jueves, 23 de mayo de 2019

Democracia en el ruedo

Nota Aclaratoria: Hace casi tres años que tengo abandonada esta bitácora. Pero los hechos sucedidos hace unos días en el tendido de la plaza de Las Ventas a propósito de la actuación del Presidente Gonzalo de Villa Parro, me hacen retomar este texto que escribí hace casi nueve años y que se publicó con el mismo título en el año 2010 como un capítulo del libro titulado Arte, Realidad y Ficción, una apreciación social, aquí en Aguascalientes. Espero que sirva para entender la posición que guardamos como espectadores en los espectáculos taurinos y que me sirva a mí, para de una vez por todas, retomar estos apuntes.

Durante mi primera juventud leí en algún lugar que las plazas de toros eran los escenarios más democráticos que existen, más que nada, porque los ocupantes de un espacio en sus tendidos, dada su disposición más o menos circular, tienen un punto de vista equidistante de lo que sucede en el ruedo. En ese tiempo no entendí a cabalidad la expresión – cuyo autor no recuerdo – pero hoy comprendo que la posibilidad de apreciar en la vida una misma situación desde una perspectiva igualitaria, genera una posibilidad de quizás, resolver con menos sobresaltos los problemas que ésta nos presenta.

Los orígenes de la fiesta
  
Aunque hoy la fiesta de los toros tiene una dirección y un entorno netamente popular, se origina como un ejercicio bélico, temporalmente nacido durante las guerras de la Reconquista Española. José Alameda, uno de los que postulan esta particular teoría del origen del toreo lo explica de la siguiente manera:
Estaba sencillamente, en el baño de La Cava, según le llamaría un francés al baño de Florinda y la torre que veía junto a mí era la torre del Rey Don Rodrigo. Desde aquella ventana, Rodrigo, oculto tras de una cortina, espiaba a las jóvenes en el baño y vio a la bella Florinda medirse la pierna y la de sus compañeras para ver quien la tenía más redonda y mejor formada. ¡Ved en lo que se fundan los grandes acontecimientos! Si Florinda hubiese tenido la pantorrilla poco formada y la rodilla fea, los árabes no hubiesen ido a España. Desgraciadamente, Florinda tenía el pie pequeño, los tobillos finos y la pierna más blanca y mejor formada del mundo. Rodrigo se enamoró de la bañista imprudente y la sedujo. El Conde Julián, padre de Florinda, furioso por aquél ultraje, traicionó a su país para vengarse y llamó a los moros en su ayuda. Rodrigo perdió aquella famosa batalla de que se habla en los romanceros… Fue una idea absurda la de colocar un baño delante de la torre de un Rey joven. (ALAMEDA, José. La Pantorrilla de Florinda  y el Origen Bélico del Toreo. Ed. Diana. 1ª Edición. México, 1980. Págs. 32 – 33).
Esa invasión de Europa por los árabes, motivada por una indiscreción duraría algo más de siete siglos, mismos en los cuales, se produciría una serie de guerras, que los especialistas de hoy calificarían como de baja intensidad y en las que había muchos tiempos muertos.

A partir de esa idea es que el ya nombrado Alameda ofrece como origen del toreo a partir de la utilización del toro y del caballo para el entrenamiento de la guerra de la siguiente forma:
Esta guerra de ocho siglos, larguísima guerra, tiene también grandes treguas y durante las treguas, los guerreros de uno y otro bando se entrenan en grandes torneos a caballo, a veces incluso, confraternizando provisionalmente para matarse mejor después. La caballería es el arma fundamental, a la que hay que mantener a punto ‘en condición’ como decimos en el lenguaje deportivo de hoy, y para que el entrenamiento sea eficaz, para que se asemeje a la guerra, allí está el toro. Nacen así, por el espíritu de guerra, por el clima y las necesidades de la guerra, los grandes torneos de alanceamiento de toros.
La intención bélica está patente porque no se emplea instrumento ‘taurino’ (como el rejón, que vendrá después) sino un instrumento de guerra, la lanza…
El hecho de la guerra es determinante. El toreo se produce en España y no en otra parte, porque España es el único país que vive en guerra. El origen no está en el bravío carácter español, ni en el fastuoso carácter musulmán, sino en el hecho de la guerra…
Expulsados los moros, termina el largo drama de la reconquista, que deja, como tantas veces antes y después, en el bravío suelo de Iberia la estela de un recuerdo poblado de cadáveres, de sombras. Pero quedan dos muertos en pie: la aristocracia y la caballería. Dos piezas de un centauro que corre todavía más ligero que el río, pero cuyo manantial ya está cegado…
¿Que puede hacerse cuando, sin haber ya guerra, hay todavía aristocracia, hay caballería y hay un toro? Se hace lo de siempre en las épocas de decadencia: un remedo de lo anterior, más refinado, pero ya vacío… Lo que antaño era lanzada contra el moro, es ahora quebrar de rejoncillos contra el toro y estocadas a los galanes audaces… (ALAMEDA, José Op. Cit., Págs. 21 a 23)
Como vemos, el toreo como ejercicio de jinetes, nace justo al tiempo de las guerras de reconquista española y es preciso señalar una cuestión, nace como ejercicio de la aristocracia, que era la que tenía los caballos y la que se encargaba de proteger los territorios de la Corona Española. La presencia del pueblo se dará en este tiempo de manera marginal, solo en soporte o apoyo de los caballeros, en cuyo auxilio vendrían cuando quedaban comprometidos o a merced de los astados.

El cambio de poderes

Alameda hace un señalamiento importante en su postulado, al final de la guerra quedan la aristocracia y la caballería, pero ya no hay una razón de fondo para practicar esos ejercicios de jinetes. Por otra parte, como lo dijera Von Ihering, muchos mañanas han quedado asegurados, entonces, los que se arriesgaron ante los moros o ante los toros, pueden dedicarse a otras cuestiones que entrañan menos peligro.

Es allí cuando abandonan la escena como principales los toreros de a caballo y aquellos que en principio eran solo auxiliadores o chulos de a pie, toman las riendas de lo que se transforma en espectáculo; deja el campo abierto para trasladarse a los centros de población y presentarse primero, en las plazas públicas de las poblaciones y después, en escenarios diseñados específicamente para el efecto.

Cuando las fiestas de toros se urbanizan, se democratizan. Ya no se puede dejar al azar el comportamiento de los toros y de los hombres. La autoridad toma providencias al respecto y es así que se previene evitar las averías causadas por las reses cerriles que eran conducidas a las zonas urbanas y una segunda, consistente en el hecho de que los juegos de toros tenían que celebrarse en lugares especialmente preparados para ello, a fin de evitar que durante la lidia se produjeran desaguisados.

Esas dos razones, entre otras varias, motivaron que los cabildos y las diferentes autoridades forales emitieran disposiciones dedicadas a regular la manera y el lugar en el cual se podían correr toros bravos, como el que enseguida cito, correspondientes a la localidad de Zamora, del siglo XIII, fechado en el año de 1270:
Defendemos que ninguno sea osado de correr toro ni vaca brava en el cuerpo de la villa, sino en aquél lugar que fue puesto que dicen Sancta Altana; y allí cierren bien, para que no salga a hacer daño. Y si por ventura saliere, mátenlo para que no haga daño. Y aquél que esto contraviniere, pague C maravedíes de la moneda mayor corriente en la tierra, la mitad para los muros de la villa y la otra mitad para los jueces y para enmendar el daño que el animal hiciere. (BADORREY MARTÍN, Beatriz, Primeras disposiciones jurídicas sobre las fiestas de toros. – En La Fiesta de los Toros ante el Derecho. – Unión Taurina de Abonados de España, 1ª Edición, Madrid, 2002, Pág. 21.)
En los aspectos propios de la lidia, se atribuye a Francisco Montes, Paquiro el ser el primer legislador de la fiesta, pero también José Delgado, Pepe – Illo aportó lo suyo a este asunto y tiene que ver en mucho con el comportamiento de los públicos en las plazas. En su expresión, Pepe – Illo distingue el comportamiento de las personas consideradas bien nacidas con el de aquellas que se considera que no lo son, la referencia que hace es la siguiente: 
La indiscreta e inmoderada conducta que el pueblo bajo observa en las  funciones de toros, influye conocidamente en el poco acierto de los toreros, contra los cuales dirigen sus obscenas y torpes palabras, su estrepitoso ruido de voces, palos y cuantos excesos y descomposturas inspira solo la embriaguez. (SAVATER, Fernando. – Caracterización del espectador taurino en Arte y Tauromaquia, Universidad Internacional Menéndez Pelayo. – Ediciones Turner, 1ª edición, Madrid, 1983, Pág. 111).
Acerca de esta proposición de Pepe – Illo, diestro que muriera el 11 de mayo de 1801, en la plaza de Madrid, a consecuencia de la cornada que en el pecho le infiriera el toro Barbudo de Peñaranda de Bracamonte, el filósofo Fernando Savater hace las siguientes reflexiones:
El autor de la tauromaquia invoca a la autoridad para que mantenga el orden de las plazas, es decir, para que los espectadores tiendan a interiorizar su embriaguez y no distraigan al toro y al torero de la suya.
Las recomendaciones de Pepe Illo que venimos comentando no responde tanto a un deseo policial de la ley y orden de la plaza, como al más comprensible de proteger al torero.
Pensemos en que la tauromaquia es el conjunto de las reglas que pretende imponer un torero a las funciones de toros: Por el más elemental instinto de conservación, tiene que intentar en ellos controlar por medio del apoyo de la autoridad competente el asalto del peligroso entusiasmo como la temible decepción a que se expone. (SAVATER, Fernando, Op. Cit., Págs. 114 a 118).
De lo comentado hasta aquí, podemos ver que los primeros pasos que se dan para regular los festejos taurinos, son aquellos que tienden a la conservación de la tranquilidad pública, sea mediante la imposición de normativas o sea mediante la contratación con el responsable de la organizar los festejos de que se trate.

No obstante, se mantiene una distinción entre aquellos que pertenecen al pueblo y aquellos que, por su cuna, parecieran merecer una consideración especial, distinta a la de la generalidad de la población. Distinción que al paso del tiempo, desaparecerá en los tendidos de las plazas de toros.

Democracia y toros

Al avanzar en su desarrollo la tauromaquia como hoy la concebimos, las diferencias entre los ocupantes de una localidad en los tendidos de una plaza se van borrando. Ya no se trata de encontrar una localización especial para unos y otros, sino de obtener la posibilidad de disfrutar el goce que produce la presencia del toro, como lo pedía Ortega y Gasset, con casta, poder y pies y el torero que crea arte con él.

Los nuevos circos taurinos, circulares en su mayoría, otorgan una nueva posibilidad en la apreciación que era la que comentaba al principio. En cualquier punto determinado de la circunferencia, hay una relación equidistante al lugar en el que los hechos se suceden en la arena. Las posiciones cambian, las perspectivas también y los privilegios se borran, dejando atrás la posibilidad de que solo unos cuantos puedan tener la oportunidad de apreciar en su integridad la creación del diestro. La circunferencia democratiza la tauromaquia.

Posteriormente se comenzó a premiar la labor de los diestros. Primero era el juicio del encargado de presidir el festejo el que determinaba el trofeo, después, se reguló en el sentido de que la premiación sería en orden a la petición de la concurrencia. Algunas plazas, como dice Savater, son más maniáticas y alguacilescas y otras, simplísimas y acomodaticias, pero en todas, es la decisión popular la que motivará la concesión de trofeos.

Sobre este particular escribió Federico Jiménez Losantos:
…El coso venteño es quizás el último del mundo donde se vigila con extremado celo que la lidia se atenga a las ordenanzas y que el toreo se haga como mandan los cánones – aunque en algunos tendidos vendrían bien unos cursillos de derecho canónico –. Madrid es la primera plaza del mundo porque es la más exigente. Otra cosa es que siempre exija con razón y educación, esto es más raro… el otro día el presidente señor Lamarca, hombre de recia personalidad había concedido una oreja a en su primero a Ponce a petición del público – tuve allí la impresión de que muchos creyeron que le había dado las dos – se negó a conceder la oreja de su segundo, aunque el público la pedía en cantidad harto suficiente de pañuelos… El criterio liberal, personal, de mérito y exigencia, primó aquí sobre el criterio democrático y eso me parece un abuso intolerable de la presidencia… Por encima del sagrado derecho a opinar, está en la fiesta, la Ley, o sea, el Reglamento, al que debe servir la autoridad competente y si no lo sirve, deja de ser autoridad… Al negar Lamarca a la mayoría de aficionados venteños su derecho a conceder la primera oreja… lo que ha hecho Lamarca es cargarse precisamente el liberalismo, que exige en las organizaciones modernas – y la fiesta lo es más de lo que parece – un respeto escrupuloso a la base democrática. (JIMÉNEZ LOSANTOS, Federico. Democracia taurina. En ABC, Madrid, 28 de mayo de 1994, Pág. 22).
Como se puede apreciar, el extremo democrático que se vive en la apreciación y sobre todo, en la toma de decisiones dentro de los escenarios taurinos llega casi al extremo del aforismo vox populi, vox dei. Sin embargo, como dijera el personaje de Ibsen en Un enemigo del pueblo, no siempre las mayorías tienen la razón - pero la pueden llegar a tener -, aunque he de convenir en que cada plaza tiene sus propias peculiaridades, que en el fondo, son más fuertes que las de sus ocupantes, que en muchos casos, se han llegado a convertir en el espíritu de ellas.

A guisa de remate

Cito a mi amigo Enrique Martín:
Algo tan trascendental como las orejas, las de los toros, se otorgan de la mejor forma posible, se le da el poder al pueblo soberano y decide. Que bonito, sale un chico, se lía a pegar pases y más pases y sus paisanos tienen la facultad de convertirle en un triunfador, en un héroe, en el ídolo local para las próximas veinticinco fiestas patronales. Pero me van a permitir que proponga una pequeña modificación a un sistema tan perfeccionado a lo largo de los años y que con el paso del tiempo se ha visto reforzado y suficientemente contrastado. Aquel simple flamear de pañuelos ha encontrado su complemento en el griterío. Pañuelos y voces, ¿quién podría sustraerse a semejante embrujo?...
...Pero yo me andaba por presentar mi aportación personal a este modelo secular. De la misma forma que los que piden la oreja agitan pañuelos blancos, digo yo que por qué no nos dan la oportunidad a los que creemos lo contrario, y que por ejemplo sólo tuviéramos que mostrar un pañuelo verde, morado o a cuadros. Que el asesor del usía cuente y una vez hechos públicos los resultados, decidir...
...Pero como los tiempos han cambiado, el modelo democrático debería extenderse a más aspectos de la lidia y así tendríamos un espectáculo a gusto del consumidor y llevaríamos a su máximo esplendor esa ley que dice: el que paga manda. No me parece bien que el cambio de tercio se lo ventilen entre dos personas, el presidente y el matador, ¿y los demás? ¿No decidimos ni pintamos nada? ¿Y por qué el espada de turno puede elegir entre la derecha o la izquierda? ¿Por qué no podemos votar si queremos que el espada ponga banderillas? De esta forma seguro que todos saldríamos mucho más satisfechos de la plaza...
...Puede que así estuviéramos ante una fiesta perfecta, en la que el que paga es el dueño absoluto de este manicomio. Puede que alguien haya reparado en que no he incluido en las decisiones a tomar por sufragio universal la sustitución de los toros, sea en los corrales o ya en el ruedo. Para eso existen profesionales perfectamente capacitados que saben más que nosotros del tipo de toro que gusta en cada plaza. Como muestra los becerros de la novillada, que a algunos nos parecieron eso, becerros, descastados, no aptos para Madrid, pero que seguro que salieron porque a los aficionados se nos escapan matices a los que no podremos llegar en la vida... (Las orejas y el sufragio universal)
Es decir, algunos matices de la participación del aficionado o del asistente a los festejos taurinos pudieran ampliarse. Enrique lo dice en son de broma, criticando lo que se ha hecho con la intervención popular en esa toma de decisiones dejada al asistente a los festejos.

Porque ya no es solamente el hecho de la equidad en la perspectiva la que democratiza la tauromaquia, sino que, como en todo principio de autoridad, hoy, el gobernado tiene también parte fundamental en la toma de las decisiones finales y en la libertad de expresarse.

2 comentarios:

  1. Xavier:
    Solo te puedo mandar un abrazo y agradecerte no solo que te acuerdes de mí, sino que además prestes atención a mis cosas. Pero yo sigo en mis trece, sí a esa democracia taurina, pero sin hacer saltar las normas que le dan una cierta fijeza a la fiesta, para que no degenere según los lugares.

    Un abrazo fuerte

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    1. Don Enrique, creo que coincidirá conmigo, que esa democracia permitiría que la manifestación en el tendido contra el presidente de Villa se llevara a cabo sin sobresaltos y no como ocurrió, con la presencia de la policía, tratando de inhibirla o a lo mejor, hasta de impedirla. Por lo demás, estamos de acuerdo totalmente, hay cosas de esta fiesta ¿nuestra? en las que debe haber reglas fijas, no sujetas ni al arbitrio de la autoridad, ni al de los parroquianos, precisamente para que su desarrollo sea uniforme. Un abrazo.

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