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domingo, 29 de noviembre de 2020

Hoy hace medio siglo: La confirmación de Paquirri en la Plaza México

Confirmación de Paquirri en México
Cortesía: altoromexico.com

El contexto de esa temporada

La temporada 1970 – 71 en la Plaza México fue organizada ya por el ganadero Javier Garfias, pues desde agosto del año del Mundial de Futbol el cubano Ángel Vázquez había dejado de estar a la cabeza de los asuntos de DEMSA, la arrendataria y organizadora de los eventos taurinos en el coso más grande del mundo. 

Daniel Medina de la Serna cuenta que ese ciclo se celebró con una escasez de ganado en el campo bravo mexicano, pues a partir de que la Unión de Criadores de Toros de Lidia en España restringió la exportación de sus toros a Sudamérica, ese mercado quedó abierto a los ganaderos mexicanos, quienes atraídos por los dólares en juego, lo aprovecharon en detrimento del mercado nacional y aún ante esos hechos, la empresa de la Plaza México, no tomó las previsiones debidas y eso se notó en el ciclo.

Las ganaderías mexicanas que enviaron toros a las ferias de Caracas, Maracaibo y Valencia en Venezuela, Quito en Ecuador y Cali en Colombia fueron Javier Garfias, Reyes Huerta, Zotoluca, Santacilia, La Laguna, Mimiahuápam, Santa Martha, El Rocío, Santín, Peñuelas, Campo Alegre, San Diego de los Padres y José Julián Llaguno. Incluso, en el semanario El Ruedo de Madrid del 10 de noviembre de 1970, se relata que se tentó uno de los toros de Garfias en la plaza Nuevo Circo de Caracas para semental por Antonio Ordóñez, Dámaso González y el portugués José Falcón para la ganadería que Manuel Martínez Chopera y Sebastián González tenían en el Estado de Aragua con vacas de Santa Coloma.

Entonces, las ganaderías que enviaron sus toros a las 15 corridas de las que constó el ciclo fueron las siguientes: José Julián Llaguno (3 corridas); Tequisquiapan; Zacatepec; Javier Garfias (4 toros); Santacilia; Soltepec; Mariano Ramírez; Jesús Cabrera (5 toros); Manuel de Haro; Cerro Viejo; Gustavo Álvarez; Mimiahuápam; La Punta y toros sueltos, Pastejé, uno de regalo en la tercera; Valparaíso, el primero de la tarde que completó la corrida de Garfias y José Julián Llaguno otro que cerró esa misma tarde; Rancho Seco, uno que completó la corrida de Jesús Cabrera, más otro de Tequisquiapan de regalo; uno de Atenco de regalo en la de Gustavo Álvarez; y otro de éste último hierro para rejones, que al decir del mismo Medina de la Serna, resultaba ser el último toro de esa legendaria ganadería lidiado en la Plaza México hasta el año de 1996, cuando menos.

El elenco de toreros se conformó por los diestros mexicanos Pepe Luis Vázquez; Alfredo Leal; Joselito Huerta; Humberto Moro, que toreó su despedida de los ruedos; Raúl García; Raúl Contreras Finito; Manolo Martínez; Alfonso Ramírez Calesero Chico, que actuó por última vez en la México; Eloy Cavazos; Curro RiveraManolo Espinosa Armillita; Antonio Lomelín; Leonardo Manzano y Ricardo Castro. Confirmaron su alternativa Mario Sevilla; Raúl Ponce de León; Arturo Ruiz Loredo; Adrián Romero; Ernesto Sanromán El Queretano, quien nunca volvió a torear en la México y Miguel Villanueva. También se presentó una tarde el Centauro Potosino Gastón Santos.

Por los extranjeros actuaron Joaquín Bernadó, Santiago Martín El Viti y César Girón, en lo que resultó ser su última presentación en el ruedo de Insurgentes y confirmaron sus alternativas Francisco Rivera Paquirri, Dámaso González y el portugués José Falcón. Se quedaron anunciados José Luis Parada, quien fue herido en Acapulco una semana antes de su anunciada confirmación y por ello la pospuso para la temporada siguiente y Jesús Solórzano, que, propuesto originalmente para actuar con Paquirri en la corrida del 10 de enero del 71, no fue aceptado por este último, pues de ser así, el gaditano tendría que ir de primer espada y su contrato requería que alguien fuera por delante de él, así que Chucho fue sustituido por Manolo Espinosa Armillita.

La tarde de la confirmación de Paquirri

En ese estado de cosas se anunció la inauguración de la temporada para el domingo 29 de noviembre de 1970, con toros de José Julián Llaguno para Raúl Contreras Finito, Manolo Martínez y el gaditano Francisco Rivera Paquirri quien confirmaría su alternativa. El cartel era redondo, con dos de las figuras emergentes de México y uno de los toreros jóvenes de España que venía precedido de interesantes referencias y que post facto, sería uno al que la afición mexicana hubiera querido ver más.

La relación de los hechos de esa tarde que encontré es del puntilloso Carlos León, quien en su tribuna del desaparecido diario capitalino Novedades, titulada Cartas Boca Arriba, dirigida en esta oportunidad al gastroenterólogo José María de la Vega, encargado de la salud en esos días, del Presidente de la República, a partir de una entrevista televisiva realizada a éste último, próximo a entregar el poder, en la que comenta su gusto por la paella valenciana, construye una crónica de las suyas:

PAQUIRRI ARMÓ EL GRAN TACO: DOS OREJAS Y VUELTAS. Manolo llevó el telón del Arbeu para muletear, “Finito” ante bureles sin sal…

Francisco Rivera, con la mesa puesta

Usted, como refinado gastrónomo y excelente taurino, bien sabe que la sal es importantísima. Como afirmación contundente yo diría que, sin tener salero, no se puede ser cocinero ni torero. Pero en Andalucía la Baja y sobre todo cerca de las marismas, lo saleroso, lo resalao, rezuma por los poros de las personas. Y los diestros que nacen en la provincia de Cádiz, parece que bordan sus ternos con las brillantes escamas de las merluzas.

Para nuestro personal paladar, a ratos notamos en “Paquirri” cierta frialdad. Pero también el gazpacho cortijero o el aliño gitano se sirven bien fríos, como aquellos que nos hacía en casa de “Cagancho” Gabriela Ortega, descendiente de la Alboronía de los moros andaluces – y no por ello son menos agradables, pues no siempre está la sartén para frituras. Aun así el andaluz gazpacho frío lleva sal y pimienta, dos condimentos indispensables para que los guisos – y los toreros – tengan sabor.

Mas ya ve usted, doctor: aunque aquí suele decirse que no se puede sopear con la gorda ni hacer taco con tostada, vaya taco el que armó “Paquirri” en esta tarde de su presentación, a pesar de la escasa colaboración del ganado de Don José Julián Llaguno. Hasta la saciedad se ha repetido la trillada frase de que para que haya guisado de liebre, lo primero que se necesita es la liebre. Nada más falso, pues no hubo tales liebres, y sin embargo, Francisco el de Cádiz se despachó con la cuchara grande.

Pues allí tiene usted a “Caporal”, que desde que sale se emplaza y se resiste a ir a los capotes. Al fin el gaditano lo embarca en el suyo y le hace tragar varias verónicas excelentes. El bicho huye y muestra su mansedumbre en su querencia a barbear y saltar las tablas. Cuando el debutante se empeña en banderillear a ese poste, probón y sin codicia, confirmamos que no se puede soplar y comer pinole, pues “Paquirri” ha pasado fatigas sin cuento para lograr la mas o menos arrancada de un toro convertido en estatua de plomo. No obstante, ambientado de inmediato al quehacer mexicano, el pundonoroso andaluz se hace al dicho xochimilca de que “no hay que ser como los frijoles, que al primer hervor se arrugan”. Sin tener un toro “a modo”, ha cuajado, bordado, una faena cumbre, predominantemente izquierdista, que de inmediato le gana el favor popular. Ahora bien, del mismo modo que una paella queda incompleta si no se le acompaña con manzanilla sanluqueña o un vino seco de Utiel o de Requena, también un trasteo queda inconcluso si le falta el remate de la estocada. Claro que no es lo mismo saborear un “chato” que pasar por el trago amargo de la suerte suprema. Pero allí es donde se demuestra si un torero puede, merece llamarse matador de toros. Después del faenón, el espadazo caído le hizo perder los apéndices. Pero hubo dos vueltas a la redonda en franca apoteosis.

Nada de atole con el dedo

Aunque “Paquirri” ya tenía al público en la bolsa, no fue de los que dicen: ese arroz ya se coció, sino que vamos a cocer el otro. Como usted sabe, el principal secreto de una buena paella es hacerla a fuego de leña. Sin leña, no sabe lo mismo. Por ello, si el toro no trae bastante leña en la cabeza, la faena nos sabe diferente, como dulzona, cual si fueran inocentes alfajores de las Comendadoras de Santiago o candorosas y monjiles yemas de San Leandro. Y el sexto sí era un toro bien dotado de defensas, con cara seria, con cuajo. Por eso, todo lo que le hizo Francisco Rivera fue meritorio. Lucido con el capote, espectacular con las banderillas y superior en la faena que ha brindado a Joaquín Rodríguez Ortega. Faena torerísima, desde lo fundamental hasta lo pinturero. Y ahora sí media estocada fulminante, por lo cual le conceden un par de orejas, mientras tratan de sacarlo a hombros; pero lesionado en una pantorrilla, ha de pasar a la enfermería. Pero allí quedó su garbosa estampa de lidiador, más que de torero, capaz de dominar todos los tercios…

Parte médico de Paquirri

Herida por asta de toro en el tercio medio de la pierna derecha, de seis centímetros de extensión por cuatro de profundidad. Interesa piel, tejido celular subcutáneo y músculos de la región. Intervinieron los doctores Xavier Campos Licastro y Tirso Cascajares. El diestro fue operado con anestesia general en la enfermería de la plaza y se le trasladó a la Central Quirúrgica, donde quedó internado. 

Paquirri reaparecería el 10 de enero siguiente en la Plaza México con un gran triunfo ante el toro Caporal de Mariano Ramírez con el que ejecutó impecablemente la suerte de matar recibiendo y el 17 de febrero de 1971, cortaría otra oreja a Guadalupano de Cerro Viejo. Pero su gran tarde en esa plaza, quizás la mejor en nuestros ruedos, tendría lugar la siguiente temporada, el 19 de diciembre de 1971 ante el toro Girasol de Jesús Cabrera, de la que habrá tiempo para ocuparnos de ella.

Retales de la prensa de la época

En el semanario El Ruedo de Madrid del 6 de octubre de 1970, se anunciaba que la corrida de Mimiahuápam que se envió para lidiarse en el San Isidro de ese año y que al final no se envió a Madrid, sería lidiada en Sevilla el 12 de octubre en la conmemoración del tricentenario de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla y que el torero mexicano que iría en el cartel sería Jorge Blando.

domingo, 30 de agosto de 2020

Hoy hace medio siglo: El Queretano confirma su alternativa en Madrid

Confirmación de El Queretano
Foto: Trullo - El Ruedo
La corrida del último domingo de agosto del año 70 en Madrid era una entonces típica del verano madrileño. Un encierro muy serio de Juan Guardiola Soto estaba en los corrales y en la cabecera del cartel anunciados dos habituales de esas fechas que, fuera de feria, llevaban en buena cantidad a la plaza a la verdadera afición de la capital española, se trataba del sevillano Juan Antonio Alcoba Macareno, quien un par de años antes, siendo novillero, toreara en solitario en esa misma plaza y Sebastián Martín Chanito, de Salamanca, quien a poco de tomar la alternativa sufrió un grave percance y no volvió a encarrilarse convenientemente. El tercero en discordia era ese día Ernesto San Román El Queretano, de México, que comparecía a confirmar su alternativa.

El Queretano había obtenido la dignidad de matador de toros en su tierra el 19 de febrero de 1967. Le apadrinó Joaquín Bernadó, torero que hasta hace muy poco quizás, es el diestro español que más festejos ha toreado en México y atestiguó la ceremonia Raúl Contreras Finito, con la cesión del toro Jacinto de Cerralvo. Curiosamente, la confirmación de Ernesto San Román en Madrid ocurriría antes que en la Plaza México, algo que por esas calendas resultaba casi frecuente.

La campaña española de El Queretano

Señalaba al inicio que la corrida de Juan Guardiola Soto era muy seria. Y lo fue. Las crónicas consultadas del festejo de la confirmación de El Queretano se ocupan principalmente de los toros, resaltando que no se cayeron – las caídas de los toros eran un problema endémico en España en esos días – y su impecable presencia. No obstante resaltan la actuación de los diestros y del rejoneador Curro Bedoya – mató un séptimo – y de la de quien firmó como Pepe Luis en la Hoja del Lunes de Madrid, del día siguiente del festejo, titulada Un toro para un torero, extraigo lo que sigue:

El sexto toro fue sustituido, por denuncia pública que no se debió escuchar, por un viejo Palha mansote y corraleado. ¡Esas cojeras inventadas!...

Debut y alternativa

Ernesto San Román (El Queretano), torero azteca con buen cartel en su país, quiso ayer refrendarlo ante la afición madrileña. Es un diestro valiente, menudo de estatura, pero de corazón grande, que no se arredró por la presencia y el trapío de los toros que le cayeron en suerte (y a propósito del verbo: los toros ayer no se cayeron). Ernesto, en el de su alternativa, se lució de capa en lances a lo Enrique Torres, un valenciano que se quería parecer a Chicuelo padre; no se lució con los rehiletes (si acaso en el tercer par...), y con la muleta se hizo ovacionar: comenzó con un pase – cita desde el platillo del redondel, los pies metidos en la montera – de corte arrucino que emocionó a los espectadores. Continuó en una faena efectista y valerosa, en la que no faltaron los derechazos, los rodillazos y los pases encadenados. No mató bien – pinchazo y media estocada con alivio excesivo y cuatro intentos de descabello –.  ¿Premio? Sólo corteses aplausos.

En el Palha sustituto se limitó a intentar hacerse con él; el toro, que había barbeado en tablas, que las saltó una vez, debió ser lidiado por las afueras. El nuevo matador de toros, que con toros ascendió de categoría – así se justifica una ceremonia –, acabó con el portugués de pinchazo y estocada bajita...

Por su parte, Jesús Sotos, en el semanario El Ruedo, también aparecido al día siguiente de la corrida, realiza el siguiente análisis, bajo el título de Mucho trapío y toreo con precauciones:

El “toricantano” se llama Ernesto San Román y es de Méjico. Se presentaba en la capital de España. En las Ventas le hemos visto. Pero poco podemos decir de él Poco en cuanto a toreo se refiere. Es arriesgado poder emitir un juicio exacto guiados por lo que el torero desarrolló el domingo, pues, amén de la insensatez que supone erigirse en juez guiados por lo realizado en una sola actuación, también debe de contar el ganado que tuvo enfrente, de excesivo respeto para un debut capitalicio de campanillas-

Una cosa – de capital importancia en esto del toreo – dejó al descubierto el diestro azteca: es un valiente de tomo y lomo. Un valentón tremendo. Posee, pues, una sólida base. Con la capa y la muleta, cosas aisladas: unas malas, otras regulares, otras aceptables, alguna buena. Mal con las banderillas.

Total: ni cañas, ni tampoco lanzas. Una actuación no da derecho a nada, repetimos, en cuanto a juicio verdadero se refiere. Compás de espera. Mató más mal que bien y escuchó aplausos al doblar el de Guardiola y el de Palha, pues el sexto, de la ganadería anunciada, fue desechado por cojitranco.

Lo dicho: Ernesto San Román “El Queretano”, un torero valiente. Eso sí que se puede demostrar a las primeras de cambio.

La crónica de Antonio Díaz – Cañabate en el ABC de Madrid, titulada El número del toro cojo y aparecida el martes 1º de septiembre siguiente, ni siquiera merece ser tenida en cuenta. Dedica apenas unas cuantas líneas a la actuación de los toreros y en cambio, derrocha todo su espacio en contar la manera en la cual, desde el tendido, según su dicho, sus vecinos de localidad, urdieron y lograron la devolución del sexto de la tarde – segundo del lote de El Queretano – para que fuera sustituido por un sobrero de Palha, corraleado y de esa manera, revertir el aburrimiento que les causaba la tarde. No obstante, quien era llamado El Cañas por sus allegados, en ese breve espacio, reitera su inveterado disgusto por los toreros que llegan de este lado del mar.

Así pues, podemos deducir que la actuación que El Queretano en Las Ventas hoy hace medio siglo, fue digna y adecuada a las circunstancias en las que se produjo.

Ernesto San Román toreó tres festejos más en esa temporada allende el mar. Abrió en San Feliú de Guixols el 26 de julio, con Ángel Peralta (Rej.) y Juan Asenjo Calero lidiando toros de Gabriel Rojas y Hermanos Peralta (Rej.) y cortó una oreja al primero de su lote; luego el 19 de agosto se presentó en Palma de Mallorca, donde alternó con Santiago Martín El Viti y Manolo Rodríguez en la lidia de toros de Juan Pedro Domecq y cortó una oreja al sexto y terminó en Barcelona el 10 de septiembre, acartelado con Victoriano Valencia y Gregorio Lalanda para enfrentar toros de Pedro Salas Garau.

El regreso a México

Ya de regreso en la patria, logró confirmar la alternativa el 28 de febrero de 1971 en la Plaza México, le apadrinó Pepe Luis Vázquez (mexicano), que le cedió al toro Perlito de La Punta, en presencia de Joaquín Bernadó y también actuó en la corrida el rejoneador Gastón Santos ante un toro de Atenco. Sería al final de cuentas la única actuación de El Queretano en la gran plaza.

Pero Ernesto San Román no iba a esperar que las empresas le llamaran. Entonces se propuso torear y si había que organizar los festejos, pues lo haría y lo hizo, creando una especie de circuito en el que llevó la fiesta de los toros a muchas localidades en las que la tradición no se tenía o estaba abandonada y la revisión de los anuarios de 1971 a 1987 nos revela que, por ejemplo, daba corridas en Sonora, en la parte no fronteriza del estado, que abrió al estado de Chiapas dando festejos en Tapachula, San Cristóbal de las Casas, Tuxtla Gutiérrez y Huixtla; que recuperó plazas en Veracruz como Misantla y Gutiérrez Zamora o que en Sinaloa también daba festejos en ciudades como Los Mochis, Rosario o Culiacán.

Esa incansable actividad le permitió mantenerse dentro de los diez primeros del escalafón en su tiempo y torear unas 310 corridas en su carrera, contando la testimonial del 7 de noviembre de 2004, en la que dio la alternativa a su sobrino Juan Carlos San Román en Cortázar, Guanajuato.

Como un hecho anecdótico, El Queretano formó parte del cartel de la última corrida de feria que se dio en la Plaza de Toros San Marcos el 1º de mayo de 1974, pues a partir del año siguiente, los festejos se celebrarían en la nueva Plaza Monumental. Alternó con Alfonso Ramírez Calesero ChicoRafael Gil Rafaelillo y el rejoneador Felipe Zambrano en la lidia de toros de Guadalupe Medina. Fue herido en la axila por el segundo de su lote.

La saga de los San Román

Ernesto San Román El Queretano no ha sido el primero, pero sí quizás uno de los más destacados de una saga de toreros con ese apellido que durante las últimas seis décadas han actuado en las plazas de toros de México. En un breve recuento, ellos son:

Agustín San Román, novillero, se presentó en la Plaza México el 23 de julio de 1963, alternó con José Campos y Alexandro Do Carmo, con novillos de Rancho Seco. Es hermano mayor de El Queretano.

Oscar San Román, matador de toros, recibió la alternativa en Querétaro, el 25 de diciembre de 1991, de manos de El Niño de la Capea y siendo testigo Jorge Gutiérrez, con toros de Javier Garfias.

Jorge San Román, matador de toros, recibió la alternativa en Tequisquiapan, el 18 de marzo de 2000, de manos de Jorge Gutiérrez y siendo testigo Oscar Sanromán, con toros de San Martín. Falleció el 31 de agosto de 2013 en accidente de carretera.

Gerardo San Román, matador de toros, recibió la alternativa en Durango el 1º de mayo de 2001, de manos de Jorge Gutiérrez y con el testimonio de Guillermo González Chilolo y toros de La Playa.

Juan Carlos San Román, matador de toros, tomó la alternativa en Cortázar el 7 de noviembre de 2004, de manos de El Queretano y siendo testigo Oscar San Román, con toros de Campo Hermoso.

Paola San Román, matadora de toros, tomó la alternativa en Morelia (Monumental) el 16 de mayo de 2015 siendo padrino Edgar García El Dandy y testigo Javier Conde, con toros de Carranco.

Diego San Román, novillero, se presentó en la Plaza México el 13 de octubre de 2019, alternando con Héctor Gutiérrez y Miguel Aguilar con novillos de Marrón. Rejoneó Diego Louceiro.

Como se puede ver, la continuidad de la dinastía San Román está asegurada por el momento. Pero hoy el personaje es El Queretano, en el aniversario de su confirmación de alternativa. ¡Enhorabuena!

sábado, 18 de julio de 2020

En el centenario de Carlos Arruza (IX)

18 de julio de 1944: Carlos Arruza confirma triunfalmente su alternativa en Madrid

Anuncio de la confirmación de Arruza
Hoja del Lunes 17 de julio de 1944
El 12 de abril de 1936, Valencia II le cedía el primero de los toros de Pallarés a Ricardo Torres en presencia de José Amorós y Pepe Gallardo para confirmarle su alternativa, inaugurando así esa temporada madrileña. Un mes después vendría la orden ministerial que exigía a los toreros extranjeros en España un permiso de trabajo para poder actuar allí y con ella se inició lo que coloquialmente se conoce como el Boicot del Miedo. A partir de esas fechas y con una Guerra Civil de por medio, transcurrieron ocho años, tres meses y seis días para que un torero mexicano pisara de nuevo la arena de la plaza de toros de Las Ventas vestido de luces.

Las circunstancias se produjeron de forma tal que el diestro que reanudaría el camino de nuestros compatriotas en los cosos hispanos sería Carlos Arruza, alternativado en el Toreo de la Condesa el 1º de diciembre de 1940 por Armillita.

1943 estaba ya avanzado. Al llegar a tierras lusitanas, la buena fama dejada en temporadas anteriores – a pesar de no poder actuar en España, los toreros mexicanos hacían verdaderas campañas en Francia y Portugal por esas calendas durante el verano – motivó a los empresarios a hacer la corte a Arruza y a proponerle actuar en esas tierras. El futuro Ciclón Mexicano se negaba, aduciendo que no iba preparado para torear, hasta que en un determinado momento la oferta fue tentadora. Cuenta Alberto Abraham Bitar:
Desde que Arruza llegó a Portugal, se dio a tramitar la visa para entrar a España y cuando la obtuvo, de nuevo se le acercó el empresario diciéndole que reconsiderara su decisión, a lo que Arruza se negó, diciéndole que no tenía ni con qué, ni avíos ni ropa de torear, pero el lusitano insistía un día sí y otro también, hasta que, harto Carlos ya de todo aquello y para que lo dejara de importunar, le dijo: ‘Mire, si de verdad quiere que toree lo haré pero bajo estas condiciones: cincuenta mil escudos por corrida, pero deben de ser dos, una con Domingo Ortega y la otra con Manolete...’ El compatriota pensó que con esas pretensiones lo dejaría en paz y acertó, porque el empresario le dijo: ‘¡está usted loco!...’. Carlos vivía en casa de Ginja, así que sus gastos eran diversiones y paseos, pero tanto fue el cántaro al agua, que los dineros se fueron mermando y todavía tenía en capilla el viaje a España y sus consiguientes gastos. Así que, a vender tocan y se deshizo del formidable Lincoln, por el que le pagaron lo que quiso ya que en esos años eran muy escasos los coches de lujo en Europa. Estaba a punto de irse a España cuando lo invitaron a una comida que le ofrecían a Gregorio García y ahí se encontró con el empresario lusitano que volvió a insistirle para que toreara en Campo Pequeno: ‘Mire, ya sabe cuáles son mis condiciones, así que, por favor, no insista…’. ‘Bueno, sea, yo no sé quién estará más loco, si usted o yo, aunque creo que yo, así que mañana lo espero para firmar el contrato…’. Carlos no podía ni creerlo, nunca esperó un sí, pero a partir de ese momento comprendió que tenía que cambiar de vida, ya que para todo estaría muy bien pero no para ponerse enfrente de un toro. Además, no tenía nada para torear, capotes y muletas tal vez se los prestarían Rivera o El Ahijado, pero ¿vestidos, medias, zapatillas, camisas, fajas, capote de paseo y lo demás?...
Al final de cuentas, esas dos corridas le sirvieron a Carlos Arruza de preparación y de reencuentro con el toro europeo y le dejaron enseñanzas para toda la vida, según su dicho:
En aquellas dos tardes alternando con esos señorones que fueron Domingo Ortega y Manuel Rodríguez ‘Manolete’, aprendí más que en toda mi vida pasada y en lo que viviría después... ¿Y eso?... Mira… los impactos que recibí fueron algo así como dos revelaciones del cielo. Por un lado, la sabiduría y el poder de Ortega, que metía a los toros en su muleta como si jalara de ellos y Manolete, pisando terrenos increíbles, pasándose a los toros a dos dedos de la faja y con una naturalidad que te dejaba con la boca abierta...
Tras de esos dos festejos se arregló su visado español y se trasladó a Madrid a reunirse con su madre, pero sin dejar de recibir ofertas para torear en Portugal y en Francia. En Madrid se encontraba ya Antonio Algara, empresario de El Toreo, intentando resolver la interrupción de relaciones taurinas entre España y México. La narración de Bitar es como sigue:
Más ofertas para torear, y que Carlos no aceptó, ya que lo que ansiaba era reunirse con su madre en Madrid y para España se fue y por allá se encontraba don Antonio Algara con el fin de arreglar el reprobable boicot que la torería hispana le había decretado a los nuestros, aunque, en el fondo de todo ello estaba el deseo – orden – del zar de la fiesta en México, Maximino Ávila Camacho, para que Manolete pudiera vestir de luces en México. Convencidos los de allá de lo mucho que habían perdido por el llamado boicot del miedo, aceptaron y, entonces, para celebrar el arreglo, se pensó en organizar dos corridas de la Concordia, una en México y la otra en Madrid, con matadores de ambos rumbos y para hacerlo en Madrid, se pensó en Fermín Rivera, sólo que estaba impedido de hacerlo, ya que estando en Portugal no había arreglado la documentación para pasar a España, así que no había más opción que Carlos Arruza, que era casi desconocido en España…
Es así que se anuncia para el 18 de julio de 1944 un festejo en el que se lidiarían, un novillo de Manuel González para el caballero lusitano Simao da Veiga y toros salmantinos de Vicente Muriel para Antonio Bienvenida, Emiliano de la Casa Morenito de Talavera y la presentación en Madrid y confirmación de alternativa del torero mexicano Carlos Arruza. Sigue narrando Bitar:
El matador de toros mexicano ideal para la ocasión era Fermín Rivera, pero entre que no había arreglado su visa para ingresar a España y a que tenía firmada una corrida en Lisboa, no había más remedio que echar mano de Carlos, cuyo nombre poco decía a los madrileños... En tanto, don Andrés Gago, que de toros sabía un rato largo, consiguió que la estupenda cuadrilla de Pepe Luis Vázquez saliera con Arruza, ya que el sevillano estaba convaleciente de una fractura de clavícula, y cuando parecía que los nervios se iban calmando, no faltó quienes fueran a decirle a Carlos que un grupo de matadores, inconformes con lo del arreglo, se le iban a tirar al ruedo en bola para tundirlo a palos, que otros irían a la plaza a reventarlo de continuo y, cómo decimos en México, para acabarla de amolar, no tenía traje para torear... Telefonazos incesantes al sastre Ripollés, que lo único que respondía era no desesperen que todo llegará a tiempo, pero nada, así que algunos de los allegados fueron a ver a Manolete para pedirle les facilitara un traje para Arruza, a lo que accedió galantemente, y aunque ni remotamente le quedaba pintado al compatriota al menos como dicen que decía un tuerto algo es algo...Y cuando Carlos tenía ya puesta la taleguilla llegó Ripollés, así que a desvestir al matador para volver a vestirlo...
Al final de cuentas las cosas se encauzaron, Carlos Arruza tuvo la posibilidad de sortear los obstáculos que las circunstancias le fueron poniendo para su presentación madrileña y terminó la tarde con un gran triunfo, que le permitió abrir, junto a Manolete, una etapa brillante en la historia del toreo. La crónica más acabada literariamente es la que escribió don Celestino Espinosa R. Capdevila, en su tribuna de Arriba, del 19 de julio de ese 1944, titulada Un rehiletero portentoso y es de la siguiente guisa:
Para Carlos Arruza pidieron la oreja ayer tarde, en el tercio de banderillas. Y por si hubiera alguno que echara la cosa a mala parte, dada la significación que llevaba la corrida en sí, conviene decir en seguida que esa petición no se hizo por hache o por be, sino por eso. Por las banderillas… No es que a mí me parezca ni bien ni regular que se pida la oreja por un quite, ni por una estocada, ni siquiera por una faena. La oreja se debe pedir por la lidia completa de un toro, Pero eso es otra cosa. Es otro problema. Distinto en absoluto del hecho y de la afirmación, de que ayer se pidiera una oreja por un tercio de palos. Y se pidió. Y tiene explicación… Arruza, el ultramarino simbólico de la corrida de ayer tarde – a quien saludo desde aquí con la frase morisca y poética «Y la paz» – venía precedido de fama de banderillero y confirmó ese renombre a los cinco minutos de estar en la arena. Por facultades y conocimiento, por facilidad y seguridad, los dos primeros pares que le puso al manso de su confirmación, fueron bastantes de por sí para extenderle cédula de banderillero grande: ¡Qué bien había andado, o mejor dicho, corrido! ¡Qué forma de medir y de llegar, de calcular y de asomarse, de levantar los brazos, de hacer el apoyo y salir! Pero cuando se le vio del todo, fue en el tercer par: Cuando con el toro en tablas del burladero de cuadrillas, el muchacho echó a andar desde los medios, meciendo los brazos de un modo originalísimo – acompasado con los pasos y subiendo y bajando los palos como colgándose de ellos o apoyándose en ellos – y yendo hacia tableros, hasta media docena de metros del toro, como si el toro no estuviera allí. Como si el toro no estuviera allí, aguardando… Se estaba metiendo en la jurisdicción de la enfermería – y no lo digo porque el terreno fuera aquel – y seguía y seguía como si se hubiera quedado ciego. Daba angustia. Aún cuando no hubiera clavado, que clavó – ¡Y cómo clavó! – la cosa estaba vista. El rehiletero estaba visto… Pero no estaba visto, por lo visto. Porque faltaba ver lo que se vio en el cuarto toro, después de otros dos pares en los que el tal Carlos Arruza confirmó lo que teníamos visto de su medir y de su andar, de su entrar y salir, de su clavar y, sobre todo, del ritmo con que mantiene – con los brazos arriba y abajo – su camino de ciego hacia el toro. De ciego de valor, que se mete tan hondo en el campo de las astas como mete de hondos los palos junto a sus propias zapatillas mientras anda y como las alza luego igual que alza los brazos en el instante de clavar, que no se cómo no le saltan las sisas de la camisola… Todo estaba visto, como digo, cuando repitió en el cuarto toro. Pero quedaban dos encuentros de más sorpresa aún. Y no se cual más portentoso, si el tercero o el que vino por fin… El tercero fue un par que declaro no haber visto jamás y que ni siquiera sé cómo se llama. Arrancársele al toro en el tercio, desde bastante más allá de los medios, en una carrerilla decidida y sin posible enmienda que viene no en zig – zag – no en la línea quebrada y de pasitos cortos que para cuartear le vimos muchas veces a ciertos rehileteros – sino en una ondulada sinuosa de curvas amplísimas como la de un velero que nada a bordadas, y todo ello sin perderle la rectitud al toro, es cosa que da vértigo. ¿En dónde está el encuentro? ¿De qué manera se compensa cualquier error de cálculo que pueda producir el asombro – en sus dos acepciones – del toro? ¿Y, por fin, cómo puede medirse la «metida» que hacen los cuernos de la res con la «caída» de los palos (que aquí también seguían yendo abajo, a su ritmo, igual que bastones de aquella carrera o aquél andar de ciego de que antes hablábamos)?... ¡Ah señores!: Pregúntenle a Arruza, que yo no lo sé. Peor me explico ese último par que puso. Porque es éste, que fue de poder a poder, para explicarse aquél asombro bastará con pensar en el poder enorme de este muchacho. Por él solamente y salvando el resto de las incógnitas que me he dejado en el camino, se puede explicar que tras de tantos inconvenientes, las ocho banderillas se quedaran primero derechas y luego en abanico o en rosa de los vientos sobre el morrillo de la res. ¿No iba a pedir la gente que le dieran la oreja al muchacho? Pues, claro que sí… Y eso que he dicho «claro», y no está tan claro. Porque, si bien pedida estaba, también lo hubiera estado el pedirla – o mejor, el obtenerla – para Antoñito Bienvenida. Una gran tarde la de Antonio. Una tarde de casta. Muy justa. Muy exacta. Y con dos mansos, por falta de uno. Con numerosas muestras de buen lidiador, a lo largo de todos los toros. Con sabor de torero. Y con nervio torero para no venirse abajo a lo largo de todas las dificultades. Morenito se vino abajo, una vez más y Antonio no. Y es que hay que estar hasta contra el público. No digo en contra, sino contra sus malas corrientes… Las malas corrientes, pasan. El público se entrega. El público hasta pide la oreja por un tercio aislado. Y conste que no lo digo como censura a lo de ayer. Lo de ayer me parece muy bien. Porque aparte de todo – y añadiéndole a todo, cuanto detallo en la reseña – Arruza es un rehiletero portentoso. Y como estuvo muy brillante y con dignidad torera en la faena y la estocada con las que coronó su inolvidable tercio de rehiletes, le doy la bienvenida. Y la paz…
Don Celestino Espinosa no repara en los trofeos obtenidos por Arruza esa tarde, retazos de toro al fin y revisando la prensa de la época, existe alguna controversia en ella acerca del número de orejas que cortó esa significada tarde de su carrera. Manuel Sánchez del Arco Giraldillo, en el ABC madrileño del día siguiente del festejo, le registra una oreja del cuarto, llamado Figurón. Por su parte, el cronista de la agencia Logos, en el diario El Adelanto de Salamanca, de la misma fecha, señala que cortó dos orejas a ese mismo toro, al igual que un cablegrama de la agencia Associated Press aparecido en el periódico El Informador de Guadalajara ese mismo 19 de julio del 44. Por su parte, Paco Aguado, en su obra Figuras del Siglo XX, al glosar la carrera del Ciclón Mexicano, también le recuenta dos orejas en la fecha.

Así pues, probablemente la tarde de su presentación fue también la de su primera salida en hombros de la plaza de Las Ventas, aunque no estuviera regulado en aquellos días el hecho de que la salida tuviera que ser por la obtención de dos orejas o más dentro de un festejo, porque esa es otra cuestión, las crónicas ya citadas únicamente reflejan que Arruza y Bienvenida se retiraron entre ovaciones, pero no consignan que lo hayan hecho en volandas.

Así se inició lo que sería una carrera fulgurante en los ruedos hispanos de un torero mexicano que al año siguiente establecería una marca que aún no ha sido alcanzada por compatriota suyo alguno.

Aclaración pertinente: Hace seis años publiqué otra versión de este texto en esta misma Aldea, consultable aquí.

domingo, 31 de mayo de 2020

28 de mayo de 1970. Confirma su alternativa en Madrid Antonio Lomelín

La temporada madrileña del 52

Infografía tomada de la cuenta de Twitter
del matador Antonio Lomelín hijo
@antoniolomelinn
Ese año del 52 estaban recién reanudadas las relaciones taurinas entre España y México y los toreros mexicanos eran novedad en los carteles de la Villa y Corte. El 25 de mayo, Juan Silveti le cortó las orejas al toro Campero de Pablo Romero y se convirtió en el primer torero mexicano en abrir la puerta grande de Las Ventas en una Feria de San Isidro – que para los nuestros era accesible apenas desde el año anterior – y el 12 de octubre, en la Corrida del Montepío de Toreros, le volvió a cortar una oreja a cada uno de los toros Granillero y Grillito del Conde de la Corte, para abrir de nuevo la llamada Puerta de Madrid. Desde esa fecha, y hasta lo que pretendo narrarles, el cerrojo de ella para los nuestros, parecía firmemente echado.

La corrida del Corpus en Madrid

El Jueves de Corpus es una festividad religiosa que en España tiene una gran nota de taurinidad. Son los de Sevilla, Toledo y Granada, festejos de gran tradición en el calendario taurino hispano y en el año de 1970, coincidió que la decimoquinta corrida de la Feria de San Isidro se diera en ese señalado día. El cartel lo conformaron toros de don Alonso Moreno de la Cova para Andrés Vázquez, José Manuel Inchausti Tinín y Antonio Lomelín, que confirmaría su alternativa.

El confirmante representaba una verdadera incógnita para la afición madrileña. Llegó a España sin un gran aparato publicitario, aunque con un excelente apoderamiento, por esas calendas lo llevaba Manuel del Pozo Rayito, quien conocía al dedillo los entramados de la fiesta del otro lado del mar y supo acomodarlo en plazas y ferias de importancia, sin importar que previamente no se haya anunciado su presencia por aquellos lares, y la astucia de Rayito dejó réditos, porque al final de ese Jueves de Corpus, Antonio Lomelín quedaba lanzado como una nueva figura del toreo.

El triunfo de Antonio

Barruntaba yo que Antonio Lomelín representó una sorpresa para la afición de Madrid. Y es que era verdaderamente nuevo en esa plaza, no solamente por no haber toreado allí, sino porque eran pocas las noticias suyas que los asistentes frecuentes a Las Ventas tenían de su actividad en México. Don Antonio (presumiblemente Antonio Abad Ojuel), cronista del semanario madrileño El Ruedo, en el número aparecido el 2 de junio de ese año, entre otras cuestiones reflexiona lo siguiente:
Si me preguntan qué es lo que más ha resonado de la corrida del Corpus en Madrid, diré sin titubeos: el mejicano.
— ¿También es de oro? — oigo que me preguntan.
—No sé de qué metal está fundido Antonio Lomelín; pero su vivaz y deportivo sentido del toreo tuvo un tintineo alegre.
— ¿Tan bueno es? — siguen las interrogaciones.
—Digamos que es dinámico, sorpresivo, rápido. Antes de comenzar la corrida todo el mundo preguntaba quién era. Al terminarla, seguro que le habían surgido centenares de amigos íntimos «de toda la vida» y miles de admiradores de «ya lo decía yo».
— ¿Y como torero? – apuran los técnicos.
— Tiene buena planta, juventud y ganas de triunfo. No maneja los engaños con temple — al menos el día de su presentación — y torea a trallazos y a velocidad de vértigo. Sabe hacer el toreo a cuerpo limpio, correr un toro, cambiarle, quebrarlo, con lo cual tiene una facilidad extraordinaria para las banderillas. Y se tira a matar como los nativos de Acapulco se tiran de las altísimas rocas al mar para asombro de turistas: de cabeza. Tiene mente despejada, serenidad y sentido de las relaciones públicas — bastó verle cómo saludaba a nuestra bandera — para caminar adelante con soltura.
— ¿Y su triunfo?
— Sonoro, ayudado un poco por la sorpresa. Como, en general, se esperaba un torero modesto, tal vez se sobreestimó su labor. Pero quien se asusta tan poco delante de un toro como «Napolitano» — enmorrillado, hondo, bien puesto y con cara de sabio del Pentágono — es digno de ser tenido en cuenta. Me acordé del día de la presentación de Carlos Arruza en Madrid, el 18 de julio de 1944, Todos entraron en la plaza preguntando quién era y salieron proclamando la llegada de un torero...
Don Antonio guarda un poco para sí el beneficio de la duda, pero hace un parangón al final de la cita que nos deja clara la gran impresión que causó Antonio Lomelín, compara su triunfo con el que tuvo Carlos Arruza el día de su confirmación. Así de grande fue la tarde que dio ese 28 de mayo de hace 50 años. Afirmaban quienes lo vieron, que se escuchó en Las Ventas, como en México, el grito de ¡torero!... ¡torero!, algo inusitado allá.

Otra relación del festejo es la de Antonio Díaz – Cañabate, en el ABC de Madrid. Conocido es el poco gusto de Díaz – Cañabate por los toreros no españoles, a quienes trató siempre con una dureza inusitada y a veces injustificada. En esta oportunidad, de manera sorpresiva, sin perder su línea de juzgar con rectitud lo visto en el ruedo, trata adecuadamente, creo, a Antonio Lomelín, según vemos en lo que sigue:
Antonio Lomelín, torero mejicano, nos sorprendió al banderillear sus dos toros. Siete pares colocó. El mejor, uno al verdadero quiebro, no a topa carnero, al primero. Nos sorprendió porque produjo la sensación de banderillero fácil, pero dentro de esa facilidad, cierto estilo airoso y sobre todo, alejado de la vulgaridad. Entra, se centra, clava y sale con donaire. Algo que no estamos acostumbrados en esta época de penuria banderillera. Su faena de muleta al toro de la confirmación de su alternativa fue desigual. A momento, lucida. A otros, excelente. En otros, corriente. En conjunto, muy aceptable. Creo que lo más sobresaliente estuvo en la estocada. Soberbia estocada, de perfecta ejecución. Una oreja. En el sexto se mantuvo por debajo de las posibilidades que le ofreció el buen toro. Comenzó con un pase muy espectacular, de frente, al toro, pero despidiéndolo con la muleta a la espalda, que intentó en el primero y que después repitió en éste. La gente, tan ansiosa, aunque no lo parezca, de salirse de lo trillado, se embaló. Volvió Lomelín a matar muy bien, de una estocada no tan perfecta como la primera, pero volcándose en el toro, y la embalada gente orejófila le concedió las dos orejas…
Así, con tres orejas en las manos, la de Montillano toro de su confirmación y las dos de Napolitano, toro que cerró el festejo, Antonio Lomelín abría la Puerta Grande después de casi 18 años de estar cerrada para un matador de toros mexicano, pues como decía al inicio de estas líneas, el candado lo tenía puesto para nuestros toreros desde el 12 de octubre de 1952.

El encierro de don Alonso Moreno

Los urcolas de don Alonso Moreno de la Cova cautivaron a la afición esa tarde. Era todavía el toro de antes del guarismo y reflexiona mi amigo Pedro del Cerroa quien pueden leer aquí – que muchos encastes fueron afectados por esa medida – quizás necesaria, diría yo –, por su orden se nombraron Montillano, Pensamiento, Pistolero, Cocinito, Caperuzo y Napolitano. Se condenó a banderillas negras a Cocinito, pero a Napolitano se le dio la vuelta al ruedo. Creo que el balance no puede considerarse negativo. Aplica aquí la socorrida frase atribuida a don Antonio Llaguno: los toros no tienen palabra de honor…

Díaz – Cañabate, en su crónica, dedica un buen espacio al análisis del encierro y es interesante lo que dice, de lo que entresaco lo siguiente:
...Don Alfonso (sic) Moreno de la Cova es un sevillano jaranero, en el buen sentido de la palabra, no juerguista, sino optimista y parlanchín, y fantasioso, pero hombre serio que ha heredado su afición al toro y, por consecuencia de ella, es ganadero que lucha en las tientas y estudia los sementales en busca del renombre y el prestigio para su hierro. Mas para obtenerlo no lo persigue para lo que se ha dado en llamar el toro comercial. Lo rastrea con el fin de alcanzarlo simplemente con el toro con hechuras de tal y, a ser posible, con hechos de bravura. Ejemplo de esto ha sido la corrida de hoy. 
Por el chiquero han salido seis estampas de toro. Regordíos, pero finos de línea. Regordíos, pero no cebados. A la finura de su línea se unía la arrogancia de sus cabezas, la hermosura de sus corpachones. Casi todos fueron ovacionados de salida. En la boca de los espectadores se agolpaban los piropos. Pocos animales existen que provoquen el requiebro encendido, ardoroso, rendido, como el que se dirige a una estupenda mujer... 
De las seis estampas hubo una mansa: la cuarta. De siempre he sentido predilección por los toros mansos. Cómo nunca me sometí a un psicoanálisis, ignoro el fundamento de esta simpatía... por desgracia, Andrés Vázquez no entendió a la magnífica y mansa estampa y fue condenada a banderillas negras... Las otras cinco estampas no defraudaron su imponente trapío. En el primer tercio sobresalieron la segunda y la sexta, sobre todo ésta, que se arrancaron de largo, aunque luego no recargaron. Suaves, nobles y facilones para los toreros... La corrida la llenaron las seis estampas de toro. Seis estampas que ojalá sirvan de modelo para toda clase de ganaderos y para que el público vaya dándose cuenta de que habiendo toros en el ruedo la fiesta adquiere lo que el torito no puede proporcionarla. Hermosura...
Al final

El triunfo de Madrid terminó por abrir las plazas españolas a Antonio Lomelín. Cerró la campaña con 22 corridas, cortando en ellas 41 orejas, según el escalafón publicado en el semanario El Ruedo y quedó encaminado para andar un sendero que lo llevaría en algo menos de una década a lo más alto de la torería en México, en una trayectoria marcada con muchos triunfos y muchos percances, pero hoy recuerdo aquí el gran y significativo triunfo que tuvo en su presentación en la plaza de toros más importante del mundo.

domingo, 24 de mayo de 2020

Historias negras de la Plaza México (I)

28 y 29 de abril de 1990. Dos corridas ignominiosas

Interior de la Plaza Mëxico
El martes 26 de abril de 1988 se anunció por la propiedad de la Plaza México que el contrato que tenía celebrado con la empresa Sol y Sombra, dirigida por el doctor Alfonso Gaona, había concluido y que éste no sería renovado. Por su parte, el empresario aseguraba que todavía quedaba un año de vigencia del arrendamiento celebrado. El resultado fue que el gran coso quedó cerrado prácticamente un año, entre litigios, rumores de que sería demolido para construir allí un centro comercial y propuestas de algunos de que se expropiara por ser ya patrimonio cultural de la Ciudad de México.

Discretamente – por no decir en la sombra – un grupo de políticos, aficionados y taurinos, operaron para lograr que la plaza se reabriera. El Jefe del Departamento del Distrito Federal, Manuel Camacho Solís, alentado por él ex – gobernador de Tlaxcala, Tulio Hernández Gómez, ideó la integración de un Patronato que se hiciera cargo de las cosas de la plaza, mismo que fue presidido por Salvador Trueba Rodríguez y en el que participaron personalidades como Javier Jiménez Espriú – sí, es el que Ustedes están imaginando – y en la parte operativa, Eduardo Azcué, Jesús Arroyo y el torero retirado Joselito Huerta.

La primera actividad del Patronato, en unión del Gobierno de la Ciudad de México fue la de tomar posesión de la plaza, juntamente con la afición, lo que se hizo de manera simbólica el 5 de febrero de 1989 y se dio una corrida de toros el 28 de mayo de ese año. Posteriormente se organizó una temporada de novilladas, para enseguida dar la temporada de corridas de toros que da pie a que yo meta los míos.

La temporada 1989 – 1990

Fue la única que organizó el Patronato, constó de veintiuna corridas; en ese ciclo se confirmaron catorce alternativas, once a toreros mexicanos y tres a diestros españoles y se concedieron dos alternativas, la de Enrique Garza y la del rejoneador Rodrigo Santos.

Pero el Patronato en alguna forma pagó el noviciado en materia de organización de festejos. Daniel Medina de la Serna, en el tercer volumen de Plaza México. Historia de una Cincuentona Monumental, refiere lo siguiente:
…el Patronato se había puesto a firmar, a tontas y a locas, contratos con todo matador, de la categoría que fuera, que llegara a solicitárselo, así que tenía un montón de diestros que le exigían el cumplimiento de dichos compromisos por lo que se ideó dar dos corridas, con siete alternantes cada una, ofreciéndoles que el que quisiera podía intervenir en ellas con la condición de no confirmar la alternativa para que fueran menos los candidatos a vestirse de toreros…
Al final de cuentas, diez toreros, Javier Tapia El Cala, Alfredo Gómez El Brillante, Jorge Carreño, Manuel Lima, Roberto Ramírez El Oriental, Mele Barbosa, Jesús Salazar, Gerardo Vela, Ángel Meraz Angelillo y Jorge Carmona, aceptaron la inusitada oferta y decidieron salir a torear sin refrendar la dignidad de su doctorado.

El reglamento vigente en esas fechas en el entonces Distrito Federal establecía:
ARTICULO 86. – Se respetará estrictamente el orden de alternativa y ésta debe ser confirmada en las plazas de primera categoría…
ARTICULO 112. – Las estipulaciones contenidas en los contratos que se celebren con motivo de festejos taurinos o en los acuerdos o convenios que se relacionen con los mismos, no impedirán el cumplimiento de las disposiciones del Reglamento. (DOF 11/septiembre/1987)
Entonces, tanto el Patronato, como las autoridades delegacionales y la Comisión Taurina, presidida esos días por Luis Niño de Rivera, perpetraron una flagrante violación al Reglamento Taurino vigente y definitivamente, ofendieron la dignidad de los toreros a los que negaron el derecho que les asistía, para confirmar sus alternativas, pues se dijo en los medios que tantas ceremonias en un mismo festejo, iban en contra de la categoría de la plaza. Como incentivo a los actuantes, se estableció que el octavo toro del festejo lo mataría el más destacado de los siete alternantes.

El festejo del 28 de abril

Se anunció una corrida de San Mateo para Javier Tapia El Cala, con alternativa del 9 de mayo de 1976 en Durango, Alfredo Gómez El Brillante, alternativado el 3 de marzo de 1979 en Pachuca, Jorge Carreño, doctorado el 16 de marzo de 1980 en Tapachula, José Lorenzo Garza, que recibió los trastos en León el 17 de enero de 1982, Manuel Lima, quien recibió la alternativa en San Luis Potosí el 22 de septiembre de 1984, Roberto Ramírez El Oriental, con alternativa en Torreón el 23 de marzo de 1987 y Mele Barbosa que se doctoró el 09 de febrero de 1988 en Villa de Álvarez.

Al final se lidiaron solamente dos toros de San Mateo (1º y 2º) y seis de San Marcos. De los diestros actuantes, solamente José Lorenzo Garza había confirmado su alternativa. Lo hizo el 11 de septiembre de 1983, entonces, en una mecánica lógica del festejo, debió confirmar a El Cala en el primero de la tarde y a partir de allí, Javier Tapia debió retomar su antigüedad y confirmar a los demás, pero como El Cala fue herido por el toro que mató ingresando a la enfermería, Garza tendría que haber confirmado también a El Brillante, que nuevamente, por antigüedad, sería el encargado de confirmar a los demás, pero eso no ocurrió así. Mele Barbosa mató al octavo de la tarde, no obstante haber sido herido por el que le tocó en el sorteo.

La corrida del 29 de abril

El encierro anunciado para este día fue de don Manuel de Haro y los siete actuantes serían Cruz Flores, doctorado en San Juan del Río el 13 de junio de 1976, Jesús Salazar, con alternativa en Aguascalientes el 29 de abril de 1978, Gerardo Vela, alternativado en Durango el 26 de septiembre de 1978, Gerardo Montejano, con alternativa en León el 12 de diciembre de 1980, Ángel Meraz Angelillo, con cesión de trastos en Motul el 05 de julio de 1981, Jorge Carmona, alternativado en Zacatecas el 16 de septiembre de 1986 y Pablo Curro Cruz, con alternativa en la Plaza México el 26 de abril de 1987.

Los toreros de esta corrida que estaban en la situación de confirmar eran Jesús Salazar, Gerardo Vela, Angelillo y Jorge Carmona y la cuestión del apadrinamiento estaba menos confusa, porque el más antiguo del cartel era Cruz Flores, que tenía su alternativa confirmada desde el 5 de marzo de 1978. Al final se lidiaron 7 toros de don Manuel de Haro y uno de su hijo Jorge (5º), sustituto del titular, devuelto por manso, mismo que se le fue vivo a Angelillo. Jorge Carmona mató el octavo toro en premio a su actuación en el que sacó en el sorteo.

El día después

Javier Tapia El Cala, Jesús Salazar, Gerardo Vela, Alfredo Gómez El Brillante, Jorge Carreño, Ángel Meraz Angelillo y Mele Barbosa no volvieron a pisar el ruedo de la Plaza México vestidos de luces. Jorge Carreño es rejoneador en la actualidad.

Manuel Lima nada más regresó a confirmar su alternativa el 29 de octubre de 1995; Jorge Carmona confirmó el 7 de junio de 1992 y volvió por última vez el 14 de octubre de 1993, para llevarse una grave cornada de Aguamiel de Espíritu Santo, actualmente enseña el toreo en su natal Zacatecas; por su parte, Roberto Ramírez El Oriental volvió para confirmar el 28 de septiembre de 1995, cambió el oro por la plata y actualmente está retirado de los ruedos.

Cruz Flores había toreado diez corridas en la gran plaza antes de la que hoy me ocupa y varias en carteles de gran fuste. Incluso, el 5 de febrero de 1979, indultó al toro Simpatías de Reyes Huerta, pero no sostuvo el paso, todavía volvería una tarde más. Falleció el 9 de diciembre de 2004. Gerardo Montejano ese día tuvo la segunda de sus tres tardes en la México. Para José Lorenzo Garza fue la última de las tres corridas en las que actuó en la gran plaza y Pablo Curro Cruz también terminó ese día su historia en el coso de la colonia Nochebuena.

Finalizando

Hay oportunidades que no lo son. Los dos festejos que aquí intento reseñar le sirvieron al Patronato que hacía empresa únicamente para librarse de una serie de contratos celebrados de manera irresponsable, pero al mismo tiempo le causaron daño a la dignidad de los toreros y a la integridad de la fiesta.

También representaron una flagrante violación a la normatividad que regulaba los festejos taurinos en la fecha en que los hechos se produjeron, con la complicidad de las autoridades y las asociaciones que se suponen que defienden los intereses profesionales de los diestros, que a ciencia y paciencia permitieron que se perpetrara ese atentado contra la entidad de sus agremiados.

Esto que hoy les cuento ya es una triste historia. Espero que se haya aprendido de lo sucedido y que en el futuro, no se vuelva a repetir.

domingo, 5 de abril de 2020

Hoy hace un siglo: Confirma su alternativa en Madrid Ignacio Sánchez Mejías

Confirmación de Ignacio Sánchez Mejías
Ignacio Sánchez Mejías estaba destinado a ser un personaje histórico por sí mismo. Desde que decidió ser torero su vida se envolvió en una historia rocambolesca que valía ser contada. En 1908 se subió como polizón al vapor Manuel Calvo junto con Enrique Ortega Cuco para venir a México y aquí ambos, intentar hacer carrera en los ruedos.

Ambos fueron detenidos en Nueva York, confundidos con unos anarquistas buscados por la justicia y una vez que se aclaró su identidad y situación, Aurelio Sánchez Mejías, hermano mayor de Ignacio, que inicialmente llegó a nuestro país al cuidado de los encierros españoles que se lidiaban en las plazas de la capital mexicana y que en ese momento estaba al cargo del recién inaugurado Toreo de la Condesa, ofreció los avales necesarios para que Ignacio y El Cuco pudieran continuar su viaje hasta territorio nacional.

Así Ignacio iniciaría su carrera en los ruedos en Morelia, como banderillero en el año de 1910 y ya como novillero lo haría en la capital mexicana al año siguiente. Seguiría alternando sus actuaciones como jefe de cuadrilla y como subalterno y en esta faceta actuaría a las órdenes de Fermín Muñoz Corchaíto, Cástor Jaureguibeitia Cocherito de Bilbao y Rafael González Machaquito.

Debutaría en Madrid como novillero en 1913 y el 21 de junio de ese año durante una actuación en Sevilla sería gravemente herido, lo que lo hace replantearse su futuro en los ruedos, por lo que en 1915 retoma los vestidos de plata y actúa a las órdenes de Juan Belmonte y Rafael Gómez El Gallo. De 1916 a 1918 formará parte de la cuadrilla de Gallito.

Recibe la alternativa el 16 de marzo de 1919 en Barcelona, de manos de Gallito y llevando como testigo a Juan Belmonte, el toro de la cesión se llamó Buñolero y fue de los Herederos de Vicente Martínez.

La confirmación de la alternativa

La confirmación se programó para la Corrida de la Beneficencia del año de 1920. En ese calendario se verificaría el día 5 de abril, lunes, precisamente después de la corrida de apertura de temporada, misma que se verificaría el domingo 4 anterior.

Para el festejo, que todavía en esos días era a beneficio de los hospitales de la capital de España, se anunció, a Gallito como padrino de la ceremonia de confirmación y a Juan Belmonte y a Manuel Varé Varelito como testigos de ella, enfrentando la cuarteta, un encierro de ocho toros de los Herederos de Vicente Martínez.

El encierro lidiado

Alejandro Pérez Lugín Don Pío, en la crónica que escribió para el diario madrileño La Libertad, expresa lo siguiente acerca de los toros lidiados esa tarde:
“...Si es difícil enviar una corrida de las corrientes de «a seis», en que haya semejanza total de caracteres, ya que igualdad es imposible, calculen sus señorías lo que sucederá con una serie de ocho. 
Pues ayer la hubo en la buena, en la excelentísima crianza de los toros de Martínez, y en la bondad de su carácter. Y aunque, como es natural, los hubo con sus más y con sus menos de bravura, en conjunto, y por lo que toca a su pelea con las plazas montada, que es la que sirve, pese a las teorías modernistas, para calificar a los toros, merece la corrida de Martínez el calificativo de muy buena, Voluntad para acometer a los jinetes y nobleza para los infantes fue la nota característica de esta corrida que satisfizo mucho a todos...
Es decir, los ganaderos del Colmenar lograron acabalar una corrida de presencia y juego adecuado al acontecimiento para el que fue presentada. Además, deja entrever que ya se ponía en cuestión si la suerte de varas era en realidad la medida para calificar la bravura de los toros o no.

El triunfo del confirmante

Es César Jalón Clarito, cronista de El Liberal, hizo al día siguiente del festejo, el siguiente relato:
“Sánchez Mejías — decía un íntimo del diestro — se ha hecho matador de toros por su hijito. Es un nene simpático y precoz, que cuando su padre se iba a banderillear en la cuadrilla de su cuñado Joselito y se despedía diciendo: 
— «Ea, con Dio; que me voy a torear», el pequeñuelo oponía: «Papá, no torea. Torea «tiito». Y como Ignacio tiene mucho amor propio... 
Yo me he hecho matador de toros — refería otro día el diestro — porque tengo afición y porque creo que tengo valor y porque he dado con una escuela de toreo en la que la que pienso practicar. Esta escuela tiene como principio el de que «torear es arrimarse» y como fin... como fin el talonario de cheques o el de las recetas...  
¿Practicó en esa escuela Sánchez Mejías todo el año pasado en las plazas de provincias? El público esperaba la respuesta ayer. Y de ahí el silencio expectante que se hizo en la plaza ai aparecer en el ruedo el primero de los toros de Martínez, un berrendo, buen mozo, gordo y bien criado... 
El diestro se hizo presente a la res en el tercio, y dio el cambio de rodillas... Después, veroniqueó... Las masas guardaron silencio. 
El berrendo era bravo y derribó en la primera vara con estrépito; cayó el piquero entre las astas y la cabalgadura y el astado embistió recogiendo y apretando al hombre contra la bestia. Sé inició en este punto la emoción y continuó en el quite de Ignacio, que llevó a la res embebida en la tela, y con gran serenidad y templanza, la hizo pasar una y otra vez por tan cerca de sí que el berrendo debió babearle los alamares del chaleco... «Allí» ya sonó la primera ovación...  
Dos pares clavó el hombre, llegando de frente, decidido hasta la cara y uno de dentro a fuera... Y la muchedumbre siguió su labor con tal atención y deleite, que dos aeroplanos que en las alturas simulaban una maravillosa pareja de aviones, pasaron desapercibidos. 
Llegó el de Martínez al último tercio bravo y noble. Sánchez Mejías lo hizo llevar a las tablas. Se sentó en el estribo, por bajo de la barrera del 10. Y ofreció la muleta al bruto a dos dedos de sus hocicos... 
Tres apretadísimos pases allí, en el mismo estribo, sin moverse el hombre más que lo suficiente para dar gracia a la suerte, hicieron prorrumpir en ¡olés! y aplausos a la concurrencia. 
Pero aun fueron mejores, a mi juicio, dos estupendos pases, uno de ellos de pecho, que me hicieron pensar en el aforismo del diestro: ¡Torear es arrimarse!... Y sí que lo es. Arrimarse bien, claro está. Con serenidad, para no descomponer la figura y para dar templanza a los movimientos. 
Cuando se arrostra el peligro desde tan cerca y con tal tranquilidad, el que no es «artista» de por sí, lo parece. 
Y lo de torear cerca y tranquilo no se redujo a la lidia de ese magnífico ejemplar; se extendió a los tercios de quites en los otros toros y culminó en unos apretados muletazos al toro que cerró plaza. 
¡Ovaciones y vuelta triunfal, en la plaza de Madrid, un día de lleno rebosante, con un público que espera de uñas y que ha pagado a diez duros la localidad!... 
¡Oye, tú, pequeño Sánchez Mejías, ¿te parece que digamos que ha toreado tu papá?...
El resto del festejo

Gallito realizó una de sus obras más acabadas en Madrid con el cuarto de la corrida. Juan Belmonte, refieren las crónicas, se vio desganado y Varelito sorprendió a la afición con su habilidad estoqueadora. En suma, fue una gran tarde de toros.

El hilo del destino

Los cuatro diestros que actuaron en Madrid hace un siglo terminaron sus días en un halo de tragedia. Gallito, Varelito y Sánchez Mejías serían víctimas de las astas de los toros y Juan Belmonte, aquél de quien sentenció Guerrita que lo sería y que había que darse prisa si quería vérsele torear, terminó con su vida con su propia mano. 

Sin embargo, antes de llegar a la conclusión terrenal de todo ser humano, tuvieron sus días de sol y de gloria, como la tarde que he intentado relatarles.

domingo, 10 de noviembre de 2019

Detrás de un cartel (XV)

La confirmación madrileña de Juan Espinosa Armillita

Colección: Biblioteca Digital de Madrid
Juan Espinosa Saucedo fue el primer Armillita en alcanzar la dignidad de matador de toros. Su recuerdo en la memoria colectiva reside como parte de la mancuerna de extraordinarios hombres de plata que formó con su hermano Zenaido en la cuadrilla de su hermano menor Fermín, integrando una de las mejores cuadrillas que ha conocido la historia del toreo, sin embargo, su paso por los ruedos como jefe de cuadrillas tiene momentos interesantes que vale la pena traer al recuerdo.

Acerca de la carrera de Juan Armillita escribió Rafael Solana Verduguillo:
Es un buen torero fundido en los moldes antiguos, pero con mucha personalidad, no tiene la finura de Ortiz ni de José Flores, ni de Cayetano González, pero tiene mucho sentido del toreo. Es valiente, se pasa los pitones cerca; apunta un gran banderillero. 
Se abre paso Juan, con la cooperación de la mala suerte de Pepe Ortiz y las disipaciones de José Flores. Tiene Armillita un numeroso grupo de partidarios... 
Juan Espinosa Armillita fue el triunfador de esa temporada chica de 1924 y a principio de la temporada formal, la última del Califa de León, recibió la alternativa de manos de éste, con todos los honores. 
Buen torero Juan Armilla, se malogró a causa de una terrible cornada que recibió en una plaza española. Se hizo banderillero, y varios años estuvo en la cuadrilla de su hermano Fermín...
Es un breve resumen de su paso por los ruedos. Por mi parte, ya hice algunos apuntes biográficos en esta ubicación y por esta oportunidad me ocuparé de la confirmación de su alternativa española en Madrid.

La alternativa hispana

Si bien Juan Espinosa había sido doctorado por Rodolfo Gaona en El Toreo de la Condesa el 30 de noviembre de 1924, con la cesión del toro Costurero de Zotoluca en presencia de Antonio Márquez, al emprender el viaje a España, esa alternativa no le fue reconocida, razón por la cual tuvo que recibirla nuevamente en Talavera de la Reina el 16 de mayo de 1925. Le apadrinó Marcial Lalanda en festejo que torearon mano a mano. El ganado anunciado fue de Justo Puente, antes Vicente Martínez, pero las crónicas del festejo indican que el toro de la ceremonia fue de la señora Viuda de Ortega. De la actuación de Armillita esa tarde, para el Heraldo de Madrid, escribió lo siguiente Federico Morena bajo el seudónimo de Chatarra:
...El toro de tu alternativa – le anunciaron – pertenece a la Viuda de Ortega. 
Ese – respondió – es un accidente sin importancia. 
Y en efecto, aunque el toro no estaba para dibujos, como suele decirse, Espinosa le tomó de capa valerosamente y ciñóse con él en varios lances a la verónica que levantaron una tempestad de aplausos. 
– ¡Viva Mejico! – se oyó decir en las graderías. 
Cambiado el tercio, Espinosa tomó las banderillas. En esta suerte, al decir de los mejicanos, no tiene rival. Dicho queda que no permitía el astado florituras. Empero le clavó Armillita un par soberbio en las mismas péndolas. Fue algo así como un pequeño anticipo que plugo al rey del arponcillo hacernos en la fecha de su alternativa. 
La característica de la faena con el trapo rojo fue el valor, un valor frío, sereno, que le permitió sortear impávido los peligros de un bruto que no era ciertamente un dechado de nobleza; pero hubo además una serie de muletazos magníficos, oro de ley de 18 kilates. 
Y cuadró el toro. Armillita perfilóse sobre corto y avanzó con deseo de matar bien. ¿Qué importa si la espada quedó vertical y unas mijitas delantera? Así lo entendió, como nosotros, el pueblo soberano, que hubo de conceder al neófito el galardón supremo; la oreja de la víctima. 
Espinosa dio la vuelta triunfal y saludó en fin, desde los medios. 
Talavera de la Reina, la ciudad hidalga, había dado al toreo, a modo de cumplida reparación, un lidiador excepcional, ya que no, como Joselito, un lidiador único...
Grata impresión causó Juan Espinosa en su presentación en ruedos españoles, haciendo válida la publicidad que le precedió en la que se le anunciaba como el heredero de Gaona y dejó desde el inicio el interés de seguirle viendo por las posibilidades que apuntaba su hacer en los ruedos.

La confirmación en Madrid

La revalidación de la alternativa de Talavera se programó para el 20 de septiembre de ese 1925. Le apadrinaría Serafín Vigiola Torquito y sería segundo espada José Roger Valencia. El encierro que se anunció era de Florentino Sotomayor, de Córdoba. Al final solamente se lidiaron cinco de los inicialmente anunciados, puesto que uno de ellos se inutilizó en los corrales, siendo sustituido por uno de José Bueno, antes Albaserrada, que fue el que abrió el festejo y que se nombró Rebozado.

Varias son las crónicas del festejo que localicé y que detallan una lucida actuación de Juan Espinosa en esa señalada fecha. En primer término cito la que publicó el diario madrileño el Heraldo del día siguiente al del festejo, firmada por Ángel Caamaño El Barquero, que en lo medular dice:
Armillita. – Por ser la primera vez que le hemos visto ante los toros, cae dentro de nuestro sistema de no juzgar definitivamente por la primera exhibición. Vimos, sin embargo, en él cosas tan estimables, que aunque no repita merecen ser consignadas. Ellas son: vista para enmendarse capoteando a bueyes inciertos como el primero; dominio absoluto y grandioso del asunto banderilleril, demostrado con todas las excelencias en el primer par al cornúpeto que rompió plaza, y en el inmensísimo que clavó al último; inteligencia para medir las faenas de muleta (breves ambas, la una por mansedumbre de uno de los enemigos y la otra por acabamiento del otro) y decisión al meter el brazo de la espada. 
Quien hace todo eso, y en ello pone maneras y no se acobarda ni se duele en lances como el que le ocasionó el toro sexto, y, en fin, pisa tranquilamente la arena sin hacerse un lío ni ofrecer una vacilación, no es lógico emparejarle con la diosa casualidad. Al tiempo confiamos la afirmativa o la negativa. Esperemos pues...
La versión de quien firma como Rafael en el ejemplar de La Libertad aparecido el 22 de septiembre siguiente, es en el sentido que sigue:
El mejicano Armillita es de los pocos que ha venido a España modestamente, sin fantasías ni reclamos a la americana, para someterse al fallo del público y recibir su placet. Tomó la alternativa en Méjico de manos de Gaona, y luego, más respetuoso que muchos toreros nacionales con los prestigios de la plaza de Madrid, vino a que el público español rubricara su doctorado en la más importante de todas sus plazas, y aceptó para ello una corrida dura y difícil como suelen ser las del ganadero cordobés D. Florentino Sotomayor. Todas estas consideraciones debió tenerlas el público en cuenta, porque al hacer el paseo fue saludado el mejicano con cariñosas palmas de simpatía, que debieron quitarle el miedo, si es que lo tenía, a esa severidad que la leyenda adjudica a los aficionados madrileños. 
No fue la alternativa de Armillita todo lo brillante que hubiera podido ser, dadas las buenas condiciones que apuntó el muchacho; pero lo que no tuvo de brillantez ganó de efectividad para los efectos de comprobar la capacidad taurina del nuevo doctor. Luchando con toros difíciles, con el aire, que soplaba fuerte, y con ese natural azoramiento que producen todas las ceremonias, por sencillas que sean, logró Armillita ser ovacionado y dar la vuelta al ruedo después de la muerte del primer toro, un marrajo de D. José Bueno, grande y difícil, y ser aplaudido también en la muerte del que cerró plaza, así como en cuantos quites tuvo ocasión de hacer. 
Párrafo aparte merece su labor como banderillero. En la corrida del domingo demostró Armillita que si como torero es, después de Gaona, de lo mejor que ha venido de Méjico, con las banderillas puede emparejarse con aquel. Los tres pares que clavó al primer toro, uno de poder a poder, otro de frente y otro por los terrenos de dentro, fueron tres pares de maestro por la ejecución, el valor y la seguridad que demostró, ya que el toro no era una pera en dulce ni mucho menos...
En el sentido de que Juan Armillita demostró ser un avezado banderillero, también se pronunciaron Corinto y Plata en La Voz, Federico M. Alcázar en El Imparcial, César Jalón Clarito en El Liberal y M. Reverte en el ABC.

El encierro

La corrida a lidiarse no era de las consideradas fáciles. Como podremos leer a continuación, enfrentar los de Sotomayor tenía su dificultad añadida. Como ejemplo, recurro a la apreciación de Clarito, que para El Liberal del 22 de septiembre escribió:
Como ocurre más de una vez con las corridas «pregonadas», la de Sotomayor, que llevaba en los prados de la empresa desde el mes de abril, resultó punto menos que inofensiva. Sólo salió a la plaza un toro verdaderamente manso y de lidia peligrosa, por lo que se defendía y acechaba el momento de «hacer carne», y para eso no pertenecía a la vacada cordobesa; era un sobrero de D. José Bueno, que sustituyó a un inútil y que rompió plaza por respetar la absurda costumbre de que también con los sobreros se considere el turno de antigüedad... 
El Sr. Sotomayor ha encastado sus reses, hasta hace poco de media sangre miureña, con Parladé. Buen andaluz, hablará de las excelencias de los Miura ganaderos; pero luego, a la chita callando, irá «echando abajo» todo lo que en su vacada conserve las características de Miura, guardándose y reforzando lo que trascienda a Ibarra...
En ese año de 1925 Juan Espinosa inició su camino como matador de toros, mismo que andaría hasta el año de 1933, cuando cambiaría el oro por la plata y se integraría a la cuadrilla de su hermano Fermín, misma en la que permanecería casi hasta el final de su carrera.

Vuelvo a traer aquí algo que ya había citado y que escribió el biógrafo del Maestro Fermín, don Mariano Alberto Rodríguez, acerca de Juan Espinosa Armillita:
...Juan tenía el toreo en la cabeza y fue un eficaz peón de brega. Con los toros difíciles el capote de Juan fue látigo y tralla para domeñarlos, quitarles resabios, toreando sin enseñarles malas ideas. Solía cambiar los toros de tercio con el capote a dos manos, moviéndolo rítmicamente mientras se movía hacia atrás. En el sitio en que lo quería su matador entraba el capote de Zenaido y cortaba el viaje del toro. La colocación de aquella pareja de Juan – Zenaido fue única…
Juan Espinosa falleció en la Ciudad de México el 24 de mayo de 1964.

Aviso parroquial: Los subrayados en los textos transcritos son imputables exclusivamente a este amanunense, pues no obran así en sus respectivos originales.

domingo, 8 de septiembre de 2019

En el 45 aniversario de la confirmación madrileña de Arturo Ruiz Loredo

La confirmación de Arturo Ruiz Loredo
Foto: El Ruedo
El caso de Arturo Ruiz Loredo es uno que lleva el signo de la precocidad. Actuó en su infancia como becerrista y Rafael Gómez, en su bitácora Toreros Mexicanos, le anota una presentación también como rejoneador en Ciudad Juárez el 4 de mayo de 1958, juntamente con sus hermanas Graciela y María Eugenia, previo a la actuación de los diestros de alternativa Andrés Blando y Miguel Ángel, con toros de La Noria.

Al avance de los tiempos, decidiría vestir el terno de seda y alamares y su presentación como novillero en la Plaza México se daría el 12 de mayo de 1968, cuando se corrieron novillos de San Miguel de Mimiahuápam en tarde en la que alternó con Diego O’Bolger y Mario Sevilla. En esa temporada en la que destacaron entre otros Curro Rivera, Mario de la Borbolla, Fabián Ruiz, Gonzalo Iturbe, Pepe Bravo, Guillermo Montes Sortibrán, Arturo Magaña, Paco Villalba, Pepe Orozco, Pepe Caro, José Luis Medina, Leonel Álvarez El Diplomático, Daniel Vilchis, Carlos Málaga El Sol, Gilberto Ruiz Torres, Óscar Rosmano o Polo Meléndez; Ruiz Loredo sumó seis tardes en una temporada que tuvo treinta y una novilladas y a decir de Daniel Medina de la Serna, fue el auténtico triunfador de ella.

Recibió la alternativa en Tijuana, el 15 de junio de 1969, le apadrinó el regiomontano Raúl García y atestiguó la ceremonia su compañero de quinta Curro Rivera, el toro de la cesión fue Bullicioso, de San Miguel de Mimiahuápam como todos los lidiados esa tarde. Ese doctorado lo confirmaría en la Plaza México el 21 de febrero 1971, de manos de Leonardo Manzano que le cedió la muerte del toro Pajarito, de don Gustavo Álvarez, en presencia de Mario Sevilla.

La confirmación en Las Ventas

Su confirmación madrileña se arregló para el domingo 8 de septiembre de 1974, en una combinación típica del verano de la capital de España. Le apadrinaría Joaquín Bernadó y sería testigo el cordobés Florencio Casado El Hencho, quienes tendrían que dar cuenta de una corrida de Joaquín Murteira Grave, habitual en esas fechas de la temporada de Las Ventas.

Seleccioné dos relaciones del festejo para esta remembranza. La primera en tiempo es la que escribe quien firmó como Pepe Luis en la Hoja del Lunes de Madrid el día siguiente del festejo y es de la siguiente guisa:
Bonito, pero difícil ganado en Madrid 
Confirmó su alternativa el mejicano Ruiz Loredo; le correspondió el único toro bravo y noble de Murteira Grave 
Portugal, Méjico... y Córdoba 
Todos los domingos, confirmación de alternativa. Ayer le correspondió a un muchacho nacido hace veinticuatro años en la capital mejicana. Se llama Arturo Ruiz Loredo y llegó a Madrid sin otro bagaje noticiable que el haber merecido la atención de un hombre tan despierto y conocedor del mundo taurino de ambos continentes como es Raúl Ochoa Rovira (le apoderó hasta hace muy poco tiempo); que tomó la alternativa en la plaza de toros de Tijuana el 15 de junio de 1971 y que la confirmó en la Monumental Méjico el 8 de febrero del año siguiente. Otros datos de su pequeño historial son que es un buen jinete y que incluso antes de torear a pie quiso probar fortuna como rejoneador. Ayer, para el solemne acontecimiento de refrendar su doctorado en nuestra Monumental, tuvo un precioso toro, enmorrillado y lustroso, largo y hondo, que como los cinco restantes de la tarde pertenecía a la ganadería portuguesa de don Joaquín Manuel Murteira Grave; se llamaba “Sirviente”, estaba marcado con el número 87 y pesaba 520 kilos. Haciendo honor a su nombre, el animal “sirvió” noble y bravamente al lucimiento de Ruiz Loredo – que éste lo lograse o no, es otra cuestión – y al prestigio de su divisa azul y amarilla. El torero ultramarino se mostró bullicioso y variado con el capote, lo que se premió con aplausos y menos divertido con la muleta. Toreó mucho y por todos los registros, pero el gentío estaba más pendiente del comportamiento del bóvido que de lo que el diestro realizaba. Faena larga, que por muchas razones no llegó a calar en la sensibilidad pública. Cuando se convenció de la inutilidad de su porfía, mató de media estocada traserilla que bastó. Se le aplaudió... pero se aplaudió más, y con justicia a “Sirviente” al ser llevado al desolladero. En el sexto, el menos malo de los cinco restantes, el azteca tampoco logró lucirse a pesar de sus esfuerzos por agradar. Mató de dos medias estocadas y un descabello al borde mismo del aviso, después de muchos intentos. Digamos en su honor que salvó a El Chuli de un percance casi seguro, cuando el peón, a merced del toro, iba a ser corneado en el suelo. Y también que con este sexto toro volvió a lucirse como alegre y variado torero de capa... 
Tarde cálida y tres cuartos de plaza, tres cuartos que para la empresa son muchos cuartos.  
¡Enhorabuena!...
Enseguida está la que firma en el ABC madrileño Pérez Mateos, que con un ánimo más conciliador, expresa:
Tarde de capotes caídos 
Serio y duro ganado de Murteira y vuelta al ruedo de «El Hencho» 
También han venido los toros de don Joaquín Manuel Murteira Grave que, por estas calendas septembrinas al margen de San Isidro, suelen hacerle una visita a esta plaza. Los «murteiras» han venido hechos unos auténticos galanes; preciosos de lámina, guapos de trapío. Se les notaba que su dueño, el señor Murteira, hombre aficionado, muy aficionado, los había tratado a cuerpo de rey allá por los pagos de «Galiana» una extensa finca portuguesa con mucho de extremeña en la misma muga hispano – lusa. 
Ya digo que los «murteiras» venían a exhibirse como si el ruedo de las Ventas fuera una pasarela para modelos taurinos. Aquí creo que el jurado, en este caso el público, no ha opuesto ningún reparo a estos guapos galanes. Pero en lo que se refiere a bravura siento de veras que la sangre no les bulliese con el mismo entusiasmo que al ganadero a la hora de criarlos. Solamente me ha gustado el primero, que obedecía por «Serviente» y que de haberlo toreado el mejicano Arturo Ruiz Loredo sin ahogarlo, a más distancia, hubiese brillado mucho. Los demás, serios y duros, acusaron mansedumbre y sentido. 
Y tras este exordio, dedicado a los toros, vámonos, amigo lector, a ver que hicieron los toreros con estos guapos galanes a los que se les recibió con aplausos y admiración cuando aparecieron por los chiqueros. Era lo justo. 
Ahí está Ruiz Loredo que confirma la alternativa. Unas verónicas, unas chicuelinas y unos lances con cierto gusto. Llega el último tercio y el mejicano se encamina hacia «Serviente», que es noble de embestida y, si el torero le cita desde más lejos, ¡ay, qué bien puede ir! Una voz – un apuntador taurino – se lo dice altamente. Se agradece el consejo, debe pensar el manito, pero hace falta mucho corazón para saludar desde lejos a este galán. Debe parecer un ciclón... El mejicano torea cerca por redondos llenos de voluntad, mata con decoro y saluda. «Rabino», que así se denominaba el sexto, nada más salir se dedicó a corretear. Unos lances airosos de Ruiz Loredo. El tercio de banderillas se transforma en un rubicón para los subalternos. Con la muleta algún pase que otro y nada más. «Rabino» tarda en embestir y cuando lo hace actúa distraídamente. El mejicano tarda en matar a «Rabino». Algunos pitos...”
Como podrán ver, Arturo Ruiz Loredo resolvió la papeleta con una absoluta dignidad. El encierro no era para una ocasión de triunfo, pero de lo transcrito se aprecia que lo aprovechó en lo permisible. 

Después de su confirmación de alternativa, Arturo Ruiz Loredo compareció en la Plaza México tres ocasiones más. En la actualidad se dedica a la enseñanza de la monta a la alta escuela.

Retales de la prensa de esa fecha

Navacerrada, 8 de septiembre. Antoñete, alternando con Curro Vázquez y el rejoneador Joaquín Moreno de Silva, sufre probable fractura de un dedo de la mano izquierda.

Barcelona, 8 de septiembre. Rafael Gil Rafaelillo corta dos orejas a su primero, que le provocó una contusión abdominal, no salió a matar a su segundo. Alternó con Julio Vega Marismeño, que corta dos orejas y José Mari Manzanares, que corta una oreja a cada uno de sus toros. Toros de Ignacio Pérez Tabernero.

Utrera, 8 de septiembre. Toros del Conde de la Maza. Curro Girón, 2 orejas; Manolo Aroca, tres orejas, Richard Corey, cuatro orejas y Juan Montiel, una oreja.

Murcia, 8 de septiembre. Toros de Mercedes Pérez Tabernero (2), Juan Mari Pérez Tabernero (3) y Sánchez Fabrés (1). Diego Puerta, palmas en su lote; Paco Camino, palmas en su lote; Niño de la Capea, dos orejas.

Aldeanos