Confirmación de Ignacio Sánchez Mejías |
Ignacio Sánchez Mejías estaba destinado a ser un personaje histórico por sí mismo. Desde que decidió ser torero su vida se envolvió en una historia rocambolesca que valía ser contada. En 1908 se subió como polizón al vapor Manuel Calvo junto con Enrique Ortega Cuco para venir a México y aquí ambos, intentar hacer carrera en los ruedos.
Ambos fueron detenidos en Nueva York, confundidos con unos anarquistas buscados por la justicia y una vez que se aclaró su identidad y situación, Aurelio Sánchez Mejías, hermano mayor de Ignacio, que inicialmente llegó a nuestro país al cuidado de los encierros españoles que se lidiaban en las plazas de la capital mexicana y que en ese momento estaba al cargo del recién inaugurado Toreo de la Condesa, ofreció los avales necesarios para que Ignacio y El Cuco pudieran continuar su viaje hasta territorio nacional.
Así Ignacio iniciaría su carrera en los ruedos en Morelia, como banderillero en el año de 1910 y ya como novillero lo haría en la capital mexicana al año siguiente. Seguiría alternando sus actuaciones como jefe de cuadrilla y como subalterno y en esta faceta actuaría a las órdenes de Fermín Muñoz Corchaíto, Cástor Jaureguibeitia Cocherito de Bilbao y Rafael González Machaquito.
Debutaría en Madrid como novillero en 1913 y el 21 de junio de ese año durante una actuación en Sevilla sería gravemente herido, lo que lo hace replantearse su futuro en los ruedos, por lo que en 1915 retoma los vestidos de plata y actúa a las órdenes de Juan Belmonte y Rafael Gómez El Gallo. De 1916 a 1918 formará parte de la cuadrilla de Gallito.
Recibe la alternativa el 16 de marzo de 1919 en Barcelona, de manos de Gallito y llevando como testigo a Juan Belmonte, el toro de la cesión se llamó Buñolero y fue de los Herederos de Vicente Martínez.
La confirmación de la alternativa
La confirmación se programó para la Corrida de la Beneficencia del año de 1920. En ese calendario se verificaría el día 5 de abril, lunes, precisamente después de la corrida de apertura de temporada, misma que se verificaría el domingo 4 anterior.
Para el festejo, que todavía en esos días era a beneficio de los hospitales de la capital de España, se anunció, a Gallito como padrino de la ceremonia de confirmación y a Juan Belmonte y a Manuel Varé Varelito como testigos de ella, enfrentando la cuarteta, un encierro de ocho toros de los Herederos de Vicente Martínez.
El encierro lidiado
Alejandro Pérez Lugín Don Pío, en la crónica que escribió para el diario madrileño La Libertad, expresa lo siguiente acerca de los toros lidiados esa tarde:
“...Si es difícil enviar una corrida de las corrientes de «a seis», en que haya semejanza total de caracteres, ya que igualdad es imposible, calculen sus señorías lo que sucederá con una serie de ocho.
Pues ayer la hubo en la buena, en la excelentísima crianza de los toros de Martínez, y en la bondad de su carácter. Y aunque, como es natural, los hubo con sus más y con sus menos de bravura, en conjunto, y por lo que toca a su pelea con las plazas montada, que es la que sirve, pese a las teorías modernistas, para calificar a los toros, merece la corrida de Martínez el calificativo de muy buena, Voluntad para acometer a los jinetes y nobleza para los infantes fue la nota característica de esta corrida que satisfizo mucho a todos...
Es decir, los ganaderos del Colmenar lograron acabalar una corrida de presencia y juego adecuado al acontecimiento para el que fue presentada. Además, deja entrever que ya se ponía en cuestión si la suerte de varas era en realidad la medida para calificar la bravura de los toros o no.
El triunfo del confirmante
Es César Jalón Clarito, cronista de El Liberal, hizo al día siguiente del festejo, el siguiente relato:
“Sánchez Mejías — decía un íntimo del diestro — se ha hecho matador de toros por su hijito. Es un nene simpático y precoz, que cuando su padre se iba a banderillear en la cuadrilla de su cuñado Joselito y se despedía diciendo:
— «Ea, con Dio; que me voy a torear», el pequeñuelo oponía: «Papá, no torea. Torea «tiito». Y como Ignacio tiene mucho amor propio...
Yo me he hecho matador de toros — refería otro día el diestro — porque tengo afición y porque creo que tengo valor y porque he dado con una escuela de toreo en la que la que pienso practicar. Esta escuela tiene como principio el de que «torear es arrimarse» y como fin... como fin el talonario de cheques o el de las recetas...
¿Practicó en esa escuela Sánchez Mejías todo el año pasado en las plazas de provincias? El público esperaba la respuesta ayer. Y de ahí el silencio expectante que se hizo en la plaza ai aparecer en el ruedo el primero de los toros de Martínez, un berrendo, buen mozo, gordo y bien criado...
El diestro se hizo presente a la res en el tercio, y dio el cambio de rodillas... Después, veroniqueó... Las masas guardaron silencio.
El berrendo era bravo y derribó en la primera vara con estrépito; cayó el piquero entre las astas y la cabalgadura y el astado embistió recogiendo y apretando al hombre contra la bestia. Sé inició en este punto la emoción y continuó en el quite de Ignacio, que llevó a la res embebida en la tela, y con gran serenidad y templanza, la hizo pasar una y otra vez por tan cerca de sí que el berrendo debió babearle los alamares del chaleco... «Allí» ya sonó la primera ovación...
Dos pares clavó el hombre, llegando de frente, decidido hasta la cara y uno de dentro a fuera... Y la muchedumbre siguió su labor con tal atención y deleite, que dos aeroplanos que en las alturas simulaban una maravillosa pareja de aviones, pasaron desapercibidos.
Llegó el de Martínez al último tercio bravo y noble. Sánchez Mejías lo hizo llevar a las tablas. Se sentó en el estribo, por bajo de la barrera del 10. Y ofreció la muleta al bruto a dos dedos de sus hocicos...
Tres apretadísimos pases allí, en el mismo estribo, sin moverse el hombre más que lo suficiente para dar gracia a la suerte, hicieron prorrumpir en ¡olés! y aplausos a la concurrencia.
Pero aun fueron mejores, a mi juicio, dos estupendos pases, uno de ellos de pecho, que me hicieron pensar en el aforismo del diestro: ¡Torear es arrimarse!... Y sí que lo es. Arrimarse bien, claro está. Con serenidad, para no descomponer la figura y para dar templanza a los movimientos.
Cuando se arrostra el peligro desde tan cerca y con tal tranquilidad, el que no es «artista» de por sí, lo parece.
Y lo de torear cerca y tranquilo no se redujo a la lidia de ese magnífico ejemplar; se extendió a los tercios de quites en los otros toros y culminó en unos apretados muletazos al toro que cerró plaza.
¡Ovaciones y vuelta triunfal, en la plaza de Madrid, un día de lleno rebosante, con un público que espera de uñas y que ha pagado a diez duros la localidad!...
¡Oye, tú, pequeño Sánchez Mejías, ¿te parece que digamos que ha toreado tu papá?...
El resto del festejo
Gallito realizó una de sus obras más acabadas en Madrid con el cuarto de la corrida. Juan Belmonte, refieren las crónicas, se vio desganado y Varelito sorprendió a la afición con su habilidad estoqueadora. En suma, fue una gran tarde de toros.
El hilo del destino
Los cuatro diestros que actuaron en Madrid hace un siglo terminaron sus días en un halo de tragedia. Gallito, Varelito y Sánchez Mejías serían víctimas de las astas de los toros y Juan Belmonte, aquél de quien sentenció Guerrita que lo sería y que había que darse prisa si quería vérsele torear, terminó con su vida con su propia mano.
Sin embargo, antes de llegar a la conclusión terrenal de todo ser humano, tuvieron sus días de sol y de gloria, como la tarde que he intentado relatarles.
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