domingo, 14 de diciembre de 2025

14 de diciembre de 1963: Manuel Capetillo se presenta en la plaza Santamaría de Bogotá


Joselillo de Colombia – civilmente José Edgar Zúñiga Villaquirán – es, con poco margen para la discusión, uno de los integrantes de la terna de figuras principales de la torería colombiana junto con Pepe Cáceres y César Rincón. Doctorado en el año de 1953 en Lorca, Murcia, fue quizás el primero de los toreros de su tierra en hacer campañas completas en ambos lados del Atlántico. Confirmó su alternativa en Madrid el 12 de octubre de 1956 y en la Plaza México el 8 de mayo de 1960.

En México encabezó el escalafón, junto con Juan Silveti y Alfredo Leal el año 1963, toreando 33 festejos, de los cuales cuatro fueron en la Plaza México, abriendo la puerta del encierro en uno de ellos. Se presentó además en plazas como Guadalajara, Tijuana, Ciudad Juárez y San Luis Potosí. Se despidió de los ruedos el 8 de marzo de 1964 en Cali, su lugar de nacimiento, aunque dos años después volvería a los ruedos para torear esporádicamente en Colombia, hasta el año de 1975.

El fuerte de la actividad de Joselillo de Colombia dentro de la fiesta, desde un poco antes de esa primera despedida se desarrollaría en los despachos. Constituyó una entidad denominada Empresa Zúñiga que tuvo la ocasión de llevar plazas como la Santamaría de Bogotá o La Macarena en Medellín y organizar en ellas dos de las principales ferias del verano austral en Colombia, ocurriendo en una de ellas, los hechos que intentaré rememorar el día de hoy. 

La feria decembrina en Bogotá el año 63

La Empresa Zúñiga se propuso, con tiempo, ofrecer a la afición de la capital colombiana un conjunto de combinaciones que atrajeran al público a la plaza. Así, desde un par de meses antes, dio a conocer la composición de esos carteles de acuerdo con una información aparecida en el semanario El Ruedo fechado el 17 octubre de 1963:

De Colombia llegan noticias de estar casi ultimados los carteles de las más importantes ferias. Por lo que se refiere a la plaza de la capital colombiana, su empresario "Joselillo de Colombia", ha dado las siguientes combinaciones de toreros, con ganado a designar:

1 de diciembre: Andrés Vázquez, “Vázquez II” y “El Cordobés”.

14 de diciembre: “Joselillo de Colombia”, Capetillo y “El Cordobés”.

15 de diciembre: “Joselillo de Colombia”, Capetillo, Andrés Vázquez, “Vázquez II” y “Miguelín”.

El día 22 de diciembre se lidiará una corrida extraordinaria. Los toros serán colombianos, con la excepción de una corrida salmantina de Alipio Pérez T. Sanchón…

Al anuncio de octubre se le añadirían los nombres de El Cordobés y Manolo Zúñiga en la corrida del 15 de diciembre, para completar a siete espadas en el mismo y dentro del capítulo de vicisitudes, en el número de El Ruedo salido a los puestos el 5 de diciembre, se relataba que había dificultades para autorizar la importación de los toros españoles para esas corridas decembrinas, pero que se esperaba que se resolvieran para las de la tradicional feria de febrero. La cuestión era que los toros ya estaban en Colombia, en la zona de resguardo aduanal, sin posibilidad de poder reponerse adecuadamente y aclimatarse en la medida de lo posible.

Por otra parte, en una excelente medición del buen ambiente que había en torno a las cuestiones taurinas en Bogotá, Joselillo de Colombia ofreció a la afición una corrida extraordinaria el día 8 de diciembre, con un cartel formado por Andrés Vázquez, Miguel Mateo Miguelín y Manolo Zúñiga, quienes lidiaron triunfalmente un encierro nacional de Vistahermosa de don Francisco García. De esa manera no se rompió la continuidad del serial y se mantuvo el interés por los dos festejos que cerrarían ese ciclo a la siguiente semana.

La presentación de Manuel Capetillo en Bogotá

Resulta de cierto interés el advertir que a quien don Alfonso de Icaza Ojo llamara El Mejor Muletero del Mundo, apenas se presentara en la capital de Colombia hasta 15 años después de haber recibido la alternativa. Sus compañeros de promoción habían actuado en plazas de la América del Sur ya mucho tiempo antes, y de ellos, era quizás el único pendiente de dejarse ver por aquellos pagos.

El cartel en el que actuaría por primera vez en la plaza Santamaría tenía visos de redondez, porque lo completaban quien en ese momento era la primera figura de la nación colombiana, Joselillo de Colombia y el torero más discutido e interesante del llamado planeta de los toros en ese momento: Manuel Benítez El Cordobés, enfrentándose la terna a un encierro de toros formado por reses de la ganadería española de Alipio Pérez Tabernero Sanchón y de la nacional de Clara Sierra.

La actuación de Capetillo se saldó, en esta presentación, con un saldo que podríamos calificar de regular. En la crónica del doctor Manuel Piquero Picas, aparecida en el diario El Tiempo de Bogotá al día siguiente de la corrida, se resume en lo siguiente:

Debutaba hoy en nuestra plaza Manuel Capetillo, el torero de México de mayor cartel. Se anuncia como “el mejor muletero del mundo”, pero esto debe ser algo que está dentro de la cursilísima campaña de “haga usted sonreír a un niño”. Pero quitando este “eslogan”, lo vimos ayer como un excelente torero con el trapo rojo, mandón y dominador. La faena en su segundo la realizó a los acordes de la música y a base de pases con la derecha larguísimos, mandando una enormidad y pases con la zurda verdaderamente buenos. El torillo se le cayó varias veces, por desgracia, pero Capetillo supo dejar la mejor impresión en este enemigo. Poco pudo hacer en el otro, áspero y bronco, despachado de una atravesada y otra mejor puesta. Las opiniones se dividieron...

Por su parte, Germán Castro Caycedo, corresponsal del semanario El Ruedo, en el número fechado el 26 de diciembre de 1963, resume así la actuación de Manuel Capetillo:

El de Méjico abre con un toro manso, de Alipio Pérez Sanchón, que recibe los palos negros y se torna difícil por ambos lados. En faena descompuesta, sin sitio ni coordinación, hace que sean los pitos quienes abran plaza. Dos estocadas acaban con la pesadilla que será olvidada en el cuarto toro, bueno, tanto en varas como para los de a pie. Los largos muletazos por bajo, sin cuidar al animal, que rapta buena parte de la lidia, encuentran eco en los tendidos y a juzgar por el movimiento de su cuerpo nadie dudará que hay un torero mejicano en el ruedo que liga y templa y hace aplaudir y mata sin puntilla y da vuelta al ruedo...

Como podemos deducir, al doctor Piquero no le pareció el remoquete que le concedió al torero de Guadalajara don Alfonso de Icaza, pues lo califica de cursi, y de lo escrito en las dos relaciones, se advierte, en la brevísima descripción que se hace de la faena al cuarto de la corrida, la esencia de su hacer con la muleta, es decir, la inusitada extensión que daba a los muletazos con ambas manos. El problema es que cuando el toro se cae, la fiesta lo hace junto con él y poco es lo que se puede lucir así. Ya tendría una nueva oportunidad Capetillo al día siguiente.

La actuación de El Cordobés

El Cordobés tuvo una tarde de contrastes. En su primero entusiasmó a la concurrencia, pero en el que cerró plaza, la concurrencia le tomó a mal que no aceptara poner banderillas y se le puso a la contra. Sigue contando el cronista:

...el público resolvió derribar al ídolo y se engañó con él, quizás con el pretexto de que no había querido banderillear. Parece que esta suerte la practicaba de novillero y para las películas en que toma parte. Pero ya de matador no toma los palos, como tampoco lo hicieron muchas otras figuras del toreo (Manolete, Belmonte, Domingo Ortega). Pero es sin duda injusto basar tan fuerte protesta por esa falla de “El Cordobés”. El muchacho se desconcertó ante la bronca y después de intentar una faena que tuvo varios pases de gran aguante, abrevió y de media despachó al último de don Alipio, que tenía casta y alegría. La bronca arreció y el público por fin respiró tranquilo...

Al parecer, los parroquianos confundieron al Manuel Benítez torero, con el Manuel Benítez actor que conocieron antes en las películas Chantaje a un torero y Aprendiendo a morir, que se proyectaron en varias salas de Bogotá como avance a la presentación del torero el primero de diciembre. Y en el pecado, El Cordobés llevó la penitencia.

Joselillo de Colombia la gran faena, pero sin espada

La faena de la tarde la realizó José Zúñiga al segundo de la tarde. Pudo llevarse la oreja del toro, pero anduvo fatal con la espada toda la corrida y dejó ir la oportunidad de alzarse como el triunfador numérico del festejo. Narró Picas en su crónica:

Joselillo es un caso de valor y casta ante el cual tienen que rendirse sus más enconados enemigos; muchos años de matador de toros y cada día con más decisión, más deseos de triunfar y más conciencia en todo lo que ejecuta. Su tarde de ayer lo acredita como un auténtico “caso2 dentro de la fiesta en Sudamérica... Su primer toro fue muy bueno y dócil; pero el caleño supo torearlo con tanto arte, mando y maestría que levantó la más fuerte ovación durante toda la faena de muleta. Ligó los pases más bellos con la izquierda, los derechazos más centrados y toreros que le hayamos visto y al grito de ¡torero! ¡torero! prosiguió lidiando, cada vez con más justeza y con mayor arte. Falló con la espada, pero muchos pañuelos pidieron la oreja. Que bien la merecía por esa faena que tuvo aún más mérito para los buenos aficionados que aquella inolvidable del mes de septiembre...

Durante la suerte de varas de su segundo, Joselillo sufrió una herida en el cuero cabelludo de unos 6 centímetros de extensión, que le provocó abundante sangrado, que no le impidió continuar la lidia, pero que ameritó su ingreso en la enfermería al terminar la lidia del quinto toro de la tarde.

Presencia presidencial en la plaza

Eran otros días, la fiesta de los toros no llevaba en sambenito de la incorrección política y cualquier personaje público podía asistir a la plaza sin temor a ser señalado y vilipendiado por ello. Ese fue el caso del entonces Presidente de la República, doctor Guillermo León Valencia, quien, sin complejos ni temores, asistió ese sábado a los toros:

A las cuatro menos diez apareció en el palco presidencial, acompañado de varios ministros, nuestro presidente, doctor Valencia. Hubo cariñosa y general ovación. Hacía mucho que un mandatario colombiano no asistía a la plaza de toros. Siguió la corrida con interés de buen taurófilo y lo vimos pedir la oreja para “El Cordobés”. ¡Cómo se siente uno bien con un presidente sencillo, cordial, sin “pos” de genio y tan compenetrado con su pueblo! …

Así, leemos, el Presidente asistió a los toros, la atendió con interés y externó su parecer conforme iba avanzando la lidia. Así debiera ser siempre.

domingo, 7 de diciembre de 2025

7 de diciembre de 1947: Carlos Arruza y Zorrito de La Punta en El Toreo de Cuatro Caminos

Carlos Arruza
Visto por Carlos Ruano Llopis

La primera temporada en forma de la Plaza México fue la 1946 – 47, y con el coso ya propiedad de don Moisés Cossío, el encargado de organizarla fue don Antonio Algara, quien pronto tuvo diferencias con el propietario y no concluyó el ciclo al frente de los asuntos del coso, que fueron concluidos por el señor Fernando Hernández Bravo, con la asesoría de Lorenzo Garza. Para el siguiente ciclo, el 1947 – 48, tomó en arrendamiento la plaza don Tomás Valles Vivar, quien en agosto de 1946 había terminado su encargo como Diputado Federal por el primer distrito electoral del Estado de Chihuahua y probablemente buscaba posicionarse para la próxima elección de gobernador de su estado natal, manteniendo su presencia en el ambiente taurino en el imaginario colectivo.

Por otra parte, se anunció que el 23 de noviembre de 1947 se inauguraría el nuevo Toreo de Cuatro Caminos, edificado a partir de la estructura de la plaza que estuvo en la colonia Condesa y que se derribó iniciado ya el año 1946, y que después de ese festejo de apertura se ofrecería a la afición una temporada de corridas en toda forma. A cargo de esa plaza estaba nada menos que el nombrado Antonio Algara, quien fue el encargado también de organizar el último ciclo de toros en el Toreo de la Condesa.

Escribe Daniel Medina de la Serna:

La antigua plaza El Toreo de la Condesa había sido desmantelada, su terreno algún día lo iba a ocupar El Palacio de Hierro y su armazón fue transportado, para ser levantado de nuevo en Cuatro Caminos, en la jurisdicción del Estado de México, a unos cuantos metros afuera del Distrito Federal buscando conveniencias fiscales... Antonio Algara, que al parecer tenía cierta aversión a la plaza de la Ciudad de los Deportes, dejó la gerencia de ésta en manos del político chihuahuense Tomás Valles para irse a la del Nuevo Toreo o Toreo de Cuatro Caminos... y para conseguir toreros se fue a España, con la idea de hacer gestiones para arreglar lo del rompimiento, lo que no consiguió pero regresó con los contratos de Carlos Arruza, Carlos Vera "Cañitas", Fermín Rivera, Antonio Velázquez, Antonio Toscano y los de los portugueses Diamantino Vizeu y Manolo dos Santos; al volver a México se apalabró con “Armillita”, Garza, Silverio, “El Soldado”, Jorge Medina y “Joselillo”. Tomás Valles, en cambio, que se quedó aquí, no había hecho gestiones ni había tenido tratos con ninguno de estos toreros; así que para su temporada solo tenía lo que a Algara no le había interesado... La única figura con que contaba el norteño era Luis Procuna...

Tomás Valles pagó el noviciado en esta su primera incursión en la organización de festejos taurinos, y sobre todo, porque tendría que enfrentar a un hombre muy avezado en estas lides, como lo era Tono Algara, quien tenía un largo trecho ya recorrido en esa actividad y además el conocimiento de las distintas personalidades de los diestros con los que tenía que tratar.

La segunda corrida de la temporada 1947 – 48 en Cuatro Caminos

Tras de la corrida inaugural, que poco más que la efeméride dejó para la historia, se hizo un receso de una semana, para dar paso a la temporada de festejos consecutivos, que sumarían un total de quince, entre ese 7 de diciembre de 1947 y el domingo 14 de marzo de 1948. 

Ese festejo primero, anunciado como segundo de la temporada, se compuso con un encierro de La Punta, para Fermín Rivera, Carlos Arruza y Antonio Toscano. Al final de cuentas, solamente se lidiaron cinco de los toros de la ganadería titular, porque el primer toro de la tarde se partió un pitón al rematar de salida en un burladero y debió ser sustituido por uno de Pastejé.

Por su parte, la Plaza México interrumpió su temporada por, se dijo, la necesidad de realizar unas obras en el ruedo, pero la prensa del momento, afirmaba que la realidad era que las exiguas entradas parecían desanimar al titular de la nueva empresa.

Carlos Arruza y Zorrito de La Punta

Los toros de La Punta y el sustituto de Pastejé fueron complicados, por ser mansos y algunos, además, por sacar genio. Eso impidió, en general, el lucimiento por parte de los diestros. Pero siempre queda la vía de la épica, de la epopeya. Y con Zorrito, el quinto de la tarde, Carlos Arruza quiso demostrar por qué era en ese momento la principal figura del toreo mexicana en el mundo. Así describió su actuación esa tarde Ricardo Colín Flamenquillo para el semanario La Fiesta:

Gracias pues, Carlos Arruza por esta tarde inolvidable, y por haber vuelto inmediatamente, a situar la fiesta que nosotros amamos con los cinco sentidos, en la línea recta, sencilla, escueta y varonil en la que la dejó el inolvidable desparecido. ¡Muchas gracias! Dobló el quinto toro – el del escándalo triunfal e imborrable –, y Carlos Arruza, ajeno al ambiente exterior, siguió en su propia y admirable lucha. Con el acero que acababan de extraer del poderoso morrillo golpeó dos veces los belfos del enemigo, difícil y encastado, mascullando su rabia de torero que logra el éxito derribando las murallas de lo imposible. Había planeado contra el destino encarnado en aquel burel, a todas luces impropio para la gran faena, y lo había vencido al fin, heroicamente, tumbándolo a sus plantas como fulminado por un rayo. Mientras México entero se le entregaba gritando ¡Torero! ¡Torero! Le trajeron las dos orejas, pero el público sintió, entendió más que entendió el homenaje era exiguo para la hazaña y obligó al joven e inexperto Juez de Plaza a que diese la orden de que un subalterno se adentrase en el destazadero para reaparecer con el rabo en la mano y entregárselo al extraordinario lidiador, que recorría ya el anillo al compás redoblado de una de esas ovaciones que se graban para siempre en el recuerdo. El toro entero le podrían haber dado y aun se antojaría pequeño el premio. No solo por lo realizado con él, sino por todo lo que ello traía aparejado. Es esta una de las ocasiones en las que el crítico se resiste a reproducir las proezas que sus ojos captaron sobre el círculo mágico del redondel, porque las palabras no son el material – al menos en sus manos aún crispadas por la fiebre del aplauso –, capaces de pintar la grandeza del espectáculo. Se siente, pero no se canta, jamás, en toda su dramática hermosura, el crispante espectáculo de una tempestad. Así sucede cuando meditamos en la fuerza positivamente ciclónica de la faena de Carlos Arruza al quinto astado de La punta, bautizado en las dehesas con el nombre de “Zorrito” y al cual no pudo torear a gusto con el capote, ni banderillearlo como él sabe, a excepción hecha del segundo cuarteo, por la difícil lidia que iba ya desarrollando. A la muleta llegó el burel hecho un garlito. Tardo y probón en la embestida, y congestionado de la vista. Era el toro de la faena de trámite, al que la gente, quizás, hasta agradece, que se le despache después de unos cuantos muletazos de pitón a pitón, con una estocada habilidosa. Y fue por ello, justamente, que surgió lo maravilloso e inesperado al pararse Arruza en el tercio para dibujar tres ayudados por alto de incopiable sencillez, precursores de lo sobrenatural. Aquel situarse en terrenos que humanamente se antojaría imposible pisar, para obligar al peligroso enemigo a pasar con lentitud en torno a la cintura en naturales inverosímiles, cuantas veces le vino en gana, sujeto al imperioso mandato de su torerísima voluntad. Y luego, la estocada, sin trampa ni cartón y la apoteosis que situó la tarde del domingo 7 de diciembre de 1947 entre las más destacadas efemérides de la tauromaquia...

La relación de Flamenquillo refleja, sin duda, que, desde el punto de vista del escribidor, se percibió esa sensación de peligro que genera el enfrentar a un toro que sale con la disposición de entregar a un precio alto su existencia. Y también, que se percibió que el torero, poniendo la inteligencia y el valor por delante, se impuso a las reacciones de fuerza e instinto del toro, hasta llegar a dominarlo totalmente, subyugando a la concurrencia, quizás no tanto por la excelsa y sutil belleza de lo allí creado, sino por la verdad que se apreció en el hacer de Arruza.

El primer rabo otorgado en Cuatro Caminos

La misma crónica de Ricardo Colín deja entrever que la faena de Carlos Arruza dejó en los tendidos y en el palco de la Autoridad un cierto estado de estupefacción, superado primero por la concurrencia y al final por el Juez de Plaza – de joven e inexperto lo califica el cronista – se mandó traer del destazadero el rabo del punteño, ya cuando Arruza daba la vuelta al ruedo, entre el regocijo de todos. Era el primer rabo que se otorgaba en la nueva plaza y detrás de él se otorgarían apenas otros 35 en toda su historia. Carlos Arruza se llevaría tres de esos, uno más al domingo siguiente y otro varios años después, ya como torero de a caballo.

El resto de la corrida

De acuerdo con la crónica de la agencia France Presse (AFP), el resto de la corrida tuvo el siguiente resultado:

Fermín Rivera el primer espada, inició con una faena variada a base de derecha con pases de todas marcas, muy artista, aunque no llegando a tener grande emotividad en su toreo... en su segundo fue mejor la faena con más hondura torera, pero entrando mal al matar, no la coronó... Antonio Toscano cargó con el hueso y con la mala suerte. A su primer toro manso, hizo todo lo posible por aguantarlo y al matar cobró un golletazo que le fue pitado. A su segundo y último de la tarde, otro mansurrón, tampoco logró nada Toscano, solo el ponerse pesado con el estoque y volver a oír pitos...

Como se puede ver, el mal juego de los toros condicionó el resultado general de la corrida, solamente la entrega de Arruza, fue lo que salvó la tarde.

Corolario cooperativo

Al final de cuentas, las fuerzas vivas no se podían permitir el naufragio de la Plaza México. Con sus pausas, se dieron en ella 17 corridas en esa temporada y actuaron en ella toreros del elenco de El Toreo como Antonio Velázquez, Fermín Rivera, Carlos Arruza, Silverio Pérez, Alfonso Ramírez Calesero, Ricardo Torres y Jorge Medina, así como Luis Procuna, originalmente contratado para Insurgentes, también se presentó en El Toreo. No por nada, la Plaza México era y es, la plaza de toros más importante del país.

Aviso parroquial: Los resaltados en la crónica de Flamenquillo son obra imputable exclusivamente a este amanuense, pues no obran así en su respectivo original.

domingo, 30 de noviembre de 2025

De algo tienen que morir los hombres

30 de noviembre de 1968: el encuentro entre Joselito Huerta y Pablito de Reyes Huerta

El Toreo de Cuatro Caminos
Imagen: Héctor García

La temporada de novilladas de 1968 concluyó hasta el 17 de noviembre de ese calendario, constó de 31 festejos que corrieron entre el 31 de marzo y ese tercer domingo del penúltimo mes del año de los XIX Juegos Olímpicos. El arranque de la temporada grande requería de un espacio de tiempo, por lo que éste se aprovechó para ofrecer a la afición lo que se anunció como la III Gran Feria de México, que correría entre el 20 de noviembre y el 3 de diciembre de ese año del 68 y que tendría como grand finale, la Corrida Guadalupana a celebrarse el día 12 de diciembre. 

El elenco de toreros en el que descansaba la feria era en Joselito Huerta y Raúl García, como las figuras mexicanas consolidadas y las figuras emergentes representadas por Raúl Contreras Finito, Manolo Martínez, Eloy Cavazos, Jesús Solórzano y Curro Rivera. Completaban los carteles los diestros hispanos Diego Puerta, Palomo Linares, Miguel Márquez y Manolo Cortés. Estos toreros enfrentarían toros de Jesús Cabrera, José Julián Llaguno, Reyes Huerta, Torrecilla, Pastejé, Tequisquiapan, Mimiahuápam y Javier Garfias

Refiere Daniel Medina de la Serna, acerca de este serial:

La temporada chica terminó el 17 de noviembre y la Plaza México no volvió a abrir sus puertas hasta el 5 de enero para iniciar la temporada de toros; en el interín se dio en El Toreo una feria de ocho corridas (entre el 20 de noviembre y el 3 de diciembre), en la que se lidiaron toros chicos, hubo manga ancha por parte del juez, Carlos Gudiño, para la concesión de apéndices y las entradas fueron más bien raquíticas a excepción de las últimas corridas, con carteles de triunfadores...

En algún sitio de esta misma Aldea he comentado que la afición de la capital mexicana no se adapta a las ferias con festejos en días continuados, sino que su afección es a las corridas de temporada, de domingo a domingo, como toda la vida. En esta feria del 68, los siete festejos que se dieron de manera continuada – el del 12 de diciembre se pospuso – se dieron dos en sábado, dos en domingo, y una en los días lunes, martes, miércoles y jueves. Creo que resulta complicado en una ciudad como la de México, acudir a los toros entre semana, sobre todo, cuando se trata de días laborables, de allí que las ferias taurinas no hayan arraigado en ella.

La cuarta corrida de la feria

Para el sábado 30 de noviembre de 1968 se anunció un encierro de don Reyes Huerta, que sería lidiado por Joselito Huerta, Palomo Linares y Eloy Cavazos. El fin de semana anterior, Huerta había cortado una oreja algo discutida por una riñonuda faena al toro Aceituno de José Julián Llaguno, mismo que regaló, intentando salvar los muebles en un festejo que naufragó por el pésimo juego de la corrida titular de Pastejé, así que traía una espina clavada y el deseo de sacársela. Eloy Cavazos, por su parte, había cortado una oreja una semana antes, con el beneplácito de la concurrencia y Palomo Linares se presentaba en el serial.

Esos fueron los mimbres con los que se construiría una historia que casi terminaría en una tragedia.

Pablito, cuarto de la tarde

La corrida iba en caída libre. Como lo narró brevemente Medina de la Serna, el poco público que acudió a la plaza de Cuatro Caminos estaba ya de uñas. Las crónicas del festejo refieren que el abreplaza estuvo aceptablemente presentado, pero los dos que le siguieron, no tenían la presencia necesaria para ser jugados en una corrida de toros. Entonces, para Joselito Huerta, ese segundo toro de su lote representaba el volver las cosas a su orden, al precio que fuera, habida cuenta de que, ya solamente le quedaba, en el papel, un toro en la feria, en la corrida del 3 de diciembre, donde se disputaba el trofeo Azteca de Bronce.

Así pues, salió dispuesto desde el inicio a dejar la vida en el ruedo, con tal de refrendar su calidad de figura del toreo y también, de revertir el desplome de una tarde que parecía ya estar perdida en cuanto a la posibilidad de un resultado exitoso. Escribió don Manuel García Santos en su crónica para el diario El Sol de México salido al día siguiente del festejo:

Cuando vio José que el público no reaccionaba con el buen toreo, por hacerse éste con la becerrada que envió el señor don Reyes Huerta, buscó emocionar a la plaza con un toreo dramático. Con un toreo comenzado con dos faroles de rodillas al cuarto toro, lleno de rabia y aguante el segundo, por haberlo arrollado “Pablito” en el primero. A partir de ahí, verónicas apretadas y ceñidísimas a pies juntos. Gran quite por fregolinas. Y la decisión, retratada en el semblante, de buscar el triunfo costara lo que costare cuando con la espada y la muleta pidió que le cerraran al toro en tablas. Se arrodilló José. Se abrió el toro. Quedó cruzado con el torero... Aguantó José la dramática situación… La cornada fue impresionante, seca, brutal, y el diestro de Tetela, el torero de más oficio que tiene México, salió lanzado a gran altura. Cuando acudieron en su socorro pudo apreciarse que tenía una cornada penetrante de vientre con salida de intestinos...

Por su parte, Juan Pellicer Cámara – firmando como Juan de Marchena – relata en su tribuna del diario deportivo Esto, lo siguiente:

Huerta salió a buscar las palmas sin detenerse ante nada. Casi se metió al callejón de toriles para esperar de rodillas al astado, con una larga afarolada un tanto atropellada. Al hilo de las tablas volvió a hincarse para un farol apretadísimo y se incorporó para veroniquear, sin la menor enmienda, a pies juntos y rematar con media ceñidísima… Un puyazo, el único tumbo de la tarde y quite de José por fregolinas, en las que el cornudo se enroscó a la cintura del torero más que su propio capote. Otro puyazo y feísimas, pueblerinas gaoneras de Palomo. En el segundo tercio vimos como el de Reyes Huerta se quedaba en la suerte… Momentos antes de iniciarse la faena de muleta, el bicho quiso saltar al callejón. Huerta, en busca del triunfo, buscando el peligro, se arrodilló de espaldas a las tablas y acudió gazapeando el manso que de pronto frenó, hasta colocarse frente al torero, quien quedó materialmente atrapado, sin salida. En cuanto sintió la presa segura acometió el de Reyes Huerta y empitonó a José, lanzándolo por los aires, a gran altura, como un trágico pelele. La cogida fue impresionante. En brazos de las asistencias el torero de Puebla fue llevado a la enfermería...

La irreductible voluntad de triunfo y la hombría de Joselito Huerta le llevaron a sufrir un percance que, a simple vista, dejaba en claro su gravedad. Tras de la primera intervención, realizada en la enfermería de la plaza, el equipo médico integrado por los doctores Xavier Campos Licastro, Xavier Ibarra hijo, José y Tirso Cascajares, Quijano Méndez y Gustavo Zárate, rindieron el siguiente parte facultativo:

Cornada penetrante de vientre, situada en la línea media del hipogastrio, tiene una extensión de diez centímetros de longitud, presentando hernia de epiplón. Al intervenirse quirúrgicamente se encontró, además, herida de diez centímetros en el peritoneo, contundiendo y descubriendo la arteria ilíaca derecha; herida del músculo psoas ilíaco con extensión de ocho centímetros y herida en la cara externa de la vejiga en extensión de siete centímetros, que interesó peritoneo y músculo. Estas lesiones, por su naturaleza, son de las que ponen en peligro la vida. El herido ingresó en la enfermería bajo shock traumático. Durante la intervención se le aplicó una transfusión de 500 c.c. y se le aplicó suero.

Tras de la intervención, Joselito Huerta fue trasladado al sanatorio Las Américas para continuar con su tratamiento, cuya evolución inicial pareció ser favorable, llegándose incluso a darle el alta hospitalaria para que terminara de restablecerse en su domicilio, pero como sucede en muchos casos de cirugía de la masa intestinal, desarrolló una condición llamada íleo paralítico postoperatorio, que requirió su reingreso al hospital y una nueva intervención quirúrgica. Menciona el semanario El Ruedo fechado el 24 de diciembre de 1968:

En los días prenavideños ha sido una preocupación para los aficionados taurinos el estado de extrema gravedad de Joselito Huerta, que, como se recordará, fue herido en el vientre por un toro, en la plaza de El Toreo, el pasado día 30 de noviembre... El estado del paciente obligó a hacer una segunda intervención quirúrgica el pasado día 19. Ello hizo que los periódicos mejicanos destacasen, en grandes titulares, el estado de Joselito con matices pesimistas, aunque los cirujanos que le intervinieron mantenían la esperanza de que el diestro superaría la crisis... El día 21 se inició una mejoría, y los médicos, que temían tener que operarle por tercera vez, descartaron la necesidad de intervenir de nuevo...

Y ya no le intervinieron por tercera ocasión, recuperó su motilidad intestinal y paulatinamente recuperó su salud, pero tardó prácticamente once meses en volver a los ruedos, porque su reaparición se dio hasta el 26 de octubre de 1969 en Guadalajara, alternando con Mauro Liceaga y Manuel Benítez El Cordobés y cortó tres orejas esa tarde, saliendo en hombros de la afición tapatía. La realidad es que debió reaparecer la víspera, en Monterrey, alternando con el mismo Cordobés y con Roberto Ortiz El Fotógrafo, pero la corrida se suspendió por lluvia.

El porqué del título de estos apuntes

En su día, el título de estos apuntes ocupó la cabeza de más de un diario en México, y parece una de esas historias que se cuentan una y otra vez y se pierde la noción de su veracidad, pero es la propia esposa del torero la que contó lo siguiente a Ignacio Solares y Jaime Rojas Palacios:

La cornada le ocasionó, entre otras cosas, una peritonitis, una hernia, una oclusión intestinal, una fístula y una salmonelosis. Permaneció retirado de los toros por más de un año, y todavía está sometido a una dieta y a un chequeo médico mensual. ¿Y sabe usted lo que dijo José cuando tenía los intestinos en la mano?: “De algo tienen que morir los hombres”...

Joselito Huerta no murió en la raya, pero sin duda estuvo dispuesto a ello.

La corrida pospuesta

Decía al inicio de estas líneas que la Corrida Guadalupana incluida en el anuncio de la feria se pospuso. La causa fue que Manolo Martínez sufrió una lesión al torear en Quito y el programado mano a mano con Palomo Linares y toros de Javier Garfias se difirió para el día 29 de diciembre siguiente, pero con una modificación en el cartel de toreros, pues al hispano lo sustituiría Eloy Cavazos. Ese festejo sería el último que se daría en el Toreo de Cuatro Caminos, con su fisonomía original, que cerraría sus puertas a los toros hasta el día 15 de octubre de 1994, fecha en la que se volvería a dar una corrida de toros en su ruedo, actuando José Mari Manzanares, Manolo Arruza, Fermín Espinosa Armillita y Pepín Liria ante toros de Vistahermosa, es decir, casi 26 años después.

Hoy, el Toreo de Cuatro Caminos ya es historia y su lugar lo ocupa un conjunto de oficinas y un centro comercial.

domingo, 23 de noviembre de 2025

La redondez de una tarde de toros (II)

20 de noviembre de 1951: Velázquez, Martorell y El Volcán en una tarde histórica en la Plaza San Marcos


La campaña 1951 – 52 fue la primera en México, que podríamos calificar de normal después de que se reanudaran las relaciones taurinas hispano - mexicanas suspendidas desde 1947. Ya en algún otro punto de esta Aldea contaba que el 27 febrero de 1951 se celebraron tres corridas de la concordia en la Plaza México, en Madrid y en Barcelona.

En ese primer capítulo de la concordia, a inicios del año 51, se presentaría en la Plaza México el torero madrileño Curro Caro, quien ya había confirmado en el Toreo de la Condesa y sí confirmaría Paquito Muñoz, también madrileño de Paracuellos del Jarama, pero había en España una interesante generación nueva de toreros que podía ser del interés de la afición mexicana.

Uno de esos diestros de nuevo cuño era el cordobés José María Martorell, que confirmó en la Plaza México el 11 de noviembre de ese 1951 y repetiría a la semana siguiente. Con esos mimbres llegaba a la fecha en la que, la empresa de don Jesús Ramírez Alonso le anunciaría para actuar, el 20 de noviembre, en la Plaza de Toros San Marcos.

La corrida de la Revolución de hace 74 años

La prensa local anunció con revuelo, que, para el martes 20 de noviembre de 1951, se ofrecería a la afición una corrida de toros en la que se presentaría ante la afición local el diestro español José María Martorell, quien alternaría con Antonio Velázquez y Rafael Rodríguez en la lidia de un encierro de la ganadería debutante de don Ramiro González. Refiere la nota previa al festejo, aparecida en El Sol del Centro, el día de la corrida:

Desde ayer, Aguascalientes está viviendo de nueva cuenta uno de esos periodos de enfebrecimiento taurino, similar a los que provocan nuestras corridas de Feria, y en todo semejante a aquellas ráfagas de “taurinismo” promovidas por la revelación y encumbramiento de Rafael Rodríguez… Sí, porque una vez más el tópico de toros está en todas las bocas y hacia el Coso San Marcos se encaminan, presas de ansiedad y de optimismo, las miradas de los hidrocálidos... Sobre Antonio Velázquez, el primer espada, huelgan los comentarios y frases de presentación... Quizás su mejor recomendación constitúyela el hecho de que, a partir de la temporada 1947 – 48, en que Antonio Velázquez dio el estirón, ha venido figurando, con todo derecho, entre los ases del toreo mexicano... Y por lo que a Rafael Rodríguez respecta... lo que vale decir prototipo de valor, de pundonor y de torerismo – a despecho de cuanto digan sus malquerientes – características que lo han enfilado raudamente, por la vía del triunfo, hasta las alturas donde se hallan los ases... La reaparición del hidrocálido tendrá asimismo un aliciente más: nos dará constatar por nosotros mismos el grado de sazonamiento que los aires de la Madre Patria produjeron en el toreo de Rafael Rodríguez...

Así se palpaba el ambiente de esa señalada fecha de nuestro calendario cívico y que, durante mucho tiempo, fue fija dentro de nuestro calendario taurino.

La ganadería debutante

En 1947 don Ramiro González inicia su ganadería en la ex – hacienda de San Cristóbal ubicada en el municipio de Lagos de Moreno, Jalisco, con 50 vacas de Matancillas y sementales de La Punta. Mantiene en pureza esa línea de Parladé vía Campos Varela y Gamero Cívico durante las casi dos décadas en las que estuvo al frente de la vacada. Justamente en el festejo que en este día me tiene ante ustedes, lidiaba por primera vez en público los productos de su crianza. Se presentó en el Toreo de Cuatro Caminos el 8 de febrero de 1964, y en la Plaza México el 19 de septiembre de 1965. Después de varias enajenaciones, su actual titular es la señora Luz María Delgado Medina, cambiando de ubicación a los ranchos El Correo, ubicado en el Estado de Jalisco y Rosas Viejas, sito en el Estado de Aguascalientes, tomando de este último, la denominación con la que actualmente se presenta en las plazas. A partir de 1979, se deja de lado el encaste fundacional, para optar por el mayoritario en el país.

El sumario de una tarde triunfal

Las crónicas que don Jesús Gómez Medina publicó en El Sol del Centro mantuvieron siempre una cierta medida de espacio. En esta oportunidad, la tarde que me ocupa – y espero que a ustedes también –, debió ser verdaderamente emotiva, porque su relación de lo sucedido en ella le requirió publicar su crónica en dos entregas, la primera, aparecida el jueves 22 de noviembre y la conclusiva, al día siguiente, viernes 23. Su resumen es así:

El mejor resumen, la más viva síntesis de la corrida constituyó, a no dudarlo, el gallardo momento en el que los tres espadas, a hombros de los aficionados, paseaban su triunfo en torno a la barrera... ¡Bella estampa torera a cuya realización habían cooperado, de concierto, el hijo de la vieja Iberia, poseedor actual del cetro de los Califas cordobeses del toreo, y los dos vástagos del Anáhuac: el que en su perfil y su estoicismo lleva la herencia de las viejas razas – Antonio el de León –; y, el que, si callado y frágil al parecer, tiene también la audacia, gallardía e indómita del mestizo...! Que tal es Rafael el de Aguascalientes... Y cuando la trilogía de héroes taurinos abandonó la arena, y desde su humano pavés fue a pregonar su triunfo por las calles de la ciudad en silencio, los espectadores – ¡hecho insólito! – permanecían en sus localidades, como si la magnitud de las hazañas de las que habían sido afortunados testigos, obrase a manera de imán reteniéndolos en el escenario de tantas proezas... ¡Una fecha – 20 de noviembre de 1951 –, y tres toreros, Antonio Velázquez, José Ma. Martorell y Rafael Rodríguez, que, con la dócil arcilla de los bichos de Ramiro González – de bravura y nobleza ducales – forjaron una tarde que vivirá permanentemente en el recuerdo de la afición hidrocálida...! … La entrada, sin constituir el lleno absoluto, fue magnífica en ambos tendidos... Bajo tan gratos auspicios inicióse la histórica jornada en que debutó en Aguascalientes la ganadería de Ramiro González, cinco de cuyos astados – suceso verdaderamente excepcional y que nos da la tónica de lo que fue el festejo – volvieron mutilados al destazadero... El otro – el bravo “Tabernero”, que abrió plaza – regresó, en cambio, sin un pitón, circunstancia que impidió, posiblemente, el que la corrida resultase íntegramente triunfal...

Así en principio, esos párrafos dejarían pensar que no hay pega que ponerle a la corrida, que fue un festejo redondo y que aquellos que no contribuyeron con su presencia para que la plaza terminara de llenarse, en su pecado llevaron la penitencia, dejando de presenciar algo que, de la lectura de su relación, puede constituir uno de los grandes acontecimientos ocurridos en los ya casi 130 años de existencia del coso de la calle de la Democracia.

El triunfo de Antonio Velázquez

Ya lo anticipaba don Jesús en el exordio de su crónica, que el primer toro de Antonio Corazón de León se inutilizó y lo que intentó hacer ante él no fue tomado en cuenta por la clientela, por lo que tuvo que recurrir a su indómito carácter con el segundo que sorteó, para salir triunfador. Relata el cronista:

Cuando “Judío” – el cuarto de la jornada – hizo irrupción en la arena, ya habían triunfado rotundamente Martorell y Rafael Rodríguez. El ánimo del leonés se encontraba en tensión y toda su casta, todo su pundonor presto a lanzarlo a la conquista del difícil triunfo. Porque “Judío”, negro meano, vuelto de pitones, el más grande del terciado encierro, no resultó precisamente propicio para el éxito... Al final de sus días llegó soso en demasía, con la cabeza alta y desparramando la vista, al grado de parecer burriciego. No era, repetimos, el toro propicio para el triunfo. Y, sin embargo, Antonio Velázquez lo consiguió en buena lid... Poniéndose muy cerca, aguantando impertérrito, insistiendo en uno y otro terreno, fue extrayendo a viva fuerza pases altos y derechazos, de un mérito estupendo, porque para ello el leonés necesitó de echar el corazón por delante y, en sitio y condiciones que se antojan imposibles, obligar al mansurrón a embestir, empleando para ello, ya no la muleta, sino el cebo de su propio cuerpo. Así, en aquel cite fabuloso, cuando destruidas las distancias, “Judío”, incierto en fuerza de ser manso, hurgó con el huido pitón la faja del leonés, sin que éste cediera una pulgada del terreno tan audazmente conquistado. Vibró el público ante la descarnada emoción del trance, y en pleno éxito remató Velázquez su labor con tres cuartos de espada que hicieron lo suyo. Su triunfo - uno de los más meritorios que el leonés haya logrado en plaza alguna - tuvo su expresión en las orejas y el rabo de su mansurrón enemigo y en las dos vueltas al ruedo entre ovaciones. La segunda en compañía del ganadero, por lo que a este respecta, resultaba inoportuna, vistas las condiciones de “Judío”...

Antonio Velázquez no iba a dejar que sus alternantes se le fueran por delante. Tenía un sitio de figura que defender y lo haría a cualquier precio. No aprovecharía a su favor la falta de condiciones de los toros para salir del paso y esperar la siguiente tarde para resarcirse y lo dejó patente, como podemos leerlo.

La muy afortunada presentación de Martorell

José María Martorell toreaba aquí en Aguascalientes apenas su tercera tarde en el país. Las dos anteriores, consecutivas, fueron en la Plaza México y entre nosotros arrancaba lo que sería una intensa campaña por nuestras plazas. Aquí cayó de pie. Nos sigue contando don Jesús Gómez Medina:

...citando de largo, pero acortando el terreno ante lo aplomado de su adversario, Martorell torea superiormente con la izquierda, en varias tandas y, tras de nueva acción de toreo derechista, vienen las manoletinas, a las que el debutante da también un sello muy peculiar. A todo esto, el público había jaleado con entusiasmo la faena y como el de Córdoba hiciera el viaje con lentitud, para dejar una estocada de fulminantes resultados, la ovación tomó nuevo impulso, ondearon los pañuelos y Martorell recibió los dos primeros apéndices de una jornada que tan pródiga habría de ser en ellos. Y triunfalmente recorrió el ruedo, haciéndolo, según es costumbre en los redondeles españoles, sobre su izquierda... La ratificación de su éxito, o, para ser más precisos, la culminación de él, ocurrió durante la lidia del quinto, “Globito” de nombre, gordo, capacho de cuerna, y bravo, noble y alegre hasta el fin. Fue, indudablemente, el mejor del encierro… Martorell inició su faena con tres estupendos doblones, rematados superior y toreramente rodilla en tierra. Luego, y sobre la derecha, hace el toreo en redondo, con quietud, ajuste y mando, al que siguieron en varias tandas, los naturales de magnífica factura, precedidas todas ellas con el cite desde largo, y rematados siempre, a la manera clásica, con el pase de pecho, en el que Martorell tiró del bicho imperiosa y suavemente, para salir luego a saborear la ovación... Vino a continuación una tanda de manoletinas piramidales: el torero simulaba un obelisco de seda y oro, a cuyo derredor la negra mole del toro describía, sumisamente, un círculo cada vez más apretado. Entrando nuevamente con rectitud, dejándose ver, dejó el de Córdoba una estocada tendenciosa; descabelló al primer golpe, y por aclamación y entre ovaciones y música, recibió las dos orejas de su enemigo y recorrió dos veces la circunferencia, concluyendo por salir a los medios… ¡Ha sido el de Martorell, un debut tan brillante como memorable! …

El cronista hace al final de su recuento una observación importante, en el sentido de que, si bien Martorell había toreado sus dos primeras corridas en México en la capital, el primer gran triunfo lo obtuvo aquí en Aguascalientes, y que esta actuación le valdría para obtener más fechas en las demás plazas de la República, y por qué no, en la misma gran plaza.

Un Volcán en erupción

Rafael Rodríguez era el tercer espada del cartel y reaparecía en su tierra después de haber concluido su primera campaña en ruedos europeos. Su afición lo esperaba con gusto y también esperaba que le diera pelea a sus alternantes. Conforme al curso que fue tomando la tarde, la crónica refleja que ese sentimiento se fue acentuando y que el torero lo recogió y lo hizo suyo. Así lo cuenta don Jesús, en la parte conclusiva de su crónica, aparecida en el diario El Sol del Centro del día 23 de noviembre siguiente, pues como comentaba al inicio, ésta se publicó en dos entregas:

Los aires de la Península parecen haber obrado de manera estimulante en el proceso de madurez artística en que, con pie firme, ha entrado el hidrocálido, sin mengua de su valor y de su emotividad, mírase ahora más diestro, más poderoso, con mayor templanza y señorío en su toreo... poniéndose tremendamente cerca para obligar al aplomado, pero dócil y suave “Perdido”, Rodríguez repitió las series de toreo en redondo sobre ambas manos, rematadas siempre con el muletazo de pecho, al que el hidrocálido reviste de un sabor y una emoción excepcionales... Entre tanto, los espectadores no habían cesado de jalear al torero... Completó Rafael la serie, entre la emoción de los taurófilos y, yéndose tras de la espada, dejó tres cuartos de ella en buen sitio, con lo que “Perdido” pasó a mejor vida... Entre una ovación tan estruendosa como prolongada, Rafael Rodríguez recibió ambas orejas y el rabo de su enemigo, dando, así mismo, una doble vuelta al ruedo... Lo del sexto fue toda una hazaña. Sí, porque “Estudiante”, que tal fue su nombre, sacó buena dosis de genio y acabó en plan defensivo. Esto no fue óbice para que Rafael Rodríguez, a fuerza de valor y de resolución, redondeara triunfalmente la tarde... El trasteo muleteril, prologado por una tanda de pases altos, seguidos del cambio y del muletazo de pecho, fue aumentando en intensidad emotiva, hasta culminar en la parte final, en la que, mientras “Estudiante” rehusaba la embestida, Rafael Rodríguez en celo de triunfo, acabó por invadir totalmente la jurisdicción del astado... En punto a distancias, literalmente no existieron entre “Estudiante” y su matador durante el último periodo del trasteo. Destruidas desde el momento del cite, la emoción del instante estallaba incontenible cuando “Estudiante”, vencido su recelo por la audacia del torero, arrancaba con ímpetu, para que un leve y preciso quiebro de cintura burlara su acometida, que seguía finalmente, el rumbo impuesto por la franela… Pinchó una vez Rafael, y a continuación dejó la espada honda y en lo alto. Dobló al fin “Estudiante” y, tras de que a su matador le fue entregado el enésimo apéndice de la jornada...

La afición de Aguascalientes no quedó defraudada. Su torero salió a defender el pendón y logró su cometido. Pudo redondear una gran tarde y demostrar a todos que también él era una gran figura del toreo.

El desenlace de una tarde redonda

Ya decía don Jesús Gómez Medina en el introito de su crónica, que, sacados en hombros los toreros de la plaza, la concurrencia permanecía en sus localidades, atónita, emocionada por lo que acababa de presenciar. Por lo visto, las tardes de toros que son verdaderamente redondas, son verdaderamente escasas. Concluye el cronista:

…entregado el enésimo apéndice de la jornada, tuvo lugar la escena a la que nos referimos al principio de esta reseña: los tres matadores llevados en triunfo, en plena exaltación gozosa de una fiesta que, si española por su origen, es también nuestra por la intensidad con que la sentimos los mexicanos, como en esta memorable tarde del 20 de noviembre de 1951… De magnífico por lo que a bravura, nobleza y estilo respecta, podemos conceptuar el encierro con el que debutó en Aguascalientes la flamante vacada de D. Ramiro González. En este aspecto, tan solo el lidiado en cuarto lugar desmereció notoriamente. Fue lo que suele llamarse el lunar de la corrida… en el palco destinado a la Autoridad, imperando – ¡al fin! – la energía y el acierto que raras veces hace acto de presencia en tal sitio… supieron llevar el festejo en la debida forma. Inclusive la prodigalidad que algunas veces registróse en la concesión de apéndices no debe atribuirse a la benevolencia de ellos, sino al estado eufórico de los aficionados…

Así pues, se cerró una de las tardes, que de hacerse un recuento de las verdaderamente trascendentes, caben en una relación histórica de los fastos de la Plaza de Toros San Marcos, que el próximo 24 de abril, cumplirá 130 años de haber sido inaugurada.

domingo, 16 de noviembre de 2025

Rafael de Paula y Corchero de Martínez Benavides

Rafael de Paula y Corchero
Marisa Florez - El País
Rafael de Paula se había presentado en Madrid el 28 de mayo de 1974, para tardíamente confirmar su alternativa. En esa tarde logró dejar a la afición venteña un esbozo de lo que era capaz de hacer ante los toros en un quite ante el tercero de la tarde. Fueron tres lances a la verónica, pero suficientes para dejar en claro por qué en la Andalucía profunda, se tenía una especial veneración por este torero.

Unos meses después, cuando Antonio Bienvenida decidió despedirse de los toros en la feria de San Francisco que se organizó en la Chata de Vista Alegre, Madrid pudo verle en plenitud, cuando se encontró con Barbudo de Fermín Bohórquez. Allí dejó en claro que Rafael de Paula no era solamente un mito, sino que era un torero que había que tener en cuenta y al que había que dar espacio más allá de los confines de su tierra.

Después de esa sonada tarde, volvería a Las Ventas, pero sin suerte. El público de Madrid se quedaría esperando casi tres lustros para verle de nuevo pleno, volcado en su arte delante de un toro y poniendo los tendidos de cabeza. Pero el día llegaría, y fue una tarde de otoño, y de una manera inesperada.

La Feria de Otoño de 1987

Una de las ofertas que hiciera Manolo Chopera en su plica al concursar por el manejo de la plaza de Las Ventas, fue la de dar una nueva estructura e importancia a la Feria de Otoño, que es la que viene a marcar prácticamente el cierre de la temporada madrileña. Para el calendario de 1987, se compondría de cuatro festejos, una novillada, a celebrarse el 25 de septiembre, un mano a mano entre Miguel Báez Litri y Rafael Camino ante novillos de Felipe Bartolomé, festejo en el que se despedirían de la novillería, puesto que al día siguiente recibirían la alternativa en el coliseo de Nimes; y, tres corridas de toros, los días 26, 27 y 28 de septiembre, esta última, anunciada con toros de don Joaquín Buendía para José Mari Manzanares, Julio Robles y José Ortega Cano

Habrá que señalar que a los cuatro festejos asistió, presenciándolos desde el palco real, doña María de las Mercedes, Condesa de Barcelona y madre del entonces Rey de España, don Juan Carlos de Borbón.

Bajo el signo de la sustitución

Ya anunciada la feria, se dio a conocer que Julio Robles no podría comparecer a actuar en ella por tener una lesión y que sería sustituido por Rafael de Paula. Refiere Joaquín Vidal:

Julio Robles, que estaba anunciado en la feria de otoño, de Madrid, tuvo que caerse del cartel como consecuencia de una lesión de abductores, de la que posteriormente fue operado. El empresario Manolo Chopera, contrató a Rafael de Paula para sustituirle. Hubo gente que llamó a Chopera provocador, por ello. Ahora lo tiene por la virgen de Lourdes y ha colocado su foto enmarcada en repujado cuero...

Por su parte, Vicente Zabala Portolés, también refiere sobre este particular:

Al llegar a la plaza, cuando me dirigía a mi localidad, se me acercaron unos aficionados solicitándome que expresara su protesta en el periódico por haber incluido al torero calé como sustituto de Julio Robles: “Diga usted de una puñetera vez que Chopera es un estafador, que Madrid no merece que nos ponga en la feria de Otoño a un torero que se dejó un toro vivo hace unos meses y que protagonizó en unión de Curro y Antoñete uno de los espectáculos más vergonzosos que hemos presenciado en nuestra vida de aficionados”...

Es decir, la sustitución ofrecida a Rafael de Paula por Chopera no dejó satisfechos a muchos, pero escrito estaba que esa tarde otoñal dejaría para la memoria algo que no era esperado y que no estaba escrito. 

El cuarto toro de la corrida, de la ganadería titular se inutilizó en los chiqueros y se tuvo que recurrir al primer sobrero, uno de la ganadería cordobesa de don Francisco Martínez Benavides, muy graciliano. Así como el espada que lo enfrentaría entró a la corrida por la vía de la sustitución, Corchero saldría al ruedo por el mismo camino, dejando clarísimo ya en retrospectiva la afirmación de José Alameda, en el sentido de que, el azar es lo único seguro en el toreo.

Rafael de Paula y Corchero

La mayoría de las opiniones giran en torno a la gran importancia que tuvo la actuación del gitano de Jerez ante el toro de Martínez Benavides, describiendo la belleza y la profundidad de la faena que Rafael de Paula le realizó. Escribió Juan Miguel Núñez para la Agencia EFE, en crónica aparecida en el Diario Palentino:

El toro tenía buen son, pero andaba justo de fuerzas y Paula, tras dos ayudados por alto, comenzó el trasteo de muleta con medios pases por la derecha de los que se desprendía el aroma inconfundible de su personal estilo. Un trincherazo de «cartel» y otra vez los derechazos, cada vez más largos, hondos y pausados, una rara conjunción de exquisiteces. Y el remate de pecho, «quebrándose» toro y torero en un escultórico momento de belleza indescriptible. Más derechazos y el adorno desplantándose. «Las Ventas» era un manicomio de locura taurina, rendido al toreo de Paula, que todavía intentaba subir la faena de grados, pues a pesar de que el toro no tenía recorrido por el pitón izquierdo, quiso probar también por ese lado, y colocándose de frente al animal pegó tres naturales de los que sueñan los toreros. Y en ese momento montó la espada, y se sucedieron los pinchazos y los descabellos, con un Paula lívido y hundido por el tremendo esfuerzo. Tanto que, una vez caído el toro, el torero se sentó en el estribo mientras brotaban las palmas por bulerías... La vuelta al ruedo, después de los dos avisos, fue lenta pero clamorosa, con el público de Madrid extasiado por la emoción del arte y el embrujo que había derramado el gitano sobre la arena...

Por su parte, Joaquín Vidal, en su tribuna del diario El País, dejó escritas entre otras cosas, lo siguiente:

Pero en la interpretación genial del diestro gitano no surgían de los propios cánones de la tauromaquia sino de otro orden, desconocido, que las convertía en nuevas, y cada pase que desgranaba era una creación exclusiva del arte de torear. Qué decir del público, mientras tanto. El público ya se había puesto en pie a los primeros compases, aplaudía, braceaba, gritaba, y cuando parecía que había agotado su capacidad de asombro, el torero le sorprendía con nuevas creaciones, que escalivaban las ascuas de aquella obra ardiente... Y la faena seguía. A la majeza de los naturales hondos sucedían tandas de frente, “trayéndoselo toreado”, “rematando detrás de la cadera”, “echándose el toro por delante en los pases de pecho”, que sí, que es cierto; y, siéndolo, daba lo mismo esa u otra técnica, pues la resultante era una explosión estética imposible de medir. Una conmoción había invadido al diestro genial, que pinchó malamente, descabellaba peor – al público le traía sin cuidado: tenía el paladar saturado de aromas –, y se marchó a tablas, demudado, trastabillando por entre una nube de ensoñaciones. Debía de estar en otro mundo. Dobló el toro y Paula no pudo sino sentarse encima y acariciarle los lomos. Qué pasaría entonces por la mente del torero, aun flotando en lejana galaxia. Dio la vuelta al ruedo entre clamores, continuó la corrida, y el público no cesaba de tocarle palmas por bulerías.

Vicente Zabala: consejos doy, que para mí no tengo

Pero no a todos se podía dar gusto. Ya en otra parte de esta bitácora había dejado anotado que el día tarde la confirmación de El Paula, Vicente Zabala Portolés dejó escrito que tuvo ambiente de película de Estrellita Castro; como también en su día escribió comparando la actuación de Ángela Hernández y la de las demás toreras de su dia, con la de la mujer barbuda, o en su oportunidad, y en todos las tribunas que tuvo en otro sentido, exigiendo respeto a los toreros cuando el recalcitrante siete, exigía lo que a él le parecía de más.

Pues bien, esa tarde, dijo don Vicente, Rafael de Paula convirtió a Las Ventas en un inmenso tablao flamenco. Y es que, a su juicio, nada le salió a derechas. Desde la canallada – dice su crónica – de Chopera, de ponerlo a sustituir a Julio Robles, hasta el final de su actuación, nada le pareció al entonces cronista del ABC madrileño:

Desde tiempos de El Cordobés no contemplamos un caso, tan especialísimo, de histeria colectiva. Y ese mérito no se lo puede quitar nadie a Rafael de Paula. Y nadie, absolutamente nadie, le puede negar al singular torero jerezano su permanencia en el tiempo sin haber cortado una sola oreja en Madrid después de veintisiete años de matador de toros. Las cosas no se producen por casualidad. Rafael no se ha montado ninguna campaña especial de publicidad. No jalea sus salidas en hombros por las puertas grandes de las principales plazas, porque no las atraviesa como no sea de espectador. Sin embargo, cuando compone la postura para citar, ya hay un run - run, una expectación que nos asombra. Todos pendientes de si coincide la velocidad del toro con el movimiento del capote del torero, que erige la figura para acompañar el viaje del animal... Luego vendría la faena del entusiasmo, que abrió con unos ayudados por alto sin acoplamiento. Le salió hermoso uno de la firma. Y a continuación toda una sucesión de posturas. El cuerpo del torero se cimbreaba. Sacaba el pecho, la muleta alta, el mentón, eso sí, en su sitio, hundido en el pecho, que salía hacia fuera, como el de los pichones, para instrumentar una suerte, separarse, volverse a colocar y hacer lo mismo una y otra vez. En esta ocasión no hubo enganchones. La buena clase del Urquijo – Murube de Martínez Benavides le permitió vivir su sueño dorado de poder hacer en Madrid lo que tanto se le ha jaleado en su maravilloso rincón andaluz. Y después de hartarse de instrumentar pases de espejo, sin relación los unos con los otros, porque no sabe ligar, se echó la muleta a la izquierda para torear con entrega en los cites, más sin enlazar las suertes, el “unipase”. Daba igual. Los olés se producían antes de que se consumaran las suertes. Bastaba ver al torero compuesto y dispuesto, ¡casi un milagro! Cómo sería la cosa, que el bueno de Rafael se mareó al rematar un muletazo... Los “ogros de Madrid”, tata – tatá, tata – tatá, dale a las palmas por bulerías... de Las Ventas. Gritos de ¡torero! ¡torero! Un aficionado sensato – y asombrado – me decía que la cosa iba para darse tono de aficionados de “bouquet”, otros que para azotarle a otro torero – muy odiado – de la terna. En esto va el toro y dobla antes de sonar el tercer aviso. Y va el Paula y se sienta encima del cadáver de su enemigo. ¡Dios mío! Nos frotamos los ojos cuando se renuevan los gritos de ¡torero! ¡torero! A continuación, Paula, como flotando, acaricia el cuerpo sin vida del bravo animal de Benavides. Seguidamente suma con generosidad su aplauso al del público en el arrastre. Y ya con el éxito en el bote, pese a “todo” lo que había sucedido allí, da la vuelta al ruedo en medio de un clamor casi general. Si un día España se acostó monárquica para amanecer republicana, la “plaza de Madrid”, que veinticuatro horas antes había visto como se torea con la mano baja a un toro con agallas, se había convertido a un paulismo de “tablao” que, ahora, el Tito de San Bernardo debe aprovechar al máximo y explotar la próxima temporada, poniendo el dinero que merece un torero que es capaz de formar la que ha formado en Madrid con estilo que a mí me parece afectado, muy lejos de la naturalidad y del verdadero arte de torear... Yo no había visto en mi vida, en las casi cuatro mil corridas que he presenciado, una respuesta semejante a una actuación que concluyó en avisos y puñaladas, pero, a pesar de ello, con un triunfo de despedida, pretendía marcharse humildemente por el callejón...

Duro, despreciativo el juicio que hace Zabala de una actuación que es mítica y que es recordada como una de las tardes más importantes ocurridas en Madrid en la segunda mitad del siglo XX. Ya había establecido su postura en torno al torero desde casi dos décadas antes, cuando se presentara a confirmar su alternativa y no sería ese el momento de rectificarla. Y ya no la rectificaría, el respeto que siempre exigió para otros muy determinados, no lo tuvo nunca hacia Rafael de Paula.

Como podemos ver, el hacer de Rafael de Paula ante los toros generó opiniones encontradas, pero las más siempre se encaminaron por considerarlo uno de los grandes artistas de su tiempo. Es por eso que a algo más de 38 años de distancia de esta gran tarde y en las cercanías del óbito del torero de Jerez, recuerdo esta, su gran obra en la plaza de Las Ventas.

domingo, 9 de noviembre de 2025

La otoñada taurina en Aguascalientes (y VI)

Jesús Solórzano: Era un aire suave de pausados giros…

La apertura de la temporada 1970 – 71 en la plaza de toros San Marcos se ofreció el 29 de noviembre de 1970. El cartel se formó con un encierro de don Lucas González Rubio para el rejoneador Gastón Santos, quien se presentaba en Aguascalientes y a pie, el regiomontano Raúl García, Jesús Solórzano, uno de los triunfadores del anterior serial abrileño y el portugués Oscar Rosmano, quien recibiría la alternativa. En el papel, el cartel lucía muy interesante. La nota previa al festejo, publicada en el diario Heraldo de Aguascalientes, la víspera de la corrida, entre otras cuestiones, consignaba:

Para que todo el público pueda admirarlo, ya se encuentra en los corrales de la plaza de toros San Marcos, el precioso encierro que ha enviado la ganadería de don Lucas González Rubio para lidiarse en le corrida de mañana, que será todo un acontecimiento taurino... Los aficionados pueden acudir al coso San Marcos a admirar el lote de astados que ayer fueron desembarcados entre grandes medidas de cuidado, para que el encierro salga íntegro al ruedo... Son siete toros que serán lidiados por el rejoneador Gastón Santos, el centauro potosino que se presenta ante la afición hidrocálida, Oscar Rosmano quien recibe la alternativa con todos los honores, Raúl García, el regiomontano que reaparece, y Jesús Solórzano, el artista de toreo clásico y puro... El cartel es completísimo, razón por la cual los aficionados han estado acudiendo a las taquillas y de verdad, quienes no lo hayan hecho, deberían acercarse para asegurar su presencia en este gran acontecimiento taurino...

Con esa información se buscaba atraer a la afición a la plaza de toros a presenciar la corrida de arranque de temporada y a conocer al nuevo matador de toros que sería ungido en esa fecha. También se anunciaba, la misma fecha, que habría posibilidad de evitar los efectos de la oscuridad, que cae temprano en los últimos toros de los festejos. Se publicó en el mismo Heraldo de Aguascalientes:

Una buena noticia para los aficionados es que la plaza de toros San Marcos ya cuenta con torres de faros reflectores, por lo que, si la noche llega pronto, no habrá ningún problema, la visibilidad seguirá siendo estupenda, como si fuera de día... La empresa, queriendo que el público goce completamente del espectáculo, ordenó la colocación de esas torres de reflectores, para evitar el inconveniente de que en tiempo invernal la oscuridad dificultaba o impedía la lidia del último de la tarde... Ahora puede caer la noche, pero el ruedo estará completamente iluminado. ¡Enhorabuena! …

La realidad de las cosas es que, para esas fechas se estaban realizando las obras para instalar un alumbrado moderno en la plaza de las calles de la Democracia, pero esa iluminación de los festejos nocturnos no sería estrenada sino hasta el día 6 de febrero del año siguiente, así que, en el entretanto, los efectos de la penumbra se seguirían padeciendo.

La sustancia de una tarde afortunada

El éxito de la corrida descansó sobre la actuación de Jesús Solórzano, quien, con cuatro años de alternativa, empujaba fuertemente para convertirse en figura del toreo. Aquí en Aguascalientes ligó varias tardes de gran triunfo y logró ser un consentido de la afición. Este último domingo de noviembre del año 70, no sería la excepción. Se encontraría con un toro de don Lucas González Rubio que le permitiría desarrollar su tauromaquia y confirmar su posición en esta tierra. Escribió don Jesús Gómez Medina en su tribuna de El Sol del Centro:

Revestida su juvenil silueta de recamados oros y sedas color esmeralda, que, dicen, es el de la esperanza, arribó ayer al Coso San Marcos quien, horas más tarde, cobijado ya por la noche; y más que por las sombras nocturnas, amparado por la entrega entusiasta, por la férvida idolatría de un público que lo había proclamado “su” torero, Chucho Solórzano abandonaba el recinto de su consagración dejando tras de sí una estela de admiración y una marejada de los más encendidos parabienes... Profeta y mesías de su propio arte, al que llevó a extremos de perfección pocas veces logrados por quienes usan coleta, arcángel vestido de torero, Jesús Solórzano hizo del rudo ejercicio taurino un juego pleno de gracia, de simetría y de ritmo; un escarceo ligero, sutil, cuasi alado, hecho de luz y de garbo, de cadencia y señorío, que a la mente retraía el verso de Rubén: “Era un aire suave de pausados giros…” … Y todo esto realizado a la vera misma de los pitones de los bureles, cuya noble condición no elimina la existencia del riesgo... Y todo esto llevado a cabo sobre el sólido basamento de la mejor técnica taurina; pero de una técnica realzada, ennoblecida con la diamantina evidencia de un arte y de una clase de la mayor jerarquía; de tal manera que pocas veces, como ayer en las faenas de Solórzano, pudo establecerse en forma tan cabal la paridad entre el torear bien y el saber torear, “desiderátum”, por igual, de toreros y aficionados... Porque, señores aficionados: ¡torear como ayer lo hizo Solórzano, especialmente en su segundo adversario con esa inspiración y ese clasicismo, con tanta calidad y con tan rotunda intensidad, con ese arte y esa clase, en suma, es majar de poquísimas ocasiones! … Y en la historia de la tauromaquia en Aguascalientes, constituye un hito, una fecha de imperecedero recuerdo. Porque – repitámoslo - ¡ayer llegó el que tenía que venir! … con el segundo de su lote, “Artista”, cárdeno, alto de pitacos; sin mucha bravura, pero con nobilísimo estilo, el triunfo pleno, esplendoroso. ¡La apoteosis! … La escena cobró calor y emoción a partir del segundo tercio, cuando Chucho, luego de clavar un tercer par, salió perseguido espectacularmente por el cárdeno, y tan solo a su juventud y facultades debió el haber salido bien librado... En este ambiente de expectación, fue Solórzano y brindó al Lic. Edmundo Elorduy, el primero de sus “istas”, la que sería la faena de su consagración. Y a torear… ¡Y de qué forma amigos! … Un toro noble, sí, de excelente estilo; pero sin celo, sin positiva bravura; más al que la muleta bruja de Solórzano apresó con hilos sutiles para forjar así, sin visible esfuerzo físico, sin gestos espectaculares y tan solo con la efusión y la inspiración brotadas de lo más entrañable de su ser, una faena a través de la cual muchos, muchísimos redescubrieron el toreo; una faena que a otros permitióles abrir la espita del recuerdo para reconstruir faenas y escenas pasadas... Porque, ¿no es verdad que los naturales y los derechazos de Chucho nos “supieron” a distinto? ¡Ah!: es que Solórzano, señor de su arte, supo siempre situarse en el lugar debido y llevar la muleta al ritmo justo, con el temple preciso, perezoso, para ahondar si ello fuera posible, la intensidad del lance y ponerle fin mediante el preciso y levísimo giro de una muñeca cuyos goznes, si las cosas se hacen debidamente, pueden pender algún día los destinos del toreo... Y encima de esto, la variedad, la diversidad. Diversidad en la forma, que no en la calidad de las suertes. Diversidad en la ejecución de aquellas. Vimos así naturales citando de frente, ante los pitones, como lo hiciera don Juan Belmonte, para girar luego el busto al paso del astado, recreándose en llevarlo dominado, embebido en el engaño; naturales citando de perfil, realizados a pies juntos o bien ejecutados a la manera de “Litri”, cuando Solórzano, ebrio de torerismo, lanzado por el duende, bordaba, mejor que toreaba, con una muleta transformada en venero del que, a la melancólica luz del crepúsculo, fluía generosa el agua de la más pura verdad taurina... Vino luego en pleno apoteosis, la petición del indulto realizada por el público y acordada por los señores del palco de honor. Y cuando ya el inmortal “Artista” de don Lucas González Rubio desapareció por donde minutos antes había salido, el triunfo de Chucho Solórzano llegó al clímax: las dos orejas, el rabo, también una pata, simbólicos trofeos que el ya ilustre vástago del Rey del Temple paseó por el ruedo, entre ovaciones y música, haciéndose acompañar en una ocasión por el popular ganadero de Tepatitlán...

Hasra aquí la crónica de don Jesús, una crónica que a fe mía, transmite el emocionado ambiente que se vivía en la plaza en ese momento y que en su relato, deja ver con claridad la vigencia, sin citarla, de aquella sentencia de Domingo Ortega: torear no es lo mismo que pegar pases. Porque el cronista explica con claridad meridiana como Jesús Solórzano amalgamó el oficio con la clase, para hacer que un toro sin aparente fondo, diera lugar a la creación de una brillante obra artística.

Yo agregaría que una verdadera apoteosis que pudo culminarse mejor con la espada, porque de la descripción que hace don Jesús de la conducta del toro, evidentemente no era merecedor del indulto que se le pidió desde las tribunas, y sin embargo se concedió, voy a suponer que empujada la concurrencia por lo que le sucedió al torero en el primero de su lote, que malogró una faena importante por sus fallos con el acero. Pero al final, lo que trasciende es, el hecho del indulto, la entrega de la gente al hacer de Solórzano y la unanimidad de criterios en cuanto al resultado del conjunto de la tarde.

Los demás sucesos de la tarde

El lusitano Oscar Rosmano fue investido matador de toros por Raúl García con el toro Entenado, colorado, primero de la lidia ordinaria, atestiguando la ceremonia, refieren las crónicas, tanto Jesús Solórzano como Gastón Santos. Resume don Jesús Gómez Medina:

Gastón Santos exhibió sus cualidades de excelente caballista, clavando varios rejones y tres pares de banderillas en lo alto. El rejón de muerte fue insuficiente y Gastón echó pie a tierra para exterminar a su enemigo mediante dos pinchazos y una honda... Raúl García, pese a que se llevó dos toros carentes de gas, supo hacerse ovacionar su decisión y su torerismo, luciendo más de lo que permitían suponer enemigos sin ganas de luchar... Y que Óscar Rosmano, con el castaño de la alternativa, que resultó muy bravo, toreó muy bien de capa, entre aclamaciones y tuvo una primera parte de la faena muy lucida. Al final de su cometió, dio la vuelta al ruedo. Su segundo salió al ruedo ya en plena oscuridad – ¿por qué la autoridad, vistas las circunstancias, no suspendió la corrida? –. En vista de esto, no es razonable enjuiciar su labor...

Ya les contaba arriba lo del asunto del alumbrado de la plaza, que, aunque un diario se atrevió a darlo por operativo, apenas estaba en proceso de instalación. Y agregar el hecho de que en el diario Heraldo de Aguascalientes se consigna que los ocupantes del palco de la Autoridad se retiraron antes de que Oscar Rosmano diera muerte al sexto, entre las sombras de la noche.

Dos recuerdos personales

Tuve la ocasión de asistir a esa corrida, de polizón, acompañando a mi padre quien era el Jefe de los Servicios Médicos de la plaza. No tengo recuerdos claros de lo en ella sucedido, más que a mi padre profundamente emocionado con lo que había visto, a un exultante Lucas González Rubio, a don Guillermo González Muñoz recorriendo el callejón recibiendo enhorabuenas de todo el mundo y mi sorpresa de ver que aparte de orejas y rabos, también se otorgaban patas como trofeo.

La segunda remembranza es más reciente. La vida me dio la ocasión de tener una buena amistad con Jesús Solórzano, quien en alguna ocasión me pidió que le localizara la fecha y crónicas de una corrida en Madrid, en la que su padre, Cagancho y Victoriano de la Serna actuaron los tres, vestidos de blanco con bordados en plata. La corrida de los trajes blancos, la llamaba él. La encontré, fue el 8 de mauo de 1932, la envié la informacióm y al preparar estos pergeños, releía la crónica que Federico M. Alcázar escribió para el diario madrileño El Imparcial, en la que cita la misma línea del verso de Rubén Darío que recordó don Jesús Gómez Medina hace 55 años.

La conexión con esa corrida en la que los tres toreros vistieron de blanco y plata, viene del hecho de que en esta que hoy les recuerdo, los tres toreros y el rejoneador vistieron alguna tonalidad del verde, con bordados en oro. Y se preocuparon por anticiparlo a la prensa. Refiere la nota previa a la corrida, en El Sol del Centro del día del festejo:

Esta será la “Corrida de la Esperanza”. Señalamos lo anterior, en vista de que el color verde significa “Esperanza”, y por una extraña coincidencia, los tres matadores harán el paseíllo, enfundados en ternos verde y oro, al igual que la casaca que portará el rejoneador Gastón Santos, que debuta ante nuestro público…

La tarde de los ternos blancos, fue triunfal para El Rey del Temple. Esta lo fue para su hijo. En el toreo, como en la vida, las casualidades no existen.

En conclusión

Así es como he presentado a quienes pasan por aquí, una muestra de lo que Aguascalientes guarda en su historia taurina durante la temporada de otoño. Los toros no son privativos del tiempo de San Marcos, entre nosotros tienen cabida todo el año, que no quede duda.

Aviso parroquial: Los resaltados en el extracto de la crónica de don Jesús Gómez Medina son obra imputable exclusivamente a este amanuense, porque no obran así en su respectivo original.

domingo, 2 de noviembre de 2025

La otoñada taurina en Aguascalientes (V)

Noviembre de 1989. Manolo Espinosa Armillita celebra en solitario sus 24 años de alternativa

El otoño del año 89 acogió la celebración del primer cuarto de siglo del doctorado de Manolo Espinosa Armillita, un festejo que llevaba a recordar otros fastos dentro de la carrera del primer hijo del Maestro de Saltillo y venían a la memoria aquella faena suya a Recluta de Javier Garfias, en la Plaza México, malograda con la espada; o la que realizó a Sanjuanero, de Cerro Viejo, también en la gran plaza, en la que a pesar de cortar una sola oreja, motivó que la afición se lo llevara en hombros. O también la que realizó a un toro de Jesús Cabrera aquí en Aguascalientes el 25 de abril de 1969 o sobre todas, la que le hizo a Abrileño de Suárez del Real también el día de San Marcos de 1971, y que le valió conquistar el Escapulario de San Marcos en disputa.

Era la suya una carrera que iba enfilada hacia la cumbre, pero una serie de lesiones en los hombros, dos cirugías en el derecho y otra en el izquierdo, ralentizaron su hacer ante los toros, pero no dejó de estar presente en el ambiente, se hizo criador de toros de lidia y empresario, junto con Jesús Solórzano y Jorge Ávila, introdujeron la fiesta en Cancún, edificaron allí una plaza de toros y al final de ese año de 1989, resultaría en los números, que dieron festejos las 52 semanas del calendario, algo que tenía muchos años de no verse en nuestro territorio. Esa era la situación en la que celebraba Manolo Espinosa Armillita ese aniversario de su alternativa.

Las previas del festejo

El anuncio del festejo se hizo como una actuación en solitario de Manolo Armillita, en la plaza Monumental Aguascalientes, ante seis toros de Santa María de Gallardo, ganadería hidrocálida que en esos días era propiedad de don José C. López Muñoz, encastada en esos días, principalmente con simiente de don Jesús Cabrera. Igualmente, la publicidad del festejo hacía saber que era una corrida benéfica, pues sus ingresos se destinarían a la construcción del edificio del Colegio Independencia de esta ciudad.

La nota previa aparecida en El Sol del Centro el mismo día de la corrida, refiere entre otras cosas, lo siguiente:

Manolo “Armillita” estará como único espada en la corrida de hoy a las 5:00 P.M., en la Plaza de Toros Monumental de Aguascalientes, donde despachará seis toros de casta nacidos en la dehesa de Santa María de Gallardo y puestos en los cebaderos de la ganadería de Manuel Espinosa e hijos... El festejo encierra varios fines, el primero es obtener fondos económicos para la construcción del edificio del Colegio Independencia, antes Motolinía; otro es el de que el espada ha cumplido medio siglo de vida y nada mejor que conmemorarlo con una corrida en solitario y por último, celebrar merecidamente el aniversario XXIV de matador de toros... Los seis de Santa María de Gallardo traen edad y respeto, los aficionados pueden estar seguros que la tarde de hoy saldrán seis toros por el portón de los sustos... A la vista del público estarán hoy los cornúpetos hasta la hora del enchiqueramiento, cabe aclarar que por ir Manolo “Armillita” como único espada, no habrá necesidad de cumplir con el tradicional sorteo...

Tuve la ocasión de asistir tanto al enchiqueramiento como a la corrida y había un buen ambiente al mediodía en los corrales de la plaza. Allí nos enteramos que los toros de reserva serían de la ganadería del propio espada, es decir, de Manuel Espinosa e hijos y que los sobresalientes de espada serían los matadores de toros Guillermo Ibarra, de San Luis Potosí y David Bonilla, de Aguascalientes.

El desarrollo del festejo

La corrida tuvo cimas y simas. Los momentos más destacados se vivieron durante la lidia del primero, quinto y séptimo del festejo – este último, de regalo –, en tanto que los demás las cosas digamos que apenas transcurrieron, principalmente por el escaso poder de los pupilos de don Pepe López. Escribió don Jesús Gómez Medina, cronista titular de El Sol del Centro, acerca de la faena de Manolo Espinosa al quinto de la corrida, al que le cortó la única oreja de la tarde:

Otro periodo lucido y premiado con reiterados aplausos lo constituyó la lidia del quinto, “Polvorito”, un cárdeno que conservó más energías que otros de sus hermanos; que aceptó un puyazo acometiendo de largo y al que su matador, muleta en mano, toreó reiteradamente con la diestra, con brillantez y eficacia, poniendo a las series la rúbrica gallarda del pase de pecho o bien la filigrana del cambio de mano o el remate por delante; todo ello con torerismo y desahogo; y muchas veces, también, revestido de calidad. Vino luego la estocada, en debido sitio. Dobló “Polvorito” y su matador fue galardonado con la oreja y la respectiva vuelta al ruedo...

Aunque sin corte de orejas, el momento de más intensidad de la tarde llegó con el toro de regalo, el séptimo, que provino del hierro del propio espada. El cronista nos sigue contando:

El festejo vivía su episodio postrero; un séptimo toro con cuya lidia Manolo Espinosa buscaba imprimir un cerrojazo brillante a la corrida con la que conmemoraba sus casi cinco lustros como matador de toros... En el ruedo de la Monumental un toro de buen estilo, de nobilísima embestida, aunque no muy excedido de fortaleza, de pelaje castaño. Se llamaba “Alegre” y procedía de la vacada del mismo espada actuante... Un primer tercio sin otro relieve que el puyazo que aceptó el castaño, recargando con insistencia. A continuación, hicieron lo suyo los rehileteros, destacando la intervención de David Bonilla; y ya está Manolo, armado de toda arma, dispuesto a dar lucida lidia y la adecuada muerte a su pupilo… Y a fe que logró cumplidamente lo primero; porque acertó a llegarle al castaño y desafiarlo desde la distancia adecuada y, lograda la embestida, supo tirar de él templadamente, parsimoniosamente, en muletazos tan impregnados de cadencia como de mando... Especialmente al torear con la diestra, Manolo nos hizo recordar al torero que años atrás, en la tarde de un 25 de abril y en virtud de una faena impregnada de calidad y torerismo, hizo suyo el trofeo que parecía pertenecer ya a Manolo Martínez. Y es que ayer, como en aquella remota fecha, este Manolo arraigado en Aguascalientes revistió su labor muleteril de idéntico torerismo, y le imprimió una acentuada brillantez, particularmente durante el preámbulo y la parte media de la faena, cuando los pases surgían límpidos, con la rotundez de lo bien ejecutado, de la franela del vástago de Fermín el de Saltillo... Manolo Espinosa, con la faena a este séptimo astado, estaba poniendo un lucido remate al festejo con que conmemoraba sus veinticuatro años de matador de toros. Vino luego, sin embargo, un trance de indecisión, quizás de desconcierto. ¿Se buscaba acaso, el indulto del burel? De todas maneras, la faena perdió la ilación y el calor y el acento triunfal que había logrado adquirir. El desconcierto, además, se tradujo en desaciertos con el acero, pues los pinchazos se repitieron antes de la media estocada final, cuando ya había sonado un aviso... Y lo que hubiese sido un triunfo cabal se convirtió en el aplauso postrero, como rúbrica y final a la tarde en que, a despecho del tiempo, Manolo Espinosa supo mostrar, reiteradamente, la determinación, el torerismo y el arte de sus mejores días… Los despojos de “Alegre” recibieron el homenaje del arrastre lento. Honor excesivo y que nadie demandó; pues, si el castaño fue noble y de suave embestida, careció, en cambio, del vigor, de la fortaleza que debe poseer el toro de lidia...

A veces, equivocar los procedimientos para tratar de conquistar el favor popular complica las actuaciones de los toreros. No tengo claro el recuerdo del intento de obtener el indulto del toro al que alude don Jesús, pero su versión me merece todo el crédito. No obstante, salimos contentos de la plaza, pudimos ver el buen toreo esa tarde de noviembre de hace 36 años.

Una apreciación distinta

Pepe Caro trató de ser matador de toros y fue triunfador en plazas como las de El Progreso y la entonces Monumental Jalisco de Guadalajara, llegando a presentarse en la Plaza México. Después de dejar el vestido de seda y alamares, se dedicó entre otras actividades a la literatura y a escribir y comentar temas de la fiesta. En las fechas de esta corrida, su columna Arrastre lento se publicaba en El Sol del Centro y también al día siguiente del festejo, salía con estas reflexiones:

Manolo evidenció voluntad. Por momentos lograba fugaces roces con el éxito. El corto recorrido de los astados, que no su estilo pues, exceptuando al segundo de la tarde, todos se dejaron, más el corto arrebato del torero, fueron determinantes para que el coqueteo de Manolo con el triunfo no culminara el romance. Uno y otro se dieron a medias, a medias que el triunfo. Y ahí sí puede decirse que hay gato encerrado: las medianías pueden acercarse, con singulares riesgos del prestigio, a lo que debió haber sido un triunfo inconmensurable, como al fracaso censurable. Ni una cosa sucedió, todo quedó... en medianías. A pesar de la oreja cortada al quinto y de los momentos culminantes que se realizaron durante la lidia del séptimo toro, toro de la ganadería de Manuel Espinosa e hijos... Lauros tibios, definitivo. Proeza inconclusa. No hubo aquel romance convincente, no se concretó la maravilla idílica. Y triste es decirlo, habremos de darle vuelta a la hoja. Empezará, mañana mismo, otro capítulo...

Pepe Caro parece haber quedado insatisfecho y hasta cierto punto desazonado con el resultado de la corrida. Quizás, como muchos, esperaba más de un torero que por su historia, merecía una tarde verdaderamente triunfal, pero a veces las cosas se alinean de manera diferente y los resultados esperados no son los que se producen. 

Manolo Espinosa Armillita seguiría adelante con su hacer en los ruedos todavía tres años más, pues se despediría aquí mismo, en Aguascalientes, matando seis toros en solitario otra vez y después en la Plaza México, para dedicarse ya plenamente a sus actividades ganaderas y empresariales.

Un par de notas, de memoria

Algo que manchó el desarrollo de este festejo, fue la falta de mulillas para arrastrar los despojos de los toros, utilizándose en su defecto, un automóvil para ello, algo imperdonable en una plaza de la categoría de nuestra Monumental. Y la otra cuestión, la ingobernabilidad de las bandas de Zacatecas y del Municipio de Aguascalientes, que tocaron a troche y moche durante toda la corrida, sin que la autoridad las pudiera meter al orden.

Hasta la semana próxima.

Aldeanos