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| Rafael de Paula y Corchero Marisa Florez - El País |
Unos meses después, cuando Antonio Bienvenida decidió despedirse de los toros en la feria de San Francisco que se organizó en la Chata de Vista Alegre, Madrid pudo verle en plenitud, cuando se encontró con Barbudo de Fermín Bohórquez. Allí dejó en claro que Rafael de Paula no era solamente un mito, sino que era un torero que había que tener en cuenta y al que había que dar espacio más allá de los confines de su tierra.
Después de esa sonada tarde, volvería a Las Ventas, pero sin suerte. El público de Madrid se quedaría esperando casi tres lustros para verle de nuevo pleno, volcado en su arte delante de un toro y poniendo los tendidos de cabeza. Pero el día llegaría, y fue una tarde de otoño, y de una manera inesperada.
La Feria de Otoño de 1987
Una de las ofertas que hiciera Manolo Chopera en su plica al concursar por el manejo de la plaza de Las Ventas, fue la de dar una nueva estructura e importancia a la Feria de Otoño, que es la que viene a marcar prácticamente el cierre de la temporada madrileña. Para el calendario de 1987, se compondría de cuatro festejos, una novillada, a celebrarse el 25 de septiembre, un mano a mano entre Miguel Báez Litri y Rafael Camino ante novillos de Felipe Bartolomé, festejo en el que se despedirían de la novillería, puesto que al día siguiente recibirían la alternativa en el coliseo de Nimes; y, tres corridas de toros, los días 26, 27 y 28 de septiembre, esta última, anunciada con toros de don Joaquín Buendía para José Mari Manzanares, Julio Robles y José Ortega Cano.
Habrá que señalar que a los cuatro festejos asistió, presenciándolos desde el palco real, doña María de las Mercedes, Condesa de Barcelona y madre del entonces Rey de España, don Juan Carlos de Borbón.
Bajo el signo de la sustitución
Ya anunciada la feria, se dio a conocer que Julio Robles no podría comparecer a actuar en ella por tener una lesión y que sería sustituido por Rafael de Paula. Refiere Joaquín Vidal:
Julio Robles, que estaba anunciado en la feria de otoño, de Madrid, tuvo que caerse del cartel como consecuencia de una lesión de abductores, de la que posteriormente fue operado. El empresario Manolo Chopera, contrató a Rafael de Paula para sustituirle. Hubo gente que llamó a Chopera provocador, por ello. Ahora lo tiene por la virgen de Lourdes y ha colocado su foto enmarcada en repujado cuero...
Por su parte, Vicente Zabala Portolés, también refiere sobre este particular:
Al llegar a la plaza, cuando me dirigía a mi localidad, se me acercaron unos aficionados solicitándome que expresara su protesta en el periódico por haber incluido al torero calé como sustituto de Julio Robles: “Diga usted de una puñetera vez que Chopera es un estafador, que Madrid no merece que nos ponga en la feria de Otoño a un torero que se dejó un toro vivo hace unos meses y que protagonizó en unión de Curro y Antoñete uno de los espectáculos más vergonzosos que hemos presenciado en nuestra vida de aficionados”...
Es decir, la sustitución ofrecida a Rafael de Paula por Chopera no dejó satisfechos a muchos, pero escrito estaba que esa tarde otoñal dejaría para la memoria algo que no era esperado y que no estaba escrito.
El cuarto toro de la corrida, de la ganadería titular se inutilizó en los chiqueros y se tuvo que recurrir al primer sobrero, uno de la ganadería cordobesa de don Francisco Martínez Benavides, muy graciliano. Así como el espada que lo enfrentaría entró a la corrida por la vía de la sustitución, Corchero saldría al ruedo por el mismo camino, dejando clarísimo ya en retrospectiva la afirmación de José Alameda, en el sentido de que, el azar es lo único seguro en el toreo.
Rafael de Paula y Corchero
La mayoría de las opiniones giran en torno a la gran importancia que tuvo la actuación del gitano de Jerez ante el toro de Martínez Benavides, describiendo la belleza y la profundidad de la faena que Rafael de Paula le realizó. Escribió Juan Miguel Núñez para la Agencia EFE, en crónica aparecida en el Diario Palentino:
El toro tenía buen son, pero andaba justo de fuerzas y Paula, tras dos ayudados por alto, comenzó el trasteo de muleta con medios pases por la derecha de los que se desprendía el aroma inconfundible de su personal estilo. Un trincherazo de «cartel» y otra vez los derechazos, cada vez más largos, hondos y pausados, una rara conjunción de exquisiteces. Y el remate de pecho, «quebrándose» toro y torero en un escultórico momento de belleza indescriptible. Más derechazos y el adorno desplantándose. «Las Ventas» era un manicomio de locura taurina, rendido al toreo de Paula, que todavía intentaba subir la faena de grados, pues a pesar de que el toro no tenía recorrido por el pitón izquierdo, quiso probar también por ese lado, y colocándose de frente al animal pegó tres naturales de los que sueñan los toreros. Y en ese momento montó la espada, y se sucedieron los pinchazos y los descabellos, con un Paula lívido y hundido por el tremendo esfuerzo. Tanto que, una vez caído el toro, el torero se sentó en el estribo mientras brotaban las palmas por bulerías... La vuelta al ruedo, después de los dos avisos, fue lenta pero clamorosa, con el público de Madrid extasiado por la emoción del arte y el embrujo que había derramado el gitano sobre la arena...
Por su parte, Joaquín Vidal, en su tribuna del diario El País, dejó escritas entre otras cosas, lo siguiente:
Pero en la interpretación genial del diestro gitano no surgían de los propios cánones de la tauromaquia sino de otro orden, desconocido, que las convertía en nuevas, y cada pase que desgranaba era una creación exclusiva del arte de torear. Qué decir del público, mientras tanto. El público ya se había puesto en pie a los primeros compases, aplaudía, braceaba, gritaba, y cuando parecía que había agotado su capacidad de asombro, el torero le sorprendía con nuevas creaciones, que escalivaban las ascuas de aquella obra ardiente... Y la faena seguía. A la majeza de los naturales hondos sucedían tandas de frente, “trayéndoselo toreado”, “rematando detrás de la cadera”, “echándose el toro por delante en los pases de pecho”, que sí, que es cierto; y, siéndolo, daba lo mismo esa u otra técnica, pues la resultante era una explosión estética imposible de medir. Una conmoción había invadido al diestro genial, que pinchó malamente, descabellaba peor – al público le traía sin cuidado: tenía el paladar saturado de aromas –, y se marchó a tablas, demudado, trastabillando por entre una nube de ensoñaciones. Debía de estar en otro mundo. Dobló el toro y Paula no pudo sino sentarse encima y acariciarle los lomos. Qué pasaría entonces por la mente del torero, aun flotando en lejana galaxia. Dio la vuelta al ruedo entre clamores, continuó la corrida, y el público no cesaba de tocarle palmas por bulerías.
Vicente Zabala: consejos doy, que para mí no tengo
Pero no a todos se podía dar gusto. Ya en otra parte de esta bitácora había dejado anotado que el día tarde la confirmación de El Paula, Vicente Zabala Portolés dejó escrito que tuvo ambiente de película de Estrellita Castro; como también en su día escribió comparando la actuación de Ángela Hernández y la de las demás toreras de su dia, con la de la mujer barbuda, o en su oportunidad, y en todos las tribunas que tuvo en otro sentido, exigiendo respeto a los toreros cuando el recalcitrante siete, exigía lo que a él le parecía de más.
Pues bien, esa tarde, dijo don Vicente, Rafael de Paula convirtió a Las Ventas en un inmenso tablao flamenco. Y es que, a su juicio, nada le salió a derechas. Desde la canallada – dice su crónica – de Chopera, de ponerlo a sustituir a Julio Robles, hasta el final de su actuación, nada le pareció al entonces cronista del ABC madrileño:
Desde tiempos de El Cordobés no contemplamos un caso, tan especialísimo, de histeria colectiva. Y ese mérito no se lo puede quitar nadie a Rafael de Paula. Y nadie, absolutamente nadie, le puede negar al singular torero jerezano su permanencia en el tiempo sin haber cortado una sola oreja en Madrid después de veintisiete años de matador de toros. Las cosas no se producen por casualidad. Rafael no se ha montado ninguna campaña especial de publicidad. No jalea sus salidas en hombros por las puertas grandes de las principales plazas, porque no las atraviesa como no sea de espectador. Sin embargo, cuando compone la postura para citar, ya hay un run - run, una expectación que nos asombra. Todos pendientes de si coincide la velocidad del toro con el movimiento del capote del torero, que erige la figura para acompañar el viaje del animal... Luego vendría la faena del entusiasmo, que abrió con unos ayudados por alto sin acoplamiento. Le salió hermoso uno de la firma. Y a continuación toda una sucesión de posturas. El cuerpo del torero se cimbreaba. Sacaba el pecho, la muleta alta, el mentón, eso sí, en su sitio, hundido en el pecho, que salía hacia fuera, como el de los pichones, para instrumentar una suerte, separarse, volverse a colocar y hacer lo mismo una y otra vez. En esta ocasión no hubo enganchones. La buena clase del Urquijo – Murube de Martínez Benavides le permitió vivir su sueño dorado de poder hacer en Madrid lo que tanto se le ha jaleado en su maravilloso rincón andaluz. Y después de hartarse de instrumentar pases de espejo, sin relación los unos con los otros, porque no sabe ligar, se echó la muleta a la izquierda para torear con entrega en los cites, más sin enlazar las suertes, el “unipase”. Daba igual. Los olés se producían antes de que se consumaran las suertes. Bastaba ver al torero compuesto y dispuesto, ¡casi un milagro! Cómo sería la cosa, que el bueno de Rafael se mareó al rematar un muletazo... Los “ogros de Madrid”, tata – tatá, tata – tatá, dale a las palmas por bulerías... de Las Ventas. Gritos de ¡torero! ¡torero! Un aficionado sensato – y asombrado – me decía que la cosa iba para darse tono de aficionados de “bouquet”, otros que para azotarle a otro torero – muy odiado – de la terna. En esto va el toro y dobla antes de sonar el tercer aviso. Y va el Paula y se sienta encima del cadáver de su enemigo. ¡Dios mío! Nos frotamos los ojos cuando se renuevan los gritos de ¡torero! ¡torero! A continuación, Paula, como flotando, acaricia el cuerpo sin vida del bravo animal de Benavides. Seguidamente suma con generosidad su aplauso al del público en el arrastre. Y ya con el éxito en el bote, pese a “todo” lo que había sucedido allí, da la vuelta al ruedo en medio de un clamor casi general. Si un día España se acostó monárquica para amanecer republicana, la “plaza de Madrid”, que veinticuatro horas antes había visto como se torea con la mano baja a un toro con agallas, se había convertido a un paulismo de “tablao” que, ahora, el Tito de San Bernardo debe aprovechar al máximo y explotar la próxima temporada, poniendo el dinero que merece un torero que es capaz de formar la que ha formado en Madrid con estilo que a mí me parece afectado, muy lejos de la naturalidad y del verdadero arte de torear... Yo no había visto en mi vida, en las casi cuatro mil corridas que he presenciado, una respuesta semejante a una actuación que concluyó en avisos y puñaladas, pero, a pesar de ello, con un triunfo de despedida, pretendía marcharse humildemente por el callejón...
Duro, despreciativo el juicio que hace Zabala de una actuación que es mítica y que es recordada como una de las tardes más importantes ocurridas en Madrid en la segunda mitad del siglo XX. Ya había establecido su postura en torno al torero desde casi dos décadas antes, cuando se presentara a confirmar su alternativa y no sería ese el momento de rectificarla. Y ya no la rectificaría, el respeto que siempre exigió para otros muy determinados, no lo tuvo nunca hacia Rafael de Paula.
Como podemos ver, el hacer de Rafael de Paula ante los toros generó opiniones encontradas, pero las más siempre se encaminaron por considerarlo uno de los grandes artistas de su tiempo. Es por eso que a algo más de 38 años de distancia de esta gran tarde y en las cercanías del óbito del torero de Jerez, recuerdo esta, su gran obra en la plaza de Las Ventas.







