En el año de 1936 España iniciaba una Guerra Civil, que como todas las de su género, me parece que tuvo un absurdo substrato. En ese mismo calendario se rompieron las relaciones entre las torerías de México y de la Península, por causas de origen más político que taurino. En ese entorno se encontraba Domingo González Mateos Dominguín, empresario, apoderado y padre de toreros en agraz. Siendo junto con Eduardo Margeli accionista de la empresa que tenía a su cargo los asuntos de la Plaza de el Toreo de la Condesa – El Toreo de México S.A. –, su permanencia en el coso más grande de México se veía comprometida, pero también en su tierra estaba en aprietos, pues por causa de la Guerra la actividad taurina se paralizaría prácticamente y en esas condiciones, había que buscar en dónde sacar adelante el quehacer familiar.
Pepe Dominguín, en Mi Gente, lo cuenta de la siguiente manera:
Desembarcamos en Veracruz. Allí, un propio del coronel Escalante nos esperaba para hacer el viaje a México D.F., en tren… El panorama era malo. La propiedad de la plaza había sido nacionalizada, y mi padre tuvo que malvender sus acciones por lo que le quisieron dar, y gracias. De todas formas, con el dinero conseguido, parte del cual nos dieron en joyas, tendríamos para vivir unos meses…
Creo que el punto de vista de Pepe Dominguín tiene que ser aclarado. La propiedad de El Toreo no fue nacionalizada – eso sucedería años después, a la muerte de Maximino Ávila Camacho –. Su socio Eduardo Margeli había sido asesinado unos meses antes y en esas condiciones, los sucesores de éste enajenaron sus derechos sobre el coso a una nueva sociedad. La ruptura de los estamentos taurinos de ambos países hacía insostenible, por ese momento, la presencia de cualquier español en la empresa de la principal plaza de México, motivo por el que, lo más razonable resultaba, en ese espacio de tiempo, liquidar sus negocios en ella y dedicar el producto a otra cosa. También hay que aclarar que el pago que Dominguín recibió no fue el total, porque los hechos que dan pábulo a esto que les cuento, vendrían al final a cerrar la cuenta del asunto.
El primer sueño
En esos meses de 1936 en que los Dominguín vivieron en la calle Tuxpan de la capital mexicana, Domingo González comenzó a fraguar el futuro de su familia. Los toros en España estaban fuera de toda cuestión, así que de ver a sus chicos torear en los tentaderos a los que acudía con los toreros que apoderaba o en festivales privados, le surge la idea de que podrían hacerlo profesionalmente. Es aquí en México, en las ganaderías de Piedras Negras y La Laguna donde parece definirse su destino. Vuelvo al testimonio de Pepe Dominguín que es en el siguiente sentido:
En la hacienda de don Wiliulfo González, dueño de las ganaderías de Piedras Negras y La Laguna, toreamos unas vacas en un tentadero. Los resultados fueron buenos y mi padre pensó en lanzarnos a torear en público, pero otra vez el odioso pleito entre toreros españoles y mexicanos lo hizo imposible, por más gestiones que a altos niveles se hicieron, viendo así desparecer otra posibilidad de ganar algún dinero para casa… Imposibilitados para nuestro quehacer, pensó mi padre en el regreso a España. Habían transcurrido nueve meses desde nuestra llegada y el panorama no estaba ni medianamente claro…Después de unos meses de permanencia en una casa situada a un lado de la playa de San Pedro en Estoril… nos mudamos a la capital, a Lisboa… Un día, terminadas las clases, nos reunió a Domingo (dieciséis años), Luis Miguel (diez años) y a mí (catorce años) en su despacho y seriamente nos trasladó la proposición que le habían hecho. Él sabía que aquel primer paso de torear en público, podía significar el comienzo de una vida profesional que hasta entonces en nosotros no había pasado de ser un diversión sin más trascendencia… Casi al unísono, juntándose sus últimas palabras con las primeras nuestras, dijimos: ‘¡Adelante! ¡Queremos torear! ¡Yo sí! ¡Yo también! ¡Y yo!...
El sueño de Dominguín de verse perpetuado en los ruedos y de tener en sus manos el futuro de una dinastía de toreros estaba a punto de iniciar su vuelta a la realidad. En México se decide el destino y en Portugal y América del Sur se dan los escenarios en los que se inicia el camino de una de las sagas toreras más importantes de la historia.
5 toros de Coquilla
Decía al inicio de todo esto, que pese a las licencias literarias de Pepe Dominguín, el trato que se le dio a su padre aquí en 1936 no fue tan malo. Tanto así, que al año siguiente vuelve con toda su familia y al menos 5 encierros españoles con la finalidad de lidiarlos en México. Su amistad con Armillita – torero al que apoderó en España y de quien fue entrañable amigo – y el afecto y sociedad de negocios que tenía en esta última etapa con el coronel Manuel Escalante – su compadre – le permitieron organizar en El Toreo algunos festejos que le facilitaron el cerrar sus cuentas en lo referente a ese escenario y a sus negocios taurinos en México, al menos por esos tiempos.
Esta es la versión de Pepe Dominguín:
Mi padre, inquieto, aventurero nato, lleva a cabo, en aquellas fechas, algo casi irrealizable. Logra sacar de España toros sementales bravos para México y entre ellos alguna vaca de vientre… La mercancía que lleva es muy codiciada. Escasea la sangre brava nueva que de vigor y raza a la que allí existe, venida a menos porque los climas y el hábitat merman al cabo del tiempo esa fiereza del toro ibérico, único, bello y rebelde… A mi padre no le perdonan su afán de lucha, de gladiador de la vida, que, continuamente, le lleva a estar en la brecha con un nuevo y original negocio… Y llegan sus envidiosos enemigos a conseguir que se le aplique un famoso artículo, llamado el 33, que viene a ser algo así como la expulsión de los extranjeros no gratos. Y se lo aplican. Pero antes de que lo detengan y se den el gustazo de vejarle, él se embarca en Veracruz, vestido de vieja turista ‘gorda, rubicunda y miope’. Así sale y deja en México montones de amigos y a unos cuantos que en la orilla ven cómo Dominguín les despide detrás de las gafas y de la peluca rubia ‘sonriente y bobalicona’, mientras abraza con gran firmeza un gran bolso donde van los dólares…
Refuto de nueva cuenta al autor de Mi Gente. La sangre de Saltillo importada por las familias González y Llaguno y la de Parladé – Campos Varela que trajo la familia Madrazo en ninguna forma estaba mermada. El manejo en las casas matrices de Piedras Negras y San Mateo tendían a crear un toro que, si bien era predominantemente de origen Saltillo, tendía ya a ser de un encaste propio creado por esos ganaderos mexicanos – sin dejar de mantener, hasta hoy una base saltilla pura – y en lo que refiere a lo de los señores Madrazo en La Punta, mantuvieron en pureza esa sangre – en la dehesa y en las plazas – hasta que por los avatares de lo que resultó ser una desastrosa reforma agraria, su ganadería se extinguió prácticamente a mediados de los años setenta.
La realidad es que Dominguín traía de España cinco encierros; de Antonio Pérez de San Fernando, Graciliano Pérez Tabernero, María Montalvo, Rafael Lamamié de Clairac y Sánchez Fabrés hermanos antes Coquilla y entre esos encierros venían una decena de vacas de esta última ganadería, según resulta de la historia de un par de vacadas mexicanas, que ligada con lo que Pepe Dominguín nos narra, adquiere consistencia al menos en ese aspecto y como veremos, esos toros no estaban destinados, en principio, a servir de simiente a ganaderías mexicanas, sino a morir en la plaza.
La corrida de Coquilla no llegó a la plaza completa. Para el domingo 20 de marzo de 1938, haciendo empresa Dominguín y Escalante – así lo reza el programa que anuncia el festejo –, en el viejo Toreo de la Condesa se anunciaron 2 toros de San Diego de los Padres para el caballero portugués Simao da Veiga y para la terna formada por Armillita, Alberto Balderas y Lorenzo Garza, 5 de Coquilla, con divisa amarillo y verde y uno de Graciliano Pérez Tabernero, con divisa celeste, rosa y caña.
Los toros de Coquilla fueron quizás los más atractivos de los encierros españoles lidiados en esas calendas, pues en la prensa se les publicitaba como los sanmateos españoles y también en algún medio de difusión se hizo la precisión que los toros eran de los señores Sánchez Fabrés hermanos, antes Coquilla. Este encierro, como todos los demás ganados importados en esa ocasión por Dominguín se repusieron del viaje en la Hacienda de los Morales, propiedad entonces de don Carlos Cuevas Lascuráin, él mismo, ganadero de reses de lidia. Hasta los potreros de Los Morales acudió, el maestro Carlos Ruano Llopis a pintar el encierro en el campo, utilizándose en las entradas a la plaza como alegoría, la fotografía del pintor en plena faena artística, tras del cercado. Luego, captó la atención el toro Lobito, que pronto hizo buenas migas con Enrique Cosío Charifas, el encargado de acercarles el pienso y el agua en los corrales de la plaza y se publicaron fotografías de ambos en franca convivencia amistosa.
Aunque el aspecto más interesante de todo el cartel era el hecho de que Alberto Balderas toreara para la empresa de Dominguín. En 1934 El Torero de México entró en una guerra mediática con Domingo Ortega y con Dominguín a causa de lo que se dice fue un boicot, de estos dos últimos, hacia Balderas, que públicamente retó a Ortega a torear mano a mano con él y cuando el de Bórox recogió el guante, Alberto siguió aumentando condiciones a su reto inicial, lo que al final dejó a la afición sin la posibilidad de verles en el ruedo. Precisamente una de las condiciones extraordinaria era que la empresa que diera la corrida en El Toreo, no fuera la allí constituida, es decir la de Margeli y Dominguín – El Toreo de México S.A. – sino otra de capital enteramente mexicano, de allí que llamara la atención que Alberto Balderas estuviera anunciado en este singular festejo.
El día de mañana concluiré con estos apuntes.
Amigo Xavier, más que interesante. Espero impaciente la segunda parte... El miercóles pasado vi en los pasillos de la casa de Pedro Llen una foto de esos cinco toros de los Sanchez Fabres que se lidiaron, faltaba "Tapabocas".
ResponderEliminarUn saludo desde el Campo Charro
Amigo Xavier, que pena me hubiera gustado poder leer la segunda parte, tendremos paciencia a verlo mañana. Un fuerte saludo de Mariano Cifuentes.
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