domingo, 2 de junio de 2019

Tres ternos de seda blanca

Victoriano La Serna
(Archivo El Mundo)
Hace poco menos de tres años en una conversación que sostuve con el Maestro Jesús Solórzano, me trajo a ella el recuerdo de una tarde en la que su padre, El Rey del Temple, alternó con Cagancho y Victoriano de la Serna en la plaza vieja de Madrid y en la que los tres toreros vistieron de blanco. Me comentaba con emoción lo que su padre le refirió de aquella tarde de los ternos blancos y me pidió que le localizara alguna información acerca de lo sucedido en esas calendas.

Me puse manos a la obra y pude encontrar que se trató de la corrida final del abono madrileño de 1932. Se celebró el día 8 de mayo y en los hechos, se lidió un encierro de Villamarta para los toreros ya nombrados. No fue una tarde de esas en las que se cortaran múltiples despojos, pero sí fue, de acuerdo con la hemerografía, un festejo de esos que dejan huella en la memoria de quienes lo presenciaron y en la Historia del Toreo.

Encontré varias crónicas de escritores importantes, con las que trataré de armar algo que pueda resultar de su interés.

Baile de corrales

Hoy en día son frecuentes los bailes de corrales por la imposibilidad de presentar encierros adecuados a la categoría de una plaza determinada. Hace 87 años quizás no era frecuente verlos, pero tampoco imposible. Estaba originalmente anunciada una corrida de don Juan Manuel Puente – antes Vicente Martínez – pero no superó el reconocimiento veterinario. Para sustituirla, se aprobó una de Villamarta, rechazada el 27 de abril anterior y que permanecía, entiendo, en las dependencias de la plaza.

Don Gregorio Corrochano, a propósito del asunto, en su tribuna del ABC madrileño relata lo siguiente:
Hace unos días que vino la corrida de Villamarta. Ignoramos las razones científicas que aconsejaron rechazarla. El domingo se lidió, es decir, a los pocos días, cuando los toros, en vez de ganar, sufrieron los estragos de los primeros días del cambio, y nada tenemos que oponer a la presentación de la corrida. En esta última de abono había de jugarse la de Juan Manuel Puente y fue cambiada por la de Villamarta. No es fácil, por lo visto, venir con una corrida a Madrid…
Y abunda en el tema Federico Morena, del Heraldo de Madrid, que expone con más amplitud lo sucedido y se atreve a vaticinar lo que vendría después:
Hay cosas inexplicables – decía yo –, y una de ellas es cómo la corrida de Villamarta que rechazaron por falta de trapío los profesores veterinarios en el reconocimiento del miércoles 27 de abril pudo ser aceptada como buena diez días después. Tengo fama de hombre imaginativo y, sin embargo, nunca pude pensar que mejorase tan sorprendentemente una corrida de toros en doscientas cuarenta horas. ¿A qué maravilloso tratamiento fue sometida? ¿Qué mago de la veterinaria obró el portento?...
¡Nada de prodigios! – me respondieron –. Los profesores veterinarios tienen para estas ocasiones un procedimiento muy expeditivo: el de la comparación. Los toros de Villamarta no resistían el parangón, en cuanto a presencia, con los lidiados en corridas anteriores, ni aún con los novillos jugados en las primeras funciones de la temporada.
Exacto – asentí –.
Pero a la vista de las «fieras» que envió para la cuarta de abono D. Juan Manuel Puente, el flamante criador colmenareño, los toros del ex marquesado parecieron a los facultativos «catedrales» y aceptaron la sustitución...
¿Luego la corrida de don Juan Manuel...?
Se lidiará en cuanto llegue una más chica. Acaso el jueves próximo.
¡A lo que hemos llegado, señor director general de Seguridad, en la plaza de Madrid!...
Con esos mimbres se celebró una corrida que resultó al final de cuentas memorable, que ha trascendido a la historia como la corrida de los trajes blancos, en la que el toreo se reafirmó como un arte mayor.

Preliminares

La vestimenta uniforme de los toreros solamente fue advertida por Federico Morena, de la siguiente guisa:
Al hacer el despejo las cuadrillas recibimos la impresión de que íbamos a presenciar cosas extraordinarias. Los tres matadores, como si estuviesen de acuerdo, vestían trajes de tono claro con guarnición de plata. Y es éste un vestido que adoptó Antonio Márquez – otro «estilista»  – para los días de gran solemnidad, cuando salía a la plaza dispuesto a «hacer la estatua»...
Cagancho

Joaquín Rodríguez Ortega, natural de la calle del Evangelista en la Triana de Sevilla, las dio de cal y de arena. Sin embargo, tuvo la ocasión de exhibir la pureza de su toreo con la capa y la manera tan limpia en la que manejaba la espada. De manera aislada, sin duda, pero sin menoscabo de su cartel en la plaza mayor. 

Maximiliano Clavo Corinto y Oro, en la edición del diario La Voz del 9 de mayo de 1932, relata lo siguiente acerca de su actuación:
…en  el  cuarto  toro,  el    Calé   fue   el  torero   de   nuestros   ensueños. A   un   lance    magnífico     con   los  pies  juntos   seguía  otro   encorvado, saliendo   despavorido.  El  bicho  comenzó   a  pelear  con  nervio,  y  un   soberbio  puyazo   de   Catalino   lo   dejó   idealmente   ahormado   para   el   estilo   de   Carancho,   que   al   final   recuperó  todas   las   simpatías   y   todo   el   cartel   de   torero   genial   que  tiene  en  Madrid.  Comenzó  con  tres   muletazos   por   alto   con   una   arrogancia  sugestiva.  A  partir   del  último  pase,   el  público   inició   una   reacción   en  favor   del  gitano,   que   al   verse   animado   por   las   masas   se  confió   y  derrochó  salero,  no  ya  para   regar   la   plaza,   sino   todo   el   pavimento   de   la   calle de Alcalá.  Mezclando   lo   serio   con   lo jocoso, dio  una  serie  de  muletazos  por   la  cara,   cada,  vez  más   estirado,   cada  vez  más  cerca   y  cada  vez  más interesante   en   el  procedimiento y  en  el  ademán.  Cada  pase   arrancaba   una   tempestad   de   aplausos y risas. ¿De   qué   clase  fueron    estos   muletazos    de    la    salerosa     faena    del   “cañí”?   No   lo   sé;   no   los   he  visto   descritos    en   las   nomenclaturas    de   los   libros   taurinos.   Pero  tampoco   en   estas   nomenclaturas  está  escrita  la  gracia   con  que Carancho   jugó    con    este     cuarto  toro. Lo   único   que   yo    recuerdo,   como   conclusión,   es   que  las   risas  formaron   estrépito,  y   las  ovaciones  se  sucedieron  unas  a  otras. El éxito   del   gitano   se   coronó    como    estoqueador,   y   en   este   punto,   la   pinturería   y   la   gracia   dieron   paso  a  la  seriedad,  para  que  hubiera de  todo.  El  caso  es  que  en  los  tres viajes   que   Carancho   hizo   con   la  espada     (dos   medias   altas    y    un  pinchazo)   vimos  un  estilo  de   matador   de  toros  limpio,  por  la   rectitud   en   el  arranque,  por   lo  irreprochablemente   que  jugó  la  muleta   en    los   embroques,   por   la    fe  que   puso   en   buscar    siempre     el    morrillo.  Y   el  rato   de   singularísima   gracia   que  nos   dio   en  la   faena     con   los   tres   momentos    completamente   en  serio  que  nos   ofreció   como   estoqueador,   derivó   todo  en  una   ovación    final…
Y en el Heraldo de Madrid, Federico Morena, la misma fecha, agrega:
…Tengo más en el haber de Joaquín. Dos quites – uno en el segundo y otro en el sexto toro – que fueron un verdadero alarde de bien torear. Las medias verónicas finales, realmente prodigiosas.
En suma: el cartel de Joaquín se ha afianzado mucho con el éxito resonante de Barcelona y su actuación de ayer en Madrid. ¡Hay filón a explotar, señores empresarios!...
Jesús Solórzano

El Rey del Temple ya había dejado su tarjeta de presentación el 7 de junio de 1931 cuando realizó al toro Revistero de Aleas una de las faenas importantes de la historia de la plaza de la Carretera de Aragón. En esa fecha impactó a la afición precisamente por la facilidad que mostró para templar a los toros y también por la pureza con la que toreaba con la capa. Al cronista al que mejor impresionó en la tarde que me ocupa en esta ocasión – y que espero que les llegue a ocupar a Ustedes también – fue a Federico M. Alcázar, de El Imparcial, en su crónica titulada Solórzano o el arte de torear de capa, entre otras cosas dijo esto:
Cuando hablamos de Solórzano giramos siempre alrededor del mismo tema: el tema eterno del arte de bien torear. Decir que el capote de Solórzano es el más maravilloso del toreo, es repetir lo que casi todos sabemos. Hay que agregar que es el de corte más clásico, el de temple más puro, el de más refinado y exquisito vuelo. En su seda amarilla y grana, debía ir escrito aquél famoso verso de Rubén:
«Era un aire suave de pausados giros.»
No es el capote de un estilista, en la acepción taurina del vocablo, es decir, el que espera el toro adecuado para sacarle un lance, sino al capote que se prolonga en el curso de la lidia de seis toros, como el domingo, y cada lance o serie va sellada de buen estilo, de acabada técnica, de belleza incomparable. Esa técnica de la mano baja, de la pierna adelante, del mando lento del toro toreado y de la suerte cargada, prolongada, rematada. Escuela que tiene su solera en Ronda, y se derrama en Triana como el licor de una copa. El capote de Solórzano hace el toreo como es, como debe hacerse. Por eso en sus momentos culminantes, puede servir de modelo, de norma, de punto de referencia para torear a la manera clásica. Cuando alguien nos pregunta cómo debe torearse de capa, respondemos sin vacilar: “Como Solórzano”. ¿Para qué adjetivarlo? Donde está su capote está el arte de bien torear. Otros le aventajarán en emoción, en finura. Ninguno le llega hoy en pureza, en clasicismo.
El domingo se remontó a la cumbre del toreo. Y no fue únicamente en el segundo toro, que se superó, sino en los seis. Este es su mayor mérito y lo que da valor excepcional a su toreo de capa. No tuvo un momento deslucido, borroso. Todos sus lances fueron de superior calidad, hasta culminar en las cinco verónicas y los dos quites que hizo en el segundo toro. No se puede torear mejor. No hay quien ejecute el toreo con mayor pureza, con mayor sabor clásico. Esas cinco verónicas y esos dos quites exceden los términos de toda hipérbole. Fueron algo fantástico, ideal. Cada lance iba seguido de un clamor delirante, y cuando remataba con la portentosa media verónica, o arrodillado de espaldas al toro, la plaza se levantaba impulsada por un loco arrebato de entusiasmo. ¿Cuánto tiempo duraron algunos lances? No lo sé; para los que contaron el tiempo mirando el reloj, segundos; para los que teníamos la mano en el pecho y veíamos pasar el toro lentamente, despaciosamente, una eternidad. Ese ha sido, ese es y ese será, el toreo en su última y definitiva expresión artística. Que torear no es, como equivocadamente cree la mayoría de la gente, «dejar pasar» el toro más o menos ceñido y ajustado, sino «pasarlo» tan asombrosamente toreado como el domingo Solórzano. Que un lance dure aquél minuto de silencio que duraba en el capote de Gitanillo y en éste de Solórzano…
También Corinto y Oro tuvo sus elogios para el torero de Morelia. Sobre su toreo de capa escribió:
Jesús Solórzano es otro torero por  el  que  no  puede  perder   interés  el público de la   plaza  “grande”.  Conformes  todos  los  aficionados  en  que  hoy  se  torea  muy  bien,  pese   a   las  obligadas  desigualdades  en  que  en   esta   época   se   desenvuelve   la   lidia de  reses  bravas,  Solórzano  es  uno   de  los   que   acreditan   aquella   aseveración.   ¡Qué  bien  torea   este   mejicano!  Su  sosiego,  su  temple   y   su  característico   modo   de   cargar   la   suerte   nos   lo  mostró   una   vez   más en  aquel  bravo,  toro  bravo  de  verdad,   segundo   toro,   que   es   al   que  en  justicia  pudo  habérsele   dado   la   vuelta   al   ruedo.   Solórzano   armó   una   polvareda   en   las   verónicas  iniciales  y  en  la  superiorísima  media  con  que  las  remató.  En  el  primer   quite   volvió   a   pararse  delante del  bicho  y  le  dio  otra  serie    de    verónicas    irreprochables.   No  hay   que   decir   que   los  oles   y  la   ovación   debieron   de   repercutir,  en  el  mismo  Méjico,  adonde   quizá  llegaron  también  las  que  se  hicieron   a   los  otras   dos  espadas,   porque  esto  tercio   de  quites,  como   el   que  nos  dieron  en  el  sexto  toro,  dejó  en  el   paladar    del    aficionado  un  sabor  que  no  se  va   fácilmente…
Victoriano de la Serna

El torero de Sepúlveda apenas había recibido la alternativa el 29 de octubre de 1931. Era, además de ser el más joven de la terna, uno de los matadores de toros que iban a renovar el escalafón. Ya en su presentación como novillero en Madrid había dejado constancia de que tenía la posibilidad de caminar un trecho largo en la fiesta y en esta tarde lo confirmaría.

Corinto y Oro tituló su crónica La Serna: ha vuelto Usted a envenenar el toreo. Y explica sus motivos de la siguiente manera:
Para   establecer   la   obligada   relación  entro  un  feliz  tiempo   pasado  para  la  tauromaquia   y   el  presente,  el  crítico  rememora  hoy  una  fecha  y  un  nombre.  La  fecha  es  el  año   de   1913,   y   el   hombre,   Juan   Belmonte,   novillero   debutante   en   la  plaza  de  Madrid    en  una   tarde  del  mes   de   marzo.  Aquella   tardo   empezó   a  trazarse  una  línea  divisoria   entre    dos   épocas; aquella tarde   Juan   aguantó a los toros como no se   había   hecho   nunca; aquella   tarde    quedó    envenenado  el  arte   de   torear,   y   con   el   envenenamiento   quedó   consagrado   un  estilo  nuevo,  puro  y  peligroso,  que abrió    manicomios    y    sepulturas,  aunque   el   público   fue   el   primer  envenenado,   porque   se   le   descubrió  un  sabor  y  una  exigencia.   A  partir  del  año  1913,  todo  el  torero  que   como   tal   torero   ha    querido  ser  “algo”  en  su  profesión   no  ha  tenido  más  remedio   que  seguir   la   ruta  trazada  por   “aquél”. 
Otro   hombre   revolucionarlo   ha   vuelto  a  envenenar  la   fiesta   de  toros  en  la  corrida   de  ayer,   y   precisamente  cuando  la  corrida   estaba  para   expirar.   Este   otro   hombre  es  Victoriano  de  la  Sema,   que  no  es  sevillano,  ni  “siquiera”   madrileño,  puesto   que  ha   nacido   en   el  corazón  de  Castilla  la   Vieja…
…Pero  salió  el  sexto  toro,  un  castaño  de   bonita   estampa,   codicioso,   y   pastueño,   y...   el   toreo   volvió    a   envenenarse  otra  vez,  como  se  envenenó   en   el   año   1913.   ¡Qué   no   haría   con   este  toro   el  “loco”   torero   de  Castilla   la  Vieja!...   A   ver   si   lo  recordamos:   En   cuanto   pisó  la  arena   el  noble  bruto,  La   Serna  se  descaró   con   él   precipitadamente   en   el   tercio   del   2,   y   el   caos.   El   caos,    al   ver    a   aquel    hombre substantiva,  gramaticalmente,   clavado   en   el  suelo   con   las   piernas  en  ángulo   y   sin  mover  un   pie   en  las   cuatro   arrancadas   que   le   dio  la  bestia;   el  caos   al  ver  aquel   capote  también   a  ras  del  suelo,  que  se  llevaba  el  toro  de un lado  para  otro   con   una   suavidad,   una    elegancia   y  un   arte  nunca   vistos,   y   aquellos   brazos    movidos    con    la    misma   lentitud   de   derecha   a   izquierda;   el  caos  al  trazar   aquella   maravillosa  media   verónica  en   la   que  el  toro  tomó  la  forma  de   una   pescadilla   (como   a  las   pescadillas estamos   acostumbrados   a   verlas),   rodeando   la  cintura   del  torero;   y   el   caos   al   ver  a   los   catorce   mil   espectadores    que    abarrotaron    la    plaza,    en    pie,    entregados    a    un    verdadero     delirio    que     simbolizó     una   ovación   y  un  olear   de   verdadero   frenesí.   Repitió   su   toreo,   su  excepcional   toreo,   su    personalísimo   toreo,  el  toreo  cuyo  estilo   inverosímil   ha   traído    otra    vez    el     envenenamiento  de  la   fiesta   el  torero   segoviano,   y   las   aclamaciones   volvieron   a   oírse   imponentes  y     arrolladoras.     Carancho    hizo   otro  quite  también   maravilloso,   y  con   otro   por   el   estilo   cerró   Solórzano  el  tercio,  que,  como   el  del  segundo   toro,   nos   puso    a    todos  en  un  transporte   de  emoción  y   de   alegría     difícilmente     descriptible. Las   ovaciones   se   sucedían   impetuosas;    pero   la    de   la   Sema    se   prolongaba    y   se   prolongaba,    sin   cesar   hasta   el   tercio   de   banderillas. ¡Qué  estilo  no  pondría   aquel  hombre  en  aquella  manera  de  lancear   tan   arrolladora,   tan   selecta,  tan   escalofriante!   Una   consideración  de  crítica:   si  como  toreó  ayer de   capa   este   sexto   toro   en   Madrid  torea  quince   o  veinte  en  provincias,   de   respetarle   los   bichos,  su exaltación   definitiva   tendrá   la   velocidad  de  un   tiro. 
La   revolución  ya  estaba   armada;  pero  aun  debíamos  esperar  con  el  natural  interés  la  faena  de  muleta,    que    Victoriano    ofrendó    al   querido  camarada   el  popularísimo  poeta  de  la  democracia   madrileña  Antonio  Casero.  La  revolución  tiene  un  empalme.  El  torero  sale  paso   a  paso,   con  la  muleta   plegada sobre  la  mano   izquierda,   y   llama  la  atención  del  toro,  que  sigue  embistiendo  bien,  aunque  adelanta  un poco  por  el  pitón  izquierdo.  El  bicho   se   arranca,   el  torero   espera,  da  un  quiebro  de  cintura  en  la  reunión   y   comienza   con  un   cambio  emocionante.  Inmediatamente   despliega  la  muleta  y  prepara  el  pase  natural,   que  no  sale  limpio  por   el   defecto  del  toro.  Cambia  de  mano,  y el  caos  otra  vez:  sobre  la  derecha   ejecuta  una  labor   formidable,  que  se  compone  de  cuatro  muletazos   bajos,   llevando   al  cornúpeto con  el hocico matemáticamente  adherido   a  los  vuelos  de  la   franela; de  tres  altos,  dos  de  pecho,  en  los  que  el  toro,  de  pitón   a  rabo,   roza   la  cintura  del  torero,   y  otros   dos  bajos  también,   en  los  que   hombre  y   bestia   forman   un   solo   cuerpo.  Pero  en  estos   dos  pases  no   se  ha  tramitado    el   eterno   muletazo    de    parar   y   cargar   la  suerte,  no;   estos   dos  muletazos  son  tan   excepcionales, tan  desconocidos  en  todas las  épocas  del  toreo,  que  el   lidiador   se   ha   quedado   convertido   en  una   verdadera    estatua,    mientras  el   toro   ha   ido   y  ha   vuelto   en   el  viaje  sin  que  el  torero   descomponga  su  figura  ni  se  tome  un   nuevo  centímetro  de  terreno  para   prepararse  contra  el  ímpetu   y  la   fuerza   del   adversario;   es   decir,   sin   preocuparse   de  una   probable   cogida.  La  multitud,  que  apenas  ha   tenido   tiempo  de  reaccionar  en  pro  de  un sosiego  necesario,  vuelve  a  desbordarse  en  esa  asombrosa  faena   de  muleta,   y   el  entusiasmo   que   produce  este  segundo  acto  del  envenenamiento   del  toreo  es   francamente    indescriptible.    Una     estocada   corta   tiene  por  remate   la  faena   y   la  vida  del  castaño  codicioso  y  pastueño,  y  la   ovación   final   se   hace  imponente,    avasalladora,    Gran   parte   del   gentío   pide   la   oreja,    y  el  presidente,   después   de  un   titubeo   reflexivo,   acuerda   no    concederla.  Bien  hecho.  La  negación  del  premio  es  muy   eficaz,  porque   con   ello   crece   el   clamor   del   público,   cuyo    nervosismo    de    entusiasmo    termina,  por  fin,  en  coger  al  torero  en  hombros,  pasearlo  por  el  redondel  y  depositarlo  en  el  automóvil…
Maximiliano Clavo presiente aquí un nuevo canon para hacer el toreo. Una revolución le llama él.

Una de color

Señalan las crónicas que La Serna brindó la muerte del sexto a Antonio Casero. También revelan que tras la gran faena al sexto, la muchedumbre – no los costaleros a sueldo – se lo llevó en hombros. La rápida sucesión de los hechos impidió al torero o a sus ayudantes recuperar la montera dejada en prenda al pintor y así narra Corrochano lo sucedido con ella:
El interés de la corrida, por unas cosas o por otras, no decayó un momento. Fue una corrida distraída, muy interesante. Cuando salíamos, como La Serna se había marchado, vimos a Antonio Casero sin saber qué hacer con la montera.
- ¿Vamos, Antonio?
- Espera que salga la gente - dijo muy preocupado.
Y cuando creía que nadie le veía, arrojó la montera entre barreras y salió de prisa, muy sonriente, como si no hubiera hecho nada…
Ligas a las crónicas

Las crónicas completas de este festejo las pueden consultar pulsando sobre el nombre del diario en cuestión:





jueves, 23 de mayo de 2019

Democracia en el ruedo

Nota Aclaratoria: Hace casi tres años que tengo abandonada esta bitácora. Pero los hechos sucedidos hace unos días en el tendido de la plaza de Las Ventas a propósito de la actuación del Presidente Gonzalo de Villa Parro, me hacen retomar este texto que escribí hace casi nueve años y que se publicó con el mismo título en el año 2010 como un capítulo del libro titulado Arte, Realidad y Ficción, una apreciación social, aquí en Aguascalientes. Espero que sirva para entender la posición que guardamos como espectadores en los espectáculos taurinos y que me sirva a mí, para de una vez por todas, retomar estos apuntes.

Durante mi primera juventud leí en algún lugar que las plazas de toros eran los escenarios más democráticos que existen, más que nada, porque los ocupantes de un espacio en sus tendidos, dada su disposición más o menos circular, tienen un punto de vista equidistante de lo que sucede en el ruedo. En ese tiempo no entendí a cabalidad la expresión – cuyo autor no recuerdo – pero hoy comprendo que la posibilidad de apreciar en la vida una misma situación desde una perspectiva igualitaria, genera una posibilidad de quizás, resolver con menos sobresaltos los problemas que ésta nos presenta.

Los orígenes de la fiesta
  
Aunque hoy la fiesta de los toros tiene una dirección y un entorno netamente popular, se origina como un ejercicio bélico, temporalmente nacido durante las guerras de la Reconquista Española. José Alameda, uno de los que postulan esta particular teoría del origen del toreo lo explica de la siguiente manera:
Estaba sencillamente, en el baño de La Cava, según le llamaría un francés al baño de Florinda y la torre que veía junto a mí era la torre del Rey Don Rodrigo. Desde aquella ventana, Rodrigo, oculto tras de una cortina, espiaba a las jóvenes en el baño y vio a la bella Florinda medirse la pierna y la de sus compañeras para ver quien la tenía más redonda y mejor formada. ¡Ved en lo que se fundan los grandes acontecimientos! Si Florinda hubiese tenido la pantorrilla poco formada y la rodilla fea, los árabes no hubiesen ido a España. Desgraciadamente, Florinda tenía el pie pequeño, los tobillos finos y la pierna más blanca y mejor formada del mundo. Rodrigo se enamoró de la bañista imprudente y la sedujo. El Conde Julián, padre de Florinda, furioso por aquél ultraje, traicionó a su país para vengarse y llamó a los moros en su ayuda. Rodrigo perdió aquella famosa batalla de que se habla en los romanceros… Fue una idea absurda la de colocar un baño delante de la torre de un Rey joven. (ALAMEDA, José. La Pantorrilla de Florinda  y el Origen Bélico del Toreo. Ed. Diana. 1ª Edición. México, 1980. Págs. 32 – 33).
Esa invasión de Europa por los árabes, motivada por una indiscreción duraría algo más de siete siglos, mismos en los cuales, se produciría una serie de guerras, que los especialistas de hoy calificarían como de baja intensidad y en las que había muchos tiempos muertos.

A partir de esa idea es que el ya nombrado Alameda ofrece como origen del toreo a partir de la utilización del toro y del caballo para el entrenamiento de la guerra de la siguiente forma:
Esta guerra de ocho siglos, larguísima guerra, tiene también grandes treguas y durante las treguas, los guerreros de uno y otro bando se entrenan en grandes torneos a caballo, a veces incluso, confraternizando provisionalmente para matarse mejor después. La caballería es el arma fundamental, a la que hay que mantener a punto ‘en condición’ como decimos en el lenguaje deportivo de hoy, y para que el entrenamiento sea eficaz, para que se asemeje a la guerra, allí está el toro. Nacen así, por el espíritu de guerra, por el clima y las necesidades de la guerra, los grandes torneos de alanceamiento de toros.
La intención bélica está patente porque no se emplea instrumento ‘taurino’ (como el rejón, que vendrá después) sino un instrumento de guerra, la lanza…
El hecho de la guerra es determinante. El toreo se produce en España y no en otra parte, porque España es el único país que vive en guerra. El origen no está en el bravío carácter español, ni en el fastuoso carácter musulmán, sino en el hecho de la guerra…
Expulsados los moros, termina el largo drama de la reconquista, que deja, como tantas veces antes y después, en el bravío suelo de Iberia la estela de un recuerdo poblado de cadáveres, de sombras. Pero quedan dos muertos en pie: la aristocracia y la caballería. Dos piezas de un centauro que corre todavía más ligero que el río, pero cuyo manantial ya está cegado…
¿Que puede hacerse cuando, sin haber ya guerra, hay todavía aristocracia, hay caballería y hay un toro? Se hace lo de siempre en las épocas de decadencia: un remedo de lo anterior, más refinado, pero ya vacío… Lo que antaño era lanzada contra el moro, es ahora quebrar de rejoncillos contra el toro y estocadas a los galanes audaces… (ALAMEDA, José Op. Cit., Págs. 21 a 23)
Como vemos, el toreo como ejercicio de jinetes, nace justo al tiempo de las guerras de reconquista española y es preciso señalar una cuestión, nace como ejercicio de la aristocracia, que era la que tenía los caballos y la que se encargaba de proteger los territorios de la Corona Española. La presencia del pueblo se dará en este tiempo de manera marginal, solo en soporte o apoyo de los caballeros, en cuyo auxilio vendrían cuando quedaban comprometidos o a merced de los astados.

El cambio de poderes

Alameda hace un señalamiento importante en su postulado, al final de la guerra quedan la aristocracia y la caballería, pero ya no hay una razón de fondo para practicar esos ejercicios de jinetes. Por otra parte, como lo dijera Von Ihering, muchos mañanas han quedado asegurados, entonces, los que se arriesgaron ante los moros o ante los toros, pueden dedicarse a otras cuestiones que entrañan menos peligro.

Es allí cuando abandonan la escena como principales los toreros de a caballo y aquellos que en principio eran solo auxiliadores o chulos de a pie, toman las riendas de lo que se transforma en espectáculo; deja el campo abierto para trasladarse a los centros de población y presentarse primero, en las plazas públicas de las poblaciones y después, en escenarios diseñados específicamente para el efecto.

Cuando las fiestas de toros se urbanizan, se democratizan. Ya no se puede dejar al azar el comportamiento de los toros y de los hombres. La autoridad toma providencias al respecto y es así que se previene evitar las averías causadas por las reses cerriles que eran conducidas a las zonas urbanas y una segunda, consistente en el hecho de que los juegos de toros tenían que celebrarse en lugares especialmente preparados para ello, a fin de evitar que durante la lidia se produjeran desaguisados.

Esas dos razones, entre otras varias, motivaron que los cabildos y las diferentes autoridades forales emitieran disposiciones dedicadas a regular la manera y el lugar en el cual se podían correr toros bravos, como el que enseguida cito, correspondientes a la localidad de Zamora, del siglo XIII, fechado en el año de 1270:
Defendemos que ninguno sea osado de correr toro ni vaca brava en el cuerpo de la villa, sino en aquél lugar que fue puesto que dicen Sancta Altana; y allí cierren bien, para que no salga a hacer daño. Y si por ventura saliere, mátenlo para que no haga daño. Y aquél que esto contraviniere, pague C maravedíes de la moneda mayor corriente en la tierra, la mitad para los muros de la villa y la otra mitad para los jueces y para enmendar el daño que el animal hiciere. (BADORREY MARTÍN, Beatriz, Primeras disposiciones jurídicas sobre las fiestas de toros. – En La Fiesta de los Toros ante el Derecho. – Unión Taurina de Abonados de España, 1ª Edición, Madrid, 2002, Pág. 21.)
En los aspectos propios de la lidia, se atribuye a Francisco Montes, Paquiro el ser el primer legislador de la fiesta, pero también José Delgado, Pepe – Illo aportó lo suyo a este asunto y tiene que ver en mucho con el comportamiento de los públicos en las plazas. En su expresión, Pepe – Illo distingue el comportamiento de las personas consideradas bien nacidas con el de aquellas que se considera que no lo son, la referencia que hace es la siguiente: 
La indiscreta e inmoderada conducta que el pueblo bajo observa en las  funciones de toros, influye conocidamente en el poco acierto de los toreros, contra los cuales dirigen sus obscenas y torpes palabras, su estrepitoso ruido de voces, palos y cuantos excesos y descomposturas inspira solo la embriaguez. (SAVATER, Fernando. – Caracterización del espectador taurino en Arte y Tauromaquia, Universidad Internacional Menéndez Pelayo. – Ediciones Turner, 1ª edición, Madrid, 1983, Pág. 111).
Acerca de esta proposición de Pepe – Illo, diestro que muriera el 11 de mayo de 1801, en la plaza de Madrid, a consecuencia de la cornada que en el pecho le infiriera el toro Barbudo de Peñaranda de Bracamonte, el filósofo Fernando Savater hace las siguientes reflexiones:
El autor de la tauromaquia invoca a la autoridad para que mantenga el orden de las plazas, es decir, para que los espectadores tiendan a interiorizar su embriaguez y no distraigan al toro y al torero de la suya.
Las recomendaciones de Pepe Illo que venimos comentando no responde tanto a un deseo policial de la ley y orden de la plaza, como al más comprensible de proteger al torero.
Pensemos en que la tauromaquia es el conjunto de las reglas que pretende imponer un torero a las funciones de toros: Por el más elemental instinto de conservación, tiene que intentar en ellos controlar por medio del apoyo de la autoridad competente el asalto del peligroso entusiasmo como la temible decepción a que se expone. (SAVATER, Fernando, Op. Cit., Págs. 114 a 118).
De lo comentado hasta aquí, podemos ver que los primeros pasos que se dan para regular los festejos taurinos, son aquellos que tienden a la conservación de la tranquilidad pública, sea mediante la imposición de normativas o sea mediante la contratación con el responsable de la organizar los festejos de que se trate.

No obstante, se mantiene una distinción entre aquellos que pertenecen al pueblo y aquellos que, por su cuna, parecieran merecer una consideración especial, distinta a la de la generalidad de la población. Distinción que al paso del tiempo, desaparecerá en los tendidos de las plazas de toros.

Democracia y toros

Al avanzar en su desarrollo la tauromaquia como hoy la concebimos, las diferencias entre los ocupantes de una localidad en los tendidos de una plaza se van borrando. Ya no se trata de encontrar una localización especial para unos y otros, sino de obtener la posibilidad de disfrutar el goce que produce la presencia del toro, como lo pedía Ortega y Gasset, con casta, poder y pies y el torero que crea arte con él.

Los nuevos circos taurinos, circulares en su mayoría, otorgan una nueva posibilidad en la apreciación que era la que comentaba al principio. En cualquier punto determinado de la circunferencia, hay una relación equidistante al lugar en el que los hechos se suceden en la arena. Las posiciones cambian, las perspectivas también y los privilegios se borran, dejando atrás la posibilidad de que solo unos cuantos puedan tener la oportunidad de apreciar en su integridad la creación del diestro. La circunferencia democratiza la tauromaquia.

Posteriormente se comenzó a premiar la labor de los diestros. Primero era el juicio del encargado de presidir el festejo el que determinaba el trofeo, después, se reguló en el sentido de que la premiación sería en orden a la petición de la concurrencia. Algunas plazas, como dice Savater, son más maniáticas y alguacilescas y otras, simplísimas y acomodaticias, pero en todas, es la decisión popular la que motivará la concesión de trofeos.

Sobre este particular escribió Federico Jiménez Losantos:
…El coso venteño es quizás el último del mundo donde se vigila con extremado celo que la lidia se atenga a las ordenanzas y que el toreo se haga como mandan los cánones – aunque en algunos tendidos vendrían bien unos cursillos de derecho canónico –. Madrid es la primera plaza del mundo porque es la más exigente. Otra cosa es que siempre exija con razón y educación, esto es más raro… el otro día el presidente señor Lamarca, hombre de recia personalidad había concedido una oreja a en su primero a Ponce a petición del público – tuve allí la impresión de que muchos creyeron que le había dado las dos – se negó a conceder la oreja de su segundo, aunque el público la pedía en cantidad harto suficiente de pañuelos… El criterio liberal, personal, de mérito y exigencia, primó aquí sobre el criterio democrático y eso me parece un abuso intolerable de la presidencia… Por encima del sagrado derecho a opinar, está en la fiesta, la Ley, o sea, el Reglamento, al que debe servir la autoridad competente y si no lo sirve, deja de ser autoridad… Al negar Lamarca a la mayoría de aficionados venteños su derecho a conceder la primera oreja… lo que ha hecho Lamarca es cargarse precisamente el liberalismo, que exige en las organizaciones modernas – y la fiesta lo es más de lo que parece – un respeto escrupuloso a la base democrática. (JIMÉNEZ LOSANTOS, Federico. Democracia taurina. En ABC, Madrid, 28 de mayo de 1994, Pág. 22).
Como se puede apreciar, el extremo democrático que se vive en la apreciación y sobre todo, en la toma de decisiones dentro de los escenarios taurinos llega casi al extremo del aforismo vox populi, vox dei. Sin embargo, como dijera el personaje de Ibsen en Un enemigo del pueblo, no siempre las mayorías tienen la razón - pero la pueden llegar a tener -, aunque he de convenir en que cada plaza tiene sus propias peculiaridades, que en el fondo, son más fuertes que las de sus ocupantes, que en muchos casos, se han llegado a convertir en el espíritu de ellas.

A guisa de remate

Cito a mi amigo Enrique Martín:
Algo tan trascendental como las orejas, las de los toros, se otorgan de la mejor forma posible, se le da el poder al pueblo soberano y decide. Que bonito, sale un chico, se lía a pegar pases y más pases y sus paisanos tienen la facultad de convertirle en un triunfador, en un héroe, en el ídolo local para las próximas veinticinco fiestas patronales. Pero me van a permitir que proponga una pequeña modificación a un sistema tan perfeccionado a lo largo de los años y que con el paso del tiempo se ha visto reforzado y suficientemente contrastado. Aquel simple flamear de pañuelos ha encontrado su complemento en el griterío. Pañuelos y voces, ¿quién podría sustraerse a semejante embrujo?...
...Pero yo me andaba por presentar mi aportación personal a este modelo secular. De la misma forma que los que piden la oreja agitan pañuelos blancos, digo yo que por qué no nos dan la oportunidad a los que creemos lo contrario, y que por ejemplo sólo tuviéramos que mostrar un pañuelo verde, morado o a cuadros. Que el asesor del usía cuente y una vez hechos públicos los resultados, decidir...
...Pero como los tiempos han cambiado, el modelo democrático debería extenderse a más aspectos de la lidia y así tendríamos un espectáculo a gusto del consumidor y llevaríamos a su máximo esplendor esa ley que dice: el que paga manda. No me parece bien que el cambio de tercio se lo ventilen entre dos personas, el presidente y el matador, ¿y los demás? ¿No decidimos ni pintamos nada? ¿Y por qué el espada de turno puede elegir entre la derecha o la izquierda? ¿Por qué no podemos votar si queremos que el espada ponga banderillas? De esta forma seguro que todos saldríamos mucho más satisfechos de la plaza...
...Puede que así estuviéramos ante una fiesta perfecta, en la que el que paga es el dueño absoluto de este manicomio. Puede que alguien haya reparado en que no he incluido en las decisiones a tomar por sufragio universal la sustitución de los toros, sea en los corrales o ya en el ruedo. Para eso existen profesionales perfectamente capacitados que saben más que nosotros del tipo de toro que gusta en cada plaza. Como muestra los becerros de la novillada, que a algunos nos parecieron eso, becerros, descastados, no aptos para Madrid, pero que seguro que salieron porque a los aficionados se nos escapan matices a los que no podremos llegar en la vida... (Las orejas y el sufragio universal)
Es decir, algunos matices de la participación del aficionado o del asistente a los festejos taurinos pudieran ampliarse. Enrique lo dice en son de broma, criticando lo que se ha hecho con la intervención popular en esa toma de decisiones dejada al asistente a los festejos.

Porque ya no es solamente el hecho de la equidad en la perspectiva la que democratiza la tauromaquia, sino que, como en todo principio de autoridad, hoy, el gobernado tiene también parte fundamental en la toma de las decisiones finales y en la libertad de expresarse.

domingo, 25 de diciembre de 2016

¡Feliz Navidad!



Merry Christmas Grandpa. Norman Rockwell 1916 

De nuevo estoy aquí para expresarles mi deseo de que estas fiestas sean para todos Ustedes un momento de regocijo y como se los expreso en cada año, espero:
Que estén reunidos con su familia.  
Que todos sus viajeros hayan llegado a casa con bien y que ya estén a su lado.  
Que los que quieren y estiman tengan salud y que Ustedes gocen de ella también.  
Que en estos tiempos complicados tengan ese bien tan escaso que es el trabajo.  
Que su mesa esté servida y que la providencia les haya permitido ayudar a servir la de otro menos afortunado.  
Que su afición a esta fiesta siga adelante y que les anime a seguir haciendo amigos y a conservar los que tienen. 
Y este año agrego un deseo más: Si podemos tenderle la mano a alguien que tenga un poco menos de suerte que nosotros, hagámoslo... 
Desde aquí les doy a todos Ustedes un virtual abrazo y espero que en el tiempo por venir, las cosas les resulten mejor, que como decía una persona muy querida para mí, el sol sale para todos.

Y continuando con ese ya acostumbrado apelar a mi alícuota sajona, ilustro esta entrada con otra de las obras del artista estadounidense Norman Rockwell (1894 - 1978), titulada Merry Christmas Grandpa (Feliz Navidad Abuelo), que fue la cubierta de la revista American Boy del mes de diciembre de 1916, misma que creo que no requiere mayor explicación. Ojalá lo encuentren interesante.

¡Feliz Navidad a todos!

domingo, 13 de marzo de 2016

Detrás de un cartel (XII)

El festejo que hoy me ocupa – y espero que a Ustedes – tuvo lugar el domingo 18 de agosto de 1946 y actuaron en la plaza de Las Ventas a un torero que ya había pasado por estas revisiones, Ricardo Balderas, el melillense Antonio Corona y se presentaba ante la cátedra el valenciano Francisco Honrubia. Los novillos para la ocasión fueron de Concha y Sierra.

La relación del festejo publicada en el ABC madrileño el martes 20 siguiente, suscrita por Giraldillo tiene miga, por ello no me resisto a transcribirla en su integridad y es de la siguiente guisa:
Novillería...
Se corrieron el domingo seis novillos de Concha y Sierra. Hubo muy buena entrada. La afición, un poco desencantada y aburrida de matadores de toros, que creen tener todo hecho, se ha vuelto hacia los novilleros. Yo no sé si los novilleros habrán entendido el toque de atención, pero ello es que, cuando menos lo piensen, se van a encontrar unos cuantos con el pase a la reserva, desplazados por un plantel de novilleros, que viene, con ganas de pelea, en busca de la alternativa, convencidos de que con el “toro” tendrán que pelear menos que con el novillo, pues el toro de 1946 – y de años atrás – no es otra cosa que un novillito limpio. La afición está por los novilleros. ¡Vamos en busca de valores nuevos, que, unos por muy vistos y otros porque no quieren dejarse ver, cultivando un absurdo “ocultismo”, estamos cansados de matadores de toros! La afición madrileña ha hecho rumbo a la novillería. Ello es muy explicable. Por más que hagan los propios matadores de toros en contra de ella, la fiesta seguirá y tendremos resonantes novilladas extraordinarias y la revelación de nuevos valores. ¡Pues no faltaba más! Por lo que a nosotros toca, pondremos todo nuestro entusiasmo en los que llegan y merezcan el honrado calor de nuestra pluma. Con el calor de la afición, que tan buenas entradas está dando, ya cuentan.
¡Conque, al novillo, muchachos! Al novillo, que aún siendo poquita cosa los de ahora, mucho menos hallareis al llegar a matadores.
Los de Concha y Sierra que se jugaron el domingo fueron buenos. Abantos en la salida, con lidia más adecuada por parte del peonaje, hubieran dado juego mejor a los matadores. Se dio más de una vez el caso entre los novillos dos peones a la vez, y ambos toreándolos a dos manos.
Ricardo Balderas toreó muy bien con la muleta, destacándose en el primero unos derechazos superiores y unas manoletinas de gran efecto. Le aplaudieron mucho y cuando mató, de un estoconazo, le ovacionaron largamente y hubo petición de oreja, vuelta al ruedo y saludos desde el tercio.
Durante la lidia del cuarto, llovió bastante. Se empeñó Ricardo en torear con la izquierda y sufrió unos achuchones por no correr la mano. Mató, empleando una estocada, metisaca, media y un descabello.
El melillense Antonio Corona oyó palmas en la faena que realizó con el segundo, sobresaliendo unos derechazos de buena factura y unos molinetes. Con la izquierda empalmó unos pases. Una estocada corta mató al toro sin puntilla, y hubo muchos aplausos y salida al tercio para saludar. En el quinto, que le tiró un gañafón impresionante, dio unos rodillazos y mató con estocada y descabello. (Palmas). En quites, bien.
Francisco Honrubia, de Valencia, nuevo en Madrid, tuvo en sus dos novillos más voluntad que concierto. Le hallamos poca soltura en el manejo de la muleta. Cumplió en el tercero y en el sexto le pitaron.
Cuide la empresa a los novilleros. Aproveche el camino que le ha marcado la propia afición. Pero prescinda de los que no tienen preparación notoria y vaya en busca de valores nuevos. Si las corridas de toros dejan de celebrarse alguna vez en España, que no sea por la voluntad de media docena de engreídos. Que no toda la culpa sea de “Manolete” y Arruza. Que son muchos los que se creen que Arruza y Manolete en una pieza. Naturalmente, sin serlo, ni en taquilla, ni en el ruedo. Ahora bien, que la empresa sea discreta y tenga tino en la elección de los nombres nuevos, esperados por la afición. El domingo por lo pronto, no estuvo muy atinada.

Como pueden darse cuenta, el descontento con las figuras no era novedad y el pedir que se apoyara a los novilleros tampoco. Por lo visto el hecho de que los encumbrados copen los principales puestos y los que buscan ascender encuentran las vías bloqueadas es cíclico. Escrito está.

Retales de la prensa del día

Eduardo Liceaga moría en el Hospital Militar de Algeciras después de ser herido en San Roque el mismo domingo 18 por Jaranero de Concha y Sierra, primero de la tarde, alternaba con Julio Pérez Vito y Chaves Flores.

Juan Estrada, saldaba su actuación en Barcelona alternando con Manolo Escudero y Julián Marín en la lidia de toros de Domecq dando una vuelta al ruedo.

Carlos Vera Cañitas, corta oreja en Ciudad Real, alternando con Antonio Bienvenida, Rovira y el rejoneador Pepe Anastasio, toros de Víctor y Marín.

Armillita, ovacionado en Gijón, con Pepe Luis Vázquez, Pepín Martín Vázquez y Conchita Cintrón, toros de Antonio Pérez de San Fernando

Fermín Rivera fue ovacionado en San Sebastián, alternando con Domingo Ortega y Juan Belmonte Campoy.

Andaluz corta 2 orejas en Bilbao (1ª de Feria lunes 19) con Pepe Luis Vázquez y Pepín Martín Vázquez, lidiando toros de Carmen de Federico. Los toreros llevaban brazaletes negros por la muerte de Eduardo Liceaga.

domingo, 6 de marzo de 2016

Relecturas de invierno (X)

Tauronomics. Economía y activismo taurino

El profesor Juan Medina se nos ha aparecido de nuevo después de lo que yo considero una larga ausencia. Desde el cierre de su blog El Escalafón del Aficionado, poco se dejaba ver por los temarios taurinos, aunque sus escasas intervenciones tuvieran contundencia.

Hace unos días pude enterarme de la salida a la luz de su libro Tauronomics. Economía y activismo taurino, mismo que me apresuré a conseguir, primero, porque conociendo su autoría, de antemano sabía que no tendría desperdicio y en segundo lugar, porque los aficionados a los toros – que no los taurinos – necesitamos ampliar y ordenar nuestros argumentos en contra de los embates cada vez más virulentos de aquellos que sin razón se oponen a la fiesta de los toros.

Y creo que no me equivoqué. Los análisis que sobre los diversos factores humanos y económicos que realiza el profesor Medina están apoyados en el estudio científico de los datos proporcionados por las diversas agencias gubernamentales e instituciones privadas que tienen relación con lo que Díaz Cañabate llamara en su día el planeta de los toros, demostrando con exactitud muchas cuestiones, principalmente la falsedad del manido argumento de que la fiesta de los toros existe porque el Estado la mantiene.

Y esa demostración de la falsedad de los argumentos de los antitaurinos va acompañada además de la exhibición de la pseudociencia en la que se amparan para acometer sus retorcidas conclusiones. Intentan, utilizando parcialmente los números, a conveniencia, fabricar resultados que se adecúen a sus postulados, pero que no resisten una comprobación metodológica fiable.

La aportación de datos duros acerca de lo que la fiesta genera en recursos económicos, del número de personas a las que la fiesta atrae, del hecho de que el toreo y sus vertientes periféricas son prácticamente autónomas e independientes de los presupuestos del Estado Español están debidamente sustentados en Tauronomics, explicando de manera sencilla y hasta gráfica esas cuestiones, de forma tal que puedan ser entendidas por cualquiera.

Desmontar mitos es una tarea que a veces resulta complicada, sobre todo cuando los autores de éstos tienen a su disposición toda la fuerza de los medios de comunicación para difundir y defender sus posturas derivadas de la manipulación dolosa de datos y de informaciones con el objeto de obtener conclusiones adecuadas a una serie de premisas preestablecidas.

En esta oportunidad, el profesor Juan Medina logra su cometido. Deja en claro que las posturas antitaurinas no resisten una comprobación científica y de método que sea fiable por una parte y por la otra, exhibe con claridad la parcialidad que existe hoy en día – a título de una dudosa corrección política – hacia esas corrientes que, en un tono buenista, ponen por encima de los derechos de la humanidad unos supuestos derechos de los animales.

De allí que Tauronomics. Economía y activismo taurino, sea más que un trabajo – el mismo autor afirma que no es ni un tratado, ni un ensayo – de investigación acerca de la realidad económica y humana de la fiesta de los toros en este momento histórico. Es, a mi juicio, un documento de referencia necesario para entender lo que necesita ser reformado y lo que necesita ser aprovechado para evitar los daños que actualmente se están causando, desde dentro y desde fuera a la fiesta.

Y termino con una frase ya manida en estas relecturas. Tauronomics es un libro de esos que no se caen de las manos. Es un libro que debe tenerse, diría yo, de manera obligatoria, en la biblioteca de cualquiera que se diga aficionado a los toros, pues su contenido y sus aportaciones con seguridad marcarán un punto de inflexión en la historia del toreo.

Referencia Bibliográfica: Tauronomics. Economía y activismo taurino. – Juan Medina. – Underground. – 1ª edición, Lexington, Ky., 2016, 129 páginas, con gráficos en blanco y negro. – ISBN: 978 – 152 – 2784 – 59 – 1. 

domingo, 28 de febrero de 2016

Jesús Córdoba: siete décadas de magisterio

Jesús Córdoba se presentó como novillero en la Plaza México el 18 de julio de 1948 y fue el primero de Los Tres Mosqueteros en debutar en el gran escenario. Venía como triunfador de una corta serie de novilladas que el picador Juan Aguirre Conejo Chico ofreció en el Rancho del Charro ubicado en la calzada de Ejército Nacional, donde ya por su manera clásica de hacer el toreo, se le comenzó a anunciar como El Joven Maestro.

Le acompañaban en el cartel otro debutante, Rafael García, originario del Estado de México y que se decía era asilveriado en sus maneras frente al toro, el tapatío Luis Solano y otro joven que repetía después de que dos domingos antes, había puesto a la plaza más grande del mundo de cabeza al exhibir un valor desmedido y hasta temerario delante de los novillos, el hidalguense Paco Ortiz.
Jesús Córdoba se enfrentó esa tarde a Apizaquito y a Rondinero, cuarto y octavo de los de La Laguna lidiados esa tarde y en ambos dio la vuelta al ruedo. La crónica enviada por el corresponsal de la agencia que transmitía la información al diario El Informador de Guadalajara, Jalisco, narra lo siguiente acerca de lo sucedido esa tarde:
Derroche de buena voluntad en la corrida de la Plaza México. Alternaron Luis Solano, Paco Ortiz, Rafael García y Jesús Córdoba. 
México D.F., julio 18.  – En la Plaza México se llevó a cabo la novillada de La Laguna, alternando Luis Solano, Paco Ortiz, Rafael García y Jesús Córdoba. Los cuatro alternantes hicieron un derroche de buena voluntad, siendo los más afortunados Paco Ortiz y Rafael García, que cortaron oreja a sus segundos... Paco, al banderillear a su primero en el segundo viaje, cita a un metro escaso de la jeta del animal, saliendo prendido por la taleguilla y arrojado a la arena, resultando ileso, y en su segundo, al buscar un forzado de pecho es prendido nuevamente, levantado y despedido... Con un valor característico da dos pases por alto mirando a los tendidos que le resultan de una manera temeraria, pues a cada pase se va metiendo en los propios pitones de la res. Vuelve a colocarse a un palmo del enemigo y sufre un derrote que le parte totalmente la taleguilla por el lado derecho... En su primero recibió la gran ovación, y en este último troza la oreja de su enemigo, por petición del público.
Rafael García estuvo bien en su primero, que fue el tercero de la tarde, y en su segundo, que fue el séptimo, hace un faenón que se le premia como a Paco, con el apéndice de su enemigo... Solano estuvo desafortunado en su primero, pero no así en su segundo, que por su actuación le hace merecedor a la vuelta al ruedo... El cuarto de la tarde fue para Chucho Córdoba, su primero, al que al intentar el segundo viaje, después de haber señalado un pinchazo, es prendido por la entrepierna. Retornando al ruedo muy valiente, y dispuesto a jugarse el pellejo, coloca un formidable estoconazo. Se le ovaciona la faena de buena voluntad, ya que le tocó lidiar la res más mala y difícil de la tarde. En su segundo, el octavo de la tarde, hace una faena con prontitud, serenidad y torerismo, adornándose con pases de rodilla en tierra y un toque de pitones. Recibe fuerte ovación y el público pide la vuelta al ruedo, que le es concedida...
De la lectura de la transcripción también podemos desprender que fue entregado, sin verse la ropa cuando los novillos le echaron mano y jugándoselo todo a cara o cruz con tal de salir triunfante. En lo que narra de Jesús Córdoba, nos refiere escuetamente a un torero con valor y enterado, que sin arredrarse ante las complicaciones de su primer novillo, salió a demostrar que podía con él y ante el que se lo permitió, desplegó su tauromaquia clásica y dominadora.

Lo que me cuestiono es si hoy en día, un novillero que no terminara con las orejas en la mano, en una de las principales plazas del mundo, volvería a tener una oportunidad. En aquellos días, se valoraba la torería y la voluntad de ser; hoy, parece que solamente se mide a los toreros por su capacidad de cortar lo que Manolo Martínez llamó un día retazos de toro.

Jesús Córdoba concluiría su paso por la temporada de 1948 con 8 novilladas toreadas en un serial que 1948 constó de 29 festejos y en el número 24, celebrado el 31 de octubre, ganó la Oreja de Plata en cerrada disputa con Paco Ortiz, quien pese a haber cortado un rabo, vio como el trofeo le era adjudicado al Joven Maestro, quien solo cortó una oreja esa tarde.

Su hacer delante de los toros le valió que el día de Navidad de ese mismo 1948, el maestro Fermín Espinosa Armillita, mano a mano, le cediera el primer toro de Xajay corrido en la plaza de toros Rodolfo Gaona de Celaya, Guanajuato, cerrándose así una importante etapa de la historia taurina mexicana, en la que tres toreros juntos cimentaron el porvenir de su oficio y de la historia futura del toreo en su patria.

El clasicismo de Jesús Córdoba contrastó con el valor sincero e indomable del Volcán de Aguascalientes y la personalísima expresión taurina de Manuel Capetillo. Por ello, antes de finalizar la temporada novilleril de 1948, Los Tres Mosqueteros marcaban el paso en las cosas del toro.

Nada fácil fue este logro. Recordaré una vez más que la llamada Generación del 48 en materia de novilleros fue muy rica. Basta revisar los carteles de las 29 novilladas ofrecidas por el doctor Alfonso Gaona ese año y veremos nombres como los del recordado Alfonso Pedroza La Gripa – después un excelente torero de plata –; Héctor Saucedo; Jorge El Ranchero Aguilar; Fernando López El Torero de Canela; Curro Ortega; Paco Ortiz; Alfredo Leal y otros nombres ilustres de la tauromaquia mexicana. Para sobresalir en esas condiciones, algo muy grande tenía que llevarse dentro y además se debía tener una gran facilidad para expresarlo, lo que sin duda se conjugó en estos tres toreros. Sobre esta última afirmación, creo que la historia me da la razón.

De su paso por los ruedos nos queda la grata impronta de faenas como las de Luminoso, Cortijero o Estanquero en la Plaza México o las realizadas en Madrid el 29 de septiembre de 1957, fecha que marcó la reaparición de Luis Miguel Dominguín en Las Ventas, o la del Miura de Sevilla del 24 de abril de 1953, junto a Calerito y Jerónimo Pimentel, festejo al que asistió el entonces Jefe del Estado y que le valió levantarse como triunfador de esa edición de la feria de abril sevillana.

Los toreros de su corte siempre tienen la desventaja de ser considerados o fríos o estilistas o académicos y el primer reproche que se les hace es su supuesta incapacidad de conectar con los tendidos. Creo esas afirmaciones son equivocadas pues hoy recordamos a una figura del toreo, a un gran torero que hizo de su conocimiento de los toros y de sus terrenos y de la finura con la que realizaba las suertes, una tauromaquia que es hoy día un referente.

La visión del Maestro Córdoba acerca de algunos temas de la Fiesta es la siguiente:

La expresión del torero:
Siempre hay una razón del por qué existe algo que se puede expresar con certeza, consciente en la realidad de la expresión natural de un arte. Es la interpretación al exterior de sí mismo, de la inspiración con la seguridad técnica de su ejecución; siendo la razón el estudio y la enseñanza práctica que se ha recibido, unido a la intuición propia…
La creación artística:
El ser humano…. ha creado una de las artes más hermosas, en la que refleja su destreza y personalidad. En una sola frase, su expresión física e inteligente…
Nuestra capacidad de asombro:
El arte del toreo, que actualmente lo entendemos como la expresión que pone a flote los más hondos sentimientos del hombre - miedo, valor, coraje, duda, alegría y nobleza - hacen brotar también una de sus más grandes cualidades: La capacidad de admiración (tan desgastada en la actualidad)…
El estilo en el torero:
En la ejecución de los pases nacieron los estilos… Algunos son inspirados por una capacidad creadora, otros simplemente son técnicos, es decir, aplican hábilmente su conocimiento de la lidia, o como a veces decimos, su oficio. Ambos estilos son muy importantes. Pero hay otro tipo de torero fundamental para la fiesta: El valiente. Es el que hace alarde de ese dominio al miedo llamado valor, estrujando así al espectador, despertando en él una angustia que le provoca emoción. El público siente admiración y respeto por quienes ejecutan ese tipo de toreo…
La personalidad del torero:
El estilo de los toreros se define conforme a su sensibilidad, su forma de ser, su personalidad y propio sentimiento, su carácter y naturalmente, su valor. De todo esto va impregnado su toreo, ¡qué es lo que nos gusta! Más aún cuando llega la inspiración y todo el entorno se muestra propicio. Por ello los diferentes estilos mantienen ese interés por la fiesta. Nunca se pida que un torero actúe como el otro. Debemos conservar esa variedad, pero siempre dentro de una autenticidad…
Tras de dejar los ruedos, se preocupó por formar a quienes habían de continuar llevando adelante la tradición y la historia que representa la Fiesta de los Toros. Jesús Córdoba entró en la inmortalidad el pasado 16 de febrero, por eso es que hoy, con admiración y respeto, reconozco a este gran hombre y gran torero su inmenso aporte a la fiesta.

domingo, 11 de octubre de 2015

Antonio del Olivar. Su alternativa a sesenta años vista

Celayense por adopción, Antonio Oliver López nació en la Mérida mexicana el 20 de octubre de 1935 y se convierte en Antonio del Olivar cuando don Francisco Madrazo y García Granados, el señor de La Punta le nombra así al comenzar a apoyar en su carrera en los ruedos, convencido de que las estéticas maneras del diestro le llevarían a caminar largo en las arenas de los redondeles.

Antonio del Olivar se distinguió por calidad al hacer el toreo y así se recuerdan de él faenas como la de su presentación como novillero en El Progreso de Guadalajara, o como la de su debut en la Plaza México el 17 de mayo de 1953, cuando cortó la oreja de Faisán de Santo Domingo. Este triunfo en particular le valió para torear en 8 de las 30 novilladas de esa temporada, llevándose la Oreja de Plata y ligar 7 festejos más el año siguiente dentro del serial del ruedo capitalino.

Marchó a España y se presentó en Sevilla el 17 de julio de 1955 alternando con José Rodríguez Soriano y Salvador Távora, dando la vuelta al ruedo tras la lidia de su segundo novillo y hace lo propio en la madrileña plaza de Las Ventas dos días después, tarde en la que también da una vuelta al ruedo. Salda la temporada con seis festejos menores (2 en Madrid, 2 en Sevilla y 2 en Barcelona) y lo que nos trae por aquí, la corrida de su alternativa, el miércoles 12 de octubre, precisamente en el ruedo venteño, recibiendo los trastos de manos de Luis Parra Parrita para pasaportar a Empalagoso, número 14, de pelo negro, de don Tomás Prieto de la Cal. Fungió como testigo de la ceremonia Alfonso Merino. Por delante lidió un novillo de Juan Cobaleda la rejoneadora Ana Beatriz Cuchet.

El recuento que hace el diario madrileño ABC sobre el festejo, firmado por X, es de la guisa siguiente:
Alternativa del mejicano Antonio del Olivar en Las Ventas... Para conmemorar la fiesta de la Raza, la empresa de la plaza de las Ventas organizó para ayer una corrida de toros con el aliciente de una alternativa y la repetición de la gentil rejoneadora Beatriz Couchet, que tan buen éxito alcanzó el día de su presentación en Madrid. Lo de la alternativa de Antonio del Olivar bien pudo ser una delicadeza en el día de la Hispanidad; pero estamos por decir que, aún sin esos alicientes, la plaza se hubiera llenado, como, en efecto, se llenó, porque el balance de esta temporada en lo que a concurrencia de espectadores se refiere, ha sido para la empresa de las Ventas, altamente satisfactorio... La corrida enviada por Tomás Prieto de la Cal estaba bien presentada. Lo que se dice una corrida «moza» que dio los siguientes pesos: primero, 515 kilos; segundo, 500; tercero, 531; cuarto, 544; quinto, 532 y el sexto, un jabonero de buena estampa, 550. En general, los toros fueron bien a los caballos, arrancando con codicia y poder, a excepción del quinto, que salió suelto a la primera vara, fue el más flojo y llegó a la muleta con escasa arrancada... Antonio del Olivar, novillero mejicano, tomó la alternativa de manos de Luis Parra «Parrita», de doctorado reciente también. Porque esta temporada ha sido de las alternativas innumerables, y así se da el caso de que muchos «padrinos» son de tan escasa antigüedad, que al comienzo de este mismo año andaban toreando como novilleros sin historia… Olivar toreó de capa con valentía, pero con poca quietud y en estas características se desarrolló la faena de muleta, con algunos intentos de torear con la izquierda, aunque lo más afortunado fue una serie de muletazos con la derecha en que se ciñó mucho y corrió bien la mano. Dejó media no mal colocada y descabelló al cuarto intento. La tardanza al descabellar hizo que los aplausos se enfriaran. Olivar los agradeció desde el tercio… En el sexto, a la valentía se unió más aguante, y como el toro metía dócilmente la cabeza, Olivar templó buenos pases con la derecha y le resultaron impecables y lucidos varios de pecho. Entró a matar un poco precipitadamente, pero agarró una buena estocada de la que dobló el de Prieto de la Cal. Hubo larga ovación, le fue concedida una oreja y los espontáneos para estas ocasiones se lo llevaron a hombros… Olivar se lleva un buen recuerdo de su alternativa y de este día de la raza...
Como podemos ver, el toreo reposado y clásico de Antonio del Olivar conquistó pronto a la afición venteña. El toro al que cortó la oreja se llamó Empalagoso, número 42, de pelo jabonero.

Otra relación más breve del hecho se publicó en el semanario El Ruedo, en su edición aparecida al día siguiente del festejo, firmada por Benjamín Bentura, Barico, quien describe así la actuación del diestro mexicano:
Antonio del Olivar: El nuevo matador de toros mejicano toreó con el capote afectado y retorcido; pero al público le gusta esa forma de veroniquear y se le aplaudió. Algo mejor manejó el capote el mejicano cuando se echó el capote a la espalda para quitar… En el toro de la alternativa, un buen bicho que no tenía fuerza, Olivar muleteó discretamente con la derecha y mató de una corta perpendicular y delantera… En el que cerró plaza, también brindado al público, Antonio del Olivar muleteó con mucho valor y no poco garbo; prodigó los muletazos de pecho y citando de espaldas y se arrimó mucho en los que dio de derecha. Mató de una entera buena, cortó la oreja y dio la vuelta al ruedo a hombros de los capitalistas.
Entre la tarde de su alternativa y el fin de la temporada española de 1957, suma 31 corridas de toros, destacando la del 28 de abril de 1957 en Las Ventas, cuando da la vuelta al ruedo tras la lidia del tercero de la tarde, que pasa a la historia por ser aquella en la que un entonces ignorado Manuel Benítez Pérez, años después célebre como El Cordobés, se tira de espontáneo. Entre el 4 y 18 de agosto de ese año actúa tres tardes seguidas en Barcelona. La primera implicó el estoquear una corrida de Miura que según las crónicas promedió 670 kilos y en la tercera, Antonio corta el rabo de Zurdito de don Felipe Bartolomé.

En México queda memoria de su faena a un toro de La Punta en El Progreso tapatío, malograda con la espada el 19 de enero de 1958; la que realizó a Andaluz de Coaxamaluca el 15 de febrero de 1959 en la Plaza México, la de Barquillero de Pastejé, la tarde de la confirmación de Paco Camino en México, la de Soy de Seda de Piedras Negras, en la que su actuación con el capote fue calificada como una apología de la verónica o la del toro Calé, de Arroyo Hondo, el día de la inauguración de la Monumental de las Playas en Tijuana.

El 4 de marzo de 1962, cuando actuaba en El Toreo de Cuatro Caminos con Juan Silveti y Fermín Murillo, recibe una cornada muy grande en la región perineal del toro Gavilán de El Rocío. La herida tuvo tres trayectorias y una de ellas de 30 centímetros de extensión, recibida al intentar un pase de pecho.

Recuperado de la cornada, Antonio del Olivar no deja de ser parte de carteles importantes, como las confirmaciones de El Viti, Joaquín Bernadó o El Cordobés, aquél que se le tirara de espontáneo algunos años antes y tiene una tarde memorable el 16 de febrero de 1964, cuando actuando con Diego Puerta y Abel Flores El Papelero, corta las dos orejas de Cantaclaro de Santa Marta, toro de regalo.

Antonio del Olivar fue Secretario General de la Asociación Nacional de Matadores de Toros y Novillos en México, de 1969 a 1975, año en el que concluyó su gestión por haberse despedido de los ruedos el 24 de diciembre de 1974, en la plaza Rodolfo Gaona de su tierra adoptiva, en una corrida en la que alternaron con él Manolo Martínez y Curro Leal en la lidia de toros del Doctor Castro.

Antonio del Olivar falleció en Celaya, Guanajuato, el 19 de noviembre de 1997.

Este es mi recuerdo de Antonio del Olivar, un fino torero mexicano, quien es el primer torero de estas tierras que recibiera la alternativa en la madrileña plaza de Las Ventas, un día como mañana de hace sesenta años.

domingo, 27 de septiembre de 2015

En el centenario de Silverio Pérez (IX)

26 de septiembre de 1935: Silverio debuta en Madrid

Portada del ABC de Madrid
27 de septiembre de 1935
Silverio Pérez toreó en Las Ventas. Ya decía en una entrada anterior a esta que su andar por los ruedos hispanos es una de las partes opacas de su historia, y sin razón a mi juicio, porque a más de la brillantez de muchos de los resultados obtenidos, creo que no se puede entender a cabalidad la leyenda de uno de los toreros más grandes que México ha aportado a la tauromaquia, analizando únicamente su hacer en una de las vertientes del Atlántico.

El jueves 26 de septiembre de 1935 se anunció una novillada a beneficio del Instituto Cervantes, en la que, en concurso de ganaderías, se lidiarían ejemplares de Terrones, Coquilla, Leopoldo Lamamié de Clairac, Rafael Lamamié de Clairac, Francisca Melgar y Lorenzo Rodríguez, por una terna formada por Ventura Núñez Venturita, Arturo Álvarez Vizcaíno y el debutante Silverio Pérez, siendo mexicanos los dos últimos. Agregaría yo que el festejo tuvo tal predicamento, que fue el motivo de la portada del diario madrileño ABC del día siguiente al de su celebración.

Voy a referirme a dos relaciones del festejo en esta oportunidad. La primera es la de Eduardo Palacio del ABC de Madrid, titulada El Toro de Oro y el de Fuego, de la que entresaco lo que sigue:
…Mucha gente acudió ayer a la plaza a presenciar el mentado concurso de ganaderías, cuyo premio era nada menos que un toro, modelado por Benlliure. A disputarse trofeo tan artísticamente valioso, acudieron los hierros de Terrones, Coquilla, Leopoldo Clairac, Rafael Clairac, Francisca Melgar y Lorenzo Rodríguez. Digamos enseguida que ninguno de esos ganaderos pareció esmerarse gran cosa en la elección de la res enviada al certamen. Pidió la llave Conchita Costanzo, y pasearon el ruedo en carruaje, pasando luego a ocupar la presidencia de honor, las torturantes bellezas de Anita Tormo, Pepita C. Velázquez, Pepita y Emilia del Cid, Luisita Rodrigo y otras no menos agraciadas y aplaudidas artistas… El toro de Terrones, bien puesto, parecía reparado de la vista, cumplió malamente y se silbó en el arrastre; el de Coquilla acudió alegre a los caballos, se apagó después un poco, pero fue en todo momento un novillo suave y de franco embestir, aplaudiéndosele al ser enganchado su cadáver a las mulillas; el de D. Leopoldo Clairac, embestía con mal estilo y cumplió en varas; el de D. Rafael Clairac no pudo librarse del fuego; el de doña Francisca Melgar hizo gala también de un tanto de mansedumbre y el de D. Lorenzo Rodríguez, tenía cara de toro, no se portó mal en el primer tercio y sirvió para que se aplaudiese al picador Gorrión, que como Zurito, que asimismo actuó en el festejo, mostró decisión y estilo en el menester que encomendado tenía. Total, que la corrida, en conjunto, fue sosona, y aún sin tener malas intenciones, aplanó a los diestros encargados de despacharla... ninguno sintió el deseo de brindar a las presidentas, cuya positiva belleza quizá les hubiese servido de aliento y estímulo para dar cima a la empresa en que estaban comprometidos... En la novillada concurso de ayer se presentó otro diestro mejicano, Silverio Pérez, que con la emoción de pisar por primera vez la plaza de más categoría de España, no lució lo debido, y sería injusto juzgarle con severidad. Es valiente y maneja percal y franela con cierta soltura, mostrando al herir no poca decisión. Se deshizo del bicho de D. Leopoldo Clairac de media estocada y concluyó con el de D. Lorenzo Rodríguez que cerró plaza - ya con los focos encendidos - de dos pinchazos hondos y un certero descabello… Con las banderillas fue muy aplaudido Cantimplas, en los dos pares que clavó al de Terrones… Seguramente se concederá el toro de oro al novillo de Coquilla, siendo solo de lamentar que los organizadores de la fiesta sufriesen la imprevisión de no disponer de otro toro relleno de fuegos de artificio, el que hubiera ganado por unanimidad, la res de D. Rafael Clairac. Aunque ya se yo que en tales certámenes, queda siempre algún cabo por atar. De allí mi legítima prevención por toda clase de concursos taurinos.
La segunda apareció la noche misma del festejo en El Heraldo de Madrid y está firmada por Don Nino. Trata a Silverio Pérez con más dureza, pero nos aporta datos que la anterior no contiene, como por ejemplo, el nombre del primer novillo que quien habría de ser el Faraón de Texcoco mató en Madrid. De ella, es conducente lo que a continuación copio:
La novillada de esta tarde en Madrid. Concurso de ganaderías. Matadores: Venturita, Arturo Álvarez y Silverio Pérez… TERCERO. – De Leopoldo L. de Clairac. Entrepelao. Largo y bien criado. Cornicorto. Embiste derecho. Entra y sale… Silverio Pérez torea a la verónica, sin lograr, ni mucho menos, entusiasmarnos. Ni dolor ni salor. “Sanluqueño” entra de largo al picador adjunto. Empuja con fuerza y derriba con estrépito. Acude al quite Silverio, que no consigue el aplauso de los espectadores… Dos puyazos más entrando con alegría el “morito”, que es tan voluntarioso para las fuerzas montadas como dificultosillo para los infantes; pero no supongan ustedes que es la fiera corrupia. Ni mucho menos… Cuando los de turno rehiletean al de D. Leopoldo, Silverio, el hermano de aquél valiente que se llamó Carmelo, se acerca unas veces y se distancia otras. La faena es breve y la estocada superior. (Muchas palmas y algún pito)… SEXTO. – De Lorenzo Rodríguez. Negro listón. Abierto de pitones. Sale con prisas y se revuelve en un palmo de terreno. Persigue a Castillo y no le cornea por verdadera casualidad… Silverio Pérez es abucheado al torear de capa. Se mueve más de la cuenta. No templa en ningún lance. Al quitar se estira. Da dos verónicas muy buenas. Remata con media de calidad. Y le aplauden, como es justo. ¡Lo ve usted, Sr. Pérez!... Aquí para que aplaudan hay que exponer y torear. Con mandanga, ni en Madrid ni en Monterrey. (Se hizo de noche y encendieron la luz)… El novillo ha cumplido bien con más nervio que bravura… Cuairán y su camarada banderillean. Alfredo supo hacerlo bien y le aplaudimos… Silverio muletea por bajo. Cuando se quiere estirar sufre un serio achuchón. Faena relámpago por las prisas que, al parecer, tienen novillo y torero. Todo rápido y nada bueno. Un pinchazo hondo, tendido, otro feo. Descabella con la puntilla…
Como podemos ver en la lectura comparativa de ambas crónicas, hay diferencias que van más allá del mero grado y que ayer como hoy, nos dejan perplejos en cuanto a entender si los narradores asistieron al mismo festejo o si nos están contando uno diferente cada uno. Sin embargo, de ambas se puede deducir que al final, la labor de Silverio Pérez fue aplaudida al finalizar la lidia de su primer novillo y que debió ser vuelto a programar en la siguiente temporada que terminó prematuramente por el llamado “boicot del miedo”.

Así recuerdo el octogésimo aniversario de la presentación de Silverio Pérez en la plaza de Las Ventas de Madrid.

domingo, 13 de septiembre de 2015

En el centenario de Silverio Pérez (VIII)

El miedo según Silverio

Durante el tránsito de su vida, Silverio Pérez desarrolló muchas actividades aparte de las que fueron consustanciales a su quehacer por los ruedos. Entre ellos fue el de escritor. En el número 105 de la revista Siempre!, aparecida en la Ciudad de México el 29 de junio de 1955, a instancias del director y fundador del semanario, José Pagés Llergo, quien bautizó a Silverio como El Compadre, el torero texcocano publicó una serie de reflexiones acerca del miedo.

Esas reflexiones serían recogidas de nueva cuenta en un libro titulado Los Grandes del Siglo XX, sacado a la luz por la casa editora del semanario en el que vieron la luz por primera vez y en la versión aparecida en esta última publicación, aparecen de la siguiente manera:

Compadre: ¿Sabes tú lo que es el miedo?
Por: Silverio Pérez, en Siempre!, número 105, 29 de junio de 1955 
Genial torero, nació en Texcoco, Estado de México, el 20 de noviembre de 1915. Tomó la alternativa el 6 de noviembre de 1938 en Puebla, de manos de Fermín Espinosa Armillita. Los conocedores del arte taurino han dicho que el toreo de Silverio Pérez fue de una inmensa clase, exquisito gusto y depurada técnica. Fue un representante destacado de la época dorada de México, donde todo era grande: los políticos, intelectuales, artistas, diplomáticos y periodistas. Silverio fue Presidente Municipal de Texcoco, se retiró de la fiesta brava el 1º de marzo de 1953 y murió el pasado 2 de septiembre.  
Este es un texto publicado en la revista Siempre! en junio de 1955, a petición de su “compadre” José Pagés Llergo y que es parte del libro “Los Grandes del Siglo XX”, publicado por este semanario.  
* * * 
Compadrito: veo que tú no haces otra cosa que buscarme líos. ¿Recuerdas aquella vez que me obligaste a ponerme un traje de etiqueta? Fue en un aniversario de tu otro “hijo” —Hoy— y el smoking que llevaba me lo había prestado Fermín. No veas, compadrito, cómo me sentía yo. Cuando entré a “El Patio”, Cantinflas se enojó conmigo porque pensó que iba a hacerle la competencia. 
Después recuerdo aquella tarde en El Toreo. Yo había quedado mal (para variar) y tú, que habías tenido un pleito en los tendidos, por mi culpa, te pusiste sabroso y me regalaste un toro. Y dime, compadrito: ¿qué necesidad había de eso? 
Pero más tarde quisiste que yo fuera jugador de dominó para que te acompañara en tus desveladas. Todavía no se me olvida aquel “cierre” que nos hicieron Isaac y Ortega: cuando tendí mis fichas en la mesa, aquello parecía un puesto de capulines. 
Y no paran ahí todas las cosas que me has hecho y de las que no vamos a hablar ahora, porque entonces éramos solteros, y no veas la que se nos puede armar todavía. Tu última puntada fue cuando quisiste hacerme diputado. Y me hablaste tan bonito, compadre, que hasta me compré mi texano y mi traje de gabardina para irme acostumbrando. Lo de ahora, compadre, ya no tiene cuate: me quieres hacer periodista. Y ni modo, quiero darte gusto, aunque de aquí tenga que irme a la cama a ponerme chiquiadores. 
¿Pero de qué te escribo, compadre? Podría hablarte sobre la erosión, porque de eso le he oído hablar mucho a mi querido amigo el Ingeniero Quintero. O podría también darte una clasecita sobre la cría de puercos porque, sabrás, compadrito, que a todos los que tenía se los llevó la aftosa. Pero mejor quiero escribirte sobre algo que conozco mejor que nadie: sobre el miedo, compadre. Y en esta especialidad, ni modo que venga alguien a darme un baño. 
Pues sí, compadre, tú escuchaste muchas veces, en las palabras de los amigos, que el trincherazo— el mismo de la canción de Agustín—, tenía en mis manos una interpretación trágica porque, aseguraban, los pitones se abrían paso por entre mis pestañas, y que la chicuelina equivalía a morir un poco yo y la afición también.  
Y para qué te recuerdo lo que oíste de mis derechazos. Lances y muletazos me situaron siempre a un milímetro de los pitones en el comentario de mis partidarios que nunca admitieron que otro torero se arrimara más que yo. 
Algo debe haber de verdad en eso, por más que yo no lo recuerdo muy bien, y si lo hice en la forma que aseguran fue un tanto inconscientemente. Porque nadie va al toro a buscar deliberadamente que las astas se lleven los alamares. Y de paso las carnes, las venas y hasta la vida. Para impedirlo está dentro de cada quien el miedo.  
El miedo, compadre, que se experimenta de pronto, como ahogo que detiene el aire en los pulmones, como un gran cansancio que te impide el movimiento, como ansiedad por algo que no se conoce pero que se va acercando para maltratarte, como ganas de llorar sin motivo, de explicar a gritos cosas que se agitan cerca del corazón. 
Yo empezaba a sentirlo inesperadamente, lo mismo en el patio de cuadrillas que en mi cama, la noche anterior a una corrida. Lo sentía llegar cuando menos pensaba en él, a veces en el burladero, a veces en la exacta mitad de una verónica. Llegaba en forma de escalofrío y me engarrotaba los músculos, como sudor viscoso que hacía resbalar el capote sobre mis manos, como dolor en los muslos y sabor de cloroformo en la boca. 
No sabes compadre, lo que es tener, que ir al toro en esas condiciones, esperando que en cada lance te tropiecen los cuernos y la plaza empiece a girar llena de gritos. No te imaginas lo que es presentir el olor de la anestesia y sentir que por las piernas resbala la vida. Con decirte que se la oye gotear. 
Yo nunca acepté mi miedo. Me daba coraje y entonces hacía mis cosas olvidándome de los fantasmas. Pero como te digo, de repente, llegaba aquello y entonces se terminaba mi voluntad. Me aplanaba, sencillamente. 
En aquellas ocasiones conseguía dominarlo, sabiendo que no duraría mucho tiempo vencido y que poco a poco se iría imponiendo. Nunca tardaba el mismo tiempo y a veces me dejaba redondear una faena y otras ni siquiera el primer quite, de lo que tardara en apoderarse de mí dependían las orejas.

Yo quise entender esto y pensaba al principio que era porque tenía a mí “Negra”, después porque “Poncholín” venía en camino; luego porque sus otros hermanitos habían llegado; más tarde porque el ranchito empezaba a formarse y luego, quién sabe cuántas cosas, pero el caso es que siempre encontraba manera de justificarlo.
 
Impotente contra el miedo tuve que torear muchas tardes. Cómo luché por imponerme es cosa que solamente yo podría entender. Enfermo de espanto, salía a la plaza ya fuerza de voluntad conseguía los aplausos, con el sobresalto siempre de que aquello me engarrotara cuando mejor sentía mis cosas. 
El miedo es cosa terrible, compadre. Y peor todavía es el miedo de tenerlo. Imagínate, tener miedo del miedo. Hasta parece albur, pero es la verdad de lo que me ocurría.  
Yo tuve siempre miedo de tenerlo. Y tuve también miedo puro sin complicaciones. Un miedo tan espantoso que muchas veces me obligaba a buscar la cornada para olvidarlo en los vapores de la anestesia. A veces la muerte misma hubiera sido un alivio.  
Entre miedo y miedo la fui jalando, hasta la despedida. Y aquí me tienes hoy, tan ignorante del campo como del toro, pero dueño ya de mis nervios, sin el presentimiento cobarde de la cogida, sin otro miedo que no sea de que se me muera un puerquito o se me hiele la milpa. 
Espero que estés satisfecho, compadre, con la confesión de tu amigo que te desea incontables faenas al frente de tu revista. Pero sin miedo.

Aldeanos