domingo, 26 de agosto de 2012

En el Centenario de José Alameda (VIII)

Alameda antes de Alameda (VII)

Eduardo Liceaga, 1944
Foto: Luis Reynoso
La crónica que he seleccionado para esta ocasión tiene a mi juicio doble interés. Primero, porque procede de aquella primera etapa en la que el que pasaría a la posteridad como José Alameda, suscribía sus escritos como Carlos Fernández Valdemoro y en segundo término, porque relata la presentación ante la afición de la capital mexicana de un torero que hizo concebir grandes esperanzas a la afición de ambos lados del Atlántico y que perdiendo la vida en el ruedo, dejara truncadas las esperanzas propias y las de aquellos que vieron en él a un grande de los ruedos.

Me refiero a Eduardo Liceaga Maciel, hermano menor de David y de Mauro, ambos matadores de toros, aunque el último destacara más como hombre de plata. Eduardo Liceaga fue torero por una real vocación, porque en su familia, se esperaba y se deseaba que estudiara y siguiera los pasos de un distinguido familiar suyo, fundador del Hospital General de México, el doctor Eduardo Liceaga. Sin embargo, a este Eduardo le atrajo más la carrera de sus hermanos mayores y se decantó por ser torero y así, para el domingo 6 de agosto de 1944 fue acartelado con Nacho Pérez y Tacho Campos para lidiar un encierro tlaxcalteca de Rancho Seco.

La versión de esos hechos publicada por el joven Alameda en el número 90 del semanario La Lidia, que salió a la venta en la Ciudad de México el 11 de agosto de 1944 es la siguiente:

Presentación y triunfo de Eduardo Liceaga 
El aficionado que tiene cierta experiencia no lleva nunca demasiadas esperanzas en su camino hacia la plaza, cuando el cartel le ha advertido que serán de la vacada de Rancho Seco las reses destinadas a la lidia. Sin duda por eso, el domingo pasado nadie se llamó a engaño. Y, si bien es verdad que la insignificancia física y temperamental de algunos de los astados – de casi todos ellos, para ser más veraz – excedía los límites de cualquier resignación previa por parte del aficionado, no fueron objeto los torillos de Rancho Seco de la repulsa que ciertamente merecían. Acaso porque la lluvia, torrencial en ocasiones, contribuyó a disimular la escasez de fuerzas de los becerros de don Carlos Hernández. Más bien que de Rancho Seco parecían de rancho mojado y aún de rancho encogido por la mojadura. Pero, cuando sus manos se doblaban y daban con el belfo en la arena, el público creía que aquello era un accidente natural, producido por la humedad del ruedo, que se había convertido en resbaladizo limo. Y así fue como la lluvia, que perjudicó a los toreros, contribuyó en parte a ocultar y disimular la insuficiencia de los toros, que en otra tarde menos inclemente hubiera acarreado justas protestas, pues entonces nadie hubiera podido suponer que resbalaban en un rayo de sol. Sin embargo, cuando el sexto novillito se entregó al descanso, con descaro absoluto y olvido manifiesto de sus más elementales deberes de toro de lidia, el público cayó en la cuenta de que no había sido el exceso de humedad, sino el defecto de energías de toda índole lo que había motivado en los anteriores aquella propensión a hermanarse humildemente con la tierra. Destruida por tal evidencia la anterior suposición benévola, fue el crédito de la vacada el que sufrió el gran tumbo y el público salió de la plaza sin ganas de ver más novillos de Rancho Mojado, ni aún en día seco. 
Para dejar peor a aquellos becerros – que tan baldíamente intentó el ganadero que pasasen por novillos – se corrió en séptimo lugar un toro de San Diego de los Padres, fino, bien criado, bravo y noble, al que le pegaron implacablemente, en lo alto y en lo bajo ambos “Barana”, padre e hijo. Fue la presencia de este toro en el ruedo la peor humillación que pudo inferirse a aquellos becerros. 
Solo al esfuerzo de los toreros se debió lo que en la corrida hubo de lucido, de interesante para el aficionado. El valor y la decisión de Nacho Pérez – malherido por el cuarto –; la picardía, mezclada de buen arte, de Tacho Campos; y el valor, la habilidad y la comprensión del toreo de Eduardo Liceaga evitaron que la novillada se redujese en nuestra memoria a un largo bostezo bajo la lluvia. 
Emerge en el recuerdo – de entre las aguas grises y el gris desaliento – la figura adolescente de Eduardo Liceaga, un chiquillo moreno, mimbreño, que parece andaluz y que anda por el ruedo con una sencillez y una tranquilidad muy pocas veces vista en un principiante. Ane la habilidad con la que ejerce su profesión de torero, no pude por menos acordarme de aquél Fermín Espinosa, que hace quince años maravillaba, haciéndonos creer que le costaba menos trabajo andar por la plaza que por la calle.  
Creo innecesario advertir que en este recuerdo no va implícita ninguna profecía para Liceaga, pues la misión del cronista consiste en hablar de lo ya sucedido y no en adivinar lo que ha de suceder como algunos genios creen. Lo que yo quiero señalar es que la característica fundamental de Eduardo Liceaga es la facilidad. Se trata de un muchacho que entiende el toreo, que encuentra en todo momento el recurso que le permite salir airoso de un trance que apuraría a otros. Recordando mi crónica de hace ocho días, en la que definí a Tacho Campos como el “Torero del Sí y el No”, diré que Eduardo Liceaga es todo lo contrario. Es el torero que sabe que el “sí” y el “no” están implícitos en todas las cosas de la vida taurina y que esta es muy relativa. Plenamente convencido de que el toro, el público y el arte mismo tienen sus más y sus menos, Liceaga procura no perder nunca de vista el sube y baja de la marea de la lidia y no hay ola que lo agarre desprevenido. 
El público quedó sorprendido por la facilidad, el valor y el dominio de Eduardo y se le entregó desde el primer instante. Toreó el debutante muy bien con el capote a su primero, tanto por verónicas como por chicuelinas y escuchó una ovación clamorosa. Sin embargo, lo mejor que hizo en el primer tercio fue una verónica que dio al sexto y en la que, firme e inmóvil sobre sus plantas ligeramente abiertas, se pasó todo el novillo por delante, con temple y sabor, demostrando así que de su precocidad técnica no está excluida sistemáticamente la inspiración. 
Sus dos faenas de muleta fueron absolutamente adecuadas a las condiciones de los novillos. Y Eduardo se fue adaptando además, con intuición sorprendente a los cambios que sufrían durante ellas. Así lo vimos en el momento en que el tercero de la tarde, tras de varios muletazos de pecho, de la firma y de trinchera, se le quedó de pronto en el centro de la suerte. Eduardo no se desconcertó, sino que le dio un medio pase que se convirtió en molinete, dejando la cara del toro en el momento preciso, para salir en airoso paseo y regresar frente al enemigo sabiendo ya que había que contar con una embestida más corta. Lo mató además con mucha habilidad, porque también es fácil y seguro con la espada. Y dio dos vueltas al ruedo, en premio a su valor y a su maestría. 
Con el sexto estuvo aún mejor. Porque el toro tenía muy poca fuerza y había que tirar de él, había que consentirlo más que al otro: Eduardo se enteró muy bien de eso, porque – ya lo he dicho –, tiene una inteligencia torera muy despierta. Y como además cuenta con recursos técnicos para servirla, la breve faena que hizo fue absolutamente propia del caso. Como en su primero, le bastó con media estocada. Y el público volvió a mostrarle su complacencia obligándole de nuevo a dar la vuelta al ruedo.
El éxito de Liceaga no fue algo circunstancial, sino el resultado de una evidente capacidad para el ejercicio de su profesión. No es aventurado, por consiguiente, augurarle una rápida carrera. 
A Nacho Pérez, que tiene un corazón bien templado, lo persiguió la suerte, que le resultó adversa en todo. Pero él no se dejó vencer y se fue herido, pero no fracasado.
Le correspondió el mejor novillo de la tarde, el primero y Nacho lo toreó muy ceñido por verónicas y se adornó después, en el primer quite, con chicuelinas antiguas, airosas y reposadas. Ocioso es decir que se le ovacionó con entusiasmo.  
Pero, al mismo tiempo que la primera ovación, se desencadenó el aguacero. Fue tan violento que el ruedo quedó hecho un barrizal en pocos instantes. Nacho pudo decir, parodiando la frase histórica, que él no había venido a luchar contra los elementos; no lo hizo, sino que, por lo contrario, se puso a luchar, y entre el aguacero y sobre el barro muleteó al de Rancho Seco, dándole superiores pases por alto y en redondo. Lo mató de una estocada un poco trasera y otra en todo lo alto, entrando las dos veces por derecho. Y en esa forma venció a los elementos y al toro, y convenció al público que le tributó una ovación y le hizo saludar desde los medios. 
Con el cuarto se ciñó tanto al torearlo por verónicas a pies juntos, que en el tercer lance quedó prendido del pitón izquierdo. No se sabe si, en realidad, lo cogió el toro, o si se cogió él solo. ¡Tan cerca toreó! Se lo llevaron a la enfermería con una cornada en el muslo izquierdo. Triunfador contra la adversidad, Nacho cuenta con la simpatía de todo el público. Y la merece sobradamente por su animoso esfuerzo de pundonoroso. 
En cambio, Tacho Campos no ha oído hablar del pundonor. Y lo desconoce en absoluto. Él confía en su arte y nada más. Por eso, se limitó a quitarse de delante al segundo novillo, que le correspondía normalmente, y al cuarto, que mató en sustitución de Nacho Pérez. Y fue el quinto el elegido por Tacho para reivindicarse. Acaso lo hiciera por aquello de “que no hay quinto malo”. Pero como esa frase ya no tiene razón de ser desde que se instauró el sorteo y el ganadero dejó de enviar en quinto lugar el toro de mejor nota, resultó que ese novillo solo fue bueno a medias. Exactamente a medias, porque embestía bien por el lado izquierdo, y en cambio achuchaba en forma pavorosa por el derecho. 
Tacho Campos, que se entera muy bien de las cosas, le paró por el lado bueno y se defendió por el otro. Le anotamos en el primer tercio dos verónicas lentas y templadas, una de ellas con el raro señorío que Tacho imprime a su toreo en cuanto se confía. Pero ahí terminó la cosa. Con la muleta, logró magníficos pases de costado y por alto, manteniéndose siempre gallardo y reposado, como cumple a quien no hace concesiones al efectismo y torea bien o prefiere no torear de ninguna manera. Corrió varias veces la mano en pases naturales, pero el novillo que, aún embistiendo derecho por ese lado, lo hacía “reunido”, no le ayudó a lograr el ritmo impecable que caracteriza el arte de Tacho. Volvió éste a los pases por alto y logró algunos extraordinarios, seguidos de otros en los que giró en el mismo sentido del viaje del toro, con gracia y suavidad. El público le ovacionó durante la faena, pero los entusiasmos se enfriaron cuando Tacho, continuamente amenazado por el pitón derecho del novillo, que achuchaba cada vez más peligrosamente, se vio obligado a pinchar sin lucimiento.
En séptimo lugar se presentó José Ortega, a quien le echaron un toro fino, bravo y noble de San Diego de los Padres. El combate fue desigual, porque aquello era mucho toro para tan poco torero. Sin embargo, Ortega no perdió la serenidad y, como el astado embestía dócilmente, salió incólume del encuentro. Es un joven de prolongada figura, andares extravagantes y tranquilidad indiscutible. Acaso cuando practique pueda ser torero. Pero su presentación en la primera plaza de América nos pareció a todos un poco prematura. Por lo menos le faltan tres años de aprendizaje. 
¿Por qué insistirá Joaquín Guerra – que, por otra parte, lo está haciendo tan bien como empresario – en permitir estos apéndices a las novilladas? Realmente, no agregan a ellas ningún aliciente y, en cambio, les quitan seriedad.  

Eduardo Liceaga visto por Antonio Ximénez
La ilusión provocada en la afición y en la crónica por Eduardo Liceaga duraría dos años y unos días más. El torero murió en el Hospital Militar de Algeciras el 18 de agosto de 1946 tras de haber sido herido ese mismo día en la plaza gaditana de San Roque donde toreaba novillos de doña Concepción de la Concha y Sierra alternando con Julio Pérez Vito y Antonio Chaves Flores. El primero de la tarde, llamado Jaranero, número 93, de pelo cárdeno le hirió durante la faena de muleta, al intentar un pase de costadillo. El parte facultativo es el siguiente:

A las 21 horas de ayer ingresó en este Hospital el diestro Eduardo Liceaga, el que, según manifestaciones del mismo y de sus acompañantes, fue herido por un toro en la plaza de San Roque, donde fue curado de primera intención. El diestro sufre una herida de asta de toro en la región perineal, penetrante en pelvis que produce grandes destrozos, rotura de plexon, gran hemorragia y shock traumático de carácter gravísimo, falleciendo en el Hospital una hora después, sin salir de dicho shock, a consecuencia de las heridas sufridas.

Otra apreciación de Eduardo Liceaga por
Antonio Ximénez
Un reportaje sobre la herida y muerte de Eduardo Liceaga, lo pueden encontrar en el ABC de Sevilla del 20 de agosto de 1946, en esta ubicación.

Como pueden ver, el valor de la crónica es singular y vale la pena recordarla, sobre todo si consideramos que hace unos días se cumplió el sexagésimo sexto aniversario del óbito del torero mexicano.

Espero la encuentren de interés.

lunes, 20 de agosto de 2012

Un picador de vuelta al ruedo: Sixto Vázquez (anexo gráfico)

Un tema de la historia de la fiesta nunca puede declararse cerrado. No obstante y por ahora, concluyo con esta presentación agregando a las relaciones que se hicieron de la trascendente actuación que tuvo el varilarguero michoacano Sixto Vázquez en la plaza de Las Ventas el 31 de julio de 1955, con una serie de imágenes relativas al hecho y a algunos otros comentados en las dos entradas anteriores, mismas que espero sean de su interés.

El programa de la novillada del 31 de julio de 1955
archivo Félix Campos Carranza
Cortesía Dr. Rafael Cabrera Bonet

El cartel de la novillada del 31 de julio de 1955
archivo Félix Campos Carranza
Cortesía Dr. Rafael Cabrera Bonet

En la esquina superior derecha, los novillos a lidiarse el 31 de julio de 1955
archivo Félix Campos Carranza
Cortesía Dr. Rafael Cabrera Bonet

Sixto Vázquez picando el 31 de julio de 1955
El Ruedo, Madrid, 4 de agosto de 1955
Cortesia: Aula Taurina de Granada

Jaime Bravo y Sixto Vázquez en la vuelta al ruedo
Cortesía Blog Toreros Mexicanos

Otra imagen de la vuelta al ruedo
Diario Ya, Madrid, 2 de agosto de 1955
Foto de Santos Yubero,  archivo Félix Campos Carranza
Cortesía Dr. Rafael Cabrera Bonet

El anuncio de la novillada del Puerto de Santa María
ABC de Sevilla, 6 de agosto de 1955


Sixto Vázquez en Las Arenas
La Vanguardia, Barcelona, 10 de agosto de 1955

Otras lecturas del tema

No quiero finalizar esto sin recomendar la lectura de la visión de estos hechos por los descendientes de Sixto Vázquez. Hay dos fuentes en esta blogosfera en las que se puede consultar: la primera son las Gaoneras de Octavio Lara Chávez, desde Querétaro, en México y desde el otro lado del charco, está Toro, Torero y Afición, del también amigo Javier, que ha dedicado espacio a esa aportación.

Luego, también dos piezas, una de Joaquín Vidal, en El País y la otra de Vicente Zabala Portolés en el ABC madrileño, en las que rememoran la hazaña del torero mexicano.

Por último, reitero mi agradecimiento al doctor Rafael Cabrera Bonet y a Paco Abad por haberme puesto en el camino correcto cuando tuve dudas para enderezar algunas cuestiones aquí.

domingo, 19 de agosto de 2012

Un picador de vuelta al ruedo. Sixto Vázquez (II/II)


La actuación de Sixto Vázquez vista por el ilustrador
del diario madrileño Informaciones (10/08/1955)
Hace una semana decía que la unanimidad quedó patente en las diversas versiones periodísticas que registraron los sucesos ocurridos en la plaza de Las Ventas el domingo 31 de julio de 1955. Manuel Sánchez del Arco Giraldillo, encargado de la crónica taurina en el ABC madrileño, relata así los hechos sucedidos esa tarde:

El cuarto, a pesar de meter el hocico entre las patas y tardear, se arrancó al fin con alegre ímpetu, rabo en alto, codicioso. “Canastillo”, número 7, entró también cinco veces al caballo, proporcionando el tercio más bello de la corrida. Y el público, inteligente, probó que en Madrid se sabe ver toros; que no se ha perdido el gusto por la suerte de varas, que es la fundamental del arte. El picador mejicano Sixto Vázquez – que vino a España con Miguel Ángel y ahora actúa a las órdenes de Jaime Bravo – triunfó en la patria de los Calderones, Trigos, Badila y Agujeta. Lo celebramos como propio, lo incorporamos a los representantes de la mejor escuela española. Y se le premió – ¡caso insólito! – con una vuelta al ruedo. Entre nuestros piqueros los hay de categoría, pero no brillan. Creen que deben estar a la orden incondicional del espada y ser ellos los primeros matadores, los encargados de aniquilar a las reses... Las ovaciones que premiaron los cinco puyazos que clavó en todo lo alto Sixto Vázquez, montando con garbo de rejoneador y encarándose con el buen novillo de Ortega en rectitud y vaciando con arte, deben estimular a nuestros picadores. El nombre del piquero mejicano puede anunciarse con letras gruesas en los carteles. El matador que le lleve – si continúa picando como el domingo lo hizo en Madrid – tiene hecha la mejor propaganda. Algo así como cuando “Guerrita” iba de banderillero. ¿Qué exageramos? Nada de eso. Aún nos parece soñar. Sixto Vázquez, mejicano, resucitó la bella suerte de picar... Esto fue lo mejor de la corrida. Esto y la alegría valerosa con que Jaime Bravo se desenvolvió... Pero Jaime no halló sitio ni forma a la hora de matar y consiguió no más, que ovación y vuelta al ruedo... Fue entonces cuando marchó a buscar a su compatriota subordinado Sixto Vázquez y con él dio la vuelta al ruedo... La plaza, casi llena…

La opinión de Sánchez del Arco nos deja muy clara la diferencia de criterios que se expresaron en cuanto al juego de los toros, en especial en lo que a este Canastillo, cuarto de la tarde, se refiere y que fue con el que el varilarguero de Uruapan quedó inscrito para siempre en la historia de la fiesta. La crónica completa la pueden leer aquí.

No obstante, alguno se preocupó por intentar minimizar el triunfo de Sixto Vázquez, tal fue el caso de Curro Castañares, quien en el diario Ya de Madrid, publicado el martes 2 de agosto de 1955, al hacer referencia a la actuación de Sixto Vázquez y a otro hecho protagonizado por Jaime Bravo, escribe lo que sigue:

...¡Nada nuevo señores!
Al salir de la plaza, los comentarios se polarizaban en torno a dos sucesos ocurridos en la plaza y que algunos espectadores reputaban de casos nunca vistos en el ruedo... Uno de estos sucesos era que al entrar a matar por cuarta vez Jaime Bravo a su segundo bicho, tiró la muleta y entró a matar con la zurda abierta a guisa de engaño. Bueno; pues no es caso nuevo. Es antiquísimo. Y hace veinte años, en el coso madrileño, lo hicieron dos espadas, también mejicanos… El Soldado y Lorenzo Garza... El otro suceso, lo más sorprendente de la novillada toda, fue la vuelta al ruedo del picador azteca Sixto Vázquez, tras el arrastre del cuarto de la tarde, magníficamente picado por él mismo... El matador mismo, Jaime Bravo, le sacó a los medios entre estrepitosos aplausos. Tampoco este caso es nuevo. Otro mejicano, Carlos Arruza, hace tres años, en la feria de la Merced, de Barcelona, sacó en el ruedo monumental entre grandes aplausos a su picador de confianza, cuyo viaje de Méjico le costó muchos miles de duros. ¡Nada hay nuevo bajo el sol!...

Aquí creo necesario hacer un apuntamiento a la segunda afirmación de Castañares. Arruza, que reaparecía en Barcelona, toreó 2 corridas en La Merced de 1952 y en ambas toros de Urquijo. El 27 de septiembre con Aparicio y Jumillano y 28 de septiembre, en la despedida de Parrita de la afición barcelonesa y la alternativa de César Girón. Las crónicas que pude leer en La Vanguardia y en El Mundo Deportivo no reflejan ningún honor especial a su picador Alfonso Tarzán Alvírez. Además, el primer diario de los mencionados en nota del 26 de septiembre anterior, relata la llegada a Barcelona del Ciclón Mexicano acompañado de su esposa, el banderillero Ricardo Aguilar Chicopollo y el citado varilarguero, que era un fijo en su cuadrilla en cuanta plaza toreó vestido de luces.

La parte de la crónica publicada en el número 580 del semanario madrileño El Ruedo, aparecido el 4 de agosto de 1955 a la que inicialmente tuve acceso, aparece sin la firma de su autor, no obstante, el bibliófilo mexicano Daniel Medina de la Serna asegura que es obra de Benjamín Bentura Barico y en la misma se resaltan los valores de la suerte de varas y la manera en la que Sixto Vázquez la ejecutó ese domingo de toros en Las Ventas:

Lo ocurrido merece que echemos las campanas a vuelo. ¿Ustedes ha visto picar irreprochablemente alguna vez? ¿Sospechaban ustedes, después de ver tanta calamidad en el primer tercio, que puede ser artístico el hecho de picar reses bravas? Sí, amigos, sí. Ahí está Sixto Vázquez, que picó al novillo «Canastillo», de Ortega, para demostrarlo. Sixto Vázquez, que merece, como en sus tiempos de subalterno consiguió «Guerrita», que su nombre se anuncie en los carteles en letras del mismo tamaño que las empleadas para dar los nombres de los espadas… Arte brillante este menester de picar cuando se realiza como lo hace Sixto Vázquez. No es cosa fácil, aunque lo parezca a los no aficionados. La primera condición precisa para picar como él es saber montar muy bien a caballo. La segunda, tener el valor suficiente para prescindir de los «monos», y la tercera, conocer a fondo los secretos de la profesión. ¡Poca cosa!... El picador que pretenda parecerse a Sixto Vázquez en este arte se coloca frente al astado, y, sin ayuda de nadie, hace que el caballo avance en derechura hacia su enemigo. Si estima que el burel va a tardar en arrancarse, procura alegrarlo levantando la vara, paralela al suelo, para que el bicho la vea, y hasta empinándose repetidamente sobre los estribos para que el astado responda a lo que, al parecer, es una provocación; pero si, a pesar de todo esto, el toro no se arranca, hay que procurar que lo haga toreando a caballo, en un gallardo juego de arranque y retroceso que no puede ser puro capricho del jinete, sino medida justa y perfecta que lleve rápidamente a la consecución del fin propuesto: la arrancada del toro. Una vez conseguida, no es lícito, o, por lo menos, no debería serlo, esperar a que la fiera meta la cabeza en el peto, para entonces, impunemente, clavar la garrocha a mansalva. Sixto Vázquez hace cosa muy distinta: clava la puya cuando el burel está en su jurisdicción, antes de que llegue a cornear el peto, y detiene, en lo posible, la acometida. Luego, sin rectificar ni taparle al bicho la salida, pone a prueba la potencia de su brazo en pugna con la fuerza bruta de su enemigo, para terminar la suerte tirando las bridas hacia su izquierda, mientras empuja con la puya hacia su derecha al toro. Así lo hizo por tres veces, en el novillo «Canastillo» el magnífico jinete, el gran picador Sixto Vázquez… La suerte de varas, hundida por la mediocridad de la inmensa mayoría de quienes la practican, ha sido reivindicada por ese picador mejicano que trajo a Madrid Jaime Bravo… Tres varas, tres ovaciones; dos saludos castoreño en mano, otra ovación – con parte del público en pie – al retirarse, y, una vez arrastrado el novillo, una vuelta al ruedo… ¿Quién dijo que no interesa ya la suerte de varas? Cuando es un arte, interesa, emociona y entusiasma… Al lado de lo que hizo el picador Vázquez, el resto de lo ocurrido en la novillada del domingo, o tuvo poca importancia o careció de ella en lo absoluto...

La sección de esa relación, que es la referida a la actuación de Sixto Vázquez, la pueden leer en esta ubicación.

Edito: Esta misma mañana, Paco Abad, en su Aula Taurina de Granada, publica ahora sí, completa, la crónica de El Ruedo y me aclara que efectivamente está firmada por Barico. La pueden leer en esta ubicación.

Como se puede desprender de la lectura de las crónicas transcritas hasta aquí, los criterios se vuelven diversos únicamente cuando se hace relación al juego de los toros. La gama de opiniones es amplia, pues oscila entre los extremos que consisten en la mansedumbre declarada por Don Luis en la Hoja del Lunes, hasta la alegre bravura precedida de alguna duda que nos relata Giraldillo en el ABC madrileño y entre esos confines, hay varios matices intermedios. Resulta difícil hacer un juicio acerca del comportamiento de un toro a partir de la mera lectura, pero el hecho de que Canastillo haya acudido tres veces al caballo y haya peleado en ellas, refleja algún grado de bravura.

No fue obra de la casualidad

Una semana después Sixto Vázquez toreaba en El Puerto de Santa María con su matador Jaime Bravo. De nuevo volvía a tener una sobresaliente actuación y de nuevo recorría el anillo acompañando a su matador. De esta ocasión se afirma que se le llegó a conceder una oreja por su actuación, lo que raya en la exageración. Transcribo completa la crónica aparecida en el ABC de Sevilla del 9 de agosto de 1955, en la que se cuenta con brevedad, pero con concisión lo sucedido en El Puerto el domingo anterior:

Puerto de Santa María 7. – Novillos de Marqués de Villamarta. - Jaime Bravo, faena ovacionada para una entera y descabello. (Ovación, petición de oreja y vuelta). El picador Sixto Vázquez da también la vuelta. El segundo lo brinda el diestro a Sixto y hace una faena que es ovacionada. Media estocada. (Ovación, dos orejas, rabo y dos vueltas acompañado del picador). Joaquín Bernadó, faena que se ovaciona para media que basta. (Ovación, dos orejas y vuelta). A su segundo, faena con pases de todas las marcas para un entera que basta. (Ovación, dos orejas, rabo y dos vueltas en unión del mayoral y de los otros dos diestros. El toro es ovacionado en el arrastre). Juan Antonio Romero, bien con los palos. Inicia la faena sentado en una silla. Da pases de todas las marcas para una entera. (Ovación, dos orejas, rabo y dos vueltas). Al que cierra plaza, faena muy buena para una entera que basta. (Ovación, dos orejas, rabo y vuelta). Los tres toreros salen a hombros. – CIFRA.

Como podemos ver, lo informado por el corresponsal de la agencia CIFRA y publicado en la versión hispalense del diario ABC en ningún momento refiere que Sixto Vázquez haya sido galardonado con una oreja. La crónica la pueden leer en su fuente original aquí.

Y después de lo sucedido en El Puerto, a los cuatro días, en Las Arenas de Barcelona Sixto Vázquez, ahora a las órdenes de Antonio del Olivar, volvió a tener una nueva tarde de triunfo, según lo relató en su día para La Vanguardia, Eduardo Palacio:

…Con una entrada más que superior, tuvo efecto ayer en las Arenas la novillada anunciada, cuyo cartel componíanlo seis reses salmantinas, con divisa verde y encarnada, de la ganadería de don Ignacio Sánchez y Sánchez, para los diestros Gregorio Sánchez y los debutantes Antonio del Olivar, de Méjico, y Ángel Jiménez «Chicuelo III». Pues bien, a los seis minutos de terminar el paseíllo de cuadrillas, al veroniquear Gregorio Sánchez el primer buey de la jornada, que se vencía claramente del lado derecho, fue prendido y derribado de mala manera el diestro, al que se trasladó a la enfermería, al parecer, con una cornada en el bajo vientre. Quedó, pues la corrida en un forzoso mano a mano entre los debutantes ya mentados, quienes, aunque pusieron en su cometido una gran voluntad y no poco valor, no lograron más que, en contados momentos, animar el espectáculo... Los seis novillos jugados, unos más y otros menos, fueron mansos, si bien tenían arrobas, no estaban mal encornados y, por lo menos dos, el lidiado en tercer puesto y el soltado en quinto lugar, sirvieron para que «Aldeano» mostrase sus excelentes condiciones de picador en el primero, y el varilarguero mejicano Sixto Vázquez, que tan gran alboroto promovió en Madrid tardes pasadas, demostrase en Barcelona que aquel éxito no fue casualidad. Es, en efecto, un gran jinete y un soberano piquero. Fue muy justa, por tanto, la clamorosa ovación que escuchó, en las Arenas, al clavar dos soberanos puyazos en dicho quinto toro...

La versión íntegra de esta crónica pueden leerla en esta ubicación.

Concluyendo

Sixto Vázquez ejerció el noble arte de picar toros durante treinta y seis años. El domingo 8 de abril de 1984, en la 12ª novillada de la temporada de ese calendario en la Plaza México, en la que para lidiar novillos de Tepetzala, alternaron Alberto Ortega, Manolo García y Alberto Galindo El Geno, terminaría su tiempo de lucir el castoreño. Tras del arrastre de Faisanero, quinto de la tarde y último toro que picó en su vida, se anunció su despedida de los ruedos y para no perder la costumbre, dio una aclamada vuelta al ruedo en la plaza de toros más grande del mundo. 

Sobre este hecho, recomiendo leer un interesante reportaje de José Luis Suárez - Guanes publicado el 10 de abril de ese 1984 en el ABC de Madrid, a propósito del adiós del picador uruapense. Lo pueden ubicar aquí.

Para entonces, su hermano Israel había seguido su mismo camino, su hijo Mario – anunciándose como El Politécnico, por ser estudiante del Instituto Politécnico Nacional – intentó ser matador de toros y su sobrino David también se caló el castoreño para ser un prestigiado varilarguero, continuando con la dinastía de los Vázquez de Uruapan en los ruedos de México y el mundo.

Sixto Vázquez falleció en la Ciudad de México el 6 de agosto de 1995.

El día de mañana aparecerá en esta misma bitácora un anexo gráfico relacionado a este tema, mismo que es posible gracias al doctor Rafael Cabrera Bonet, quien a partir de la consulta que le hice y que relaté en la entrada anterior, localizó en el archivo de don Félix Campos Carranza, en su día Presidente de la plaza de Las Ventas y que ahora tiene en su posesión algunos documentos que me permitieron redondear estas líneas. Con mi gratitud, don Rafael.

Aclaración pertinente: Los subrayados en las crónicas transcritas, son imputables únicamente a este amanuense.

domingo, 12 de agosto de 2012

Un picador de vuelta al ruedo: Sixto Vázquez (I/II)


A toro pasado…

Sixto Vázquez visto por Antonio
Casero
(ABC, Madrid 02/08/1955)
El último día de julio se cumplieron 57 años de que Sixto Vázquez, picador de toros mexicano, fuera premiado con la vuelta al ruedo en la plaza de toros de Madrid. El hecho ocurrió en la novillada del postrer domingo de ese julio de 1955, en la que para dar cuenta de un encierro de Domingo Ortega, fueron acartelados el granadino Rafael Mariscal, el debutante bilbaíno Enrique Orive y el mexicano Jaime Bravo que sería quien llevara en su cuadrilla al torero de a caballo que me motiva a escribir estas líneas.

Llego con retraso a recordar la efeméride, pero creo que además de rememorar ese fasto, vale abundar en otros aspectos de la vida en los ruedos del torero michoacano, quien llevó a planos muy altos el nombre de México con su quehacer en los ruedos.

Sixto Vázquez Rocha

Es originario de Uruapan, Michoacán, lugar en el que nació el 3 de enero de 1916. Tanto Cossío, como Ángel Villatoro señalan que su padre, Eutimio, fue banderillero y picador de toros, por lo que a partir de eso puedo afirmar que desde su infancia vivió ligado a la fiesta y a su ambiente. Desde 1935 se integra a una cuadrilla que presentaba un espectáculo que combinaba el llamado deporte nacional – la charrería – con la tauromaquia, iniciando allí su paso como matador de novillos.

Se presenta en El Toreo de la Condesa el jueves 1º de mayo de 1941, en una novillada extraordinaria acartelado con Saúl Guaso, Felipe Escobedo, Luis Molinar y Rutilo Morales – ni Guillermo E. Padilla, ni Heriberto Lanfranchi en su obras históricas consignan el nombre del sexto alternante y procedencia del ganado – y es ovacionado al retirarse a la enfermería, pues fue herido por su novillo. Esa actuación le ganó dos presentaciones más ese año, también en jueves, los días 23 de octubre, cuando alternó con Tanis Estrada, Eusebio Ortega Villalta, José Gomar, Guillermo Romero y Alejandro Jiménez y su actuación le permitió repetir el siguiente domingo en el cartel final de la temporada alternando con Miguel González El Temerario y Paco Rodríguez en la lidia de novillos de Sayavedra.

Fueron sus compañeros de quinta toreros de la talla de Luis Procuna, Félix Guzmán, Rafael Osorno, Cañitas y Manuel Gutiérrez Espartero entre los más destacados.

Regresaría entre las filas de los toreros de a pie al año siguiente y tan temprano como el 29 de enero de 1942 – jueves – alternó con Antonio Toscano y Luis Molinar en la lidia de novillos de Quiriceo, derrochando valor y cerró su paso por el ruedo de la Colonia Condesa el 18 de junio de ese mismo año alternando con Enrique Medina y Rutilo Morales cortando una oreja. Sixto Vázquez fue uno de los novilleros que alcanzaron a hacer la transición hacia la Plaza México y actuó en ella una tarde; fue la del 28 de julio de 1946, cuando para lidiar novillos de Piedras Negras alternó con Félix Briones y Rafael Martín Vázquez.

Es quizás a partir de esa fecha – contaba ya con treinta años de edad – que decide pasar a las filas de los toreros de a caballo, tras de una actuación que no le proyectó a la posibilidad de recibir la alternativa, pues a partir de 1948 es ya miembro de la Unión Mexicana de Picadores y Banderilleros.

Madrid, 31 de julio de 1955

Sixto Vázquez se va a España en 1955 formando parte de la cuadrilla del Güero Miguel Ángel García, pero pronto en esa temporada se verá varado, pues el 2 de mayo su matador será gravemente herido en la plaza de Sevilla por un novillo de don Felipe Bartolomé. Una cornada de esas que en el momento hizo temer por su vida – de la que ya escribí aquí en otro espacio – y que a la larga, quedó demostrado que terminó con su carrera en los ruedos y fue también en alguna medida, la causante de su prematura muerte.

Sixto Vázquez picando al 4° de la tarde
del 31/07/1955 (Foto El Ruedo, cortesía
El Desjarrete de Acho)
Por esa razón pasa a formar parte de las cuadrillas de Jaime Bravo – principalmente – y de Antonio del Olivar y es con el primero, con el que vivirá el trascendente hecho para él como torero y por qué no, para la historia del toreo, dado que, hasta donde mi entender alcanza, lo que logró ese domingo 31 de julio de 1955, no se ha vuelto a repetir en el ruedo de la plaza de Las Ventas de Madrid.

He podido recopilar varias relaciones del suceso y creo de interés y de justicia el dar espacio aquí a varias de ellas, sobre todo, por lo que a mí me parece la extraordinaria coincidencia que guardan sobre la actuación de Sixto Vázquez. Veremos adelante que difieren sobre todo, al juzgar la condición del cuarto novillo de la tarde, que es en el que se produjo el hecho, hoy legendario, pero en la realización del torero michoacano, no hay división de opiniones.

Comienzo con la que me resulta la más novedosa, aparecida en la Hoja del Lunes de Madrid, del día siguiente al festejo. Y afirmo que es novedosa, porque fuera de los libros que he leído y que tengo conocimiento que escribió, no sabía que don Luis Uriarte Don Luis también escribía crónica, ignorancia de la que me sacó el doctor Rafael Cabrera Bonet, a quien agradezco su orientación a ese respecto:

Un picador da la vuelta al ruedo en Madrid
Un picador de toros
Don Luis
¿Ven ustedes como es bonita la suerte de varas? ¿Ven cómo todas las suertes del toreo son bonitas cuando se ejecutan bien? ¿Ven en definitiva, cómo en estos casos se pone en evidencia que la gente entiende de toros como por intuición, de un modo instintivo, y sabe apreciar lo que es bueno aunque no lo haya paladeado nunca? Porque ayer vimos picar clásicamente en la plaza de Las Ventas, y nos unimos en el aplauso, tan unánime como estruendoso, los que ya vamos siendo viejos aficionados, y hemos conocido la suerte de varas todavía en cierto esplendor, y los nuevos o de esta época, en la que la mayoría de ellos no han tenido la ocasión de presenciar lo que es un puyazo con arreglo a los cánones taurinos… El acontecimiento – que de tal categoría se nos antoja el hecho – surgió en el cuarto novillo. No era bravo, ni con mucho, el pupilo de Domingo Ortega, que echaba el hocico al suelo y escarbaba en la arena, lo cual “no es de bravura señal buena”. El picador mejicano Sixto Vázquez estaba de turno y sólo verle adelantarse al cite ya levantó en parte de los graderíos un murmullo de expectación. ¿Qué era aquello? El jinete solo, en la rectitud del toro, citando guapamente y con alegría de artista, sin permitir que ni un monosabio agarrase las riendas del caballo ni lo tocase con la vara, sino retirados a bastante prudencial distancia. ¿No es saber montar a caballo lo primero que necesita un picador? Era bonito, bonito ver al jinete evolucionar de un lado a otro, para colocar, él solito, al toro en suerte; verle citar levantando el brazo de la vara y aún irguiéndose y botando sobre la silla para alegrar al morlaco, y verle, en suma, cuando conseguía provocar la arrancada, echar la vara, bien cogida por el centro, ni larga ni corta, como requería la distancia a que citaba, y clavar la puya con seguridad y firmeza, no en los riñones – que es donde ahora se clava para destrozar a los toros –, sino en el morrillo – que es donde debe clavarse para ahormarles la cabeza y dejarlos en buenas condiciones para el resto de la lidia –. ¡Ah! Y como buen artista de su especialidad profesional, manejar las riendas con la mano izquierda – como la derecha para castigar con brazo fuerte –, no hacia su derecha, para tapar la salida del toro, en busca de la fementida “carioca”, sino hacia su izquierda, en clásico estilo de marcar la salida por donde y como es debido para quedar nuevamente en suerte. Así por tres veces consecutivas él solito – insistimos en repetirlo – y con gallardía y prestancia de gran picador de toros. Tres ovaciones acogieron cada una de sus tres hazañas, y otra ovación clamorosa le acompañó hasta que se retiró por la puerta de caballos. Después, cuando Jaime Bravo acabó con el novillo, el público reclamó la presencia en el ruedo de Sixto Vázquez y le hizo dar la vuelta al ruedo entre una nueva ovación… ¿Cuánto tiempo hacía que no habíamos visto este soberbio espectáculo? ¡Qué no haya quien diga que no es bonita, ni siquiera necesaria la suerte de varas! Lo que no lo es, ahí está la prueba, es que no haya picadores que no sepan ejecutarla ni apenas montar a caballo. Como si dijéramos que no es bonito el toreo porque no hubiera toreros que supieran hacerlo. Entonces negaríamos hasta la belleza y la verdad pura del arte de lidiar toros... Justifiquemos la crónica: a tal picador, tal honor. También la gente subalterna tiene su corazoncito...

Una segunda versión es la que firma Federo Faroles y que apareció publicada el 2 de agosto en La Vanguardia de Barcelona y que en lo medular señala:

¡A LA PLAZA! ¡A LA PLAZA...!
PÉSIMA NOVILLADA
…Los seis astados, de bonita lámina y desarrollada cornamenta, dieron aceptable juego en el tercio de varas y embistieron con nobleza a los de a pie, aunque casi siempre fueran desperdiciadas sus cualidades por la pésima lidia que recibieron. Una excepción hubo en la tarde, concretamente en el cuarto novillo... El protagonista de la excepción es mejicano de nacionalidad y picador de profesión. Se llama Sixto Vázquez. Puso tres varas al cuarto novillo, ovacionadas largamente, y se vio obligado a dar la vuelta al ruedo en cuanto el diestro de «tanda» terminó con su enemigo. Las tres varas fueron tres lecciones de bien picar. Es decir, de citar al toro con la voz, con la cabalgadura, con la puya... Alejando a los monosabios, dando la salida al novillo por la cara del caballo, sin hacer «cariocas» ni acometer perforaciones excesivas. Bien por Sixto Vázquez, picador mejicano y buen picador…

La unanimidad hasta ahora es impecable. Se destaca el hecho de que Sixto Vázquez sea un gran jinete – hecho que se hace evidente al no requerir que los monosabios le auxilien para mover al caballo o para colocarlo –, luego, el hecho de que pique en lo alto con la finalidad de permitir a su matador el debido lucimiento en el tercio final y no caído o trasero para inutilizar al toro y sobre todo, la forma de usar la mano izquierda con la rienda para marcar al toro el fin de la suerte cuando ya se ha picado, sin barrenar y sin aprovechar el que el toro esté metido en el peto. En suma, se describe con claridad la forma clásica en la que la suerte de picar debe ser ejecutada.

Pero aún hay más sobre este tema. Lo dejo para la próxima semana en la que espero concluir con lo hoy iniciado.

Aclaración pertinente: Los subrayados en las crónicas transcritas son imputables exclusivamente a este amanuense.

domingo, 5 de agosto de 2012

1979: Manolo Martínez torea su corrida mil en la Plaza México

Algunos prolegómenos

Programa de mano de la corrida 1000
Hoy se cumplen treinta y tres años de que Manolo Martínez lidiara en solitario seis toros de distintas ganaderías y de esa manera celebrar su llegada a las mil corridas toreadas. Hace unos días conversaba con el amigo y abogado Jesús Zavala Pérez – Moreno, quien por razones familiares tenía cercanía tanto con el torero como con el abogado Luis Ruiz Quiroz, quien durante muchos años llevó un recuento estadístico de lo que sucedía en las plazas de México y en particular, de las actuaciones de los principales diestros mexicanos en todas las plazas en las que actuaban y me contaba que cuando se acercaba el torero de Monterrey a la meta que es objeto de este comentario, en alguna reunión el nombrado don Luis Ruiz Quiroz se lo señaló a don Pepe Chafik, a la sazón apoderado del torero, quien no tenía noción de la marca que Martínez estaba por alcanzar y de que, cuando menos en materia de datos fiables, era el primer torero mexicano en alcanzar esa cifra de corridas toreadas.

Conforme fue avanzando la temporada de ese año 1979 y advertida la administración del torero de la realización por alcanzar, su administración preparó las cosas de tal manera que la fecha del milenario llegara el día 5 de agosto. La víspera, Manolo Martínez mató seis toros – Jesús Cabrera, Tresguerras, Xajay, Begoña, Torrecilla y San Antonio de Triana – en la Plaza Monumental Monterrey y les cortó 5 orejas y dio una vuelta al ruedo y para el día de la gran cita se prepararon en los corrales de la Plaza México toros de San Mateo; Tequisquiapan; San Martín; San Miguel de Mimiahuápam; Reyes Huerta y Los Martínez, vacada que se presentaba en la plaza de toros más grande del mundo.

El festejo y su ambiente

La corrida se dio en un lapso que medió en una temporada de novilladas que había sido interrumpida a causa de una disputa entre la empresa de la Plaza México – dirigida por el Dr. Alfonso Gaona – y la Unión Mexicana de Picadores y Banderilleros, que solicitaban un incremento a sus emolumentos en los festejos novilleriles, pero por otra parte, los novilleros y su Asociación sindical, se oponían a éste. Al final de cuentas, por allá por septiembre, los festejos menores se reanudarían con un arreglo satisfactorio para todos, en apariencia.

La recopilación de Alfonso López
Pude asistir a ese festejo, que fuera de la época climática ordinaria para las corridas de toros, se desarrolló entre lluvia y paraguas. No obstante, la Plaza México se llenó hasta el reloj y el ambiente en la plaza fue magnífico, aunque al final del festejo se agriara, dado que no se produjo el gran triunfo que se espera de una corrida como esa, porque si bien en ella no faltaron los detalles de buen toreo, la única faena que se puede considerar redonda se produjo en el tercero de la tarde y en el resto, los reiterados fallos a espadas emborronaron cualquier lucimiento anterior.

El tercer toro de la tarde se llamó Juan Polainas y la manera en la que Luis Soleares – pseudónimo utilizado inicialmente por Carlos Loret de Mola Mediz y posteriormente su hijo Rafael – vio la faena de Manolo Martínez a ese toro berrendo de San Martín, en crónica de agencia publicada por el diario El Informador de Guadalajara, fue la siguiente:

SAN MARTÍN: Era de esperarse que José Chafik, el apoderado del matador y dueño de San Martín, le mandase lo mejor que tenía. Un bicho con historia genética para semental y precioso: berrendo en negro, botinero, calcetero y bien armado, con cuatrocientos noventa y cuatro kilos de peso, llamado “Juan Polainas”. 
Dos espontáneos, mandados por enemigos de Martínez, son detenidos a tiempo y todavía intenta lanzarse, sin lograrlo, uno más. ¡Qué feo es esto! 
El berrendo embiste más alegre que ninguno otro, y claro y fácil. Martínez le instrumenta unas verónicas muy lentas y bajas, exquisitas, y además cuidando del burel. La media es excelsa y el quite por chicuelinas exquisito, con remate que detiene el reloj. 
Juan Carlos Contreras lo prende en la vara de la tarde – quizá del año – y escucha una ovación que le acompaña cuando sale al ruedo. Una de esas puyas de otra época, echando el caballo hacia adelante y clavando desde lejos en el hoyo de las agujas, para resistir la embestida con la fuerza del brazo, y castigar con rudeza pero donde se debe. Queda el toro, con este único pero suficiente castigo, como seda. Cumple en banderillas. 
Tres ayudados por alto abren la faena. Estatuarios. Inmediatamente liga seis derechazos de primor y martinete en un palmo. Cinco naturales impecables y pase de pecho. Otros tantos derechazos y desdén. Y un pase de pecho. Cada vez con más belleza, trincherazo y serie de derechazos y pase de pecho. Naturales exquisitos y pase de pecho. Naturales exquisitos y desdén. La plaza se viene abajo. Se perfila y coloca su mejor estocada de la tarde, completa, bien ejecutada y en el hoyo de las agujas. En el momento en que el berrendo se desploma espectacularmente en los medios, el aguacero tapa con sombrillas los pañuelos y no estalla el escándalo del triunfo. Hay una oreja. Merecía dos. Vuelta al ruedo y salida a los medios con interminable ovación. El aguacero, respetuoso, se retira…
Manolo Martínez cortaría también la oreja a Milenario, cuarto de la tarde, de San Miguel de Mimiahuápam y la tarde parecía remontar, pero los toros quinto y sexto no le dieron mucho margen para lucirse y para mayor complicación, se eternizó con la espada con el último de la tarde, lo que motivó que ésta terminara casi barruntando una bronca.

Una semana después del festejo, Alfonso López, cronista titular del diario Excélsior de la Ciudad de México, en un suplemento gráfico de ese diario, hacía la siguiente recapitulación de lo sucedido en la corrida:

Todo el arte de Manolo se desdibujó con el estoque; lluvia de cojines 
Para celebrar su corrida número 1,000, Manuel Martínez Ancira, oriundo de Monterrey, Nuevo León, se encerró el domingo 5 de agosto en la Plaza México, con: Pajarito, de San Mateo; Juan y Medio, criado en Tequisquiapan; Juan Polainas, precioso berrendo en negro que llevara la divisa de San Martín; Milenario, de San Miguel de Mimiahuápam; Milagro, herrado por Reyes Huerta y Canta Claro de la ganadería de Los Martínez, todos ellos, toros, toros. 
El regiomontano, recibido con un entradón y obligado a ir hasta los medios para agradecer los aplausos, salió al tercio en su primero, al igual que en el segundo; cortó sendas orejas a tercero y cuarto; tuvo silencio después del quinto, y luego soportó gran cojiniza iniciada antes de doblar el sexto, del cual el juez Pérez y Fuentes le perdonó un aviso y quizás dos. 
Los trofeos no fueron más en los cuatro toros iniciales porque en todos pinchó a la primera vez, pero el recital que diera con capote y muleta, sin olvidar la extraordinaria estocada a Juan Polainas, ahí quedó para la antología de lo verdaderamente artístico en la más bella de las fiestas bellas. 
Desgraciadamente, con quinto y sexto toros, las notas del concierto dejaron de ser tan brillantes como al principio y, por lo fatal que estuvo con la espada en el último, la celebración no terminó como él y sus admiradores hubieran querido. 
De todas maneras, Manolo es el primer torero mexicanos que (según las estadísticas de Luis Ruiz Quiroz) llega a 1,000 “corridas, sí” (como el propio espada lo dijo en el patio de cuadrillas) “porque no todas pueden ser en la Plaza México”. 
Además, como hasta sus enemigos debieron notarlo el domingo pasado, Manolo llegó a esta etapa de su vida torera destilando arte, y del bueno...
El mismo Luis Soleares advierte sus fallos con el acero e intenta explicarlos y justificarlos de la siguiente manera:

…Falló, salvo en dos toros, a la hora de consumar la suerte suprema, sobre la cual ha adquirido un gran dominio en los últimos tiempos, Una peligrosa inhibición le saltó anoche en Monterrey – corrida número novecientos noventa y nueve –, y esta tarde en la milésima, y se tradujo en los indecisos pinchazos que le afearon la brillantez de su triunfo. ¿Mala suerte?, permítaseme no creer en ella. Manolo ha estado mal en su última suerte porque le ha faltado ese instante de decisión plena, ese arrogante encuentro final cuando se ponen a disposición de los cuernos – sin verlos –, los vasos más importantes que corren en la cara externa del muslo izquierdo, tercio superior, y el segundo, bravo, seco y peligrosísimo burel – al que había trazado una lidia imperial, de gran mérito –, le arrojó en el momento de la estocada y estuvo a punto de matarlo. Le pescó en el viaje y le hizo alejarse más de la seguridad precisa a la hora de la verdad. Recuperará Martínez, con su profesionalismo y su carácter el tranquillo seguro a la hora de la verdad. Tal vez gracias a esta frustración dentro del cuadro de su carrera triunfal, se haya quedado en los ruedos. De haber redondeado una tarde de gloria plena hoy, se habría cortado súbitamente la coleta. Algo de esto se temía. Sí, se temía, pues el regiomontano tiene que triunfar en España, plena y largamente, un año tan solo por lo menos, antes de hablar de Las Golondrinas. Está en plenitud…

Mi entrada
La historia nos revela que las cosas no fueron como lo planteara en su día Loret de Mola, sino de un modo bien distinto. Manolo Martínez mantendría hasta el final de su carrera su característica de estoqueador irregular; ya no volvería a España a torear y después de esa corrida, todavía le quedarían otras 344 en el cuerpo.

Esas 344 corridas se dividirían en dos etapas, una primera, que llegaría hasta el día 30 de mayo de 1982 – fecha de su anunciada despedida en la Plaza México – y que constaría de 233 festejos y la última que iría del 28 de marzo de 1987 al 9 de marzo de 1990 – fecha de su última actuación vestido de luces, también en la Plaza México – y que completaría los 111 restantes, pero eso sí, con el mando de la fiesta en México, hasta el último día.

Espero que esta remembranza, no obstante su extensión, haya resultado de su interés.

domingo, 29 de julio de 2012

En el Centenario de José Alameda (VII)

Alameda antes de Alameda (VI)

El Toreo de la Condesa, fotografía obra de
Margaret Bourke - White y archivada en LIFE - Google

La crónica firmada por Carlos Fernández Valdemoro respecto de los sucesos ocurridos en la novillada del domingo 9 de julio de 1944 en El Toreo de la Condesa exalta los valores de la tarde sobre lo valioso de lo sucedido en el ruedo. No obstante, aunque para quien años después y para la posteridad sería José Alameda, varios de los novillos de Santín que lidiaron en el turno ordinario Mario Sevilla, Nacho Pérez y Tacho Campos y el séptimo que a modo de fin de fiesta enfrentó el hidrocálido Roberto Gómez merecieron ser mejor aprovechados por sus matadores, también se preocupa por destacar los momentos importantes que cada uno de ellos tuvieron en su actuación de ese festejo, el que, de cualquier forma lamenta, se vio iluminado por el sol que faltó en alguno de los anteriores en los que a su juicio, hubo mayores hazañas que narrar.

La crónica en cuestión, aparecida en el en número 86 del semanario La Lidia, que salió a la circulación el viernes 14 de julio de 1944, es la siguiente:

El héroe fue el sol

Muchas veces hemos asistido en tardes grises a corridas luminosas y bajo cielos entoldados hemos tenido la suerte de contemplar faenas memorables. Pero el domingo pasado nos sucedió lo contrario. Había una luz sesgada, de iniciación de poniente, una luz de oro sutil, ligeramente rebajado, en la que las siluetas de los toreros parecían más airosas y más rico el bordado de sus trajes. Era como para iluminar lances definitivos, creaciones singulares. Y, sin embargo, no vimos nada de eso. En balde el oro fino del sol mexicano buscó por el ruedo como según cuenta la leyenda, buscaba Diógenes por el mundo. Este no encontró un hombre y aquél tuvo que ocultarse tras las montañas que rodean nuestro valle, sin haber conseguido alumbrar tampoco un momento de grandeza. No quiere decir esto que no hubiera en la corrida manifestaciones de arte y de valor. Pero indudablemente el conjunto hubiese estado más a tono con el gris de otras tardes que también por su parte hubieran merecido, mejor que la del domingo, aquella luz privilegiada que fue lo único en verdad bello que disfrutamos. 
Se lidiaron toros de Santín, la antigua y brava ganadería de la Casa Barbabosa, que tan nobles y encastados ejemplares ha enviado a “El Toreo” últimamente. El encierro del domingo fue desigual, y en él descollaron dos toros, primero y quinto, que embistieron por derecho y facilitaron el lucimiento de los diestros. Pero no fueron los más bravos, porque segundo, tercero y séptimo los superaron en su pelea con los caballos, recargando en todos los encuentros.  
Tanto al primero como al quinto se les aplaudió en el arrastre y también de salida, pues además de ser nobles, estuvieron muy bien presentados. En resumen, la vacada de Santín mantuvo, con la novillada del domingo, su alto y viejo prestigio. 
Actuó como primer espada Mario Sevilla, un torero que se presentó hace varios años en una novillada – concurso y que, habiendo resultado triunfador, merecía el premio de su inclusión en un cartel de categoría. La plaza de “El Toreo” es, en orden de importancia, el primer edificio de la tauromaquia americana, casi el palacio de la Monarquía de Tauro en este Continente, y, ya es sabido, las cosas de palacio van despacio. Consiguientemente, Mario Sevilla tuvo que armarse de paciencia e irse a torear a los Estados, hasta que, al cabo del tiempo, se han cumplido sus deseos. 
Comenzó muy bien Mario Sevilla, aguantando al primero de la tarde en verónicas a pies juntos, cerca de tablas y, luego, ganándole terreno al lancear con el compás abierto. Cuando remató con una rebolera escuchó la primera ovación. La segunda vino en el primer quite, que Mario hizo con tres verónicas de muy buena clase. 
La faena que realizó con ese novillo fue muy lucida. La comenzó cerca de tablas, con serenidad, y la continuó en el tercio, con lucimiento. El momento más feliz del trasteo fue en un pase de trinchera muy templado, en el que el artista llevó toreado a su enemigo, marcándole – a la vez suave e imperiosamente – un itinerario que dejó huellas en la arena y también en el público, al que indudablemente conmovió. 
Tras de aquél toreo sereno, vino el toreo espectacular cuando Mario, de hinojos, muleteó muy ceñido y acabó con un desplante. Tenía el éxito bien amarrado en los vuelos de su muleta, pero con la espada lo dejó escapar y en entusiasmo del público decayó. 
Al cuarto también comenzó a muletearlo muy bien. Le dio pases por bajo de gran eficacia, demostrando que conoce muy bien el toreo y sabe que los muletazos se dan para algo, que la lidia tiene un fin, un desemboque y que todo lo demás es camino hacia esa meta. Mario logró que el toro – antes un tanto incierto – se fijara en la muleta y comenzara a seguirla con nobleza. Una vez que hubo hecho esto, se puso a torear con la izquierda y con la derecha, logrando buenos pases a la manera de La Serna y sobre todo, uno de pecho con la zurda que fue lo mejor de la faena. El trasteo no resultó, sin embargo, totalmente ligado y parte del público comenzó a encariñarse con el toro, olvidando que el torero, al aguantarlo y castigarlo eficazmente en la primera parte de la faena, había contribuido no poco al mejoramiento de la res. 
Necesita Mario Sevilla una mayor familiaridad con este público del que indebidamente estuvo alejado. Merced a ella lograría dar cumplimiento a muchas cosas que ahora vislumbra y cuyo secreto no consigue atrapar definitivamente. Pero su propósito es noble, su estilo bien orientado. Y siempre son preferibles los que luchan en el camino hacia buenas metas, que los que alcanzan realizaciones plenas por rutas indebidas. 
Con Mario Sevilla alternaron Nacho Pérez y Tacho Campos, dos toreros de corte muy distinto, y a quienes la suerte trató también de manera muy diferente, porque a Nacho le correspondió el mejor toro y a Tacho los dos peores. 
Con el toro bueno, el quinto, Nacho alcanzó un triunfo en el primer tercio. Lo lanceó a la verónica con el más definido estilo silverista, parándole mucho y tomándolo al hilo y en el viaje, para ceñírselo bárbaramente y provocar el entusiasmo del público, que le ovacionó con delirio. 
En el primer quite ejecutó un lance parecido a la chicuelina, en el que giró en contra del viaje del toro, al mismo tiempo que pasaba el capote por sobre él. Realizó la suerte de tal manera cerca, apurando tanto los terrenos que al intentar repetirla, el astado lo prendió y lo lanzó a lo alto, dejándolo maltratado, aunque felizmente, no herido. Tuvo Nacho que retirarse entre barreras para reponerse de aquél vapuleo. 
Volvió para muletear al bravísimo novillo y lo hizo con brillantez, aunque no consiguió ligar su faena, sin duda por las condiciones de inferioridad en que había quedado después del percance sufrido en el primer tercio. Sin embargo, logró derechazos ceñidísimos, pases por alto estatuarios, algunos muletazos con la izquierda que el público celebró mucho y adornos tales como lasernistas, ayudados y un molinete ajustadísimo. Mató de una estocada contraria, que provocó derrame, y fue ovacionado al mismo tiempo que lo era el toro. 
Con su segundo, que tenía mal estilo, se limitó a un trasteo muy breve, que remató con un pinchazo y media desprendida. Antes, le había toreado de capa con éxito, particularmente en varias chicuelinas increíblemente ajustadas. 
Tacho Campos, el torero de excepcional calidad que en la corrida anterior nos maravilló con su gran arte, tuvo que contender con el peor lote. Ninguno de sus dos novillos se prestó al lucimiento del espada. Para haberlo logrado, hubiera tenido Tacho que hacer esfuerzos que no son propios de su temperamento, pues acostumbra tomar las cosas con calma. 
Con calma, con reposo de gran artista torea cuando se acomoda, y con calma y reposo espera también a que pasen las malas circunstancias. No fueron buenas las del domingo. Y a quienes admiramos el arte del joven lidiador, no nos queda más que aguardar su próxima actuación y pedirle al dios Tauro que a Tacho le toquen novillos toreables. 
Como fin de fiesta, el joven Roberto Gómez lidió un novillo bravo y noble, con el que demostró su inexperiencia y sangre fría. Es decir, demostró que puede ser torero, aunque para ello tenga todavía que ejercitarse largamente en el llamado arte de Cúchares, si bien lo que tiende a hacer Roberto Gómez es muy diferente a lo que, según la historia y la leyenda, hacía el señor Francisco Arjona – que así se llamaba Cúchares –. Era éste un lidiador muy avisado, que conocía todas las triquiñuelas del oficio y que, merced a ellas, esquivaba todos sus riesgos. En cambio, el incipiente Roberto Gómez se limita a quedarse quieto, con valor estoico, pero no sabe defenderse de su enemigo. Gracias a que el séptimo de los lidiados el domingo fue de una nobleza ejemplar, salió el torero incólume de su aventura. Pero como es valiente y mató con fortuna, se lo llevaron en hombros. 
La ovación de la tarde fue para Pancho Lora “Pericás”, que clavó al cuarto novillo dos superiores pares de banderillas.
Una incógnita sin despejar

José Alameda, Cª 1940
Me llama la atención un concepto que expresa el joven Alameda al referirse a la actuación de Tacho Campos, cuando pide que le toquen novillos toreables. Hoy en día vuelve a estar en boga esa noción de la toreabilidad. Es una pena que del conjunto de las ideas expresadas por el escritor no se pueda deducir lo que él entiende por esa idea, hogaño tan interesadamente manoseada, así que solamente dejo aquí el apunte y espero que en algún texto futuro, sea el propio Alameda quien despeje la incógnita que nos plantea.

Dramatis personae

De Tacho Campos y de Nacho Pérez ya les había hecho relación en otro apartado de esta serie de remembranzas. Mario Sevilla por su parte, recibió la alternativa en Arles, el 21 de septiembre de 1947, de manos de Antonio Velázquez y llevando como testigo a Antonio Toscano, el toro de la ceremonia fue Lagartero de Yonnet; la confirmó en la Plaza México el 27 de abril de 1952, de manos de Paco Ortiz, con el toro Cubanito de Piedras Negras. El testigo fue Morenito de Talavera Chico, aunque pretendió que su actuación del 21 de marzo de 1950 en el mismo ruedo, para la película The Brave Bulls (Robert Rossen, 1950), se considerara como tal, pues actuó con El Soldado y Paco Rodríguez en la lidia de ganado de Santa Marta. Destacó en el mundo del cine, donde participó en alrededor de 85 películas como actor y fue autor de varios guiones y obras de teatro. Roberto Gómez por su parte, tuvo una breve y fulgurante carrera novilleril, más nunca llegó a tomar la alternativa.

Aclaración necesaria: El subrayado en la crónica de Alameda, es obra imputable solamente a este amanuense.

domingo, 22 de julio de 2012

18 de julio de 1948: Se presenta Jesús Córdoba en la Plaza México


Jesús Córdoba en 1949

El pasado miércoles se cumplieron 64 años de lo que podría considerarse como el arranque de la Edad de Plata del Toreo en México. En esa fecha se celebró la séptima novillada de la tercera temporada de festejos menores que se daba en el nuevo coso de la capital mexicana y debutaban en ella dos toreros. De raigambre familiar en León de los Aldamas, la tierra de Rodolfo Gaona y del entonces emergente Antonio Velázquez, pero con la particularidad de haber nacido en Winfield, Kansas, en los Estados Unidos de América, se presentaba Jesús Córdoba, que triunfó en una corta serie de novilladas que el picador Juan Aguirre Conejo Chico ofreció en el Rancho del Charro ubicado en la calzada de Ejército Nacional, donde ya por su manera clásica de hacer el toreo, se le comenzó a anunciar como El Joven Maestro.

El otro debutante era Rafael García, originario del Estado de México y que se decía era asilveriado en sus maneras frente al toro y el segundo. La cuarteta que enfrentaría el encierro de La Laguna a lidiarse esa tarde de domingo, la completaron el tapatío Luis Solano y otro joven que repetía después de que dos domingos antes, había puesto a la plaza más grande del mundo de cabeza al exhibir un valor desmedido y hasta temerario delante de los novillos, el hidalguense Paco Ortiz.

Jesús Córdoba se enfrentó esa tarde a Apizaquito y a Rondinero, cuarto y octavo del hierro titular y en ambos dio la vuelta al ruedo. La crónica enviada por el corresponsal de la agencia que transmitía la información al diario El Informador de Guadalajara, Jalisco, narra lo siguiente acerca de lo sucedido esa tarde:

Derroche de buena voluntad en la corrida de la Plaza México. Alternaron Luis Solano, Paco Ortiz, Rafael García y Jesús Córdoba.  
México D.F., julio 18.  – En la Plaza México se llevó a cabo la novillada de La Laguna, alternando Luis Solano, Paco Ortiz, Rafael García y Jesús Córdoba. Los cuatro alternantes hicieron un derroche de buena voluntad, siendo los más afortunados Paco Ortiz y Rafael García, que cortaron oreja a sus segundos... Paco, al banderillear a su primero en el segundo viaje, cita a un metro escaso de la jeta del animal, saliendo prendido por la taleguilla y arrojado a la arena, resultando ileso, y en su segundo, al buscar un forzado de pecho es prendido nuevamente, levantado y despedido... Con un valor característico da dos pases por alto mirando a los tendidos que le resultan de una manera temeraria, pues a cada pase se va metiendo en los propios pitones de la res. Vuelve a colocarse a un palmo del enemigo y sufre un derrote que le parte totalmente la taleguilla por el lado derecho... En su primero recibió la gran ovación, y en este último troza la oreja de su enemigo, por petición del público. 

Rafael García estuvo bien en su primero, que fue el tercero de la tarde, y en su segundo, que fue el séptimo, hace un faenón que se le premia como a Paco, con el apéndice de su enemigo... Solano estuvo desafortunado en su primero, pero no así en su segundo, que por su actuación le hace merecedor a la vuelta al ruedo... El cuarto de la tarde fue para Chucho Córdoba, su primero, al que al intentar el segundo viaje, después de haber señalado un pinchazo, es prendido por la entrepierna. Retornando al ruedo muy valiente, y dispuesto a jugarse el pellejo, coloca un formidable estoconazo. Se le ovaciona la faena de buena voluntad, ya que le tocó lidiar la res más mala y difícil de la tarde. En su segundo, el octavo de la tarde, hace una faena con prontitud, serenidad y torerismo, adornándose con pases de rodilla en tierra y un toque de pitones. Recibe fuerte ovación y el público pide la vuelta al ruedo, que le es concedida...

Transcribí casi la integridad de la crónica, pues me llama la atención de que el relator de la agencia de noticias ponga mayor énfasis en las actuaciones de Paco Ortiz y de Jesús Córdoba. El de Apam fue uno de los que cortaron oreja esa tarde, pero su actuación fue de esas que son emblemáticas del novillero que quiere ser. De la lectura de la crónica podemos desprender que fue entregado, sin verse la ropa cuando los novillos le echaron mano y jugándoselo todo a cara o cruz con tal de salir triunfante. En lo que narra de Jesús Córdoba, nos refiere escuetamente a un torero con valor y enterado, que sin arredrarse ante las complicaciones de su primer novillo, salió a demostrar que podía con él y ante el que se lo permitió, desplegó su tauromaquia clásica y dominadora.

Lo que me cuestiono es si hoy en día, un novillero que no terminara con las orejas en la mano, en una de las principales plazas del mundo, volvería a tener una oportunidad. En aquellos días, se valoraba la torería y la voluntad de ser; hoy, parece que solamente se mide a los toreros por su capacidad de cortar lo que Manolo Martínez llamó un día retazos de toro.

De los alternantes de esa tarde, Paco Ortiz terminaría toreando 9 tardes en la temporada; Jesús Córdoba, 8; Rafael García, 3 y Luis Solano tendría ese domingo su única aparición en ella. El serial constó de 29 tardes y en la número 24, celebrada el 31 de octubre, Jesús Córdoba ganó la Oreja de Plata en cerrada disputa con Paco Ortiz, quien pese a haber cortado un rabo, vio como el trofeo le era adjudicado al Joven Maestro, quien solo cortó una oreja esa tarde.

Luis Solano en 1949
De los alternantes de la tarde que les comento, Jesús Córdoba recibió la alternativa en Celaya el 25 de diciembre de ese 1948, de manos de Armillita; Paco Ortiz recibió una primera en Puebla en 1950, de manos de Silverio Pérez; después otra en Piedrahita, Ávila en 1951, de manos de Pablo Lalanda y una definitiva en 1958 en Pachuca, de manos de Luis Castro El Soldado; por su parte, Luis Solano recibe una en 1951 en León, Guanajuato, de manos también de El Soldado y la definitiva en 1953 en Barcelona, siendo su padrino Cayetano Ordóñez, en tanto que Rafael García se hará matador de toros en 1952, en Barcelona, apadrinándole Julio Aparicio.

La temporada de novilladas 1948 fue rica en prospectos, pues en ella surgieron toreros que tendrían trayectorias importantes en los ruedos como Alfredo Leal, Jorge El Ranchero Aguilar, Héctor Saucedo, Curro Ortega, Alfonso Pedroza La Gripa o Rubén Rojas El Jarocho. Aunque el real corolario de la temporada de novilladas 1948 fue la consolidación de Los Tres Mosqueteros, Rafael Rodríguez El Volcán de Aguascalientes, Manuel Capetillo y Jesús Córdoba – les cito ya por orden de alternativa –, llevando como una especie de D’Artagnan a Paco Ortiz. Los tres primeros fueron figuras del toreo por derecho propio y Paco Ortiz por diversas circunstancias vio truncado su camino al pasar al escalafón superior.

Mi enhorabuena al Maestro Córdoba por este aniversario y expreso mi esperanza que la manera de tasar el paso por las plazas de los novilleros en la actualidad sea de otro modo, porque solo así hay futuro posible para esta fiesta nuestra.

Aldeanos