domingo, 12 de junio de 2022

7 de junio de 1942. Domingo Dominguín recibe la alternativa en Barcelona

Domingo y Pepe Dominguín, Morenito de Valencia
Las Ventas, Madrid, 5 de septiembre de 1940
Foto: Archivo Martín Santos Yubero - Comunidad de Madrid

Domingo González Mateos, natural de Quismondo, hoy en Castilla – La Mancha, había recibido la alternativa de matador de toros el 26 de septiembre de 1918 en Madrid, de manos nada menos que de Gallito, en una tarde en la que fue también investido Manuel Varé Varelito, de triste fortuna en los ruedos. Dominguín tendría relativo éxito con la muleta y la espada en sus manos, pero no era hombre de estarse quieto, así que pronto empezó a entreverar con sus actuaciones en los ruedos, la realización de negocios taurinos. Menos de una década después de esa ceremonia de alternativa, ya había descubierto a un torero de Triana que será per sécula, un referente en cuestiones de arte: Cagancho y poco tiempo después a otro, este, casi paisano suyo, toledano, de Borox: Domingo Ortega, uno de los epítomes del poderío con los toros.

Los tres hijos varones de Dominguín fueron toreros, y se hicieron cuando España estaba inmersa en una cruel Guerra Civil. En 1936 se los trajo a México, pero ante la imposibilidad de que pudieran actuar, regresó con ellos a Portugal para que se formaran como toreros, sin embargo, es en estas tierras donde se prueban por primera vez, según lo cuenta Pepe Dominguín en su libro Mi Gente:

En la hacienda de don Wiliulfo González, dueño de las ganaderías de Piedras Negras y La Laguna, toreamos unas vacas en un tentadero. Los resultados fueron buenos y mi padre pensó en lanzarnos a torear en público, pero otra vez el odioso pleito entre toreros españoles y mexicanos lo hizo imposible, por más gestiones que a altos niveles se hicieron, viendo así desparecer otra posibilidad de ganar algún dinero para casa… Imposibilitados para nuestro quehacer, pensó mi padre en el regreso a España. Habían transcurrido nueve meses desde nuestra llegada y el panorama no estaba ni medianamente claro…Después de unos meses de permanencia en una casa situada a un lado de la playa de San Pedro en Estoril… nos mudamos a la capital, a Lisboa… Un día, terminadas las clases, nos reunió a Domingo (dieciséis años), Luis Miguel (diez años) y a mí (catorce años) en su despacho y seriamente nos trasladó la proposición que le habían hecho. Él sabía que aquel primer paso de torear en público, podía significar el comienzo de una vida profesional que hasta entonces en nosotros no había pasado de ser una diversión sin más trascendencia… Casi al unísono, juntándose sus últimas palabras con las primeras nuestras, dijimos: ‘¡Adelante! ¡Queremos torear! ¡Yo sí! ¡Yo también! ¡Y yo! ...

Tres años después estaría Dominguín moviendo los hilos con sus conocidos para obtener un crédito que le permitiera que los dos mayores, Domingo y Pepe, pudieran iniciar sus carreras en forma en los ruedos españoles. Se asegura que fue el subdirector del Banco de España, Ramón Artigas, el que le prestó al de Quismondo la cantidad de 3,000 pesetas para que avituallara a sus hijos decididos a ser toreros. Así, los presenta en Linares, en junio de 1939 y harán lo propio en Madrid el 1º de septiembre del año siguiente. 

Ese debut madrileño de Domingo y de Pepe Dominguín no fue triunfal. La prensa y la afición esperaban una presentación digamos, mejor cuidada y ante la poca presencia y fuerza de los novillos que lidiaron junto a Mariano Rodríguez Exquisito, fueron juzgados con inusual dureza. Tuvieron que repetir el jueves siguiente, ante un encierro de Miura – una corrida de toros – ante la que pudieron, al fin, demostrar su valía, según cuenta Manuel Sánchez del Arco Giraldillo en el ABC madrileño del día siguiente del festejo:

Fue un gesto. Un gesto de pundonor como se registran pocos... Los que desean que los chiquillos de Dominguín tropiecen, quedaron servidos en la intención, pero burlados en el resultado... la plaza se llenó... y Domingo y Pepe triunfaron... Ellos, que pudieron buscar otro ganado, se complacieron en torear Miuras... No hubo ocasión para cortar oreja... pero al aficionado imparcial, al que los mide en sus justas proporciones, agradaron... Toreros, toreros buenos con amor propio que todo lo intentan, que tienen extensión y en la extensión, detalles buenos...

Con ese bagaje comenzó Domingo, junto con su hermano Pepe, a recorrer las plazas de España, Francia y Portugal y las del Sur del continente americano, porque México estaba fuera de toda cuestión en esos días.

El inusual reencuentro de tres figuras

Tras de cerca de dos años de torear novilladas, el hijo mayor de Dominguín fue anunciado para recibir la alternativa en Barcelona, el domingo 7 de junio de 1942. Le apadrinaría Cagancho en la presencia de Morenito de Talavera. Los toros serían gamerocívicos de Domingo Ortega. La remembranza acerca del reencuentro con éste último y Cagancho era inevitable, y Eduardo Palacio, el cronista titular de La Vanguardia de Barcelona, abre su crónica titulada Danza de tres nombres con una disertación en ese sentido:

La base de este trenzado es el nombre del ex diestro de Quismondo Domingo González «Dominguín». Arribó de chaval a la capital de España, donde ejerció un modesto oficio, hasta que su voluntad férrea y su clarísimo talento natural decidieron de consuno poner punto a la situación aquella, con la siguiente resolución: «Yo seré torero» … Se doctoró como matador el 26 de septiembre de 1918, en Madrid. Llevaban «Gallito» v Belmonte seis y cinco años de alternativa, respectivamente. Toreó con ellos, ganó dinero y se retiró... Hombre de gran talento, repito, se dedicó a negocios taurinos en gran escala. Adivinó en Cagancho una primera figura, le firmó un contrato de exclusiva, le cuidó, le mimó y contribuyó poderosamente a que destacase en la forma que destacó... Tres años más tarde mataba seis toros en Aranjuez el gran Marcial, y por puro compromiso sacó de sobresaliente de espada a un labrador de Borox que se llamaba Domingo López Ortega Marcial le dejó alternar en quites en los dos últimos toros. Dominguín vio en aquel labrador un «grullo», como había sido él al llegar a Madrid. Le buscó y hablaron. Aquel año trajo a López Ortega a Barcelona, donde se reveló como lo que es: un enorme torero. Se firmó una exclusiva se borró el López y quedó Domingo Ortega, a secas… Todo lo apuntado justifica que la casa de «Dominguín» en Madrid, calle de Atocha, 30, fuese una verdadera agencia taurina., por la que correteaban sus tres hijitos: «Domingo, le decían algunos amigos, tus hijos serán toreros». «Antes los mato», respondía... El cartel de la Monumental rezaba, así: Seis toros de Domingo Ortega, para Cagancho, Morenito de Talavera y Domingo González, «Dominguín» que tomará la alternativa. Esas líneas fueron las culpables de que bailasen en mi imaginación tres nombres a lo largo de la corrida, que voy a reseñar...

En estas páginas virtuales he sostenido que la historia camina en círculos. En estos hechos que intento contar, podemos encontrar un ejemplo de ello. Tras de diversas vicisitudes y el transcurso del tiempo, los Dominguín, Cagancho y Domingo Ortega volvían a encontrarse en una plaza de toros. En esos días, todos bajo la vigilante mirada de el Dominguín mayor, que entonces ya era el principal y más sagaz hombre de negocios taurinos en el planeta descrito por Díaz – Cañabate.

El anuncio de la corrida
Mundo Deportivo, Barcelona, 5 de septiembre 1940

La alternativa

Los hijos de Dominguín aprendieron bien el oficio de ser toreros, y también, el tiempo lo diría más adelante, el de atender con eficiencia, asuntos taurinos. Pero ese domingo de hace 80 años, se trataba de investir como matador de toros a Domingo hijo, quien tuvo una actuación decorosa, según nos sigue contando Eduardo Palacio:

Negro, con el número 28 en los lomos y por nombre «Discípulo» era el toro que rompió plaza. Con él había de licenciarse un casi licenciado en Derecho. de 21 años de edad, llamado Domingo González, «Dominguín». Vestía de blanco y oro. Mozo espigado, sereno y sabiendo andar entre los toros con esa difícil facilidad característica de cuanto se realiza con naturalidad. El muchacho veroniqueó con estilo y guapeza, escuchando, como en los quites, grandes aplausos. Cagancho cede los trastos al hijo de sin más fiel mentor, y lo abraza. El muchacho busca con ojos febriles otros ojos que se descubren pronto, porque en ellos titilan unas lágrimas, y brinda el toro de su alternativa. El chiquillo sube para ello al estribo de la barrera, y por sobre ella asoma una cabeza que besa con la máxima ternura al inminente matador de toros. El «grullo» de antaño, que pudo educar a sus hijos señoritos a fuerza de exponer la vida, ve acongojado, emprender al primogénito aquellos peligros que tan bien conoce. Toda esta meditación mía dura un instante. El nuevo «Dominguín» se arrodilla ante el toro de la alternativa, y lo saluda con dos pases escalofriantes. Sigue la faena en pie, valiente, seguro de sí y de que conoce la profesión, y esmalta gallardamente una labor inteligente. Junta «Discípulo» las manos, y el espada, señala, un superior pinchazo que agarra hueso y cobra enseguida, arrancando también sobre corto y por derecho una gran estocada. Estalla una ovación y el ya matador de toros da la vuelta al ruedo y sale a los medios a saludar…

Al final de la tarde, Cagancho había resultado el triunfador del festejo al cortarle el rabo a Campesino, segundo de la corrida y por su parte, Morenito de Talavera dio un par de celebradas vueltas al ruedo. Esos fueron los hechos en los cuales, Domingo Dominguín iniciaba su andar por los ruedos como matador de toros.

El devenir de Domingo Dominguín

Castigado por los toros, pronto empezó a buscar otras actividades, dentro y fuera del ambiente de los toros que colmaran sus ambiciones. Con la orientación de su padre, fue adentrándose en el mundo de los despachos y también fue buscando opciones intelectuales para realizarse. Así, se afilió al entonces ilegal Partido Comunista de España y trabó amistad con Jorge Semprún, Javier Pradera, Juan Antonio Bardem y otros proscritos, con los que hacía actividades políticas, pero también los llevaba a los toros. Así, se cuenta que, en la última etapa del franquismo, varios exiliados en Francia, veían los toros de San Isidro en el tendido de los sastres instalado tras de la puerta de caballos de Las Ventas, por obra y gracia de Domingo, quien además era el más eficaz salvoconducto para que ellos pudieran entrar y salir de España sin ser incomodados, porque aparte, era, familiarmente, amigo del entonces Jefe del Estado.

La vida de Domingo González Lucas a partir de la tarde del 16 de septiembre de 1948, en Mora de Toledo – don Carlos Abella lo sitúa en Lorca, pero la prensa de la época lo fija en la nombrada Mora – sería una para ser contada en un gran libro biográfico o en una interesantísima novela histórica. Apoderó figuras del toreo – Rafael Ortega, su hermano Luis Miguel o su cuñado Antonio Ordóñez –, también fue empresario de plazas de toros – es autor de los ciclos de La Oportunidad en Carabanchel – y hasta productor cinematográfico, pues con el nombrado Bardem y otros más, fue causante directo de la realización de Viridiana, una de las grandes cintas de Luis Buñuel.

Como empresario fue audaz, tanto, que es uno de los autores intelectuales de ese par de festejos que se dieron en Belgrado el 2 y el 3 de octubre de 1971, en el marco de la vuelta a los ruedos de su hermano Luis Miguel. Una experiencia en la que no se ganó dinero, pero se abonó a la universalidad de la fiesta de los toros.

La vida de Domingo fue azarosa, sin duda y él mismo le puso – según la versión oficial – punto y final en Guayaquil, Ecuador, el 13 de octubre de 1975.

lunes, 6 de junio de 2022

Hace 90 años. El encuentro de Armillita y Centello de Aleas en Madrid (II/II)

Armillita visto por Roberto Domingo
La Libertad, Madrid, 7 de junio de 1932

No se puede quedar bien con todos…

Aunque antes de seguir adelante con el tema, considero importante hacer algún apuntamiento acerca de lo que eran algunos de los personajes de la prensa taurina mexicana en aquellos días.

Inicialmente conocía únicamente la crónica de Federico Morena – transcrita en el Cossío – y esta coincide en lo sustancial con la tradición oral acerca del gran triunfo del Maestro de Saltillo, posteriormente conocí las de F. Asturias en Ahora y el semanario Estampa, la de Chavito en La Nación o la de Rafael en La Libertad, pero al encontrarme con la de Federico M. Alcázar, en El Imparcial, me volví a enfrentar con el hecho de que ayer como hoy, los escritores tienen sus filias y sus fobias y también sus intereses, a veces muy bien definidos en estas cuestiones de los toros. 

La crónica de Alcázar está escrita en forma epistolar y va dirigida a Carlos Quirós Monosabio, en esa fecha ya cronista taurino del diario La Afición, mismo que fundara junto con Alejandro Aguilar Fray Nano en el año de 1930, a su salida de Toros y Deportes – sucedáneo de El Universal Taurino –, la que según Enrique Guarner, se debió a una denuncia que hizo Antonio Márquez a don Miguel Lanz – Duret, en esos días Director General de El Universal, acerca de las desmedidas pretensiones económicas de Quirós para moderar sus posiciones en las crónicas que escribía. La versión de Guarner sobre este asunto es la siguiente:

…En 1924 – 1925 el madrileño Antonio Márquez viene a México para torear la última temporada de Rodolfo Gaona y no obstante haber toreado 8 corridas cobrando 8 mil pesos por cada una, tiene que pedir prestado para regresar a España. Vuelve en 1930 y ya no visita a “Monosabio”, por lo que éste emprende una campaña contra él. La rebelión era peligrosísima, porque podía cundir el mal ejemplo. Márquez busca en una cena al director de El Universal, le pone las cartas boca arriba y el cronista es despedido, pero poco tiempo después “Monosabio” encuentra una nueva tribuna en “La Afición”, desde donde continúa con sus sobornos… (Crónicas de Carlos León, Editorial Diana, México, 1987, Pág. 16)

Lo que es evidente, es que Monosabio se movía profesionalmente según sus intereses, que además, era el pontifex maximus del gaonismo en México y era un hecho también, que Rodolfo Gaona no toleraba la presencia en los ruedos de Fermín Espinosa Armillita. Le veía con gran recelo. Las palabras de Leonardo Páez acerca de la tarde de la alternativa mexicana del Maestro:

…Hace apenas dos años y medio que el maestro leonés se despidió de los ruedos y satisfecho asiste a la corrida, convencido de que nadie puede llenar el hueco taurino y artístico que ha dejado… Sin embargo, El Indio Grande observa incrédulo cómo aquel chamaco flacucho y espigado da la vuelta al ruedo en el toro de su doctorado, “Maromero”, y algo de contrariedad experimenta cuando Fermín emocionado le brinda la muerte de su segundo, “Coludo”. La gran ovación que recibe Gaona pronto se apaga con los fuertes olés que provocan los sensacionales muletazos de aquel niño maestro, quien además de dominar con desahogo al sandieguino le corta las orejas y el rabo y es llevado en hombros hasta El Universal Taurino…

Carlos Quirós había llevado a Federico M. Alcázar a El Universal Taurino como corresponsal en Madrid a la muerte de Ángel Caamaño El Barquero, lo que me sugiere que compartían maneras de ver la fiesta y de lo que he leído de la obra periodística de Alcázar, también coincidían en el entendimiento de la misma. No puedo afirmar, porque carezco absolutamente de medios o versiones para hacerlo, que también participaran de los mismos métodos para someter a los toreros a sus mandatos, como el caso que Guarner narra respecto del llamado Belmonte Rubio, pero sí distingo muchas coincidencias en su proceder.

El padre de Armillita se acogió a los buenos oficios de Verduguillo para difundir los logros de sus hijos toreros. Por supuesto, eso no le encantó a Monosabio, que, por su labor periodística diversa a la taurina, se había constituido en una especie de oráculo táurico en los círculos del poder. Si sumamos a eso la celosa inquietud que produjo en quien hasta poco tiempo antes era el número uno, es decir Rodolfo Gaona, la resultante será que la opinión de Carlos Quirós será siempre la de buscar el prietito en el arroz, la de resaltar los desaciertos en lugar de proclamar las virtudes y a fe mía, que después de leer la crónica de Alcázar, ese sentimiento es el que le transmitió su amigo.

En esos antecedentes, paso a transcribir íntegra la crónica aparecida en El Imparcial de Madrid, del día 7 de junio de 1932, firmada por el citado Federico M. Alcázar:

La octava corrida de abono

Historia de un recurso

Una gran faena de Armillita

Reaparición de Fuentes Bejarano

Carta Abierta

Para "Monosabio" crítico taurino de Méjico

Amigo Quirós: Perdone si algún retraso lleva ésta completamente involuntario. Me ha sobrado deseo y gusto, pero me ha faltado tiempo.

Recibí la suya en la que me pedía confidencialmente una impresión de la temporada en España. Hasta hoy no he podido hacerlo. Tampoco encontré oportunidad.

Ahora lo hago aprovechando las últimas corridas, que son las más interesantes. Como lo que voy a decirle me interesa que lo conozca el público, se lo mando por conducto de EL IMPARCIAL, que es el periódico a que está usted suscrito.

La temporada, amigo Quirós, va siendo deficiente, tirando a mala. Como casi todas las temporadas. Por los toros, peor que por los toreros. Han salido media docena de reses notables. Pero el término medio ha sido manso, ese tipo de manso con el que no es posible el lucimiento.

Lo más interesante de la temporada ha sido una corrida celebrada recientemente, en la que Bienvenida y Ortega han dado una gran tarde de toros. Ha sido un clásico y brillante mano a mano, con sabor de época y salsa de competencia. Dos toreros jóvenes de opuestos estilos y escuelas. 

Creo que si en la repetición tienen suerte formarán partido. Ambiente ya tienen. También debo hablarle de Barrera, a quien usted conoce sobradamente.

Barrera ha vuelto de Méjico que «jumea», y está saliendo a éxito por corrida. Y como detalles reveladores, no como cosa plena y lograda, debo apuntarle los nombres de La Serna y Solórzano, que nos han servido el mejor toreo de capa de la temporada.

Pero lo más interesante y ruidoso por los comentarios apasionados que está suscitando, es un recurso que está empleando Ortega con los toros quedados y que, a juzgar por los síntomas, van a seguirlo los demás toreros con todos los toros. Pero no es esto lo malo. Lo peor es que el público, a juzgar también por los síntomas, lo va a aplaudir sin reparar si el recurso es adecuado al toro. Esto es lo interesante y lo que da valor al recurso. Pero como hoy la gente ha perdido, no sólo la afición, sino la simple curiosidad y va a los toros como a otro espectáculo cualquiera, cada día sabe menos de estas cosas y juzga las corridas por impresión, aplicando a toros y toreros un criterio simplista. Antes se dejaban orientar por la crítica; pero ahora creen que saben más que críticos y toreros. Y esto es lo grave, porque cada día les sorprende una cosa que ellos creen una novedad y luego resulta que tiene en el toreo un antecedente histórico de treinta años.

El recurso a que me refiero es éste: cuando un toro está muy quedado y no embiste al cite natural se le sesga al pitón contrario, adelantándole las «bambas» de la muleta al hocico y enganchándolo. De esta forma se le hace parar. A esto, como usted sabe, se le llama en términos taurinos «jalar del toro». Recurso para los toros que no vienen, que no se arrancan al cite natural. Este recurso, empleado con los toros prontos, a los que basta pisarles el terreno para que se arranquen, es una pamplina innecesaria y hasta una ventaja porque al toro bravo hay que dejarlo llegar, parar y aguantarle, que este es el valor supremo. Todo el mérito que tiene en los toros quedados de corta arrancada lo pierde con los bravos de arrancada larga y franca. 

Pero este recurso tiene una historia que usted seguramente recordará.

Fuentes fue el primero que empleó este recurso con la mano derecha. Fuentes, que era la quinta esencia de la elegancia, les llegaba a los toros muy cerca con la muleta en la mano derecha. Hacía el cite natural meciéndola un poco. Si el toro no acudía, la retiraba y entonces su figura adquiría aquella pose majestuosa y elegante, mezcla de señor y de gitano. Volvía de nuevo a citar: ¡Ja! Y al no acudir por segunda vez adelantaba un paso y le echaba la muleta al hocico, enganchando al toro y haciéndole pasar hasta donde le daba de sí brazo y muleta, mientras la figura permanecía quieta y erguida. Eso lo hacía con los toros quedados. A los que, colocado en su terreno, embestían pronto no había necesidad.

Pasó el tiempo, y un día Gallardo, el apoderado de Vicente Pastor, hablando de Fuentes, le dijo a Vicente:

— «Oiga usted, Vicente, ¿por qué usted, que tiene tanta facilidad para torear con la mano izquierda, no prueba a hacer lo que hace Fuentes a los toros quedados con la derecha?»

— «No sé si resultará —respondió Pastor—, Lo probaré, porque es un recurso lucido y eficaz».

Y lo probó. Ya recordará usted cómo tomaba los toros Pastor. Les salía andando lejos — así decían que lo hacía Frascuelo, que, a pesar de su fama, no creo que aventajara como torero a Vicente — para irlos fijando. Se paraba dos o tres veces y cuando les llegaba desplegaba la muleta. Si el toro acudía al cite natural, consumaba el pase; pero si no embestía, le andaba un paso más y le adelantaba la muleta al hocico, enganchándolo y haciéndolo pasar. El pase lo remataba siempre por alto.

Después, lo hizo Belmonte. Yo recuerdo habérselo visto hacer a varis toros, entre ellos a uno de Albaserrada. Y últimamente el malogrado Gitanillo de Triana se lo hizo con el capote varias veces a un toro de Murube, en Sevilla. Apelo al testimonio de don Clemente del Oro, que lo presenció conmigo. De este recurso, como de otras muchas cosas del toreo, hablamos diariamente una peña de aficionados, Y uno de ellos, que es tocayo mío, estando con Ortega en Salamanca, después de verle torear magistralmente una vaca, cuando el animal había quedado agotado y no podía con el rabo, le dijo: «Déjala que se refresque y échale la muleta al hocico, verás cómo todavía la puedes torear». Y la toreó como Ortega torea. Y a partir de ese momento no tropieza con toro quedado que no le eche las bambas, el enganche y provoque el entusiasmo.

Lo que hace Ortega con los toros quedados, lo que debe hacerse cuando se tiene valor para ello, quieren hacerlo los demás toreros a los toros que no lo necesitan y este es el error. Error que no debe compartir el público. Lo malo de estos recursos es que andando el tiempo la fuerza de la costumbre los convierta en usos, y esto es deplorable. Es deplorable porque del uso al abuso no hay más que un paso, recurso para la suerte de recibir fue el volapié. Luego surgió otro recurso: el paso atrás. Después otro: perfilarse fuera del pitón, que engendró el cuarteo. Y así, de concesión en concesión, hasta el paso de banderillas, total que la suerte de recibir se perdió y el volapié también, pues ahora es cuando verdaderamente vuelan los pies. Ya veremos si los de ese mozo de Chiclana que se llama Gallardo se están quietos. Hay que tener mucho cuidado no se repita el caso lamentable que acabo de apuntar. Que por abusar de un recurso se pierda una de las tres cosas matrices y puras del toreo: el pase natural. Por eso doy la voz de alarma en América por conducto del crítico más autorizado.

El domingo empleó este recurso Armillita innecesariamente, pues era un toro bravísimo de los llamados de bandera para los toreros, que cuando le pisaban un poco el terreno se arrancaba veloz. Y, naturalmente, el público se entusiasmó más por este detalle que por los pases naturales en sí. La gente no reparó que el toro no necesitaba de este recurso para torearle reposadamente al natural. Y esto no es por restarle mérito a los cuatro pases naturales, que fueron colosales. Los muletazos con la mano derecha me gustaron menos. Pases sueltos, por alto y en redondo de los llamados estatuarios, pero perdiendo la muleta tres veces. Una faena monumental, que desbordó el entusiasmo, pero un poco sosota, desangelá, de ave fría; un guiso suculento, pero sin sal. Ya conoce usted a Armillita. Pinchó cuatro veces y le dieron la oreja. En el sexto, que se lidió bajo un aguacero no hizo nada. Le mató de un sablazo. Banderilleó en toro de la oreja con facilidad y finura.

En esta corrida reapareció Fuentes Bejarano, No había figurado en el primer abono y volvió en el segundo. También conoce usted a Bejarano, Torero valiente y dominador. Pertenece a ese grupo de toreros machos que ostentan una divisa, la divisa que fue siempre la más limpia ejecutoria del toreo: la hombría. Le tocaron dos buenos mozos. El primero se declaró manso. Después de lancearlo por verónicas ceñidísimas que se jalearon, le trasteó cerca y valeroso, para un pinchazo y una soberbia estocada en las tablas, jugándose la cornada. Gesto pundonoroso y bravo, que le valió una ovación con vuelta al ruedo. También se ajustó con el capote en el quinto, que era un hermoso ejemplar con dos pitones que daban miedo. La faena fue breve y emocionante. Seis pases altos y de pecho valerosísimos, seguidos de un macheteo entre los pitones para una estocada desprendida. Otra ovación con vuelta al ruedo v petición de oreja.

Fortuna, borroso y gris toda la tarde. Unos lances al primero, algunos muletazos por bajo y una estocada en el cuarto hábilmente colocada. Poca cosa. Y nada más. Como nota final le diré que los toros fueron de la viuda de Pepe Aleas. Una corrida admirablemente presentada, en la que se lidió un toro bravísimo, ideal para el torero: el de Armillita. Un toro un poco blando para los caballos, pero para el torero excepcional. Los restantes cumplieron, haciendo una pelea desigual.

Un abrazo.

Federico M. Alcázar

Como podrán ver, don Federico se empeña en demeritar lo que resultó ser una faena histórica, haciendo un alarde de erudición, tratando de establecer – y creo que muy claro lo deja – que lo que Armillita hizo esa tarde, ninguna novedad era y que, de haber dado otra lidia al toro, quizás, estaría comentando una obra más grande que la vista. Total, que no quedó contento Alcázar ese día, aunque después, en 1936, sería uno de los más acérrimos defensores del Maestro Fermín y los demás toreros mexicanos echados a la mala, de España.

Sin embargo, me parece que así como con clarividencia unos años antes, vio el toreo que estaba por venir, cuando describió la faena de Chicuelo a Corchaíto de Graciliano Pérez Tabernero en ese mismo ruedo y en las mismas páginas de El Imparcial, ahora, sus filias y sus fobias no le permitieron ver quizás, un golpe de timón que un torero mexicano daba a la forma de hacer el toreo. 

Tirar del toro...

Lo que reflejan la mayoría de las crónicas implica que torear ya no es esperar la arrancada del toro, sino provocarla y obligarla a ir en una determinada dirección. Es decir, era la pieza del puzzle que faltaba, para completar lo que Chicuelo, torero nacido en Triana en la calle Betis, pero criado en Sevilla en la Alameda de Hércules había iniciado un lustro antes. Es decir, Armillita dejó para la posteridad el hecho de que para ligar, según se tercie, a veces hay que tirar del toro.

Y si no, léase nuevamente la crónica de Federico Morena, en la que describe con claridad la manera en la que hoy se torea de muleta:

…Echó el artista la muleta atrás y adelantó el cuerpo arrogantemente. Pisaba el terreno de los valientes. Entonces la muleta avanzó despaciosa, sin dudas ni vacilaciones, hasta dar suavemente con los vuelillos en el hocico de la res. Y vino la arrancada: una arrancada templadísima. El espada tiró del toro, y se lo llevó al costado, y dobló la cintura sobre el pitón, y obligóle a trazar con el espinazo una curva considerable…

Ese punto lo reitera también Chavito en La Nación, cuando dice:

...Sin la teatralidad de Ortega, adelantó la muleta, y, “quietos los pies”, moviendo uno solamente para cargar la suerte CUANDO EL TORO METÍA LA CABEZA EN EL ENGAÑO, dio cinco naturales enormes, que enardecieron al público... Espinosa corrió la mano con calma, pausadamente, con mucho temple, e inició y remató los pases, sin mover, como ya he dicho, los pies... Imitó a Ortega en lo de adelantar la mano; pero no le hizo caso en lo de citar con la pierna, para retirarla luego y moverse cuando el toro llega a jurisdicción... He subrayado la palabra imitó, porque ahora resulta que Domingo Ortega ha sido el único torero que se ha atrevido a hacer esto, y así lo aseguran los que han visto torear a Juan Belmonte, que lo hacía a diario, sin que nadie le diese importancia...

El círculo se había cerrado, lo que inició Joselito con el toro de Martínez aquél de la encerrona madrileña, lo prosiguió Chicuelo con Dentista y Lapicero aquí en México y lo culminó con Corchaíto en Madrid y lo remató debidamente Fermín el Sabio – tirando del toro – con Centello, ese es, desde mi punto de vista, el real fondo de la faena y el real fondo de la ceguera de taller de Alcázar, que influido por su amigo Monosabio, no supo, no quiso o no pudo ver lo que ante sus ojos se estaba culminando. Grandes son los males que las visiones interesadas pueden causar a la memoria histórica de las cosas.

Aviso parroquial primero: De nueva cuenta, los resaltados en las crónicas transcritas son obra de este amanuense, pues no constan así en sus respectivos originales.

Aviso parroquial segundo: Igual que ayer, hace trece años publiqué una primera versión de estas notas, localizable aquí.


domingo, 5 de junio de 2022

Hace 90 años. El encuentro de Armillita y Centello de Aleas en Madrid (I/II)

La actuación de Armillita vista por Antonio Casero
ABC, Madrid, 7 de junio de 1932

Una histórica faena

La página 3 del diario madrileño La Época, en su edición del sábado 4 de junio de 1932, contenía el siguiente anuncio:

DIVERSIONES PÚBLICAS: Plaza de Toros de Madrid. – Mañana domingo, se celebrará la octava corrida de abono, lidiando toros de Aleas las cuadrillas de los aplaudidos diestros «Fortuna», Fuentes Bejarano y «Armillita Chico». La corrida empezará a las cinco.

Ese anuncio me permite traer a la mesa de los recuerdos – y quizás de las discusiones – una faena que se considera como una de las más importantes que se han realizado en las plazas de Madrid. Era la octava corrida del abono y se anunció una corrida de doña Dolores Hernán Viuda de García – Aleas para Diego Mazquiarán Fortuna, Luis Fuentes Bejarano y Fermín Espinosa Armillita, en tarde que comenzó entoldada y que terminó con un fuerte aguacero.

Armillita tuvo padre y hermanos mayores toreros. Se le califica de superdotado, intuitivo y como torero largo, por el extenso repertorio de suertes y recursos que desplegaba en la lidia, amén del conocimiento que rápido adquiría de las condiciones de los toros en el ruedo. Era un eficaz estoqueador y cuenta en su haber el honor de que nunca se le fue vivo un toro en su carrera. Se le parangonó con Gallito por su precocidad torera y su excepcional sabiduría. Al final, se le reconocería para los restos, como El Maestro de Maestros”.

El jovencísimo Armillita – tenía apenas veintiún años – se encontraba en la línea de ascenso en su carrera ya en el cuarto o quinto año de alternativa, según se contara el tiempo a partir de la que Antonio Posada le diera en El Toreo de la Ciudad de México o de la que su hermano Juan le otorgara en Barcelona. La realidad era, independientemente del aspecto cronológico, que en Fermín se gestaba un torero que sería un modelo para su tiempo y para el que estaba por venir y que, en las tres temporadas siguientes, sería la cabeza de su escalafón en España y en México. 

Ese 5 de junio de hace 90 años, la corrida de la Viuda de Aleas salió con complicaciones. De los seis toros, dieron posibilidad de lucimiento el quinto, al que cortó una oreja Fuentes Bejarano y el sexto, Centello, al que Armillita cortó, según la mayoría de las crónicas, una oreja, aunque alguna le adjudica el otorgamiento de dos trofeos auriculares. El eje de esta faena fue el toreo al natural. Tan lo fue, que la mencionada crónica de Federico Morena en el Heraldo de Madrid, se titula El ilustre naturalista azteca y en su médula expresa lo siguiente:

Ya teníamos a Fermín armado de muleta y estoque. Un pase de tanteo con la derecha. «Centello» tomó el engaño rectamente. Y la muleta pasó airosamente a la mano zurda. No era el noble bruto pronto a la arrancada. Y el torero supo aprovechar esta circunstancia para imprimir a la faena más relieve, mayor brillantez. Echó el artista la muleta atrás y adelantó el cuerpo arrogantemente. Pisaba el terreno de los valientes. Entonces la muleta avanzó despaciosa, sin dudas ni vacilaciones, hasta dar suavemente con los vuelillos en el hocico de la res. Y vino la arrancada: una arrancada templadísima. El espada tiró del toro, y se lo llevó al costado, y dobló la cintura sobre el pitón, y obligóle a trazar con el espinazo una curva considerable… ¿Es así como se torea al natural? La plaza crujió en un alarido de asombro. Y otra vez la muleta avanzaba, y prendía al bicho, y tiraba de él, dominadora, triunfante. ¡Y así hasta cinco veces! Cinco naturales perfectos. ¡Lástima grande que cortara la faena! Toro y torero seguían guardando el mismo ritmo, y la faena por naturales pudo haberse prolongado indefinidamente. «Centello» era toro de quince o veinte naturales… Pero la muleta pasó a la otra mano. Conste que no censuro. Lamento únicamente. El artista quiso, sin duda, dar variedad a la faena. Propósito muy laudable. Sin embargo, desmereció un poco esta segunda parte… Hubo, empero, excelentes pases por alto y en redondo, sin perder el espada un solo instante la más perfecta naturalidad en la ejecución… Aún volvió unos instantes la muleta a la izquierda para esculpir – buril prodigioso – varios naturales, tan acabados, tan meritísimos como los de la primera serie… La faena se había prolongado un poco más de lo conveniente, y cuando se acordó Fermín de que tenía que matar encontrándose con la desagradable sorpresa de que el bicho, agotado, echaba la cara al suelo. Y pinchó cuatro veces, bien que todas ellas mirando al morrillo y con deseos evidentes de matar bien… La faena, o, si lo prefieren los exigentes, la parte de ella destinada al toreo por naturales, produjo tan excelentísima impresión en el público, desató de tal modo sus entusiasmos, que apenas dobló el toro no hubo pañuelo que no saliese agitadamente del bolsillo para pedir el supremo galardón para el supremo artista. Y el presidente se apresuró a concederlo. Participaba, sin duda, de los mismos entusiasmos…

El cronista del diario madrileño La Correspondencia salido el 7 de junio, firmando como Juanito Puyazo, cuenta lo que sigue:

… ¡Ahí está el profesor! Unos naturales, ocho seguidos, que ponen a la gente en pie y se jalean con entusiasmo, porque ha toreado como lo hizo Ortega a la tarde de su triunfo la corrida anterior. Llegando con el cuerpo, la muleta atrás para irla adelantando majestuosamente hasta los hocicos del toro, tirando luego de él de una forma prodigiosa, haciéndole luego girar con temple y suavidad extraordinaria. Cada pase es un grito de emoción, que termina en un gran silencio para volver de nuevo a enloquecer en cada pase. Y esa faena prodigiosa la repite Fermín por tres veces, dando media docena de pases en cada serie, mejorados si cabe, ceñidos, que siguen armando el alboroto; los oles salen del pecho de todos los aficionados. Las ovaciones son estruendosas. Y el de Méjico no se conforma y sigue haciendo faena, ahora en unos pases en redondo magníficos, otros afarolados, un ayudado artístico, cambiando la muleta de mano, otros de rodillas… Lector: las manos se rompen de tanto aplaudir, y las gargantas se apagan de tanto jalear. ¡Ha sido una faena maravillosa, de maestro, muy difícil de mejorar, porque todos los pases han sido perfectos, sin enmendar ninguno de ellos, y valientes y artísticos! Por tanto, torearlo, el todo queda incierto para matar, y Fermín tiene que entrar cuatro veces con el estoque, pero la gente está pidiendo las orejas antes de acabar con él, y cuando rueda, se le concede la oreja, siguiendo los pañuelos pidiendo la otra, que el presidente concede también… Al Armillita Chico se le pasea en hombros por el ruedo entre grandes aclamaciones, y se le saca así a la calle vitoreándole, por haber ofrecido al público de Madrid la más grande faena de muleta que ha efectuado el Joselito Mejicano, difícil de superar por las grandes figuras en los tiempos actuales…

Por su parte, en Rafael Hernández y Ramírez de Alda, firmando como Rafael, consigna esto en La Libertad del 7 de junio:

...la clamorosa ovación que alcanzó Armillita; la oreja del toro, a pesar de entrarle a matar cuatro veces; la salida en hombros y los unánimes elogios de los aficionados, no fueron por al total de la faena, con ser, repito, muy buena, sino que fueron única y exclusivamente por la manera, por la maravillosa manera con que toreó al natural. Yo no he visto nada mejor y ni siquiera nada que lo iguale... Fueron primero cuatro pases naturales, adelantando la muleta hasta provocar la embestida del toro y llevándole toreado con un temple, un arte y una elegancia exquisitos, hacerle girar en torno de la figura, sin mover los pies, mandando con la muleta y ejecutando, en suma, el pase natural de manera tal que no se concibe nada más perfecto. Y después de esos cuatro naturales, aun lo repitió en dos pases más de la misma inimitable factura... Ante aquello, ¿qué importancia tenía lo demás? El público pidió la oreja estando todavía el toro vivo. No importaba ni los tres pinchazos y la media estocada que empleó para matar el toro, ni que el bruto tardara en doblar, ni que se levantara por fallar el puntillero y volviera otra vez a recorrer el ruedo barbeando las tablas, ni el frio, ni el agua; no importaba más que aquella manera de torear al natural, que habla que premiar de manera que quedara patente el entusiasmo y la admiración de los espectadores, y en cuanto el toro dobló definitivamente se le concedió la oreja al diestro, y el público se echó al ruedo, y sin darle tiempo a dejar la muleta con la que acababa de escribir la página más brillante de su vida taurina, le tomó a hombros y se lo llevó en triunfo, dando la vuelta al ruedo entre una delirante ovación...

Cierro esta parte de los recuerdos con la apreciación de F. Asturias, que en el diario Ahora también del 7 de junio, relata:

…Armillita toreó ayer de un modo maravillosamente perfecto. Suave, acompasado, rítmico, tranquilo, con la conciencia de lo que hacía y con una cantidad de torero atroz. Todos sabíamos que era un buen artista; pero nunca creímos que fuera un caso excepcional. Toreó al natural y de pecho, con pases de la firma, con rodillazos, molinetes y afarolados. Tras la primera serie de naturales – entre cinco y siete, no estamos seguros – se pasó la muleta a la mano derecha, y con la misma perfección, con la máxima suavidad, ejecutó una serie de pases extraordinarios. Los altos, los de pecho, los de la firma, alcanzaron perfección semejante, una lección de toreo... Pero asombrosa... El público no cesaba de aclamarlo... Pinchó tres veces superiormente y terminó de una, llevándose el acero enredado en una venda que llevaba en la muñeca. Se le concedió la oreja, lo pasearon en hombros y así lo llevaron hasta el coche. Hay que insistir, hay que volver a Ortega. Armillita el domingo, se afilió a su escuela, echó la muleta atrás, la adelantó lentamente hasta el hocico del toro y tiró de él como el maestro de Borox. Un buen profesor para un discípulo admirable...

Como podemos darnos cuenta, la totalidad de los relatos transcritos refieren lo extraordinario del toreo al natural de Armillita, lo establecen como el eje de la faena y como el medio para despertar el entusiasmo de la concurrencia a la Plaza de la Carretera de Aragón.

Centello de la Viuda de Aleas

Habrá que hacer aquí un aparte para poder comprender a cabalidad la hazaña de Armillita. Los toros de Aleas, colmenareños, con antigüedad de 1788 y herrados al centro del costillar con el hierro del “9”, ya tenían cruces con toros de Ibarra y de Santa Coloma, pero su fama se iba apagando. Los cronistas refieren lo siguiente acerca del encierro lidiado ese día y de Centello en particular:

Federico Morena en el Heraldo de Madrid:

Resignadamente esperábamos la salida de un sexto buey, cuando nos sorprendió la presencia de un toro bravo y noble. ¡Un toro bravo y noble en una raza que creíamos totalmente extinguida! ¿A qué ascendiente – Gijón, Muñoz, Cabrera – había salido? ... Era un toro de bella lámina. Chico de armazón, pero excelentemente criado – ¿había pasado por La Muñoza? –, y recortadito de pitones. Hasta el nombre tenía de toro bravo. Se llamaba «Centello» ...

Chavito en La Nación:

De los cinco primeros toros, de Colmenar, fueron mansos los lidiadas en primero, segundo, tercero y cuarto lugar... El quinto, sin ser bravo, demostró voluntad, y le agujerearon la piel cinco veces... El sexto merece párrafo aparte, embistió a los caballos en tres ocasiones, y el presidente cambió el tercio, sin que el bicho hiciese nada feo. Este animal, llamado «Centello», negro de pelo, y marcado con el número 30, fué un toro maravilloso para los de a pie. Siempre se arrancó suave y noble, y a la muleta llegó hecho un portento. Encelado con la franela, seguía sus movimientos con docilidad de perro amaestrado, y en todas sus embestidas puso suavidad, y. en ningún momento supo cornear... Cuando las mulillas se lo llevaban al desolladero, la ovación a Armillita Chico se confundió con la que el público dedicaba al maravilloso animal...

Corinto y Oro en La Voz:

...y saltó y vino el sexto, que en sus primeras arrancadas dobló admirablemente y en el resto de su lidia desarrolló tanta bravura, tanta nobleza y tan depurado estilo de ibarreña casta, que él solo se bastó para cubrir de gloria la divisa de la vacada y desquitar al hierro de los sinsabores que lo produjeron algunos de los ya arrastrados, especialmente el que fué pasto de la pirotecnia...

Juan Reondo, en Luz:

De los seis toros de D. José García cuatro fueron mansos con inquebrantable resolución. Tiraron la cara al suelo desde el primer capotazo, se aplomaron y se defendieron. Cumplieron con acoso y se fueron sueltos; eso los que cumplieron, porque al segundo (el de mejor lámina, por cierto), enemigo de cumplidos, hubo que foguearlo... Tuvieron nervio y poder y estuvieron bien de presencia. El sexto tomó bien la muleta, y el primero la hubiera tomado si se la hubieran ofrecido...

Como podemos ver, Centello salvó in – extremis una mala tarde para sus criadores y también nos refleja el hecho de que Armillita estaba en horas bajas, anunciado en un cartel veraniego y con un encierro de pocas garantías. Sin embargo, los toros en ocasiones sacan el fondo de casta y bravura que genéticamente tienen y permiten la realización de faenas trascendentales, como esta que hoy intento recordar.

El cierre de un círculo

El Maestro Armillita, me consta, porque se lo escuché en persona, recordaba esta faena, junto con la del toro Clavelito de Justo Puente en Barcelona y otra al toro Mocito, un ensabanado de Juan Pedro Domecq en Bilbao, como una de las más acabadas de las que realizó en su carrera, aunque lo contaba siempre con un dejo de desilusión, porque decía que aunque se le reconocía haber hecho algo que no tenía antecedente, a su apoderado Domingo González Dominguín, solo le fue posible ajustarle 22 contratos esa temporada, aunque también con justificado orgullo señalaba que entre 1933 y 1935, fue él matador de toros que más toreó en España y en México, un caso que difícilmente podrá ser igualado.

La unanimidad de las crónicas transcritas se concentra en el hecho de que Armillita adelantó la muleta, y, “quietos los pies”, moviendo uno solamente para cargar la suerte cuando el toro metía la cabeza en el engaño…, lo que significa, en las palabras de Federico Morena y de F. Asturias arriba citadas, que “tiraba del toro”… Esa forma de ejecutar las suertes para ligarlas en series por lo visto no era frecuente en esos días por los ruedos, pero la inteligencia del Maestro le dejó claro que, para entretejer series de muletazos, requería de fijar la atención del toro y ya cuando éste arrancaba, tener la facilidad de templar sus embestidas.

Esa forma de hacer el toreo entusiasmó a la crítica y a la afición que fue a los toros en la plaza de la Carretera de Aragón ese lluvioso domingo, pero veremos el día de mañana, porque estas notas se empiezan a extender de más, que pese a la rotundidad que dejó patente, no satisfizo a todos.

Aviso parroquial primero: Los resaltados en las crónicas transcritas son obra de este amanuense, pues no constan así en sus respectivos originales.

Aviso parroquial segundo: Hace trece años publiqué una primera versión de estas notas, consultable aquí


domingo, 29 de mayo de 2022

27 de mayo de 1972: La última epopeya de un mexicano en Madrid

Eloy Cavazos a hombros, Madrid, 27/05/1972
Foto: Hemeroteca y biblioteca Mario Vázquez Raña

En los inicios de noviembre de 1965, un jovencito recién llegado de Monterrey a la capital mexicana entrenaba en la Plaza México. Ya sonaba su nombre en las relaciones de la prensa como uno de los novilleros que encabezaban el escalafón y las preferencias de la afición en ese momento. En ese lugar le entrevistó Luis Ortega Gómez para la Revista Taurina y entre otras cosas, el muchacho llamado Eloy Cavazos, le dijo acerca del lugar en el que se encontraba y de lo que esperaba del futuro:

Es grande, pero no me asusta. Si Dios me ayuda he de llenarla muchas veces. Al cabo que saliendo en hombros nadie me ha de ver chiquito... Aquí la plaza es grande y el público mucho, Hay que hacerle como con los toros. Hay que hacerse primero con los chicos y arrimarse mucho hasta que se llega. Así pienso llegar yo... arrimándome...

Eloy Cavazos no cejó en su intento, pues se presentó en la gran plaza el 12 de junio del año siguiente y recibió la alternativa en su tierra, Monterrey, el 28 de agosto de ese mismo 1966, de manos de Antonio Velázquez quien en presencia de Manolo Martínez le cedió los trastos para dar cuenta del toro Generoso de Mimiahuápam. Esa alternativa la confirmó en la Plaza México el 14 de enero de 1968, siendo apadrinado por Alfredo Leal. A partir de allí, el torero inició una vertiginosa ascensión a la cumbre en la que no se detendría hasta alcanzar la cima.

Logradas esas iniciales metas, la siguiente etapa a cubrir sería la presentación en ruedos europeos y el año de 1971 fue el decidido para ello. Su primera actuación de aquel lado del mar fue en Málaga, el 11 de abril, después actuó en Barcelona el 9 de mayo y con ese bagaje el siguiente compromiso que tenía por cumplir era en la plaza de Las Ventas, para confirmar su alternativa, compromiso pactado para el 20 del llamado mes florido.

La 7ª del San Isidro de ese año se conformó con Miguel Mateo Miguelín, Gabriel de la Casa y Eloy Cavazos, quien confirmaría su alternativa. Los toros fueron de José Luis Osborne. Esa tarde el torero regiomontano le cortó una oreja al toro de la confirmación, Retoñito, primero de la tarde, y a Floripondio, el sexto de la corrida le arrancó otra. Así, Eloy Cavazos, en su presentación, abría la Puerta de Madrid por primera vez. 

En su segunda tarde, tres días después de la inicial, Noguero, de Francisco Galache lo heriría casi al abrirse de capa. Un percance grave, según se lee del parte médico rendido por el doctor Máximo García de la Torre:

El diestro Eloy Cavazos sufre una herida por asta de toro en la región axilar izquierda, con una trayectoria hacia la línea media de 20 centímetros que produce destrozos en los músculos pectoral mayor y menor e intercostales, con rotura de pleura parietal, contusiones y erosiones múltiples. Pronóstico grave…

Esa cornada no lo detuvo, terminó esa campaña española con 30 corridas toreadas, cortando 55 orejas y 7 rabos y por supuesto, pasando por las principales plazas españolas y francesas.

El San Isidro de 1972

La Feria de San Isidro de 1972 ha pasado a la historia por mérito propio. Mucho hay para escribir de ella, pero en este momento lo que me ocupa es lo sucedido la tarde del sábado 27 de mayo de ese año, cuando se habían anunciado toros de don Joaquín Buendía para Fermín Murillo, José Fuentes y Eloy Cavazos, quien cerraba así su participación en ese ciclo isidril.

Los santacolomeños de Buendía no superaron el reconocimiento veterinario y fueron sustituidos por cuatro toros de doña Amelia Pérez Tabernero y otros dos de El Jaral de la Mira, entre los que venía un voluminoso colorado, que al llegar a la plaza pesó 600 kilos, nombrado Azulejo. La suerte se lo depararía a Eloy Cavazos y le representaría la llave para abrir, por segunda ocasión en su carrera, la puerta grande de Las Ventas.

Lo que Eloy Cavazos le hizo a Azulejo, lo relata así Carlos Briones, en esos días director del semanario madrileño El Ruedo:

Era digna de verse la despreocupación del mejicano ante dos toros más altos que él... la alegre desenvoltura con que se estaba quieto y a pies juntos en una lidia alegre, con graciosa sevillanía, andando con garbo – como debe andar un torero – cuando necesitaba mejorar sus terrenos para continuidad de sus faenas... Su triunfo, sin lugar a dudas, vino con «Azulejo», un señor toro de doña Amelia, colorao y serio, al que recibió con tres verónicas y una larga sin enmendarse, y dio luego otras tres verónicas aún mejores, como lo fue el quite. Brindó al público e inició su faena sobre la derecha, por altos y redondos, molinetes para enlazar las series, naturales a pies juntos, trincherillas, más redondos, – en uno de los cuales sufre un desarme, pero recupera la muleta del testuz de «Azulejo» – y remate mariposeando la muleta frente al toro por delante y detrás de su figurilla dominadora, y una vueltecilla para salir de cacho después de hacer un desplante de rodillas. Una perfecta estocada en la cruz, al hilo de las tablas de la que el toro sale fulminado, y el torero, rebotado una vez más como piedra disparada con honda, desata el clamor de la plaza y el premio de doble oreja, que se completa con vuelta al ruedo y salida a hombros...

El resto de la prensa madrileña no terminó por digerir la contundencia del triunfo del regiomontano. Así, don Antonio Díaz Cañabate, en el ABC madrileño – que publicó la crónica tres días después de la corrida –, notorio por su disgusto con lo que de este lado del mar llegaba a su tierra, apenas le reconoce:

…Cavazos es un torero efectista. Como casi todos los de corta estatura. Su toreo unas veces es bullicioso y otras embarullado y muy apegado a dar vueltas, que hace tan bonito. Le tocaron los dos toros más aparentes para un toreo de calidad, del que está muy lejos el animoso y valeroso Cavazos… al sexto, al que cortó las dos orejas, un toro de gran aparato, de romana y cabeza, pero dulce como el merengue y como la tarde, lo mató con mucho coraje, en el peligroso terreno de las tablas. Esta estocada fue lo más relevante que se hizo con los seis toros, que embistieron como empujados por el reflejo de la belleza del sol, de la luminosidad del azul, sin que empañara esas embestidas la menor nubecilla. Toros sin codicia con los caballos, que, por esa influencia, para mí indudable del sol y del azul, nos proporcionaron una muy entretenida corrida…

Por su parte, quien firmó como Pepe Luis en la Hoja del Lunes madrileña del 29 de mayo siguiente, en su resumen de la feria, dijo:

Mejicanos... Otro azteca triunfó anteayer: Eloy Cavazos. El pequeño torero tuvo para su lucimiento un bravo y bonito ejemplar de doña Amelia Pérez Tabernero. Toro con edad, cara, cuajo y pitones. Eloy triunfó más por su arte en lo adjetivo, la bullanga y el adorno, que en lo sustantivo. Valiente siempre, no acertó a medir las distancias y ahogaba el pase al citar en corto. Sus defectos – de ejecución, no de decisión – quedaron borrados por su coraje al irse tras la espada en un difícil terreno y dejar, a cambio de un serio achuchón, todo el acero arriba. Dos orejas y salida a hombros...

Hay distintas maneras de tratar de entender las cosas. Cañabate y Pepe Luis juzgaron a Eloy Cavazos por un método comparativo, valorando su hacer ante los toros a partir de lo que a ellos les gustaba, lo que, a mi juicio, le quita objetividad a sus versiones, pero conocerlas nos presenta la realidad del ambiente que en esos días se vivía.

Un comentario adicional. Eloy Cavazos en ese San Isidro del 72, se enfrentó a los toros más pesados que en ella se corrieron. Ya decíamos que Azulejo llegó a la plaza con 600 kilos justos, pero en su primera tarde de ese ciclo, ya había despachado a Indiano, el sexto de una infumable corrida de Manuel Francisco Garzón, que dio en la báscula 615 kilos.

El peso de la historia

Se ha cumplido medio siglo de que un matador de toros mexicano, llamado Eloy Cavazos, abriera por última ocasión la Puerta Grande de la plaza de toros de Las Ventas en Madrid, vestido de luces. Y lo hizo después de cortarle dos orejas a un mismo toro. Así, el torero de Monterrey pasó a formar parte de un pequeño grupo de toreros de México que han logrado esa particular hazaña.

Fermín Espinosa Armillita (1933), Lorenzo Garza (2 veces, en 1935 y 1945), Carlos Arruza (3 veces, en 1944, 1945 y 1946), Carlos Vera Cañitas (1945), Fermín Rivera (1945), Juan Silveti (1952), Antonio Lomelín (1970), Curro Rivera (1972) y Eloy Cavazos (1972). Por los novilleros lo han hecho José Ramón Tirado (1956) y Antonio Sánchez Porteño (1964).

Otros diestros mexicanos han salido en triunfo por allí cortando orejas sueltas a distintos toros de sus lotes, pero cobra mayor mérito la apertura del monumental portón y la salida en volandas, cuando se cortan las dos de un solo toro, que, para efectos prácticos, resultan ser los máximos trofeos que se conceden en la plaza de Madrid.

En estos días se abre paso una nueva generación de toreros mexicanos y varios de ellos estarán presentes en la primera plaza del mundo. Tienen la fortuna de tener a la vista a uno de los hacedores de la historia, a un ejemplo a seguir, de tenacidad, de esfuerzo y de la forma de encontrar al triunfo.

martes, 24 de mayo de 2022

22 de mayo de 1972. Una tarde de hitos y mitos (III/III)

Comisario José Antonio Pangua
Foto: Martín Sánchez Yubero
Colección: Archivo de la Comunidad de Madrid

Palomo ingresa a un grupo selecto

El rabo de Cigarrón incluyó a Palomo Linares en un grupo pequeño y muy selecto de toreros; aquellos que siendo matadores de toros cortaron un rabo en la principal plaza de España y la principal plaza de México. Marcial Lalanda le cortó el rabo Buzo de Atenco, en el Toreo de la Condesa el 10 diciembre 1922, y después a Patinero de Sánchez de Terrones, en Las Ventas, el 28 de octubre de 1934. El 8 de febrero de 1931, Manolo Bienvenida lo obtuvo de Corbetero de La Laguna en El Toreo, en tanto que en Las Ventas se llevó los de un toro de Pérez de la Concha el 3 de junio de 1935 y de Pañofino de Sánchez Fabrés el 4 de junio de 1936. Sigue en esta relación el valenciano Vicente Barrera, quien fue premiado con el rabo de Jordano de La Punta, el 29 de noviembre de 1931, en tanto que el 24 de mayo de 1939 en la llamada Corrida de la Victoria, se llevó el de un toro de Concha y Sierra

Dejo aparte el caso de Lorenzo Garza, pues es de este grupo el único que ha cortado rabos en El Toreo de la Condesa, en la Plaza México y en la plaza de Las Ventas de Madrid. En la Condesa se llevó, entre otros, los de Gitanillo y Saladito de San Mateo el domingo 3 de febrero de 1935. En Las Ventas obtuvo el de Guitarrero de Fermín Martín Alonso el 29 de septiembre de 1935 y en la Plaza México los de Amapolo y Buen Mozo de Pastejé la tarde del 11 de diciembre de 1946.

Palomo Linares entró también en este grupo esta tarde que trato de recordar aquí, pues el 30 enero del mismo 1972, cortó en la Plaza México el de Tenorio de don Javier Garfias. Así es como forma parte, desde hace 50 años, del reducido grupo de cinco matadores de toros que han obtenido los máximos trofeos en las dos principales plazas del mundo del toreo.

Justos por pecadores

En México sabemos del gran triunfo de Curro Rivera, lo valoramos y lo publicitamos en la medida de nuestras posibilidades, pero esta tarde de las cuatro orejas en Madrid – hecho no repetido hasta hoy por torero mexicano alguno – tuvo la mala fortuna de que se le pusiera por delante el triunfo, también trascendente, de Palomo Linares y que éste se llevara casi todas las informaciones, por la trascendencia histórica que tenía.

Viendo esa circunstancia, recordé que hay para los toreros tardes de triunfo que no penetran tanto en la memoria colectiva, por imponderables que surgen alrededor de ellas. Eso me recordó la tarde del 25 de mayo de 1967 – Jueves de Corpus –, cuando el torero de la Isla de San Fernando, Rafael Ortega, fue víctima de una jugada del destino, contada por Joaquín Vidal en El País del 19 de diciembre de 1995:

El triunfo de Rafael Ortega aquella tarde fue memorable. Sólo que el destino hizo una grotesca pirueta y Curro Romero colaboró en ella. El torero de Camas, que intervenía a continuación, se negó a torear al toro y provocó un gran escándalo. Los periódicos dieron amplia cobertura a esta noticia, se lucieron con ella los reporteros y las crónicas de la corrida quedaron casi reducidas a una gacetilla...

Creo que igual le sucedió a Curro Rivera esta tarde, no como resultado de una bronca de alguno de sus alternantes, sino por el otro triunfo resonante e inusitado que tuvo lugar en esa misma corrida de toros. Hoy se habla del rabo de Palomo y cuando se hace, nos vemos en la necesidad de apuntar y apuntalar que ese día también salió en hombros por la Puerta de Madrid un torero mexicano.

Una carta abierta y la vara de medir

Al margen de su crónica en Pueblo, Alfonso Navalón publicó también una carta abierta dirigida a Palomo Linares, torero con el que tuvo serios desencuentros en esos días y en la que refiere entre otras cosas esto:

Yo estaba tan tranquilo sentado en mi delantera baja del Dos cuando a usted le dieron el rabo; había gustado su faena a «Cigarrón» porque no le tropezó la muleta más que una vez y porque estuvo dando una medida exhaustiva de su capacidad artística. Yo, durante la faena, había mantenido una actitud absolutamente silenciosa, como puede dar fe ese amigo suyo que estaba justo a mi lado. Cuando le vi acercarse a mi localidad para decirme algo, me levanté a escucharle y no le entendí nada. Su amigo me contó que sus frases fueron más o menos estas: «Conmigo no puede acabar ni tú ni nadie. Conmigo no puede acabar más que un toro». Y tiene usted toda la razón. Con los que se visten de luces sólo acaban los toros o los públicos. No es misión de la crítica acabar con nadie… Usted ha cortado un rabo en Madrid, y mi deber es contarlo. Para que me diera cuenta no hacía ninguna falta que viniera a enseñarlo, porque me ha dado una notoriedad y una importancia que no esperaba… Claro que esta recordación la podía haber hecho de una manera más correcta, sin necesidad de vulnerar las leyes. El artículo 118 del vigente Reglamento Taurino prohíbe a los lidiadores dirigirse a los espectadores, bajo multa de cinco mil pesetas. Le prometo dirigirme respetuosamente al escrupuloso señor Pangua, responsable ayer tarde de velar por el orden, para rogarle que no le imponga a usted esa sanción…

La carta caló. En el resumen de la feria que hace el que firma como Pepe Luis en la Hoja del Lunes madrileña, aparecida el día 30 de ese mismo mayo, hace referencia a ella y revira a Navalón en cuanto a la aplicación de la normativa de los festejos, puesto que afirma, que todas las tardes acudía a su localidad acompañado por dos menores de edad y le recuerda que también el Reglamento cuyo cumplimiento pide, señala que no pueden acudir a los toros personas menores de catorce años de edad. 

Un presidente y un cronista, defenestrados

El Comisario José Antonio Pangua fue el designado para presidir el festejo de ese 22 de mayo. Su asesor artístico era el torero retirado Antonio Posada. Al presidente del festejo lo pusieron “de corinto y oro”, acusándole de violentar las tradiciones de Madrid. Escribió Vicente Zabala Portolés para El Alcázar del día siguiente de la corrida:

Absurda y delirante la concesión del rabo. A partir de mañana ya pueden concederse en Las Ventas los rabos a montones. Madrid será una plaza más gracias al señor Pangua. La que un día fue la primera plaza del mundo queda vejada por un caballero que no ha sabido respetar lo único que quedaba: unas gotas de tradición y señorío...

No mucho tiempo después surgieron trascendidos en el sentido de que el comisario Pangua había sido destituido de su cargo. En entrevista realizada por Jesús Sotos y publicada en El Ruedo de Madrid el día 30 de mayo, expresó el presidente de la corrida que eran bulos malintencionados, pero la campaña negra en su contra, seguía adelante, y así, el Blanco y Negro de ABC madrileño, salido el 27 de mayo de 1972, agrega:

El señor Pangua ha sido muchas veces un presidente blando, poco adecuado para la primera plaza del mundo... El señor Pangua, sin duda con la mejor intención, ha confundido la Monumental con una plaza de segundo orden... Son muchos los aficionados que consideran necesaria la creación de un Colegio de Presidentes, de la misma manera que en el futbol hay un Colegio de Árbitros...

Días después, en el mismo Alcázar, el comisario Pangua publicaría una carta abierta, dirigida al dramaturgo Alfonso Paso, quien saliera en su defensa, de la que extraigo:

...estos barbilampiños ganan más de 200.000 pesetas al mes, pero por ese dinero el que podría hacer las crónicas es el “simpático y cordial Marqués de Lozoya” recientemente cesado en el Instituto de España... estos sapos escupen y escupen sin cesar como sus antepasados lo hicieron al rostro del rabí de Galilea... Don Alfonso, usted es periodista y le ruego que le diga a D. Torcuato Luca de Tena que regrese pronto de su viaje pues como tarde mucho el heredero de la silla de D. Antonio Díaz Cañabate que ya cree estar sentado en ella, va a dejar la sección taurina peor que dejaron a doña Ana de Pantoja... dígale a D. Emilio Romero que pula el mal estilo de su crítico favorito... diga a D. Gregorio Marañón Moya que no haga el caldo gordo a los audaces que le rodean, pues el Colegio de Presidentes y Asesores sería un verdadero “gang” que convertiría la fiesta en el Chicago de los años 20 pero con Alcapones antipáticos y sosos... A mí el verdadero Alcapone me resulta simpático...

La realidad es que José Antonio Pangua ya no volvió a presidir un festejo en Las Ventas. En el resumen de la temporada publicado por el mismo semanario madrileño se hace patente esta circunstancia y se da a conocer que a esa fecha – final del año – el comisario ya estaba jubilado.

En otro orden de ideas, en el mismo Blanco y Negro” de ABC, salido el 27 de mayo de 1972, contiene la información de que Vicente Zabala Portolés dejó de ser crítico taurino de Televisión Española:

Nuestro colaborador Vicente Zabala ha dimitido como crítico taurino de TV Española. Tomó esta determinación al comunicársele que debía limitar sus comentarios televisivos a temas taurinos intemporales, ajenos a la función crítica, ya que «por ahora es imposible hacer un juicio de valor sobre los toreros» ... Ahora que dice adiós a tres años en Prado del Rey, confiesa: «En Televisión no dejo más que amigos. He trabajado allí porque me llamaron. Me llevo un gran recuerdo de Manolo Martín Ferrand, que fue el único que apoyó sin limitaciones una crítica veraz, objetiva y ponderada. Deseo al que me sustituya, que cuente con más espacio y menos trabas que las que he tenido yo en mi camino» ...

Así pues, el presidente no fue cesado y el cronista dijo haber dimitido. Lo que aparentan los hechos a 50 años de distancia, es que ambos fueron defenestrados – tirados por la ventana – dada la agria polémica en la que se vieron inmersos.

Un apunte pertinente

Durante mucho tiempo se manejó de manera privada, y también pública, que el rabo de Cigarrón concedido a Palomo Linares fue otorgado con la única finalidad de diluir el gran triunfo de Curro Rivera. Creo conveniente reiterar que ese rabo se le cortó al quinto de la tarde, tras de cuya lidia, Curro Rivera, tercer espada del cartel, todavía tenía por lidiar un toro más, el sexto del festejo, al que le cortó las dos orejas.

Así pues, hay las bases suficientes para afirmar que la concesión de ese rabo no hubo tomate, simplemente los hechos se fueron dando de esa manera y así fue como resultaron.

Y ahora sí, he llegado al final de estos recuerdos, que material tienen, para escribir un libro completo.

Nuevo aviso parroquial: Otra vez el amanuense es el responsable de los resaltados en los textos citados, que no están así en sus originales.

lunes, 23 de mayo de 2022

22 de mayo de 1972. Una tarde de hitos y mitos (II/III)

Curro Rivera en Madrid
Foto: Cano - Colección: J. Colomer

Un sitio ganado a ley

Curro Rivera se contrató a tres tardes el San Isidro del 72. Obtuvo ese trato de figura a partir de la importante campaña que realizó el año anterior, triunfando en las principales plazas europeas y llegando, en el caso de la Villa y Corte, a torear la Corrida de la Beneficencia, que en aquellos años se conformaba con los triunfadores del serial isidril y no era anunciada de antemano junto con él. Y en su paso por el ciclo madrileño de hace 50 años, en su presentación el día 17 de mayo le cortó una oreja a Neroso el primero del lote de José Luis Osborne que sorteó esa tarde. El día 19 completó su segunda fecha, ante toros salmantinos de Antonio Pérez de San Fernando. Esa fue una tarde lluviosa y de frialdad en los tendidos, sin embargo, tras de su hacer ante el quinto de la función, el colorado nombrado Veleta se le pidió la oreja, que no fue concedida por Usía.

Así llegó a la actuación final de su compromiso, señalada para el lunes 22 de mayo, en el que compartiría cartel con Andrés Vázquez y Palomo Linares ante los toros de Atanasio Fernández. De esa corrida le tocaron en suerte Cigarrero y Pitito, tercero y sexto de la corrida, que le causaron la siguiente impresión a Carlos Briones, expresada en el semanario El Ruedo fechado el 30 de mayo siguiente:

Tercero, «Cigarrero», número 64, negro bragao meano, de 520 kilos. Abanto de salida, flojo al final, aunque embistiera con nobleza. Recibió una vara, en que apretó con buen estilo, y par y medio de banderillas. Murió de media estocada. Fue aplaudido en el arrastre… Sexto, «Pitito», número 23, negro zaino, de 531 kilos. Igual que casi todos sus hermanos de salida, se creció luego ante los castigos y llegó con nobleza a la muleta. Recibió un picotazo rebrincando y saliendo suelto, y una vara trasera, en que sonó el estribo, pero apretó. Tres pares de banderillas. Murió de pinchazo y estocada entera. Fue aplaudido...

Como se puede ver, la corrida no fue precisamente un dechado de cualidades, pero el interés por triunfar y la voluntad de los toreros lograron imponerse y quizás hasta encubrir las complicaciones de los toros. 

Curro Rivera corta cuatro orejas

El hecho de cortarle las dos orejas a cada uno de los toros de su lote resulta ser inusitado para un diestro mexicano. Así, la historia nos muestra que Armillita en 1933, en la Corrida de la Prensa; Carlos Arruza en 1945, durante la Corrida del Montepío de Toreros; y, Antonio Lomelín en 1971 la tarde de su confirmación, le cortaron tres orejas a los toros que les correspondieron, pero desde la inauguración de la plaza y hasta la fecha que nos ocupa, ningún torero mexicano había cortado cuatro orejas en Las Ventas en una misma tarde. Así pues, pese a todo, se seguía escribiendo historia ese lunes de hace medio siglo.

La crónica del festejo que hiciera Carlos Briones para El Ruedo en el número arriba señalado, entre otras cosas dice:

Saludó a «Cigarrero» con cinco verónicas sin enmienda, cerró con media de suave armonía, llevó al caballo a su colaborador – pues así era el suave Atanasio – por chicuelinas y escuchó ovación que divide las opiniones cuando se da el cambio al novillote con una sola vara. Brindis al público, para abrir faena por estatuarios, ayudado y de pecho que encandilan a la concurrencia, aunque la faena se desluzca en ocasiones por «Cigarrero», que dobla las manos. El momento álgido en la aclamación pública lo registramos en unos circulares sin enmendarse, en que por tres veces pudo – sin mover los pies – constituirse en el eje de la embestida del noble animal; dos series de naturales y otra de nuevas circulares perfectos son prólogo a media estocada bien puesta, premiada con las dos orejas… «Pitito», el sexto, tenía más respeto, pero también Curro se lo perdió, si no con el capote – con el que no se paró –, sí en la faena, más clásica, más arriesgada, seguramente más maciza, dentro de la sobriedad elegante de los redondos, naturales y pases de pecho en línea creciente de perfección; remata con unos adornos de fina torería y señala bien un pinchazo antes de dejar una estocada con pérdida de la muleta en el cruce. El público – que, como el torero, estaba embalado en el éxito de la tarde – pide y logra las dos orejas de «Pitito» para Rivera, al que creemos, ver en su mejor momento desde que llegara a España.

Otra visión amable del asunto viene de José Alameda, que en calidad de enviado especial de El Heraldo de México, escribió una crónica que se publicó de este lado del mar el día siguiente al de la corrida y de la que entresaco lo que sigue:

Ahora el grupito de aguafiestas salió cabizbajo mientras el público aficionado iba feliz… Gran mérito ha tenido lo que hizo con el tercero de la tarde, un toro muy noble pero escaso de fuerza. Currito lo toreó admirablemente de capa en los medios, en verónicas sin enmendarse. Luego, hizo las chicuelinas ambulantes para llevarlo al caballo y todo el tercio transcurrió entre aclamaciones para él. Fue un tercio corto, porque pidió el cambio luego de una vara, que era lo adecuado… Su faena la empezó también sin enmendarse, en cuatro ayudados por alto, cerca de tablas. Luego, en los tercios, en cuanto le echó la mano abajo en dos derechazos, el toro se le cayó. Y empezamos a temer que pudiera caerse también la faena. Pero Curro estuvo admirable de temple. Con una pulsación perfecta empezó a medir el toreo, yo diría que a “peinarlo”, y ya el toro no volvió a caerse, porque aquella muleta lo llevaba como el verso de Goethe, “sin apresuramiento, pero sin retraso” … Jamás había visto a Curro templar así. Puso al toro tan a punto que pudo hacerle el circurret… era la primera vez que lo hacía en Madrid. Y el público, deslumbrado, se le entregó…

Siguen, desde este punto de vista, los reproches a la conducta de los entonces instalados en el tendido 8 de Las Ventas, criticados por fundamentalistas y perpetuamente inconformes. Al final, su postura resultó ser la minoritaria, según el resultado final de la tarde. Pero tuvieron esos especialistas en ver lo negativo su abrigo en algunas crónicas. Escribe Díaz – Cañabate en el ABC de Madrid:

Las faenas de Palomo y de Rivera que les valieron las ocho orejas fueron de las corrientes, con ninguna emoción, y te repito que a mí lo que me priva en los toros es la emoción y lo que me arrebata es el valor unido al arte, y esto no lo he visto hoy. Hoy hemos visto en los tres toreros lo que les ha faltado a sus compañeros y a ellos mismos en las once corridas de la Feria, hoy han tenido en buen grado decisión, voluntad y entusiasmo. La faena de Andrés Vázquez al primero creo que ha sido la única variada que hemos visto. La de Palomo al del rabo la más libre de sus habituales defectos, y las de Rivera, más animadas que las de siempre...

Por su parte, Alfonso Navalón, en Pueblo, manifestó:

De lo que hizo Curro Rivera para llevarse cuatro orejas no creo que se acuerde nadie a estas horas. Dio muchos pases. Infinidad de pases. Quieto. Se lo pasó por delante y por detrás. Les hizo dar repetidas vueltas en torno a su cintura, como demostración exhaustiva de la candidez de sus sumisos colaboradores. Matando sí. Matando le echó pundonor y se fue mirando al morrillo detrás de la espada… Y eso fue todo. Para varios miles de espectadores y para el presidente, que hizo de regidor de escena, aquello debió ser el no va más. Para los que fuimos a ver una corrida de toros aceptamos la bella faena de Palomo, pero ante el único toro legal que salió por los chiqueros, no vimos faena…

Como se ve, resulta complicado el quedar bien con todos. Así como hubo quien aceptara las bondades de la tarde, también hubo quien simplemente no quedara conforme con nada de lo visto.

Homenaje con sabor a México

El 24 de mayo, El Informador, diario de Guadalajara presentaba una nota de la Agencia France Presse (AFP), en la que se da cuenta de un almuerzo – homenaje que la Porra de Ingenieros de la Plaza México ofreció a Curro Rivera por el triunfo tenido en la plaza de toros de Las Ventas el día anterior. Acudieron invitados a esa reunión aficionados mexicanos, distintos representantes de los medios de comunicación y dirigentes de la empresa de la plaza madrileña.

El corresponsal de la AFP entrevistó a Fermín Rivera, padre del diestro triunfador, quien dijo entre otras cosas:

Nunca pensé que mi hijo Curro me borrara como matador de toros. Estoy orgulloso como padre y como lo que fui: torero...

En dicha comunicación, se aseguraba que, en el propio evento, el apoderado de Curro Rivera y él mismo, ya negociaban el regresar a Madrid para el San Isidro de 1973, por otras tres tardes. No está de más comentar en este punto, que, a esa altura de la temporada, Curro Rivera estaba, por el número de festejos toreados, entre los cinco primeros del escalafón en España.

Mañana ahora sí, la conclusión de estos apuntes…

Aviso Parroquial: Este amanuense es el único responsable de los resaltados en los textos transcritos, pues no obran de esa manera en sus versiones originales.

domingo, 22 de mayo de 2022

22 de mayo de 1972. Una tarde de hitos y mitos (I/III)

Palomo Linares con el rabo de Cigarrón
Foto: Botán, colección El Mundo

Rompiendo moldes y tradiciones

Este 22 de mayo se cumplen 50 años de una tarde en la que en la plaza de Las Ventas de Madrid se produjo una cadena de sucesos que marcaron tanto a la historia de la plaza de toros, como a la historia del toreo. Fue una tarde en la que el orgullo y la tradición de la que es la primera plaza del mundo fueron o renovados o vulnerados, según la manera de ver y abordar lo ocurrido.

Ese 22 de mayo del año 72 se celebró la décimo segunda corrida de la Feria de San Isidro, en la que se anunciaron toros de don Atanasio Fernández para Andrés Vázquez, Sebastián Palomo Linares y Curro Rivera. Dos toreros, Palomo Linares y Curro Rivera cerrarían esa tarde su paso por la feria, cumpliendo su tercer contrato y Andrés Vázquez iba por su segunda fecha, quedándole aún pendiente por cumplir la del domingo 28 de mayo, última del ciclo isidril.

La tarde que me ocupa, se solventó dentro de un ambiente festivo, en el que, los asistentes al festejo, esperaban en alguna medida que fuera uno de esos que pasan al recuerdo. Y se pusieron a la obra y después de que rodara el sexto de la tarde, efectivamente, esa décimo segunda del San Isidro del 72 pasaría a la historia como una gran tarde de toros, con muchos a los que convenció y otros tantos que no aceptaron el resultado como digno de ese escenario.

Estos apuntes los acometeré por estricto orden de alternativa y siguiendo, en lo posible, la forma en la que los acontecimientos se produjeron en el tiempo.

El rabo de Palomo Linares, el primer hito

La última vez que se había concedido un rabo en la plaza de Las Ventas fue el 24 de mayo de 1939, fue a Pepe Bienvenida, que se lo cortó a Terciopelo de Sánchez Fabrés, en la llamada Corrida de la Victoria, en la que también Domingo Ortega había obtenido otro de un toro de Antonio Pérez Tabernero. Entre ese día y este de autos, habían transcurrido treinta y dos años, once meses, y veintiséis días, tiempo más que suficiente para que aquellos que presenciaron las hazañas de Ortega y Bienvenida ya fueran mayores y para que los aficionados jóvenes que asistieron al festejo, nunca hubieran visto la concesión de uno en la primera plaza de Madrid.

Palomo Linares le había cortado las dos orejas a Clavijero, el segundo de la tarde, pero la gran explosión vendría tras la lidia del quinto Cigarrón, al que le cortó el rabo. Las crónicas de los principales medios generalistas poco se ocupan de su hacer ante el toro, pero en el ejemplar de El Ruedo salido a los puestos el 30 de mayo siguiente, Carlos Briones escribió:

Las verónicas espléndidas con que saludó a «Cigarrón» levantaron justos clamores por lo erguido de la figura, el avance hacia los medios, la claridad en el temple de los lances. Tras el brindis – hecho al público, con ostensible eliminación de los reventadores – inició el gran momento. Este es difícil de relatar en términos descriptivos, pero tras los redondos, alto y pase de pecho dados de rodillas con la misma soltura, mando y perfección que los mejores que se hayan dado de pie, la faena fue una maciza obra de arte en que el toreo más puro y más moderno se hermanaron como solamente se funden en los momentos de inspiración máxima. Fue una faena para poner al lado de las más excelsas: la del Montepío, de Belmonte; la de la Prensa, de Manolete. Una faena para guardar en el recuerdo. El final, dramático, puso clima emocionado en la plaza; Palomo se perfiló en corto, citó a recibir, pero «Cigarrón» no fue al encuentro; entonces Sebastián se tiró a matar o a dejarse coger y del encuentro en que dejó medía estocada salió prendido por el muslo y levantado en el aire mientras él no abandonaba su ardida empresa… Cuando el toro dobló se produjo una de esas conmociones de entusiasmo que se ven muy pocas veces en la vida taurina. La plaza unánime clamoreó el triunfo y exigió la rotura de normas y tabús, porque al reto de los negativos, de los resentidos, había respondido un torero en la forma gallarda que le permite su casta. Cortó las dos orejas y el rabo…

Las reacciones de los cronistas de diversos diarios madrileños fueron en sentido contrario. Alfonso Navalón, en su tribuna de Pueblo, también le tundió al torero linarense y al comisario Pangua, quien, con la asesoría técnica de Antonio Posada, presidió el festejo:

Con este “Cigarrón”, Palomo empezó toreando por derechazos de rodilla. Puesto en pie se recreó en una faena larga, templada y limpia, toreando con reposo y suavidad. No tuvo que superar ninguna dificultad ni resolver un solo problema. Palomo se entregó con ilusión en una verdadera orgía de pases despaciosos con el público entregado y en enfervorecido. Aquello era el delirio. Consciente del triunfo que tenía en la mano quiso matar recibiendo para redondear su faena, pero el toro ya no podía embestir. Fue entonces cuando en un alarde temperamental se volcó sobre los pitones, dejando media estocada y saliendo con la taleguilla destrozada. El señor Pangua, rompiendo la tradición de esta plaza, le otorgó un rabo, que pasea por el ruedo entre el fervor popular…

Pero no solamente los cronistas de la nueva generación se mostraron inconformes con la concesión del apéndice caudal a Palomo Linares. También expresó su descontento Antonio Díaz – Cañabate, quien, desde las páginas del ABC madrileño, manifestó:

La faena de Palomo en el quinto toro había sido mejor que las suyas habituales, algo más reposada y más ligada, con menos retorcimiento de la figura. Convinimos en que dada la benevolencia del presidente cortaría las dos orejas. Las teníamos descontadas. Entra a matar. Se entrega con todo pundonor para que no se le escapen las orejas. El toro lo trompica y lo derriba. Se levanta el torero muy espectacularmente. El toro muere. Rapidísimamente el pañuelo presidencial concede una oreja. ¡La otra! ¡La otra! Inmediatamente es otorgada. ¿Por qué no? Para eso estamos, para complacer al respetable público. Y se oyen gritos de ¡El rabo! ¡El rabo! El presidente se apresura a concederlo. ¿Por qué no, si la gente está muy contenta? ¿Qué significa un rabo? Cuatro pelos mal contados. ¡Pues entonces para luego es tarde y a quien Dios se la de, San Pedro se la bendiga...! ... Ya se ha roto el melón de los rabos. Dentro de nada tendremos rabos a tutiplén, rabos hasta en la sopa, y qué rica la sopa de rabo, y entonces volverán las patas a prodigarse con la facilidad que en la duodécima de San Isidro se han regalado nueve orejas y un rabo…

Años después Pablo J. Gómez Debarbieri, para el diario El Comercio, de Lima, reflexionó esto:

En una corrida inusual por su triunfalismo, Palomo le cortó el rabo al quinto toro de aquel festejo, en 1972; trofeo que no se concedía en Madrid desde 1940. “Cigarrón” – número 64, con 520 kilos − se llamó aquel astado de Atanasio Fernández. La faena del de Linares fue notable, sin su habitual retorcimiento y abrochada con media estocada de rápido efecto; pero no superior a otras premiadas con dos orejas… En aquella corrida hubo una especie de histeria colectiva. El presidente, Antonio Pangua y su asesor taurino, Antonio Posada, probablemente hartos de los que ellos llamaron luego “Los reventadores de la andanada del tendido 8” … Pangua, tras conceder el rabo, decía: “Los del 8, son tres reventadores utilizados por uno que luego dice que chilla toda la plaza; el rabo lo pedía el público y, por lo tanto, fue reglamentario”

Como se puede ver, los pareceres de la mayoría de los cronistas de la época coincidieron en que la concesión del rabo fue un exceso. Ocho días después, Antonio García Ramos, en la Hoja del Lunes de Madrid, resume ese sentir:

Salvo error, y, sobre todo, omisión, en medio siglo se han dado once rabos, sin olvidar peticiones clamorosas para Litri, Camino, El Viti y El Cordobés. He de subrayar que hasta la ley taurina de 1962 no se ha legalizado la concesión de orejas y rabos. Don José Antonio Pangua no ha infringido la reglamentación vigente, porque no se excluye el otorgamiento de dicho trofeo en Madrid (al contrario, se trata del primero concedido con arreglo a ella en la capital de España) ni ha roto una tradición, pues ya había sido vulnerada diez veces antes; pero sí lo ha hecho mal, a mi juicio, como lo ejecutaron otros presidentes en las ocasiones antedichas, por no tener en cuenta el aforismo jurídico de que “la costumbre hace ley” ... Lamento que la capital de España haya perdido de nuevo una singular tradición, siendo de temer de ahora en adelante, y esto es lo realmente sensible, se prodiguen estos trofeos en un coso clasificado como señero, en el doble concepto del vocablo: de señorío y de solitario o impar...

Dada la extensión que toman estas notas, continuaré mañana con ellas.

Aviso Parroquial: Los resaltados en los textos transcritos son imputables exclusivamente a este amanuense, pues no obran así en sus respectivos originales.

Aldeanos