domingo, 27 de marzo de 2022

1º de abril de 1962: Joaquín Bernadó y Manzanero de Coaxamalucan

Joaquín Bernadó
Foto: Martín Sánchez Yubero
Joaquín Bernadó inició el año de 1962 en Guadalajara el día 14 de enero y allí, en El Progreso, compartiendo cartel con Alfonso Ramírez Calesero y Jorge El Ranchero Aguilar, ante toros de Tequisquiapan, y se reiteraría, como escribió el cronista del diario El Informador que firmó como Gitanillo, que le definió como un torero:

...de gran personalidad, exquisita clase y una suavidad de seda, que corre la mano con temple extraordinario... y con su gran clase logró que los aficionados se le entregaran en su presentación...

Dos semanas después tuvo la ocasión de refrendar su buen hacer ante una complicada corrida de Xajay en el Toreo de Cuatro Caminos, alternando con el caballero en plaza Ángel Peralta, Rafael Rodríguez y Antonio Campos El Imposible. Solamente pudo dejar constancia en esta tarde de sus buenas formas ante los toros, pues la corrida no permitió a ninguno de los diestros actuantes manera alguna de lucimiento en esa sexta corrida del ciclo organizado por el doctor Alfonso Gaona.

La décimo quinta de la temporada 61 - 62

Para el primer día de abril del año 62, se anunció un encierro de Coaxamalucan, de don Felipe González, para Manuel Capetillo en su tercera comparecencia de la temporada, Joaquín Bernadó que iba a por su segunda tarde, José Ramón Tirado también en una tercera actuación y el madrileño Luis Segura que se presentaba por segunda ocasión, reapareciendo después de la grave cornada que recibió el 11 de febrero anterior. Al final de cuentas, de los toros anunciados se lidiaron solamente siete, pues el que abrió plaza fue de Piedras Negras.

El segundo de la tarde se llamó Manzanero y lo que apreció don Alfonso de Icaza Ojo acerca de la labor de Joaquín Bernadó ante él en su crónica aparecida en El Redondel de la misma fecha del festejo, es de la siguiente guisa:

…“Manzanero”, de mucho menos respeto, pues se trata de un novillo de pinta fúnebre y bizco del pitón izquierdo.

Joaquín Bernadó le sale al encuentro, trata de recogerlo, y una vez que lo logra, da varios lances de chicotazo, con los pies juntos, para instrumentar después tres buenas verónicas, toreramente rematadas. Ovación y dianas.

El propio Bernadó pone al toro en suerte, mediante un abaniqueo, y cuando él da una larga, echándose el capote a la espalda, el de Coaxamalucan dobla los remos. Una vara recargando y de nuevo cae el toro cuando hace el quite el diestro catalán, que, citando después desde lejos, instrumenta tres saltilleras estatuarias y bien rematadas que le valen nuevas ovaciones.

Siguen los banderilleros haciendo de las suyas.

Bernadó brinda a un amigo y hace que su peón le lleve el toro a las tablas, para iniciar su faena con tres pases en el estribo. Airosamente se lleva al toro a los medios y ahí corre la mano de manera superior en varios derechazos, a la vez que torea al natural, de frente, con auténtico preciosismo. El toro se echa, pero el diestro no se desanima, antes, por lo contrario, continúa toreando cada vez mejor; da un pase en dos tiempos, muy espectacular, y se adorna con manoletinas y afarolados. Las palmas del público han atronado el espacio cuando Joaquín entra a matar muy derecho, y deja una estocada entera. Estalla la ovación, y la autoridad concede dos orejas, dando el espada dos vueltas al anillo.

Dispénsesenos que no detallemos más la labor de Bernadó, pues nuestro teléfono sufrió una larga interrupción…

El juicio de Ojo respecto de la presencia del encierro es duro, desde la cabeza de la crónica que abarca las dos páginas centrales del tabloide, pues afirma que los pupilos del Gallo Viejo fueron el grupo más disparejo de lo que iba de temporada. Yo diría, tratando de atenuar la apreciación de don Alfonso, que esa circunstancia es el resultado de tratar de completar un encierro de ocho toros, pues normalmente los grupos son de seis o de siete y para cerrar uno así, a veces se tiene que echar mano de otros que están menos puestos. Pero sesenta años después y sin imágenes a la mano, difícil es ir más allá de la mera especulación.

Otra versión es la de Carlos León, quien en el Novedades, al día siguiente de la corrida, dedicó su carta boca arriba a don Miguel Alemán Valdés, en esas calendas Presidente del Consejo Nacional de Turismo y entre otras cosas, le contó en esa crónica a guisa de misiva:

En sus memorias, Pío Baroja cuenta que la vez primera que salió de viaje hacia la capital británica, se encontró en la Estación del Norte de Madrid a Ortega y Gasset. Al decirle cuál era el destino de su viaje, le preguntó el que luego sería gran filósofo:

- ¿Pues qué hay ahora en Londres?

- Hay Londres - respondió Don Pío.

Así, si alguien que no hubiera estado hoy en la plaza nos preguntara: ¿Pues qué hay en Joaquín Bernadó?, bastaría con responder: hay torero. Eso que se dice tan sencillo y que es tan difícil de afirmar. Pues si otra vez habíamos dicho que lo único torero del barcelonés era que se llamaba Joaquín, como “Cagancho”, ahora es de justicia reconocer que tuvo una actuación completa, que lo revela como un magnífico lidiador.

Con “Manzanero”, el bravísimo toro de Coaxamalucan que cubrió de gloria la divisa de Don Felipe González, le íbamos a ver a Joaquín Bernadó una lidia completísima, de acuerdo con la noble bravura del burel. Desde que se abrió de capa y trazó verónicas mandonas, yendo del tercio a los medios, se desgranó la primera ovación, que iba a repetirse cuando crispó los nervios de las masas con unas saltilleras estrujantes. Luego, la faena larga y variada, abundante en alegre pinturería. Primero los muletazos sentado en el estribo, el firmazo garboso y el de pecho dramático, para después citar como los clásicos, con la muleta plegada, para dar varios naturales citando de frente, como en las mejores épocas del toreo. Siempre suntuoso, elegante y pinturero, el catalán tiró del repertorio de las alegrías hasta lograr una faena que en todo instante fue coreada por la muchedumbre. Y como digno colofón, la estocada desprendida, pero fulminante, que hizo polvo al noble coaxamaluqueño. Dos orejas y otras tantas vueltas al ruedo, fueron el justo premio a labor tan señera...

Carlos León, mordaz cuando hacía falta o cuando las cosas no eran de su parecer, en esta oportunidad quedó rendido ante la torería y la clase de Joaquín Bernadó, cantada desde sus primeras tardes en estas tierras y que le permitiría permanecer en el gusto de la afición de este lado del mar por un par de décadas más y de alguna manera permanecer, pues después de dejar de vestir el terno de luces, como profesor de la Escuela Taurina de Madrid, varios diestros mexicanos, fueron discípulos suyos.

Lo demás de la corrida

Manuel Capetillo tuvo una faena poderosa y de lucimiento intermitente ante Mechudo, el de Piedras Negras que abrió plaza, saludando desde el tercio. José Ramón Tirado por su parte saldó su actuación con discreción, luciéndose con las banderillas en sus dos toros y por su parte, Luis Segura se vio inseguro, seguramente aún no repuesto de la cornada que recibió en la octava corrida de la temporada en ese mismo ruedo, aunque en su descargo habrá que decir que el primero de su lote era burriciego – coinciden Ojo y Carlos León – en tanto que el octavo no se vio, por la desastrosa lidia que se le dio.

Bernadó y México

Joaquín Bernadó, es todavía, creo, por pocas fechas, el torero español que más ha toreado en México desde el año 1920, con 190 tardes. Recorrió toda nuestra geografía desde 1961 hasta el año de 1988, cuando toreó entre nosotros su última docena de festejos. No rehuía fechas, plazas, ganaderías o alternantes y esa disposición siempre le fue correspondida por la afición, que acudía gustosa a verlo, porque sabía que apreciaría cuando menos, torería, que esa se lleva a la plaza, pues lo demás es aleatorio.

Es por eso que hoy, en las cercanías del sexagésimo aniversario de su primer gran triunfo en la capital mexicana, traigo a estas páginas virtuales su recuerdo.

domingo, 20 de marzo de 2022

19 de marzo de 1967: Raúl García y Guadalupano de Las Huertas

Raúl García
Archivo Manolo Saucedo
La temporada 1967 de la capital mexicana nació de manera muy accidentada. A mediados de noviembre del año anterior, el indescriptible Ángel Vázquez, operador de DEMSA, anunció que, en alguna forma, el ciclo quedaría dividido entre el Toreo de Cuatro Caminos y la Plaza México, pues se daría una feria de seis festejos entre el fin de noviembre y los inicios de diciembre en el coso de Naucalpan y después se continuaría la fiesta en la gran plaza de la colonia Nochebuena.

Las primeras cuatro corridas de Cuatro Caminos se anunciaron el día 17 de noviembre de 1966. El Cordobés, Diego Puerta y Mondeño eran el atractivo por la parte hispana, en tanto por los nuestros figuraban Manuel Capetillo, Jaime Rangel y los entonces recién alternativados Finito, Manolo Martínez, Eloy Cavazos y Jesús Solórzano. Pero esa feria se quedaría en el papel y en la memoria de unos cuantos, pues un par de días después, el inefable Panchito Balderas, el sempiterno líder de la Unión Mexicana de Picadores y Banderilleros anunció que su sindicato vetaba las dos plazas de la capital por adeudos de fondos de reserva y de derechos de televisión no pagados.

El 25 de noviembre se sumó a la postura de los subalternos la Unión de Matadores – que tenía sus propios líos internos – y el veto se extendió a otras empresas, extendiéndose el paro prácticamente a todas las plazas de la república, pudiéndose cumplir únicamente los compromisos firmados hasta antes de esa fecha y posteriormente ningún espada actuaría en ruedo alguno.

Estos problemas terminaron al final de cuentas con la salida de Francisco Balderas como Secretario General de la UMPYB, siendo sustituido por Javier Cerrillo. También terminó con el cisma del sindicato de matadores de toros, naciendo lo que es la actual Asociación Nacional de Matadores de Toros, que fue presidida en primera ocasión por Raúl Contreras Finito y quedando la original Unión bajo el liderazgo de Luis Procuna. Estas dos historias deben ser contadas aparte.

Los que no dejaron de funcionar fueron los ganaderos. El 29 de diciembre, Luis Javier Barroso, presidente de la Asociación de Criadores de Toros de Lidia declaraba a la prensa que la situación que se vivía entre los toreros no impedía que se siguieran exportando toros a Sudamérica. Que tenían sus permisos en orden ante las secretarías de Agricultura e Industria y Comercio y que, de hecho, por esas fechas varios encierros estaban siendo embarcados para las ferias de Venezuela y Colombia.

Así, en ese contexto, es como se dio la temporada capitalina de 1967, relegada por las circunstancias, solamente a la Plaza México.

La decimoprimera corrida de la temporada 1967

Para el día de San José de 1967 se anunció un encierro de Las Huertas para Alfredo Leal, Raúl García y Gregorio Tébar El Inclusero, quien repetía después de haber confirmado el domingo anterior y haberse alzado triunfador cortando una oreja en esa tarde. El Príncipe del Toreo vistió de champagne y oro, Raúl García de verde y oro y El Inclusero de tabaco y oro.

El quinto toro de la tarde – se cumplió el adagio o lugar común, según se vea – se llamó Guadalupano y se le anunciaron 466 kilos de peso en la tabilla. Era el segundo del lote de Raúl García, quien tendría con él, visto en retrospectiva, su última gran tarde en la Plaza México. Encontré solamente una versión completa sobre lo sucedido esa tarde, es la de Rafael Loret de Mola, firmando como Rafaelillo, que publicada en el diario El Siglo de Torreón al día siguiente del festejo, entre otras cosas dice:

Raúl, con ganas de triunfar, lo recibe con un farol de rodillas seguido de dos verónicas con los pies juntos. Siguen siete verónicas más, rematadas con la rebolera que no entusiasman a nadie.

Aquí propiamente empieza a destacar el maravilloso burel que en breves instantes iba a ser indultado. Raúl se para en los medios y ejecuta un maravilloso quite por fregolinas lentísimas que ponen al público de pie.

Banderillea bien, pero sobresale el último par al cambio que festeja el público con una gran ovación.

De rodillas empieza su trasteo, pero no son cualquier cosa los pases por alto que ejecuta de hinojos el diestro regiomontano, son unos pases extraordinarios en aguante y belleza, cuando remata con un molinete en la misma posición, el ruedo se cubre de sombreros y prendas de vestir. 

Continúa su gran labor con cinco derechazos rematados con un estupendo pase de pecho. Vienen después tres derechazos más, pase de pecho y la locura en los tendidos; continúa con la diestra para dibujar otros cuatro derechazos seguidos de un maravilloso pase de trinchera; todavía con la muleta en la mano derecha da tres derechazos más en medio de la locura en la mayor plaza del mundo.

Se cambia la muleta a la mano izquierda para estampar unos naturales soberbios, y los sombreros caen al ruedo. El público, todo, pide el indulto, Raúl simula la suerte suprema y pide al juez el indulto del animal, el juez testarudo no hace caso, pero cuando Raúl da tres derechazos rematados con un cambio y el de pecho, y ya no cabe duda alguna de que el noble cornúpeta merece el indulto, el juez lo concede en medio de la locura general.

Mucha gente grita «¡toro, toro…!», creyendo como yo, que Raúl no estuvo a la altura del maravilloso toro de Las Huertas, no he dicho que Raúl lo haya desperdiciado, no, Raúl lo toreó estupendamente, pero no logró estar a la altura de su noble enemigo. Enhorabuena a los propietarios de este gran toro que dejó constancia en la plaza de bravura, nobleza y obediencia…

Rafaelillo deja un amplio espacio para la polémica al juzgar que, sin ser desperdiciado, el toro no fue debidamente aprovechado por el diestro de la colonia Acero de Monterrey. Por su parte, el corresponsal de la agencia española EFE, Carlos Viseras, en su reseña publicada en el número del semanario madrileño El Ruedo salido a los puestos el 21 de marzo siguiente, agregaría otro detalle más para esa discusión:

Con el quinto consiguió alborotar al público con una larga de rodillas. verónicas y fregolinas... Puso dos pares de banderillas; uno de ellos se aplaudió. Pases de todas las marcas, hasta que ondearon los pañuelos y el indulto de «Guadalupano» fue concedido. Ovación y saludos… En cuanto se refiere a la actuación de Raúl García, el alguacil, por su cuenta, sin tener la autorización de la presidencia, le entregó simbólicamente a García las dos orejas y el rabo de «Guadalupano». Por tanto, el premio fue de «motu proprio», no concedido por el juez de la plaza…

Esta última cuestión, la del rabo simbólico no concedido por la autoridad, es ratificada por don Daniel Medina de la Serna en su obra Plaza México. Historia de una Cincuentona Monumental, cuando al resumir esta temporada 1967, cuenta:

Cierto interés despertaba todavía Raúl García; se presentó (2ª) dejando ir la oportunidad con un buen lote de Tequisquiapan; esa tarde le flaqueó el ánimo, pero para recuperar el terreno perdido, cuando volvió (11ª) se topó, para su fortuna, con un toretillo al que le hizo una gran faena, pero después recurrió, por sus pistolas, a la triquiñuela de indultarlo. Juan Pellicer, en su crónica, dejó este testimonio:

Raúl determinó no matar a su cordial bonachón amigo de Las Huertas y soltó el estoque, para llegar así, cómodamente, sin ese estorbo, con la mano al pelo (...) Es de justicia señalar a Ángel Procuna y a algunas otras personas, fácilmente identificables, que desde el callejón y a media faena de muleta, indicaron, como consejeros, a Raúl García que no debía matar al de Las Huertas. Fue aquello una auténtica pantomima. Después de que el cornicortísimo y rabón torito entró a los corrales, uno de los alguacilillos, a las órdenes de no se sabe quién y ante la mirada atónita de miles de espectadores, iba y venía con dos orejas y un rabo entre las manos que el licenciado Pérez Verdía, juez de plaza, no había concedido...”

El juez se dejó rebasar por las manipulaciones y las circunstancias sin hacer valer su autoridad; pero como dichos trofeos fueron protestados, el indultador tuvo que tirarlos.

Alfonso de Icaza también condenó, en su comentario ocho días después, el bochornoso lance que provocó el abusadillo e irresponsable diestro regiomontano, calificándolo de “mixtificación”; en cambio Carlos León, amigo del ganadero, no opuso el menor reparo al indulto...

Como se puede ver, la polémica acerca del indulto de un toro y sobre la concesión de apéndices de utilería, no es de hoy, sino de siempre. He agregar que los anuarios estadísticos de don Luis Ruiz Quiroz no computan las orejas y el rabo de Guadalupano en el haber de Raúl García.

El epílogo

Esta tarde fue la novena del torero regiomontano en la gran plaza. Le restaban ocho más en las que la suerte le fue esquiva. Esa temporada de 1967, tengo la impresión de que fue un parteaguas en la historia taurina de México. La corrida que cerró esa temporada, la noche del sábado 8 de abril de 1967, en disputa por el Estoque de Oro, representó una especie de golpe de estado dado por dos de los jóvenes que habían confirmado su alternativa ese año, Raúl Contreras Finito y Manolo Martínez, quienes ante los toros Lobito y Catrín del ingeniero Mariano Ramírez, declararon sus intenciones de subirse a la cima del toreo.

El 3 de diciembre de ese 1967, en Cuatro Caminos, el golpe quedaría consumado, cuando Manolo Martínez, mano a mano con Manuel Capetillo y los toros de don Luis Barroso, definiría el rumbo que las cosas de los toros tomarían en este país los siguientes tres lustros. Nacía una nueva etapa de la historia del toreo mexicano.

domingo, 13 de marzo de 2022

6 de marzo de 1949: Ricardo Torres y Africano de Pastejé

Ricardo Torres
Visto por Carlos Ruano Llopis
La temporada 1948 – 49 en la Plaza México fue una de esas que representaron un punto de quiebre en su ya prolongada historia. Es la que representó la despedida – la primera, la anunciada – de Armillita, en la 16ª corrida del ciclo, celebrada el domingo 13 de abril. También albergó la llegada a las filas de los matadores de toros de Los Tres Mosqueteros, con la alternativa de Rafael Rodríguez en la inauguración y las confirmaciones de Jesús Córdoba y Manuel Capetillo. Y por último, representó también el retorno a la costumbre de premiar las faenas con una o dos orejas, antes de la concesión de las dos orejas y el rabo a partir del domingo 13 de marzo de ese 1949.

Además de los toreros ya nombrados participaron en la temporada un reaparecido Silverio Pérez, Luis Castro El Soldado, Fermín Rivera, Luis Procuna, Antonio Velázquez, Alfonso Ramírez Calesero y Luis Briones por los nacionales, los sudamericanos Alí Gómez y Luis Sánchez Diamante Negro y el portugués Diamantino Vizeu. La ganadería de La Punta envió seis encierros; entre San Mateo y Torrecilla, cuatro; Pastejé, tres; Coaxamalucan, dos; entre La Laguna y Piedras Negras, también un par; y Zotoluca y Matancillas, uno cada una. Ese fue más o menos el elenco de la tercera temporada de nuestra gran plaza, este año sin la competencia con la del Toreo de Cuatro Caminos en la que solamente se celebró, el 15 de marzo de 1949, una corrida de toros a beneficio de las familias de las Guardias Presidenciales.

La 12ª corrida de la temporada 48 – 49

También formó parte de ese elenco Ricardo Torres, de quien ya he hecho alguna memoria por estas virtuales páginas. Se presentó el domingo 6 de marzo de 1949, en la decimosegunda del ciclo, alternando con Lorenzo Garza y Luis Procuna para enfrentar un encierro de Pastejé. Era apenas la segunda comparecencia del torero hidalguense en la México, quien había debutado allí el 24 de noviembre de 1946 alternando con Domingo Ortega y Silverio Pérez, con toros de Matancillas. Dio dos aclamadas vueltas al ruedo tras la lidia de su primer toro Bolero y hasta este domingo de casi tres años después, regresaba al escenario de la colonia Nochebuena. Vaya usted a saber por qué fue así.

El encierro de Pastejé fue disparejo, pues hubo un toro (1º) que apenas dio 427 kilos en la báscula, contra otro que pesó 492 (4º). El promedio del peso del sexteto fue de 454 kilos y voy a insistir, fue una auténtica escalera. Se lidió un séptimo, regalo de Lorenzo Garza, de Jesús Cabrera, al que se le anunciaron 449 kilos y al que las crónicas se refirieron como un torillo. La realidad es que el doctor Gaona apoyó su temporada apenas en un puñado de ganaderías, lo que me induce a pensar que al ir entrando ésta en sus profundidades, el género de calidad comenzó a escasear y se tuvo que echar mano de lo menos impresentable.

Ricardo Torres y Africano

El tercero de la tarde, de los últimos que crio don Eduardo N. Iturbide, pues en ese mismo año enajenó la ganadería a Luis Javier Barroso Chávez, fue bautizado como Africano y la tablilla le proclamó 430 kilos de peso. Ante ese toro tendría Ricardo Torres la actuación más destacada del festejo y la que resultaría ser, sin anuncio previo, su última en el llamado Coso de Insurgentes. Acerca de ella, don Carlos Septién García, entre otras cosas, escribió:

La gente – desde luego en número harto menor al de las anteriores corridas – había acudido a ver a los hombres más o menos ilustres. No era ciertamente el torero hidalguense Ricardo Torres, hace mucho tiempo alejado de la Plaza México, quien atraía a la mermada muchedumbre. Y, sin embargo, fue él quien a poco de iniciada la corrida se convirtió en la figura central de la tarde, y fue él quien despertó las ovaciones legítimas y fue él quien se quedó con la oreja de un pastejeño entre las manos. Su terno deslustrado, que en el paseo había hecho contraste junto a los trajes suntuosos de sus alternantes, fue adquiriendo la mejor luz torera, que no es la que cabrillea sobre los calamares sino la que sale del ánimo esforzado y del júbilo generoso de torear: luz interior que le permitió iluminar de triunfos su tarde y que hizo palidecer hasta el apagamiento los brillos simplemente epidérmicos en los ternos ilustres de sus alternantes...

La crónica de El Tío Carlos dejó sin lugar a duda que la entrada fue floja, pero también, líneas adelante expresaría que los asistentes al festejo redescubrieron a un torero que por esas razones que quedan a la vista, pero nunca se explican o se expresan, simplemente no pasaba por allí. Sigue diciendo el cronista:

De su largo aislamiento, de su dolor fresco aún en la cicatriz de la reciente cornada de Mérida, de su maltrecho pasado, Ricardo Torres supo sacar el éxito de una brillante tarde de toros. Brillante y completa; porque el hidalguense cubrió con su dimensión de torero a lo tradicional los tres tercios de la lidia clásica. Y así, su capote trazó la comba y la cruz de la verónica rematada por el cono severo de la media verónica; y trazó gaoneras y revoleras, mariposas y mandiles tras de haber acudido siempre con seca y taurina eficacia a los quites en que primero se salva la vida de un hombre para después salvar la belleza del lance. Y resucitó su vasto dominio del segundo tercio recordando los tiempos (1933 – 34) en que pareando de poder a poder no reconocía otro rival que Fermín Espinosa; y con excelencias de colocación y pureza de línea complementada con algunas ejecuciones muy buenas, cubrió ese segundo tercio en sus dos toros yendo siempre a más. Y, finalmente, supo llegar a lo moderno con la muleta en la derecha y la silueta entre los pitones hasta la noble faz de ese magnífico segundo toro al que templó en varios derechazos lineales; o bien, cuando por la visible fatiga de su resentida salud no encontró ya modo de repetir el trasteo, supo llegar con la mano al pelo en la correcta ejecución de una estocada que hizo morir al toro con la prestancia y la gallardía con que morían los bureles en las páginas de “La Lidia” añeja o en las esculturas de principios de siglo… Fue así conciliando dentro de sus posibilidades lo tradicional y lo actual al calor de una llama ambiciosa de triunfo, como Ricardo Torres logró sacar de su aislamiento y de su dolor, esta completa y brillante tarde de toros...

Decía ya que esta fue la segunda y última vez que Ricardo Torres pisó vestido de luces el ruedo de la Plaza México. En las dos ocasiones tuvo actuaciones brillantes y en ambas la retribución a su actuación destacada fue el ostracismo y el enviarlo a torear por las afueras. Hoy, afortunadamente, aunque despacio, la historia se encarga de restituir al torero de Hidalgo el sitio que en ella le corresponde.

Los demás sucesos de la corrida

Salvo un quite por orticinas realizado al primero de su lote, Luis Procuna tuvo una de esas tardes de las que un torero no quisiera que se guardara memoria. Y por su parte, Lorenzo Garza, tuvo que recurrir al expediente del toro de regalo para intentar enmendar una tarde que tampoco caminaba para él en la dirección correcta. El juicio del Tío Carlos es lapidario:

Más daño le hizo a Garza este toro bravo de ayer que a Velázquez el manso de hace 15 días. El delicioso animal de Cabrera vino a mostrar que Garza conserva clase con el capote ya que las verónicas por el lado izquierdo y los “pases del velo” por ese mismo perfil que ejecutara Lorenzo, fueron de verdad bellos, templados, ejecutados a la perfección. Pero también vino a poner en evidencia cómo Garza carece de capacidad torera con lo que otrora fuese su mejor arma: la muleta. Lo que le resta a Garza es el cite y el parón. Y ni conoce el muletazo completo, ni la liga, ni la unidad del trasteo. Esto va dicho porque ayer frente a un toro inofensivo y dócil como muy pocas veces se ve un toro así, Garza no tuvo sino el muletazo aislado, el cite y el parón. Lo que le ocurre con cualquier otro bicho que muestre menos facilidades está a la vista con su labor en los toros de la lidia ordinaria. Ni plan, ni decoro, ni poder, ni nada… Excelentísimo capote con el toro ideal. Y con la muleta, El Rey del Cite. Tal es hoy Lorenzo Garza…

Para terminar

Escribía don Alfonso de Icaza Ojo acerca de Ricardo Torres:

Excelentísimo banderillero, dueño de un capote de seda, con la muleta bajaba, pero volvía a subir, no pocas veces con la espada…

Una buena manera de apreciar su clase y sus buenas maneras es verlo en imágenes en movimiento. Una fuente importante y accesible es el DVD Tesoros de la Filmoteca de la UNAM. Tauromaquia I. Colección Daniel Vela. Allí vienen unas extraordinarias imágenes del torero.

domingo, 6 de marzo de 2022

Jesús Córdoba, a 95 años de su natalicio

Jesús Córdoba, Luis Miguel DominguínJoaquín Bernadó
Madrid, 29 de septiembre de 1957
ARCM Fondo Martín Santos Yubero

Una de las grandes guerras civiles que registra la Historia de México es la llamada Revolución Mexicana, con la que, diría, se abrió el siglo XX en nuestro país. Los historiadores señalan que uno de sus saldos negros fue la causación de un millón de muertes, pero omiten o no mencionan otra cuenta, aquella que debe sumar el importante número de familias y de personas, que, huyendo del horror de la violencia, emigraron a otras tierras buscando horizontes de tranquilidad para desarrollar sus actividades y sacar adelante a sus allegados.

Ese fue el caso del matrimonio formado por Benjamín Córdoba Razo y María de Jesús Ramírez, quienes durante el año de 1920 tomaron sus bártulos y el camino hacia el Norte, con la intención de establecerse en los Estados Unidos de América y así formar en paz a su familia. Decía un tío abuelo mío – reclutado por el ejército y enviado al frente europeo en la Primera Guerra Mundial – que pasó por lo mismo, que en aquellos años las leyes migratorias americanas no eran tan duras y que bastaba con que tuviera uno el cuarto de dólar que costaba el cruce del puente para que casi sin preguntas, le permitieran el paso a quien quisiera entrar.

Así, muchas de las familias mexicoamericanas que actualmente residen en diversos sitios de la Unión Americana, son descendientes de aquellos migrantes por necesidad del inicio del siglo pasado y se situaron no solamente en los lugares en los que la población tenía raíces nuestras, sino que entraron a las profundidades de los Estados Unidos – la familia de mi abuela fue a parar a Nebraska –, por lo que no nos debe resultar extraño encontrar casi paisanos en cualquier rincón de ese país.

Winfield, Kansas

Winfield, en el Estado de Kansas, es una ciudad fundada en el año de 1870 y nombrada así en honor de Winfield Scott, aquel que comandaba las tropas americanas que ocuparon la Ciudad de México el 15 de septiembre de 1847. Ese fue el sitio, de unos 9,500 habitantes, elegido por el matrimonio Córdoba Ramírez para retomar la vida familiar y es allí donde el 7 de marzo de 1927, diría un buen amigo mío, por un mero accidente demográfico, nació su hijo Jesús, quien siempre se consideró originario de León, Guanajuato, pues de esa región eran sus padres.

Allí aprendió las primeras letras y conoció de la intolerancia de muchos hacia aquellos que tienen alguna diferencia con la mayoría. Eso le templó el carácter y le enseñó que para superar a esos que se conforman con integrar una mayoría, hay que cultivar las habilidades y las virtudes con las que uno cuenta.

 De León, Guanajuato… ¡Para el mundo! 

Es a finales de los años treinta que los Córdoba Ramírez regresan a León, Guanajuato, aunque el padre permanecería en Kansas para mantener su empleo en el ferrocarril local y allí Jesús Córdoba emprenderá sus estudios que llevará hasta la secundaria. Será también el lugar en el que tendrá por primera vez contacto con la fiesta de los toros. Escribe Ann D. Miller:

...asistió por primera vez a una novillada a los 16 años. Si tuvo alguna duda acerca de lo que era el toreo antes de esa tarde, ninguna le quedó después del festejo... la impresión que le causó lo que vio le decidió a ser torero. Junto con otros aspirantes, recorrió de un pueblo a otro y de ganadería en ganadería buscando la oportunidad de probarse y de aprender... Pronto pudo actuar en algún festival...

El recorrer ganaderías le llevó a la que tenía Pepe Ortiz en la Hacienda de Calderón. Allí, frente a las vacas, El Orfebre Tapatío le advierte cualidades y le imparte sus enseñanzas. Jesús Córdoba tuvo la ocasión de adquirir el conocimiento de la real Escuela Mexicana del Toreo, la que viene en línea directa de Saturnino Frutos Ojitos, en este caso por vía de Luis Güemes, que fue el mentor de Pepe Ortiz y éste a su vez, el formador inicial de quien sería después conocido mundialmente como El Joven Maestro.

Eso le permitió desarrollar una tauromaquia de una técnica impoluta y de un notable sello artístico. Así, llega al año de 1948 a una serie de novilladas que daba en el Rancho del Charro el varilarguero y ganadero Juan Aguirre Conejo Chico, prácticamente calando novilleros para después llevarlos a la Plaza México, pues después del fenómeno de Joselillo el doctor Gaona buscaba noveles que le siguieran llenando la plaza en la temporada chica.

Conejo Chico le vio posibilidades al joven Jesús y se lo propuso al empresario de la gran plaza, quien lo presentó allí el 18 de julio de ese año, formando cartel con Luis Solano, Paco Ortiz y Rafael García. Los novillos serían de La Laguna, dando la vuelta al ruedo tras la lidia de Apizaquito y Rondinero, cuarto y octavo del festejo. 

Esa tarde, sin saberlo, Jesús Córdoba abría una de las etapas más brillantes de la historia del toreo en México. Al cabo de trece fechas, esa temporada de novilladas, la del 48, era la de Los Tres Mosqueteros, pues con Rafael Rodríguez y Manuel Capetillo, se formó una terna de toreros que, trascendieron y llevaron el aire de la fiesta mexicana a todos los rincones del mundo.

Ganó la Oreja de Plata en el festejo del 31 de octubre y ya se le empezaba a llamar El Joven Maestro. Escribe Daniel Medina de la Serna:

Sí todo iba bien hasta la sexta corrida, mejor iba a ir a partir de la séptima. El 18 de julio se presentó el primero de los que serían bautizados más tarde como “Los Tres Mosqueteros”: Chucho Córdoba, quien esa tarde dio dos vueltas al ruedo, pero llegó a completar ocho actuaciones, confirmando una a una que no era mentira aquello de “El Joven Maestro”...

Recibió la alternativa el 25 de diciembre de ese 1948 en Celaya de manos de Armillita con toros de Xajay y la confirmó el 16 de enero siguiente de manos nuevamente de Fermín Espinosa y llevando como testigo a Luis Sánchez Diamante Negro, siendo ahora los toros de La Punta.

La confirmación en Madrid tuvo lugar el 21 de mayo de 1952, apadrinándole Pepín Martín Vázquez y llevando como testigo a José María Martorell, con toros de Fermín Bohórquez y en abril de 1953, la Feria de Sevilla será suya, cuando el 24 de abril corta una maciza oreja a un toro de Miura y al día siguiente, el de San Marcos, se lleve otra de un sobrero que los Maestrantes le obsequiaron, de Benítez Cubero.

De Los Tres Mosqueteros, fue Jesús Córdoba el que tuvo mayor permanencia en los ruedos de ultramar, pues estuvo presente en ellos hasta bien entrados los años sesenta del pasado siglo.

La suerte para Jesús Córdoba estuvo en los nombres de Criticón y Pastelero de La Laguna, Luminoso de San Mateo, Muñequito y Cortijero de Zotoluca o Espinoso de Xajay y la mala fortuna en los de Cañonero de La Laguna, Colmenareño y Gordito de Jesús Cabrera o Cumparsito de Rancho Seco

Jesús Córdoba, el hombre

La vida me dio la ocasión – la gran ocasión – de conocer y de tratar a Jesús Córdoba. La profesión de mi padre me acercó a un gran abanico de personas y un grupo importante de ellas fueron las que estaban relacionadas con la fiesta de los toros. A esa profesión de mi padre le debo – y le agradezco – mi afición, que me ha llevado por caminos insospechados y me ha permitido conocer a muchas personas de un gran valor.

La cercanía profesional de mi padre con Rafael Rodríguez y su familia devino en una cercanía familiar después. Mi amistad con Nicolás, uno de los hijos de El Volcán de Aguascalientes me acercó a Jesús Córdoba, su padre político y me permitió conversar con él, de la vida y de los toros y en un par de ocasiones quizás, sentarme con él en el tendido de una plaza. Así percibí a un hombre de un carácter fuerte, pero sensible. De convicciones bien arraigadas y sin duda, enamorado de una fiesta a la que dio mucho y de la que también mucho recibió.

Ejemplo de esa firmeza es cuando se mantuvo en su posición de defender la libertad de asociación de los toreros ante el embate de las empresas, que querían utilizar a la asociación sindical de ellos como arma arrojadiza para fijar precios, plazos y fechas y convertir a los artistas en una especie de funcionarios o burócratas que cobrarían un sueldo fijo y estarían siempre a disposición de esas organizaciones. Le costó terminar abrupta y anticipadamente su carrera en los ruedos y por la puerta de atrás…

Ejemplo de su sensibilidad es la buena familia que formó. Tengo la fortuna de conocer a su esposa y a sus hijos y la seguridad de afirmar que son personas de bien. En estos días eso es un activo invaluable y escaso. Se afirma con insistencia – casi hasta convertirlo en lugar común – que nadie nos enseña a ser padres. Hay mucho de cierto en ese aserto, pero se requiere, como ante los toros, echarse el trapo a la izquierda y darle a cada miembro de la casa, la lidia que requiere, y como los dedos de una mano, no hay dos iguales. Para entender eso, se necesita sensibilidad, y mucha. De esa tuvo, y de la buena Jesús Córdoba.

Mañana se cumplen 95 años del nacimiento de Jesús Córdoba, repito, por un “mero accidente demográfico”, en los Estados Unidos, pero era de León, Guanajuato de corazón. ¡Qué tenga un feliz día Maestro, allí donde se encuentre!

domingo, 27 de febrero de 2022

28 de febrero de 1982: Yiyo confirma su alternativa en la Plaza México

Programa anunciador de la confirmación de Yiyo

El cartel de la quinta corrida de la temporada 1982 de la Plaza México tenía un atractivo adicional a la presencia en él de Manolo Martínez y Jorge Gutiérrez. Se anunciaba la presentación en ruedos nacionales de un joven diestro madrileño que era producto de la entonces Escuela Nacional de Tauromaquia, que tenía su sede en las instalaciones en El Batán de la Casa de Campo en Madrid.

Se trataba de José Cubero Yiyo, quien durante su etapa de novillero sin picadores formó junto con Lucio Sandín y Julián Maestro una terna de promisorios aspirantes que pronto fueron apodados Los Príncipes del Toreo y que como tales recorrieron todas las plazas de España y Francia. Aunque en aquellos días la información que nos llegaba del otro lado del mar era impresa y escasa, los avances y logros de esos tres jovencitos formados de una manera que hace cuatro décadas resultaba novedosa, pronto fue del conocimiento de la afición mexicana y la llegada del primero de ellos que alcanzó la alternativa a nuestras plazas atraía al público a las taquillas.

Yiyo cumpliría los 18 años el siguiente abril, pero ya había abierto como novillero la puerta grande de Las Ventas y eso le valió recibir la alternativa el 30 de junio de 1981 en Burgos, de manos de Ángel Teruel y frente a José Mari Manzanares, siéndole cedido el toro Comadrejo de Joaquín Buendía.

Escribe Alfonso Santiago en Por siempre Yiyo:

Entrados ya en 1982, en la segunda parte de su primer viaje americano, le esperaban la plaza colombiana de Manizales, la ecuatoriana de Ambato y la Plaza México. El compromiso con Alfonso Gaona, el empresario del embudo de Insurgentes, estaba hecho, aunque por distintos motivos la fecha de la confirmación de alternativa de Yiyo fue variando. Se habló en un principio del 31 de enero, pero no fue posible. Luego parecía seguro el 14 de febrero, pero tampoco. Hasta que, finalmente, el domingo 28 de ese mismo mes se cerró definitivamente el cartel, toros de Begoña para Manolo Martínez, Jorge Gutiérrez y Yiyo...

La tarde de la confirmación

La Plaza México registró una gran entrada. Los toros de Begoña tuvieron una presentación, de acuerdo a las crónicas, que iba más allá de lo correcto, fueron cinco negros y un colorado, este el quinto de la tarde. Manolo Martínez vistió de bugambilia y oro, Jorge Gutiérrez de tabaco y oro y el confirmante, de obispo y oro. 

El primero de la corrida se llamó Sonriente, llevaba el número 95 y se le anunció un peso de 480 kilos. La actuación del diestro de Canillejas fue resumida así por Enrique Guarner, cronista del diario Novedades:

El primero de la tarde se llamó “Sonriente” y llevaba el número 95 y con 480 kilos. "Yiyo" lo recibió con lances, pero al ver que el toro embestía con la cabeza alta y poco risueño, Cubero le largó una serie de chicuelinas que remató con estupendo recorte… Vinieron varas de Antonio Flores e Israel Vázquez para que a la salida de la segunda “Yiyo” nos deleitara con dos lances templadísimos. En banderillas cumplieron Antonio Martínez y José Luis Hernández Rojano… Inmediatamente se celebró la ceremonia de la alternativa y el diestro español brindó a los asistentes. Su faena fue acertada y la comenzó por alto. Hubo intentos de toreo en redondo, pero el burel llevaba la cabeza suelta buscando el cuerpo de su rival. Como no lograba el lucimiento debido, “Yiyo” se tiró a matar dejándose ver y logró un estocadón en todo lo alto. La ovación del público hizo que saludara desde el tercio…

Por su parte, quien firmó como Juan Rafael, para el diario El Siglo de Torreón, dijo:

El españolito, José Cubero “El Yiyo”, comete el error de no placearse antes por los ruedos de la provincia. Llega, de golpe y porrazo, a la Plaza México y, claro, no logra entender la suave embestida de las reses mexicanas, acostumbrado a la fiereza del toro español… Sin embargo, dejó entrever que es un torero artista y, con el capote, logró momentos de gran belleza. A su primero, con el que confirma su alternativa, “Sonriente”, con 480 kilos, lo lancea por delante con verdadero primor. Hay una verónica, a pies juntos, que dura una hora. Pero, por desgracia, no logra acoplarse con la lenta e incierta embestida del morlaco. Pases por aquí y por allá y una gran estocada entrando por derecho, que le vale la salida al tercio…

Ante el sexto de la corrida, tuvo Yiyo otra buena actuación. Vuelvo a la crónica de Enrique Guarner, que describe así lo que ocurrió ante ese toro:

El sexto de la jornada se llamó “Cariñoso” y llevaba el número 118 y con 500 kilos. Inmediatamente saltó un espontáneo que actuó como una especie de “obstáculo para caballos”, pues el toro lo saltó por encima dos veces. Desde luego que esto contribuyó para avisar al burel que se volvió difícil. A pesar de ello “Yiyo” le ejecutó algunos excelentes lances y un mejor capotazo a una mano… El español brindó al ganadero Alberto Bailleres y su faena resultó bastante bonita. Hubo algunos redondos espléndidos que desgraciadamente fueron cortos. Por fin “Yiyo” cita a recibir y logra imponente estocada. Desgraciadamente se enmendó un poco, pero aun así estos espadazos aguantando debe ser más apreciados por un público conocedor…

El resto de la corrida

Jorge Gutiérrez tuvo una tarde que rozó la apoteosis. La espada le impidió salir con orejas en las manos, pero dio tres vueltas al ruedo tras la lidia del tercero de la corrida y una más tras la lidia del quinto. Por su parte, el primer espada, Manolo Martínez tuvo una tarde de las que los toreros no hablan. La lidia del primero de su lote la saldó con las opiniones divididas y el cuarto, llamado Amigable, seguramente daría nombre a una nueva cicatriz en su cuerpo, pues le infirió una cornada, de las siguientes características:

Herida por asta de toro como de 4 centímetros en el tercio medio, cara interna del muslo izquierdo, con dos trayectorias. Una hacia abajo y hacia afuera como de 12 centímetros y la otra hacia arriba y hacia adentro como de 20 centímetros que diseca los grandes vasos de la región sin lesionarlos. De no presentarse complicaciones, las lesiones tardarán quince días en sanar. Dr. Xavier Campos Licastro.

Amigable fue despachado por Jorge Gutiérrez.

Algunas reflexiones finales

Yiyo solamente torearía una corrida más en ruedos mexicanos. Sería otra vez en la Plaza México, el 25 de abril de ese mismo 1982 y no le volveríamos a ver por aquí. Se concentró en pelear una posición en los ruedos de su tierra, la que le era discutida sin razón aparente. Estaba pagando el precio de mantenerse al lado del que fuera su único apoderado, Tomás Redondo y caminar por la vía de la independencia, al margen de las grandes casas de apoderamiento. El costo a cubrir sería ralentizar su ascenso a la cumbre y tener que conformarse con lo que los demás no estaban por la tarea de aceptar.

Confirmó su alternativa en Madrid el 27 de mayo de 1982, de manos de José Mari Manzanares y llevando como testigo a Emilio Muñoz con toros de Félix Cameno y una contundente actuación le valió sustituir a Espartaco el 1º de junio siguiente, cuando abrió, como matador de toros, por primera vez la puerta grande de Las Ventas. A partir de ese momento la carrera de Yiyo fue, aunque no ausente de contratiempos, siempre en ascenso. Y en esa línea seguiría hasta la tarde de Colmenar Viejo.

Dice Luis Miguel Villalpando, hoy apoderado y contemporáneo de Yiyo en la Escuela de Tauromaquia:

Yiyo fue un privilegiado, un portento, un ser que nace con la condición de torero. Con 7 años que le conocí ya tenía el tío aquello que se necesita para ser torero, carisma. Fue desarrollando una personalidad arrolladora y un valor y compromiso excepcional. Él era sin lugar a dudas el más aventajado de la Escuela siendo de los más chicos por sus condiciones innatas. Los demás los teníamos que aprender y él nació con ellas…

Quien hoy lleva los destinos de Diego Urdiales, en retrospectiva, retrata la fuerza natural que envolvía a José Cubero, aquel hijo de emigrantes, que, como dice un amigo mío por un mero accidente demográfico, nació en Burdeos, pero era tan madrileño como la Calle de Alcalá.

El corolario que no es muy agradable, es el que tuvieron esos tres príncipes del toreo. Dice Luis Nieto:

En los carteles los anunciaban como “Los príncipes del toreo”. Sin embargo, en esos bajonazos con que la Providencia despacha a la mayoría de toreros, ninguno pudo reinar. Lucio pagó el tributo de perder un ojo por una cornada en la Maestranza. Y Maestro pudo continuar en el toreo, pero ya como banderillero…

Retomo el axioma de Frascuelo, aunque pudiera parecer un mero lugar común: Los toros dan cornadas porque no pueden dar otra cosa… El que no quiera eso, que se meta a obispo…

José Cubero Yiyo, decidió ser figura del toreo. Y lo consiguió. Y se transformó en leyenda.

domingo, 20 de febrero de 2022

11 de febrero de 1962: Gran faena de Jaime Rangel, cornada grave a Luis Segura en El Toreo de Cuatro Caminos

Jaime Rangel
Archivo Santos Yubero
La octava corrida de la temporada llamada hispano – mexicana del Toreo de Cuatro Caminos para el periodo 1961 – 62, se formó con un cartel de reapariciones. Encabezaría la combinación el caballero andaluz don Ángel Peralta, quien en la sexta no tuvo fortuna con el toro de Xajay que le correspondió en un festejo accidentado que presenció en el tendido la hija del primer ministro soviético Nikita Kruschev. A pie, se anunció a Alfonso Ramírez Calesero, quien, en la segunda tarde, el día de año nuevo, salió abroncado; al madrileño Luis Segura, quien en la cuarta mostró sitio, oficio y valor y Jaime Rangel que en la séptima cortó una oreja a un buen toro de Luis Javier Barroso.

Con esos mimbres se ofreció a la afición de la capital un cartel atractivo en el papel y que provocó una extraordinaria entrada en el desaparecido coso naucalpense, al decir de don Alfonso de Icaza:

Sin llegarse al lleno de los domingos pasados, hay una magnífica entrada en ambos departamentos, y como la tarde es espléndida, y el ánimo del público propicio para que tengamos una gran tarde, sólo nos resta desear que los mejores augurios se confirmen, y que los toros de Jesús Cabrera salgan bravos; el rejoneador Peralta se luzca a sus anchas y los toreros de a pie – “El Calesero”, Luis Segura y Jaime Rangel – corten orejas… ¡Qué así sea! … Hay palmas para todos a la hora del paseo…

El percance de Luis Segura

El torero madrileño venía a reivindicar su posición. Había toreado 34 corridas en la campaña de su tierra con éxito y tenía buen concepto al hacer el toreo. El primero de su lote fue un cabrereño llamado Minero. Su actuación ante él realmente no tiene mayor reseña, según se lee de lo que contó en su día Ojo en El Redondel:

Luis Segura muletea molestado por el aire a un bicho que, reservón y todo, toma bien la franela. Se suceden los doblones, lo que motiva que unos aplaudan y otros piten. El de Madrid compone la figura a ratos, pero sólo al citar, pues en cuanto se le arranca el de Cabrera se encorva y trata sólo de defenderse. Cambia la decoración cuando Segura da un buen pase por alto y aguanta en unos derechazos rápidos pero valientes. Un buen pase de pecho. Otro con la diestra que termina en desarme; breve intervención de la peonería y más toreo por arriba, barriendo los lomos. Nuevos derechazos de valiente, y entre tantos, uno muy bien instrumentado. Se le ovaciona con calor un pase forzado de pecho y dase entonces a instrumentar lasernistas y afarolados, con beneplácito del monstruo. Está a punto de ser cogido, pero como cada vez se muestra más valeroso, acaba por echarse al público a la bolsa. Dos molinetes seguidos, muy feo el segundo… Más muletazos a la trágala; labor de aliño en busca de la igualada, que se dificulta, y un pinchazo llevándose el arma, con salida apurada, que se resuelve con una aparatosa cogida en el pecho, que milagrosamente no tuvo mayores consecuencias. Brega empeñosamente Valencia… Segura parece resentirse del percance, y pincha nuevamente. Ya no puede más el diestro hispano, que en brazos de las asistencias es conducido a la enfermería. “El Calesero” toma los trastos y después de breve muleteo, pincha sin soltar; deja tres cuartas partes de espada que escupe la res; pincha de nuevo entre pitos de los tendidos; deja una media tendenciosa y acaba con un certero descabello…

Lo que aparentaba ser un percance de poca importancia, resultó ser una cornada de grandes proporciones. El parte rendido por el doctor Morales Ortiz fue de la siguiente guisa:

Herida por cuerno de toro como de 8 centímetros en el triángulo de Scarpa derecho, con una trayectoria hacia arriba y afuera que desgarra el músculo psoas ilíaco, con fractura de la espina ilíaca superior. Otra hacia abajo y hacia adentro como de 20 centímetros que rompe el músculo costurero (sartorio) disecando el paquete femoral sin herirlo y la otra hacia abajo y hacia afuera como de 25 centímetros que caló el muslo. Tardará en sanar más de 30 días de no haber complicaciones. Se practicaron las primeras curaciones en la enfermería de la plaza y posteriormente se trasladó al torero herido al sanatorio de Santa María de Guadalupe para proceder a su tratamiento.

La descripción de la herida deja ver que, aunque no fue aparatosa a la vista de los espectadores, sí causó grandes destrozos y aún cuando el torero madrileño intentó, pundonorosamente terminar con los días de su heridor, llegó el momento en el que las fuerzas le abandonaron y tuvo que saldar su tarde sin matar uno solo de los toros que sacó en el sorteo.

Jaime Rangel y Amapolo de Jesús Cabrera

La más firme promesa con la que contaba la tauromaquia mexicana por aquellas calendas era el hidalguense Jaime Rangel, heredero de la real escuela mexicana del toreo, que nace en México con Saturnino Frutos Ojitos y se va trasladando por vía de los discípulos de éste, en el caso particular por vía de Samuel Solís a Ricardo Torres, tío de Jaime – y de Manolo su hermano – que fue uno de los primeros en los que intervinieron en su formación como torero.

Esa tarde de hace seis décadas, Jaime Rangel no salió con las orejas en las manos porque no mató a Amapolo bien y a la primera, pero dejó en el ruedo de Cuatro Caminos una importante declaración de intenciones:

“Amapolo” llega al final conservando facultades y Jaime Rangel que ha brindado a un particular, hace derroche de hombría al dar cuatro pases con las dos rodillas en tierra, que le son ovacionados. Cita de lejos y liga en el centro mismo del anillo, cuatro buenos derechazos, que remata con dos lucidísimos pases de pecho. Ovación y música… Sopla aire, pero Jaime no se aflige por ello y vuelve a ligar derechazos en los que corre la mano desde aquí hasta allá. Los remata con un superior pase de pecho y convierte a la plaza en un manicomio… Claro que el toro es bueno, buenísimo, pero tiene casta y hay que aguantarlo y Jaime lo aguanta como los hombres… Ahora con la zurda; uno, dos, tres, cuatro naturales rematados con el de pecho. Muchas palmas. Se adorna Jaime con medios pases, estando solo en la arena con su adversario y vuelve a correr la mano en derechazos que le resultan pintados y que remata superiormente. Palmas y dianas… Busca Jaime la igualada pero su adversario no humilla, por lo que se precipita y pincha a un tiempo. Más tela y nuevas fatigas para matar. Nueva punzadura, que se comenta con pitos. Tercer alfilerazo; cuarto, otro más... y otro: “Amapolo” se le ha vuelto de hueso al matador… Media estocada delantera; capotazos a granel y el nervioso bicho que se entrega momentáneamente, para ser descabellado por Jaime al segundo intento… Ovación al toro en el arrastre, empeñándose los monosabios en que se le dé la vuelta al ruedo. La autoridad ordena lo contrario y así termina la lidia de “Amapolo” que pudo haber constituido el triunfo definitivo de su matador…

Lo demás del festejo

El otro toro que se prestó fue el piedrenegrino Tabaquito, que abrió el festejo, para rejones y que correspondió a don Ángel Peralta, le permitió un buen lucimiento, logrando como premio a su labor la vuelta al ruedo al término de la misma. Por su parte Calesero tuvo que matar cuatro toros ese domingo, el que hirió a Luis Segura, los dos de su lote y el segundo del madrileño.

El Poeta del Toreo estuvo definitivamente desafortunado, pues fue pitado en el primero de su lote, silenciado en el segundo que sorteó y francamente abroncado en el segundo que hubiera correspondido a Segura. Fue una tarde que el trianero de Aguascalientes seguramente no añadió a sus memorias. Alguno le vio tan mal, como el que firmó como Juan de Dios, para el semanario madrileño El Ruedo, que en su número aparecido el 22 de febrero siguiente, reflexiona:

Por su historial, por su porte y sus hechos, de gran persona, por su indudable aportación a la Fiesta de los toros, nosotros le queremos tratar con cariño y benevolencia. Pero precisamente por este cariño le tenemos que decir al buen Alfonso que ya no está para estos trotes. En ocasiones le fallan las fuerzas; el ánimo, con los años, se hace más reposado; aun cuando en las facciones no se aprecie, el transcurrir de los años, sin embargo, en la Plaza y ante sus enemigos, se ve que el tiempo no pasa en balde, y el que fue una figura señera de la torería mundial, se ve hoy ridiculizado, tomado a broma y criticado por sus propios amigos. Por eso nosotros le recomendaríamos a Alfonso una retirada a tiempo. ¡Y que conste que aún está a tiempo! …

Así fue como se desarrolló una corrida de toros que, sin haber producido triunfos apoyados en una profusión de apéndices, dejó para el recuerdo hechos que se marcan en la memoria de la afición, como lo son el surgimiento de un torero que pudo marcar una época en la historia de la fiesta de este lado del mar y un grave percance de otro, que en su día, llegó a cautivar a la afición más exigente del mundo, la de Madrid.

domingo, 13 de febrero de 2022

1964. Un 5 de febrero atípico y singular

El anuncio de la temporada
1963 - 64
 
Después de la experiencia de la Feria Guadalupana de 1956, las cosas de los toros volvieron a su cauce en la capital mexicana y los festejos taurinos se volvieron a dar el día de costumbre: el domingo. El 5 de febrero, aniversario de la inauguración de la Plaza México, en estos tiempos, día grande de la fiesta en México, era una fecha cualquiera, había toros sí caía en el llamado séptimo día, tanto así, que, a ese año del 64, hubo toros esa fecha solamente los años de 1946 – el de la inauguración –, 1950, 1956 y 1961, precisamente porque fueron domingos, no por otra razón.

La festividad taurina del 5 de febrero se institucionalizó hasta el año de 1995, cuando se preparaban los fastos del cincuentenario de la Plaza México. Allí fue cuando Rafael Herrerías ideó centrar el grand finale de la temporada de corridas de toros, con la celebración del cumpleaños de la plaza que es, según su publicidad, la más grande y cómoda del mundo

Así pues, en ese año de gracia de 1964, habiendo dos plazas de toros en funcionamiento en la zona metropolitana de la Ciudad de México, se produjo un hecho que hoy en día resulta extraño y además inusitado. Los toros del 5 de febrero – miércoles – se verificaron en el Toreo de Cuatro Caminos. Anticipo desde ahora, a manera de spoiler, que no fue una corrida de esas triunfales, lo interesante es el lugar, la fecha y el hecho en sí.

La temporada de toros 1963 – 64 en la capital

Para ese calendario taurino, DEMSA dejó de operar en las dos plazas capitalinas y se concentró en ofrecer su temporada únicamente en la Plaza México. Los baluartes de ésta fueron Luis Procuna, Calesero, Joselito Huerta y Jaime Rangel por la parte nacional y El Viti, Mondeño, Paco Camino y Diego Puerta por la parte extranjera y completó el elenco el caballero español Álvaro Domecq Romero.

Esa fue la temporada de Jaime Rangel sin duda, pues en la 6ª corrida le cortó las 2 orejas a un bravo Malicioso de La Punta y en la 8ª, el rabo a Moctezuma de Reyes Huerta delante nada menos que de Paco Camino. Otros que lucieron fueron El Viti con Hortelano de Tequisquiapan en la apertura de la temporada, Diego Puerta con Rastrojero, también de don Fernando de la Mora Madaleno y Antonio del Olivar con Cantaclaro de Santa Marta en la 11ª cortando un par de orejas cada uno y don Álvaro Domecq que le cortó dos orejas a Trapero de Piedras Negras en la décima.

El Toreo de Cuatro Caminos, una vez que quedó libre, fue arrendado por doña Dolores Olmedo, casada en esas fechas con el rejoneador Juan Cañedo, con la intención de traer a El Cordobés y para ello trató con el ingeniero Armando Bernal, propietario del coso y se marchó a Sudamérica acompañada de su marido y de Manolo Prieto Crespo, con la intención de contratarlo para una campaña mexicana, aprovechando que, el doctor Gaona no tenía una buena relación con Manolo Chopera, quien lo apoderaba en esas calendas.

Lograda la contratación de Manuel Benítez, Cañedo y Prieto se dieron a la tarea de confeccionar una temporada de toros, en la que el eje, definitivamente sería el torero de Palma del Río y se ofreció una temporada de una docena de festejos, que en principio se antojaban atractivos. Los toreros mexicanos que serían la base fueron: Juan Silveti, Manuel Capetillo, Jorge Ranchero Aguilar, José Ramón Tirado, Antonio Velázquez, Mauro Liceaga, Pepe Luis Vázquez, Jesús Córdoba, Rafael Rodríguez, Alfredo Leal, Raúl García y Andrés Blando.

En el capítulo internacional, actuaron los españoles Martín Sánchez Pinto, Manuel Benítez El Cordobés, Vicente Fernández El Caracol, Juan Jiménez El Trianero y Pedro Martínez Pedrés, el venezolano César Girón y el peruano – argentino Raúl Acha Rovira. Completaron el elenco los rejoneadores Gastón Santos, Fermín Bohórquez y por supuesto Juan Cañedo.

Uno de los conflictos a los que se enfrentó la empresa dirigida por doña Dolores Olmedo, fue la consecución de ganado de garantías. El doctor Gaona torpedeó su temporada dificultando esa complicada arista de la organización de los festejos, según contó Alejo Peralta al periodista Luis Suárez:

La empresa de la México, regenteada aún por Gaona, paró mientes en el asunto, pues si bien El Cordobés no era conocido en México, aquí ya retumbaba la fama que su figura y valor levantaban en otras arenas. Lo primero que hizo la más experta competencia fue controlar las ganaderías, de modo que los ganaderos no vendían toros a la señora Olmedo…

Esta fue la procedencia y el número de los toros lidiados por ganadería en esa temporada: El Rocío (7), San Diego de los Padres (6), Reyes Huerta (13), Santa María (6), Peñuelas (7), Campo Alegre (6), Santo Domingo (7), Heriberto Rodríguez (7), San Antonio de Triana (5), Viuda de Franco (1), Ramiro González (6), Xajay (6), Soltepec (6), Ernesto Cuevas (3), Santín (3), Mimiahuápam (2).

Así que esos fueron los mimbres con los que se dio esa temporada de toros en el Toreo de Cuatro Caminos, que al final constó de trece festejos.

Miércoles 5 de febrero de 1964

Aprovechando que en esos tiempos el día del aniversario de la constitución era inhábil, se ofreció una corrida de toros en Cuatro Caminos en la que se anunció un encierro de San Antonio de Triana para que lo lidiaran Antonio Velázquez, César Girón y el albaceteño Pedro Martínez Pedrés, ya conocido de la afición capitalina, pues había confirmado su alternativa en la Plaza México en el año de 1953.

La breve relación que hace don Alfonso de Icaza Ojo en el semanario El Redondel, salido a los puestos el domingo 9 siguiente, dice en su inicio:

Con entrada floja se celebró en la plaza de Cuatro Caminos la anunciada corrida del Día de la Constitución, que resultó deslucida por las malas condiciones del ganado de San Antonio de Triana, tres de cuyos toros lucieron bonita lámina, pero resultaron todos, los seis, mansurrones y difíciles. Uno fue substituido por un torazo de la Viuda de Franco, tan malo como los anteriores, y por fin “Pedrés”, en su afán de lucirse, regaló un astado de Santo Domingo, delgaducho y cornalón, que, sin ser un dechado, ni mucho menos, se dejó torear gracias al empeño que Pedro Martínez puso en ello…

Entrada floja y festejo deslucido por las condiciones del ganado. Lo de la entrada parece sostener una teoría que tengo en el sentido de que el público y la afición de la capital mexicana está ya habituada a que los toros sean en domingo y que cuando los festejos se ofrecen fuera de ese día, no tienen costumbre o voluntad de asistir. En este caso, el cartel tenía su miga y el día era de asueto, así que mucha razón para una mala entrada, no creo que la hubiera.

Antonio Velázquez y César Girón pudieron apenas cumplir con la afición. Los toros de don Manuel Ibargüengoitia no se prestaron a fiestas y aunque el quinto, segundo de Girón, fue sustituido por un toracón de la Viuda de don Miguel Franco, el panorama no mejoró. Ambos optaron por resolver su tarde con dignidad y recibir el reconocimiento de las palmas de los asistentes.

Triunfo y sangre de Pedrés

El lote sorteado por Pedro Martínez discurrió por las mismas vías que los de sus alternantes. Así, queriendo saldar su tarde con un éxito resonante, ofreció regalar un séptimo toro, que fue de Santo Domingo. El panorama no fue mucho mejor, pero al menos el manso se dejó hacer cosas y el albaceteño consiguió entusiasmar a quienes ocupaban los tendidos. De la crónica del nombrado Ojo, extraigo lo siguiente:

Su segundo toro, el sexto de la corrida, no se prestó para cosa alguna y el pundonoroso espada, queriendo lucirse, regaló un astado de Santo Domingo, zancudo y cornalón, que sin ser bueno ni mucho menos, se dejó torear a ratos, gracias, como dijimos antes, a que “Pedrés” le llegó a la propia cara y lo embebió quieras que no, en su muleta, con la que dio excelentes derechazos y magníficos naturales, corriendo la mano desde aquí hasta allá. Se adornó, inclusive, el diestro hispano, que fue cogido sin gran aparato, pero con lamentables resultados… Pedro ni siquiera se vio la ropa al sufrir el percance: siguió muleteando con arte y maestría y mató de una estocada, despidiéndosele con una gran ovación cuando los mozos de servicio cargaron con él rumbo a la enfermería, en momentos en que centenares de pañuelos flameaban en los tendidos en petición de una oreja, que no pudimos averiguar si la autoridad concedió o no, pero que de todas maneras mereció “Pedrés” por su pundonor, por su hombría y por su torerismo.

Llevaba Pedrés una cornada en el vientre, de la que se rindió el siguiente parte facultativo:

Herida por cuerno de toro como de cuatro centímetros de diámetro, que penetró hasta la cavidad abdominal, llegando hasta el peritoneo. La curación fue muy laboriosa y se estima que ‘Pedrés’ tardará en sanar más de quince días.

Don Alfonso de Icaza señala que no se pudo percatar si le fue concedida o no la oreja a Pedrés, las crónicas de agencia aparecidas en los diarios El Informador de Guadalajara y El Siglo de Torreón, por separado, informan que la oreja del toro de Santo Domingo le fue llevada a la enfermería y por su parte, don Heriberto Lanfranchi en su Historia del Toreo y don Luis Ruiz Quiroz en su Anuario Estadístico, también consignan la concesión del trofeo.

A posteriori

El viernes 7 de febrero, el diario El Informador de Guadalajara comunicaba que Pedrés perdía la corrida que se celebraría en El Progreso el domingo 9 siguiente y que sería sustituido por el alicantino Vicente Fernández El Caracol, quien alternaría con Antonio Velázquez y Guillermo Sandoval en la lidia de toros de Cerro Viejo. En nota aparte, el mismo diario presentaba las declaraciones que José Ignacio Sánchez Mejías hizo a la Agencia France Presse (AFP), sobre la situación de Pedrés:

...José Ignacio Sánchez Mejías, el apoderado de este torero que ha permanecido al lado del herido desde el momento del percance, ha manifestado a la AFP que Pedro Martínez “Pedrés” pierde por el momento cinco corridas de toros que tenía firmadas en la capital y en los Estados... Igualmente informa Sánchez Mejías que en las próximas 72 horas podrá saberse el tiempo definitivo que “Pedrés” estará alejado de los ruedos...

Al final de cuentas, esa sería el único festejo en el que actuaría Pedrés en México ese año de 1964. Un festejo celebrado en una fecha entonces atípica y en un escenario singular. La fecha hoy es señalada para las cosas de la fiesta y la plaza de toros en la que se presentó, ya solamente queda en el recuerdo.

domingo, 6 de febrero de 2022

6 de febrero de 1966. Joselito Huerta y Espartaco de Moreno Reyes Hermanos

Joselito Huerta
Archivo Santos Yubero
Hace una semana contaba como se gestó la temporada del 66 en el Toreo de Cuatro Caminos, que correría en paralelo a la temporada de la Plaza México y que tenía como eje la presencia de Antonio Ordóñez, quien junto con Finito se alzó como triunfador en el segundo festejo del ciclo ante los toros de don Luis Barroso Barona

La tercera corrida de la temporada llevaba como elementos de interés la repetición del torero de Ronda y de Finito y las presentaciones de Joselito Huerta y la de la ganadería de un personaje de la farándula mexicana que tenía mucha cercanía con la fiesta de los toros: Mario Moreno Cantinflas.

La ganadería debutante

De acuerdo con los textos que intentan explicar lo que es actualmente la ganadería de lidia en México, Mario Moreno Cantinflas fundó su ganadería en el año de 1959, en terrenos de la ex – Hacienda de la Purísima, en el Estado de México, donde era vecino de Carlos Arruza, en esas calendas, a su vez, ganadero de Pastejé. Se afirma también, que la vecindad del Ciclón Mexicano fue lo que le animó a asentar su vacada en ese sitio y no en otra finca rústica que tenía en el estado de San Luis Potosí y su pie de simiente lo integró con los toros padres Gladiador de San Mateo y Cascabel de Torrecilla, así como con 100 vacas de esta última procedencia.

Lidia sus primeros toros el 20 de noviembre de 1963 en Jiquilpan, Michoacán y al siguiente año se presenta en Tijuana con seis toros para Jorge El Ranchero Aguilar, Fernando de la Peña y Manuel Benítez El Cordobés. Esta corrida de febrero de 1966, vendría a ser la de su presentación ante el público de la capital mexicana. Por su orden, los toros que salieron al ruedo esta tarde fueron nombrados como Centurión, Espartaco, Mosquetero, Paladín, Emperador y Gladiador, acerca de los que Carlos León escribió:

Cierto que no todos embistieron, pero los que sacaron mansedumbre no se anduvieron con cuentos y fueron mansos en serio, mansos definitivos, con la formalidad de admitir que “se chiveaban” para la pelea, para así hacer resaltar el maravilloso estilo del noble “Espartaco” y la encastada bravura del pegajoso “Mosquetero”. En virtud de ellos se han concedido cuatro orejas y un rabo, logrados de toros con los diamantes en su sitio, sin las astas mutiladas, que es la única manera de diferenciar la fiesta brava de la pachanga, lo auténtico de la mojiganga, lo viril de lo charlotesco…

Joselito Huerta y Espartaco

El León de Tetela se encontró con uno de los toros que construirían su leyenda dentro de la historia del toreo. Era el segundo de la corrida. La crónica que escribió Rafael Loret de Mola firmando como Rafaelillo, aparecida en el diario El Informador de Guadalajara al día siguiente de la corrida, se cuenta lo siguiente:

Si los reyes aztecas hubieran toreado, lo habrían hecho como Joselito toreó esta tarde a “Espartaco”, de 445 kilos, negro zaino, abierto de pitones. Lo recibe con farol de rodillas en el tercio de sombra y lo veroniquea con majestad, rematando con brionesas. Le hace un quite bueno por gaoneras, y luego de las banderillas brinda al público. El burel no se ha perdido de vista por bravo. Huerta lo cita con las dos rodillas en tierra, en tablas, y se lo pasa dos veces. Saliendo a los medios, le instrumenta 8 imperiosos derechazos que remata con doble pase de pecho. El burel va a toriles, y el espada desde los medios, lo cita. Acude “Espartaco” veloz; y Huerta le da un gran derechazo de recibo seguido de siete más, supremos, y un remate triple: pase de pecho, molinete y pase de pecho con la izquierda. Grande y cálida ovación. Prendas de vestir en el ruedo.

Viene más: 4 derechazos más hondos y el de pecho. Un trincherazo en los medios, hecho con pincel y 3 derechazos. Un desarme. Nueve enormes naturales y un molinete. Cinco naturales más, que ya la gente ve de pie, y pase de pecho. Un momento de desconcierto que hace al público pedir el indulto, merecido por el estilo del burel, pero no por su primer tercio… Todavía tres derechazos más, y con el indulto ya concedido, un galleo señorial, un pase de pecho y un molinete… El toro, al corral, en medio de ovación y para Joselito orejas y rabo simbólicas, y vueltas al ruedo, una de ellas con “Cantinflas”, tan querido por el público…

Por su parte, Carlos León, en el diario Novedades de la capital mexicana, expresó, en crónica epistolar dirigida al ganadero de la fecha, entre otras cosas, lo que sigue:

…el trasteo hay que reconocer que fue un auténtico faenón, pues si no hubiera entendido la bondad del dócil "Espartaco", hubiera sido cosa de reprobarlo y ponerlo a repetir el año. Nada de eso, José demostró su aplicación y se ha mostrado como alumno distinguido de la escuela de Ronda. Un alud de muletazos, como si todas las materias quisiera aprobarlas en pocos minutos. Pero, entre aquel diluvio de pases, hay que conceder mención honorífica y poner el nombre de José Huerta en el Cuadro de Honor por la forma impecable en que ligó los naturales, sacando provecho de esa docilidad para embestir que mostró el tocayo del marido de Tere Velázquez… Armada la escandalera por el poblano, la gente pidió el indulto para ese toro de nobleza acrisolada, cosa que concedió el juez, aunque no tenga apariencia de perdonavidas. En forma simbólica, a José le dieron las orejas y el rabo del toro anterior que había matado su maestro, pues otros apéndices no había en la plaza. Y hemos visto con qué profunda emoción ha salido usted al ruedo, con sus hermanos y con el pequeñín que algún día será el rubio heredero de la ganadería Moreno Reyes. La gente lo aclamó a usted con el cariño que le ha tenido siempre, pero en esta ocasión había un algo de respeto a su reciente pena, al grado de que Luis Spota nos hizo atinada observación: “Se diría que el público de Mario le está dando una ovación de condolencias” …

El resto de la corrida

Finito le cortó dos orejas al primero de su lote. Ligaba así dos triunfos consecutivos ante el público de la Ciudad de México. Carlos León le vio así:

Al verlo en su riñonuda faena a “Mosquetero”, cuya bravura encastada tenía mucho que torear, “Finito” se nos mostró “agarzado”, con aquel tesón de quien luego fue “sismo y estatua”. Suicida y exponiendo horrores en su afán de triunfo, no le importó dejarse vapulear por las afiladas espadas mosqueteriles, pues se impuso su acero cuando se volvió sobre el morrillo y consiguió el estoconazo definitivo. Un clamor emotivo premió su hazaña riñonuda y con toda justicia hubo dos orejas para quien se entregó como los hombres…

Por su parte, Antonio Ordóñez saldó su tarde con dos salidas al tercio, tras de una buena exhibición de su calidad torera y de su magisterio. Señalan las crónicas que pudo cortarle una oreja al segundo de su lote, pero los fallos con la espada se lo impidieron.

Una reflexión final

Se afirma que Espartaco es el único toro que fue indultado en el Toreo de Cuatro Caminos. Como todos los indultos, creo que debe ser tomado con sus reservas, sobre todo si se lee lo que expresaron los cronistas a propósito del juego del toro. Dijo Rafaelillo:

El burel no se ha perdido de vista por bravo... Un momento de desconcierto que hace al público pedir el indulto, merecido por el estilo del burel, pero no por su primer tercio...

Lo que me deja pensar que la gente sobrevaloró la condición del toro por la labor del torero delante de él. No obstante hacen pasar a la historia a su criador y a quien triunfa delante de ellos.


domingo, 30 de enero de 2022

30 de enero de 1966: Presentación y triunfo de Finito en su debut en Cuatro Caminos

El Toreo de Cuatro Caminos
Héctor García Cobo (1960)

Raúl Contreras, de Chihuahua, apodado Finito por don Enrique Bohórquez y Bohórquez había actuado ante el público de la Plaza México una sola vez como novillero, fue el 8 de septiembre de 1963, alternando con Juan de Dios Salazar y Paco Lara y las crónicas de la época no le fueron propicias. Se entendió en ese momento que la relación que su familia tenía con don Tomás Valles fue la única que le abrió las puertas de la gran plaza y quizás por eso ya no volvió por allí, aunque después, el doctor Gaona, con más astucia para ver toreros, lo llevaría a Cuatro Caminos a los seriales menores que dio en ese ruedo.

Pero siguió toreando por las afueras, en Guadalajara llegó a salir en hombros seis tardes consecutivas y así llegó a la alternativa un par de años después, en su tierra, donde Joselito Huerta, en presencia de Antonio del Olivar le cedió al toro Coloritos de La Laguna para convertirlo en matador de toros y ser el primero de una generación que, al paso de un par de calendarios, vendría a renovar el escalafón taurino de México.

Con ese currículo, es que se le anunció para presentarse ya como diestro de alternativa en la corrida del 30 de enero de 1966 en el Toreo de Cuatro Caminos, fecha en la que alternaría con Antonio Ordóñez y Fernando de la Peña en la lidia de toros de Mimiahuápam, ganadería entonces propiedad de don Luis Barroso Barona y que en esas fechas iba en pleno ascenso, siendo una de las exigidas por las figuras.

La temporada 1965 – 66 de Cuatro Caminos

En diversos espacios de esta imaginaria libreta, hemos anotado que el doctor Alfonso Gaona había tenido sus más y sus menos con la propiedad de la Plaza México y que para mantener su actividad empresarial tenía a su alcance el Toreo de Cuatro Caminos, plaza de toros en la que logró organizar importantes temporadas. En el presente caso, no sobra recordar que en los calendarios taurinos de 1961 – 62 y 1962 – 63, llevó simultáneamente las dos plazas, de manera exitosa ambas.

A partir del final de 1963, deja primero la administración de Cuatro Caminos y al concluir el ciclo de la Plaza México en 1964, los administradores de DEMSA anuncian que que el doctor Gaona deja los asuntos de la empresa, junto con los de las plazas de Puebla, Tijuana, Acapulco y Ciudad Juárez y que de los de la capital, se haría cargo el Maestro Fermín Espinosa Armillita. La presentación en sociedad del nuevo gerente fue el 7 de mayo de ese año en una cena de gran boato.

Sin embargo, terminada la temporada de novilladas, Armillita dejó las cosas de la empresa, su conocimiento de la fiesta era en el ruedo, no en los despachos y así, Luis Ojeda, hombre de las confianzas de Alejo Peralta tomó las riendas y al poco tiempo se anunció que del beisbol llegaba Ángel Vázquez – cubano de ancestros gallegos – a hacerse cargo de la empresa y de organizar la temporada 1964 – 65. 

El Toreo de Cuatro Caminos por su parte, seguía arrendado – desde finales de 1963 – por doña Dolores Olmedo, quien junto con Pablo B. Ochoa y su marido, el rejoneador Juan Cañedo, trajo allí a El Cordobés y dio después una exitosa Gran Feria de México con el concurso del propio Manuel Benítez y Paco Camino. Concluido ese ciclo, la señora Olmedo deja el negocio de los toros y El Toreo queda libre para que lo retome el doctor Gaona, ya por su cuenta.

El 9 de diciembre de 1965, Rafael Loret de Mola, firmando como Rafaelillo, publica lo siguiente en El Informador de Guadalajara:

Gaona está enemistado “de fondo” con la empresa de la Plaza México, y pueden ustedes estar ciertos de que la pelea será para que se hagan garras. Desde luego, si es cierto que El Toreo contará con los españoles “El Cordobés”, José Fuentes, Diego Puerta, Antonio Ordóñez y Paco Camino, y con los mexicanos Joselito Huerta, Raúl Contreras “Finito”, Manolo Martínez, Joel Téllez “El Silverio” y Jesús Delgadillo “El Estudiante”, las mayores atracciones estarán en Cuatro Caminos, y los aficionados capitalinos, tan afectos a la comodidad de su plaza grande, tendrán que ir a tragar polvo y a padecer humillaciones al barrio menos limpio de todo el Estado de México…

Por su parte, y en el mismo diario tapatío, tres días después, Ernesto Navarrete Don Neto, escribiendo para la Agencia France Presse (AFP), comentaba que Ángel Vázquez informaba que a esas fechas ya se habían recaudado dos millones de pesos por concepto de la venta del derecho de apartado y que esa suma representaba un incremento de un 40% con relación a las del ciclo anterior, anunciando que la corrida con la que abriría la temporada, acartelada con Santiago Martín El Viti, Alfredo Leal y Raúl García, y toros de Torrecilla ya tenía agotadas sus localidades. Cerraba su nota señalando que Vázquez con eso demostraba la real forma de organizar una temporada de toros.

La presentación de Finito

La segunda corrida de la temporada de El Toreo ya decíamos que se dio con la actuación de Antonio Ordóñez, Fernando de la PeñaRaúl Contreras Finito y los toros de Mimiahuápam. El encierro de don Luis Barroso rescató los laureles de su divisa después de que el domingo anterior, en la inauguración, resultaran complicados para Antonio Ordóñez, Joselito Huerta y Manolo Martínez. Esta tarde fue para Finito, que, hecho un león, salió a demostrar que en México había una generación nueva de toreros que pedía paso y sitio. Le cortó una oreja a Conquistador, el tercero, tras de una faena que Lanfranchi califica de dramática. Mario Erasmo Ortiz, en el número de la Revista Taurina del 6 de febrero de 1966, razona lo siguiente:

El primer enemigo de “Finito” era un toro peligroso que embestía calamocheando y se quedaba a medio viaje tratando de hacer daño. Raúl, sin embargo, a base de ponerse cerca y de tirar del toro, con toneladas de valor, lo hizo que tomara la muleta. Le cuajó derechazos largos y templados… A base de valor, Raúl acabó por hacerse de su enemigo. Le cuajó naturales con sabor y derechazos largos y templados que le valieron las palmas en los tendidos. Finito sacó un partido insospechado a su enemigo y como lo tumbó con una estocada hasta la empuñadura, demostrando con esto que es un auténtico matador de toros. El público pidió la oreja que el juez concedió. Raúl dio una vuelta triunfal al anillo… En su segundo “Finito” siguió dejando constancia de su torerismo. Ante un toro distraído que salía suelto de cada lance, Raúl logró dar muletazos de verdadero mérito y desarrolló una labor empeñosa siguiendo al toro por todos los tercios del ruedo. Aprovechó las embestidas lentas y sosas de su enemigo. Se deshizo del toro con otra estocada hasta la empuñadura y recibió la ovación del respetable que ve en él a una gran figura del toreo en embrión pues tiene decisión, arte y, sobre todo, hace el toreo con garra…

Es decir, el de Chihuahua puso el sello de la casa desde la primera actuación, lo que sería su signo durante su breve paso por los ruedos y dejaría dicho allí que estaba listo para lo que hiciera falta.

Por su parte, Antonio Ordóñez también se llevó la oreja de Campeador, el que abrió plaza. El corresponsal del semanario madrileño El Ruedo, en el número fechado el 1º de febrero de 1966, escribió:

Ordóñez tuvo una brillante reaparición ante la afición mejicana. Además, demostró que sigue tan artista, tan extraordinario torero como cuando vino a Méjico hace seis años. A su primero, un toro de Mimiahuápam, noble y muy bravo, lo toreó a la verónica con temple, calidad y arte de figura grande del toreo. Fueron lances despaciosos y torerísimos. Con la muleta aprovechó desde el principio la bondad en la embestida del toro y cuajó varias series de magníficos pases con la derecha. A la altura precisa, ya que el toro tenía tendencia a rodar por la arena. Así se le vio torear con temple y arte con la diestra y, después, con la zurda, para intercalar los adornos por la cara, los de trinchera, los de la firma y el abaniqueo y remates torerísimos. Tres cuartos de acero en todo lo alto. Oreja y vuelta al ruedo devolviendo prendas…

Fernando de la Peña, el segundo espada, de acuerdo con las relaciones que he podido consultar, se llevó el toro de la corrida, el segundo, Compadre. Las crónicas se pronuncian en sentidos opuestos, pues las hay que dicen que no estuvo a la altura de un toro extraordinario y hay otras que aseguran que casi le cortó la oreja. La realidad es que saldó la tarde sin corte de trofeos y al final del calendario esta resultó ser la única tarde en la que actuó en ruedos mexicanos ese año del 66. Dice la citada crónica de El Ruedo:

Fernando de la Peña reapareció después de su campaña del año pasado en España. Se le ha visto con buen sitio frente a los dos toros de gran peso que se llevó en su lote. A sus dos ejemplares los toreó muy brevemente con el capote y con la muleta. A su primero le hizo una magnífica faena, con sentido de la distancia, con un enorme valor y con magníficos pases por bajo, de derecha y de izquierda. Falló con el acero y perdió la oreja que casi había ganado. En su segundo fue menos aplaudido debido a que su toreo se vino un poquito a menos…

Los toros de Mimiahuápam

Ya decía que don Luis Barroso Barona obtuvo su revancha después de los sucesos del domingo anterior. Su corrida presentó los signos de lo que sería, en lo sucesivo, una interminable línea ascendente de su ganadería de Mimiahuápam. Esto escribió el ya citado Mario Erasmo Ortiz acerca de esos toros:

Don Luis Barroso Barona mandó un encierro muy bien presentado. Sobresalieron tres toros por su bravura y su nobleza en la embestida; pero el que fue realmente extraordinario fue “Compadre” que embistió con claridad y temple extraordinarios. Si este toro hubiera caído en otras manos se va sin orejas y sin rabo al destazadero. Desgraciadamente su matador no tiene la proyección de los grandes del toreo y se fue inédito…

Reflexión final

Hoy, después de releer las crónicas de estos hechos, me atrevo a pensar que quizás Finito hubiera sido el torero ideal para confrontarlo con Manolo Martínez, dado que, por su hacer en el ruedo, era su antípoda; así el contraste y la comparación serían más evidentes y más apasionantes, lo que con seguridad hubiera llevado a muchos a los tendidos a disfrutar de los enfrentamientos de estos dos toreros, dando curso quizás, a una época distinta a la que fue, pero el hubiera no existe.

Aldeanos