Programa de la inauguración de la plaza Monumental Aguascalientes |
La construcción de la plaza de toros Monumental Aguascalientes se inició en marzo de 1974, sobre el lecho del Arroyo del Cedazo, quedando lista pues, – más no totalmente terminada – para su estreno en un período de ocho meses. Los materiales utilizados para su edificación, fueron concreto y acero, y su cupo al ser inaugurada era de nueve mil espectadores, repartidos en ocho filas de barreras, trece filas de tendidos generales y palcos de contrabarrera.
El acto protocolario de inauguración se llevó a cabo a las doce horas del 23 de noviembre de 1974, por parte del entonces Gobernador doctor Francisco Guel Jiménez, quien después de la explicación de las características técnicas del inmueble y de la intervención del ingeniero Jorge El Vago López Yáñez, a nombre de la afición local, declaró inaugurada la plaza de toros Monumental Aguascalientes – que ese es su nombre oficial – develando la placa alusiva al fasto.
Una hora después, pues el protocolo político de la época así lo exigía, Monseñor Salvador Quezada Limón, Obispo de la Diócesis de Aguascalientes bendijo las instalaciones y presidió la celebración eucarística en los bajos del tendido de sombra, pues en ese momento la capilla del coso aún no estaba concluida, como tampoco lo estaban muchas otras de sus dependencias.
Ya en lo taurino, decía don Jesús Gómez Medina en su nota publicada en El Sol del Centro de hace cuarenta años:
La afición espera con expectación la alternativa del nuevo espada, a quien por cierto, para estar a tono con la significación de la fecha, le tocará lidiar a Hidrocálido, el toro de Torrecilla, que será el de su doctorado, y que será lidiado en primer término en honor de la ciudad, de su nueva plaza y de Fermincito…
Alternativa de Fermín Espinosa Armillita |
A las cinco de la tarde se abrió la puerta de cuadrillas y partieron plaza Manolo Martínez, Eloy Cavazos y Fermín Espinosa Armillita, quienes darían cuenta de un encierro de Torrecilla. El primer toro que saltó a la arena fue el ya referido Hidrocálido, número 58, negro bragado y el primer capotazo en la brega lo recibió de Alfredo Prado. Los primeros lances a la verónica y la consiguiente ovación fue para el toricantano Fermín Espinosa. A Isabel Prado le correspondió aplicar la primera vara y fue el propio Fermín quien se encargó de colocar el primer par de banderillas.
Huelga decir que el primer torero alternativado en la plaza fue el hijo del Maestro de Saltillo y es a Manolo Martínez a quien correspondió el cortar la primera oreja que se otorgó en la nueva plaza al toro Doctor, primero de su lote.
De la crónica escrita publicada en el diario El Sol del Centro, sin firma, pero atribuible a su cronista titular, don Jesús Gómez Medina, extraigo lo que sigue:
Muleta en mano y en sus dos adversarios, trazó el de Monterrey, reiterada, asiduamente, la parábola señorial del toreo en redondo con una y otra mano. Naturales y derechazos en apretadas series; derechazos y naturales plenos de aguante, de temple y de mando, engranados mediante el leve y precioso giro de la mano y rematadas las series ya con el pase de pecho, según la norma clásica; ya girando en el centro de la suerte como hoy en día es común hacerlo; cuando dejando caer la muleta para cortar el viaje del burel con el latigazo implacable del pase del desdén... Y si con su primero, que traía su ración de guasa, Manolo necesitó primero de imponérsele al de Torrecilla para torearlo luego a placer; con el cuarto, el dócil Arquitecto, el regiomontano, al torear de muleta, apuró prácticamente todas las posibilidades del natural y del derechazo, realizándolos a pies juntos, abierto el compás; en los medios, en el tercio, también en las tablas, cuando Arquitecto, agotado, buscó en ellas amparo... Mediante un pinchazo y una estocada honda liquidó Manolo a “Doctor”; y un picotazo seguido de un cuarto de acero y febril labor de enterramiento de los subalternos bastaron para poner fuera de acción a “Arquitecto”. Y si la faena de “Doctor” valióle a Martínez una oreja, la primera, repetimos, que se cortó en la nueva plaza, con la subsecuente vuelta al ruedo; su actuación con “Arquitecto” tan solo fue premiada con el recorrido en torno a la barrera... Eloy Cavazos es un torero. En ocasiones, como el 25 de abril último, todo un señor torero que, dejándose de firuletes, se lía los bureles a la cintura y les corre la mano y liga las series de muletazos con tanta verdad como brillantez y hondura. Ayer, en cambio, usó más la mano izquierda – la mano torera – para darle coba al público que para torear por naturales. Sus faenas, en suma, estuvieron fincadas preferentemente en lo espectacular, en lo superfluo con demérito de lo auténtico, de lo genuino, de lo de buena ley; aunque esto último no haya estado por completo ausente en la actuación del pequeño diestro... Dos espadazos igualmente espectaculares pusieron fin a la vida de sus dos enemigos, ambos por igual de alegres, prontos en la embestida, si bien “Constructor”, sacó su dosis de genio. Oreja y vuelta en el segundo, “Empresario”; y puesto ya en el camino, autoridad y subalternos no se mostraron remisos para concederle las dos de “Constructor”, a cuyos despojos las mulillas, de regreso de su fugaz movimiento de huelga, motu – proprio dieron la vuelta al ruedo... ¡Aquellos naturales de Fermín Espinosa! Fueron tres tan solo; pero, en verdad, valieron por toda una faena: ¡Así resultaron de quietos, de mandones, de sentidos!... Con ellos, con esos tres muletazos al sexto, “Maestro”, el nuevo doctor demostró cumplidamente que tiene derecho a llamarse Fermín y apellidarse Espinosa, según dijo de otro gran torero, en inolvidable crónica, “El Tío Carlos”... Porque fueron, en verdad, muletazos de torero grande, de torero caro. Pases impregnados de torerismo y de clase, como también dos trincherazos al mismo sexto burel. Idénticas virtudes de conjuntaron en las verónicas con que este novísimo Armillita toreó a “Hidrocálido”, el de su alternativa; un toro de preciosa estampa, hondo, apretado de carnes; pero al que entre un puyazo demasiado fuerte y la menguada casta que traía dentro, convirtieron luego en un inválido que rodó varias veces por la arena, frustrándose lo que se esperaba brillante faena tras de la ceremonia del doctorado... Pero esos naturales a “Maestro”, realizados ya a la luz de los reflectores, parecieron iluminar el crepúsculo con el arrebol de la esperanza. ¡Será este joven delgaducho y patilargo nacido en Aguascalientes, hijo y nieto de toreros, el renovador, el vivificante que requiere ya el toreo mexicano?...
En la segunda corrida de lo que podríamos llamar la feria de la inauguración de la plaza de toros Monumental Aguascalientes, el inolvidable Guillermo Cabezón González confeccionó un cartel de los que después se dio en llamar de banderilleros, en el que actuaron Jesús Solórzano, Antonio Lomelín y Manolo Arruza, para lidiar toros del ingeniero Mariano Ramírez.
El primero de la tarde fue bautizado como Pinocho, en honor del que fuera subalterno y en ese entonces apoderado de toreros, Manuel González, así apodado, que llevaba gran amistad con el ganadero. El encuentro de Solórzano y Pinocho también nos lo recuerda la crónica firmada por don Jesús Gómez Medina, publicada en el diario El Sol del Centro del día 25 de noviembre de aquellas calendas, bajo el título Con el estupendo Pinocho, Solórzano bordó el toreo:
Y en la palestra del nuevo coso se produjo ‘el milagro de la verónica’ como si, al torear de capa, Chucho Solórzano fuese repitiendo el soneto de Xavier Sorondo: ‘Los brazos pordioseros, como péndulo doble, arrastran por la arena la comba del percal...’ Un vibrante escalofrío barrió los tendidos, sacudidos por el flamazo de la emoción más noble que pueda depararnos la fiesta brava: La emoción del arte; mientras Solórzano concluía los lances antológicos con un recorte señorial… ¡Admirable conjunción aquella! El toro, prototipo de bravura y buen estilo y el torero, dechado de calidad y de arte. Y si ‘Pinocho’ aportó nuevos lauros a la triunfadora vacada del Ing. Mariano Ramírez, Chucho por su parte, ilustró con nuevas hazañas los blasones de la afamada dinastía moreliana... A la elegancia, al aplomo y al buen gusto para realizar las suertes añádase la variedad, que no parecía sino que, al torear de muleta, Solórzano tenía por norte el poema de Gerardo Diego ‘Oda a la Diversidad del Toreo’. En esta forma, en lugar de los trasteos a golpe cantado, asistíamos al gozoso espectáculo de un Solórzano que, sin desviarse de la norma clásica, con los naturales cadenciosos, apretados, de genuina estirpe rondeña; y al lado de los derechazos pausados, ceñidos, la mano baja y la pierna contraria al frente, intercalaba los de trinchera, los firmazos, el afarolado y los molinetes, de los que hubo uno, girando lentamente ante la propia cara del burel, que hubiese firmado Belmonte. Filigranas éstas de la mejor calidad y del gusto más exquisito que, lejos de restarle hondura a la faena – ¡A la gran faena! – le infundieron mayor brillantez a la manera que una rica pedrería embellece una joya forjada con oro de la mejor ley… A un tiempo, sepultó Chucho todo el acero ligeramente trasero. Rehusábase ‘Pinocho’ a doblar y para conseguirlo, su matador apeló a un recurso de vieja ejecutoria: Extrajo la espada y, corriéndola hasta el cerviguillo, descabelló al segundo intento, a cambio de verse achuchado y sufrir un varetazo. Ovación estruendosa. Las dos orejas y el rabo de ‘Pinocho’, el nobilísimo ejemplar para cuyos despojos ordenóse, con toda justificación, el arrastre lento… Y con los apéndices y la doble vuelta al ruedo, Chucho Solórzano recibió de nuevo la pleitesía de un público, que una vez más, supo rendirse ante la manifestación de la más noble expresión de la fiesta: La del toreo – arte…
Momento durante la bendición de la nueva plaza |
Así pues, con esta actuación del hijo del Rey del Temple, se precisaron dos importantes efemérides de la recién inaugurada plaza Monumental Aguascalientes: las del primer rabo otorgado en su albero y el primer toro premiado con el arrastre lento, el nobilísimo Pinocho del ingeniero Mariano Ramírez.
De esta segunda corrida de inauguración, la crónica de don Jesús nos recuerda también un extraordinario par de banderillas de poder a poder que Antonio Lomelín puso a Romancero, segundo de la tarde y por supuesto, las dos fulminantes estocadas con las que liquidó a los toros que le salieron por la puerta de toriles.
En cuanto a la actuación de Manolo Arruza, destaca también su actuación en el segundo tercio ante el sexto, Platero y el tesón exhibido toda la tarde, a despecho del viento y del frío que dice la relación del festejo en su final: habían ahuyentado a la concurrencia, que apenas bastó para ocupar la mitad de los vastos graderíos…
La historia de las plazas de toros se transforma siempre en leyenda a partir de triunfos, fracasos y tragedias. Este fue el primer paso de una andadura que en este día llega ya a su cuarta década.
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