Victoriano La Serna (Archivo El Mundo) |
Hace poco menos de tres años en una conversación que sostuve con el Maestro Jesús Solórzano, me trajo a ella el recuerdo de una tarde en la que su padre, El Rey del Temple, alternó con Cagancho y Victoriano de la Serna en la plaza vieja de Madrid y en la que los tres toreros vistieron de blanco. Me comentaba con emoción lo que su padre le refirió de aquella tarde de los ternos blancos y me pidió que le localizara alguna información acerca de lo sucedido en esas calendas.
Me puse manos a la obra y pude encontrar que se trató de la corrida final del abono madrileño de 1932. Se celebró el día 8 de mayo y en los hechos, se lidió un encierro de Villamarta para los toreros ya nombrados. No fue una tarde de esas en las que se cortaran múltiples despojos, pero sí fue, de acuerdo con la hemerografía, un festejo de esos que dejan huella en la memoria de quienes lo presenciaron y en la Historia del Toreo.
Encontré varias crónicas de escritores importantes, con las que trataré de armar algo que pueda resultar de su interés.
Baile de corrales
Hoy en día son frecuentes los bailes de corrales por la imposibilidad de presentar encierros adecuados a la categoría de una plaza determinada. Hace 87 años quizás no era frecuente verlos, pero tampoco imposible. Estaba originalmente anunciada una corrida de don Juan Manuel Puente – antes Vicente Martínez – pero no superó el reconocimiento veterinario. Para sustituirla, se aprobó una de Villamarta, rechazada el 27 de abril anterior y que permanecía, entiendo, en las dependencias de la plaza.
Don Gregorio Corrochano, a propósito del asunto, en su tribuna del ABC madrileño relata lo siguiente:
Hace unos días que vino la corrida de Villamarta. Ignoramos las razones científicas que aconsejaron rechazarla. El domingo se lidió, es decir, a los pocos días, cuando los toros, en vez de ganar, sufrieron los estragos de los primeros días del cambio, y nada tenemos que oponer a la presentación de la corrida. En esta última de abono había de jugarse la de Juan Manuel Puente y fue cambiada por la de Villamarta. No es fácil, por lo visto, venir con una corrida a Madrid…
Y abunda en el tema Federico Morena, del Heraldo de Madrid, que expone con más amplitud lo sucedido y se atreve a vaticinar lo que vendría después:
Hay cosas inexplicables – decía yo –, y una de ellas es cómo la corrida de Villamarta que rechazaron por falta de trapío los profesores veterinarios en el reconocimiento del miércoles 27 de abril pudo ser aceptada como buena diez días después. Tengo fama de hombre imaginativo y, sin embargo, nunca pude pensar que mejorase tan sorprendentemente una corrida de toros en doscientas cuarenta horas. ¿A qué maravilloso tratamiento fue sometida? ¿Qué mago de la veterinaria obró el portento?...
¡Nada de prodigios! – me respondieron –. Los profesores veterinarios tienen para estas ocasiones un procedimiento muy expeditivo: el de la comparación. Los toros de Villamarta no resistían el parangón, en cuanto a presencia, con los lidiados en corridas anteriores, ni aún con los novillos jugados en las primeras funciones de la temporada.
Exacto – asentí –.
Pero a la vista de las «fieras» que envió para la cuarta de abono D. Juan Manuel Puente, el flamante criador colmenareño, los toros del ex marquesado parecieron a los facultativos «catedrales» y aceptaron la sustitución...
¿Luego la corrida de don Juan Manuel...?
Se lidiará en cuanto llegue una más chica. Acaso el jueves próximo.
¡A lo que hemos llegado, señor director general de Seguridad, en la plaza de Madrid!...
Con esos mimbres se celebró una corrida que resultó al final de cuentas memorable, que ha trascendido a la historia como la corrida de los trajes blancos, en la que el toreo se reafirmó como un arte mayor.
Preliminares
La vestimenta uniforme de los toreros solamente fue advertida por Federico Morena, de la siguiente guisa:
Al hacer el despejo las cuadrillas recibimos la impresión de que íbamos a presenciar cosas extraordinarias. Los tres matadores, como si estuviesen de acuerdo, vestían trajes de tono claro con guarnición de plata. Y es éste un vestido que adoptó Antonio Márquez – otro «estilista» – para los días de gran solemnidad, cuando salía a la plaza dispuesto a «hacer la estatua»...
Cagancho
Joaquín Rodríguez Ortega, natural de la calle del Evangelista en la Triana de Sevilla, las dio de cal y de arena. Sin embargo, tuvo la ocasión de exhibir la pureza de su toreo con la capa y la manera tan limpia en la que manejaba la espada. De manera aislada, sin duda, pero sin menoscabo de su cartel en la plaza mayor.
Maximiliano Clavo Corinto y Oro, en la edición del diario La Voz del 9 de mayo de 1932, relata lo siguiente acerca de su actuación:
…en el cuarto toro, el Calé fue el torero de nuestros ensueños. A un lance magnífico con los pies juntos seguía otro encorvado, saliendo despavorido. El bicho comenzó a pelear con nervio, y un soberbio puyazo de Catalino lo dejó idealmente ahormado para el estilo de Carancho, que al final recuperó todas las simpatías y todo el cartel de torero genial que tiene en Madrid. Comenzó con tres muletazos por alto con una arrogancia sugestiva. A partir del último pase, el público inició una reacción en favor del gitano, que al verse animado por las masas se confió y derrochó salero, no ya para regar la plaza, sino todo el pavimento de la calle de Alcalá. Mezclando lo serio con lo jocoso, dio una serie de muletazos por la cara, cada, vez más estirado, cada vez más cerca y cada vez más interesante en el procedimiento y en el ademán. Cada pase arrancaba una tempestad de aplausos y risas. ¿De qué clase fueron estos muletazos de la salerosa faena del “cañí”? No lo sé; no los he visto descritos en las nomenclaturas de los libros taurinos. Pero tampoco en estas nomenclaturas está escrita la gracia con que Carancho jugó con este cuarto toro. Lo único que yo recuerdo, como conclusión, es que las risas formaron estrépito, y las ovaciones se sucedieron unas a otras. El éxito del gitano se coronó como estoqueador, y en este punto, la pinturería y la gracia dieron paso a la seriedad, para que hubiera de todo. El caso es que en los tres viajes que Carancho hizo con la espada (dos medias altas y un pinchazo) vimos un estilo de matador de toros limpio, por la rectitud en el arranque, por lo irreprochablemente que jugó la muleta en los embroques, por la fe que puso en buscar siempre el morrillo. Y el rato de singularísima gracia que nos dio en la faena con los tres momentos completamente en serio que nos ofreció como estoqueador, derivó todo en una ovación final…
Y en el Heraldo de Madrid, Federico Morena, la misma fecha, agrega:
…Tengo más en el haber de Joaquín. Dos quites – uno en el segundo y otro en el sexto toro – que fueron un verdadero alarde de bien torear. Las medias verónicas finales, realmente prodigiosas.
En suma: el cartel de Joaquín se ha afianzado mucho con el éxito resonante de Barcelona y su actuación de ayer en Madrid. ¡Hay filón a explotar, señores empresarios!...
Jesús Solórzano
El Rey del Temple ya había dejado su tarjeta de presentación el 7 de junio de 1931 cuando realizó al toro Revistero de Aleas una de las faenas importantes de la historia de la plaza de la Carretera de Aragón. En esa fecha impactó a la afición precisamente por la facilidad que mostró para templar a los toros y también por la pureza con la que toreaba con la capa. Al cronista al que mejor impresionó en la tarde que me ocupa en esta ocasión – y que espero que les llegue a ocupar a Ustedes también – fue a Federico M. Alcázar, de El Imparcial, en su crónica titulada Solórzano o el arte de torear de capa, entre otras cosas dijo esto:
Cuando hablamos de Solórzano giramos siempre alrededor del mismo tema: el tema eterno del arte de bien torear. Decir que el capote de Solórzano es el más maravilloso del toreo, es repetir lo que casi todos sabemos. Hay que agregar que es el de corte más clásico, el de temple más puro, el de más refinado y exquisito vuelo. En su seda amarilla y grana, debía ir escrito aquél famoso verso de Rubén:
«Era un aire suave de pausados giros.»
No es el capote de un estilista, en la acepción taurina del vocablo, es decir, el que espera el toro adecuado para sacarle un lance, sino al capote que se prolonga en el curso de la lidia de seis toros, como el domingo, y cada lance o serie va sellada de buen estilo, de acabada técnica, de belleza incomparable. Esa técnica de la mano baja, de la pierna adelante, del mando lento del toro toreado y de la suerte cargada, prolongada, rematada. Escuela que tiene su solera en Ronda, y se derrama en Triana como el licor de una copa. El capote de Solórzano hace el toreo como es, como debe hacerse. Por eso en sus momentos culminantes, puede servir de modelo, de norma, de punto de referencia para torear a la manera clásica. Cuando alguien nos pregunta cómo debe torearse de capa, respondemos sin vacilar: “Como Solórzano”. ¿Para qué adjetivarlo? Donde está su capote está el arte de bien torear. Otros le aventajarán en emoción, en finura. Ninguno le llega hoy en pureza, en clasicismo.
El domingo se remontó a la cumbre del toreo. Y no fue únicamente en el segundo toro, que se superó, sino en los seis. Este es su mayor mérito y lo que da valor excepcional a su toreo de capa. No tuvo un momento deslucido, borroso. Todos sus lances fueron de superior calidad, hasta culminar en las cinco verónicas y los dos quites que hizo en el segundo toro. No se puede torear mejor. No hay quien ejecute el toreo con mayor pureza, con mayor sabor clásico. Esas cinco verónicas y esos dos quites exceden los términos de toda hipérbole. Fueron algo fantástico, ideal. Cada lance iba seguido de un clamor delirante, y cuando remataba con la portentosa media verónica, o arrodillado de espaldas al toro, la plaza se levantaba impulsada por un loco arrebato de entusiasmo. ¿Cuánto tiempo duraron algunos lances? No lo sé; para los que contaron el tiempo mirando el reloj, segundos; para los que teníamos la mano en el pecho y veíamos pasar el toro lentamente, despaciosamente, una eternidad. Ese ha sido, ese es y ese será, el toreo en su última y definitiva expresión artística. Que torear no es, como equivocadamente cree la mayoría de la gente, «dejar pasar» el toro más o menos ceñido y ajustado, sino «pasarlo» tan asombrosamente toreado como el domingo Solórzano. Que un lance dure aquél minuto de silencio que duraba en el capote de Gitanillo y en éste de Solórzano…
También Corinto y Oro tuvo sus elogios para el torero de Morelia. Sobre su toreo de capa escribió:
Jesús Solórzano es otro torero por el que no puede perder interés el público de la plaza “grande”. Conformes todos los aficionados en que hoy se torea muy bien, pese a las obligadas desigualdades en que en esta época se desenvuelve la lidia de reses bravas, Solórzano es uno de los que acreditan aquella aseveración. ¡Qué bien torea este mejicano! Su sosiego, su temple y su característico modo de cargar la suerte nos lo mostró una vez más en aquel bravo, toro bravo de verdad, segundo toro, que es al que en justicia pudo habérsele dado la vuelta al ruedo. Solórzano armó una polvareda en las verónicas iniciales y en la superiorísima media con que las remató. En el primer quite volvió a pararse delante del bicho y le dio otra serie de verónicas irreprochables. No hay que decir que los oles y la ovación debieron de repercutir, en el mismo Méjico, adonde quizá llegaron también las que se hicieron a los otras dos espadas, porque esto tercio de quites, como el que nos dieron en el sexto toro, dejó en el paladar del aficionado un sabor que no se va fácilmente…
Victoriano de la Serna
El torero de Sepúlveda apenas había recibido la alternativa el 29 de octubre de 1931. Era, además de ser el más joven de la terna, uno de los matadores de toros que iban a renovar el escalafón. Ya en su presentación como novillero en Madrid había dejado constancia de que tenía la posibilidad de caminar un trecho largo en la fiesta y en esta tarde lo confirmaría.
Corinto y Oro tituló su crónica La Serna: ha vuelto Usted a envenenar el toreo. Y explica sus motivos de la siguiente manera:
Para establecer la obligada relación entro un feliz tiempo pasado para la tauromaquia y el presente, el crítico rememora hoy una fecha y un nombre. La fecha es el año de 1913, y el hombre, Juan Belmonte, novillero debutante en la plaza de Madrid en una tarde del mes de marzo. Aquella tardo empezó a trazarse una línea divisoria entre dos épocas; aquella tarde Juan aguantó a los toros como no se había hecho nunca; aquella tarde quedó envenenado el arte de torear, y con el envenenamiento quedó consagrado un estilo nuevo, puro y peligroso, que abrió manicomios y sepulturas, aunque el público fue el primer envenenado, porque se le descubrió un sabor y una exigencia. A partir del año 1913, todo el torero que como tal torero ha querido ser “algo” en su profesión no ha tenido más remedio que seguir la ruta trazada por “aquél”.
Otro hombre revolucionarlo ha vuelto a envenenar la fiesta de toros en la corrida de ayer, y precisamente cuando la corrida estaba para expirar. Este otro hombre es Victoriano de la Sema, que no es sevillano, ni “siquiera” madrileño, puesto que ha nacido en el corazón de Castilla la Vieja…
…Pero salió el sexto toro, un castaño de bonita estampa, codicioso, y pastueño, y... el toreo volvió a envenenarse otra vez, como se envenenó en el año 1913. ¡Qué no haría con este toro el “loco” torero de Castilla la Vieja!... A ver si lo recordamos: En cuanto pisó la arena el noble bruto, La Serna se descaró con él precipitadamente en el tercio del 2, y el caos. El caos, al ver a aquel hombre substantiva, gramaticalmente, clavado en el suelo con las piernas en ángulo y sin mover un pie en las cuatro arrancadas que le dio la bestia; el caos al ver aquel capote también a ras del suelo, que se llevaba el toro de un lado para otro con una suavidad, una elegancia y un arte nunca vistos, y aquellos brazos movidos con la misma lentitud de derecha a izquierda; el caos al trazar aquella maravillosa media verónica en la que el toro tomó la forma de una pescadilla (como a las pescadillas estamos acostumbrados a verlas), rodeando la cintura del torero; y el caos al ver a los catorce mil espectadores que abarrotaron la plaza, en pie, entregados a un verdadero delirio que simbolizó una ovación y un olear de verdadero frenesí. Repitió su toreo, su excepcional toreo, su personalísimo toreo, el toreo cuyo estilo inverosímil ha traído otra vez el envenenamiento de la fiesta el torero segoviano, y las aclamaciones volvieron a oírse imponentes y arrolladoras. Carancho hizo otro quite también maravilloso, y con otro por el estilo cerró Solórzano el tercio, que, como el del segundo toro, nos puso a todos en un transporte de emoción y de alegría difícilmente descriptible. Las ovaciones se sucedían impetuosas; pero la de la Sema se prolongaba y se prolongaba, sin cesar hasta el tercio de banderillas. ¡Qué estilo no pondría aquel hombre en aquella manera de lancear tan arrolladora, tan selecta, tan escalofriante! Una consideración de crítica: si como toreó ayer de capa este sexto toro en Madrid torea quince o veinte en provincias, de respetarle los bichos, su exaltación definitiva tendrá la velocidad de un tiro.
La revolución ya estaba armada; pero aun debíamos esperar con el natural interés la faena de muleta, que Victoriano ofrendó al querido camarada el popularísimo poeta de la democracia madrileña Antonio Casero. La revolución tiene un empalme. El torero sale paso a paso, con la muleta plegada sobre la mano izquierda, y llama la atención del toro, que sigue embistiendo bien, aunque adelanta un poco por el pitón izquierdo. El bicho se arranca, el torero espera, da un quiebro de cintura en la reunión y comienza con un cambio emocionante. Inmediatamente despliega la muleta y prepara el pase natural, que no sale limpio por el defecto del toro. Cambia de mano, y el caos otra vez: sobre la derecha ejecuta una labor formidable, que se compone de cuatro muletazos bajos, llevando al cornúpeto con el hocico matemáticamente adherido a los vuelos de la franela; de tres altos, dos de pecho, en los que el toro, de pitón a rabo, roza la cintura del torero, y otros dos bajos también, en los que hombre y bestia forman un solo cuerpo. Pero en estos dos pases no se ha tramitado el eterno muletazo de parar y cargar la suerte, no; estos dos muletazos son tan excepcionales, tan desconocidos en todas las épocas del toreo, que el lidiador se ha quedado convertido en una verdadera estatua, mientras el toro ha ido y ha vuelto en el viaje sin que el torero descomponga su figura ni se tome un nuevo centímetro de terreno para prepararse contra el ímpetu y la fuerza del adversario; es decir, sin preocuparse de una probable cogida. La multitud, que apenas ha tenido tiempo de reaccionar en pro de un sosiego necesario, vuelve a desbordarse en esa asombrosa faena de muleta, y el entusiasmo que produce este segundo acto del envenenamiento del toreo es francamente indescriptible. Una estocada corta tiene por remate la faena y la vida del castaño codicioso y pastueño, y la ovación final se hace imponente, avasalladora, Gran parte del gentío pide la oreja, y el presidente, después de un titubeo reflexivo, acuerda no concederla. Bien hecho. La negación del premio es muy eficaz, porque con ello crece el clamor del público, cuyo nervosismo de entusiasmo termina, por fin, en coger al torero en hombros, pasearlo por el redondel y depositarlo en el automóvil…
Maximiliano Clavo presiente aquí un nuevo canon para hacer el toreo. Una revolución le llama él.
Una de color
Señalan las crónicas que La Serna brindó la muerte del sexto a Antonio Casero. También revelan que tras la gran faena al sexto, la muchedumbre – no los costaleros a sueldo – se lo llevó en hombros. La rápida sucesión de los hechos impidió al torero o a sus ayudantes recuperar la montera dejada en prenda al pintor y así narra Corrochano lo sucedido con ella:
El interés de la corrida, por unas cosas o por otras, no decayó un momento. Fue una corrida distraída, muy interesante. Cuando salíamos, como La Serna se había marchado, vimos a Antonio Casero sin saber qué hacer con la montera.
- ¿Vamos, Antonio?
- Espera que salga la gente - dijo muy preocupado.
Y cuando creía que nadie le veía, arrojó la montera entre barreras y salió de prisa, muy sonriente, como si no hubiera hecho nada…
Ligas a las crónicas
Las crónicas completas de este festejo las pueden consultar pulsando sobre el nombre del diario en cuestión: