieron y entre las respuestas que recibí está aquella que dice que José Tomás no tiene nada que demostrar y que por ello, puede acartelarse con quien le convenga.

Efectivamente, José Tomás no tiene nada que demostrar. Ya recorrió el camino y es una figura del toreo. Conquistó el sitio delante de los toros y derramando más sangre que otros que ostentan la misma categoría. En ese orden de ideas, efectivamente puede hacer lo que quiera, pero en el fondo, el sitio de figura del toreo conlleva también una responsabilidad hacia la afición que es la que lo otorga y ante ella hay que salir a defenderlo. También se conquista entre pares y la defensa del sitio es ante ellos.

De allí mi expresión así no. De serme posible, de cualquier manera iría a verle torear, pero con cierto sabor de desencanto, no le vería defender su sitio, le vería únicamente crear arte – si las circunstancias son propicias – pero sin el acicate que representa la competencia en el ruedo.

Dice mi amigo Gastón Ramírez Cuevas: beggars can´t be choosers, que traducido al cristiano quiere decir algo así como que los pedigüeños no tenemos derecho a escoger. Siguiendo la lógica de mi abuela Eulalia, esos refranes son evangelios chiquitos, verdades verdaderas y entonces, no hay de otra, pero yo me mantengo en mis trece: ¡así no! Pero mi admiración y respeto por José Tomás seguirán siendo los mismos.

Como podrán ver, hoy he expresado en esta bitácora mi opinión, esa que casi siempre me guardo. Ya volveré la próxima semana con algún tema de los acostumbrados por aquí.

domingo, 1 de marzo de 2020

En el centenario de Carlos Arruza (III)

1º de marzo de 1953. Carlos Arruza se viste de luces por última vez

¿Por qué vuelven los toreros?

Carlos Arruza, 22/02/1953
Foto: El Ruedo
Las despedidas definitivas de los toreros son infrecuentes. Tanto así que el tema de su vuelta a los ruedos inspiró a Conchita Cintrón a escribir un libro sobre las motivaciones que los hacen volver a los ruedos. Curioso es que de todos aquellos con los que conversó sobre el tema, ninguno dio a la Diosa Rubia una razón igual a la de otro. Cada uno tenía un por qué distinto para volver después de haber dicho que se iba.

Carlos Arruza no sería la excepción. En 1948 anunció que se iba de los ruedos. Tenía apenas ocho años de haber recibido la alternativa y unos cuatro de haberse encaramado a la cumbre. Fueron unos años muy intensos. El torero lo contó así a su biógrafo Barnaby Conrad
Comencé a pensar en retirarme, pues creí que ya no tenía metas por alcanzar en mi vida profesional. Todo lo que había soñado ya lo había conseguido. Con el dinero ganado en México, adquirí un edificio en la calle de Balderas, cerca del lugar en el que nací; después otro en Juan de la Barrera, eso junto con la ganadería en España, me aseguraba el futuro, así que un día apenas iniciado 1948, decidí que me iba a retirar de los toros… Iba a disfrutar de lo que había conseguido…
En esa creencia, la corrida de la despedida se programó para el 22 de febrero de ese 1948. Se celebraría en el casi nuevo Toreo de Cuatro Caminos y alternarían con él Calesero y Antonio Velázquez en la lidia de un encierro de La Punta. Fue una tarde en la que el viento intentó oponerse a los esfuerzos de los toreros. El primero de la tarde, Carabuco, hirió a Calesero en banderillas, y por eso no mató ninguno. En forzado mano a mano, Arruza cortó la oreja al segundo, Portuguero y al quinto, Puntillero. Por su parte, Velázquez mató tercero, cuarto y sexto. Al cuarto, Recóndito, le hizo una gran faena, pero lo pinchó. Sobre ese adiós de Arruza, El Tío Carlos, en su tribuna de El Universal, escribió:
…Hace seis meses apenas – ¡y ya parece tanto tiempo! – despedíamos a uno de los dos cuando lo llevaban en hombros por el camino de Linares a Córdoba. Hoy hemos despedido al otro, en el centro de un ruedo aún estremecido de triunfos… Pero bien ha hecho Carlos Arruza en marcharse. Ha hecho bien porque ya el arte moderno del toreo no necesita más sangre; la de su primer fundador es dolorosamente suficiente para probar la autenticidad y la verdad de este modo que ellos implantaron. Ahora él, Arruza, será – y volvemos al principio de estas líneas – el vivo testimonio de que si en esa escuela se puede morir heroicamente, también es posible vivir íntegramente. Que junto a la gloria ultraterrenal del mártir, pueden subsistir la gloria y el poder actuales y presentes del pontífice. ¡Adiós, Arruza!...
Tras incontables vueltas al ruedo, su mentor, Samuel Solís, le desprendió el añadido.

Comenzaba una nueva vida para Carlos Arruza, era ganadero en España y tenía inversiones inmobiliarias en la Ciudad de México, es decir, tenía asuntos a qué dedicarse. Sin embargo al paso de un par de años, esa actividad no le era suficiente. Cuenta Ignacio Solares:
Me contaba Jacobo Zabludovsky que a los dos años de despedirse Carlos Arruza por primera vez de los toros, en 1950, este lo invitó a comer por la necesidad imperiosa que tenía de un trabajo, no tanto por lo económico – Carlos tenía varios edificios en la ciudad, inversiones en dólares, una ganadería –, sino por tener algo que hacer. 
—Llevo las cuentas de mis negocios, leo mucho, estoy con la familia, veo amigos, pero si no tengo una verdadera responsabilidad voy a volver a torear. Me conozco. 
Jacobo habló con el presidente Miguel Alemán para contarle el caso y este lo remitió enseguida al secretario de Relaciones Exteriores, Manuel Tello. Arruza podía ser representante del país en un buen número de eventos de la Secretaría en el extranjero. 
Así sucedió. Tello le contó a Jacobo, a los pocos meses, que Carlos era un modelo de empleado, pocas veces visto por él. 
—Llega todos los días a las nueve de la mañana a su oficina, atiende enseguida todos los asuntos que se le encomiendan. Habla y lee perfectamente en inglés, que aprendió, dice, por su cuenta en la adolescencia. Su cultura es admirable. Su puro nombre abre puertas insospechadas en todo el mundo. Las cartas que manda reciben respuesta enseguida. Lo conocen hasta en China. “Oh, el torero más famoso del mundo junto con Manolete”, dicen…
De lo que escribe Ignacio Solares se advierte que para 1950 ya le afectaba a Arruza el hambre de miedo y la sed de toros negros a la que se refería Rafael Rodríguez cuando Conchita Cintrón le preguntaba por la súbita vuelta que hacía a los ruedos a torear una corrida de despedida en 1971.

Y así, poco duró Arruza como funcionario de la Secretaría de Relaciones, pues en ese 1950 regresó a los ruedos. Lo hizo en Europa y aunque las relaciones taurinas con España estaban rotas, toreó entre Portugal y Francia 24 corridas ese año. Reaparecería en la Plaza México el 18 de febrero de 1951, para lidiar toros de La Laguna en unión de Fermín Rivera y Calesero.

El adiós de la Plaza México

Llegado el año de 1953, Carlos Arruza decidió nuevamente irse de los ruedos. En esta oportunidad lo hizo con menos aparato que un lustro antes. Para hacerlo escogió una corrida benéfica, la Corrida Guadalupana. Esto es lo que contó a Barnaby Conrad:
Arreglé las cosas para una última corrida en la Ciudad de México. Para el 22 de febrero de 1953. La Corrida Guadalupana, la fecha más importante de la temporada. A diferencia de la mayoría de las corridas, esta sería de seis toros para seis matadores, así que solamente tendría una oportunidad de triunfar. Recé porque el toro que me tocara fuera bravo. 
Antes de cerrar la fecha, llamé a mi madre y a mi esposa y les pedí que prepararan las tijeras, porque cuando cayera ese toro, el número 1260 de mi vida, podrían cortarme la coleta… Ellas me verían torear por primera vez, pero por la televisión… 
Nadie sabía que me iba, sino hasta el momento del brindis, me dirigí al tendido y localicé la cabeza calva de mi amigo y gran aficionado Rico Pani. Había dicho en una ocasión que el día que le brindara un toro, ese día me iría de los ruedos y ese sería mi último toro. Cuando terminé el brindis me dijo: “Esto me causa tristeza, pero te felicito. Tristeza como aficionado, felicidad como amigo”. Esas palabras me llenaron mucho…
Puede causar extrañeza la celebración de una Corrida Guadalupana en febrero. La realidad es que era Guadalupana por el destino de los beneficios que producía, que eran en su día, las obras de preservación y consolidación de la Basílica de Guadalupe. El cartel lo formaron el rejoneador Juan Cañedo, Carlos Arruza, Manolo González, Manolo dos Santos, Jesús Córdoba, Manuel Capetillo, José María Martorell y Juan Silveti. Los toros, por su orden fueron de: Xajay (para rejones), Torrecilla, San Mateo, Heriberto Rodríguez, Tequisquiapan, Zotoluca, Zacatepec y Rancho Seco.

La versión de Daniel Medina de la Serna, en el primer tomo de la Historia de una Cincuentona Monumental sobre lo sucedido esa tarde, es la siguiente:
Carlos Arruza, que unos tres años antes se había “despedido” llenando los periódicos, antes y después de la corrida, con artículos alusivos, panegíricos, entrevistas con él y con sus familiares… Pero esta vez se despidió callada, secretamente. La fecha escogida fue el 22 de febrero (17ª), corrida Guadalupana. Con la emoción íntima de que era su penúltima tarde, pues al siguiente domingo sería la última en Ciudad Juárez y a beneficio de su cuadrilla, Carlos Arruza hizo, quizá, su mejor faena en la que se olvidó de ser “el atleta perfecto”, para realizar su más armoniosa obra; el toro se llamó “Peregrino” y fue de Torrecilla. De lila y oro dijo adiós… (143 – 144)
Por su parte, el semanario madrileño El Ruedo, en el ejemplar aparecido el 26 de febrero de 1953, refiere lo siguiente:
En la Corrida Guadalupana la nota más destacada ha sido la retirada del toreo de Carlos Arruza. Se lidiaban ocho toros de distintas procedencias para el rejoneador mejicano Cañedo y los espadas Arruza, Dos Santos, Manolo González, Jesús Córdoba, José María Martorell, Capetillo y Juan Silveti. La tarde era magnífica; el lleno, rebosante, y se inició la corrida con un desfile de charros realmente pintoresco e impresionante... Carlos Arruza se despidió de la afición de la Monumental toreando al toro «Peregrino» de Torrecilla, que resultó muy bravo. Estuvo admirable con el capote; puso pares de banderillas después de preparar al toro a cuerpo limpio, clavando en todo lo alto e hizo una faena de muleta admirable, con series de naturales y de pecho, pases con la derecha y adornos; pese a que entró a herir tres veces, le concedieron las dos orejas del toro y dio varias vueltas al ruedo entre la emoción del público, que le pedía que no se fuese, mientras éste se quitaba la coleta añadida en el centro del ruedo. Esperemos por bien de la fiesta, que esta retirada, como la primera del mismo Arruza, sea momentánea... La última corrida de la vida torera de Arruza se celebrará el día 1, en Ciudad Juárez, y el diestro la torea a beneficio de su cuadrilla.
La tarde de Ciudad Juárez

Hoy en día sorprenderá a más de uno que un torero que se despidió triunfalmente en olor de multitudes en la Plaza México vaya después a una plaza de provincia a torear una corrida a beneficio de su cuadrilla. Eso hacían los toreros de antaño y no solo cuando dejaban los ruedos, sino en ocasiones al final de cada temporada.

Hemos de tener en cuenta también, que cuando menos dos de los que formaban filas con Carlos Arruza, Alfonso Tarzán Alvírez y Javier Cerrillo estaban junto a él casi desde los días en que iba a aprender el toreo en Tacuba con Samuel Solís, entonces, más que su cuadrilla, eran su familia. Por eso, al menos a mí, me resulta más que comprensible el que les toreara una última corrida a su beneficio.

El cartel de ese 1º de marzo de 1953 lo formaron cuatro toros de La Punta para Arruza y Juan Silveti. Fue el último triunfo de Carlos vistiendo de seda y alamares. La relación del festejo aparecida en el semanario El Ruedo del 5 de marzo de 1953, es de la siguiente guisa:
En Ciudad Juárez y a plaza atestada, se celebró la corrida de toros con la que se despidió de la afición el diestro Carlos Arruza, quien, como ya decíamos, cedió sus honorarios a sus banderilleros y picadores. Arruza estuvo muy bien en todos los tercios, pero en el toro que abrió plaza la faena tuvo mayor relieve, pues todos los pases fueron perfectos. Al matar pinchó varias veces, por lo que perdió la oreja de su enemigo. Sin embargo, dio dos vueltas entre aclamaciones. En su segundo toro Arruza fue ovacionado durante la faena, a la que puso final con una gran estocada. Cortó las dos orejas y el rabo y dio varias vueltas al ruedo. Fue galardonado por la afición con el trofeo de Ciudad Juárez. Juan Silveti, tan torero como artista, cortó una oreja a su primero y las dos del segundo, siendo aclamado repetidamente. Ambos espadas salieron de la plaza a hombros de los entusiastas.
¿El final del camino?

Parecería que Carlos Arruza ya se había ido definitivamente de los ruedos. Era en ese momento ganadero en México y en España. Seguía manteniendo importantes negocios inmobiliarios. El gusanillo por torear lo podía matar en el campo. Sin embargo, los giros de la existencia son difíciles de predecir. En el biopic Arruza, el narrador (minuto 5:00 aproximadamente), siguiendo el guión de Budd Boetticher, el narrador expresa:
“La tranquilidad de la vida en el campo era una bendición, pero la rutina diaria de Pastejé se volvió aburrida y el fastidio era una nueva y misteriosa experiencia para Carlos Arruza… Entonces, una tarde, sucedió… hay un caballo suelto, un vaquero se descuidó al atarlo… una vaca que va a reunirse con la manada… una vaca embravecida embiste a cualquier cosa en movimiento… el plan de Arruza es muy simple, atraer a la vaca hacia él y llevarla hacia la manada… ahora, con el sombrero, está atrayendo a la vaca… Mari Arruza reconoce ese juego por su niñez vivida en Sevilla… se llama rejoneo…”
Carlos Arruza simplemente no podía quedarse quieto...

domingo, 23 de febrero de 2020

Antonio Lomelín y Bermejo de Xajay. Hace 45 años

Antonio Lomelín
La temporada 1974 – 75 en la Plaza México fue confeccionada por Carlos González, gerente de DEMSA por esas fechas, contando con quince matadores de toros. Entre ellos no se encontraba Manolo Martínez, sin duda el más atractivo de los mexicanos en ese momento. De los quince que contrató, seis eran confirmantes de alternativa, por su orden, Manolo Arruza, Rafael Gil Rafaelillo, Antonio José Galán, Humberto Moro hijo, Enrique Calvo El Cali y Guillermo Montero.

Con esos mimbres sin embargo, la temporada tuvo episodios para la memoria. Es la de Pedro Gutiérrez Moya Niño de la Capea con Corvas Dulces de don Javier Garfias y la de Mariano Ramos con Azucarero de Tequisquiapan, dos faenas que en un hipotético recuento de los grandes fastos de la plaza de toros de más capacidad del mundo, probablemente tengan un lugar preponderante. Así pues, se salvó con honor lo que en el principio pareció algo condenado al naufragio.

Pero también la 74 – 75 sirvió para recordar que la tragedia es pariente consanguíneo de la fiesta. Y en la décima corrida de la temporada se hizo presente, sin invitación previa, como siempre lo hace.

La 10ª de la temporada 1974 – 75

La décima corrida de esa temporada se confeccionó llevando como atractivo la presentación del torero de Acapulco, Antonio Lomelín y la reaparición de dos de los confirmantes mencionados arriba, Antonio José Galán, quien había sido herido por el toro de esa confirmación, al que no pudo matar y fue objeto de discusiones en el sentido de que si la mera cesión de trastos era suficiente para tenerle por confirmado o necesitaba matar al toro para completar la ceremonia y Rafaelillo como tercer espada para dar cuenta de un encierro queretano de Xajay.

El primero de la tarde fue Bermejo, correspondió a Antonio Lomelín. Lo que ocurrió en su lidia prácticamente no trascendió a las crónicas, sino hasta el tercio de banderillas. Una de agencia aparecida en El Siglo de Torreón del día siguiente del festejo, describe lo siguiente:
México (Excélsior). – El diestro Antonio Lomelín sufrió ayer una tremenda cornada en el vientre, durante la lidia del primer toro de ayer en la Plaza México. 
El burel de la ganadería de Xajay, de nombre “Bermejo”, con 484 kilos de pesos prendió a Lomelín, cuando intentaba realizar la suerte con las banderillas al quiebro, el toro se arrancó, cerca del matador se frenó, esto desconcertó un poco al diestro. El toro arrancó nuevamente y prendió en el vientre al torero. 
Un grito de angustia se dejó escuchar en los tendidos cuando los espectadores vieron al diestro con el vientre abierto. De inmediato fue conducido a la enfermería, carios médicos que estaban en las tribunas saltaron al callejón y fueron a ayudar en la operación en la enfermería. Luego de una intervención de 2:20 horas, los médicos informaron que el estado del matador es grave…
Mi recuerdo personal se reduce a lo escuchado por la radio en casa de mi abuela y a las imágenes vistas en el noticiero de la televisión de la noche posterior a la corrida. Ignacio Solares y Jaime Rojas Palacios, en su libro Las Cornadas (1981) describen así el hecho:
...Lomelín había puesto dos pares que le fueron muy aplaudidos. Para el tercero se colocó en los medios de la plaza dando la espalda a la puerta de toriles. El toro se arrancó de largo; hizo Antonio el quiebro, pero perdió unos instantes. Bermejo le metió el pitón en el estómago y cuando el torero cayó al suelo, el público vio con espanto cómo tenía los intestinos de fuera. Rodó por el piso y se levantó con el dolor reflejado en el rostro. La cornada ha sido una de las que más han conmocionado al público capitalino... (241 – 242)
Sin duda, fue una herida gravísima y de gran impacto visual. El parte facultativo rendido por el doctor Javier Campos Licastro, en esos días Jefe de los Servicios Médicos de la Plaza México, es del tenor siguiente:
Es una herida en el mesogastrio penetrante de abdomen, con cuatro heridas en el intestino delgado y cuatro en el mesenterio intestinal. Hemoperitoneo – colección de sangre – de 400 centímetros cúbicos, fue necesario resecar el epiplón mayor y reconstruir la pared abdominal por medio de zetaplastía. La vida del torero estuvo en peligro, cuando al llegar a la enfermería, sufría un shock traumático, luego reaccionó.
La historia nos cuenta que con el tratamiento adecuado sacaron adelante a Antonio Lomelín, quien en el proceso de la preparación del libro de Solares y Rojas Palacios, les contó lo siguiente:
Ha sido mi cogida más impresionante. Sentí el frío de la muerte. Al llegar a la enfermería, cuando me quitaron la taleguilla, brotó todo el paquete intestinal y me espanté. Creí que me moría. Experimenté cómo se me iba la vida, poco a poco. Me desesperaba de la impotencia de no poder hacer nada por impedir mi fin... Entré en shock... Afortunadamente, tuve una atención médica increíble y no he tenido consecuencias. Se pensaba que podía venir la peritonitis, pero no pasó nada, gracias a Dios...(242)
Pero Antonio Lomelín no fue el único herido ese día. Rafaelillo también se fue al hule. El que hubiera sido el segundo toro del lote de Antonio, hirió al Gitano de Tijuana. La crónica de la United Press International, aparecida en el diario El Informador de Guadalajara el día después de la corrida, describe lo siguiente:
En su segundo fue cogido con el capote, ingresando a la enfermería con traumatismo en la pierna derecha y posible fractura en la clavícula del mismo lado… Rafaelillo, al ser auscultado por los médicos de la plaza y después de habérsele tomado varias placas radiográficas, solamente mostró contusión de segundo grado y hematoma en la región posterior del hombro derecho, así como contusiones y escoriaciones en la rodilla izquierda y cadera del mismo lado, amén de otras escoriaciones en diversas partes del cuerpo…
Así pues, Antonio José Galán terminó matando 5 toros, los dos de su lote (2º y 5º), el primero que hirió a Lomelín, el cuarto que hirió a Rafaelillo y el sexto que correspondía a éste último ya en la enfermería. Los toros por su orden se llamaron Bermejo, Bate II, Buena Suerte, Consentido, Palomo Rojo y Lajeño.

El resto del festejo

La última crónica citada señala lo siguiente:
…El español Antonio José Galán tuvo que matar cinco toros. El primero de Lomelín y en el primero de su lote cumplió. En su segundo recibió aplausos. En el tercero, pitos. En el cuarto fue ovacionado con el capote, faena por naturales y derechazos, aunque con prisas, rematados por el de pecho y el de la firma. Media estocada. Una oreja y vuelta con el ganadero. En el último salió del paso. Rafaelillo, que fue ovacionado con el capote, llevó a cabo una magnífica faena de muleta y, entre ovaciones, media estocada. Una oreja…
La reaparición

En la vigilia hospitalaria, Raúl Acha Rovira, en esas calendas apoderado de Antonio Lomelín, estimaba que su torero estaría listo para reaparecer en Aguascalientes, durante los festejos de la feria de San Marcos, en abril.

Efectivamente, Antonio reapareció en abril, el día 20, pero en Durango. Lo hizo matando él solo seis toros de Reyes Huerta, a los que cortó la oreja al primero y al sexto, y sí, al día siguiente estuvo en Aguascalientes para torear la primera de las tres corridas que contrató en nuestra feria con Manolo Martínez y Fermín Espinosa Armillita y toros de Suárez del Real, era la segunda corrida de ese ciclo, primero que se verificaba en la entonces nueva Plaza Monumental Aguascalientes.

La Plaza México se le resistiría un poco más, Antonio Lomelín no volvería a ella sino hasta cuatro años después de lo de Bermejo, el 11 de febrero de 1979, para alternar en la lidia de toros de Las Huertas con El Niño de la Capea y Manolo Arruza. Esa corrida la presencié en la plaza.

Lomelín y la Sentencia de Frascuelo

Antonio Lomelín fue un torero duramente castigado por los toros. La cornada de Bermejo era la décima que recibía hasta ese momento y no era la primera grave. Cuatro años antes, en Tijuana, una le había partido el hígado y le puso a las puertas de la muerte.

De las primeras cosas que recogió la prensa sobre su recuperación fueron estas:
“...La primera noche de Lomelín, después de la cornada, fue intranquila, tuvo dolores en el vientre y constantes náuseas, pocas veces pudo dirigir la palabra a sus familiares. “Ya me tocaba otra vez”, le dijo a su esposa Patricia Berúmen de Lomelín, al referir que por décima ocasión está postrado, herido, a causa de los toros...”
La reflexión que el torero hacía a su entonces esposa me recordó la que hacía Frascuelo cuando se recuperaba de la cornada del toro Peluquero de Antonio Hernández, sufrida en la corrida a beneficio de la sociedad El Gran Pensamiento el 13 de noviembre de 1887. Al condolerse los miembros de su cuadrilla de su estado, les dijo:
Los toros dan esto porque no pueden dar otra cosa. Si dieran caramelos daría gusto torear... Pa evitar verse así no hay más que dos caminos: huir o cortarse la coleta… No me había tocao en toa la temporada un toro tan bueno como éste. Le toree a placer y cuando le vi cuadrado, quise meterle el pie a favor de obra, porque yo daba la espalda a los chiqueros. Entonces, se tapó. Quise ponerle en suerte y como hoy había en Madriz una teja que tenía que caerle a alguien en la cabeza, me cayó a mí. No ha pasao más…
Esta es la fiesta de los toros. Recuerdo esto hoy, aunque el pasado domingo fuera cuando se hayan cumplido 45 años del hecho, pero a veces las efemérides se acumulan y tiene uno que ir acomodando las cosas.

Antonio Lomelín falleció en la Ciudad de México el 8 de marzo de 2004 a los 58 años de edad.

domingo, 16 de febrero de 2020

En el centenario de Carlos Arruza (II)

17 de febrero de 1920, nace Carlos Arruza en la Ciudad de México

Carlos Arruza
Imagen: Archivo Casasola
Carlos Arruza – civilmente Carlos Ruiz Camino – fue el tercer hijo del matrimonio formado por José Ruiz Arruza y María Cristina Camino Galicia. Le precedieron sus hermanos José, nacido en 1915 y Manuel venido a este mundo en 1918. Ellos dos nacieron en España. 

Nacidos en una familia de clase media, donde el padre era un reputado sastre y la madre tenía un comercio de ropa para niños, los hermanos Ruiz Camino hicieron sus primeros estudios en el Colegio Williams, ubicado en aquella época en Mixcoac, en la finca conocida como la Quinta Limantour – Mariscal y en el caso específico de Carlos y Manuel, iniciaron allí la secundaria, misma que continuarían primero en la Número Uno de las calles de Regina y después en la Nocturna número Cinco que se alojaba en el mismo edificio que la anterior.

Sin antecedentes taurinos en la familia que predispusieran que él y su hermano Manuel se decidieran a ser toreros, la asistencia a un festejo taurino les despertó la afición por la fiesta. Así lo contó el torero a Barnaby Conrad en la autobiografía que en los años cincuenta publicaron en collera titulada My Life as a Matador (1955):
Hasta que tuve trece años, era un muchacho despreocupado que afligía a sus padres. Mi madre, una capaz mujer de negocios, sentía que era tiempo de que comenzara a pensar que hacer de mi vida más allá de ir al cine o de jugar en la selección del colegio americano al que asistía… Es por esta época cuando mi padre se volvió aficionado a los toros… cuando le escuchábamos describir las hazañas de los toreros en la plaza le rogábamos que nos llevara el siguiente domingo. Finalmente, una mañana llegó mostrándonos unos boletos y nos dijo “vamos muchachos, ¡a los toros, a los toros!” 
Nunca olvidaré detalle alguno de esa tarde. Actuaban Armillita y Domingo Ortega mano a mano. No pudo haber mejor presentación para un futuro torero que apreciar al mejor maestro de España, que era Ortega y al más grande maestro de México, que era Armillita (ambos siguen en activo ahora que escribo esto y son los matadores en activo más antiguos…)
La tarde en cuestión, si Arruza tenía 13 años, debió ser o el 24 o el 31 de diciembre de 1933, fechas en las que, en domingos consecutivos actuaron mano a mano los dos Maestros. La primera, con toros de La Punta, cortando Armillita el rabo al primero y Ortega una oreja al segundo y otra al sexto y en la segunda fecha, con toros de Zacatepec, tarde en la que Armillita volvió a cortar el rabo al tercero de la tarde y el de Borox una oreja al segundo. Fueron tardes en las que se comenzó a manifestar la hostilidad del público mexicano hacia Domingo Ortega, calificando de iguales todas sus faenas.

El inicio del camino

Los hermanos Arruza, Manuel y Carlos, después de esa tarde de toros decidieron que querían ser toreros y comenzaron a averiguar la manera de introducirse en el llamado planeta de los toros. Sus constantes charlas en la sastrería de su padre sobre el tema, dieron fruto, un cliente les indicó que en el Café Tupinamba de las calles de Bolívar se reunían aficionados y taurinos y que allí podrían, quizás, obtener respuestas a las dudas que se planteaban.

En el Tupinamba alguien guió sus pasos hacia uno de esos personajes que forman parte de la historia y de la picaresca de la fiesta, José Romero Frascuelillo, que lo mismo era empresario, apoderado, profesor de toreo o torero bufo y que como principal modus vivendi tenía un despacho de alquiler de ropa de torear. Llegaron los Arruza con Frascuelillo y evidentemente les alquiló unos vestidos de torear para que se hicieran una foto con ellos y les enseñó algunos rudimentos de toreo de salón.

Pero lo que Frascuelillo enseñaba no les era suficiente. Así que siguieron frecuentando el Tupinamba y alguien más les informó que Samuel Solís impartía clases más formales en la plaza vieja de Tacuba. Se fueron al domicilio de Solís a buscar su aprobación para ingresar al grupo que se preparaba en Tacuba y lograron convencerlo. Eso motivó que después de que les invitaran a salir del Colegio Williams, sucediera lo mismo de la Secundaria Uno y tuvieran que seguir estudiando en la Nocturna Cinco.

Al obtener enseñanzas con Solís, Arruza conocería a dos personas que le acompañarían prácticamente durante toda su carrera en los ruedos. Uno era entonces un matador de toros con pocos contratos que entrenaba allí en Tacuba, Alfonso Alvírez. El otro acudía también a aprender el toreo del discípulo de Ojitos, era Javier Cerrillo.

Pronto se harían notar los hermanos Arruza, pues el 23 de julio de 1934, durante un festival del gremio de ferreteros que se celebraba en El Toreo, se tiran de espontáneos durante la lidia del cuarto eral. Impresionan a la concurrencia y también a los actuantes, por lo que les permiten estoquearlo. Le correspondería hacerlo a Manolo en esta oportunidad.

Esa improvisada actuación permitió que Samuel Solís les gestionara una más formal. Fue una especie de toro de once que se dio el 23 de agosto siguiente, durante la desencajonada de los novillos de Ajuluapan que se lidiarían el domingo 26. Allí se encerró un eral de Albarrada para cada uno de los hermanos, que impresionaron satisfactoriamente a la afición.

Así iniciaba para Carlos Arruza un camino que le llevaría a ser una de las figuras del toreo más destacadas en la historia. 

Algunos de los hitos más importantes de su trayectoria, a mi entender son estos:

Presentación como novillero en la capital de la República: Fue el 22 de marzo del 1936, en la placita de Vista Alegre. Alternó con su hermano Manuel y Ramón Estrada. El encierro fue de Heriberto Rodríguez.

Presentación en El Toreo de la Condesa: Fue el 5 de abril de 1936, alternando con su hermano Manuel y Andrés Blando en la lidia de novillos de Peñuelas. Carlos se alzó como el triunfador de la tarde al cortar la oreja al segundo novillo.

Alternativa: La recibió en El Toreo de la Condesa el 1º de diciembre de 1940. Le apadrinó Fermín Espinosa Armillita y fue testigo Paco Gorráez. El toro de la ceremonia se llamó Oncito, fue de Piedras Negras y éste le hirió al entrar a matar.

Confirmación de alternativa: La confirmó en Las Ventas de Madrid el 18 de julio de 1944, con el toro Figurón de Vicente Muriel. Su padrino fue Antonio Bienvenida y atestiguó la ceremonia Emiliano de la Casa Morenito de Talavera. También actuó el rejoneador Simao da Veiga. Fue una Corrida de la Concordia, pues con ella se celebraba el restablecimiento de las relaciones taurinas hispano – mexicanas.

Temporada 1945: Carlos Arruza es el torero mexicano que más fechas ha toreado en una temporada española. Lo hizo en la temporada de 1945, cuando sumó 108 festejos toreados. Existe la creencia de que al llegar a ese número interrumpió su campaña por respeto a Juan Belmonte, que había toreado 109 en 1919. La marca establecida por Arruza no fue superada sino hasta 1965, cuando El Cordobés toreó 111 corridas en ruedos hispanos.

A esas actuaciones habrá que sumar las cuatro que tuvo en ruedos de México y los cuatro festivales benéficos en los que se presentó. A este propósito cuenta en la autobiografía ya citada:
Poco a poco el final de la temporada se acercaba y yo toreaba todos los días. Pero un día, el 7 de octubre, no podía más. Toreaba en Valencia, mano a mano con Manolete y al mediar la corrida le dije a Andrés “cancela todo, ya no puedo torear otra corrida”. Andrés pudo apreciar que estaba quemado y dio por terminada mi temporada española ese día. Los números finales fueron así: firmé 154 corridas de las que toreé 108. Están además las 4 en las que actué en México, lo que da un total de 112, más cuatro festivales benéficos. De esos 232 toros que maté, banderilleé a 190 y les corté 219 orejas, 74 rabos y 20 patas. Tengo el orgullo de afirmar que en la mayoría de esas corridas alterné con Manolete…
Entonces, en 1945, Carlos Arruza toreó en realidad 116 festejos en ambos lados del mar, entre corridas de toros y festivales.

Solidaridad gremial: Carlos Arruza fue Presidente del Montepío de Toreros en España. En tal calidad toreó múltiples festejos a beneficio de sus pares, como las del Montepío de 1945 y 1946 en Madrid o la de la Vejez del Torero en Sevilla, también en 1946. Aquí se puede incluir la Corrida Monstruo pro – monumento a Manolete, celebrada en el coso cordobés de Los Tejares en 1951, en la que actuaron cuatro toreros mexicanos (Arruza entre ellos), cuatro hispanos y un rejoneador igualmente de esa nacionalidad. También en México hizo labor por los toreros caídos en desgracia y se recuerdan las corridas que organizó en 1960, corridas a beneficio de Carlos Vera Cañitas y de Curro Ortega, que por cornadas quedaron imposibilitados para seguir toreando. No creo necesario señalar que aparte de ser el organizador, actuó en ambos festejos.

Por esta labor, el 26 de mayo de 1957 le fue concedida por el gobierno español la Cruz de Beneficencia, una de las principales condecoraciones que se otorgan a civiles en aquel país.

Actor cinematográfico y de televisión: Carlos Arruza tuvo papeles estelares en dos películas de cine argumental, Mi Reino por un Torero (1944) donde compartió créditos con María Antonieta Pons y Sangre Torera (1950), en la que su contraparte femenina fue la Chula Prieto. También participó en The Alamo, actuada y dirigida por John Wayne. En la televisión americana participó en un par de episodios de The Chevy Show, conducido por Janet Blair y Ricardo Montalbán, en el que se presentó al torero y su ambiente familiar.

Mención especial merece lo que hoy se llamaría el biopic Arruza, escrito y dirigido por Budd Boetticher y quien comenzó a realizar tomas para el mismo desde el año de 1959 y concluyó abruptamente su obra cuando el torero falleció en un accidente automovilístico. La película se estrenó en México hasta 1973 y refleja la vida dentro y fuera del ruedo Carlos Arruza.

Ganadero de reses de lidia: Carlos Arruza fue criador de reses de lidia, y durante un lapso de tiempo tuvo ese carácter al mismo tiempo en México y España. De 1946 a 1954 mantuvo el hierro que compró a Juan Luis Fraile Valle en España, lidiando a su nombre y en México, a partir de 1953 y hasta 1961 fue titular del hierro de Pastejé. Este hito fue igualado hasta 1997 como torero, por César Rincón, que en Colombia mantiene la ganadería de Las Ventas del Espíritu Santo y en España la de El Torreón y en México por José Moro Jiménez, que en España y México tiene los hierros de La Cardenilla (España 1992, México 1997). En 2014, también don Alberto Bailleres adquiere esa condición al convertirse en España en titular del hierro de Zalduendo.

Tres corridas en un día: Después de que en 1895 Guerrita toreara 3 corridas en un día (San Fernando, Cádiz; Jerez y Sevilla), Carlos Arruza toreó, el 1º de abril de 1951, 3 corridas. Por la mañana en Morelia, por la tarde en la Plaza México y por la noche en Acapulco. En todas actuó mano a mano con Manolo dos Santos. La hazaña fue igualada hasta el 1º de enero de 1972 por Paquirri, quien actuó por la mañana en Querétaro, por la tarde en Guadalajara y por la noche en San Luis Potosí (dos ternas y un mano a mano). Eloy Cavazos en alguna forma superó esta marca el 2 de octubre de 1977 (San Luis de la Paz, Dolores Hidalgo, San Miguel de Allende y Celaya).

Las corridas del millón: Carlos Arruza ha sido el primer torero en cobrar un millón de pesetas (“un kilo”) por torear dos corridas en la Feria de la Merced de Barcelona en 1952. Esos festejos se dieron el 27 y 28 de septiembre de ese año, esta última, fecha de la alternativa de César Girón.

Arruza declaró a Fernando del Arco, para el Diario de Barcelona, en la víspera de su presentación lo siguiente acerca del millón:
- Aquí se ha dicho formalmente que por estas dos corridas de Barcelona, cobra un millón de pesetas, ¿es cierto?
- Eso me han dicho.
- ¿Eso pidió?
- Yo, para torear, nunca pido dinero, es cuestión de Gago...
Triunfador en la Plaza México: Carlos Arruza es el único torero que ha cortado rabos como torero de a pie y como rejoneador en la Plaza México. Vistiendo el traje de luces se llevó los de Holgazán de Pastejé (25/Feb./51); Maestro de Pastejé (03/Feb./52); Tanguero de Pastejé (05/Feb./52) y Bardobián de Zacatepec (16/Nov./52) en tanto que como caballero en plaza cortó el de Gavilán de Tequisquiapan (23/Ene./66).

Esta es pues, una breve relación de algunos hechos que nos permiten conocer a un gran hombre y a un gran torero, que cumple en esta fecha cien años de haber nacido y de haber iniciado una vida que ha refrendado la grandeza de la fiesta de los toros.

domingo, 9 de febrero de 2020

De Orejas y Estoques de Oro y otros trofeos disputados

Cupón y resultado de cómputo
Oreja de Oro 1922 -23
El Universal Taurino
Este día se disputa el Estoque de Oro en la Plaza México después de casi 44 años de que no se verifique en ese escenario una corrida de esa naturaleza. Muchas versiones han circulado en los distintos medios acerca de este trofeo y su antecedente inmediato, la Oreja de Oro, mismos que en su día sirvieron originalmente para premiar al triunfador de una corrida en la que actuaban los triunfadores de una temporada de corridas de toros.

La primera Oreja de Oro

La realidad de los hechos es que la primera Oreja de Oro se entregó al final de la temporada 1922 – 23, celebrada en El Toreo de la Condesa. También es prudente resaltar que ese trofeo no se disputó en una corrida de toros, sino que su otorgamiento se decidió mediante una suscripción pública que difundió El Universal Taurino, a iniciativa del poeta queretano Samuel Ruiz Cabañas El Vate y Rafael Solana Verduguillo, quien a propósito, cuenta lo siguiente:

De pronto, Ruiz Cabañas, dirigiéndose a mí – entonces era jefe de redacción de El Universal Taurino – me dijo: 
- Tengo una idea que te va a gustar. 
- ¿De qué se trata?, pregunté al Vate
- De un concurso que hará que aumente la circulación de El Universal Taurino
- Entonces habla con Regino Hernández Llergo, que es el propietario y director del periódico. 
Con cualquier pretexto dimos por terminada la reunión, y El Vate y yo salimos en busca de Llergo. Lo encontramos en la redacción de El Taurino y desde luego Ruiz Cabañas le expuso el plan.  
El Universal Taurino crearía el galardón La Oreja de Oro, que se concedería al matador que tuviera mayor número de votos. La votación se haría por medio del cupón que semanariamente publicaría el periódico; en ese cupón se asentaría el nombre del matador y la faena ejecutada por él, que ameritaba el voto…
El primer ganador de la Oreja de Oro bajo ese sistema fue Rodolfo Gaona, quien la recibió en el teatro Esperanza Iris la noche del 11 de abril de 1923, de manos del empresario Pepe del Rivero.

Las corridas de la Oreja de Oro

La disputa del trofeo en una corrida de toros se da por primera ocasión el 20 de febrero de 1927. Ante un encierro de Piedras Negras, alternan Manuel Jiménez Chicuelo, Marcial Lalanda, Pepe Ortiz y Nicanor Villalta. El triunfador del festejo resulta ser Villalta, que corta el rabo a Fogonero y es designado como ganador del trofeo por el jurado instaurado para el caso.

En el coso de La Condesa se celebran 20 corridas de la Oreja de Oro y los máximos triunfadores en esos festejos son Fermín Espinosa Armillita, quien la obtuvo en tres ocasiones (1928, 1932 y 1937) y Lorenzo Garza en tres oportunidades también (1935, 1936 y 1938).

En la Plaza México, la Oreja de Oro se disputó siete veces entre 1949 y 1965. Hechos anecdóticos a recordar hay varios, como aquél ocurrido en la de 1950, cuando la cámara de Jenaro Olivares captó a un carterista en plena labor, birlándole la billetera al abuelo de Juan Pablo Sánchez, quien cargaba en hombros al Volcán de Aguascalientes, la gran estocada recibiendo de Jorge El Ranchero Aguilar al berrendo Sol de Santo Domingo, que le valió el trofeo en disputa o la entrega de la afición hacia Paco Camino en marzo de 1964, que le valió obtener el áureo trofeo.

Pero también el desaparecido Toreo de Cuatro Caminos albergó dos corridas de la Oreja de Oro, la primera fue la que correspondió al año de 1954, se celebró el 14 de febrero y ante toros de Coaxamaluca se las vieron Fermín Rivera, Jorge Medina, Julio Aparicio, Manolo Vázquez, Guillermo Carvajal y Chicuelo II. Julio Aparicio cortó la oreja de Azucarero, el toro que el sorteo le deparó y se llevó también la metálica en la espuerta y la segunda fue la del 15 de abril de 1962, que fue cuando Joselito Huerta cortó el rabo a Superior de Mimiahuápam y ganó el trofeo en disputa.

El Estoque de Oro

El año de 1966 prácticamente se inició con una nueva asociación sindical de los toreros mexicanos. El año anterior hubo una especie de cisma en la Unión Mexicana de Matadores de Toros y Novillos y nació lo que hoy es la Asociación Nacional de Matadores de Toros, Novillos, Rejoneadores y Similares, quedando la primera como una asociación sindical con jurisdicción únicamente en el entonces Distrito Federal y la segunda en toda la República Mexicana.

El derecho a usar la denominación y el trofeo Oreja de Oro, por alguna cuestión legal correspondía a la Unión, así pues, la naciente Asociación, para seguir dando la corrida de triunfadores, que tenía un fin benéfico, pues sus utilidades engrosaban sus cuentas, principalmente para satisfacer los gastos médicos de sus agremiados, recurrieron a establecer como trofeo a disputar en el festejo el del Estoque de Oro.

Pero el de 1966 no era el primer Estoque de Oro que se disputaba, pues ya en el año de 1948, en El Toreo de Cuatro Caminos se había puesto uno en juego. Los toreros de la corrida fueron Armillita, El Soldado, Fermín Rivera, Silverio Pérez, Antonio Velázquez y Luis Procuna, quienes lidiaron un encierro de Zotoluca. Sin cortar orejas, la faena de Antonio Velázquez al quinto, Periodista, fue considerada la más completa y merecedora del premio.

Pero aquello ha sido solamente un antecedente. La Plaza México albergó entre los años de 1967 y 1978 nueve veces la corrida del Estoque de Oro, mismo que fue obtenido por Manolo Martínez tres veces (1967, 1970 y 1973), Curro Rivera otras tres (1969, 1972 y 1978), una Joselito Huerta (1971), una también Mariano Ramos (1975) y Manolo Arruza también una sola vez (1976). Cabe hacer notar aquí que en todas las corridas en las que se disputaron trofeos por los toreros, en la única en la que se ha indultado un toro, es precisamente en la del Estoque de Oro de 1978, cuando Saltillero de Campo Alegre, lidiado por Curro Rivera, recibió esa gracia.

El retorno de la Oreja de Oro

Habiendo recuperado la Asociación de Matadores el derecho a usar el trofeo y denominación de Oreja de Oro, el 28 de febrero de 1993 se volvió a disputar en la Plaza México. El cartel lo integraron la rejoneadora Karla Sánchez (fuera de concurso, al igual que su toro), Mariano Ramos, Miguel Espinosa Armillita, Jorge Gutiérrez, Eulalio López Zotoluco, Alejandro del Olivar y Teodoro Gómez ante toros de seis distintas ganaderías que estaban en concurso, disputándose también el Toro de Oro. El trofeo de los toreros fue declarado desierto y el de los ganaderos se lo llevó el toro Madroño de Tequisquiapan.

Al año siguiente – 27 de marzo – se repitió la fórmula del concurso de toreros con Mariano Ramos, El Niño de la Capea, Guillermo Capetillo, David Silveti, Jorge Gutiérrez, Manolo Mejía, Zotoluco y Arturo Manzur, con toros por su orden de Celia Barbabosa, Fernando de la Mora, De Santiago, José Julián Llaguno, La Gloria, Huichapan, Xajay y La Paz. La Oreja de Oro se la llevó Guillermo Capetillo y el Toro de Oro fue para Siempre Fiel de De Santiago.

Con posterioridad el concepto de la corrida de la Oreja de Oro fue cambiando. De ser una corrida de triunfadores, se fue transformando en una corrida de oportunidad. Salió de la Plaza México y fue llevándose a otras plazas del país, con mayor o menor fortuna, pero siempre con el interés de allegar a la organización sindical de los toreros recursos para sus agremiados.

Otros trofeos que se han disputado

En El Toreo de la Condesa en 1938 se disputó un Trofeo Presidencial que ganó Lorenzo Garza y en 1946 se disputó la Rosa Guadalupana que ganó Armillita en cerrada disputa con Pepín Martín Vázquez; en la Plaza México se disputó un Trofeo Presidencial Cigarrera de Oro que ganó Félix Briones en 1947; la Rosa Guadalupana que ganó Manolo dos Santos en 1950; Fermín Rivera en 1955, Fernando de los Reyes El Callao en 1959 y Manuel Capetillo en 1966. Y para finalizar, el 12 de diciembre de 1956, en El Toreo de Cuatro Caminos se disputó también una Rosa Guadalupana, misma que fue declarada desierta y en mayo de 1958, se disputó un Trofeo de la Cruz Roja, que ganó Juan Silveti por su faena al toro Rielero de Torrecilla.

Este es pues, un breve repaso por las corridas en las que se han disputado trofeos en las plazas de la capital mexicana.

domingo, 2 de febrero de 2020

4 de febrero de 1951: Jesús Córdoba y Luminoso de San Mateo. Alternativa de Humberto Moro

Jesús Córdoba
La temporada grande 1951 en la Plaza México inició con retraso. Comenzó hasta el final de enero porque se negociaba desde los últimos del año anterior la reanudación de las relaciones con la torería hispana, rotas desde 1947. Así, entre el ir y venir de noticias de esa continuación del intercambio, se programó para los dos primeros carteles de esa temporada, la alternativa de los triunfadores de la temporada de novilladas 1950 y en la corrida inaugural se le dio a Jorge El Ranchero Aguilar y en esta que hoy me entretiene aquí, se le daría al linarense Humberto Moro.

Un ejemplo de esas informaciones que cruzaban el Atlántico es la siguiente nota:
Valencia, febrero 4. – Refiriéndose a la inminente solución del pleito taurino hispano – mexicano, lo empresarios de la plaza de Toros de Valencia, que acaban de llegar de Madrid, afirman que si se llega al arreglo apetecido, los carteles de las corridas incluirán además de los toreros españoles, en la Feria de Julio a los mexicanos Antonio Velázquez, Jesús Córdoba, Luis Procuna, Carlos Arruza y Rafael Rodríguez. 
Tratarán de contratar además a los toreros Luis Miguel Dominguín, Aparicio, Litri, Martorell, Calerito y Manolo González, todos ellos españoles. 
La temporada valenciana comenzará con las corridas falleras en marzo. Luis Miguel Dominguín, Litri y Aparicio figuran en la primera el día 18. El 19 se enfrentarán mano a mano Aparicio y Luis Miguel Dominguín…
La segunda corrida de la temporada 1951

La segunda corrida de esa temporada 1951 fue anunciada con Manolo dos Santos, Jesús Córdoba y como ya señalaba arriba, la alternativa del torero de Linares, Nuevo León, Humberto Moro. El encierro seleccionado para la ocasión fue uno muy bien presentado de San Mateo.

El momento culminante de la tarde se dio en el quinto toro, llamado Luminoso por el ganadero y que correspondió en el sorteo al Joven Maestro. Ante este toro haría el primer asalto a la cumbre que ratificaría un mes después ante Cortijero de Zotoluca. La crónica de Paquiro en el ejemplar de La Lidia de México fechado el 9 de febrero de ese año, entre otras cosas, relata lo siguiente acerca de esa faena:
Jesús Córdoba sostuvo su cartel de primera figura de los ruedos y categoría de maestro del arte. Y para lograrlo tuvo que arriesgar la vida, salir con un puntazo en un muslo y con la taleguilla hecha trizas. Pero en las manos, orgullosamente lucía las orejas y el rabo del quinto de la tarde...  
Se portó pues, como un primate heróico... 
No le fue posible esculpir la obra la líneas suaves, serenas, plácidas, románticas. Correspondióle interpretar momentos de arte y de drama; de sol y de sangre, de calma y tempestad, de suspiros y de gritos. Porque la faena de Córdoba al quinto fue vibrante, roja, cálida... ¡de aguafuerte! 
Hubo inspiración y belleza, sí, pero también drama y tragedia. 
Los muletazos fueron surgiendo entre el alarido histérico de la multitud, que se asombraba al ver como el torero desafiaba y burlaba los puñales de su enemigo con una constancia de mártir, y con un temperamento de héroe. La hazaña – para que nada faltara – quedó rubricada con una estocada en la que el corazón fue entregado sin ninguna artimaña. Fue una estocada a lo hombre, a lo torero, llegando la mano hasta los mismos rubios después de haber metido todo el acero. Córdoba olvidóse salir del embroque, ¿para qué? Y el lógico resultado fue que saliera tropezado rodando por tierra. Una vez más había alcanzado las gestas únicas de los toreros y de los héroes. 
Fue aquello, en suma, la muestra más vibrante de lo que una figura de los ruedos debe hacer para sostener el máximo grado. 
Córdoba toreó al 5º con el corazón. Por eso, además de artista, fue un trágico avasallador. 
El ascenso prosigue 
Actuando en plan de testigo de la alternativa del día, se encargó de pasaportar en primer lugar al bicho que ocupó el tercer sitio. Este fue “Novelista”, bien armado y bien cubierto de riñones. Con la capa toreó Córdoba como lo hacen los maestros. Y con la muleta continuó en el mismo plan dándole al morlaco la lidia requerida y siempre manteniéndose limpio, desahogado y poderoso, El bicho acabó sus días un tanto soso, y fue entonces cuando surgieron las delicadezas del toreo por la cara, que Chucho hizo con todo acierto. Un pinchazo. La estocada y la ovación. Aquello había sido el prólogo. 
El quinto, el maravilloso “Luminoso”, fue saludado por Córdoba con verónicas de tres tiempos. El remate fue piramidal. El bicho acudió a los montados y tanto Córdoba como Dos Santos arrancaron ovaciones en sus respectivos quites. Moro, el ridi. 
Banderilleado por la peonería, “Luminoso” quedó a disposición de la muleta del leonés. Pases por alto; naturales citando de largo, templando a ley, estrechándose como los hombres, los remates de príncipe, la “vitamina” estrujante, una cogida quedando destrozada la taleguilla y el muslo con un puntazo. Levantóse Córdoba entre el manicomio que había forjado en los tendidos y siguió toreando ya con la diestra, ya con la zurda, burilando pases de factura indescriptible. ¡El drama y el arte habían tenido realización! 
Y tras de los últimos pases se acostó materialmente sobre el morrillo del bovino, en un volapié clásico y perfecto, saliendo rebotado de la suprema suerte. A los pocos instantes, el bravísimo y nobilísimo “Luminoso” rodó sin vida. 
Para Córdoba fueron las dos orejas y el rabo, además de incontables vueltas al anillo escuchando, una vez más, el himno de los consagrados ¡torero...! ¡torero...! 
Después de la apoteosis internóse en la enfermería...
De acuerdo con la estadística, ese es el único rabo que Jesús Córdoba cortó como matador de toros en la Plaza México, pero la cornada que se llevó, a esas alturas era la ya segunda de las siete que sufriría en el mismo escenario. Sin duda, el llamado Joven Maestro fue un torero duramente castigado por los toros en momentos especialmente inoportunos.

No obstante, esta faena es una de las que, dentro de un recuento que se hiciera de las grandes obras realizadas en el ruedo de la gran plaza, debería estar como una de las importantes.

El parte facultativo

La crónica nos refiere que se llevó un puntazo. La misma publicación a la que me he referido, transcribe el siguiente parte facultativo:
Herida por cuerno de toro en el tercio medio, cara externa del muslo izquierdo, con orificio de entrada de cuatro centímetros y trayectoria hacia adentro de doce centímetros. Interesó piel, tejido celular, aponeurosis y fibras musculares. Tiene también escoriaciones en el cuerpo de diversos grados. Se le aplicó anestesia con pentotal sódico, resección de piel, desbridación, desinfección, canalización con tubo de goma y suero antitetánico. Tardará en sanar quince días. Se traslada al Sanatorio Santa María de Guadalupe.
Como se puede leer, la herida sufrida por Jesús Córdoba fue algo más que un puntazo. Sin embargo no le restó ni afición, ni valor para seguir transitando por los ruedos.

El resto del festejo

Humberto Moro recibió la alternativa de manos de Manolo dos Santos con el toro Muchachito y fue herido por el sexto del festejo. A su vez, el padrino de la ceremonia cortó la oreja al cuarto, Jardinero, entre división de pareceres.

La de la concordia

Dos domingos después, el 25 de febrero se celebró en la quinta corrida de la temporada, la versión mexicana de la Corrida de la Concordia con Curro Caro, Carlos Arruza y Antonio Velázquez, los toros fueron de Pastejé y Arruza cortó el rabo a Holgazán, quinto de la tarde.

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