Manuel Capetillo Foto: Santos Yubero Madrid, mayo 1952 |
La temporada del 48 se recuerda por la irrupción de Los Tres Mosqueteros en el escenario taurino. Jesús Córdoba, Manuel Capetillo y Rafael Rodríguez – en ese orden se presentaron en la gran plaza – hicieron posible una temporada de 29 festejos que inició el 1º de mayo y concluyó el 5 de diciembre de ese año. Pero, aunque los mosqueteros fueron las estrellas más rutilantes, en ese calendario también destacaron Paco Ortiz, El Ranchero Aguilar, Alfredo Leal, Héctor Saucedo y Curro Ortega, nombres que escribieron su propia leyenda en las relaciones de la fiesta y se quedaron para siempre en la memoria colectiva.
La gran revelación de las novilladas del 48 fue sin duda Rafael Rodríguez, que llegó a la temporada hasta la 14ª fecha. Pero a partir de allí se entretuvo en cortar cinco de los diez rabos que se obtuvieron en ese ciclo. Por su parte, Jesús Córdoba se llevó la Oreja de Plata, por una faena de una oreja, superando incluso a Paco Ortiz, que había cortado un rabo en ese festejo y Manuel Capetillo ganó una Medalla Guadalupana que se disputó en una novillada ex – profeso.
Ese era el ambiente cuando se celebró, el domingo 21 de noviembre de 1948, el 27º festejo de la temporada, un auténtico cartel de triunfadores, pues lo integraron Paco Ortiz, Jesús Córdoba y Manuel Capetillo, quienes enfrentarían un encierro de Zotoluca. Ya se hablaba de que Córdoba, Capetillo y Rodríguez se despedían de las filas novilleriles, pues sus alternativas estaban unos domingos adelante.
Los de Zotoluca
La novillada de Zotoluca, de acuerdo con la crónica de agencia que pude recabar, debió ser brava, pues recoge al menos una docena de quites por los alternantes del festejo, lo que me sugiere que cada uno de los seis novillos recibió al menos, dos puyazos, cosa que en estos tiempos que corren, es algo inimaginable.
El primero, Serrano, uno por chicuelinas de Paco Ortiz y otro por saltilleras de Córdoba; el segundo, Bromista, fue quitado por Córdoba y Ortiz sin que se haga mención de suertes; del tercero Cordobés, se refiere un quite de Capetillo; al cuarto Pirata, Ortiz quita por gaoneras y Córdoba hace el de la mariposa; en el quinto, Velador, tanto Córdoba como Ortiz libran por chicuelinas y en el sexto, Naviero, Capetillo quita por chicuelinas, Ortiz lo hace con la misma suerte y Córdoba por gaoneras. Hay que destacar que Naviero fue premiado con la vuelta al ruedo.
Paco Ortiz cortó una oreja a Pirata, el cuarto, tras de una expuesta faena en la que se empleó en los tres tercios y Córdoba selló su tarde con una vuelta al ruedo y una aclamada salida al tercio al no estar fino con la espada. En esa docena de quites y la rivalidad y el pique en el ruedo, están los ingredientes que le dan vida y color a esta fiesta.
Me llamó la atención el nombre del tercero, Cordobés. Debió ser en ese tiempo una familia importante en la ganadería entonces de don Rubén Carvajal, pues cuatro años después, Rafael Rodríguez le cortó el rabo a otro toro del mismo nombre, también de Zotoluca, allí en la Plaza México.
Manuel Capetillo y Naviero
La faena de la tarde y una de las de esa gran temporada fue la del sexto, Naviero. Daniel Medina de la Serna escribe que desde que Capetillo se abrió de capa, la gente se empezó a volver loca y que ya en los primeros compases de la faena de muleta, se pedía la oreja para el torero de Guadalajara, que, en esa etapa de su carrera, todavía se mostraba como un artífice del toreo de capa.
La crónica de agencia – más reseña que crónica – aparecida en el diario El Siglo de Torreón del 22 de noviembre de 1948, a propósito de esta faena, relata:
En el sexto, con el cual se despide Capetillo de novillero, da cuatro verónicas en la primera tanda y tres más en la segunda. Arma el escándalo cuando remata con la media clásica. Ovacionaza y prendas… Quita con tres chicuelinas enormes por lo templadas, mandonas y lentas que remata con la media clásica. Otra gran ovación y prendas. Vuelve a torear por chicuelinas que remata con una rebolera de ensueño. Ovación… Ortiz hace el mismo quite montándose en el toro con igual remate. Fuertes palmas. Córdoba quitando por gaoneras arma el alboroto, pero al intentar la segunda es prendido sin consecuencias, vuelve al bicho y remata con media rebolera. Palmas… Capetillo brinda a toda la plaza, inicia a base de ayudados por alto, olés estruendosos, naturales enormes, sombreros en la arena, rematados por abajo de una manera inconcebible… Derechazos, el pase de la firma, cambio de mano. Trincherazos completos, la plaza ruge de la emoción. Saca al bicho de las tablas. Dos naturales de escándalo, palmas incesantes, deja una estocada profunda que fue suficiente… Escandalazo de entusiasmo, escuchándose las palabras de ¡torero!, ¡torero! Se le da la oreja y el rabo y al toro la vuelta al ruedo…
Así se cerraba la etapa novilleril de una indiscutible figura del toreo.
Lo que después vendría
Los Tres Mosqueteros habían actuado juntos en un cartel por última vez como novilleros el 20 de noviembre en Torreón, ante un bien servido encierro de La Punta y el único que cortó una oreja fue Jesús Córdoba. Bien se decía que ya su paso por las filas de los novilleros llegaba a su fin, pues el ciclo de corridas de toros estaba ya en la puerta. En la Plaza México, se descansó un domingo y el 19 de diciembre se inauguró la temporada grande con la alternativa de Rafael Rodríguez.
Por su parte, Jesús Córdoba y Manuel Capetillo la recibirían el día de Navidad, el primero en Celaya, de manos de Armillita y el de Guadalajara en Querétaro, siendo apadrinado por Luis Procuna, tarde en el que el segundo de su lote, de La Punta, lo hirió de consideración. Ese día, me contaron Rafael Rodríguez y Jesús Córdoba, cada uno por su cuenta, Los Tres Mosqueteros dejaron de serlo, cada uno tomó su camino y se dedicó a forjar su propia historia en los ruedos.
Así, ese oscuro sobresaliente en una novillada celebrada en El Progreso de Guadalajara el 9 de noviembre de 1947, se convirtió en figura del toreo, y de los toreros de su tiempo, ha sido quizá el más longevo, pues en mi opinión, supo adaptarse al cambio que se fue gestando en el toro mexicano, que fue definiéndose cada vez más hacia la suavidad, y que a costa de abandonar el lucimiento del primer tercio, permite faenas de muleta muy largas – y menos expuestas, creo yo – mismas que han entrado en el gusto de los públicos y que hoy son el canon del toreo.
Así pues, podemos ver otra situación de que la temporada de novilladas del 48 representó un parteaguas histórico. Es por eso que en su conjunto y en sus hechos, como este que hoy pongo en blanco y negro, merece ser recordada.
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