El reciente fallecimiento de Manuel Capetillo ha vuelto a traer a la mesa de la discusión el lugar de este torero y sus compañeros de época, Los Tres Mosqueteros, dentro de la Historia del Toreo en México. Hace un par de días escuché al Maestro Jesús Córdoba – el último Mosquetero que sobrevive y que sea por muchos años – afirmar en una entrevista, que ellos fueron la etapa final de la Edad de Oro del toreo mexicano.
Respeto el punto de vista del Joven Maestro, pero creo que Los Tres Mosqueteros representan por derecho una etapa propia, con un significado distinto al de quienes hace una miajita más que seis décadas, les entregaron la estafeta de las cosas de los toros en este País, una edad nueva, con brillo propio, la que a mi juicio, bien puede considerarse, la Edad de Plata del Toreo en México.
Algunos antecedentes
El mediodía del siglo veinte nos alcanza en lo que pudiéramos llamar el epílogo de la Edad de Oro. Es el tiempo en el que lucen Armillita con Clarinero, Silverio con Tanguito, El Soldado con Rayito y Arruza con Cordobés; cuando Gregorio derrocha su natural elegancia, Fermín el de San Luis su pundonor, Calesero su poesía y vive un esplendoroso ocaso El Rey del Temple.
Toman la alternativa Luis Procuna, Luciano Contreras, Luis Briones y Antonio Velázquez y tiene su hora dorada Rafael Osorno. La otra muerte del ruedo se encuentra con Alberto Balderas, Félix Guzmán, Eduardo Liceaga y Carnicerito de México y también vio el final de sus días de albergar a los hombres vestidos de dioses, El Toreo de la Condesa, cediendo su lugar a la Plaza México, publicitada desde entonces como la más grande y cómoda del mundo.
En cuanto terminó la serie de corridas con las que se celebraron los fastos de la apertura de la Plaza México, se comenzó con la organización de festejos menores y entre el 26 de mayo y el 3 de noviembre de 1946, se dieron cuarenta novilladas, mismas en las que con luz propia, brillaron dos toreros de estilo contrastante y que anunciaron la buena nueva que representaría para la afición el inicio de una nueva era para la fiesta en nuestro país.
El primero en aparecer fue un diestro de maneras exquisitas, de aroma profundo y penetrante, que motivó que José Alameda lo motejara como El Torero de Canela. Fernando López Vázquez se presentó en el mayor coso del planeta el 30 de agosto del año de la inauguración, dejando constancia de que su toreo es tesoro caro. El otro torero que preconizó lo que estaba por venir fue uno de sino trágico. Laurentino José López Rodríguez Joselillo llega a la plaza México el 25 de agosto de 1946 y muere el 14 de octubre de 1947, apenas dieciséis días después de haber recibido en el mismo ruedo, la cornada de Ovaciones de Santín.
Estos dos toreros, Joselillo y El de Canela, representan los albores de una nueva era. No cuajaron en las figuras que prometían ser, pero demostraron en primer término, que aún sin Manolete, la Plaza México podía ser llenada y en segundo lugar, que habrían de llegar los diestros que ocuparan el sitio que ocupaban desde hacía algunas décadas, las figuras de la Edad de Oro.
La Edad de Plata del Toreo en México
Tras de las vísperas que representaron Joselillo y Fernando López, la temporada novilleril de 1948 significa el momento en el cual se fragua el relevo generacional de la fiesta en México.
En primer lugar, la generación del 48 nos da a Los Tres Mosqueteros en las figuras de Rafael Rodríguez, Manuel Capetillo y Jesús Córdoba, tres toreros que trascendieron a su tiempo y que aún en este nuevo siglo, continúan siendo el marco de referencia para calibrar la importancia del paso de un torero en ascenso.
La historia nos enseña que estos tres toreros demostraron la viabilidad del proyecto monumental que representaba la Plaza México y también la posibilidad de llevar en sus nombres la responsabilidad de una fiesta que con brillantez construyeron Armillita, Garza, Silverio, El Soldado y otros grandes constructores de la fiesta en México posterior a 1936.
Los Tres Mosqueteros, antes de finalizar el calendario correspondiente a ese 1948, el año de su aparición en el firmamento taurino, recibieron la alternativa. Fue simbólica la manera en la que se doctoraron El Volcán de Aguascalientes, que recibió los trastos el 19 de diciembre de ese año en la Plaza México de manos de Silverio Pérez; El Mejor Muletero del Mundo en Querétaro, la víspera de la Navidad, llevando a Luis Procuna como padrino y El Joven Maestro, en Celaya al día siguiente mano a mano con Armillita, los padrinos fueron tres de los bastiones de la Edad de Oro, que con los trastos de matar, entregaron también el testigo a quienes habrían de sucederles en la parte estelar de la fiesta mexicana.
Contaba Rafael Rodríguez que cuando el momento de la alternativa llegó, el doctor Alfonso Gaona le preguntó a él y a cada uno de los Mosqueteros de quién esperaría recibir los trastos y cuando recibió las respuestas, no se manifestó sorprendido, pues cada uno de los padrinos, en alguna medida se vería continuado en su ahijado, el sentimiento silverista y su empatía con los tendidos continuaría con El Volcán; el toreo heterodoxo de Procuna sería quintaesenciado por Capetillo y Jesús Córdoba sería el torero que podría con todos los toros, como Fermín, dejando una solución de continuidad entre los toreros de la generación anterior y la nueva.
Con su consolidación como figuras de los ruedos y de su conjugación artística, cualquiera pensaría que esa tríada de figuras del toreo conformaría un grupo homogéneo, que funcionaría a la manera de lo que en los noventa hicieron en España los llamados Tres Tenores, pero la realidad fue diferente. Rafael Rodríguez, Manuel Capetillo y Jesús Córdoba, ya como matadores de alternativa, actuaron juntos solo cinco veces, encabezando cada uno por separado distintos carteles, junto con los toreros de la Edad de Oro que permanecían en activo o con sus compañeros de promoción que también destacaron, dando un aire nuevo y atractivo a la fiesta en México.
Esa es la trascendencia real de Los Tres Mosqueteros y la verdadera producción de la Edad de Plata, la inyección de novedad que dieron a la fiesta mexicana, permitiendo que esta siguiera engrandeciéndose e impulsando otros nombres que a la postre serían históricos, pues al amparo de estos toreros se gesta toda una nueva generación de diestros y se define también un importante cambio en la manera de seleccionar el toro que llegará a las plazas en lo sucesivo.
Para terminar
El cenit del siglo veinte en las cosas de los toros fue luminoso no obstante que en sus albores, la tragedia ensombreciera el panorama taurino en las plazas de Linares, San Roque, Vila Viciosa y en la misma capital mexicana.
La luz en los ruedos surge cuando en 1948 se inicia la transición de la Edad de Oro hacia la de Plata, en la que refulgieron con luz propia aquellos que habrían de suceder a quienes en su momento, escalaron la cúspide de la torería mundial. Esta última afirmación no es arbitraria, tiene su explicación en el boicot declarado por los toreros españoles a los mexicanos, boicot que separó durante casi diez años los caminos de la fiesta en España y México y que permitió que de este lado del Atlántico, se afianzara una concepción del arte de torear, que sin apartarse del canon, apela más al ser interno del espectador que a su capacidad intelectual, es decir, busca la fibra sensible, aquella que se conmueve aún cuando no se comprenda a las claras lo que está sucediendo en el ruedo.
La Edad de Plata del toreo en México es sin duda una de las etapas históricas que merece ser analizada, porque sin su exacta comprensión, no se puede entender lo que sucede ahora, ya iniciado el siglo veintiuno, que es consecuencia lógica e inmediata de lo ocurrido en esa etapa histórica.