Corrida accidentada y aleccionadora
¡Salud Guadalupe Rodríguez, buen picador de toros! Los aficionados a la ecuestre y viril y taurina alegría de la suerte de varas te debemos unos instantes de inmensa emoción, emoción que se hizo más intensa, porque nos la diste precisamente a los ocho días de aquél momento lamentable en que un novillo pasó al segundo tercio sin haber sido picado, para sonrojo de la fiesta. Tu bello gesto fue como una réplica, no a quienes lamentamos aquello, sino al propio y malhadado suceso. Saliste por los fueros del primer tercio y por los tuyos propios, demostrando que la tradición aún no está perdida y que mientras haya picadores como tú, habrá suerte de varas y – lo que parecía increíble – el público podrá entusiasmarse cuando se la practique con pureza y con energía, tal como tú la practicaste. ¡Qué bien reunido ibas con tu cabalgadura y qué bien avanzaste, paso a paso, hasta la raya del tercio, pero sin traspasarla cuando el manso cuarto novillo rehuía aceptar tus animosas instancias para que se arrancase! Esa raya del tercio, que en las plazas españolas aparece pintada de rojo sobre la arena, formando bella circunferencia concéntrica con la barrera, es aquí una raya ideal, que no está materialmente precisada y sin duda por eso, algunos piqueros la olvidan con facilidad y la traspasan para obligar a los toros a tomar las varas. Pero tú no la olvidaste y diste una lección a muchos aficionados y a muchos compañeros tuyos, recordándoles que no es menester quebrantar las reglas de la lidia en busca de la eficacia, porque esta se logra precisamente apegándose a las reglas, como hiciste tú – es decir, retrocediendo hacia las tablas y adentrándote por los terrenos de la derecha, para, de allí, regresar cruzado hacia la cara del toro, ofreciéndole como incentivo tu cabalgadura. Y así una y otra vez, sin perder la serenidad, como quien está bien seguro de lo que hace y de los resultados que ha de obtener. Y cuando el toro, por fin, se arrancó, te reuniste con él, como los cánones mandan, sin taparle la salida con el caballo, ni echárselo encima para salvarte tú, contradiciendo de esa manera el mal hábito de los mixtificadores de la suerte de varas, de los que no pueden hacerle daño al toro sin causárselo al arte.
¡Así se lidia a caballo y así se afirma y se salva una tradición torera, haciéndola revivir cuando acabada parecía!
¡Salud y gracias, Guadalupe Rodríguez, buen picador de toros!
A la buena lección del Güero Guadalupe, se sumó otra, la que explicó Ricardo Balderas. Yo he protestado últimamente con frecuencia del olvido en que iba quedando la finalidad natural de la lidia y del desorden con que suele ahora torearse, dando pases sin ton ni son y tratando de comenzar por los adornos que lógicamente pueden ser remate, añadido y culminación, pero nunca principio, fundamento y esencia del toreo. Por eso me gustó mucho la faena que Ricardo Balderas hizo con el segundo novillo, un astado que se defendía, que achuchaba por el pitón derecho y que quería coger. Ricardo lo toreó por bajo, haciéndolo doblar sobre su pierna contraria, que avanzaba a fondo en el terreno del enemigo, como en esgrima dominadora. Lo llevó muy bien toread, embebiéndolo en el engaño de manera que los muletazos fueran lentos y, sobre todo, lo aguantó con extraordinario valor cuando se revolvía, haciéndolo destroncarse, al obligarlo a que se moviera en reducido espacio. Así, al dictado de aquella impecable y trágica geometría que la muleta de Balderas iba creando, quedó sometido el novillo. Entonces, se lo pasó Ricardo en varios pases de pecho y de trinchera, con mucho aplomo, con recia expresión. Fueron pases de muy buena escuela, pero lo mejor fue que Balderas se los dio a un novillo poco propicio a admitirlos y que, como condición previa e ineludible, tuvo que ser dominado. Eso es lo difícil en el toreo: dominar al enemigo. Después de eso, cualquier adorno ya tiene mérito y, si en vez de adornos, se dan pases sobrios, enteros, fundamentales, como Balderas hizo, el elogio hay que tributarlo sin reservas. Así lo entendió el público, que obligó a Ricardo a dar la vuelta al ruedo y a salir a los medios a saludar, una vez que el toro fue muerto de una corta pasada y media en todo lo alto.
Esa fue la mejor faena de la tarde y también la mejor que Ricardo Balderas ha hecho en “El Toreo”.
Con el quinto también tuvo éxito, aunque hizo ya más concesiones al efectismo imperante. Ligó varias series derechazos toreando a pies juntos y al hilo, sin enfrentarse con el toro. Pero como eso gusta mucho y además Balderas lo hizo con seguridad y ajuste, poniéndole como remate un pinchazo y una buena estocada, tornó a ser ovacionado y recorrió de nuevo el anillo, saliendo también, posteriormente, a saludar desde los medios. Volveremos a verle pronto.
Abrió plaza un novillo difícil, que llegó a la muerte defendiéndose. Se afirmaba sobre los cuartos traseros y achuchaba de manera alarmante por el pitón derecho. Pepe Luis Vázquez lo muleteó por bajo y por delante, haciendo frente, con su natural facilidad, a los peligros que el toro presentaba y de los cuales se advirtió al diestro perfectamente convencido. Se lo quitó de en medio de un pinchazo y media desprendida y tendenciosa. El público, que está habituado a ver a Pepe Luis Vázquez en plan de triunfo, se disgustó un tanto por este paréntesis que las dificultades del novillo introdujeron en la carrera de éxitos del joven torero y cometió la injusticia de aplaudir al astado en el arrastre. Bien comprendo que el público es libre de expresar como guste sus opiniones, pero no me parece recomendable el procedimiento de aplaudir a toros de mal estilo, sólo para molestar a los espadas.
Las buenas relaciones entre Pepe Luis Vázquez y el público se reanudaron en forma por demás cordial y entusiasta. Fue en el tercio de quites del tercer novillo, al que Pepe Luis toreó por gaoneras, dos de las cuales fueron de una quietud, un temple y una emoción definitivas. Se le premiaron con una ovación cerrada, que se reiteró una vez terminado el tercio, por el cual hubo el diestro de saludar montera en mano.
Con el toro siguiente – el manso y dócil al que tan superiormente picó el Güero Guadalupe – hizo Pepe Luis Vázquez una buena faena de muleta, que le valió una vuelta al ruedo. Inició el trasteo en el tercio, con varios pases por alto y de pecho y, después, sacó al novillo a los medios, con muletazos – que no pases – de tirón. Allí se dio varias series de derechazos despatarrándose mucho, ya desde el cite, y pasándose al enemigo muy cerca. Se adornó más tarde con varios lasernistas y, tras de cambiarse la muleta por la espalda, dio un buen pase de pecho con la zurda y un natural. Lo mató de una estocada contraria, entrando con mucha fe, y un descabello a la primera. Y, de esa manera, hizo honor al sólido cartel que ya tiene conquistado.
A sus dos novillos los banderilleó muy lucidamente, al primero, en cuyo morrillo dejó enhiesto un par de banderillas que clavó al sesgo por fuera, saliendo desde el estribo, par que confirmó sus dotes de rehiletero seguro y fácil.
A Valdemaro Ávila le debemos otro de los momentos emotivos y aleccionadores que tuvo la novillada del domingo. Porque Valdemaro ejecuta en forma personalísima y muy bella la suerte suprema, precisamente la más olvidada y desconocida de todas, que de elemento capital de la lidia ha sido rebajada, por la evolución del toreo, a la categoría de “cenicienta de la fiesta”. Pero gracias a Valdemaro Ávila, la cenicienta recobró el domingo su zapato de princesa y la suerte del volapié su rango primero.
Ya en la temporada anterior mostró Valdemaro sus notables cualidades de estoqueador. Pero, ahora, parece ser más dueño de ellas y la facilidad con que las muestra, es prenda de un dominio técnico que promete a Valdemaro – y nos promete a los aficionados a la estocada – muy buenos momentos. El éxito de Valdemaro Ávila como estoqueador fue más notable porque alternaba con dos toreros que matan por derecho y con honradez. Pero precisamente eso sirvió para que se viese mejor la diferencia de calidad. Valdemaro nos hizo ver muy a las claras que no es lo mismo matar con voluntad y con valor, que matar con arte, con facilidad nativa, con estilo propio. A mí me parece Valdemaro uno de los matadores más interesantes de México. En él creo ver al futuro gran estoqueador de la torería azteca. Ese es lo que de él interesa, a mi juicio, y no el valor, a veces poco meditado, de que hace gala al torear. Sin embargo, como se arrima mucho y no pierde la serenidad en ningún momento, logró entusiasmar al público en los quites, sobre todo en uno por gaoneras, angustioso. También gustaron grandemente algunos de sus ceñidísimos pases de muleta, que contribuyeron en mucho a que diese la vuelta al ruedo en el tercero. Realmente, eso y más merecía, pues su personalidad de estoqueador es verdaderamente notable y digna de aplauso y estímulo en estos tiempos en que escasean los matadores y llegan, inclusive, a sobrar toreros.
“Tabaquito” hizo un quite valerosísimo a Valdemaro Ávila, cuando éste fue prendido por el sexto novillo, Y es que “Tabaquito” tiene mucho valor. Siempre que torea lo demuestra al salirse a los medios para correr a los astados, estableciendo un contraste también aleccionador con la mayoría de sus compañeros, que hacen a los toros avisados e inciertos, a fuerza de “tocarles” desde los burladeros, sin decidirse a salir para enfrentarse a ellos.
Los novillos lidiados fueron de Matancillas, que viene a ser lo mismo que La Punta y fue, en realidad, lo mismo hasta hace unos años, cuando a los señores Madrazo se les ocurrió imitar a los hermanos Llaguno, que ya habían bifurcado la ganadería de San Mateo, fraccionándola para sacar de ella lo que ahora se lidia bajo el nombre de Torrecilla.
De Matancillas vino un encierro desigual, tanto en presentación como en bravura. Los mejores para el torero fueron el sexto y el reserva que substituyó al tercero. Éste, que era el más grande y gordo de la desigual corrida, hubo de ser retirado, porque parecía reparado de la vista y, desde luego, era rematadamente manso. Aunque todos los novillos tuvieron temperamento, el encierro distó mucho de ser bueno, pues el temperamento, cuando los toros no sacan buen estilo, acentúa las dificultades.
Suerte de varas, toreo fundamental, estocada al volapié. De nuevo, el joven Alameda nos presenta el inmenso valor del toreo básico, elemental y su esencial valor ajeno a modas y al paso del tiempo.