Recapitulación
El obituario taurino de 1996 llevó muchos nombres, algunos linajudos, ilustres y otros no tanto, pero al fin y al cabo, conspicuos habitantes de la Aldea de Tauro. Unos habían obtenido tiempo atrás su nicho en el recinto de los inmortales, accediendo a él por la puerta grande, en hombros del recuerdo de los aficionados y otros lo hicieron por la angosta puerta del sepulcro, pero como gente en esto del toro, tendrán siempre su sitio en nuestra memoria de aficionados y nos harán falta, como todos los que se van. Ese obituario nos recordará lo que el Padre Ramón Cué ha dicho con relación a la presencia de la muerte en los ruedos, indicando que es parte de un juego de tres y que pisa el terreno del toro y el del torero también.
Manuel Martínez Ancira
Soy y seré siempre martinista. Lo he sido desde hace casi cuatro décadas. Desde aquél 5 de febrero de 1973, cuando en un mano a mano con Palomo Linares, en la centenaria Plaza de Toros San Marcos, el torero nacido en Monterrey – también tierra de califas –, demostró a propios y extraños, a istas y antis, que era él quien mandaba en el ruedo y frente al toro y que para ganarle las palmas, se necesitaba mucho, mucho mas de lo que los demás toreros del momento podían ofrecer.
A partir de esa tarde, se sucedieron para mí las experiencias de ver a un Manolo Martínez pletórico de facultades, salvando cuanto obstáculo se ponía en su camino y así se sucedieron las tardes como las de Teniente, Tejoncito, Carranqueño, Gotita de Miel, Voy Contigo, Amoroso y Toda una Época, toro con el que concluyó la primera etapa en los ruedos de la última gran figura del toreo que ha surgido en México.
Después del paréntesis de poco más de cuatro años que hizo en su carrera, le vimos regresar disminuido físicamente, pero mas asolerado en su toreo y quedaron dos faenas para la memoria colectiva; la de El Tigre de Los Martínez, con la que obtendría el centésimo rabo otorgado en la Plaza México y aquí en la Monumental Aguascalientes la realizada a Lebrijano, de José Garfias, calificada en su oportunidad por don Jesús Gómez Medina como la faena de muchas, pero muchas ferias. Esta fue su última gran obra en nuestra tierra y era recordada con emoción por el torero por considerarla como el compendio total de su tauromaquia.
Dejó de actuar en los ruedos, pero no se retiró de los toros, pues se dedicó a criar toros bravos y a promover jóvenes aspirantes a toreros, dejando encaminados a varios de ellos, con la posibilidad de ser alguien en los ruedos, llegando en su día hasta la alternativa alguno de ellos.
El 16 de agosto de 1996, Manolo Martínez dejó este mundo, legando a la fiesta una historia de realizaciones, en las que su carácter y poderío, siempre dejaron constancia de que se trataba de un grande, de un inolvidable de los ruedos.
Francisco Madrazo Solórzano
Él es otro que ingresó a la inmortalidad mucho antes de rendir tributo a la madre tierra. Ganadero por convicción y por linaje, don Paco Madrazo continuó hasta donde los imponderables se lo permitieron, con una tradición iniciada por sus mayores en los albores de la pasada centuria.
La Punta es un nombre que mientras haya fiesta de toros, estará indisolublemente unido a la grandeza de esa fiesta. El hablar de la familia Madrazo, siempre llevará a recordar al toro, al animal de hermosa estampa, con sus cuatro años largos, sus astas íntegras, arrogante, poderoso, en suma; el paradigma del toro de lidia.
Don Paco Madrazo fue el último responsable de dirigir los destinos de la que fuera en su día la ganadería de toros de lidia más larga del mundo, tanto en extensión territorial como en número de reses. Tuvo en su haber la crianza y preparación de la corrida más grande en peso que se haya lidiado en plaza alguna de la República y el haber mantenido en México en pureza, un encaste (Parladé – Campos Varela), diferente al que la mayoría de las ganaderías mexicanas se han acogido.
Una mal entendida Reforma Agraria primero y la preferencia de los mandones por otro tipo de toros después, fueron haciendo a La Punta a un lado de los carteles, pero todavía al conjuro de su nombre, las plazas se seguían llenando, como aquél 2 de mayo de 1991 – última vez que don Paco lidió en Aguascalientes –, fecha en la que el Coso de la Calle de la Democracia, al solo anuncio de los punteños, se llenó hasta la bandera, recordando hazañas realizadas a la par de nombres de toros como Judío, Peinero, Candilejo, Pizpireto, Africano, Pituso, Nicanor, Urraco o Faraón que son varios de los que edificaron la historia y la leyenda de esta importante casa ganadera. (Hoy se lidian toros con la misma denominación, hierro y divisa, pero de origen genético y titular diferente)
También el 16 de agosto de 1996 dejó de existir este hombre que dedicó su vida a la fiesta de los toros, a la más bella y grande de las fiestas, que en esa fecha, ha perdido a dos grandes, que jamás serán sustituidos.
El obituario taurino de 1996 llevó muchos nombres, algunos linajudos, ilustres y otros no tanto, pero al fin y al cabo, conspicuos habitantes de la Aldea de Tauro. Unos habían obtenido tiempo atrás su nicho en el recinto de los inmortales, accediendo a él por la puerta grande, en hombros del recuerdo de los aficionados y otros lo hicieron por la angosta puerta del sepulcro, pero como gente en esto del toro, tendrán siempre su sitio en nuestra memoria de aficionados y nos harán falta, como todos los que se van. Ese obituario nos recordará lo que el Padre Ramón Cué ha dicho con relación a la presencia de la muerte en los ruedos, indicando que es parte de un juego de tres y que pisa el terreno del toro y el del torero también.
Manuel Martínez Ancira
Soy y seré siempre martinista. Lo he sido desde hace casi cuatro décadas. Desde aquél 5 de febrero de 1973, cuando en un mano a mano con Palomo Linares, en la centenaria Plaza de Toros San Marcos, el torero nacido en Monterrey – también tierra de califas –, demostró a propios y extraños, a istas y antis, que era él quien mandaba en el ruedo y frente al toro y que para ganarle las palmas, se necesitaba mucho, mucho mas de lo que los demás toreros del momento podían ofrecer.
A partir de esa tarde, se sucedieron para mí las experiencias de ver a un Manolo Martínez pletórico de facultades, salvando cuanto obstáculo se ponía en su camino y así se sucedieron las tardes como las de Teniente, Tejoncito, Carranqueño, Gotita de Miel, Voy Contigo, Amoroso y Toda una Época, toro con el que concluyó la primera etapa en los ruedos de la última gran figura del toreo que ha surgido en México.
Después del paréntesis de poco más de cuatro años que hizo en su carrera, le vimos regresar disminuido físicamente, pero mas asolerado en su toreo y quedaron dos faenas para la memoria colectiva; la de El Tigre de Los Martínez, con la que obtendría el centésimo rabo otorgado en la Plaza México y aquí en la Monumental Aguascalientes la realizada a Lebrijano, de José Garfias, calificada en su oportunidad por don Jesús Gómez Medina como la faena de muchas, pero muchas ferias. Esta fue su última gran obra en nuestra tierra y era recordada con emoción por el torero por considerarla como el compendio total de su tauromaquia.
Dejó de actuar en los ruedos, pero no se retiró de los toros, pues se dedicó a criar toros bravos y a promover jóvenes aspirantes a toreros, dejando encaminados a varios de ellos, con la posibilidad de ser alguien en los ruedos, llegando en su día hasta la alternativa alguno de ellos.
El 16 de agosto de 1996, Manolo Martínez dejó este mundo, legando a la fiesta una historia de realizaciones, en las que su carácter y poderío, siempre dejaron constancia de que se trataba de un grande, de un inolvidable de los ruedos.
Francisco Madrazo Solórzano
Él es otro que ingresó a la inmortalidad mucho antes de rendir tributo a la madre tierra. Ganadero por convicción y por linaje, don Paco Madrazo continuó hasta donde los imponderables se lo permitieron, con una tradición iniciada por sus mayores en los albores de la pasada centuria.
La Punta es un nombre que mientras haya fiesta de toros, estará indisolublemente unido a la grandeza de esa fiesta. El hablar de la familia Madrazo, siempre llevará a recordar al toro, al animal de hermosa estampa, con sus cuatro años largos, sus astas íntegras, arrogante, poderoso, en suma; el paradigma del toro de lidia.
Don Paco Madrazo fue el último responsable de dirigir los destinos de la que fuera en su día la ganadería de toros de lidia más larga del mundo, tanto en extensión territorial como en número de reses. Tuvo en su haber la crianza y preparación de la corrida más grande en peso que se haya lidiado en plaza alguna de la República y el haber mantenido en México en pureza, un encaste (Parladé – Campos Varela), diferente al que la mayoría de las ganaderías mexicanas se han acogido.
Una mal entendida Reforma Agraria primero y la preferencia de los mandones por otro tipo de toros después, fueron haciendo a La Punta a un lado de los carteles, pero todavía al conjuro de su nombre, las plazas se seguían llenando, como aquél 2 de mayo de 1991 – última vez que don Paco lidió en Aguascalientes –, fecha en la que el Coso de la Calle de la Democracia, al solo anuncio de los punteños, se llenó hasta la bandera, recordando hazañas realizadas a la par de nombres de toros como Judío, Peinero, Candilejo, Pizpireto, Africano, Pituso, Nicanor, Urraco o Faraón que son varios de los que edificaron la historia y la leyenda de esta importante casa ganadera. (Hoy se lidian toros con la misma denominación, hierro y divisa, pero de origen genético y titular diferente)
También el 16 de agosto de 1996 dejó de existir este hombre que dedicó su vida a la fiesta de los toros, a la más bella y grande de las fiestas, que en esa fecha, ha perdido a dos grandes, que jamás serán sustituidos.