domingo, 27 de octubre de 2019

Chicuelo y Dentista de San Mateo (I/II)

Chicuelo y Dentista de San Mateo
Foto: Luis Reynoso - Toros y Deportes
26 de octubre de 1925
José Alameda escribe que una de las piedras angulares de la faena de muleta moderna es la faena que Manuel Jiménez Chicuelo realizó en El Toreo de la Condesa el domingo 25 de octubre de 1925 al toro Dentista de San Mateo. En esa tercera corrida de la temporada 1925 – 26, el llamado Torero de la Alameda de Hércules alternaba con Juan Silveti y el valenciano Manolo Martínez, apodado El Tigre de Ruzafa. Ya me he ocupado en estas mismas páginas de las otras dos partes del tríptico que concluye la revolución que iniciaron Gallito y Belmonte, cuando el mismo Chicuelo se enfrentó a Lapicero, también de don Antonio Llaguno y a Corchaíto de don Graciliano Pérez Tabernero. Hoy me ocupo de la tercera pieza del puzzle, aunque no precisamente en su orden cronológico.

Después de Gaona

Algo más de seis meses habían pasado desde que Rodolfo Gaona dijera adiós a los ruedos. Y no me cuesta afirmar que al inicio de esa temporada 1925 – 26, la afición de la capital mexicana era presa de un sentimiento de orfandad. Cuando menos desde el ciclo 1920 – 21 y hasta ese 12 de abril de 1925, El Indio Grande era el eje y el factótum de las cosas de los toros en la Ciudad de México y en las plazas mexicanas, y cuando se tuvo que anunciar la primera temporada en la que con seguridad este torero no estaría presente, empresa y afición se enfrentaron a un enigma que era de complicada resolución.

Los toreros anunciados como base de la temporada fueron los hispanos Ignacio Sánchez Mejías, José García Algabeño, Cayetano Ordóñez Niño de la Palma, Manuel Jiménez Chicuelo, Manolo Martínez y José Gómez Joseíto de Málaga y por los nacionales, Luis Freg, Juan Silveti, Pepe Ortiz y Salvador Freg, con el compromiso de mejorar el cartel conforme fuera avanzando la temporada.

A diferencia de la etapa de Gaona, el peso de la temporada ahora recaía sobre los toreros hispanos, aunque ellos llegarían conforme esta fuera avanzando. Tanto así, que Silveti toreó las tres primeras fechas seguidas y Joseíto de Málaga las dos primeras. Chicuelo fue el primero en llegar a suelo patrio y el primero en encender hogueras.

La tarde de Dentista

Fue una tarde accidentada. Más adelante me ocuparé del asunto de los toros, pero adelanto que de los seis de San Mateo, solamente se lidiaron cuatro. Dos fueron rechazados por el público por su escasa presencia. Y aunque el gran triunfo y hazaña de Chicuelo quedaron para la historia, también quedó escrito el hecho de que la corrida enviada por don Antonio Llaguno careció de la presencia necesaria para ser lidiada en la principal plaza de toros de esta república.

Dentista fue el quinto toro de la corrida. Encontré tres relaciones de lo sucedido entre Chicuelo y él. Voy a citar primero la aparecida en el semanario Toros y Deportes aparecido el día siguiente al del festejo, firmada por Rafael Solana Verduguillo, que es, en lo que interesa, en los términos siguientes:
... Lo grande, lo maravilloso, lo indescriptible fue en el quinto. Desde que salió “Dentista” que tal era el pintoresco nombre que don Antonio Llaguno había puesto a su bravo pupilo, todos dijimos: Ahora va lo bueno. 
¡Qué lances a la verónica! Erguido el torero, majestuoso el conjunto, grandioso el momento en que la fiera pujante y el artista se reunían. En los lances por el lado derecho, el diestro abría un tanto el compás; cargando la suerte porque notó que el toro ceñíase por ese lado; en cambio, en las verónicas por el izquierdo, “Chicuelo” conservaba los pies juntos clavados en la arena, despegándose al enemigo con un ligero movimiento de muñeca que bastaba para imprimir al capote ondulaciones vistosísimas y graciosas. Fueron ocho verónicas que provocaron otros tantos alaridos de la multitud, ¡”Chicuelo”, eres inmenso!... 
Cuando “Chicuelo” sin brindar a nadie, salió a contender con “Dentista”, reinaba en la plaza un alboroto tremendo. Todos sabíamos que el maestro iba a hacer una faena de las grandes, pero ni por la mente nos pasaba que llegara a ser lo que nuestros ojos tuvieron la dicha de ver. 
El muletazo inicial fue un natural con la zurda, siguió otro natural imponente por el temple y valor derrochado, y luego otro más enredándose el toro a la cintura. 
Ya estamos todos de pie. Imposible resulta seguir paso a paso la faena, porque el cronista se olvida de la obligación que tiene de anotar en su carnet los detalles, y arrojando papel y lápiz se dedica a gozar del espectáculo en toda su grandiosidad. 
Confórmese el lector que tuvo la desgracia de no presenciar esa faena con una ligera impresión de ella, condensada en cuatro adjetivos VALIENTE, ELEGANTE, SOBRIA, CLÁSICA. 
No hubo en el maravilloso muleteo un solo detalle de chabacanería ni un desplante de relumbrón, ni siquiera un tocamiento de testuz, ni tampoco vueltecitas de espaldas y sonrisas con el público. No. Lo que hubo fue mucho arte, mucho valor, mucha esencia torera. Lo que hubo fueron VEINTICINCO PASES NATURALES, todos clásicamente engendrados y rematados, provocando con la pierna contraria, dejando llegar la cabeza hasta casi tocar los pitones la barriga del lidiador y en ese momento, ¿me entienden señores? en ese momento desviar la cabezada mientras el resto del cuerpo del toro seguía su viaje natural y pasaba rozando los alamares de la chaquetilla... 
Y para qué decir más. Imagínese el lector la faena más meritoria, la más artística, la más apegada a las reglas del toreo, la más completa en todos los sentidos... Yo juro que en los veinte años, jamás me había entusiasmado como ahora... 
Tres pinchazos y un estoconazo hasta la pelota rubricaron la gloriosa hazaña. El ruedo se alfombró materialmente con sombreros, abrigos y otras prendas. Millares de pañuelos ondeaban en las diestras de los espectadores y el Presidente concedió las dos orejas y el rabo... 
¡Qué grande eres “Chicuelo”!...
A la crónica de Verduguillo puedo señalarle que no señala lo esencial, el hecho de que Chicuelo toreó ligado al natural. Habla de toreo clásico y aunque el hecho de que contabilice veinticinco pases naturales puede hacer pensar entre líneas que existió ligazón, no lo deja dicho de manera expresa, como cuando narró la faena de Lapicero. El cronista se dejó llevar por la emoción – en su texto lo confiesa – y no deja para la posteridad, insisto lo esencial del momento vivido.

Una segunda versión es lo que se publicó también el 26 de octubre siguiente en el diario El Siglo de Torreón, sin firma. Es del tenor siguiente:
El quinto es de San Mateo. Sale de ‘estampía’ y remata en las tablas, metiendo la cabeza y echando al aire astillas de la madera. Es una hermosa y brava bestia. 
Chicuelo tiene su ‘aquel’ por lo que le aconteció con el enemigo pasado, y quiere sacarse la espina. Allá va, derechito a veroniquear. ¡Y qué manera de hacerlo! Firme, serio, cerrando el compás y levantándose en la punta de los pies cuando los cuernos del toro le acarician la panza... Son dos tandas de verónicas. No sabríamos elogiarlas de una en una para ensalzarlas todas en conjunto. Brotan las palmas hasta del cemento de la galería. 
El tercio primero es bueno. Cuatro caricias recibió el astado de los de ‘aúpa’ dejando en la arena, para hacer zapatos, carteras y otros utensilios de cuero, cuatro sardinas disecadas. 
Hubo modo de hacer quites y aplaudimos hasta la apoplejía uno de Chicuelo rematado con la célebre ‘chicuelina’ – patentada y garantizada por su autor – que suscita alaridos de entusiasmo en las masas... 
Bien y rápido el segundo tercio. Se advierte que los palitroqueros procuran despachar breve para no descomponer aquel toro ideal. 
De tres naturales, uno alto, dos ayudados y tres naturales más, que arman el escándalo, se compone la primera parte de la faena. Hay un afarolado cambiando de mano el engaño para endilgar el natural, que provocan el delirio. Otro de pecho, dos naturales y TRES MÁS, total cinco, con un breve intervalo, notándose que Chicuelo da este pase completo, hasta donde puede extenderse la mano, quebrándose sobre los riñones y doblando la cabeza con mucha gracia... 
Y luego dos pases más de pecho, uno de ellos de rodillas que vuelve loco al público. Todo el mundo está de pie, con la boca seca y ronco de tanto gritar. Como se advierte que el matador lía la muleta, hay gritos ¡¡no!!... ¡¡más, más...!! Y Chicuelo accede. 
Sigue la faena, primorosa, emotiva, encantadora. Iguala el toro y se produce un pinchazo. Más tela y una estocada hasta las cintas. Descabello al segundo papirotazo. 
Aplausos, orejas, rabo, tres vueltas al ruedo, salida a los medios, puros, bastones y prendas de vestir... Como un homenaje póstumo al de San Mateo, las mulillas dan al cadáver insepulto, una vuelta en redondo...
Me llama la atención que este escribidor señala que Chicuelo, al dar el pase natural, lo da completo, hasta donde puede extenderse la mano, quebrándose sobre los riñones…, lo que me induce a entender que al no ser usual el concepto de ligazón, intentó explicar de la mejor manera posible, que el torero engarzaba las suertes unas con otras.

La tercera versión es la que apareció en el diario de Guadalajara El Informador, también sin firma. Es más breve, pero dice así:
Su faena de muleta es de tres pases naturales, de pecho, dos naturales, tres más y se nota que Chicuelo los da completos hasta donde puede extender la mano hacia atrás; viene después dos pases de pecho rodilla en tierra y como pretende tirarse a matar, el público, loco de júbilo por la faena que acaba de presenciar, pide a Chicuelo que siga toreando, y entonces saca algunos nuevos pases tan hermosos como los anteriores; da un pinchazo, pero como el toro no dobla, siguen más pases y da otro pinchazo y aunque no muy bueno, sin embargo el toro iguala y entonces cobra una estocada hasta las cintas, descabellando al segundo intento… 
El público entonces se manifiesta en todo su entusiasmo, aplaudiendo a Chicuelo a rabiar; se le da la oreja del toro y Chicuelo da una vuelta al ruedo devolviendo sombreros, bastones y otros objetos que el público le arroja en señal de admiración y cariño... 
Antes de doblar el sexto toro, el público se echa al ruedo y coge a Chicuelo y en hombros lo pasea por toda la plaza, en medio de una entusiasta ovación.
Igualmente quien la transmitió, se detiene en observar que el torero da completo el natural.

Como podemos ver, las relaciones se detienen más en el cataclismo producido por el torero en los ruedos, que en el cambio de canon que se estaba dando en ese momento, algo que si se advirtió apenas en el mes de febrero anterior. Ya vendrían después los estudiosos a explicarnos que ese día se empezó a escribir una nueva página de la Historia Universal del Toreo.

¿Por qué Dentista?

Dejo paso a una anécdota que cita Guillermo Ernesto Padilla en su Historia de la Plaza El Toreo acerca de por qué el quinto toro de esa tarde se llamó Dentista:
La presente anécdota tuvo lugar el domingo 25 de octubre de 1925 en las corraletas de “El Toreo”, a la hora del sorteo de los toros que habrían de lidiarse por la tarde. Se estaba enchiquerando un encierro de San Mateo para que lo lidiasen Juan Silveti, Manuel Jiménez “Chicuelo” y Manolo Martínez (torero valenciano). 
Naturalmente ahí estaba don Antonio Llaguno, quien tenía por costumbre presenciar los sorteos de sus toros, y bautizar a algunos de ellos con nombres que luego pasaban a la inmortalidad. Una especie de “hobby” del ganadero señor. 
Una vez enterado don Antonio de que en el lote de “Chicuelo” iba el toro en el que cifraba toda su confianza para que resultara de bandera, se puso afanosamente a buscar a Manolo para felicitarlo por su buena suerte y desearle triunfo. Pero no lograba encontrar al sevillano. En eso se cruza con “Magritas”, el notable peón de la cuadrilla de “Chicuelo” al que pregunta: 
- ¿Dónde está tu matador? 
- Por ahí, don Antonio, por ahí - respondió el subalterno - creo que entró en la vivienda del guardaplaza a hacer un “buche” de algo, porque le duele una muela. 
- ¿Una muela? ¿Has dicho una muela? Pues corre para que le digas a Manolo que esta tarde ser las verá con un dentista... y muy bueno, ¿eh? 
Inmediatamente ordenó don Antonio que a aquél toro se le bautizara con el nombre de “Dentista”. 
Por la tarde, tal como lo había presentido el inolvidable ganadero, el toro resultó extraordinario, y con él “Chicuelo” se remontó a las cimas de la inmortalidad con una faena grandiosa en la que engranó veinticinco pases naturales maravillosos.
La anécdota puede o no ilustrar una realidad, pero no deja de ser algo que forma ya parte de la leyenda de esa tarde histórica.

Dada la extensión que va cogiendo esto, lo concluyo el día de mañana.

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