domingo, 16 de mayo de 2021

16 de mayo de 1951. Rafael Rodríguez confirma su alternativa en Madrid

La Edad de Plata del toreo mexicano

Rafael Rodríguez
Madrid, 16 de mayo de 1951
La promoción de novilleros del año 48 nos da a Los Tres Mosqueteros en las figuras de Rafael Rodríguez, Manuel Capetillo y Jesús Córdoba, tres toreros que trascendieron a su tiempo y que aún en este nuevo siglo, continúan siendo el marco de referencia para calibrar la importancia del paso de un torero en ascenso.

La historia nos enseña que estos tres toreros – con el prólogo insuperable de Fernando López y Joselillo – demostraron la viabilidad del proyecto monumental que representaba la Plaza México y también la posibilidad de llevar en sus nombres la responsabilidad de una fiesta que con brillantez construyeron Armillita, Garza, Silverio, El Soldado y otros grandes constructores de la fiesta en México posterior a 1936.

Esos Tres Mosqueteros, antes de finalizar el calendario correspondiente a ese 1948 recibieron la alternativa. Fue simbólica la manera en la que se doctoraron El Volcán de Aguascalientes, que recibió los trastos el 19 de diciembre de ese año en la Plaza México de manos de Silverio Pérez; Manuel Capetillo en Querétaro, la víspera de la Navidad, llevando a Luis Procuna como padrino y Jesús Córdoba El Joven Maestro, en Celaya al día siguiente mano a mano con Armillita, los padrinos fueron tres de los bastiones de la Edad de Oro, que con los trastos de matar, entregaban simbólicamente también el testigo a quienes habrían de sucederles en la parte estelar de la fiesta mexicana.

Para el año de 1951, Rafael Rodríguez era el torero que más rabos había cortado en la Plaza México. Eran ocho, cinco de ellos como novillero, obtenidos entre el 5 de septiembre y el 17 de octubre de 1948 y tres ya como matador de toros. El convencimiento de la afición de la capital mexicana y del resto de las plazas de la República, lo tenían aupado como un auténtico triunfador y en ese momento, una de las principales figuras del toreo mexicano.

Con esas credenciales fue llevado a España por don Domingo González Mateos Dominguín, quien le arropó allá por recomendación de otro que fuera su poderdante, el maestro Armillita y le preparó una campaña breve, pero de calidad. 

El San Isidro de 1951

La hoy llamada Feria de San Isidro, en aquellas calendas era anunciada como Corridas extraordinarias de la semana de San Isidro, patrón de Madrid. Seguía vigente la reticencia del Marqués de la Valdavia a llamarle feria, pues estimaba este señor que eso daría un toque pueblerino a las celebraciones. Se componía ese 1951 de nueve festejos, siete corridas de toros y dos novilladas. En su anuncio original no había toreros mexicanos y el principal atractivo, quizás, eran las confirmaciones de Litri y Julio Aparicio, quienes dominaron la tauromaquia el calendario anterior, siendo novilleros.

Es preciso recordar que para ese año del 51, se restablecían las relaciones entre las torerías de España y México después de que a principios de 1947, cayeran en un impasse por cosas que nunca fueron debidamente aclaradas. Ante la reapertura, matadores como Cañitas, Luis Procuna, Juan Silveti, Antonio Toscano, Manuel Capetillo, Antonio Velázquez o Carlos Arruza, se decidieron a hacer campaña por allá y con la ya nombrada invitación de Dominguín, se integró al grupo Rafael Rodríguez.

Bajo el signo de la sustitución

La cuarta corrida de ese ciclo, fijada para el día 16 de mayo, estaba anunciada con toros de don Felipe Bartolomé para Pepe Luis Vázquez, Manolo González y Manolo dos Santos. El Lobo Portugués fue herido el lunes anterior en Barcelona por el primero de su lote y se vio imposibilitado para comparecer al compromiso de Madrid. La astucia de Dominguín le consiguió la sustitución a Rafael Rodríguez, quien con ese hecho, se convertía en el primer torero mexicano en actuar en un serial isidril, dado que éste se inició por instancia de don Livinio Stuyck en el año de 1947.

La anécdota del hecho se produce cuando al anuncio de que se presentaría en Madrid, Rafael Rodríguez advierte que no tenía vestido de torear listo para la fecha. Le escuché contar que a su llegada a Madrid había encargado ropa de torear con la Maestra Enriqueta Marcén, pero que estando programado el inicio de su campaña para unas semanas después, esa ropa no estaba lista. Esa cuestión dio paso a un gesto de amistad y solidaridad de Antonio Velázquez que, le cedió un vestido nuevo, blanco y oro, que fue con el que confirmó el torero de esta tierra.

Del encierro anunciado originalmente se lidiaron solamente cuatro toros. El tercero fue un sobrero de doña Francisca Sancho viuda de Arribas y el quinto otro de Castillo de Higares, propiedad de don Pedro Gandarias. En el número de El Ruedo de Madrid del 24 de mayo de 1951, Alberto Vera Areva, cuenta lo siguiente acerca de los toros lidiados esa tarde:

El primero, “Guitarrero”, número 62, recibió tres varas, recargando y durmiéndose en la última… “Campolargo”. número 160, entrepelao, salió suelto de las dos primeras varas, arrancándose alegre y crecido a la tercera, en fa que recargó… El tercero, “Borrascoso”, número 23, entrepelao, fue devuelto indebidamente a los corrales… Le sustituyó “Campero”, número 4, cárdeno, de doña Francisca Sancho, que recibió tres varas… El cuarto, de Bartolomé, “Tinajero”, número 60, cárdeno y abanto, empujó en los dos primeros puyazos y recargó en el tercer encuentro con los jacos… El quinto, de Castillo de Higares, de nombre “Librero”, número 86, negro meano – ¡éste sí que renqueó de la pata derecha! – cumplió en cuatro varas y fue mediano para los toreros… Y el sexto, “Tapito”, número 142, negro meano y de muchas arrobas, acusó bravura y poder, derribando en las dos primeras varas, y apretó celoso en la tercera, que resultó casi una media estocada. Toro bravo y tonto al final…

La confirmación de El Volcán de Aguascalientes

De la relación de Areva, podemos deducir que el primer toro que mataría un torero mexicano en las celebraciones de San Isidro sería Guitarrero, número 62, de don Felipe Bartolomé. La actuación ante él de Rafael Rodríguez es contada de esta manera por quien firmó como Emecé en el número de El Ruedo, salido a los puestos en Madrid el día siguiente del festejo:

Otra confirmación de alternativa inesperada fue la del mejicano Rafael Rodríguez; pero en este caso sopló viento favorable, y el nuevo matador de toros logró su aspiración de presentarse en la Plaza de las Ventas y obtener la oreja del primer toro que ha matado en España… Comienzo, ciertamente, envidiable. Son pocos los elementos que pueden reunirse para formular, acerca de Rafael Rodríguez, un juicio definitivo; pero, de momento, el mejicano ha dejado en Las Ventas una impresión excelente…

El toro había quedado con la embestida corta; pero noble, y Rafael Rodríguez, después de las ceremonias protocolarias, muy ceremoniosas en él, lo tomó por alto y dio tres ayudados buenos, rematados con un pase de pecho. Intercaló unos adornos con la muleta a la espalda, dio pases con la derecha, con vistosos cambios de muleta; jugó la izquierda, terminando también la tanda con el de pecho, y al dejar un pinchazo y media estocada alta, el público, a quien había agradado la tranquilidad y el buen hacer del mejicano, pidió y obtuvo que le concedieran la oreja… Faena variada y don reposo; si algún pero hay que ponerle es que al torero le faltó un poquitín de alegría. No sabemos sí por la emoción del momento o porque ésa sea la idiosincrasia del lidiador azteca... Rafael Rodríguez salió de la Plaza entre aplausos. Conseguir eso, después de cortar una oreja en el toro de su alternativa en Madrid, es ya una buena marca…

Por su parte, Manuel Sánchez del Arco Giraldillo, en su tribuna del ABC madrileño, reflexiona lo siguiente:

Ha producido en el toro primero una impresión enorme. Muy valiente, muy ajustado, muy tranquilo y con todos los "muy" que se necesitan para impresionar al público. Las ovaciones fueron largas, resonantes. Las gozó tanto con el capote como con la muleta. El toro entraba bien y Rodríguez sacaba el máximo lucimiento a los pases. Fue muy variada la faena de muleta, desde el natural al de pecho y desde esta parte seria a los adornos. Pinchó señalando bien, y, después de otros pases, que volvieron a conseguir ovaciones, mató de una entera. Como el público estaba con él, impresionado por los alardes de valor que prodigaba Rafael, se le concedió una oreja y dio vuelta al ruedo...

En el primer número de El Ruedo citado arriba, aparece sin firma una reflexión sobre esta actuación de Rafael Rodríguez que termina de esta manera:

Toda la Plaza rompió en clamores, exigiendo en unánime revuelo de pañuelos la oreja del astado para el de Aguascalientes, que en la memorable tarde madrileña del 16 de mayo de 1951 se ha llevado para su historia un pedazo de gloria de España y esta sentencia de un viejo aficionado, que, admirador de «Don Juan» y Márquez, decía al salir de las Ventas: «En este chico he presenciado lo que sólo puede admirarse en los toreros geniales: un valor como el del «Guerra», en un estilo tan personal tan nuevo que da miedo y gloria verle torear.»

Así entonces, hace 70 años, Rafael Rodríguez resultó ser el primer torero mexicano en actuar en unas fiestas madrileñas de San Isidro y también el primero en cortar una oreja en ese ciclo. Hoy le recuerdo en esa tarde en la que se manifestó como lo que en toda su vida fue: un auténtico triunfador.

Aviso Parroquial: Los resaltados en los textos transcritos de El Ruedo y el diario ABC de Madrid, son imputables exclusivamente a este amanuense, pues no obran de ese modo en las publicaciones originales.

domingo, 9 de mayo de 2021

10 de mayo de 1956. Joselito Huerta confirma su alternativa en Madrid

Joselito Huerta confirmando
Foto: El Ruedo
En 1956, Joselito Huerta era una de las figuras emergentes de nuestra tauromaquia. Discípulo de Heriberto García, había iniciado su actividad en los ruedos desde 1951 y se presentó en la Plaza México el 16 de mayo de 1954, temporada en la que actuó en once tardes en la gran plaza, tres de ellas mano a mano, dos con Amado Ramírez y el restante con Antonio del Olivar. En Guadalajara se presentó tres veces, llegando a la disputa del Estoque de Plata el día de Navidad de ese año.

El curso de 1955 lo haría en ruedos españoles. Le llevó sus asuntos Alberto Alonso Belmonte y el 2 de mayo arranca su campaña en Jerez de la Frontera, tarde en la que alternando con el original Ciclón de Jerez, Juan Antonio Romero y el malagueño Manolo Segura en la lidia de novillos de Juan Guardiola, cortó tres orejas y dejó una excelente impresión, según cuenta Gil Gómez Bajuelo, en el diario ABC de Sevilla, del día siguiente del festejo:

Y ahí va un torero. Se llama Joselito Huertas y es de Méjico. De allá vino recomendado por quien sobrados motivos tiene para saber de estos menesteres. Acá toreó en el campo, causando admiración. Por eso a la novillada de Jerez - presentación de Huertas en España - acudieron muchos y muy buenos aficionados sevillanos... Huertas tiene un sello de elegancia en su toreo. Pero también tiene personalidad. Reúne dos cosas, que pocas veces van juntas: arte y valor. Y si cualquiera de ellas separadas basta para labrar un prestigio taurino ¿qué no lograrán ambas juntas? ...

Sin mayores probaturas se le anuncia para el siguiente domingo – 8 de mayo – en Sevilla, tarde que salda con el corte de una oreja y salida en hombros y para el 24 de julio se señala su presentación en Madrid, fecha en la que saldó su actuación con vueltas al ruedo y en el festejo de día siguiente, ante un complicado encierro de Molero Hermanos ratifica su gran sitio ante los toros.

Torea 37 novilladas en ese ciclo y aunque la prensa indicaba que recibiría la alternativa en Jerez o en Valladolid, ésta se le otorga en Sevilla, en la corrida de la Feria de San Miguel, apadrinándole Antonio Bienvenida y yendo de testigo Antonio Vázquez. Esa tarde le corta la oreja a Servilleto, de don Felipe Bartolomé, toro de la ceremonia. Torearía dos corridas más en aquellas tierras y regresaría a México, donde se iniciaba la temporada.

Su confirmación en la Plaza México se pacta para el día de Navidad de ese 1955. Su padrino sería el leonés Antonio Velázquez e iría como testigo César Girón. El toro de la ceremonia se llamó Limonero y fue negro, como todos los de La Punta lidiados esa tarde y le cortó una oreja. Arranca a torear por los estados y entre sus tardes destacadas está la de su presentación como matador de alternativa en Guadalajara, el 8 de enero de 1956, cuando le corta el rabo a Florido de Pastejé o la nocturna del 2 de febrero en Aguascalientes, cuando le tumba dos orejas al colorado Cordobés de don Heriberto Rodríguez.

La confirmación madrileña

Con ese bagaje, regresó a la Península para el año de 1956, en el que confirmaría su alternativa en la Feria de San Isidro, que por aquellas calendas constó de 9 corridas de toros y una novillada. La confirmación se pactó para el festejo de apertura del ciclo, el jueves 10 de mayo y le apadrinaría de nuevo Antonio Bienvenida, atestiguando el albaceteño Manuel Jiménez Chicuelo II. La tarde fue desapacible y el juego de los toros de Salvador Guardiola tampoco cooperó al éxito de la tarde. El toro de la ceremonia se llamó Vivachón. De esta tarde, José María del Rey Caballero Selipe cuenta entre otras cosas lo siguiente, en su tribuna del ABC madrileño:

Confirmó su alternativa Joselito Huerta con escasa fortuna, porque al viento, que estimamos al igual que para sus dos compañeros, como atenuante, añadió el lote de los enemigos menos apacibles, según de la mención de arriba se desprende; aunque no pudo lucir en los lances de saludo a sus dos toros, escuchó la ovación más cálida en el tercio, ya expresado, del cuarto, al torear con garbo por unos lances de la estirpe de las navarras que realizó el mejicano con notable armonía. En la faena al bicho que rompió plaza no faltaron al muletero ardientes deseos, pero sí el mando necesario para despegarse una arrancada, que casi siempre le quedó ahogada y muchas veces comprometida, consiguió algunos pases aislados, que el público alentó con aplausos; pero no obtuvo consecuencias más halagüeñas de una porfía peligrosa. Los derrotes del sexto, más sensibles por el lado izquierdo, apagaron los muletazos, que terminaron por la cara, luego de haber empezado con bríos y entereza; mató al primero de dos pinchazos y un descabello, y al último, que acabó sin pasar, de tres pinchazos y dos golpes con la espada de descabellar...

Por su parte quien firmó como C en El Ruedo de Madrid salido a los puestos el 17 de mayo siguiente, cuenta entre otras cosas esto:

A Joselito Huerta, mejicano hecho torero en Sevilla, donde disfruta de buen cartel, no le rodó bien la bola en la tarde de su alternativa. Mucho viento y dos toros muy encastados, sobre todo el sexto, que se revolvía en un palmo de terreno y con el que no pudo Huerta, pese a haberse doblado valentísimamente con él. Con la muleta, el muchacho lo intentó todo, con la derecha y con la izquierda, logrando algunos pases lucidos, aunque con ahogos. No estuvo fácil al matar. Al primero lo despachó de dos estocadas y un descabello, siendo muy aplaudido y saliendo al tercio a saludar. AI último hubo de entrarle tres veces para descabellar al segundo intento... Con el capote se ganó al público en dos quites finísimos, y como además tiene buena planta y camina por el ruedo con soltura, es torero al que se volverá a ver con gusto...

La suerte no estuvo del lado de quien sería conocido como El León de Tetela ese día. Regresó a ese San Isidro para la fecha del cierre, el 19 de mayo, alternando con Antonio Bienvenida otra vez y César Girón en la lidia de toros de Alipio Pérez Tabernero. Esa fecha la cerró con una salida al tercio en el tercero y con palmas al retirarse tras de despachar al sexto.

Luis Uriarte Don Luis en la Hoja del Lunes del 21 de mayo de ese 1956, hace un resumen de la feria y entre otras cosas dice:

Les cabría a los toreros la disculpa de que han fallado, en general, los toros. Por su presentación, irreprochables – esmero en los criadores y cuidadosa atención de la empresa –; pero deficientes por sus condiciones de lidia, y acaso más en aquellos de los que menos se podía esperar... Por clase, los mejores fueron los de Guardiola, Barcial, Galache y Cobaleda. Con un toro superior, entre otros buenos, cada una de aquellas dos primeras, que podrían aspirar al consabido premio... Joselito Huerta. – Voluntad... Valentía... No está mal, claro; pero tampoco lo suficientemente bien para un torero que viene a Madrid a confirmar su alternativa con la legítima aspiración de abrirse paso y lo deja tan cerrado como estaba...

Pese a ese análisis lleno de crítica, Joselito Huerta cerraría esa temporada española con 39 corridas. Todavía volvería a Madrid el 10 de junio siguiente, para atestiguar la confirmación de alternativa de Joaquín Bernadó, otorgada por el torero macareno Mario Carrión y en su dilatada trayectoria sumaría 10 corridas en la plaza más importante del mundo, todas excepto una, en la Feria de San Isidro y con alternantes de primera línea.

Coda final

Ese diez de mayo de hace 65 años, era realmente el arranque de una carrera en la que Joselito Huerta, por mérito propio, conquistó el título de figura del toreo. Lo sería tanto en España, como en México. Su pundonor lo llevó a ser duramente castigado por los toros, sufriendo percances que en alguna circunstancia le llegaron a alejar casi un año de los redondeles. Permaneció en activo hasta el año de 1973, cuando se despidió en la Plaza México, cortando el rabo al toro Huapango, de don José Julián Llaguno.

Su calidad de figura le fue reconocida cuando se le invitó a participar en un festival en homenaje y beneficio del diestro valenciano Vicente Ruiz El Soro, celebrado en la plaza de Las Ventas el 2 de marzo de 1997. Esa tarde, luciendo con galanura el traje de charro mexicano, dio la vuelta al ruedo tras despachar al novillo de Torrestrella que salió en segundo lugar y al que pudo cortar la oreja de haber estado fino con la espada.

Joselito Huerta ha sido sin lugar para la discusión, una de las grandes figuras de la Edad de Plata del toreo mexicano. Falleció en la Ciudad de México el 11 de julio del año 2001.

domingo, 2 de mayo de 2021

3 de mayo de 1951: Paco Ortiz se presenta en Las Ventas de Madrid

Paco Ortiz y los Tres Mosqueteros
Plaza México, 12 de marzo de 1950
Foto: Carlos González
El primer novillero que llenó la Plaza México después del infortunado Joselillo, fue Paco Ortiz, un torero bajito de Apan, Hidalgo, que aprendió los rudimentos del oficio en la ganadería de su paisano don Heriberto Rodríguez, aquel que gustaba de poner nombres estridentes, por lo cómico, a los toros que lidiaba en las plazas. Recorrió los pueblos de su estado y las antesalas de la capital mexicana, como lo eran el Rancho del Charro o la placita de Naucalpan, allí compartiría carteles con otros aspirantes que caminarían lejos en las arenas de los ruedos, como Jesús Córdoba o Alfredo Leal.

Su presentación en la Plaza México ocurrió el 4 de julio de 1948. Fue el primero de los Tres Mosqueteros de esa generación del 48 en debutar allí, pues Jesús Córdoba lo haría dos domingos después, Manuel Capetillo hasta el 8 de agosto y Rafael Rodríguez el 5 de septiembre. Esos cuatro toreros serían la cabeza de una de las generaciones de novilleros más brillantes, si no es que la más brillante de la historia del toreo de este país. Cerró su calendario cortando tres orejas y dos rabos: el 10 de octubre a Tremolero de La Laguna y el 31 del mismo mes a Currito de Pastejé. A cambio, el 25 de julio fue herido en la femoral profunda por Chiclanero de Coaxamalucan, lo que lo tuvo parado hasta septiembre.

Al final de ese intenso ciclo novilleril, Rafael Rodríguez, Jesús Córdoba y Manuel Capetillo recibirían la alternativa con todos los honores, pero Paco Ortiz tendría que regresar a la temporada chica del 49, misma en la que toreó 7 novilladas en la gran plaza y una, el 12 de junio, en el Toreo de Cuatro Caminos. Empezó las cosas justo en dónde las había dejado el año anterior, pues en su presentación el 15 de mayo, le corta el rabo a un novillo de Pastejé; resulta herido de cierta gravedad en su incursión cuatrocaminera, lo que lo para un mes y termina la temporada con otra cornada, grave, del novillo Fanfarrón de La Laguna el día 13 de noviembre.

Con todo ese camino avanzado, le llega al fin la alternativa a Paco Ortiz. Se verificaría en el Toreo de Puebla el 22 de enero de 1950. Allí Silverio Pérez, en presencia de Antonio Velázquez, le cedería los trastos de matar para despachar a Olivero de La Punta. El 12 de marzo siguiente vendría la confirmación en la capital de la República y sería un cartel histórico, pues se volverían a reunir en la capital, por última vez, vestidos de luces, los Tres Mosqueteros y su D’Artagnan. Esa lluviosa tarde, El Volcán de Aguascalientes, en presencia de Jesús Córdoba y Manuel Capetillo le cedió al toro Carpanto de Xajay con el que apenas pudo estar digno, dentro del aguacero que caía.

Renuncia al doctorado y a España

Quizás Paco Ortiz no estaba toreando con la frecuencia que esperaba, o quizás creyó que tenía que terminar su preparación, pero en abril de 1951 anunció su intención de viajar a España a torear novilladas y a obtener, con fuerza, una alternativa allá. Lo haría de la mano de Rafael Sánchez El Pipo, quien, con su importante presencia en aquel medio, le podría arreglar una interesante campaña. Harían también ese viaje los novilleros mexicanos Lalo Vargas, Anselmo Liceaga, Jaime Bolaños, José Juárez Gitanillo, Fernando López y Rubén Rojas El Jarocho.

Abrió ese año nada menos que en la plaza de Las Ventas, en Madrid, la tarde del jueves 3 de mayo de ese 1951. Se enfrentaría a novillos de la ganadería debutante de las señoritas Enriqueta y Serafina Moreno de la CovaSaltillo puro – y alternaría con Joaquín Rodríguez Cagancho hijo y Jesús Gracia. La novillada fue complicada y resolvió la papeleta con dignidad. Manuel Sánchez del Arco Giraldillo, en su tribuna del ABC de Madrid, cuenta lo siguiente acerca de su presentación:

¿Quién salió contento de la novillada que ayer se celebró en Madrid? Los empresarios no contaron más que con media entrada; el ganadero vio «fogueado» uno de sus toros – fogueado o «negreado» por las banderillas denigrantes –, y los toreros vapuleados unos y rendidos otros. El público, aterido, no sólo por el airecillo impertinente, sino por la frialdad de lo que en la arena ocurría...

La ganadería – puesta a nombre de las señoritas Serafina y Enriqueta Moreno de la Cova, por sus padres, los ganaderos D. Félix Moreno Ardanuy y doña Enriqueta de la Cova – acusó claramente la procedencia Saltillo... Buena la presentación de las reses, no hubo, en este aspecto, ningún reparo; pero todos los novillos mostraron el nervio y sentido de su casta...

El cuarto derrotaba y se escupía de capotes y caballos. En una de sus arrancadas fue a los alcances del mejicano Paco Ortiz, lo entrampilló y pisoteó, dejándolo medio conmocionado y con la chaquetilla rota...

El mejicano Paco Ortiz produjo buena impresión en el tercero. El novillo no era claro, pero él demostró mucha serenidad, llevando la muleta hasta el mismo hocico de la res. Le aplaudieron la faena y bastaron para la muerte dos pinchazos, hondo el último. Hubo muchas palmas y saludos desde el tercio. Punteaba el sexto, pero «Sevillanito» lo picó bien, aunque se salió de la raya y le quitó el mal genio. Ortiz comenzó con tres pases muy buenos, más en seguida fue cogido y sufrió un puntazo en la mano izquierda. Continuó valiente y mató de una estocada, ganando una ovación como despedida. Le anotaremos, además, un quite que hizo, con mucha fantasía, al novillo que rompió plaza...

Menos complaciente en sus comentarios fue Benjamín Bentura Barico, en el número de El Ruedo

 que salió a la venta el 10 de mayo siguiente:

Poca cosa fue la novillada del día de la Ascensión para público. Empresa y toreros. Poco es para el público dos puyazos magníficos de «Sevillanito», un quite de Paco Ortiz, algún que otro rasgo de valor de Gracia y la pelea de dos de los seis novillos. No hubo más digno de aplauso en la novillada del jueves pasado y hay que convenir en que lo reseñado no es mucho. De añadidura, el frío viento, que no cesó durante la novillada, influyó en el desánimo de los toreros, que se limitaron, no siempre con acierto, a salir del paso con el menor riesgo posible...

Poca cosa fue el festejo para los toreros. El chico de «Cagancho» oyó unas palmitas en el primero y una bronca y un aviso en el cuarto; Jesús Gracia fue cogido varias veces y oyó algunos aplausos de aliento, lo mismo que el mejicano Francisco Ortiz, que hacía su presentación. Y poca cosa fue el festejo para la Empresa, ya que entrada fue mediana...

Presentación discreta

Francisco Ortiz, novillero mejicano que ha toreado bastante en su país, hizo su presentación el pasado jueves en el ruedo de Madrid. Hizo un quite muy efectista en el primero. Poco más fue lo que Francisco Ortiz logró durante el resto de la novillada. El tercero no era fácil y Ortiz no pasó de regular, pero el sexto si y no mejoró el mejicano su labor en el último. No estuvo mal Francisco, ni bien. Poca cosa.

Como se puede ver, la presentación de Paco Ortiz en Madrid no fue precisamente la que hubiera soñado, pero le valió para torear allá otras cuatro novilladas en ruedos españoles: Cieza, Granada – 2 tardes consecutivas – y Albacete, además de otra en Povoa do Varzim, en Portugal. Con esos mimbres se le programó una segunda alternativa en Piedrahita, provincia de Ávila, para el 26 de agosto, misma que le concedió Pablo Lalanda, atestiguando Julio Aparicio, siendo los toros de doña María Fonseca.

La continuación del camino

Esa alternativa española la confirmaría otra vez en la Plaza México el 6 de marzo de 1952. Le apadrinaría Félix Briones y sería testigo Pepe Luis Vázquez (mexicano). El toro de la cesión se llamó Churumbel y fue de la ganadería de Atlanga. Paco Ortiz se conduciría en los ruedos con esa dignidad hasta el año de 1956, cuando decide volver al punto de partida y renunciar al doctorado. En esa ocasión contó a Rafael Morales Clarinero, en entrevista publicada en El Redondel el 7 de octubre de ese calendario, lo siguiente:

Hace tiempo que me habían hecho proposiciones, pero yo no me había decidido por romanticismo y cariño a una alternativa que me costó mucho obtener. De verdad que me “sudó el copete” para llegar a ella; pero me puse a pensar que otros toreros, Garza, Gorráez, Liceaga, Ricardo Torres y últimamente “El Callao”, la habían renunciado y tenido éxito y eso determinó que aceptara, a sabiendas de que el “paquete” es muy duro. De verdad siento una gran responsabilidad ante el público que siempre me ha alentado y es para mí una obsesión el dejarlo contento a como dé lugar…

Regresaría a la Plaza México y torearía dos novilladas, los domingos 7 y 14 de octubre de 1956. En esta segunda fue herido por Cabrillo, del ingeniero Mariano Ramírez, cuarto de la tarde. Y ya no regresaría a la gran plaza. Recibiría una tercera alternativa en Pachuca, el 16 de noviembre de 1959, de manos de Luis Castro El Soldado, con quien alternó en la lidia de toros de José María Franco, misma que ya no confirmó. Con ella llegaría al final de sus días en los ruedos y en la vida.

Tratando de terminar

Paco Ortiz fue el primero que salió a la escena pública en una temporada de novilladas que representó la alborada de una nueva Edad del Toreo en México, la de Plata. Las cornadas – fueron 8 las que recibió calificadas de graves – y quizás el destino no permitieron que escalara la cumbre de la tauromaquia como sus compañeros de generación, pero no era un hombre amargado, esto le contó a Clarinero en la entrevista citada antes:

Sinceramente no, me da tristeza no estar colocado en primer plano y no ser figura del toreo, pero que ellos estén bien me causa satisfacción y hasta me da ánimos. Esto de “El Callao” influyó en mí. Fue un vigoroso ejemplo de carácter, que espero seguir, si hay suerte…

Así veía la vida ese torero que, para la historia, siendo novillero, llenó la Plaza México. Paco Ortiz falleció en Pachuca el 13 de junio de 1984, apenas con 55 años de edad y tuvo la alegría de ver que la plaza de toros de Apan, su tierra, llevara su nombre para la posteridad.

domingo, 25 de abril de 2021

Enriqueta Marcén. Sastra de toreros

Enriqueta Marcén
La primera vez que escuché nombrar a doña Enriqueta Marcén fue hace unos cincuenta años en casa del Volcán de Aguascalientes, Rafael Rodríguez, cuando contaba las vicisitudes pasadas para confirmar su alternativa en Madrid, fecha que no llevaba contratada inicialmente y que se le ofreció para sustituir a un herido Manolo dos Santos ese 16 de mayo de 1951. Refería que había encargado ropa de torear con la Maestra Marcén, pero estando programado el inicio de su campaña para unas semanas después, esa ropa no estaba lista. Esa cuestión dio paso a un gesto de amistad y solidaridad de Antonio Velázquez que, le cedió un vestido nuevo, blanco y oro, que fue con el que confirmó el torero de esta tierra.

No mucho tiempo después volví a escuchar su nombre en la casa de Armillita quien se enorgullecía de la colección de imágenes bordadas de Vírgenes de la Esperanza y Cristos del Gran Poder que guardaba en su casa de Chichimeco. La gran mayoría de ellas, decía con satisfacción el Maestro, habían sido elaboradas en casa de doña Enriqueta, de la que afirmó, fue la que lo vistió en toda su vida de torero.

Parafraseando – mal por supuesto – a Lorca, diré que esos recuerdos se me quedaron en alguna habitación oscura de la memoria y buscando otras cosas, me hallé con que este mes de abril, sin poder precisar la fecha, se cumplen 55 años del deceso de esta maravillosa artista de la aguja y el hilo, razón por la que hoy, antes de que se arranque esta hoja del calendario, la recuerdo y la presento, porque habrá muchos aficionados que no tengan noticia de quien ha sido esta mujer que vistió a los toreros.

Enriqueta Marcén

Madrileña por los cuatro costados. Nació en el año de 1859 y ya en 1866, con siete años de edad entró de aprendiza al taller del principal sastre de toreros de la capital española: José Uriarte. Hoy eso sería considerado explotación infantil, entonces era una manera de aprender tempranamente un oficio digno. Y vaya que Enriqueta Marcén lo aprendió, llegó a ser oficiala y llegó a ser la mejor.

En 1905 ya se había establecido por su cuenta. En entrevista otorgada a Julio Martorell, publicada en el número de El Ruedo aparecido el 28 de marzo de 1945, cuenta lo siguiente:

- ¿Desde cuándo es usted maestra de este taller?

- Pues ahora ha hecho cuarenta años. Yo me establecí aquí, en este mismo piso, del que no me iré por nada del mundo, en 1905. Antes había sido oficiala con el famoso Uriarte, que es, creo yo, el mejor sastre de toreros que ha habido.

- ¿Y recuerda a qué matador de toros le hizo usted su primer traje?

- Ya lo creo; a Antonio Montes. ¡Y que no estaba majo con él! También le hice muchos a mi marido…

Efectivamente, Enriqueta Marcén se casó con un torero, José Espinosa, que lo intentó como matador y que al final se decantó como hombre de plata. Toreó novilladas en Vista Alegre, pero el grueso de su carrera lo realizó a las órdenes de toreros como Corcito, Antonio Montes, Quinito o Antonio Segura Segurita. En 1911 viene a México y permanece ese año y hasta 1913 y aquí logra figurar en la cuadrilla de Juan Belmonte. Regresa a España en 1914, año en el que fallece. Cossío incluye a José Espinosa en su tratado enciclopédico, dedicándole exactamente 146 palabras, incluyendo el título de la entrada.

Durante su estancia en México, la Maestra Marcén pone su taller de sastrería y es donde se relaciona con la torería mexicana. En la entrevista antecitada, cuenta lo siguiente:

- Naturalmente, hombre. Pero, ¿usted no sabe que mi esposo era el banderillero Jaqueta, que en gloria esté? Con él fui a Méjico y estuve allí tres años. Hice trajes para todos los diestros mejicanos, entre ellos a Gaona, a Luis Freg, a Juan Silveti, a Rodarte y a Vicente Segura, que era un señorito millonario, como usted sabrá, seguramente. Esto fue, si no recuerdo mal, en los años 11, 12 y 13. Después nos vinimos a España y puede decirse que todos los toreros, lo mismo españoles que mejicanos, han desfilado por esta casa, donde tanto se les quiere, a pesar de lo que me hacen sufrir estos chicos…

En su paso por México cultivó una amistad profunda con los hermanos Freg. Tanta, que cuando Miguel fue casi degollado por el novillo Saltador de Contreras en la plaza vieja de Madrid el jueves 12 de julio de 1914, fue ella la que se encargó de sus funerales y mientras la Maestra vivió, nunca faltó un ramo de flores en su tumba del cementerio de la Almudena.

De vuelta en Madrid se instala en Ave María 42, en el Barrio de Lavapiés y allí ejerció doña Enriqueta su noble arte hasta el último día. Tiene el honor de que una pieza suya haya sido exhibida en el Museo Metropolitano de Nueva York. Así lo cuenta la Maestra:

Y ahora que hablamos de capotes, uno que le hice a Juan Silveti está expuesto en el Museo Metropolitano de Nueva York. Se trata de un capote hecho a capricho del diestro, en el que el motivo principal es una moneda azteca en oro, sobre un fondo verde, y todos los detalles que lleva a los lados son mejicanos. Silveti lo regaló o lo vendió al citado Museo Metropolitano de Nueva York, donde obtuvo un premio, y en el que sigue expuesto a la admiración de los visitantes...

El anecdotario de doña Enriqueta

La vida dentro de un taller de sastrería para toreros debe ser el germen de muchas y muy variadas historias. En otra entrevista, realizada esta ocasión por quien firmó como J.S. y publicada en El Ruedo del 22 de febrero de 1966, entre otras cosas, la Maestra cuenta:

¿Vestir? Yo he vestido a todos los grandes del toreo. Gaona, Joselito, Belmonte, Cagancho, Gitanillo... Y a Mazzantini... Y a Guerrita. Guerrita se colocó muchas veces el traje en el propio taller para ir desde aquí a la plaza... ¡Si yo les contara! ...

Quizás de allí viene la expresión de vestir de la aguja, de salir con la ropa de torear desde la propia sastrería, justo cuando se termina de elaborar.

Acerca de las costumbres y manera de vestir de los toreros, contó a Santiago Córdoba, en entrevista publicada en el mismo semanario El Ruedo del 27 de septiembre de 1956, lo siguiente:

- ¿Qué torero le encargó más trajes?

- Luis Freg.

- ¿Cuántos vestidos le encarga una figura para la temporada?

- Yo he llegado a hacer hasta doce.

- ¿A quién?

- A Rodolfo Gaona y Pepe Ortiz. Manolete, los Bienvenidas, Aparicio, Girón, Antoñete y otros muchos también han tenido siempre buen ropero…

La Medalla del Trabajo

Cuando la fiesta de los toros no era considerada políticamente incorrecta, las autoridades y el Estado se preocupaban por fomentarla y por reconocer a sus actores. Así, en el Boletín Oficial del Estado del 20 de enero de 1965, se publicó la orden de fecha 17 de julio de 1964, mediante la cual se concede a doña Enriqueta Marcén Vililla la Medalla del Trabajo en categoría de bronce. Dicha orden entre otras cosas expone:

Resultando que el excelentísimo señor Presidente de la Diputación Provincial de Madrid, así como otras autoridades, jerarquías y personalidades de relieve en la vida social han solicitado de este Ministerio la concesión de la citada recompensa a favor de la señora Marcén Vililla, en atención a la intensa labor desarrollada desde el año 1888, en la que viene dedicándose diariamente con gran celo y eficacia a las actividades de bordadora, habiendo creado con su esfuerzo y trabajo un taller especializado en la confección de trajes de torero, siendo un ejemplo de laboriosidad y dedicación absoluta a su oficio, en el que ha ejercido además una verdadera función de Maestra, enseñando a un gran número de Aprendizas y Oficiales...

Así, se reconocía en ese momento toda una vida dedicada a trabajar a favor de la fiesta de los toros y de los actores de la misma, aunque fuera casi al final de su carrera.

El ocaso de una artista

En la entrevista que firmó J.S. y a la que he aludido antes, las hijas de doña EnriquetaMaría Luisa, Araceli y Pilar, cuentan:

- ¿Cuándo dio su última puntada doña Enriqueta?

- Hasta hace muy poco ha estado en la brecha. Los años se lo prohibieron hace un par de meses...

Sonríe doña Enriqueta, la “maestrita”, como los toreros la llaman, y señala:

- Ellas lo hacen tan bien o mejor que yo.

- También son maestras…

En el número de El Ruedo de el 12 de abril de 1966 se daba cuenta del fallecimiento de doña Enriqueta. No se indica la fecha de su deceso, pero se hace en estos términos:

Ha muerto doña Enriqueta Marcén, La Maestra, por cuyo nombre era conocida en el amplio mundillo de los toros, Contaba noventa años de edad... Hace muy poco tiempo, en su última entrevista periodística que se le hiciera en vida, nos decía para los lectores de El Ruedo:

- Mi vida ha transcurrido puntada tras puntada. Sólo he hecho eso: bordar, bordar un día tras otro, sin pausa, con cariño grande. Yo pongo más atención y cuidado en el bordado que para los toreros realizo que en los trabajos propios, particulares. Y es que siento un gran cariño por los hombres que se juegan la vida frente a los toros, sean o no famosos. Para mí todos son iguales...

Se fue una grande. Una mujer que dejó escuela. Quedaron otros talleres y otros nombres, Ripollés, la Maestra Nati, Fermín, Manfredi… Pero siempre habrá un sitio especial para doña Enriqueta Marcén, la primera que fue llamada La Maestra.

domingo, 18 de abril de 2021

Curro Rivera y la Puerta del Príncipe. Hace 50 años

Curro Rivera, el hijo de Fermín, el de San Luis, irrumpió como un torbellino en los ruedos de México en el año de 1965, con apenas 14 años de edad. Recibió la alternativa en Torreón el 14 de septiembre de 1968 y la confirmó en la Plaza México el febrero siguiente, cortando ese mismo año, su primer rabo en la gran plaza, a partir de un toreo en el que, a más de un bien aprendido oficio, reinaba la frescura y se imponía una electrizante personalidad que le permitía conectar con la afición casi de inmediato.

Para la campaña de 1971, decide junto con su padre, que era el que principalmente se encargaba de sus asuntos, emprender una campaña española. Tenía ya toreados aquí en México 123 festejos cuando hace el viaje a finales del mes de febrero, pues tenía ya apalabradas varias fechas que iniciarían el 18 de marzo en la Feria de Fallas en Valencia, tarde en la que cortó dos orejas y enseguida el 21 en Castellón de la Plana, triunfaría de nuevo llevándose tres apéndices en la espuerta. Se volvería a vestir de luces el 11 de abril en Murcia, con otro triunfo de puerta grande y al día siguiente en Barcelona, donde la suerte le fue esquiva.

Fermín Rivera declaraba con gran seguridad, en entrevista publicada en el número de El Ruedo aparecido el 10 de noviembre de 1970, lo siguiente:

Estará presente en las mejores ferias españolas. No defraudará a nadie midiéndose con figuras auténticas del toreo contemporáneo... El Currito Rivera de este año está dispuesto a las pruebas más exigentes. Viene limpio de asperezas. A demostrar que es un gran torero. Y no lo digo con pasión de padre. Esto me retraería a la hora de confeccionar contratos para plazas de categoría. Demostrará ante las cátedras citadas y otras varias que es un gran torero...

Y los hechos demostraron que al Maestro de San Luis le asistía la razón…

La Feria de Abril de 1971

Una de las ferias de gran categoría a la que se apuntó Curro Rivera fue la de Sevilla. Lo hizo a dos tardes y la primera de ellas fue la del 18 de abril, en la que alternaría con Curro Romero y Victoriano Valencia en la lidia de toros de don Fermín Bohórquez. Era, en realidad, un verdadero examen para el jovencísimo torero mexicano, el presentarse ante la afición hispalense junto con la última gran leyenda que ha habitado los muros de esa plaza. El designio de su padre y representante, de someterlo a las pruebas más exigentes, se estaba llevando a cabo conforme a la ruta trazada.

Y la prueba fue satisfecha con nota sobresaliente. Curro Rivera cortó tres orejas esa tarde de domingo. El que firma como J.M. en la Hoja del Lunes del día siguiente al festejo, entre otras cosas, cuenta esto acerca de la actuación del torero:

Sevilla la ha conquistado pronto Curro Rivera, un joven que sonríe con la alegría de sus pocos años y al que no importan ni los toros bravos ni los mansos, porque para todos tiene una lidia que culmina en éxitos y que lleva el entusiasmo a los graderíos, desde las primeras a las últimas filas. Mucho temple, mucho garbo y, sobre todo, un perfecto conocimiento. Le ha faltado banderillear, porque sabemos que lo hace muy bien, pero quizá no quiso en una plaza y una feria donde la responsabilidad es muy grande para todos, y más aún para quienes vienen de otros países.

Han escrito en fechas anteriores algunos críticos mexicanos que no había aquí propósitos de recibir con entusiasmo a los toreros de su país. Hoy debían haber estado en la Maestranza los que así escribieron, para comprobar que, sin una sola excepción, todos los espectadores, entre los que figuran los de más solera de Andalucía, aplaudieron al Curro de México de forma delirante, y agitando sus pañuelos durante largo rato llegaron a conquistar para el diestro la segunda oreja de su toro primero.

Y es que Curro Rivera ha estado muy bien. Lanceando en el centro del anillo, con verónicas muy templadas, para después colocar al toro en suerte, también de manera magistral. Cuando el picador, su compatriota, se ganó una ovación por lo perfecto que hizo el embroque, Rivera quitó de forma admirable, por chicuelinas y revolera. Al brindar a la plaza los tendidos hervían, y una ovación atronadora fue el refrendo a su gesto. Pases de todas las marcas, entre clamores y música, algún destello personalísimo de toreo propio y otra vez lo clásico, con la derecha y la izquierda, hasta el momento de matar, en que, entrando bien, consiguió una estocada que tumbaría sin puntilla. Júbilo en la vuelta, regalos, flores y algún sombrero charro mexicano para que lo luciera unos momentos…

Más compuesta literariamente, por el tiempo que su autor tuvo para hacerla, es la de Manuel Olmedo Don Fabricio II, aparecida en el ABC hispalense el martes 20 de abril, titulada Curro y Currito, de la que entresaco esto:

La presentación de Currito Rivera en la Maestranza ha sido triunfal y convincente. Lo hemos visto en todo momento muy seguro y suelto. Al tercero de la tarde lo lanceó con tanta decisión con prestancia, lo mismo a la verónica que por chicuelinas, rematadas éstas con galana revolera. Luego, dominador y arrogante, con sereno coraje compuso una faena de muleta superior a las condiciones del toro, bueno, toreable, pero no boyante. Estuvo siempre cerquísima de él, a dos dedos de los pitones, y no se inmutó cuando se le quedó parado varias veces en el centro de la suerte. Excelente fue el trasteo y soberbia la estocada con que Currito tumbó a su adversario. El bravo mexicano se perfiló en corto, atacó derecho, con el acero a la altura que marcan los cánones, cruzó limpiamente y clavó la espada en las mismas agujas. Estocada difícilmente superable por la guapeza, por el buen estilo y por la precisión con que realizara la suerte el joven diestro, premiado justamente con las dos orejas de su adversario.

En el sexto, manso integral, aunque sin peligro alguno, manejó el capote eficazmente. El animal se iba de la muleta. Se negaba a la pelea. Currito lo persiguió denodadamente y le dio muchos pases, deshilvanados, llenos de majeza. El toro, cuando acudía al engaño obligado por Rivera, lo hacía sin el menor celo, sin la menor fijeza. Currito concluyó su esforzada labor con un estoconazo, saliendo trompicado. Hubo eufóricos en número suficiente para que al interesante espada le concedieran una oreja. Halagüeño debut...

Respecto de los toros de Bohórquez lidiados, Carlos Briones, en el número de El Ruedo de Madrid aparecido el 20 de abril siguiente cuenta lo que sigue: 

El encierro enviado por don Fermín Bohórquez ha estado bien presentado en cuanto a peso, edad y trapío se refiere. Todos, magníficos de lámina, han sido desiguales en cuanto a bravura se refiere, llegando aplomados al último tercio de la lidia… El mejor fue el primero. El segundo también se dejó torear de muleta. Los peores, con mucho, el quinto, que le tocó a Victoriano Valencia, y, sobre todo, el sexto, que lidió Currito Rivera… Por orden de aparición, los pesos y nombres de los seis astados fueron como sigue: «Bañador», de 494 kilos; «Cabezón», de 500; «Zalamero», de 466; «Calentito», de 517; «Cancionero», de 549, y «Gavilán», de 544 kilos, respectivamente...

La Puerta del Príncipe

Domingo Delgado de la Cámara cuenta que la fiebre por la salida por la Puerta del Príncipe comienza el 12 de octubre de 1952, cuando se abre por primera vez a unos triunfantes Rafael Ortega, Luis Miguel Dominguín y Antonio Ordóñez, porque antes, se llevaban en hombros a los triunfadores, como dice don Antonio Burgos, por la puerta que da a la calle Iris.

Desde entonces, el torero que triunfa en Sevilla sin cortar más de dos orejas, rechaza la salida en hombros por no poder hacerlo por la Puerta del Príncipe. Pues bien, ese 18 de abril de 1971, Curro Rivera, en el estado de cosas reinante se ganó el derecho a salir en volandas por allí y le abrieron la puerta, pero que un grupo de ilusionados y enardecidos paisanos que se tiraron al ruedo para cargarlo en hombros lo pasearon en dirección a la puerta de la calle Iris y por allí lo sacaron… Cuentan las lenguas de doble filo, que con malaje, algún local les indicó que esa era la ruta de salida y que Curro desde la altura de las volandas, les gritaba que el camino era otro, pero la emoción del momento impidió a los que lo veneraban escuchar y razonar la trascendencia de lo que hacían.

Ese error material impidió a Curro Rivera una salida que se había ganado a pulso delante de los toros, pero como tal debe contar y se debe tener en cuenta que, desde ese 12 de octubre de 1952, es el único torero mexicano para el que la Puerta del Príncipe se ha abierto, la haya cruzado o no.

Curro Rivera ese día sumó apenas su quinto festejo en ruedos hispanos, iría después a Madrid, donde confirmó la alternativa y toreó la Beneficencia, a Valencia otra vez en julio, a Pamplona, San Sebastián, Bilbao, donde fue el primer torero mexicano en abrir la puerta grande en Vista Alegre, sumando en su campaña 58 corridas en las que cortó 92 orejas y 10 rabos.

Como se puede ver, hay allí indicados varios hitos importantes, ya trataré de dar cuenta de ellos conforme se acerquen las correspondientes fechas.

domingo, 11 de abril de 2021

12 de abril de 1936: Ricardo Torres confirma su alternativa en Madrid

Ricardo Torres
Aguascalientes Cª 1937
Colección: Isidoro Cárdenas Carranza
La temporada madrileña de 1935 se cerró con la actuación de dos toreros mexicanos. La última corrida se dio el 20 de octubre y en ella actuaron José Amorós, Jesús Solórzano y Gitanillo de Triana ante toros de Demetrio y Ricardo Ayala y la última novillada se dio una semana después, cuando ante tres novillos de Juan Sánchez de Terrones y tres de los nombrados hermanos Ayala (3º, 4º y 5º), se presentaron Miguel Cirujeda, Jesús González El Indio y Ricardo Gutiérrez Navas. Nuestro paisano El Indio, cortó última oreja del ciclo al segundo de la tarde.

Al año siguiente sería Jesús González quien abriría la temporada de toros en Las Ventas, al actuar en el primer festejo del calendario el 8 de marzo, alternando con Cayetano de la Torre Morateño y José Vera Niño del Barrio en la lidia de novillos de Celso Cruz del Castillo. Después le seguiría Paco Hidalgo, que debutaría allí el Domingo de Ramos, 5 de abril, alternando con Enriqueta Palmeño, Daniel Luca de Tena y Mariano García y el tercer torero mexicano y único matador de toros en actuar en ese calendario en el ruedo venteño, sería precisamente quien me ocupa en estas líneas, el hidalguense Ricardo Torres.

La primera corrida de 1936

Se anunció como primer festejo mayor para ese Domingo de Resurrección de 1936, una corrida de ocho toros de los hermanos Luis y José Pallarés para Victoriano Roger Valencia II, José Amorós, Pepe Gallardo y el mexicano Ricardo Torres que confirmaría su alternativa. La tarde fue lluviosa y el ambiente en las tribunas estaba crispado porque la empresa suprimió el abono y emitió unos carnets de aficionado que no terminaron de convencer a los tenedores y que al día siguiente serían suprimidos, regresando al sistema anterior, según cuenta en su tribuna del ABC madrileño don Gregorio Corrochano:

Este año nos encontramos con una novedad: no se abre abono. La empresa, buscando sin duda una solución o una sustitución a la reserva de localidades, ideó el «carnet», que tiene analogía con lo que en Méjico llaman «derecho de apartado». El ensayo no cayó bien por lo visto en la opinión y se han anulado los «carnets». Pero no se abre abono. Y ahora va a surgir otra dificultad. Si no se abre abono ¿qué fórmula van a dar para la reserva de localidades abonadas?

El encierro cordobés de los hermanos Pallarés, a decir del citado don Gregorio fue serio:

Se lidiaron toros de Pallarés, bien presentados y con sus años completos. Decimos con sus años completos, porque con los toros ocurre lo contrario que suele acontecer con las mujeres: los toros se ponen años; o se los ponen los que quieren hacerles pasar por toros. Pero con sus años y todo, la corrida fue magnífica para los toreros. De los ocho, los seis primeros no hay quien los mejore en nobleza, en buen estilo de embestir. El séptimo tuvo más peligro, porque había que llegarle mucho y cuando arrancaba, lo hacía con fuerza y seguido. El octavo no se le pudo ver porque se lidió tan mal, que el toro no sabía a qué capote acudir...

Ricardo Torres confirmaba la alternativa que había recibido en Barcelona el 16 de septiembre de 1934 y que ya había confirmado en El Toreo el 2 de diciembre de ese mismo año. Lo haría con Esparragueño, que así se llamaba el primero de la corrida que me ocupa en este momento. Tuvo una actuación interesante. Quien hizo la crónica para la Hoja Oficial del Lunes, aparecida al día siguiente de la corrida – no está firmada – entre otras cuestiones relata lo siguiente:

Los cuatro matadores, con afición, con conciencia de su saber, con voluntad decidida, tuvieron gestos que dieron consistencia y calor de corrida grande a esta primera del año... Los inició Ricardo Torres al veroniquear, ceñidísimo, pero suave y lento, a su primero en una serie de lances superiores, al que siguieron otros, en el primer quite, de verdadero torero... Y luego tres pares de banderillas buenos, a cargo del nuevo matador de toros, con alegre preparación y ejecución perfecta, a los que siguió – después de recibir los trastos de manos de Valencia – una faena reposada, tranquila, fina, elegante, con gusto y ciencia. Ricardo Torres corrió la mano una y otra vez por alto y de pecho, parado, erguido, sacando la muleta por la penca del rabo del enemigo, y luego con la izquierda, desafiando, consintiendo, aguantando de verdad, consiguió dos naturales perfectos en los que tuvo que adelantar el engaño y tirar de él para que el toro pasase. Terminó la faena con un pinchazo y media, y el nuevo matador oyó una ovación grande y saludó desde los medios...

Por su parte, el que firma como López Cansinos, en el diario madrileño Ahora, escribe esto:

Empecemos por el recipiendario, que, después de todo, fue el protagonista del primer episodio de la corrida. El diestro mejicano – buen novillero en sus anteriores actuaciones en Madrid y con posibilidades de ser un buen torero en su nueva categoría – toreó con el capote al bicho que rompió plaza con mucho valor y finura y repitió estas muestras de buen estilo en el primer quite. Tomó banderillas y con excelentes maneras clavó dos pares y medio que arrancaron justas ovaciones. Brindó al público después del ceremonial doctorado y empezó con dos pases por alto soberbios, seguidos de un natural, aguantando el viaje lento del animal que estaba muy quedado. Continuó con otros pases altos pasándose todo el toro por delante, pero como el de Pallarés no hacía por el engaño, tuvo que abreviar la brillante faena. Tras un pinchazo en lo alto metió media superior que tiró al enemigo patas arriba. Fue ovacionadísimo el nuevo matador y tuvo que salir a saludar al tercio…

Como podemos ver, Ricardo Torres tuvo una confirmación de alternativa que le podría permitir la obtención de posteriores actuaciones en otras plazas españolas, pero primero, el conflicto generado por la dirigencia de los toreros españoles apenas un mes después y posteriormente la Guerra Civil, interrumpieron el camino que apenas había empezado a andar.

El resto del festejo

Valencia II dio la vuelta al ruedo tras despachar al segundo, fue silenciado en el quinto y volvió a dar la vuelta en el séptimo que mató por Pepe Gallardo; José Amorós: silencio en el tercero y vuelta tras la muerte del sexto; Pepe Gallardo: cortó las 2 orejas al cuarto, Rompelindo y fue gravemente herido por el séptimo que tenía el curioso nombre de Manta al hombro. Por su parte, Ricardo Torres, tras la muerte del que cerró plaza, escuchó palmas al retirarse.

El parte médico rendido acerca del percance sufrido por Pepe Gallardo, sin firma en los diarios, pero que me arriesgo a atribuir al doctor Jacinto Segovia, dice lo siguiente:

Durante la lidia del séptimo toro ha ingresado en esta enfermería el diestro José Gallardo, quien sufre una herida por asta de toro, situada en la cara posterior, tercio medio del muslo izquierdo, de unos veinte centímetros de trayectoria y que lesiona piel, tejido celular subcutáneo, músculos bíceps y semitendinoso, contusionando el nervio ciático mayor, acompañado de abundante hemorragia procedente de las ramas de la femoral profunda. Pronóstico grave.

Dramatis personae

Victoriano Roger Valencia II. Murió asesinado en la carretera de Hortaleza el 18 de diciembre de ese 1936 – fusilado dicen otros – a causa de su afiliación falangista y de su belicoso deseo de hacer ostentación de ella en todo lugar, incluso en las plazas de toros.

José Amorós. Las cornadas y la guerra civil truncaron su carrera. Toreó la Corrida de la Victoria en Las Ventas el 24 de mayo de 1939. Cambió el oro por la plata a partir de 1944 y actuó en cuadrillas de diestros como Gitanillo de Triana, Antonio Bienvenida o Rovira. Cuando dejó los ruedos fue asesor de la presidencia en Las Ventas. Falleció el 15 de julio de 1997.

Pepe Gallardo. Siguió toreando intermitentemente después de la Guerra Civil. En 1942 toreó con Manolete en San Fernando, al año siguiente volvió a Las Ventas y al final del calendario dejó de torear. Se dedicó a ayudar a un muchacho de Barbate llamado Antonio Rivera, quien después sería el padre de Riverita y de Paquirri. Falleció en Cádiz el 1º de abril de 1988.

El devenir de Ricardo Torres

Mañana lunes se cumplen 85 años de que Ricardo Torres resultara ser el último torero mexicano en actuar en la plaza de Madrid, como decía, a causa de un rompimiento de relaciones y entenderes entre las torerías de España y México y de la Guerra Civil Española. Sería hasta el 18 de julio de 1944, cuando volvería a hollar esa arena un torero mexicano y tocaría a Carlos Arruza presentarse allí para, precisamente, confirmar su alternativa. 

Ricardo Torres, heredero de las enseñanzas de Ojitos por la vía de Samuel Solís, continuó su carrera en México y durante la imposibilidad de actuar en España, lo siguió haciendo en Portugal y Francia, haciéndolo en la Plaza México por última ocasión el 6 de marzo de 1949, alternando con Lorenzo Garza y Luis Procuna y en esa ocasión cortó la oreja al toro Africano de Pastejé.

Posteriormente participó en la formación como toreros de sus sobrinos Jaime y Manolo Rangel, ambos matadores de toros. Ricardo Torres falleció el 3 de agosto de 1953 a consecuencia de un accidente automovilístico sufrido 5 días antes en las inmediaciones de Matamoros, Tamaulipas.

Sirvan estos párrafos para recordar a este gran – pero altamente incomprendido por la historia – torero mexicano.

domingo, 4 de abril de 2021

1963: Gabino Aguilar, dos salidas a hombros consecutivas en Sevilla

Gabino Aguilar
Durante la temporada 1962 – 63 estuvieron en México varias de las figuras hispanas que vinieron o a confirmar sus alternativas a la Plaza México, a actuar en El Toreo de Cuatro Caminos o a realizar campañas en nuestros ruedos. Los más destacados – y los cito por su orden en el escalafón – fueron Joaquín Bernadó, apoderado por Cristóbal Becerra; Pablo Lozano, llevado por sus hermanos José Luis y Eduardo; Paco Camino, exclusivo de la casa Chopera; Juan García Mondeño, a quien traía Alberto Alonso Belmonte; Pedro Martínez Pedrés y Antonio Borrero Chamaco que venían con los Camará y Santiago Martín El Viti, representado por Florentino Díaz Flores. También figuraron Fermín Murillo y Antonio Ordóñez, pero no pude identificar a sus representantes.

Pues bien, esos apoderados hispanos no solamente se dedicaron a atender los asuntos de los toreros que llevaban, sino que, en la busca de nuevos valores para la tauromaquia, volvieron sus ojos a los muchachos que comenzaban a andar por los ruedos y al terminar su periplo americano se llevaron a España a varios de nuestros novilleros para la campaña de 1963. Eran novedad dos de ellos Abel Flores El Papelero, que se colocó con Alberto Alonso Belmonte y Gabino Aguilar, quien se acomodó, seguramente con la casa Chopera.

Además, repitieron allá del ciclo anterior Juan Anguiano, Mauro Liceaga, Óscar Realme, Fernando de la Peña y Guillermo Sandoval, recibiendo estos tres últimos la alternativa en plazas de importancia. Habrá que apuntar aquí que, de todos ellos, Gabino Aguilar fue el novillero mexicano que más fechas sumó ese calendario, con 25 y que también hicieron campaña allá los matadores de toros Manuel Capetillo, Guillermo Carvajal, Gabriel España y Antonio Campos El Imposible.

Sevilla, 30 de junio de 1963

La empresa Pagés anunció para ese domingo de abono, una novillada de Manuel Álvarez y hermanos que sería lidiada por la rejoneadora colombiana Amina Asís y los novilleros Ángel Rodríguez, Manuel Álvarez El Bala y Gabino Aguilar, los tres nuevos en esa plaza.

La tarde representó un triunfo para Gabino Aguilar que salió a hombros de la afición por la puerta de la calle Iris, aunque El Bala lo hiciera por la del Príncipe por una cuestión meramente de números.

Esa tarde, Gabino Aguilar le cortó una oreja a cada uno de los novillos de Álvarez a los que enfrentó en una actuación que Manuel Olmedo Sánchez Don Fabricio II, resume de esta manera en el ABC sevillano del 2 de julio siguiente:

El mejicano Gabino Aguilar nos ha causado una grata impresión. Posee un gran sentido de lidiador y relevantes dotes de artista, que brillaron en las verónicas, las chicuelinas y los airosos remates ejecutados en el sexto, y se evidenciaron rotundamente en las dos faenas de muleta, cuyos méritos se encarecen por las dificultades de ambos novillos. Al tercero, cobardón, que se quedaba y derrotaba mucho, lo trasteó con inteligencia, aguante y compostura. Al dominio se unieron en algunos pases estimables detalles estéticos. Murió el animal a efectos de una estocada, y al diestro le fue concedida una oreja. Tiró Aguilar del sexto hacia los medios, y allí, obligando la remisa y corta embestida del animal, cuajó pases muy meritorios. Realizó la suerte suprema con buen estilo y prontitud, y obtuvo el mismo premio que en el otro novillo, con idénticos merecimientos...

La salida de El Bala por la puerta del Príncipe se debió a que cortó tres orejas esa tarde.

Gabino Aguilar iría después a Burgos, dos tardes consecutivas a Madrid, a La Coruña y a San Sebastián antes de volver a la antigua Híspalis.

11 de agosto de 1963, otra salida en hombros

El cartel de esta novillada se integró con Gabino Aguilar, el toledano Miguel Oropesa y el gaditano Manolo Aibar, quienes enfrentarían un encierro de don José María Soto de la Fuente. En esta ocasión Gabino tuvo que matar tres novillos, pues el segundo de la tarde mandó a la enfermería a Oropesa y ya no salió de allí.

El encierro fue una colección de prendas, según lo cuenta quien firma como El Chico del Baratillo en la Hoja del Lunes del día siguiente del festejo:

No resultó la novillada del señor Soto, grata para la afición, pues después de la falta de hechuras y trapío, de fea estampa, a excepción del sexto, bueno en el último tercio, aunque sin fuerza, los demás resultaron al final muy incómodos, por su feo estilo, motivado por su falta de fuerza también, mansedumbre en general que fueron motivos para defenderse en el desarrollo de la lidia. En este menester se destacó el lidiado en cuarto lugar, el peor de todos, porque tenía sentido. Con los jinetes fue superior el primero, mansos tercero y cuarto, cumpliendo los demás...

No obstante, y sin reparar en las condiciones de los toros, Gabino Aguilar se jugó el tipo alegremente. Antonio de los Santos Santiño, haciendo la crónica para el ABC de Sevilla, refleja lo siguiente de su actuación ante el cuarto de la corrida:

Fue en su segundo donde el mejicano dejó bien probadas sus excepcionales aptitudes toreras. El novillo, de tanta presencia como peligro y quizás más acusado éste, había arrollado a un peón con aviesas intenciones. Llegó al último tercio en condiciones totalmente negativas para la lidia más somera, y el diestro azteca luchó con denuedo hasta tirar de él en unos derechazos personales e intransferibles, para luego, en terreno inverosímil, forzar unas series de naturales ligados con el de pecho realmente impresionantes, en los que el valor tenía la misma calidad que la sabiduría torera derrochada por el singular lidiador, subrayada por el confundido murmullo de las aclamaciones y los ecos musicales. La indiscutible proeza hubo de coronarla con una estocada entera, y, tras denegar el presidente la segunda oreja, pedida con rotunda e insistente unanimidad, el majo Gabino hubo de recorrer tres veces el anillo, recogiendo diversidad de prendas…

Nuevamente ante el quinto del festejo Gabino volvió a poner en evidencia su voluntad y su determinación de querer ser, según escribió el ya citado Chico del Baratillo:

Otra vez en el quinto de la tarde – sustituyendo a Oropesa – el mejicano ofreció una brillante estampa como refrendo de su valor y capacidad torera, pues si arte y gracia imprimió su capote, lució más aún con la flámula en otro curso bellísimo de toreo clásico también, que los bordara en muchos momentos de su faena entre música y ovaciones y que para que no faltara lo trágico, fue cogido aparatosamente sin consecuencias y, a pesar de estar visiblemente lastimado, puso epílogo a su labor con un volapié fulminante, volcándose sobre el enemigo. Cortó oreja también, marchándose de la Maestranza con un éxito de clamor, dejando en Sevilla su nombre altamente cotizable...

Y otra vez salió en volandas por la puerta de la calle Iris. Como siempre se había acostumbrado, pues me cuenta Domingo Delgado de la Cámara, que eso de abrir la del Príncipe se empezó a usar hasta el año de 1952 cuando unos triunfos de Luis Miguel Dominguín y Rafael Ortega. Y una vez hecho eso, los toreros ya no querían otra cosa, como lo cuenta don Antonio Burgos:

Por la calle Iris. Como siempre se han sacado a los toreros en Sevilla, antes de la moda del mito del cuento del envergue de tanta Puerta del Príncipe... Pero, hijo, los toreros la desprecian. O por la del Príncipe o ninguna, parecen decir. No quieren salir por la calle Iris, como no sea andando y hacia el cochecuadrillas aparcado en la calle Antonia Díaz. Cuando por la calle Iris, y a hombros hasta el Hotel Cecil Oriente donde se vistió, salió Curro Romero la tarde de su debú y su triunfo con «Radiador» de Benítez Cubero. Por la calle Iris han salido a hombros Manolete y Arruza, y Antonio Ordóñez, y Pepín Martín Vázquez, y Pepe Luis Vázquez, y Chicuelo. Entonces era lo normal… conviene, pues, aclarar que aquí no está prohibido sacar a un torero a hombros por la calle Iris. Aunque parezca lo contrario...

In memoriam

Gabino Aguilar volvería a España la campaña siguiente y se doctoraría en el ruedo de Las Ventas de Madrid el 23 de junio de 1964 de manos de Andrés Hernando y atestiguando Manuel Benítez El Cordobés. Torearía 16 corridas, cortando 23 orejas en esa campaña y a partir de 1965 dedicaría sus afanes a torear en ruedos de México y después del retiro, a criar toros de lidia en El Batán. Pero de este y otros asuntos ya me había ocupado en este lugar de esta misma Aldea.

Gabino Aguilar falleció el día de San José de este 2021. Hoy le recuerdo aquí como lo que siempre ha sido: un triunfador.

domingo, 28 de marzo de 2021

Armando Mora: su alternativa a 50 años vista

Armando Mora
Matador de toros
Los Mora de nuestro Barrio de Triana tienen raíces toreras que se remontan a la mitad de la década de los cuarenta del pasado siglo, cuando la cabeza de ella Juventino, intentó ser matador de toros. Después siguió sus pasos su sobrino Víctor y tras de él su hermano Armando, desde el principio de la década de los sesenta, se tiró a correr la legua y a buscar la gloria vestido de seda y alamares.

Tenía condiciones y por ello don Manuel Arellano, el legendario transportista de toros de lidia lo llevó a Monterrey, con don César Garza, quien le proporcionó las primeras oportunidades y ante las buenas actuaciones se le abrieron las puertas de las demás plazas de importancia de nuestra República, como San Luis Potosí, Guadalajara y por supuesto, la Plaza México, donde se presentó el 31 de mayo de 1964, alternando con César Romano y Víctor Pastor en la lidia de novillos de El Romeral.

Su carrera no estuvo exenta de percances. Armando Mora sufrió una cornada en Monterrey el 7 de julio de 1963, de un toro de nombre Cantinero, de la ganadería de Presillas que lo frenó en su ascenso, pero que no le impidió seguir adelante coleccionando hazañas, como la del domingo 17 de agosto de 1969 en la Plaza de Toros San Marcos. Esa tarde alternó con José Luis Rodríguez El Praga, Eduardo Rivas y José Manuel Montes en la lidia de una seria novillada de La Punta, ganadería que conmemoraba su 45º aniversario en los ruedos de México y el mundo. Armando selló su tarde indultando a Maragato, 5º de la tarde, teniendo también Eduardo Rivas una gran actuación, pues le cortó el rabo a Romancero el penúltimo de la corrida. Existe en los pasillos del coso de la calle de la Democracia, una placa conmemorando esa hazaña del torero trianero.

El ambiente previo al festejo

La alternativa de Armando Mora se programó para un festejo que bien pudiera ser considerado de pre – feria, pues se fijó para el domingo 28 de marzo de 1971. Le apadrinaría su combarriano Jesús Delgadillo El Estudiante, que reaparecía en Aguascalientes después de varios años de ausencia y sería testigo de la ceremonia el torero regiomontano Fernando de la Peña. Los toros vendrían de la ganadería de Corlomé, propiedad en esos días de don José C. Lomelí.

Dentro de la información previa al festejo, se publicó el anuncio de que el día de la corrida se estrenaría el pasodoble Armando Mora, obra del miembro de la Banda Municipal de Aguascalientes, don Ponciano Bernal Dávalos, la información aparecida en El Sol del Centro del 26 de marzo de 1971, es de la siguiente guisa:

El próximo domingo, durante la corrida que lidiarán Jesús Delgadillo “El Estudiante”, Fernando de la Peña y Armando Mora, la Banda Municipal, por acuerdo de su Director, el Maestro don Fernando Soto, estrenará el pasodoble del señor Ponciano Bernal “trombón” de nuestro formidable conjunto musical.

La Banda Municipal lo ensayó ya dos veces y habrá un tercer ensayo en la Casa de la Cultura.

El estreno, la inspiración de don Ponciano – nombre muy taurino – habla de cómo “ha llegado” a la afición la alternativa del trianero, quien arriba por propios méritos a la alternativa. 

Igualmente, se entrevistó a diversos aficionados notables de nuestra ciudad, como el hostelero, don Juan Andrea, que expresó:

¡Ya era tiempo! La alternativa de Armando Mora es muy merecida, nos dijo el señor Juan Andrea, aficionado de hueso colorado, al opinar sobre la corrida del próximo domingo. “Yo estoy prácticamente retirado de los toros como aficionado”, nos dice Juanito. Y su aserto nos confirma que las cosas no andan bien en la fiesta, cuando alguien tan aficionado como él se destierra voluntariamente de la plaza. Ojalá y se den las cosas bien, en esta y sucesivas corridas al trianero Armando Mora…

Por su parte, el ya nombrado don Manuel Arellano, dijo a la prensa:

Armando – nos dice –, tiene 7 años de novillero. Lo que llevo yo con mi camión transportador. Llevará a lo sumo toreadas unas treinta y cinco novilladas y es ejemplo de que un torero sí se puede formar entrenando, practicando y conservando una excelente condición física”.

Armando se ha hecho – sigue diciendo – a base del cariño que le tiene a la fiesta. Y es también algo extraordinario lo que prueba su constante entrenamiento, que haya podido dar triunfos rotundos como el de Guadalajara, donde toreó maravillosamente”.

Aquí mismo, la afición lo vio dar una demostración de poder y pundonor, cuando después de una grave cornada se levantó, sin verle la cara a una vaca, a un novillo, para cortarle las orejas a verdaderos toros. Esto, ninguna figura lo ha hecho, porque las figuras sí son invitados a las tientas de las ganaderías. Y un novillero ignorado, no. Al novillero rara vez se le invita.

Como se ve, la alternativa de Armando Mora era bien recibida por la afición local y se generó un ambiente interesante en torno a ella.

El día de la corrida

Tuve la fortuna de asistir a ese festejo con mi padre. Teníamos de vecinos de localidad al pediatra Alfonso León Quezada y a su hijo Sergio Alfonso, quien era mi compañero en la escuela. El Estudiante vestía de blanco y oro, Fernando de la Peña, de azul marino y oro y el toricantano de azul celeste y plata. La plaza no se llenó, según recuerdo, pero la entrada fue bastante buena y la tarde en su conjunto, satisfactoria para el aficionado.

Don Jesús Gómez Medina, en su tribuna de El Sol del Centro, el lunes 29 siguiente, contó entre otras cosas, esto:

Fue en el primer toro, que era eso: un TORO. Con edad, con trapío y peso.

Vestido de azul celeste y plata, el inminente nuevo doctor, tras los capotazos preliminares de la peonería, se enfrentó a “Pinocho”, que así se llamaba el de Corlomé, para lancearlo quieta y ceñidamente a pies juntos, si bien remató prematuramente por partida doble.

Bravo de verdad el corlomeño, fue al caballo con presteza y recargó de firme, antes de que Armando Mora interviniese para ejecutar una breve tanda de chicuelinas, precursoras de la revolera final.

Y llegamos al momento cumbre, a la tan anhelada alternativa. En el tercio, frente al burladero de matadores, “El Estudiante”, tras un discurso castelariano por su extensión, entregó a Mora el estoque y la muleta, en presencia de Fernando de la Peña. Se cumplía una vez más un ritual que tiene ya dos siglos de vigencia; y, mediante su realización, Armando Mora quedaba convertido en matador de toros entre el beneplácito de los numerosos parroquianos.

Y allá fue Armando en pos de “Pinocho” que, como los toros de clase, esperaba muy quieto, muy fijo, en la división de sol y sombra. Unos muletazos de exploración y, acto seguido, la muleta en la mano de las empresas mayores. Fueron tres naturales, en los que el bravo y dócil astado, en pos de la enseña diestramente manejada por el nuevo doctor, recorrió el arco de círculo del pase natural.

Para lograr los últimos, cuando el agotamiento había hecho presa de “Pinocho”, necesitó Mora de citar muy de cerca, a cuerpo descubierto; pero sin descomponerse, sin enmienda, cifrándolo todo al mando de su muleta. Y, además, mostrando un aplomo y un asentamiento de torero cuajado. Solo en el ruedo con su enemigo. Como un matador de toros, en suma.

Para su desgracia, en el momento supremo no mostró el mismo acierto. Tres pinchazos y otros tantos golpes con el estoque de descabellar, enturbiaron la limpidez de la que, de otra forma, hubiese resultado una alternativa triunfal.

En cambio, con el sexto, de mucha menor presencia que “Pinocho” y que de salida anduvo incierto, con la muleta Armando se hizo del bicho y lo toreó largamente por derechazos; muchos de estos, estupendos de temple, aprovechando la docilidad que a estas alturas mostraba el corlomeño. Vino luego el espadazo final y tras de éste el otorgamiento de un apéndice y la vuelta al ruedo entre ovaciones…

Otro momento de gran torería se produjo durante la lidia del segundo de la tarde, primero del lote de El Estudiante:

Ocurrió en la primera década del siglo. “Bombita” y “Machaquito” detentaban el mando del cotarro taurino durante el interregno que medió entre la despedida del Guerra y la aparición de Joselito y Belmonte.

Y una tarde, en Madrid, Machaco se fue tras del estoque con férrea determinación y lo clavó todo en el morrillo de un imponente miureño. Del pitón de éste pendían luego los encajes de la camisa del bravo cordobés, en testimonio de cómo se entregó Rafael González en el trance supremo.

“Don Modesto”, pontífice de la crítica taurina de la época, emocionado ante la hazaña del Machaco, urgió al escultor Mariano Benlliure: – “¡Apresúrate, ilustre alfarero! ...” – decíale en su crónica el célebre revistero. Y Benlliure, tan buen aficionado como artista eximio, atendió el reclamo de don José de la Loma y sus manos prodigiosas produjeron esa estupenda obra de arte que se llama “La estocada de la tarde”.

Ayer, en la muerte del segundo burel, la sombra de “Machaquito” pareció aletear sobre el coso. Porque, al igual que entonces lo hiciera Rafael González, “El Estudiante” se perfiló marchosamente, fija la mirada en el morrillo de “Guapo”; el estoque, centrado entre ambos pitones y tan cerca de éstos que la punta parecía rozar sobre el testuz. Y al arrancar, lo hizo recta y decididamente; con tal precisión y maestría, que mientras la mano izquierda vaciaba la acometida del corlomeño, la diestra, empuñando el alfanje, concluía su viaje en el morrillo de “Guapo”, del que emergía solo la bola de la empuñadura.

¡Fue la estocada de la tarde!... De ésta y de muchas más...

Los espectadores, al unísono, botaron de sus asientos y tributaron a Delgadillo una cálida, estruendosa ovación. Y tras la ovación, la oreja, ganada en la mejor forma: con la verdad incuestionable del acero…

Fernando de la Peña lució sobre todo en el primer tercio de los toros que le tocaron en suerte. Todavía recuerdo la manera en la que toreó a la verónica al primero de su lote. Saldó su actuación con una aclamada vuelta al ruedo tras la muerte de ese toro.

Lo que llegó después

Poco toreó ya Armando Mora como matador de toros – apenas 8 corridas de toros – pero no se ha de olvidar aquella tarde del 1º de mayo de 1977, en la que alternando con Fabián Ruiz y Guillermo Montero en la lidia de un muy bien presentado encierro de Peñuelas, le cortó en la Plaza Monumental Aguascalientes las dos orejas al toro Rubio, sexto de la tarde, vestido de blanco y oro. 

Armando Mora ha centrado sus esfuerzos en formar toreros. Y a fe mía que los enseña a torear como es debido. Desde aquí le recuerdo en el cincuentenario de su alternativa. ¡Enhorabuena Maestro!

lunes, 22 de marzo de 2021

Maximino Ávila Camacho: fallido criador de toros de lidia (II/II)

Maximino Ávila Camacho
La reaparición en El Toreo

Quizás no estando conforme con el resultado obtenido, el general Ávila Camacho regresó a la plaza de la Condesa de la forma en la que debió haber empezado: con una novillada. Esto ocurrió el domingo 1º de agosto de 1943. Sus toros se anunciaron de nuevo para ser lidiados por Juan Estrada, Luis Procuna y Félix Briones. En este caso, la prensa local sí reflejó los sucesos ocurridos y en crónica de agencia aparecida al día siguiente en el diario El Informador de Guadalajara, entre otras cosas, se relata esto:

En la plaza de toros de “El Toreo” se registró esta tarde un enorme escándalo, por la mansedumbre de los novillos de “El Rodeo” que se lidiaron.

El público indignado comenzó a lanzarles cojines y acabó arrojando los anuncios comerciales que están alrededor de la Plaza hacia el ruedo.

Juan Estrada escuchó aplaudir la valentía de la que hizo gala ante sus dos enemigos.

Luis Procuna fracasó en su turno, siendo silbado y estuvo pésimo en su segundo, matándolo sin apenas intentar dar un pase solamente, siendo similar la labor de Félix Briones.

El sexto toro murió rodeado de espectadores que se tiraron al ruedo originándose el mayor escándalo que se ha visto en esta Plaza de mucho tiempo a la fecha.

Cuando Briones le había colocado la estocada cayendo el toro al parecer muerto, el público rodeó al bicho, pero éste se levantó organizándose verdaderas carreras en el ruedo, pero al ver la insignificancia del bicho, varios espectadores lo derribaron, acabando de morir.

La narración es ilustrativa, pero benévola, porque el público no solamente se tiró al ruedo, sino que prendió fuego al cadáver del lidiado en último lugar – octavo que salió de toriles – según nos cuenta Guillermo Ernesto Padilla:

La novillada efectuada el domingo 1º de agosto pasó a los anales taurinos, no por triunfal, sino por el escándalo que provocaron las pésimas condiciones del encierro de “El Rodeo” lidiado aquella tarde. Hubo fogatas, cojines, destrucción de anuncios e incineración de un toro en pleno ruedo al compás de la “danza del fuego”.

En medio de aquel caótico ambiente actuaron Juan Estrada, Luis Procuna y Félix Briones, quienes derrocharon mucha voluntad frente a tales alimañas, y si Estrada se hizo aclamar, fue ante un sustituto de Santín con el que el queretano estuvo hecho un torero…

Pero la narración más completa del hecho la hace don Carlos Septién García, quien firmando como Quinto, en el semanario La Nación, fechado el mismo día del festejo, escribe lo que, es más que una crónica, una proclama del pueblo llano de México señalando los comportamientos reprochables del general Ávila Camacho. La tituló El Castaño Expiatorio y el clásico texto dice a la letra:

Mi general:

¿Se acuerda usted de mí? Fui en vida aquel castaño que nació en las dehesas de El Rodeo hace cerca de tres años. Ese mismo que el domingo encontró la muerte más indecorosa que toro alguno haya encontrado en un ruedo: la muerte por barbacoa.

Sí mi general. Reconozco que mi físico no era precisamente gallardo y que mi bravura no era cosa de bandera. Pero usted bien sabe que todo ello no fue nunca culpa mía. ¿Cómo iba yo, uno de tantos seres insignificantes que en torno de usted viven, cómo iba yo, repito, a pedirle que sacrificara alguna de sus múltiples ocupaciones en beneficio de los pupilos de El Rodeo? ¿Quién era yo para dirigirme a usted con semejante súplica? Pasábamos hambres, mi general. Nos faltaban frecuentemente el pasto y el grano. Allá en los potreros teníamos que hacer largas colas frente a las bateas del alimento con objeto de poder lograr alguna cosa para el diario sustento. Hacer cola, mi general, significa hacer paciencia.

Es decir, perder bravura. Y la falta de maíz no es el método más adecuado para lucir un hermoso trapío. Le confieso que muchas veces pensamos mis hermanos y yo, en dirigirnos a usted para hacerle conocer tan dura situación: nos animaba a ello el conocimiento que teníamos de su afición desmedida. Pero luego, prudentes, recapacitábamos pensando que también hay una jerarquía de las aficiones. Y que por sobre la de los toros están las más sagradas aficiones a los negocios públicos y al cumplimiento de los deberes que un poderío siempre creciente significa y exige. Porque en fin de cuentas -y a cuentas hay que reducirlo todo porque usted conoce las miserias de la humana naturaleza- ¿qué éramos nosotros, Pobres seres de a mil cien pesos por cabeza, ¿en comparación – digamos – con un edificio de dos millones?

Esto explica nuestra lamentable presencia en el coso de El Toreo, el domingo último. Le confieso que todos mis hermanos y yo, que fui el último, salimos al ruedo muertos de vergüenza por nuestra propia endeblez. Aunque también – allá en el fondo – cosas de nuestra política de las que uno se contagia alentábamos la vaga esperanza de, que de algo nos serviría la influencia poderosa y omnipresente que en la fiesta de toros ha hecho medio retirarse a Armillita, arreglar el conflicto y regalar, una tarde sí y otra también, hermanos de raza.

Pero he aquí lo duro del caso, mi general.  Nuestra esperanza se fue desvaneciendo velozmente en cuanto cada uno de nosotros asomaba la cara por la puerta de toriles la influencia fue estrictamente al revés. Rodaba sobre nuestros lomos el torrente de los silbidos; caía sobre nuestros testuces el baldón de los cojines; chisporroteaba en los tendidos el fuego de las luminarias de protesta. Por más miradas desconcertantes que lanzábamos al palco de la empresa, no recibíamos ninguna indicación alentadora. El desquiciamiento de nuestra moral vino al fin, corno terremoto, en cuanto pudimos percatarnos de que las vociferaciones unánimes del tendido eran precisamente en contra del ganadero.

Cuando la turba se lanzó al ruedo para asesinarme y sepultarme bajo un aluvión de cojines; cuando la multitud prendió fuego a ese túmulo monstruoso, y miles de gentes, cogidas de la mano, danzaban en torno mío aquella jubilosa danza ritual del fuego, entendí de súbito muchas cuestiones. Era tarde, claro está. Pero antes de hundirme en el desquiciamiento de la barbacoa, pude escuchar y sentir muchas cosas que allí se proferían a gritos. Y comprendí que yo, mi general, no era un toro sino un chivo expiatorio. Que era, digamos, algo así como lo que fuera entre los burócratas ese pobre Trotsky que murió durante el asalto a la federación de empleados. Que, en fin, yo moría entre torturas en aras de mi general. Porque aquella gente protestaba por la carestía, renegaba de las colas y hablaba de vengar en mí no sé qué terribles agravios que hasta la fecha, por lo visto habían venido soportando

Y lo que yo pido frente a eso es una aclaración, esa sí verdaderamente importante y justiciera, que salve nuestro decoro y valorice nuestro martirio. La Empresa debe mandar publicar algo que diga más o menos así:

“La Empresa de El Toreo, ante el injusto sacrificio de que fue víctima el sexto toro de la corrida del domingo y las también injustas protestas de que fueron objeto los anteriores bureles corridos esa tarde, aclara que los toros de El Rodeo no poseen doscientos trajes de diversos colores, ni han comprado edificios de varios millones de pesos, ni son elementos que hayan tiranizado a toreros, ganaderos y empresarios de la fiesta de toros, ni son tampoco los que han protegido la reventa. Mucho menos, dichos bureles son los causantes de la carestía de la vida, ni tampoco se han enriquecido desmesuradamente al amparo de alguna situación de emergencia que haya habido en las dehesas. Ninguno de ellos tuvo durante su existencia aspiraciones de sultán criollo, ni ofendió a nadie con exhibiciones deslumbrantes de lujo o de riqueza. Por todo lo cual, esperamos que el público comprenda la injusticia cometida con esos pobres bureles tatemados o acojinados el domingo en tan violenta forma”.

Y esto mi general, salva nuestro decoro y nos coloca en el debido papel de mártires inocentes que la existencia nos obligó a jugar. Fuimos un símbolo de oprobio, pero usted sabe bien que éramos inmaculados. En mi la gente incineró que sé yo cuántas piezas de casimir inglés y cuántos automóviles de los que nunca disfruté. Y como en los tiempos de la Inquisición, hubo allí una quema habiéndome correspondido en ella el doloroso papel de efigie.

Espero y confío, mi general, en que se nos haga justicia.  Es lo único que le pide este humildísimo servidor que jura – para un remoto caso de reencarnación – no volver a nacer en El Rodeo. Ni, probablemente, en todo Puebla.

En conclusión

En más de una oportunidad he dejado escrito por aquí que las plazas de toros son los escenarios más democráticos que existen. Ese 1º de agosto de 1943 el pueblo expresó su sentir acerca de muchas cosas que sucedían en los confines de la tauromaquia mexicana y también fuera de ella. Quizás la forma de hacerlo no fue la más comedida, pero todo tiene un límite y como dice don Carlos Septién en su relación – misiva, lo que fue hacer paciencia, mansedumbre… para los toros, en las personas provocó una reacción en sentido contrario.

Maximino Ávila Camacho, hasta donde pude encontrar datos, no volvió a lidiar toros en una plaza a su nombre o bajo la denominación de El Rodeo después de ese día. Leí en alguna parte, que la simiente que le proporcionó don Antonio Llaguno, fue debidamente devuelta a su lugar de origen, donde sería mejor aprovechada. 

Entiendo, sí, que del general hay muchas más cosas de las que se puede hablar, desagradables las más, pero no olvidemos que él fue quien movió los hilos necesarios – sobre todo los políticos – para que las relaciones taurinas entre España y México se reanudaran y pudiera presentarse aquí, entre otros, Manolete. Ese es un mérito que es principalmente suyo y nadie se lo podrá quitar.

Sic transit gloria mundi… 

Aldeanos